Lactancia Erótica

¿Cómo decirle a tu pareja que deseas algo tan poco común? ¿Cómo combatir la lujuria que se adueñaba de él al ver mamar a su hija? (Relato homenaje con motivo de la Semana Mundial de la Lactancia Materna, contenido suave)

Lactancia Erótica

Fernando observaba la escena por el rabillo del ojo, intentando simular que prestaba su total atención a la televisión. En el otro extremo del sofá estaba Ana, su mujer, que acomodaba en su regazo a la pequeña Elizabeth, de cinco meses, y que en ese momento estaba tomándose el almuerzo.

-"Se está poniendo las botas..." –Murmuraba para sus adentros.- "Desde luego, calcio no le faltará nunca."

Suspiró y eso atrajo la atención de su esposa, que arqueó una ceja mientras continuaba acariciando el suave cabello marrón de su hija. Esta tenía la boca prendida del pezón derecho de la mujer, moviendo las mejillas cada vez que succionaba. De vez en cuando apoyaba su manita en el busto de su madre, como abrazándola. La escena era tan tierna que como para emocionar al más insensible, sin embargo, Fernando no solo sentía ternura al verla.

-"Envidia... Deseo... Lujuria..." –Las enumeró mentalmente.-

Aún recordaba la primera vez que, al poco de nacer, había presenciado a su hija mamando, le había hecho llorar, sí, pero incluso en ese momento único, sus instintos más primitivos habían despertado, llenándolo de un deseo que, a veces, consideraba sucio. En resumidas cuentas, lo que a Fernando le excitaba y hacía tensarse de excitación era la expectativa de "probar" a su mujer, en todo el sentido de la palabra.

Siempre le habían encantado los pechos de su mujer pero, a raíz del embarazo, estos, junto con todo su cuerpo, habían cobrado una esbeltez que convertía lo tentador en irresistible. Si era posible, ahora estaba más seguro de que la amaba, y, mejor aún, de que el deseo que se entrelazaba con su amor era tan sólido como el primer día.

Sin embargo, no todo eran buenas noticias, al menos en lo que a él y sus deseos se referían. Desde que Elizabeth reclamara los senos de su madre como fuente de alimento principal, estos habían pasado a estar casi vetados mientras hacían el amor. Fernando había intentado ser suave y paciente, dulce y comprensivo, pero, cada vez que hacía algo más que acariciarlos suavemente o llenarlos de dulces besos, ella se tensaba, preocupada, y él, conocedor del cuerpo de su mujer, se retiraba hacia zonas menos peligrosas.

Suponía que era una reacción normal, pero, aún así, le dolía. Le dolía porque él deseaba acariciar y lamer los pechos de su esposa como él sabía que a ella le encantaba, y le dolía, también, porque desde prácticamente el primer momento que vio gotitas blancas manchar los pezones de su mujer, había deseado ser él quien los limpiara. Con la lengua, y no necesariamente rápido, para ser más exactos.

El punto determinante en sus fantasías estuvo provocado por sus investigaciones en Internet. Dado que no quería ser un padre pasivo y deseaba estar al lado de su esposa tanto en el embarazo como en el tiempo posterior, Fernando se había documentado bien, visitando páginas especializadas, leyendo documentos de médicos expertos en la materia y, sobretodo, convirtiéndose en un visitante asiduo de cierto foro de Internet donde mujeres intercambiaban sus opiniones y experiencias sobre el embarazo.

Era un foro curioso, pero también le causaba sudor frío en ocasiones. Leer como las mujeres charlaban tranquilamente sobre "dilatación" o "episiotomías" de la misma manera en que lo haría un grupo de amigas debatiendo sobre el tiempo, le dejaba estupefacto y, ante todo, hacía que su respeto hacía las mujeres aumentara considerablemente. No creía conocer a ningún hombre al que le hablaran de cortarle el perineo y no perdiera el color del rostro. Las mujeres, simplemente, eran seres superiores.

Entre muchos consejos útiles que no dudé en apuntar, encontré interesantísima la sección de experiencias personales, y, en concreto, las que apuntaban a los problemas y dificultades a la hora de llevar la lactancia. Fue en ese sitio donde aprendí el término "lactancia erótica", y supe por fin ponerle nombre al fuerte deseo que sentía, el anhelo de compartir esa experiencia con mi mujer, de llenar mi boca con su leche y saborearla en mi paladar.

Había testimonios para todos los gustos; algunos eran optimistas, comentando que la lactancia no había supuesto ningún problema para su vida sexual, sino que, por el contrario, habían encontrado una buena forma de utilizar el "excedente" de leche que solían producir a lo largo del día. Otras narraciones eran más tétricas, relatos de mujeres a las que sus parejas tocaban con desgana o, incluso, de hombre que se negaban simple y llanamente a mantener relaciones sexuales con sus mujeres porque les daba "asco".

Eso a él le encrespaba, hubiera deseado tener en frente a esos imbéciles y enseñarles cosas como "respeto", "tolerancia", "compasión" y "tacto". Con idiotas como aquellos, era normal que hubiera tantas depresiones post-parto.

Pero en lo que todos los testimonios coincidían era en que compartir la lactancia con sus parejas creaba un vínculo especial entre ellos y, sobretodo, resultaba de lo más placentero. Era una forma única de vivir la pasión.

A Fernando todos esos testimonios positivos le alegraban y, ¿Por qué no decirlo?, le excitaban. Le ponían a cien. En ese momento, no deseaba más que tumbarse junto a su mujer, acariciar suavemente uno de sus senos y unirse a la comida.

Unos sonidos satisfechos de su hija volvieron a llevar la atención de Fernando al presente, Elizabeth, medio dormida, se había apoyado en el reposabrazos mientras Ana se colocaba el sujetador especial y la camiseta.

-Esta va a quedarse roque en cualquier momento. –Comentó la mujer mientras se levantaba.- Con suerte se echará una siestecita y podré trabajar tranquila.

Ana trabajaba encargándose del mantenimiento de varias páginas web, era un trabajo perfecto, dado que podía realizarlo desde casa, sin perderse ni un solo minuto de su nueva maternidad. En una ocasión, Fernando había encontrado a su mujer sentada frente al ordenador, con Elizabeth dándose un buen atracón mientras ella trasteaba con la página web de un concesionario de motos. La escena le había parecido la simbiosis perfecta entre la vida profesional y familiar. Se había sentido emocionado, excitado y un poco celoso, por ese orden.

-¿Vas a trabajar? –Él también se incorporó.- Estaba esperando la respuesta a un mail, miro si a llegado y cierro mi sesión, ¿Vale?

-Claro, yo mientras acuesto a esta preciosidad.

Cuando su mujer pasó por su lado, él aprovechó para pellizcarle cariñosamente el trasero, provocando una sonrisa y una negación de cabeza en la fémina.

-Date prisa con el correo, quiero ponerme a trabajar ya. –Observó que los ojos de su esposo no se despegaban de su trasero y lo meneó suavemente mientras suspiraba exasperada.- ¿Ves algo que te guste?

-Me gusta, sí, me gusta mucho... –Hubo un chispazo momentáneo entre los dos, una mirada entendida que habían desarrollado con el paso del tiempo, una complicidad que decía claramente lo que querían; hacer el amor, y cuando lo querían; ahora. Él miró su reloj y gruñó.- Pero solo tengo diez minutos antes de irme.

-¿Debería decir que soy una mujer afortunada porque en diez minutos no nos daría ni para empezar? –Ella le guiñó el ojo y se marchó, contoneándose ligeramente, actuando para él. Volvió a gruñir.-

Ana era preciosa. De estatura media, cabello largo castaño y ojos negros, todo su cuerpo parecía haber florecido con el embarazo, y él lo apreciaba, o sí, lo apreciaba. Al contrario que su esposa, él tenía los ojos marrones y el cabello negro, una mezcla de la cual su hija había heredado la mejor combinación; castaña y con ojos marrones. Él no estaba mal, o eso creía, pero siempre se había sentido afortunado de haber podido convencer a una mujer como Ana de que compartieran sus vidas.

Perezosamente fue al cuarto del ordenador y comprobó que el correo electrónico que esperaba había llegado. Lo leyó y se puso a escribir la respuesta.

-Vas a llegar tarde. –Le avisó su mujer desde la otra habitación.-

-Ya va, ya va... –Terminó de teclear las últimas letras e hizo clic en "Enviar" justo cuando la fémina entraba en la habitación.- Todo tuyo, y que no me entere que haces guarrerías con la cámara web.

Ella soltó una carcajada y rápidamente se tapó la boca, conteniendo el ruido para no despertar a Elizabeth. Cuando se hubo controlado, le pasó los brazos por el cuello y le besó al tiempo que murmuraba un coqueto "Ya sabes que solo hago guarrerías para ti".

-Y eso es algo que yo valoro. –Se lo demostró con otro beso al tiempo que aprovechaba para apretarla contra sí y notar ese magnífico busto contra él.- Me voy, me voy...

Salió de casa con una sonrisa, montó al coche y, cuando ya había recorrido un par de kilómetros, frenó en seco, dando gracias a Dios por no tener ningún coche detrás en ese momento. ¿Había cerrado su sesión del ordenador?, ¿Había cerrado las ventanas del Internet Explorer?

-"Oh, Dios..." –Se pasó la mano por la frente y trató de recordar.- "No, no lo he cerrado, no he cerrado nada... Oh, Dios..."

Cerró los ojos con fuerza cuando recordó lo que había estado viendo justo antes de que Ana le llamara para comer. Estaba en el foro de mujeres embarazadas, leyendo uno de los testimonios de mujeres lactantes mientras decidía si poner un mensaje en el foro para pedir consejo a las otras mujeres. Era una idea que había barajado muchas veces pero que no acertaba a poner en marcha. Salvo algunos especialistas que respondían dudas a veces, él era el único hombre que solía estar por ahí, y quedar cara a cara con una manada de lobas era imponente. Lobas con instintos maternales, sí, pero lobas igualmente.

Maldijo por lo bajo y le gruñó al espejo retrovisor cuando un coche pitó para que siguiera avanzando.

-"Ana cerrará mi sesión sin mirar nada." –Se intentó autoconvencer.- "Ella es demasiado honesta como para..."

Era una idea ridícula, pues claro que miraría. Ana se iba a enterar de su secreto lácteo mejor guardado, ¿Qué iba a pensar de él? También había leído de mujeres que se negaban a compartir esa experiencia con su pareja, considerándolo algo exclusivamente perteneciente a ella y el bebé. ¿Y si este era el caso? ¿Y si se enfadaba? ¿Y si...?

Lo que fuera a pasar, pasaría. Suspiró. En realidad también se sentía un poco aliviado. Ocurriera lo que ocurriera, todo se solucionaría esa noche cuando llegara de trabajar. Tuvo un escalofrío.


Mientras el Sol se ponía, Fernando daba golpecitos con los dedos en el volante. Había conseguido aparcar casi enfrente de su edificio, tan cerca que podía ver luz en su casa. "Al menos no se ha cabreado tanto como para marcharse. Buena señal." Por si acaso necesitaba incentivos, había comprado una caja de bombones de chocolate con relleno de menta, los preferidos de su mujer. ¿Un soborno? Para nada. Era una ofrenda de paz.

Reacio a seguir cociéndose en su propia inseguridad, abandonó el vehículo y, con la cabeza en otro lado, llegó a su casa. Dejó las llaves, la cartera y el móvil en la mesilla de la entrada, se quitó la chaqueta y la colgó en el respaldo de la silla que tenía más cercana en el salón.

-Hola, cariño. –Le saludó Ana desde la cocina.- ¿Ya has vuelto?

-No, soy un ladrón y he venido a robar. –Comentó él con ironía mientras se acercaba a ella. Al parecer no habría malas caras nada más entrar. Otra buena señal.-

-Pues se ha equivocado de casa, Señor Ladrón, no sabe usted lo que cuesta mantener a un hijo. –Se incorporó ligeramente de puntillas para darle un beso mientras seguía removiendo algo en un cazo.- Ve y ponte cómodo, Eli está en su nido, entretenida con un muñeco, yo mientras termino de hacer la cena.

-Huele bien. –Intentó meter un dedo en el cazo y se ganó un golpe con el cucharón. Agitó la bolsa frente a su mujer.- Eh... Por casualidad pasaba por la tienda, y me he acordado de ese chocolate que tanto te gusta, y... Eh... Te he comprado una caja.

Los ojos de Ana se achicaron al ver los bombones. El brillo de estos delató varias emociones: Gula, agradecimiento y perspicacia por partes iguales. ¿Perspicacia? Él solo le hacía un regalo a su mujer, ¿Qué había de sospechoso en eso?

-Vaya, que detalle. –Los metió en la nevera.- Los tendremos como postre.

-Creía que mi postre eras tú. –Le mordisqueó la oreja y ella se estremeció.-

-Eso es el postre deluxe, especialidad de la casa, y se sirve solo en el dormitorio.

-Menos mal que llamé para reservar la cama. –Apuntó él teatralmente mientras se marchaba.-

¡Perfecto! No había ningún problema, ni malas caras o recriminaciones. ¡Nada! Tal vez Ana había podido superar su curiosidad y no había mirado las páginas que estaba visitando. Tal vez.

Una ducha y el pijama sirvieron para despejarle la cabeza. Pasó el rato que tardaba la cena jugando con Elizabeth, deleitándose de su forma de reír y ligeramente picado porque su primera palabra fuera "mamá". Una vez su mujer le había pillado susurrándole "papá" a la niña una y otra vez, intentando que aprendiera la palabra. Ana se había reído tanto que había acabado llorando. Él se defendió sacando pecho y alegando que podía enseñarle las palabras que quisiera a su hija, no lo hacía por envidia, no, solo quería mejorar su vocabulario.

Mientras cenaban en el salón, Fernando fue consciente de que quizás no todo fuera tan bien como creía al principio. Percibía una pequeña tensión, aunque quizás se la estaba imaginando.

Sus sospechas se confirmaron cuando Ana cogió a Elizabeth y se la llevó al dormitorio al llegar la hora de su cena. Se quedó mirando como desaparecían por el pasillo y se estremeció.

-"Lo he estropeado todo." –Se decía una y otra vez, barajando posibles soluciones al problema.- "Pensará que soy un pervertido o algo peor."

Al llegar el momento de irse a la cama, Fernando vio como su mujer se ponía el atractivo camisón que solía usar los días calurosos. Notar sus curvas ceñirse a la prenda, en especial las redondeces de sus senos, le puso a cien.

Ana se aseguró que el receptor del cuarto del bebé estaba encendido y después se volvió hacia él, acariciándole la espalda cariñosamente.

-¿Dijiste algo de un postre deluxe? –Susurró ella con voz melosa.- Porque me apetece en este momento.

Fernando no necesitó más palabras, tomó su rostro entre sus manos y la besó, con suavidad al principio, ardorosamente después. Disfrutó como un adolescente cuando sus lenguas se encontraron y entablaron esa suave y húmeda batalla por el control de sus bocas. Las caricias siguieron a los besos, y los gemidos a las caricias. Fernando se deleitó con la suave morbidez del cuerpo de la mujer, dejó que sus manos disfrutaran recorriendo las caderas de esta, su vientre, sus costados, sus pechos...

Ella se tensó de repente.

Él maldijo por lo bajo.

-Perdón... –Fue el susurro de su esposa mientras se apartaba lo justo para mirarle a la cara.- Yo... Tenía algo que decirte, casi se me olvida.

-Ana, sobre lo de Internet... –No sabía como justificarse, pero, si evitaba que hubiera problemas entre ellos, descubriría el modo. Con tal de volver a encender la hoguera que tenían hacía un minuto, cualquier cosa.-

-No, déjame terminar. –Ella tomó aire.- He estado hablando con Cleo.

Cleo era su amiga del alma y la persona que, aparte de su madre, más la había ayudado con la maternidad. Ella ya iba por el segundo hijo y tenía pensado encargarle el tercero a la cigüeña más pronto que tarde. Eso si conseguía que su marido cooperara. Había oído a Ramón hablar de hacerse la vasectomía, a lo que seguía su frase de: "Las mujeres, en cuanto tienen un hijo, quieren más, y no paran hasta conseguirlos, Fer, no paran." Era un Profeta.

-Ella dejó de darle el pecho a sus hijos a los seis meses, dice que es lo mejor si no quieres que el pecho se caiga o... –Suspiró.- Bueno, lo que quería decir, es que estaba pensando en destetar a Eli dentro de unas semanas.

Me miró casi con timidez. ¿Ana, su Ana, mirándolo con timidez? ¡El cielo cae sobre nuestras cabezas!

-No habrá problemas después, ¿Vale? –Me dedicó una pequeña sonrisa.- Todo será como antes.

No entendía nada. Fernando miraba a su esposa estupefacto, como si esta hubiera aparecido de repente, ahí, en su cama, con el aspecto de una Diosa de la Fertilidad ávida de usar su poder.

¿Le estaba diciendo suavemente que se negaba a entrar en todo el tema de la lactancia erótica? ¿Intentaba no ofenderlo? No se lo parecía. A lo mejor estaba un poco confundido, tal vez porque mucha de su sangre estaba concentrada en cierta zona de su anatomía, pero creía que alguien lo había entendido todo al revés. Ana parecía estar disculpándose por ser una madre lactante, pero, ¿Por qué?

Entonces se le encendió la bombilla. ¿De que iba el testimonio que estaba leyendo en el foro de mujeres? Eran las palabras de una mujer que se arrepentía enormemente de haberle estado dándole el pecho a su bebé, alegando que los dolores que le daba en los senos cuando no podía sacarse la leche la traían de cabeza, y, principalmente, que no poder tener relaciones sexuales plenas con su pareja, que rechazaba ese aspecto de ella, la hacía sentir culpable. El día que se le "secara" la leche, planeaba montar una gran fiesta cuyo punto culminante se llevaría a cabo en el dormitorio.

La mujer incluso daba detalles de lo que planeaba hacerle a su hombre con sus recién "liberados" pechos. Fernando había pensado que el tipo, pese a ser idiota, era afortunado por tener una mujer con tanta imaginación.

Ese testimonio, leído sin ningún conocimiento previo, había ocasionado que Ana lo entendiera todo mal. ¡Dios! ¡Pero si creía que le molestaba que estuviera lactando! ¡Cuando lo único que quería hacer era beber de ella y apagar esa sed que le estaba consumiendo desde hacía cinco meses!

-Ana. –La cogió de los hombros y la acercó a él hasta que quedaron juntos, abrazados.- Lo has entendido mal, cariño, lo que has leído no es lo que yo pienso, ni mucho menos, todo lo contrario.

-Pero...

-Nada de peros. –Gruñó él. Ahora que se había armado de valor para confesarse, no iba a dejar que le detuviera.- Ana, llevo tiempo en ese foro de mujeres, he usado algunos consejos suyos mientras estabas embarazada, y después.

-¿Cómo los masajes en los pies? –Saltó ella de pronto. Ya había sospechado cuando en el sexto mes el se ofreció a darle esos masajes, y ahora veía que su perspicacia estaba justificada.- Sabía que alguien te lo había dicho, fueron todo un detalle, amor, los necesitaba.

-Sí, lo de los masajes lo saqué de ahí. –Asintió con la cabeza mientras sonreía.- Pero... Lo que más me ha llamado la atención... Es... Bueno...

-Cariño, sabes que nada de lo que digas va a escandalizarme. –Le obligó a mirarla a la cara, hipnotizándole con esas lagunas oscuras que llamaba ojos.- Vamos, cuéntame.

-Yo... –Carraspeó.- ¿Sabes lo que es la Lactancia Erótica?

-¿Lactancia Erótica? –Parpadeó y se miró al escote antes de volver a alzar una confusa mirada hacia él.-

-Sí, es... Bueno... Es cuando... Cuando compartes con tu pareja... Ya sabes...

-¿Mi leche? –Se volvió a mirar el escote, un leve rubor apareció en sus mejillas.-

-Sí, tu leche... La Lactancia Erótica va de eso... De incluirla en la vida de pareja, de una forma... Sexual... –Se le había quedado la boca seca. ¿Era su imaginación o los pechos de su mujer parecían repentinamente enormes?-

-¿Cómo de sexual?

-Muy sexual. –Volvió a carraspear.- Bueno, eso era todo, no es que me moleste, cariño, al contrario, estoy encantado. Y francamente, que dejes de darle el pecho a Eli a los seis meses me parece... Bueno, es tu decisión, pero creía que querías dárselo durante el máximo tiempo posible, aprovechando que trabajas desde casa.

-Es lo mejor para ella. –Comenzó lo que podía ser una explicación sobre los beneficios de la lactancia, pero de repente frunció el ceño y le clavó un dedo en el tórax.- ¡Eh! ¡No me cambies de tema! ¡Estábamos hablando de Lactancia Erótica! ¿De verdad quieres hacer algo así?

-Sí. –Fue rotundo.- Si no te importa, claro... Es que... Ana, ya sabes que tus pechos siempre me han vuelto loco. Tú misma los has usado alguna que otra vez para torturarme, y no te recordaré como me provocabas cuando éramos novios...

Ella se rió suavemente.

-¿Qué es lo que quieres hacer? –Le acarició el hombro y le sonrió con picardía.- ¿Tienes algo en mente?

-Tengo miles de ideas... –Indicó con voz repentinamente enronquecida.- Pero... Eso significa... ¿Aceptas? ¿Te gustaría? ¿No lo ves como algo raro o...?

-Oh, cariño, ¿Por qué no iba a aceptar? –Llevó sus manos bajo sus pechos y los alzó, ofreciéndoselos.- El culpable de que estos estén como están no es otro que tu... Eli tiene barra libre, pero tú puedes beber también hasta saciarte.

-Ana... –Le observaba el busto con auténtico deseo.- ¿Estás segura?

-Sí... –Se paso la lengua por los labios, gesto que tampoco pasó desapercibido.- Me sentiría muy feliz si me probaras, cariño, creo que no me he dado cuenta hasta ahora de lo mucho que significaría para mí.

No hubo más palabras. Las manos de Fernando agarraron los bajos del camisón que cubría livianamente el cuerpo de la mujer y lo alzaron en un solo movimiento. Pronto toda la ropa que llevaban quedó desparramada a los pies de la cama, sus respiraciones eran aceleradas, sus manos tanteaban sus cuerpos como si fuera la primera vez que hacían el amor.

Por segunda vez, tomó posesión de la boca de su esposa, besando, lamiendo e incluso mordiéndola ligeramente hasta arrancarle un gemido. Besó su cuello, sus clavículas, lamió el profundo escote de su mujer mientras acariciaba sus pechos con las yemas de los dedos, provocándola, torturándola con la espera.

Ella no se quedó ociosa, sus manos también recorrieron el cuerpo masculino, acariciando de arriba abajo los hombros que tanto le gustaban, sus costados y, desde luego, recorriendo su vientre hasta encontrar su virilidad dura, caliente y pulsante entre sus manos.

De repente se detuvo.

-¿Qué pasa? –Fernando se separó con renuencia de ella para mirarla.- ¿Ana?

-Se me acaba de ocurrir un chiste malo sobre leche. –Ella prácticamente ronroneó mientras le daba un suave apretón en el miembro endurecido, dejando bien claro a qué se refería.- ¿Te lo cuento?

-Luego. –Fue la escueta y enronquecida respuesta de Fernando mientras apilaba las almohadas de modo que ella quedara cómodamente reclinada.- Ahora, por favor, ten piedad de mi y...

-Vale, vale... –Se rió con coquetería.- A ver si este bebé tan grande que hay en mi cama se queda satisfecho con su postre...

-Lo estará.

Y se inclinó sobre ella, zanjando cualquier otro tipo de discusión. Intentaba ser paciente, no quería estropearlo todo por su ansía, y mucho menos hacerle daño. Tenía que ser delicado y preciso, atento y... Dios, se iba a morir de deseo. Quería probarla, y lo quería ya.

Acarició uno de sus pezones frotándolo con su rostro mientras que acariciaba el otro con una de sus manos. Los atrapó entre sus dedos, los acarició hasta encontrarlos endurecidos y deseosos de mayores atenciones. Los humedeció levemente con su lengua, casi sin tocarlos.

Ella se estremeció.

Acercó su boca a una de aquellas puntas que tanto deseaba, sopló ligeramente, provocando otro escalofrío en la mujer. Sin mayor dilación, se lo introdujo en la boca. Ana soltó un quedo gemido al tiempo que situaba sus manos en la cabeza de su marido, acomodándolo como si de Elizabeth se tratara.

-Sé suave... –Susurró ella.- Cuidado con los dientes...

-Mmm... –Ese sonido de placer debía de ser respuesta suficiente, porque no pensaba separarse de ese hermoso pecho que había atrapado por fin.-

Fernando tuvo el impulso primitivo de succionar, sin llegar a estar del todo seguro de si lo hacía por el deseo de vivir su anhelada experiencia o si era simplemente la conducta innata de mamar lo que le llamaba. Pese a todo se controló. Se deleitó durante todo un minuto con sus oscurecidas aureolas, dibujándolas con la lengua una y otra vez. Ella le apretó ligeramente contra su pecho, manifestando su placer.

Acarició su pezón cos los labios y lo rodeó con lengua varias veces, soltándolo tras una levísima presión. La respiración de Ana se tornaba cada vez más pesada, también ella se encontraba a la expectativa del gran momento, excitada y deseosa, como bien evidenciaba la creciente humedad que se concentraba en su sexo.

Fernando ya había sentido el dulce sabor de Ana tras sus primeras exploraciones, pequeñas gotas que escapaban de los pezones debido a la excitación. Pero quería más, quería sentirla en su boca, saborearla en el paladar, en la lengua... Su primera succión fue leve, especulativa.

Ana gimió con suavidad y se movió bajo él.

-Sí... –Susurró más cosas en voz baja.- Así, muy bien, cariño, lo haces muy bien...

Por fin, después de cinco meses de tortura, cinco meses de envidiar a su propio bebé, estaba tomando la leche de su mujer. No pudo evitar que un sonido de placer reverberara en su garganta cuando el tibio líquido llenó su boca por primera vez.

Tragó toda la dulzura que su mujer le ofrecía generosamente y sintió placer, auténtico placer. El sexo, en su base fundamental, es un intercambio de fluidos, ¿Por qué no añadir la leche materna a la lista? Él lo haría, sin duda. ¡De hecho, lo estaba haciendo!

Mientras acariciaba la tersa piel de su mujer, continuó bebiendo de ella, escuchando sus quedos gemidos, sus palabras de ánimo... Pero la cosa no acababa allí, por él, podría estar de ese modo hasta que no quedara ni una gota de su preciado oro blanco, sin embargo, sabía que podía convertir esa experiencia en algo aún más maravilloso y erótico. Habían sido las mujeres del foro las que le habían dado los detalles más concretos con sus narraciones, al parecer, durante la succión, se producían algo parecidos a "contracciones en la matriz" de la mujer, algo que podía llegar a ser sumamente placentero.

Dudaba que se hubiera enterado de ese detalle en otro sitio que no fuera un foro de mujeres, a fin de cuentas, los hombres no se dedican a hablar de eso en los bares. "¿Qué te parecen los fichajes del Madrid este año?, ¿Tiene tu esposa contracciones en la matriz?" No, definitivamente, no era un tema masculino.

Y él sabía algo más, por aclamación popular de todas ellas, había algo que convertía el hecho de dar de mamar en una auténtica experiencia orgásmica.

Lentamente pero sin vacilación, una de sus manos fue recorriendo el vientre de su esposa hasta llegar los rizos húmedos de su entrepierna. Ella jadeó cuando sintió los dedos de su marido internarse ahí donde su carne era más tierna.

-Sí, sí... –Ana se lamió los labios y cerró los ojos.- Justo así...

Mientras las caricias continuaban y se hacían más certeras, el cuarto se llenó de pequeños gemidos, jadeos y algún que otro sonido de succión.

-Cariño, me estás... –Se estremeció de placer.- ¡Qué bueno!

Él podía decir lo mismo. Al tiempo que bebía ese néctar de los dioses y la acariciaba con la familiaridad que da la práctica, también frotaba su sexo contra el muslo de la mujer, que no evitaba murmullos apreciativos y comentarios sobre cosas duras.

Introdujo uno de sus dedos en la intimidad de Ana y esta se cerró a su alrededor. Un segundo dedo siguió al primero, ambos deleitándose de su humedad deslizante. Ella volvió a gemir de placer, esta vez más alto. Prácticamente tembló cuando su pulgar encontró el punto más sensible de su cuerpo. Arqueó las caderas, abriéndose a su exploración, buscando sentirlo más intensamente.

Conforme el clímax se acercaba, su cuerpo respondía de forma más primitiva. Fernando continuaba deleitándose con sus pechos, besándolos, lamiéndolos, succionando su dulce leche...

-Fernando... –Gimió ella.- Me... Voy a... ¡Fernando!

El orgasmo la atravesó con una fuerza desgarradora. Al tiempo que sus muslos se cerraban aprisionando la mano que tanto placer le daba, ella misma acunó la cabeza de su marido contra su pecho, sintiendo el eco del placer de su sexo en los pezones.

Sufrió varios espasmos, jadeó, intentando no montar un escándalo que despertara a su hija. El hombre había aprovechado un instante en el que ella aflojó la presión para separarse de sus pechos, buscando el aire que tanto necesitaba. La observó mientras disfrutaba de los últimos coletazos de su placer. Los ojos abiertos, vidriosos, los labios separados y húmedos, increíblemente apetecibles.

Una lenta sonrisa fue extendiéndose por su rostro mientras bajaba de la nube a la que su clímax le había llevado. Se estiró lánguidamente, ronroneando.

-Mmm... ¿Va a ser siempre así? –Se frotó el pezón que había recibido mayores atenciones de su esposo.- Tendríamos que haber probado antes con esto de la Lactancia Erótica...

-No te preocupes. –Se lamió los labios teatralmente para que ella lo observara.- Recuperaremos el tiempo perdido...

-Sí. –En un movimiento ágil, hizo un cambio de posiciones y le dejó a él apoyado sobre las almohadas.- Pero antes...

Sonrió de forma perversa mientras bajaba por su cuerpo, besando toda la piel que encontraba a su paso. Una vez tuvo la virilidad de su marido frente a frente, alzó la vista y se apartó el pelo mientras ascuas ardientes aparecían en sus ojos.

-Si no recuerdo mal... Tengo un chiste que contarte... –Susurró ella, excitada.-

-Mmm... –Él aprovechó que le miraba para alzar la mano con la que le había arrancado un orgasmo, limpiando con la lengua la humedad que impregnaba sus dedos. Ella entrecerró los ojos, le gustaba que la saboreara, y a él le gustaba saborearla. Eran una pareja feliz.- Sé suave... Y cuidado con los dientes...

Ella no pudo evitar una carcajada al escuchar las palabras que había dicho poco antes. Sin embardo, tras guiñarle un ojo, se dedicó a lo que realmente quería hacer.

Fue el mejor "chiste" que le habían "contado" en su vida.


-Vamos, Eli, ¡Pero si está muy buena! –Fernando zarandeó el vaso frente a su hija de cuatro años.- Mira, es leche de vaca, fresquita y sana.

Elizabeth arrugó su naricilla de esa forma tan mona que solo pueden hacer los niños. Sus tirabuzones castaños se mecieron cuando ella negó con la cabeza.

-La de mamá es más rica. –Fue una sentencia.-

Ana le dedicó a su hija una sonrisa deslumbrante ante su prueba de lealtad, debía ser muy importante para ella que su pequeña no la cambiara por cualquier vaca fea y desconocida. Por otra pare, su marido se ganó un gesto irónico y un inicio de carcajada que frenó al observar la expresión acosada de este.

Todo era su culpa. Hacía un par de días que le había mirado intentando fingir seriedad mientras dejaba caer la bomba.

-Dentro de poco, tendré tres bocas que alimentar. –Explicó mientras se acariciaba el vientre ligeramente abultado donde crecía su segundo hijo, con cuatro meses de gestación.- No creo que pueda manteneros a todos, así que, dado que el bebé tiene preferencia, el resto tendréis que decidirlo entre Eli y tú.

Y ahí estaba él, todo un padrazo, intentando convencer a su hija de que se destetara finalmente. Algo por lo que Elizabeth no estaba por la labor. Chica lista, había salido a su padre. Desde que hacía años tuvieran esa primera noche de placer en la que mezclaron sexo y leche, el líquido elemento había sido un recurrente a la hora de sus relaciones de pareja. Peor, imaginar el sexo sin ese aditivo sería... Irreal.

Sintió un escalofrío recorrerle la espalda. ¿Era posible hacerse adicto a la leche materna? Miró los pechos de su esposa y gruñó. Sí, sí lo era, y él estaba enganchado. A menos que existiera un grupo de autoayuda que le sirviera para dejar el vicio, estaba en un problema.

Pero él era un hombre con recursos. Conseguiría convencer a Eli de las delicias de la leche de vaca, ¿Qué le habían fallado las palabras? Bueno, tenía media docena de vaquitas de peluche escondidas en el maletero del coche. ¿Qué? ¿Qué estaba sobornando a su hija?

A veces, el fin justifica los medios...

PD. Dedicado a todas aquellas que se tomaron la molestia de darles a sus hijos un sorbito de vida.