Ladrón de coches - por Sociedad

Un grupo de autores de TR hemos decidido escribir una serie de microrelatos como ejercicio. Esperamos que sean del agrado de los lectores.

Muchas veces me siento así, como un ladrón de coches. Supongo que no es algo de lo que deba enorgullecerme, pero las cosas son como son. Más que un "negocio" se ha convertido en una peligrosa afición. Siempre confío en que la alarma esté desconectada, a la hora de abrir la puerta y acomodarme en el asiento del conductor. Después le hago el puente con cariño, llenándome los oídos con el delicioso sonido del motor. Acaricio el volante de cuero, engrano la primera y acelero a fondo. Me lanzo a recorrer a todo gas una carretera llena de curvas, peligrosa pero emocionante. El tiempo es limitado y trato de apurar cada kilómetro, notando como los neumáticos chirrían, como el motor sube y baja de revoluciones, como el tren trasero desliza ligeramente y como la suspensión trabaja a pleno rendimiento. En ocasiones el precioso y potente deportivo no es fácil de conducir: se encabrita, ruge y amenaza salirse de la carretera, haciendo que tenga que recurrir a todos mis trucos de conducción para controlarlo. Pero esa es otra de las causas por las que resulta tan emocionante.

Por sorprendente que parezca cuido mejor ese coche que he tomado prestado que el mío propio. Lleno el depósito de carburante del octanaje adecuado, uso los mejores lubricantes y repaso todos los líquidos que le hacen funcionar correctamente. Y al final la historia se repite: dejo el coche en el mismo sitio del que le cogí prestado, en perfecto estado. Le miro por última vez y me voy, dándole vueltas a la cabeza para ver cuando voy a tener otra oportunidad de volver a conducirlo.

Imagino que tarde o temprano esta afición mía acabará creándome problemas. Tal vez el dueño del coche acabe guardándolo en un lugar seguro, inaccesible para mí. O tal vez instale una alarma que delate mi intento de robo. O quizás algún vecino me vea en el intento, llame a la policía y yo acabe con mis huesos en la cárcel. Pero esas cosas no se piensan. En realidad solo pienso en sentir en mi espalda el cómodo asiento envolvente y en acelerar a tope. Lo que pueda pasarme es lo de menos, aunque a la larga me pasará.