Lady Patricia (01: El señor de outlook)
Primer capítulo de la serie Lady Patricia, ambientada en la Edad media, dónde se cuenta la vida sexual y el despertar al amor de una joven de 16 años.
LADY PATRICIA. Capítulo I: El Señor de Outlook
Esta historia transcurre en la Edad Media, época infame en la que los señores feudales eran dioses en sus tierras y su palabra la única ley que existía.
Para reafirmar su poder, disponían del ejército y de los diferentes acólitos, depravados y serviles, que a cambio de riquezas y status social aceptaban ser vasallos del tirano.
La Iglesia, con su fuerza entre los humildes creyentes, reforzaba la tiranía existente y otorgaba al Señor feudal la bendición de Dios para cometer los mayores atropellos imaginables.
De entre las regiones feudales de Inglaterra, era muy conocida por la crueldad de su Señor la del Condado de Outlook. Sir Spencer, Conde de Outlook, tenía un fiel aliado en la persona del Abad, Dom Perigord, un misterioso personaje que ejercía de férreo inquisidor del Conde.
En la Abadía de Outlook, Dom Perigord cobijaba las muchachas que Sir Spencer hacía prisioneras y las "preparaba" y "educaba" para el uso y disfrute como esclavas de su Amo y sus siniestros invitados.
Para ello contaba con la ayuda de un capataz, Joseph, que era el encargado de alimentarlas, asearlas y educarlas en las normas sociales adecuadas para que fueran dignas damas de compañía para los amigos del Conde. Joseph, el capataz, había sido maestro años antes en la capital del Condado hasta que fue detenido por no poder pagar los impuestos feudales. Fue puesto a disposición del Abad para el cuidado de las muchachas y paga su libertad con la educación y cuidado hacia éstas.
Dom Perigord era un sádico maestro en las artes sexuales. Le gustaba "educar" personalmente a sus esclavas y hacer de ellas auténticas expertas del sexo. Siempre escogía a las más jóvenes pues era de la opinión que era más fácil moldearlas en tierna edad.
Entre las lecciones que gustaba dar a las esclavas era la de que aprendieran a ser humilladas por cualquier persona. A las que eran vírgenes las preparaba para la desfloración utilizando los "otros" agujeros para ser enseñadas.
Le gustaba colocarlas en el patio del monasterio, totalmente desnudas y con los ojos vendados, atadas en una especie de silla de montar de manera que tanto su culo como su boca, quedaban a disposición de los monjes.
Antes de atarlas, las sometía a una extrema limpieza rectal mediante enemas de agua caliente. Así dejaba su orificio bien limpio y aseado. Les aplicaba una especie de ungüento lubricante y las dejaba a merced de los monjes durante un par de días. Durante este tiempo, las "elegidas" no podían alimentarse de nada que no fueran las corridas de los monjes en su boca ni beber nada que no fueran las cálidas meadas que estos gustaban dejar en sus labios.
De tanto en tanto, encargaba a otra de las esclavas que le aplicara un poco de ungüento para clamar el escozor de su ano y limpiaba la boca de la muchacha con una infusión de hierbas para que estuviera fresca y aseada para los siguientes usuarios.
Otra de las lecciones que le gustaba organizar, en este caso para su disfrute particular, era la de colocar a tres de ellas sentadas una al lado de la otra de manera que sus bocas estuvieran a la altura de su polla erecta. Entonces empezaba el juego y, a intervalos de un minuto más o menos, era complacido con una mamada lenta y delicada de las esclavas, hasta que la ganadora recibía el chorro de leche del Abad que debía tragarse sin dejar caer ni una sola gota.
Una vez apartada la vencedora, seguía el juego con las otras dos muchachas, hasta que una de ellas recibía una nueva corrida de premio. La que finalmente quedaba última y no había conseguido hacer correr a Dom Perigord, era castigada de manera adecuada.
El Abad llevaba a la muchacha al sótano de la abadía dónde la ataban de pies y manos, en cruz y con las extremidades bien tensadas. Puesta de esta manera, los perversos monjes disfrutaban de su cuerpo a placer.
Le untaban los pezones y el clítoris con miel y los monjes se entretenían a lamérselos durante horas mientras le introducían diferentes vegetales por el culo. Era inevitable que al cabo de poco tiempo, estallara de placer en varios orgasmos seguidos que eran celebrados por los monjes como trofeos victoriosos.
Entonces empezaban ellos a masturbarse y se corrían endemoniadamente encima de la muchacha, preferiblemente en la boca, hasta casi ahogarla de semen.
A medida que los monjes satisfacían sus necesidades sexuales, empezaban a urdir tratamientos menos agradables.
Dom Perigord sólo ponía un límite: a la esclava, propiedad de Sir Spencer sólo se la podía follar por el culo y por la boca, nunca debía ser desflorada. Y sobretodo, si se le aplicaban torturas, estas debían ser hechas de manera que a la "afortunada" no le quedaran señales de los tratos recibidos.
Los monjes, con los años, habían aprendido con maestría el arte del sadismo. A las chicas las torturaban con pinzas en los pezones y los labios vaginales; derramando cera caliente en todo el cuerpo; trabajando el orificio anal hasta poder introducir manos enteras, etc.
Pero la especialidad de la casa era "la garganta profunda". Los monjes mejor dotados se deleitaban introduciendo sus enormes pollas en las bocas de las esclavas y hacerles tragar hasta el fondo sus aparatos. Era toda una técnica que éstas debían aprender sino querían ahogarse. Con paciencia y horas de entreno, casi todas las muchachas se convertían en expertas tragadoras de pollas. La mayoría conseguía hacer correr a los monjes mientras deglutían sus pollas en el fondo de sus gargantas.
Acabadas estas sesiones, las muchachas eran puestas en manos de Joseph, el capataz, que era el encargado de cuidarlas, sanarlas y recuperarlas para posteriores sesiones. El capataz era un buen hombre que quería a sus pupilas y las cuidaba con esmero. A cambio de sus atenciones, en más de una ocasión las agradecidas muchachas habían querido obsequiarle con un tratamiento especial de los aprendidos en la abadía, pero Joseph siempre había rechazado sus favores. Decía que su corazón estaba ocupado desde hacía tiempo por una persona y quería serle fiel.
Lady Patricia era una bella muchacha, hija de un señor derrotado en la batalla por Sir Spencer y que fue hecha prisionera por éste a la tierna edad de 10 años. Sir Spencer se la entregó al Abad para que cuidara de ella hasta que fuera una mujer dispuesta para el uso y disfrute de su amo.
Lady Patricia fue educada por Joseph y para evitar que Sir Spencer la tomara como esclava, la suplantó por otra muchacha y la hizo pasar por hija suya.
Con el paso del tiempo, Patricia se convirtió en una bella adolescente y el pobre Joseph se enamoró perdidamente de ella.
Aunque éste creyó que podría apartar a Patricia de la vida de lujuria y perversión del monasterio, ésta pronto se hizo amiga del resto de muchachas que vivían en la abadía.
Con 16 años recién cumplidos ya le gustaba reunirse con ellas y escuchar atentamente los relatos de fiestas y orgías que Sir Spencer y el Abad organizaban con ellas.
En más de una ocasión y excitada por el transcurrir de la historia, le gustaba desnudarse delante de las otras mujeres y empezar a masturbarse mientras sus compañeras la acariciaban y besaban por todo el cuerpo. Sus orgasmos eran especialmente celebrados por su fuerza e intensidad.
Lady Patricia mantenía estas experiencias en secreto y siempre había soñado con participar en las historias que narraban sus amigas, especialmente cuando éstas le contaban como se podía satisfacer a cinco hombres a la vez: tres en los diferentes agujeros del cuerpo y dos más con las manos. Alguna hasta había conseguido en alguna ocasión, hacer correr a los cinco a la vez.
Otra de las cosas que Patricia añoraba experimentar era la de saborear los líquidos eyaculatorios de los hombres, aunque no descartaba en absoluto hacerse orinar dentro su boca: le parecía una situación de lo más excitante...
Un día, al regreso de una reunión con las esclavas, Patricia estaba especialmente excitada y al llegar a su casa, se encontró con Joseph, dormido en la alcoba. Como dormía desnudo, pudo ver la polla erecta de su padrastro y pensó que era una buena ocasión para experimentar las historias de sus amigas.
Pero esta historia merecerá otro capítulo próximamente.