Lado malo

Todo el mundo lo sabe, soy un gran tipo incapaz de hacer daño a nadie... solo que a veces, en el sexo, algo se descontrola.

Habíamos comprado un huevo vibrador con mando a distancia unos días antes. Con el mando podías conectar la vibración cuando quisieras si estabas a menos de 10 metros. Aquella noche, justo después de salir de su casa me dio el mando y me sonrió.

Hay algo que me gustaba de Pam, y es que es incapaz de ocultar qué siente. De ahí la cara de sorpresa cuando fue a pagar a un pakistaní y de pronto se encendió el ingenio. O la cara de sorpresa de sus amigas, cuando de pronto, mientras bailaba, se empezaba a mover con menos gracia y entreabría la boca. Me encantaba mirarla a los ojos y saber que lo notaba, que me deseaba y lo hubiera hecho contra cualquier árbol en mitad de la calle; pero aquella noche jugaba a favor nuestro. Bebimos, fumamos.

Al llegar a casa nos desnudamos despacio el uno al otro. Nos tocamos. Nos abrazamos y nos besamos. Nos mordisqueamos suave. La marihuana hace que toda mi piel sea sensible, como si las terminaciones nerviosas de la polla se extenideran por todo el cuero, y solo con recorrer su vientre y sus pechos con la cara son tan buenos como el mejor polvo frenético. Nos comimos, nos tocamos y nos aprendimos una y otra vez.  Su piel y la mía, el mundo… Pero algo pasó.

Cuando la penetré me inundó. Despacio. Entré muy adentro, y sin sacarla ni un milímetro bailé dentro de Pam; mi boca en su hombro, mi mano en su nalga, mi ingle rozaba su clítoris y Pam gritó. Gritó mucho antes de lo que solía, y gritó mucho más fuerte que ninguna otra vez; me gustó que gritara, aquello me despertó. Incorporado, empecé a penetrarla fuerte mientras mis manos apresaban las suyas contra el colchón.

-Qué te pasa?

Ella no podía dejar de gritar cada vez más alto, y eso me animaba más. Tomé su cuello con la mano y sus gemidos se ahogaron.

-Pero qué te pasa?

La cabalgué duramente, muy adentro, pero cada vez quería más, como si la rabia me pudiera. No me preocupaba saber si le dolía o le gustaba; aquel día solo deseaba su gemido. Apoyó las manos en la pared y la penetré desde atrás, embistiéndola fuertemente, cogí su pelo y la hice totalmente mía; seguimos hasta que sus brazos cedieron y follamos hasta grabar el estucado en su cara y en sus hombros.

Al correrme, como si me hubieran extraído un veneno, me derrumbé, agotado. Volví a ser yo, volví a sentir lo mismo por ella, y no le supe responder qué me pasó.