Lady Patricia (03: La ira del Conde)
Sir Spencer encierra a Lady Patricia en las mazmorras de la abadía y la abandona a los abusos sexuales de los monjes. Pero aparecerá la esposa del Conde, lady Olivia, para llevársela para su uso y disfrute personal.
LADY PATRICIA. Cap. III: La ira del Conde
La feliz historia de amor que había nacido entre Patricia y Joseph no duró mucho. Nuestros protagonistas fueron delatados por uno de los sirvientes de Sir Spencer, el Conde de Outlook.
Su ira, acrecentada por el hecho de que hacía más de 6 años que se perpetraba el engaño, fue descomunal.
El Conde llamó a Dom Perigord y le ordenó que detuviera a Joseph en las mazmorras de la Abadía a la espera de su decisión. A la vez, mandó llamar a Patricia para que se presentara al instante.
Aunque Patricia era muy conocida y apreciada en la corte de Outlook, nadie pudo prevenirla de las intenciones del malvado Conde.
Al llegar a su presencia, se presentó educadamente:
¿Mandaste llamarme, mi señor?
Efectivamente Patricia -dijo Sir Spencer- quería contarte una historia que pasó hace algunos años y que quizá te guste conocer
¿Una historia, sobre qué mi señor?
Sentaos, por favor. Poneos cómoda aquí a mi lado.
A continuación, el Conde ordenó a los presentes en la sala que se retiraran, quedándose a solas con la muchacha.
Veréis mi querida chiquilla, hace algunos años, en una de mis famosas campañas de conquista en tierras lejanas, encontré un noble que se resistió a presentarme obediencia y sumisión.
Su orgullo le impidió entender que nuestras fuerzas eran desiguales y se creyó poseedor de la razón para desafiarme en dura y cruel batalla.
Al final, como había de ser, mis guerreros derrotaron las huestes de mi enemigo.
Pese a que mi contrincante fue noble y honesto en la derrota, no podía permitir que su ejemplo se extendiera por estas tierras, así que, personalmente le corté la cabeza para presentarla ante los ojos de sus vasallos.
Patricia, escuchaba horrorizada el relato del Conde, creyendo adivinar quién era el noble que murió asesinado a manos de Sir Spencer.
Veréis, mi niña, el Conde tenía una bellísima hija que me llevé como trofeo con la intención de hacerla mi esclava y servidora. Debido a su temprana edad, la dejé a cargo de un lacayo traidor que suplantó a la muchacha y me engañó vilmente...
El rostro de Patricia no podía ocultar el espanto que surcaba su mente. El Conde, se apercibió de la turbación de la muchacha.
¿Tenéis algo que decir, os veo algo inquieta?
Patricia, recuperando la serenidad, le contestó altivamente:
¡Sois un vil y despiadado asesino! No me importa lo que hagáis conmigo. Pero a Joseph dejadlo en paz. Él sólo se enamoró de mi sin querer traicionar su lealtad hacia Vos.
Vais a morir los dos -dijo el Conde- pero no será ahora. Sería demasiado fácil matarle rápidamente, pero su sufrimiento sería pequeño. Le tengo reservado algo especial. Voy a invitarle a asistir a un juego que tengo reservado para ti en mi sala de torturas.
Sir Spencer, ordenó a los soldados que entraran y se llevaran a Patricia a la mazmorra privada del Conde. Una vez allí la encerraron en una celda a la espera de que llegara el resto de asistentes.
Al cabo de unos instantes entraron en la mazmorra Sir Spencer, Dom Perigord acompañado de tres monjes, tres esclavas y dos soldados acompañando a Joseph. Éste se revolvió con fuerza al ver a Patricia encerrada en la celda, pero los golpes de los soldados lo dejaron inconsciente.
Al despertarse, Joseph pudo ver a Patricia atada a unas cadenas con los brazos en cruz y totalmente desnuda.
También estaban desnudos los monjes y las esclavas. Las esclavas estaban arrodilladas mamando las pollas de los monjes.
Mientras tanto, Dom Perigord y el Conde, estaban acariciando lascivamente el cuerpo de Patricia. El abad se dedicaba especialmente a lamer los pechos de la muchacha mientras que el conde se entretenía con especial deleite en su coño.
¡Hummm! Un ejemplar precioso y digno de toda una princesa. Huele como las rosas -dijo Sir Spencer-
Y sus pechitos firmes saben a gloria -añadió el Abad-
A una señal de Sir Spencer, las esclavas dejaron de trabajar las pollas de los monjes y estos se acercaron al conde...
Quiero que disfrutéis con el cuerpo de esta cerda traidora. Podéis follarla por dónde queráis, hacerle daño, torturarla, usarla como os dé la gana. No se merece otra cosa que ser la más puta de las mujeres de mis dominios. Mi única condición es que viva hasta que ese perro de Joseph, al que dejareis atado y amordazado en la pared, sin comida ni bebida, muera de hambre.
Dicho esto, los monjes empezaron a disfrutar de Patricia. Mientras uno se la metía por el coño, otro lo hacía por el culo. La chiquilla apenas podía gritar de dolor ya que el tercer monje la embestió sin contemplaciones por la boca, metiéndosela hasta el fondo de la garganta.
Venga, zorras, acercaos hasta aquí y chupadme la polla, que no estáis aquí para descansar -gritó el Conde a las esclavas- La que lo haga mejor, se ganará un premio especial.
Las muchachas, conscientes de cómo las gastaba el Conde, se esmeraron en darle gusto. Mientras el Conde era bien mamado por las esclavas, la pobre Patricia estaba siendo destrozada por las enormes pollas de los monjes. Dom Perigord había escogido a los tres mejor dotados.
Fue en ese momento que apareció en la sala la esposa del Conde, lady Olivia. Era bien conocida en la corte por su desmesurada pasión sexual. Era una mujer que vivía sólo para y por el sexo. Acostumbrada a los desmanes de su esposo, Sir Spencer, se había aislado de la vida pública de su marido para centrarse en su pasión favorita: follarse todo aquello que tuviera vida, fuera hombre, mujer o animal.
La Condesa al ver el panorama de la mazmorra, se acercó a su marido y le dijo:
Buenos días, mi señor. Veo que estáis muy ocupado...
El Conde que seguía atendido por las tres esclavas que trabajaban a conciencia sus partes nobles, le respondió con voz entrecortada:
¿Qué queréis de mí, señora, no veis que estoy ocupado?
No os robaré mucho tiempo, mi señor. Solamente espero un favor vuestro, que me colmaría de placer...
En aquel momento, la boca de una de las esclavas recibió la descarga de leche del Conde, que acababa de correrse
¡Ahhhhhhhhh! Me corro, puta, sigue mamándola. ¡Así, así, no pares guarra!
La Condesa, de sobras conocida por sus particulares gustos sexuales, no dudó ni un minuto en lanzarse sobre la esclava que había recibido la corrida y separándola de la polla del Conde, la besó en la boca para compartir toda la leche que había soltado su esposo.
¡Hummmm? ¡Que sabrosa que está! ¡muchacha, deja que comparta contigo esta corrida tan gustosa!
La esclava se alzó sobre la condesa que golosamente habría la boca para recibir la ración caliente de leche.
Sir Spencer, que estaba siendo limpiado por las lenguas de las dos esclavas restantes, se dirigió a su esposa para reclamarle su atención:
¿Bien, señora, a qué placer os referís?
La Condesa, relamiéndose los labios con la lengua le dijo:
Me haríais muy feliz si me obsequiaras con los favores de la chiquilla que vuestros esbirros están destrozando a golpes de polla. Parece una muñequita muy dulce y me iría bien una nueva esclava para mis sesiones lésbicas. Además, es una pena que malgastéis ese cuerpo precioso con esos monjes sarnosos, que más que hombres parecen animales.
Dirigió su mirada a la escena que protagonizaban lady Patricia y los tres monjes. Estos follaban con desespero a la muchacha que se retorcía de dolor por las embestidas de los tres brutos, especialmente del que la estaba medio ahogando con la polla metida hasta el fondo de su garganta.
Sir Spencer, dudando unos instantes de su decisión, acabó aceptando la petición de su esposa.
Está bien señora. Sólo os pongo una condición. Cuando os canséis de usarla como esclava, quiero que me la devolváis para darle un final adecuado junto a su "amante".
Con una amplia sonrisa, en la que se adivinaba la lujuria más perversa, la Condesa se acercó a los tres monjes y apartándolos de la muchacha les obligó a dejar de follarla. Pero al ver las tres pollas en aquel estado, no pudo evitar el deseo de tenerlas para ella.
Ya que vuestros aparatos están en su plenitud, no sería aconsejable, perderse el placer que a buen seguro me proporcionareis.
Dicho esto se abalanzó sobre uno de los monjes y lo echó al suelo. A continuación se sentó en su polla tiesa, cabalgándolo furiosamente mientras se dirigía a otro de ellos:
¡Venga cabrón!, ¿a que esperas? Métemela toda hasta el fondo del culo -le dijo levantándose el vestido para que pudiera apreciar el agujero preparado para la embestida-
Mientras el monje se aprestaba a follársela, agarró al otro monje y se llevó la tranca a la boca, mientras la bombeaba a conciencia
¡Venga, venga! No tengo todo el día para estar aquí esperando vuestras corridas. ¡Dadme gusto rápido que tengo cosas que hacer!
Los monjes, que se esmeraban en darle una buena ración de polla por el coño y el culo, no tardaron en arrancar los gritos de placer de la Condesa ante la mirada expectante de Dom Perigord que no podía ocultar el bulto que se había formado en su sotana.
¡Así, así, cerdos! Folladme con ganas que me corrooooooooooooo...
Hasta tres orgasmos más tuvo lady Olivia antes de que los tres monjes descargaran toda su leche dentro de los agujeros de la condesa.
Al final y después de relamer las pollas de los tres monjes para dejarlas bien limpias, se despidió de los presentes llevándose a la maltrecha Patricia, custodiada por dos soldados.
Sir Spencer ordenó que Joseph fuera encerrado en una celda de la Abadía y encargó personalmente a Dom Perigord que impidiera cualquier intento de visita de Lady Patricia.
Cuando lady Olivia llegó a sus aposentos instaló a la muchacha en una habitación cercana a la suya. Ayudada por una criada, la echó en la cama y empezó a limpiarla cuidadosamente de las señales que habían dejado los monjes de Dom Perigord.
La criada trajo agua caliente, toallas limpias y aceites olorosos. Lady Olivia se encargó personalmente de limpiarla con sus manos. Empapó una toalla de agua caliente y la pasó con deleite por todo el cuerpo desnudo de la chiquilla. Le gustaba acariciarla y sentir la suavidad de la piel tersa de Patricia: los pechos pequeños, el vientre, los muslos, el aterciopelado monte de la muchacha...
Cuando acabó de limpiarla, impregnó sus manos de aceites olorosos y acarició el cuerpo de Patricia con masajes relajantes, consiguiendo que se durmiera.
Aunque la muchacha tenía un monte de pelos suaves y rubios, lady Olivia gustaba de obligar a sus esclavas a depilárselo para que parecieran aun más jovencitas, cosa que hizo con Patricia aprovechando que dormía.
Pero lady Olivia era una ninfómana incorregible. Cuando vio aquel cuerpo desnudo, casi infantil al alcance de su lujuria, no pudo evitar abrirle las piernas y empezar a lamer el coño de su nueva esclava.
Poco a poco su lengua fue moviéndose más rápido. Como Patricia estaba echada boca arriba, lady Olivia se puso frente a ella, arrodillada en la cama y con el culo al aire.
Mientras lamía con desespero el sexo húmedo de la chiquilla, ordenó a la criada que la follara a ella por el culo y el coño con un juego de consoladores que tenía en su habitación. La criada, experta en satisfacer los deseos de su ama, introdujo los consoladores en sus agujeros y empezó a dar placer a su señora.
Lady Olivia emprezó a gemir de gusto mientras seguía desenfrenadamente lamiendo el clítoris de Patricia. Esta se despertó pero casi no podía moverse. Hubiera querido deshacerse de aquella mujer que la estaba forzando contra su voluntad pero no tenía fuerzas para defenderse.
Lo que más la humilló fue que con sus lametazos, lady Olivia estaba consiguiendo que se excitara.
Su ama, enculada por la criada, estaba a punto de explotar de placer. Entonces le ordenó que se pusiera detrás de ella y abriera bien la boca. La criada, sabiendo lo que le esperaba, se colocó detrás de su ama y mientras introducía uno de los consoladores por el culo, sacó el otro del coño de lady Olivia y se preparó para recibir el chorro de orina de la corrida de su señora.
Lady Olivia se corrió expulsando enormes chorros de orina encima de su criada y aceleró el ritmo de su lengua en el coño de Patricia. A los pocos segundos, ésta también se corrió, extenuada de placer por las sabias caricias de su ama. Entonces, una lágrima rodó por sus mejillas, recordando a su querido Joseph, sin saber muy bien que había sido de él.
Si queréis saber como sigue nuestra historia, no os perdáis el próximo capítulo de la serie.