Lady Cruella (2)
Habían pasado ya algunos meses desde que Lady Elizabeth impusiera su tiranía en la hacienda. La Condesa era conocida entre los ambientes selectos de la isla como Lady Cruella.
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LADY CRUELLA(II)
Habían pasado ya algunos meses desde que Lady Elizabeth impusiera su tiranía en la hacienda. La Condesa era conocida entre los ambientes selectos de la isla como Lady Cruella.
Su presencia en reuniones y fiestas de alta sociedad era todo un advenimiento. Hacia su entrada altiva, orgullosa y segura de si misma. Enfundada en provocativos y escandalosos vestidos, luciendo caras joyas.
Los varones acudían a ella para saludarla y expresarle admiración por su belleza.
Se disputaban sus atenciones como auténticos borregos. Muchos de ellos deseosos de conocer detalles de su perversa crueldad con sus esclavos.
Elizabeth, era también objeto de murmullos entre las damas, que envidiaban su espléndida figura y el poder de atracción que ejercía hacia sus maridos, aunque muchas de ellas anhelaban en imitarla.
Uno de estos fervientes admiradores era un rico e influyente aristócrata Portugués, el Barón Don Mario da Silva y de Pessoa, que andaba desde hacia tiempo como gato en celo tras ella. A pesar de su madurez, Don Mario, era un hombre bastante atractivo físicamente, todo al contrario que su esposa, Doña Constanza que presentaba un aspecto descuidado pareciendo mucho mayor que el Barón, quizás debido a las pocas atenciones que le prestaba su marido.
Una tarde en el casino, el Barón se acercó a Lady Elizabeth y le susurro al oído:
- Divina Condesa estoy dispuesto a cualquier cosa, por alocada que sea, con tal de pasar una noche de placer con usted.
Aquella sonada propuesta hizo reír con ganas a Elizabeth, cuando pudo reponerse de ello, se dirigió al Barón diciéndole:
- Dispuesto a cumplir cualquier deseo mió, Barón?.
- Por supuesto Excelencia. Después de un pequeño silencio. Elizabeth le exigió.
- Quiero que sacrifique en mi honor a la esclava personal de su esposa.
Aquella insólita propuesta dejo atónito a Don Mario, pensó que tal petición le acarrearía graves problemas con su mujer.
Era de sobras conocido por todo el mundo que la esclava de la señora Baronesa era mucho mas que una simple esclava, era su amante con la que Doña Constanza ahogaba sus penas mientras su marido dilapidaba autenticas fortunas en juego y mujeres.
Pero Don Mario había perdido la cabeza por la Condesa, así que aria lo que fuera para conseguir sus propósitos.
En aquellos momentos le importaba muy poco la manera que podía reaccionar su esposa, él era dueño de todo cuanto poseían. Al fin y al cabo ella solo era Baronesa consorte y si se ponía muy borde se divorciaba y basta; a mas desde hacia tiempo planeaba vengarse de ella, la odiada a matar y ahora se le ofrecía la ocasión de hacerla sufrir.
Y no iba él a dejar pasar la oportunidad que tanto anhelaba, una noche con la más bella y deseada mujer de toda la isla.
Era tal el deseo que lo embriagaba que tras aquellas reflexiones, Don Mario se dirigió a la Condesa.
Estoy dispuesto a complacerla Lady Elizabeth
Como queriendo sellar el pacto, el Barón acerco sus labios a la mano de la Condesa. Entonces ella, con uno de sus bellos dedos acabados en largas uñas lacadas de un rojo oscuro y adornado con un grueso anillo de brillantes, le levanto la barbilla hacia arriba y mirándole fijamente a la cara con sus azulados ojos penetrantes y una hermosa sonrisa en los labios le dijo.
- Quiero un sacrificio con mucho dolor, dolor y sufrimiento.
- ¿Cuando desea que se lleve a cabo hermosa Elizabeth?
- Hoy mismo. Hacia la media noche vendré a su mansión. Elizabeth se alejo del Barón lanzándole un beso con la mano.
Hacia las doce de la noche el lujoso Rolls de la Condesa paraba frente la escalinata que conducía a la entrada principal de la mansión del Barón da Silva y de Pessoa.
El chofer, uniformado y con guantes blancos abría la puerta trasera del auto e inclinaba la cabeza cuando Lady Elizabeth bajaba del vehiculo.
Llevaba puesto un hermoso abrigo de pieles blanco, que se alargaba hasta los tobillos. Calzaba unos puntiagudos zapatos negros de salón con fino y largo tacón de aguja, una pequeña pulsera adornaba su precioso tobillo.
Media melena negra, lisa pero voluminosa, el flequillo recto, largas pestañas y labios rojos oscuros. Unos gruesos pendientes de aro adornaban su preciosa cara. Elizabeth estaba increíblemente bella.
Latamente subió las escaleras de fino mármol cubiertas por una alfombra roja que el Barón había ordenado poner como en los días de grandes celebraciones.
En la parte superior de las escaleras la esperaba él, Don Mario, vestido también para la ocasión con un elegante esmoquin.
Al llegar arriba el Barón beso la mano de la Condesa y esta le correspondió con un largo y calido beso en la boca.
Entonces él, la invito a pasar a un amplio salón de la casa, el cual atravesaron para salir a un jardín de la parte trasera.
Allí el Barón había hecho instalar un enorme y cómodo sillón que más bien parecía un trono para una reina, invito a Elizabeth a sentarse en él. A su lado, de rodillas, una joven esclava tenía en sus manos una bandeja con unas copas de champaña.
Unas dos docenas de esclavos, con los torsos desnudos, colocados en círculo aguantaban cada uno de ellos una antorcha con la que alumbraban un poste de madera que había en la parte central.
El Barón hizo traer a la esclava totalmente desnuda y rapada de la cabeza, con las manos amaniatadas a la espalda. La obligaron a postrarse de rodillas frente a la Condesa, temerosa de lo que le pudiera suceder beso los pies de Elizabeth. Seguidamente fue atada al poste de madera y un musculoso esclavo que llevaba una capucha empezó a azotarla con fuerza.
El anfitrión y la homenajeada gozaban viendo como el látigo abría enormes cortes en la frágil espalda de la esclava mientras saboreaban el caro champán francés.
La pobre esclava gritaba y suplicaba que la dejasen de martirizar.
Antes de que pudiera desvanecerse el Barón ordeno cesar los azotes, la quería consciente y despierta para la siguiente tortura que la esperaba.
Seguidamente unos esclavos trajeron un artilugio que parecía sacado de un tribunal de la Inquisición.
Dos ruedas de carro, echas de hierro y soldadas entre sí en paralelo a una distancia de unos cincuenta centímetros la una de la otra. Con unas manivelas a ambos lados para hacerla rodar. En su base, una bandeja también de metal, donde ardían unas brasas de carbón.
Era un antiguo instrumento de tortura que hacia muchos años que no era utilizado de hecho ni los más viejos esclavos de la Hacienda del Portugués recordaba haber visto someter a nadie a semejante tortura. Aquella misma tarde el Barón lo había echo limpiar y poner a punto para el sacrificio en honor a la hermosa Condesa Elizabeth de Montesinos.
Marian, la esclava, fue atada entre las dos ruedas con la parte delantera de su cuerpo hacia el exterior, los brazos estirados hacia arriba y los pies juntos a la parte contraria. Dos esclavos giraban lentamente la rueda, de modo que cada vez que pasaba a escasos centímetros del fuego se abrasaba lentamente.
Elizabeth asistía en silencio pero sonriente al cruel espectáculo mientras iba dando pequeños sorbos a su copa de champaña.
La Baronesa viendo que era ya muy tarde y que su amada Marian no subía a su alcoba como era costumbre, decidió salir de sus habitaciones e ir en su busca. Los gritos alertaron a Doña Constanza del que estaba sucediendo en el patio.
Cuando la Baronesa llego al lugar lanzo un desgarrador grito.
- NOooooooooo..que le estáis haciendo a mi Marian, salvajes, soltarla de inmediato!.
Intento inútilmente acercarse al lugar donde estaba siendo torturada su amada, pero dos fuertes esclavos se lo impidieron.
Entonces dirigiéndose hacia su esposo empezó a golpearlo con furia a la vez que le profería insultos.
- Inútil, impotente, no soportas que tenga una amante porque tú no eres hombre. Es por culpa de esta puta asquerosa que estés haciendo esto a mi querida Marian?
Don Mario agarro de los brazos a su mujer y la tiro al suelo con furia a la vez que la arrastraba a los pies de Lady Elizabeth y le exigía que pidiera perdón.
Marian suplicaba a gritos a su protectora y amada Baronesa que intercediera por ella.
Doña Constanza entre lloros pedía desesperadamente que soltasen a Marian.
Pero ni el Barón ni la Condesa hacían el mas mínimo caso de sus suplicas.
Entonces Constanza se derrumbó moralmente y de rodillas ante la Condesa le beso los pies, le suplico perdón creyendo inútilmente que ello ablandaría su corazón y haría que soltasen a Marian.
Elizabeth orgullosa y llena de vanidad desabrocho su lujoso abrigo de pieles y mostró su total desnudez, tan solo un largo collar de brillantes y una pequeña cadenita de oro en su preciosa cintura adornaban su esplendido y divino cuerpo de Diosa.
Lady Elizabeth abrió las piernas y las puso sobre el reposa brazos de ambos lados del trono quedando su maravilloso sexo a la altura de la cara de la Baronesa.
Esta empezó a lamerle y besarle el coño. Doña Constanza siempre había sentido una fuerte atracción física, jamás manifestada, hacia la Condesa a la que admiraba desde que había coincidido con ella en algunas fiestas de la Alta Sociedad Pero ahora la tenia tan cerca que no pudo resistirse en demostrarle su adoración.
Don Mario loco de pasión dio una fuerte patada a su esposa para alejarla de la posición en que se encontraba, luego fue él mismo el que se arrodillo entre las piernas de Lady Elizabeth para seguir adorándola.
El martirio de la esclava continuaba lentamente sin que nadie hiciera la más mínima intención de aturarlo, ni la misma Baronesa que ahora prestaba más atención en el placer que estaba sintiendo la Condesa que el dolor de su amante.
Elizabeth estaba en la gloria, puso dos de sus anillados dedos en la boca del Barón para que se los chupase y tirando hacia arriba le obligo a levantarse. Luego le desabrocho el cinturón y bajándole los pantalones tomó su erecto miembro haciendo que la penetrase allí mismo. Los juegos eróticos entre ambos, al igual que el suplicio de Marian, se alargaron toda la noche.
Amanecía ya cuando con un intenso beso en la boca Elizabeth se despedía de Don Mario en la puerta de la mansión. El Barón había pasado la noche más placentera de su vida.
Antes de que la bella Condesa subiera a su Rolls Roice, Constanza se lanzo a sus pies suplicándole que la aceptara como esclava.
A lo que Elizabeth no pudo más que lanzar una sonora carcajada.
¿Dime perra, habrías sacrificado a tu amada por mi?
Haría todo lo que fuera para poder estar a su servicio Divina Elizabeth!
Y burlándose de ella le dijo.
- Eres patética, para que quiero yo a una esclava vieja y fea como tú jajajaja.
Una señal de la Condesa indico a su chofer que arrancara el vehiculo dejando a la Baronesa tirada en el suelo sin su amada para poder consolarse y repudiada por su marido.
Ya en el coche, camino de su gran hacienda, una leve sonrisa se dibujaba en la hermosa cara de la Condesa Elizabeth se sentía satisfecha y orgullosa de si misma. Sabia que la noticia correría como la pólvora por toda la isla, y que no haría más que aumentar su fama de mujer perversa y cruel, pero lejos de incomodarla le agradaba esta situación.
CONTINUARÁ