Lactancia materna
Estaba llena de leche, y mi bebé no quería mamar
Mi bebé había nacido hacía tres meses, y mi cuerpo por supuesto había cambiado. La transformación más evidente en esos momentos era la de mis pechos que habían pasado de ser bastante pequeños a tener un tamaño apetecible. O por lo menos eso me decía mi marido, que en los años que llevábamos juntos nunca había visto mis pechos tan llenos y suculentos.
Era cierto, llenaba los escotes como nunca, pero ¿cómo le iba a permitir que los tocara cuando ahí ponía la boquita mi bebé para alimentarse? La fuente de alimento de mi hijito era sagrada, y no podía permitir que mi marido sin querer transmitiera con sus manos o boca bacterias a mi pecho.
Así habían sucedido esos tres meses, cuando un día, al cambiar de teta a mi bebé para que mamara de los dos pechos como hacía siempre, no quiso mamar. Y por más que intenté con mil y un artimañas Nico, mi bebé, no quiso mamar de mi teta izquierda. Al día siguiente pasó lo mismo, y al tercero igual.
Llegado este punto comencé a sentir dolor, llamé al doctor para que me indicara qué hacer y me dijo que inmediatamente me comprara un aparato saca leche, y comenzara a extraerme porque sino eso podía degenerar en mastitis.
Compré el sacaleche, le di de mamar a Nico en mi teta derecha, y luego de acostarlo comencé a extraerme de la teta izquierda. Tenía dos opciones, o dársela en mamadera, cosa que quería evitar porque quería que tuviera el mayor contacto conmigo como recomiendan los doctores, o podía tirarla, cosa que no me convencía porque era derrochar alimento.
En eso estaba cuando llegó mi marido. Mientras continuaba con el proceso de sacar leche, le conté lo que me había dicho el doctor, y él al notar en mi rostro la molestia que me producía hacerlo, me ofreció ayudarme.
Liberé mi teta y le pasé el sacaleche, pero Nano, mi marido, en lugar de ponerlo de nuevo sobre mi pezón, lo dejó sobre la mesa y sorprendiéndome acercó su rostro a mi pecho.
Estirando la lengua, muy suavemente acarició la punta de mi pezón, que se arrugó al sentir una sensación a la que durante meses me había negado.
Poco a poco fue pasando su lengua por la aureola, como pintándola, soplaba aire sobre mi punta, y volvía a acariciarla.
Con sus manos comenzó a acariciar mi teta, de afuera hacia adentro, como dibujando un espiral. Lo hacía con muchísima suavidad, para que yo disfrutara y no sintiera nada de dolor, dada la sensibilidad que tenía por esos días. La yema de sus dedos pulgar e índice se movía sobre mi blanca piel, masajeaba, estimulaba. Cuando llegó al pezón, paró sus movimientos, me miró a la cara por un largo segundo en que me dejó en suspenso, y apretó.
Un pequeño chorro de leche salió de la punta de mi pezón, y la lengua de mi marido rápidamente la atrapó. Al verlo gemí, y cuando sentí mi propio gemido fui por fin consciente de que me estaba excitando.
Pero Nano no paró ahí, al saborear mi leche no pudo contenerse más, e hizo lo que llevaba meses queriendo hacer. Empezó a mamar, sacaba mi leche como lo hacía todos los días Nico. Era tan similar a lo que hacía mi bebé, y a la vez tan distinto. El hecho de sentir mi leche fluir, y ver su boca succionar, sentir su barba raspando, ver su nuez moverse al tragar, era lo más erótico que había sentido en mi vida.
Lancé una sucesión de nuevos gemidos que se fueron a unir con el primero. Con una mano sujeté su cabeza y a la otra la llevé a mi clítoris, necesitaba tocarme ya. Nano al notar mi excitación comenzó a mamar más rápido, mirándome mientras lo hacía, y haciendo ruidos de placer al tragar
Di gracias a haberme puesto vestido esa mañana, porque así tenía vía libre a mi clítoris. Mojaba mis dedos en mi vagina, y los subía hasta mi botón duro. Lo rodeaba, lo apretaba, lo movía.
Me empecé a mover más y más rápido sintiendo el calor que subía por mi cuerpo.
Perdí el control, mi cuerpo se tensó, mis ojos se cerraron quedando todo negro, mi vagina latía, y yo volé. Volé y volé cada vez más alto y más lejos.
Cuando caí, abrí mis ojos y vi a mi marido sosteniéndome, mirándome con una sonrisa, sus ojos negros de deseo y su pene duro, al aire.
Lo tomé de sus caderas y lo atraje a mi, le devoré la boca y abrí mis piernas para que me completara.
Nano estaba sacado, hacía muchísimo tiempo que no lo veía así. Me penetraba con embestidas profundas y rápidas. Mis manos se movían por su piel sudorosa y mis caderas se levantaban para encontrarse con las suyas. Nos acoplamos como animales salvajes durante deliciosos minutos, hasta que un nuevo orgasmo me atravesó.
Al sentir que él estaba por terminar, lo saqué de arriba mío, y ,le dije que había llegado el momento de que la que tomara leche fuera yo. Tomé su pene con mi boca, y cuando succioné apenas por segunda vez, comenzaron a llegar los chorros de semen que llenaban mi boca, y que yo rápidamente tragaba. No tenía ni idea de cual era el sabor de mi leche, pero la de Nano, era deliciosa.
Ese día acabó, pero la lactancia de Nico se extendió por dos años, y la de Nano ¡también!