Lady Cruella (3)

Anochecía cuando Lady Elizabeth hizo acto de presencia en el selecto Gran Casino, lugar de cita obligada de la Alta Sociedad. Tal y como era de esperar, lo ocurrido en la madrugada anterior en la Mansión del Barón era ya de domino publico y motivo de numerosos comentarios y chismorreos entre los multimillonarios asistentes al Casino

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LADY CRUELLA (III)

Anochecía cuando Lady Elizabeth hizo acto de presencia en el selecto Gran Casino, lugar de cita obligada de la Alta Sociedad. Tal y como era de esperar, lo ocurrido en la madrugada anterior en la Mansión del Barón era ya de domino publico y motivo de numerosos comentarios y chismorreos entre los multimillonarios asistentes al Casino.

Entró como siempre, altiva y orgullosa. Embutida en un lujoso y provocativo vestido semitransparente de color marfil con bordados de pedrería y un monumental escote en la espalda que le bajaba hasta dejar entrever el principio de su más que divino culito y con un tajo lateral hasta los muslos. Ataviada con sus preciosas y valiosísimas joyas.

En aquel mismo momento se hizo un abrumador silencio, los ojos de los allí presentes se giraron hacia ella para contemplar tan divino cuerpo avanzando a paso firme y seguro a través de la sala.

Los hombres se abalanzaban a su paso, atraídos por la perversa fascinación que la Condesa Elizabeth ejercía sobre ellos. Deseosos de recoger, aun que fuera una migaja, de su graciosa sonrisa o tal vez un pequeño gesto o un saludo con sus bellas manos.

Algunos se atrevían a soñar con estar en el lugar del Barón da Silva, otros se hubieran arrodillado a sus pies para suplicarle un poco de su preciada atención.

Las sufridas esposas de estos varones, muchas de ellas beatas inconfesables, se agrupaban en un rincón del local para criticar a la bella Elizabeth. Tachándola de encarnación del mal o del mismo diablo y quizás no estuvieran del todo equivocadas.

Lady Elizabeth, provocadora como siempre, les lanzaba un saludo mientras seguía flirteando con sus esposos.

Entre risas y rodeada de sus más adictos aduladores, la Condesa, iba desgranando detalles de la tortura a la que habían sometido a Marian y de la humillación y entrega hacia ella que le había demostrado la Baronesa.

Uno de estos embobados admiradores era un hacendado casi en la ruina debido a su adicción al juego.

Don Paolo, que así se llamaba aquel empedernido jugador, estaba casado con Nona, una mulata, antigua esclava suya. Poseía unas tierras que limitaban con las de la Condesa.

Ahora se disponía a probar suerte en la ruleta y Lady Elizabeth a destrozarlo para siempre. Lo animaba a apostar y Don Paolo perdía una y otra vez.

Elizabeth, le ofreció un préstamo y este aceptó. Finalmente y apostando grandes sumas dinero tan solo quedaban ellos dos en el tablero de juego. La economía de la Condesa se lo podía permitir, pero no así la de Don Paolo que término embargando y perdiendo sus tierras a manos de Lady Elizabeth.

Ya desesperado y no sabiendo que mas apostar para seguir jugando y así intentar recuperar sus bienes. La diabólica Condesa, le dijo entre burlas....

  • ¿Porque no apuestas a la mulata?. Si ganas te devuelvo todos tus bienes. Ahora bien, si pierdes me quedo con tus tierras, esclavos y tu mujer.

Aquella propuesta hizo temblar a toda la sala de juegos, alrededor de la mesa se habían congregado numerosos curiosos deseosos de ver como terminaba la historia.

De todos era sabido que si la mulata terminaba en manos de la cruel Condesa lo pasaría muy mal, pues esta la utilizaría para divertirse con ella.

El vicioso Paolo probó suerte una vez más y perdió, perdió todo lo que tenia.

Elizabeth, risueña y victoriosa, encendió un cigarrillo y con una copa de whyski en la mano, delante de todos los allí presentes; reclamo lo debido sin importarle dejar a Paolo y a sus hijos en la mas absoluta de las miserias.

Este postrado a los pies de la despiadada Elizabeth, suplicaba una y otra vez que perdonara su deuda.

Un perdón que estaba claro que no llegaría, no entraba en los planes de la Condesa apiadarse de nadie. Y menos habiendo conseguido aumentar su ya enorme patrimonio.

Las luchas por el poder y el control de tierras y materias primas era motivo de continuas disputas entre los miembros de la Alta Sociedad, de los cuales la ambiciosa Condesa no era ajena.

Animada por algunos de los allí presentes que disfrutaban viendo a Don Paolo humillado y arruinado, Elizabeth exigió la entrega inmediata de la mulata.

Nona, se encontraba en unas dependencias a parte, no estaba permitida la entrada en el club del Gran Casino a gente de color, aun que fueran libres o casados como era este su caso, con miembros de la Alta Sociedad.

Don Paolo se resistía, pero fue forzado por algunos de los asistentes a ir en su busca y llevarla ante la Condesa.

Una vez en su presencia, Elizabeth exigió a Don Paolo que le entregara a la mulata como esclava.

Nona no dejaba de gritar que era libre.

Pero fue obligada, no sin oponerse a ello con todas sus fuerzas, por su marido a postrarse de rodillas. Llena de rabia, escupió en lo que tenía mas cerca, los zapatos de Lady Elizabeth.

Esta con calma pidió que alguien le prestara un látigo. En unos momentos tubo uno en las manos y no le faltaron voluntarios para amarrar a la pobre Nona rajándole con unas tijeras el vestido para dejar su espalda a disposición de la bella dama que se disponía a castigarla.

La Condesa de Montesinos alzo majestuosamente el látigo y haciéndolo voltear en el aire lo estrello con furia sobre la espalda de Nona, produciendo el excitante sonido que hace el cuero cuando golpea con crueldad la piel. Nona suplicaba con lágrimas en los ojos que cesara el castigo.

Después de una tanda de azotes, la mulata, haciendo caso de los consejos que había recibido de sus progenitores. Humildad y obediencia para ahorrar sufrimiento a los esclavos. Se arrastro hasta los pies de su nueva ama, los beso y lamió el escupitajo a la vez que suplicaba perdón.

La multitud allí congregada lanzo unos sonoros aplausos de aprobación hacia la Condesa que ahora reía orgullosa y satisfecha.

Cuando llegaron a la hacienda Nona fue entregada a Edgar, el capataz, para que terminara con su educación.

Al cabo de unos días le fue devuelta a la Condesa, marcada al rojo vivo con sus iniciales, fiel y sumisa como una perra. Lady Elizabeth la solía exhibir en sus fiestas como si de un trofeo de caza se tratará.

Algunos terratenientes por fe cristiana o por haber arruinado sus haciendas, habían concedido la libertad a sus esclavos. Ahora se amontonaban a la espera de mejor calidad de vida en verdaderos guetos en los suburbios de la capital.

La Condesa Elizabeth de Montesinos, rodeada de fuertes medidas de seguridad por parte de sus guardaespaldas, gustaba en exhibirse con toda ostentación de lujo y riqueza en estos míseros barrios. Desde una ventanilla de su millonario Rolls, practicaba lo que según ella era un acto de caridad.

Lanzaba hacia una multitud de adultos vagueantes o de niños jugando un montón de calderilla y se divertía a carcajada limpia en ver como niños y mayores peleaban entre ellos para poder recoger alguna moneda que les solucionara el día.

Mientras Nona, arrodillada entre sus piernas en el interior del amplio automóvil le adoraba el clítoris para dar placer a su ama.

Así era ella. Bella, rica, cruel y sádica.

En la hacienda las viviendas en que habitaban los esclavos habían sido destruidas, los terrenos que ocupaban ya estaban labrados para convertirlos en nuevas plantaciones.

Los hangares se acondicionaron como calabozos para albergar a todos los esclavos de la Condesa Elizabeth. Dormían en el suelo, en lechos de paja, la comida se les servia en unas grandes comedoras como si fueran ganado.

La gran mayoría de los negros aceptaban resignados su nueva condición.

Solían lamentar:

"No podemos esperar nada mas, al fin y al cabo tan solo somos esclavos!".

Karima, la casi ya anciana Karima llena de dolor en sus frágiles huesos, que tan solo unos meses atrás regentaba la hacienda junto a su marido Don Alonso. Ella, que cuando Elizabeth llego a la finca del Marques recién casados, la acogió cómo si de una hija se tratara y por indicación del señor Fernando se entrego en cuerpo y alma para hacerle una vida mas placentera.

Pero aquella actitud maternal molestaba enormemente a la joven Condesa que creía que una criada, y mas siendo una esclava, debía de someterse a sus designios y no obrar como si fuera una mas de la familia.

Desde aquellos primeros momentos se había puesto de manifiesto la poca simpatía que la Condesa de Montesinos sentía hacia Karima. En presencia de su difunto marido el Marques, Elizabeth era amable y simpática con ella, pero en privado la trataba con arrogancia y soberbia.

Ahora era dueña y señora de la hacienda y la situación había cambiado radicalmente, por expreso deseo de la Condesa, Karima era obligada a fregar de rodillas los suelos de la inmensa Mansión.

Un trabajo duro para su edad, empezaba por las mañanas muy temprano y no terminaba hasta entrada la noche. A veces estaba ya descansando cuando Lady Elizabeth llegaba a la mansión y si le parecía que el suelo no estaba lo suficiente limpio y reluciente hacia llamar a la pobre esclava y la obligaba a limpiar de nuevo.

Y no tan solo esto, sino que tenia que soportar la crueldad con que solía tratarla.

Un anochecer en que Lady Elizabeth volvía del Casino algo bebida se topo con la pobre de Karima.

  • ¡Esclava, vengo observando que no me tratas con el debido respeto!.
  • ¿Acaso no sabes que ante mi Divina presencia debes postrarte con la frente pegada en el suelo en señal de adoración?.

¡Mira inútil!, he pensado que para facilitarte el trabajo esperarás arrodillada en la puerta de la calle a que yo llegue. Luego me suplicaras que te deje tener el honor de limpiar la suela de mis zapatos con tú asquerosa lengua y así no tendrás que levantarte a fregar de nuevo, jajajaja….

¡Para que te acuerdes de ello ordenaré que te den quince azotes!

La Condesa dispuso que los azotes se los diera el mismo Don Alonso, marido de Karima. Este, dio mil y una excusas para librarse de azotar a su querida esposa. La cruel Elizabeth le advirtió que si no lo hacia él ordenaría que fuera Edgar el que aplicara el doble de latigazos a Karima y seguro que Edgar se ensañaría con ella.

Así que finalmente Lady Elizabeth pudo gozar del morboso espectáculo de ver al bueno de Don Alonso azotando lloroso a su amada Karima.

En un pequeño grupo de esclavos empezó a germinar la semilla de la rebelión. Así que trazaron un plan para asesinar a su odiada tirana.

La envenenarían con una planta que ellos conocían muy bien y que crecía asilvestrada en los campos. Tenían que encontrar un aliado o aliada en la mansión de la Condesa, a poder ser que tuviera acceso a la cocina. Establecieron contacto con Karima, que se ocupo de convencer a Nona para que tirara el veneno en las comidas que servia a la señorita Elizabeth.

Pero los secretos a veces no se pueden guardar. Así que Boby, se enteró del plan y le falto tiempo para acudir a contárselo a su adorada Diosa.

La Condesa estaba ya a punto de irse a descansar cuando llamo a la puerta de sus estancias su joven esclavo.

Se arrodillo ante ella y con la frente pegada al suelo pidió permiso para hablar.

  • Elizabeth le preguntó. ¿Que quiere mi fiel perrito?.
  • Divina Diosa Elizabeth. Hay un plan para asesinarla!

Boby contó a la Condesa todo lo que sabía sobre ello.

Elizabeth, enfurecida, llamo de inmediato a su guardaespaldas he hizo detener a Karima. Sus guardias la llevaron ante su presencia. Dos sicarios amarraban a la esclava por los brazos y la obligaban a permanecer de rodillas. Elizabeth la abofeteo con saña, acto seguido cogió su revolver y se lo introdujo en la boca, llena de ira y fuera de sí le decía.

  • Estúpida negra. Habla! Quiero que me digas quienes son los conspiradores o hago que te tragues una de mis balas.
  • Karima asustada y llorando, suplicaba que no la matará.

Elizabeth retiró el revolver de la boca de su esclava.

  • De momento no voy a ejecutarte, me servirás mejor viva que muerta, mas adelante haré que seas tu misma la que me implore que te quite la vida. Una perversa sonrisa se dibujo en los carnosos labios de la Condesa.

Seguidamente ordeno que se hiciera formar a todos los esclavos, desde los más pequeños hasta los ancianos, completamente desnudos en el patio de la mansión.

Dirigiéndose a su guardaespaldas le dijo.

  • Ocúpate de que rapen la cabeza a esta perra, y luego ponle un collar con una cadena en el cuello.

Lady Elizabeth se hizo vestir por su esclavo. Se puso para la ocasión el corsé de cuero negro que tanto realzaba su divino cuerpo a juego con los guantes y las relucientes botas de taco alto y de fino metal.

Encima llevaba un chaquetón también de cuero negro, largo hasta los pies. En la cintura se había puesto la cartuchera con su revolver. La Condesa había dejado su sexo al descubierto.

Se presento ante sus guardianes blandiendo su temida fusta en la mano. Agarro a la pobre Karima, que no paraba de llorar y tirando de la cadena le dijo.

  • Vamos! ha ver si eres una buena perra de caza.

Elizabeth forzó a su esclava a caminar a cuatro patas hasta el patio donde estaban formados el resto de los esclavos.

  • Ahora pasearemos en medio de esta chusma, cuando huelas a uno de los conspiradores quiero que ladres, ¿entendido perra?.

Don Alonso que estaba presente en el patio. Suplico a la señora que perdonara a los conspiradores, que les diera otra oportunidad.

La Condesa no estaba dispuesta a tener clemencia de nadie, así que despidió al capataz y ordeno que lo echaran inmediatamente de la hacienda.

Entonces continúo con su sádico plan. Al pasar por delante de un robusto esclavo, Karima muy asustada ladro tímidamente, Elizabeth la obligo ha hacerlo mas alto para que se oyera en todo el patio.

El esclavo al verse descubierto se arrodillo a los pies de Lady Elizabeth y empezó a lamer sus botas a la vez que suplicaba perdón.

La Condesa llena de ira, sin ningún miramiento ni compasión empezó a darle una brutal paliza. Lo azotaba y pataleaba con sus botas clavándole los finos tacones por todo el cuerpo.

En el patio reinaba un silencio sepulcral, solo se oía los quejidos del esclavo que estaba siendo torturado por su dueña, ante las miradas de impotencia de los demás esclavos y de sus guardianes que asistían complacidos a los caprichos de su jefa.

Cuando ya estaba casi inmóvil, Elizabeth puso uno de sus finos tacones en la boca del esclavo y forzando a que abriera la boca apretó con fuerza clavándole el taco de metal en su garganta.

Dejo al pobre esclavo tumbado en el suelo sangrando por la boca, nadie se atrevía a tocarlo.

Continuo el paseo con su perra, cuando pasaba por delante de algún implicado en el intento de rebelión, esta ladraba, así hasta nueve esclavos.

Todos ellos fueron llevados hasta una pared del patio. Lady Elizabeth los hizo poner de rodillas de cara a la pared, con las manos atadas a la espalda.

Entonces comenzó un macabro sorteo. Desenfundo su pistola, saco todas las balas del tambor menos una y lo hizo rodar sin saber en que lugar ocupaba la única bala que quedaba dentro.

Camino lentamente detrás de sus espaldas. Tan solo el taconeo de los finos estiletes de las botas de la Condesa rompía el absoluto silencio. Aleatoriamente, Elizabeth se paraba detrás de uno de ellos. Apuntaba su pistola a la cabeza del esclavo y apretaba el gatillo, aquel sádico juego se fue repitiendo hasta que la pistola disparo la única bala a la cabeza de uno de los esclavos.

Ella gozaba de aquella situación, el miedo que se percibía en el ambiente la excitaba, tenia el clítoris empapado y los pezones duros y erectos.

Se acerco a su guardaespaldas y le comento.

  • Me siento como una Diosa cachonda de placer.

Aquella orgía se alargo hasta entrada la madrugada. Después de azotar al resto de los implicados en la rebelión, Elizabeth ordeno que se los castrara. A Nona y a Karima les hizo amputar los pezones. En el pasado había sido una práctica bastante común en las haciendas de la isla cuando se trataba de castigar intentos de rebelión de los esclavos.

Antes, la Condesa piso con su bota la cabeza de Karima y con una malévola sonrisa, le comunico que siempre más en su mísera existencia seria una perra.

  • Serás mi perra personal.

El resto de esclavos rebeldes, incluida Nona, fueron ejecutados muy lentamente por expreso deseo de la Condesa de Montesinos.

La represión no acabo aquí. Lady Elizabeth dispuso que todos los casi trescientos esclavos de su propiedad irían siempre desnudos y que hasta nueva orden solo se les serviría una comida diaria.

La Condesa se retiro a sus aposentos acompañada de Edgar y de su esclavo personal. Tan solo entrar en su habitación, Elizabeth agarro a su guardaespaldas y lo morreo con mucha pasión, diciéndole que estaba muy excitada y deseaba follar con él.

Empezaron un apasionado juego erótico de lametones y magreos.

Edgar lamía los erectos pezones de Elizabeth, mientras ella jadeaba de placer y clavaba sus largas uñas de color sangre en su espalda.

Su esclavo permanecía de rodillas en una esquina de la sala. Elizabeth agarro la cabeza del guardaespaldas y le obligo a chuparle el clítoris, entonces llamo al negro y le ordeno lamerle el culo.

Elizabeth se sentía llena de vanidad y poder, su guarda tenia ya el pené muy erecto, momento que ella aprovecho para penetrarlo, los dos se enzarzaron en un desenfrenado vaivén de cuerpos hasta que eyacularon en medio de unos jadeos estremecedores de placer.

Terminado aquel primer acto, la Condesa todavía no satisfecha, se hizo poner en su cintura un arnés y dirigiéndose a su joven esclavo.

  • Hoy voy a desvirgar tu culo.

Edgar lo amarro por los brazos mientras que Elizabeth le penetraba sin piedad. El negrito chillaba de dolor y pasión a la vez.

La velada termino con el guardaespaldas y la señora durmiendo en la cama y su esclavo en el suelo.

Al medio día la Condesa y su amante comieron juntos. Estaban aun en la sobremesa cuando una esclava entro, se arrodillo y pidió permiso para hablar.

Su dueña le dijo:

  • ¡Que quieres estúpida!, mas te vale que lo que tengas que decir sea importante, sino are que te azoten a muerte.

La pobre esclava estaba muerta de miedo, sabía que las palabras de la Condesa no eran ninguna broma. De los nervios tartamudeaba, no le salían las frases.

  • A que esperas pedazo de inútil ¡habla!

Finalmente la esclava pudo articular las palabras.

  • Divina Diosa Elizabeth, el señor cura pide ser recibido por usted.

Lady Elizabeth exclamo. ¡OH voy prácticamente desnuda!.

Seguidamente poniendo de manifiesto su amoralidad dijo.

  • Da igual, será divertido ver la cara que pone el señor cura. Edgar y ella lanzaron una sonora carcajada.

Lady Elizabeth tan solo llevaba puesta una transparencia negra que le llegaba hasta los pies, pero que dejaba entrever sus preciosos pechos y su rasurado sexo.

Calzaba unas altísimas sandalias doradas con unas tiras de cuero que le dejaban los pies prácticamente al descubierto.

En uno de ellos lucia un pequeño anillo de diamantes que hacia juego con una tobillera. En las manos llevaba también unos anillos de gran tamaño.

Completaba su atuendo un largo collar de perlas y unos gruesos pendientes de aro.

Edgar tenia el torso descubierto, se apreciaba un pecho musculoso y depilado, como le gustaba a su jefa.

  • Edgar, ocúpate luego de que corten la lengua a esta inútil perra, jajaja.

El párroco entro en la estancia donde estaban Elizabeth y Edgar. La Condesa había encendido un cigarrillo en una larga boquilla.

Sin levantarse ni moverse de sus asientos, Elizabeth invito al párroco a sentarse.

Este sin quitar la vista de la señorita que a la vez lo miraba burlona les dijo.

  • Excelencia. No quiero molestarles.
  • Por favor señor cura no nos molesta, tomase un whisky con nosotros.
  • No quisiera abusar de su hospitalidad, Señora Condesa.

Finalmente el cura tomo asiento. La señorita Elizabeth le pregunto.

  • ¿Qué le trae por mi mansión Don Pepe?, que era el nombre del cura.
  • Vera usted señora Condesa, Don Alonso me ha contado lo que paso con su esposa y venia a suplicarle piedad para ella.
  • Cuanto lo siento no poder complacerle Don Pepe, pero Karima cometió un terrible fallo, además de abusar de hospitalidad. Así que la he castigado como se merece.
  • ¿Y como es que sus esclavos ya no van a misa los domingos?. ¿Ni los niños a la escuela?.

Elizabeth se rió. Y dirigiéndose a él.

  • Señor párroco, mantener mi nivel de vida reporta muchos gastos y estos holgazanes no trabajaban demasiado, así que tuve que hacer algunos cambios.

Mientras conversaban Elizabeth alzo un pie, sacándolo de la sandalia se lo acercó a la boca de su guardaespaldas que lo lamió desde los deditos hasta el empeine de su precioso pie. Ella se acariciaba los pezones y con la lengua se lamía sus carnosos labios.

Con una melosa voz como ella sabia hacer le pregunto al cura.

  • Sabe señor párroco ¿cuanto cuesta esta pequeña joya que adorna mi pie?. Tanto como un mes de trabajo de mis esclavos. Oh, el champaña francés que suelo tomar para acompañar el caviar?.

En la mesa aun se podía apreciar las sobras de su comida. Elizabeth aprovecho para llamar a su esclavo personal.

  • ¡Boby ven, acércate!. De una parte oscura de la habitación salio a cuatro patas el joven esclavo atado a una gruesa cadena de metal. Acercándose hasta donde estaba su dueña, ella cogiendo trozos de comida se los tiro al suelo para que Boby comiese de ellos.
  • Ve señor cura., dejo que mis esclavos saboreen también mi comida.

No se preocupe, la paga que recibía de mi difunto marido voy a seguir pasándosela igualmente. Es mas, se la voy a aumentar.

Entonces cogió un fajo de billetes y le dio una cantidad a Don Pepe.

Este se levanto de su silla y agradeció enormemente el gesto de la señora Condesa. Ella sin levantarse de su sillón le despidió, no sin antes acercarle la mano para que se la besara.

Cosa que Don Pepe hizo con mucho gusto, mientras ella le lanzaba una sugerente sonrisa.

Edgar que aun seguía lamiéndole el pie, subió sus labios por sus bronceadas piernas hasta su sexo, se dedico entonces ha adorarlo con mucho deleite. Mientras le comentaba.

  • Divina Diosa su maldad tan solo es comparable a su belleza.

Ella lanzo una sonora carcajada.

  • Me gusta que me digas esto. El poder es un potente afrodisíaco, me mantiene permanentemente excitada y ejercerlo despóticamente contra seres inferiores y sin ninguna defensa es sublime, jajajaja.

Lady Elizabeth se sentía pletorita y soberbia. Una vez mas los ricos y poderosos habían vencido las ansias de libertad de los pobres esclavos.

FIN