Lady Cruella
Consciente de que su atractivo físico levantaba pasiones, Elizabeth, se exhibía voluptuosa ante los hombres que le rodeaban luciendo sugerentes vestidos que dejaban entrever su hermoso y voluptuoso cuerpo.
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LADY CRUELLA (I)
Lady Elizabeth era una joven Condesa casada con Don Fernando, un anciano Marques que casi le triplicaba en la edad. Don Fernando era dueño de una enorme hacienda en una gran isla Caribeña. Las plantaciones del Marques eran de las mas prosperas de toda la isla, pero también era amo de algunas fábricas algodoneras en la península Ibérica y de una compañía trasatlántica de transporte.
Don Fernando era poseedor de una inmensa fortuna.
A pesar de que la esclavitud había sido abolida hacia tiempo, era aceptada y tolerada por el gobierno títere al servicio de los aristócratas y grandes fortunas de la isla.
El Marques era un ferviente practicante católico. Sus esclavos, si es que así se les podía llamar, gozaban de ciertos privilegios que no tenían los negros de otras plantaciones de la isla; como eran no trabajar hasta la edad de trece años, escuela para los niños a cargo de un cura y una suficiente alimentación.
Las viviendas, aun que muy humildes, tenían unas pocas comodidades que las hacían más habitables. Los trabajadores de Don Fernando, como a él le gustaba llamarlos, se movían con toda libertad por la hacienda, tenían derecho a casarse entre ellos sin tener que pedir permiso al señor, como era el caso de otras haciendas. El domingo era dedicado al descanso y a la obligada asistencia a misa.
Lady Elizabeth cumplía fielmente el deber de buena esposa. Pero un día, Don Fernando, murió repentinamente. La joven Condesa aburrida de la austera vida en la hacienda se instalo en la mansión que poseía en la capital.
Allí hizo amistad con otros ricos hacendados que la introdujeron en la exclusiva alta sociedad isleña. Lady Elizabeth empezó a jugar a la ruleta en el casino y ha dar fiestas, donde no reparaba en gastar auténticos dinerales.
Sus negocios, heredados del Marques, le proporcionaban grandes sumas de dinero por lo que no tenia que preocuparse para nada de su economía.
La Condesa se volvió libertina y desenfrenada; le cogió gusto al lujo y a las cosas caras. Se mostraba altiva y arrogante con sus criados, a los que solía maltratar.
Cierto día, Lady Elizabeth visito de nuevo su hacienda. Desde que había muerto su marido estaba a cargo de un capataz que trabajaba para el Marques desde hacia muchos años.
Don Alonso era un buen hombre, ya de mayor se caso con una esclava de su misma edad. El padrino de la boda fue el mismo Marques.
Lady Elizabeth no había viajado sola, iba acompañada de Edgar, un joven guardaespaldas y de unos cuantos sicarios contratados por la señorita como escolta personal.
Consciente de que su atractivo físico levantaba pasiones, Elizabeth, se exhibía voluptuosa ante los hombres que le rodeaban luciendo sugerentes vestidos que dejaban entrever su hermoso y voluptuoso cuerpo.
Sabia, y le satisfacía saber, que era el sueño masturbatorio de muchos hombres, tanto de clase alta como en sus mismos guardianes o incluso de algunos esclavos.
La joven Condesa además de tener una esplendida figura, era muy bella. Llevaba una melena negra, que enmarcaba su preciosa cara de la que resaltaban unos bonitos ojos azulados y unos sugerentes labios carnosos.
Una tarde mando a su joven esclavo, un negro que le profesaba mucha admiración y devoción, que avisara al capataz para que se presentara ante ella.
Al poco rato Don Alonso llamo a la puerta de las estancias de la señora Condesa.
Elizabeth estaba tumbada en un diván fumando un cigarrillo con una larga boquilla, mientras su esclavo la abanicaba. Llevaba puesto un hermoso batín de seda blanco y unas zapatillas a juego de alto y fino tacón. Con voz autoritaria ordeno al capataz que entrara.
Este permaneció de pie frente a ella.
- Don Alonso. Dijo la Condesa. A partir de mañana van a cambiar mucho las cosas en esta hacienda. Quiero que se vuelva a utilizar el látigo con los esclavos.
- Pero señora Condesa, replico Don Alonso, el señor Marques lo había prohibido
- El señor Marques murió, y ahora yo soy la dueña de la hacienda ¿verdad?.
Levantándose del diván, rodeo a Don Alonso y cuando estuvo detrás suyo acercó sus labios a la oreja del capataz, entonces le susurro.
- Y .. además .. a mi me excita y me da mucho morbo ver azotar a los esclavos. Acto seguido la Condesa lanzo una malévola carcajada que hizo estremecer a Don Alonso.
- Quiero que estos holgazanes trabajen duro. La producción debe de aumentar el doble, se ha terminado hacer fiesta el domingo. Don Alonso! quiero que trabajen todos mis esclavos desde los siete años hasta que no puedan mas, ¿ha entendido bien?.
El capataz se retiro de las habitaciones de la Condesa muy preocupado por las repercusiones que pudieran tener las nuevas órdenes de la señorita Elizabeth.
Al anochecer la señora hizo reunir a todos sus hombres en el patio de la mansión. Elizabeth llevaba puesto un corsé de cuero negro que dejaba a medio cubrir sus bien torneados pechos, hacia juego con unos largos guantes también de cuero que le llegaban hasta encima de los codos. Completaba su vestuario con unos ajustadísimos pantalones blancos y unas botas de taco alto que se alargaban un poco más arriba de las rodillas. Blandía una fusta con la que golpeaba suavemente contra su otro guante, en el cinto llevaba colgada una cartuchera con un revolver.
Acompañada de su fiel guardaespaldas, Elizabeth arengo a sus sicarios.
- No quiero ninguna contemplación con mis esclavos, deben de trabajar duro y si no lo hacen les azotáis fuerte y sin miramientos.
Aquella misma noche, con el pretexto de que los terrenos que ocupaban las chozas iban a ser transformadas en cultivos, todos los esclavos fueron trasladados a unos hangares.
Allí ante la imperativa presencia de la Condesa, Don Alonso, fue obligado por ella a leer las normas que regirían en la hacienda a partir de entonces.
Mientras iba recitando las estrictas órdenes que Elizabeth había impuesto, de vez encunado, se sentía algún que otro rumor o queja, pero sin llegar a más, debido al temor que infundían los guardias armados de la señorita.
Aquella noche, Don Alonso, no pudo conciliar el sueño. Su conciencia y moral cristiana, labrada durante años al servicio del Marques, hacía que su interior se revolviera contra la cruel forma de tratar a los esclavos que la nueva dueña de la hacienda estaba imponiendo.
Así, que mientras los sicarios capitaneados por el guardaespaldas personal de la señorita Elizabeth estaban poniendo grilletes a los negros; Don Alonso, decidió acudir a parlamentar con ella. La Condesa estaba tomando un delicioso baño de espuma, asistida por su joven esclavo.
- OH! ¿Que desea mi capataz?
- Vera señora Condesa, el señor Marques era muy creyente, como yo. Le ruego que al menos permita a los esclavos oír misa los domingos.
Elizabeth se hecho a reír, mientras saboreaba una copa de champaña.
- No me diga que cree usted en estas bobadas. Aquí la única Diosa que existe soy yo. Así que a partir de ahora quiero que los esclavos me adoren como a una Diosa, jajá jajá.
- Ordeno que todos los esclavos se arrodillen ante mi Augusta presencia, jaja jaja. A, y los Domingos al medio día, en vez de comer, lo dedicaran a mi adoración personal, será muy divertido ja ja ja.
- Señorita, en estas condiciones no podemos seguir trabajando para usted.
- O que pena Don Alonso!, puede usted marchar de mi hacienda cuando guste. Pero si no recuerdo mal no he concedido la libertad a ninguno de mis esclavos ¿verdad?.
- ¿Que quiere decir con ello, señorita?
- Su esposa es una de mis esclavas. Cuanto lo siento, tendrá que marcharse solo. .
- Se lo suplico señorita Elizabeth. Déjenos marchar a los dos.
- No es mi intención dejar en libertad a ningún esclavo. Sin embargo, tratándose de usted y como deferencia a los años que trabajo para mi pobre difunto marido, estoy dispuesta a dar un trato preferente a la negra de su mujer. Formara parte de mi servicio personal y la liberare de trabajar en las plantaciones.
Dígale que se presente ahora mismo ante mí.
Don Alonso marcho de la mansión de la señorita Elizabeth bastante aturdido, aquella decisión no le convencía pero no tenía otro remedio que aceptarla.
El inmenso poder que ejercía Elizabeth sobre sus subordinados la excitaba enormemente. Ordeno a su joven esclavo que le hiciera sexo oral. El joven esclavo lamía con autentica devoción el sexo de su Diosa, ella se contorsionaba de placer, gemía y aprisionaba la cabeza de su negro contra su coño.
Al poco rato se presento ante ella Karima, acompañada de su marido. La Condesa estaba semidesnuda y sentada sobre la boca del esclavo que aun le lamía el clítoris. Sin ningún escrúpulo por la presencia del matrimonio, ordeno al joven negro que no parará de adorarla.
Dirigiéndose a Karima le dijo
- Que haces todavía de pie ante mi sagrada persona, de rodillas! estúpida negra! Y miro burlona hacia el capataz que asistía aturdido ante aquella pecadora mujer.
Elizabeth alcanzo en pocos segundos un descomunal orgasmo. Entonces sin retirar el coño de la boca de su esclavo orino en su interior, queriendo así humillarlo por completo ante la presencia de Don Alonso y de Karima. Boby, que era el nombre que Elizabeth había puesto a su esclavo personal, trago con gusto toda la lluvia dorada que su dueña depositaba en su boca.
Entonces ordeno a Don Alonso que se retirara y dirigiéndose a su esposa.
- Veamos, ¿que sabes hacer?. Ya se, límpiame los zapatos!. Elizabeth acerco la suela de su sandalia a la boca de Karima, esta no tubo más remedio que pasar la lengua por toda la suela del zapato de la Condesa.
La señora gozaba de la humillante escena, hundía sus finos tacos en la boca de la esclava. Mientras Karima lloriqueaba sin parar.
- De ahora en adelante tu nueva misión será fregar los suelos constantemente, jajá jajá. Los quiero limpios como un espejo, entendido!.
CONTINUARÁ