Lágrimas Negras

De las risas de internet a las lágrimas de realidad. De la diversión del primer momento al sufrimiento final.

LÁGRIMAS  NEGRAS

Las lágrimas brotaban de mis ojos al descolgar el teléfono y hablar con mi amigo. Su voz, sus palabras eran un chorro de alcohol que se derramaba sobre las heridas de mi alma; ese alcohol que escuece, pero que cura de manera eficaz. Lo sucedido tres noches antes iba a ser difícil de superar. (Gracias, amado amigo)

A mi página de contactos sexuales llegaron esa tarde más de treinta mensajes de chicos que querían quedar conmigo. Uno de esos mensajes me llamó especialmente la atención: "Tienes mucho morbo, niña. Le he enseñado tu perfil a un amigo que está aquí conmigo y te queremos proponer un trío para esta noche. ¿Aceptas?". El mensajito era directo, no había ni un "Hola, ¿qué tal?" al principio, ni un "Besos" al final, es decir, nada de lo habitual. Tenía ganas de buen sexo aquel día y eso fue lo que me animó a contestarle e iniciar una sesión de chat privado con aquel chico y el amigo que lo acompañaba.

  • (...)

  • ¿Tienes foto, princesa?

  • Si, si tengo. Enseguida te la mando. Y tú o vosotros, ¿tenéis?

  • Ok. Aquí no tenemos, pero no somos dos cardos, puedes estar tranquila.

  • Bueno, generalmente no me mueve el físico de las personas a la hora de decidir quedar o no para echar un polvo.

  • Uf, niña, ¡qué cara de vicio tienes aquí! Dime, ¿tienes ganas de follar a saco esta noche?

  • Si, esta noche me apetece mucho sexo y si son dos rabos... ¡mejor que mejor! jajaja

  • (...)

  • Tengo un Alfa Romeo de color negro. Mi amigo se sentará detrás para que, cuando veas el coche, sepas que somos nosotros.

  • Ok, entonces os espero allí sobre las once de la noche.

  • Allí estaremos puntuales, guapísima.

  • Ok... jajaja Bye.

  • Bye, princesa.

La noche se presentaba calentita y no sólo porque estuviéramos en pleno verano. Recién duchadita, me dirigía ya al punto de encuentro. No sabía bien el qué o a quiénes me encontraría, ni tampoco si mi cita me dejaría plantada o no, pero para allí me encaminaba yo, toda decidida. Al acercarme ya vi el Alfa Romeo negro aparcado en el lugar indicado. Dos chicos guapetones aguardaban en su interior.

  • ¡Hola, preciosa! Sube detrás con Julio. (me dijo el conductor)

Abrí la puerta trasera derecha del coche y me senté, dejando un "Hola" general, al lado de aquel fornido chico de nombre Julio. Se notaba en su cuerpo las horas de gimnasio que le dedicaba. Lo cierto es que ambos profesaban el exagerado culto al cuerpo. Los dos chicos debían andar sobre los treinta o treinta y cinco años, pues se veían mayores que yo. En los hombros del conductor descansaba una media melena negra bien cuidada y, en su perfil (lo único que podía ver), destacaba una nariz de punta afilada, pero bien proporcionada. Julio, por el contrario, llevaba el cabello rapado casi al cero. Su rostro, a pesar de la leve sonrisa que me dedicó, estaba poseído por un continuo e inquietante gesto de dureza, quizás de enfado con el mundo, no lo sé. Su boca estaba perfilada por un fino bigote y una pequeña perilla bien arreglada. Sin mediar ni una palabra, Julio disparó una de sus manos a mi entrepierna y me plantó un besazo en la boca.

  • Como ves, princesa, no nos gusta perder el tiempo, y mucho menos a Julito. (rió... bueno, los tres reímos)

  • Si, si... ya lo veo.

  • Es verdad que no me gusta perder el tiempo, como dice Rafa, pero es normal con una nenita folladora como tú.

No sé, algo en el tono de voz de Julio y su mirada oscura, me hicieron sentirme algo incómoda y por un momento deseé no haber ido. Pero ya estaba allí y el coche ya se ponía en marcha. Ni tiempo a respirar me dejó Julio en todo el rato que duró el trayecto que nos llevaría al lugar que ellos habían elegido para montarnos el trío. Sus manos tocaban y apretaban todo mi cuerpo. Su boca apresaba la mía, lamiéndola y mordiéndola con ciertas dosis de violencia. Yo me debatía entre sentirme excitada o temerosa. Noté entonces que el coche se detenía. Bajamos los tres. Miré a un lado y a otro y no, nada en el paisaje urbano me resultaba conocido.

Estábamos parados delante de la puerta de un local, de no sé dónde, que mantenía su persiana cerrada a cal y canto. Julio se sacó un manojo de llaves de uno de los bolsillos delanteros del vaquero para, con un par de ellas, abrir los candados y elevar la persiana de aluminio coloreado de azul. Rafa abrió la puerta negra del local y entró, encendiendo luces a su paso.

  • Mira, princesa, este es tu palacio. (dijo Rafa volviéndose para mirarme y extendiendo los brazos para mostrarme el local)

Me fijé en su cara más que en el lugar. Su piel era tersa, brillante, luciendo un perfecto y apurado afeitado. Aprecié también bajo la luz un bonito lunar que tenía junto al ojo derecho, ese ojo y su gemelo de color marrón oscuro, tan oscuro como la cueva del lobo, pero en los que se lograba divisar al final del todo un leve destello. Era muy guapo, realmente. Saciada mi curiosidad de ver como era el rostro de Rafa, si me detuve a echar un rápido vistazo al local: una pequeña barra, detrás de ella, varias botellas de licor y vasos en una estantería, un par de grandes y largos sofás en color rojo, varias pequeñas mesitas redondas y una gran cama, vestida con sábanas rojas con letras japonesas en blanco, al fondo del lugar.

  • ¿Quieres beber algo, fumarte un peta o meterte mierda? (me preguntó Julio, que ya había entrado tras de mí y tras él, la puerta negra estaba cerrada con llave)

  • No, no, gracias. A lo sumo fumo tabaco rubio y de beber más bien poco, por no decir nada.

  • Julito, la niñita es de las sanas. Yo paso de lo otro, pero de meterme un copazo entre pecho y espalda no (decía Rafa mientras ya se servía de alguna de aquellas botellas en un vaso de tubo). Agua no tenemos (prosiguió), pero creo que algún refresquito si que hay por ahí.

  • Es igual, Rafa, si luego tengo sed, te lo pido. Ahora estoy bien así, merci. (le respondí)

Julio se había sentado en la punta de uno de los sofás y echaba sobre una mesita un polvo blanco hasta vaciar la pequeña bolsita transparente que lo contenía. Se sacó de los bolsillos traseros del pantalón una tarjeta de crédito, vieja y gastada, y un tubito metálico. Dividió los polvos en cuatro rayas con la ayuda de la tarjeta y, con parte del pequeño tubo dentro de la nariz, fue esnifando una a una las líneas blancas que había formado con la coca. El gesto de enfado seguía presidiendo su rostro, inalterable.

Con su vaso en una mano, Rafa me apareció por la espalda y, con su mano libre, sujetó mi cintura suavemente, haciéndome acompañar sus pasos hasta el sofá en el que yacía Julio. Me senté en medio de aquellos dos amigos.

  • Nenita, tengo grandes planes para ti...

Las palabras de Julio fueron acompañadas de una mirada de sus ojos enrojecidos, con las pupilas ya ligeramente dilatadas, que me produjo un gran escalofrío que recorrió por completo mi cuerpo y erizó toda mi piel. Antes de poder preguntarle cuáles eran aquellos grandes planes, Julio volvió a besarme y toquetearme de la misma forma bruta que lo había hecho en la parte trasera del coche. Rafa, por su parte, besaba mi espalda y mis hombros con pasión, pero sin bruteces mientras intentaba librarse de la camiseta blanca que yo llevaba puesta. Y se deshizo de ella, de la suya, de los pantalones de ambos y del rápido calzado que llevábamos puesto (chanclas). Mientras tanto, Julio también se iba quitando la ropa él solito. Los tres sentados, ellos enteramente desnudos y yo con mi ropa interior, Rafa seguía besando y lamiendo mi espalda, puesto que Julio me tenía completamente controlada por delante. Noté que Rafa me cogía las manos y las dirigía a mi espalda, para masturbar con ellas su verga semi-erecta. Julio dejó de besarme, le clavó una mirada feroz a mis ojos y, agarrándome fuertemente por el cuello, me obligó a inclinarme para lamerle la polla. Me hizo daño, pero yo seguía muda, ya con cierto temor de no saber cómo iba a salir de ésa. De tan fuerte que me cogía Julio, varias de sus uñas se clavaban en mi cuello y mi cabeza. Mis manos sujetadas por las de Rafa seguían masajeando su polla ya dura.

Con un tirón de pelo, Julio me obligó a levantarme del sofá e ir con él hasta la cama. El otro nos siguió, quitándome las dos prendas, el sujetador y la braguita, que todavía llevaba puestas. Julio me empujó para que cayera sobre el duro colchón. Su trato hacia mí se tornaba a cada momento más y más bestia. Yo continuaba con mi silencio y cada vez con más miedo a los actos de Julio y sus ojos ensangrentados cual animal furioso. Tragué saliva y miré hacia el techo para esquivar su mirada y, quizás, esperando ver un cielo que no me acompañó.

Provista de uno de los preservativos que había sobre uno de los bordes de los pies de la cama, la polla de Julio se dirigía a toda velocidad hacia mi asustado sexo. Mientras me la metía a lo burro, me cruzó la cara con dos sonoras bofetadas. De mis ojos saltaron tres lágrimas. Con todo esto, ni siquiera me di cuenta de que Rafa esperaba averiguar, arrodillado sobre la cama, cuál iba a ser la postura que adoptaría para satisfacerse también. Su opción fue apresar una de mis manos bajo sus rodillas, con sus manos sujetar la mía que quedaba libre e introducir su polla en mi boca. Sometida por aquellos dos grandes y fuertes hombres, sin posible defensa ni escape, ya no sentía ni el morbo ni la excitación del primer momento, sólo un miedo callado y el deseo de que se acabara ya. Pero no. Varios puñetazos en las piernas me llovían de las manos cerradas de Julio mientras me follaba y reía.

  • Ay, putita, ¡qué grandes planes tengo para este gran coñito tuyo!

Aguanté las lágrimas que se asomaban a mis marrones ojos para que no cayeran, aunque el equilibrio fue inútil.

  • Mira, Rafa, ¡mira como se traga mi polla el coño de esta zorra!

  • Y no veas la boquita que tiene... (le contestó Rafa)

Las grandes carcajadas de ambos retumbaron en el local.

-Rafa, sal un momento que nos vamos a poner en el suelo. Después de todo es dónde deben estar las perras como ésta.

  • Oye, os estáis pasando tres pueblos ya. Esto hace mucho rato que ha dejado de gustarme y me quiero ir. (rompí mi silencio tras librarme de la polla de Rafa que me había llenado la boca)

  • No, no, nenita, tú de aquí no te vas hasta que yo te haya dado lo que te mereces.

Ahora si, las palabras de Julio, sus ojos rabiosos y el gesto casi diabólico de su cara me hundieron en el más puro pánico. Con varios empujones llenos de ira, a los cuales me resistí inútilmente, lograron tirarme al suelo entre los dos. Inmediatamente, Rafa volvió a sujetar una de mis manos con sus piernas y la otra con sus manos, haciendo más presión para que no lograra zafarme. Con mis robustas piernas intenté impedir que Julio se me acercara nuevamente. Éste, sin más, me asestó cuatro patadas en el costado derecho de mi cuerpo, a la altura de las costillas. Cuatros gritos de dolor. Ya no me resistí más. Julio volvió a meter su polla en mi sexo, que se había estrechado, y a follarme violentamente. Rafa, mientras tanto, volvía a llenarme la boca con su carne dura. Las lágrimas resbalaban de mis ojos hacia las sienes haciendo surcos a su paso. Ahora si: me estaban violando.

  • Una pena que no tengas la regla con lo mucho que me gusta follar con sangre. Tendré que poner remedio...

¿Sangre? ¿Remedio? ¿Qué me iba a hacer Julio? Mi cuerpo tembló del miedo que ese hombre me causaba con sus palabras, su cara y sus actos. Salió de dentro de mí y lo oí alejarse y abrir una puerta (seguramente del baño).

  • ¡Aquí está! (exclamó)

Volvía a acercarse. No pude ver aquello que había ido a buscar.

  • Julito, eso no, tío...

  • Si, Rafa, si. Tú sujétala bien que ya verás como disfruta esta putilla.

Con las dos simples palabras de Rafa, "eso no", comprendí que lo que Julio tenía no iba a hacerme disfrutar como él decía. Rafa me sacó la polla de la boca y me sujetó las manos y los brazos con más fuerza. Alaridos del más profundo dolor salidos de mi boca hicieron eco en el local. En mi sexo, Julio estaba introduciendo algo que me arañaba, que pinchaba mis entrañas, que quemaba y escocía a cada paso que daba. Jamás había sentido tal dolor. Lloré a lágrima viva entre gritos de "Para, por favor", mientras aquel tío seguía a lo suyo, metiendo y sacando el artefacto que torturaba a mi sexo, haciendo oídos sordos a mis súplicas.

  • Yo creo que ya es suficiente, Julio. ¡Déjala ya, tío!

Rafa me liberó las manos al levantarse del suelo e ir a apartar a su amigo de mí. Al incorporarme, me vi la entrepierna llena de sangre. En una de las manos de Julio estaba el arma llena de pinchos, la misma con la que él se había divertido y que a mí me había destrozado por dentro. Me levanté del suelo como pude, entre fuertes dolores y me dirigí hacia donde estaba tirada mi ropa. Intenté vestirme a toda prisa.

  • Tío, ¡qué se quiere ir!

  • Déjala que se vaya, Julio. Dame las llaves que abro y la saco de aquí. Va, tío, ya está bien por hoy.

Julio accedió al pedido de Rafa. Éste vino hacia mí y buscó su ropa que él mismo había tirado junto a la mía. Se vistió tan rápido como lo había hecho yo.

  • Vamos, princesa. (me dijo con voz triste)

Dudé en irme con él, pero Rafa era mi única opción para salir de allí, para escaparme del perverso de Julio. Ya en la calle, el aire fresco me devolvía la libertad. Subí al asiento del copiloto del Alfa Romeo negro de Rafa. El coche arrancó poniendo rumbo hacia el punto en el que tres horas antes me había recogido, bastante cerca de mi barrio. Intenté observar y memorizar el trayecto para saber dónde me habían llevado esos hombres, pero la tarea fue imposible; miles de lágrimas me nublaban la vista, lágrimas transparentes que al rebosar de mis ojos se tornaban negras al mezclarse con el maquillaje, manchando mi rostro a su paso. Silencio en todo el camino. Mi cabeza reposando en la ventanilla de la puerta del coche. Rafa me ofreció un pañuelo de papel al tiempo que estacionaba el vehículo en el mismo lugar en el que nos encontramos.

  • Perdona, princesa.

Miré unos segundos a Rafa a la cara. Sentí su disculpa sincera y en sus ojos noté su pena al mirarme. Nada de eso me sirvió. Bajé del coche sin demora, destruida, deshecha, maldiciendo mi estupidez, mi torpeza, con un sentimiento de terrible humillación, llena de dolor físico y mental, pero sintiéndome absurdamente afortunada de haber salido de esa con vida. No sé qué hubiera pasado si Rafa no hubiera frenado al sádico de Julio. Si, afortunada a pesar de todo.

Al llegar a mi solitaria casa, me derrumbé en mi cama. Envuelta en pena, lloré por largo rato. Después me levanté para dirigirme a la ducha. Me despojé entre dolores y quejidos de mi ropa, mientras veía mi lamentable estado reflejado en el espejo del baño. Me metí bajo el chorro de agua tibia. El agua y el jabón despegaban la sangre de a parte interna de mis muslos y me escocían al pasarlos por mi maltratado sexo.

Mientras me secaba con cuidado el cuerpo, por mi cabeza pasó la idea de haber ido a la policía a denunciar a aquellos tipos, pero aquello suponía poner al tanto de lo sucedido a mi familia y, mi madre, menos que nadie, se merecía tal disgusto. Además, tampoco podría haberles dado muchos datos, sólo la descripción de los dos hombres, sus nombres de pila y el Alfa Romeo negro. Ni indicaciones del lugar al que me llevaron, ni matrícula del coche, ni teléfonos... nada.

Con aquel tropezón, comprendí que no podía ir a lo loco, que existían muchos peligros y que yo también estaba expuesta a ellos. Debía tomar más precauciones, saber mejor adónde iba y con quién. Fue duro lo que viví, demasiado, si, pero intenté superarlo lo más rápidamente que me fue posible. Fui curando mi alma al tiempo que cicatrizaban las heridas causadas por los pinchos y a medida que los moratones del cuerpo iban cambiando a un amarillo pálido hasta desaparecer. Nunca más, hasta el día de hoy, he tenido otro percance. El aprendizaje es duro, pero de eso trata la enseñanza de la vida, de aprender de nuestros errores, de corregirnos, de caer y levantarnos una vez tras otra.

MISSHIVA©