Labores extraescolares (III)
Donde el bedel asiste atónito al circo lésbico de profesora y alumnas antes de ser invitado a la mesa corrida del fondo de la clase...
Debían de ser las once de la mañana.
Supuestamente la actividad extraescolar a la que habían sido citadas las alumnas duraba hasta el mediodía y el ritmo de su profesora no tenía pinta de ir a bajar hasta entonces.
Silvia, medio enfurruñada, medio de broma, actuó como si estuviese dolida por haberme corrido 'tan pronto' (teniendo en cuenta todo lo que me estaba pasando lo raro sería no haberlo hecho antes...) y me castigó como lo haría en sus clases, mandándome tomar asiento pero no muy alejado, para que no perdiese detalle.
Volvió a sentarse en la esquina de su mesa, mostrando su entrepierna y separando sus labios exteriores con los dedos. La excitación del coito la había encharcado por completo y sus líquidos comenzaban a secarse, tomando un tono blanquecino sobre sus sonrosados pétalos de carne.
Acercaos todas.- Val y Andrea, con los rostros aún brillantes por los besos y lamidas de sus compañeras, se quedaron al fondo, mientras Diana (la pelirroja cobriza de trenzas) Alba (la rubia de similares trenzas y ojos oscuro), las gemelas de Pablos y Claudia (de melena de color miel), tomaban posición en primera fila, observando cómo su profesora se manipulaba la vagina.
He aquí el coño tras la batalla.- Comentaba extendiendo sus jugos con con las yemas de sus dedos.- Estos líquidos brotan a borbotones cuando estoy siendo penetrada, lubricando la polla de mi macho para que llegue más y más hondo. Aparte de estos también puedo eyacular otros líquidos, pero no ha sido el caso, ¿Verdad, bedel?- Preguntó con tono de reproche.- Alba, ¿Podrías ayudarme a limpiar un poco este desastre?
La cría se aproximó todo lo que pudo a su profesora mirando con sus oscuros y curioso ojos negros en todas direcciones, como tratando de buscar con la mirada papel, servilleta o algún otro útil con el que poder ser de ayuda. -¿Con qué...?- Preguntó nerviosa.
- Con esa boquita de piñón que Dios te dio, tontita.- La pequeña se arrodilló frente a la mesa y acercó tímidamente la cabeza al coño de su profesora, que yo aún podía oler, crudo, desde donde estaba sentado. La mano izquierda de Silvia tomó la parte posterior de su cabeza y la fue aproximando más.- Saca la lengua, cariño.- Alba así lo hizo, asomando una menuda punta sonrosada, temblando entre sus labios mientras el fuerte aroma le llenaba las fosas nasales. La profesora hizo un movimiento brusco con su mano, haciendo que la naricilla y casi toda la cara de la cría se perdiesen entre sus labios inferiores.
Alba dio un respingo y Silvia le dejó separarse por un segundo, para poder tomar aire.- Tranquila, tonta, lame despacio.- Su asombrada carita mostró más confianza tras este comentario, volvió a sacar su lengua, ahora con más decisión y comenzó a lamer, haciendo sonidillos y gorjeos, casi como si fuese aún más pequeña, babeándose, succionando y chupando aquel rasurado coño como si fuese su nuevo juego favorito.
Diana, ayuda a tu amiga.- Y mientras la pelirroja se aproximaba, Silvia hizo una señal con su mano al resto de las alumnas.- El resto, podéis subiros a la mesa. Comentó golpeando suavemente la superficie del mueble.
Las gemelas, divertidas, corretearon dando la vuelta a la mesa, apartando la silla de la profesora para poder usarla a modo de escalón y se situaron de rodillas una a cada lado de Silvia quien sonreía extasiada mientras tomaba una coleta de Diana y otra de Alba para entrelazarlas y juguetear con ellas, guiándolas mientras lamían su coño, chupaban entre ellas y se besaban con una dulzura que parecía de fuera de este mundo. El resto de las crías fueron tomando sus posiciones en la mesa, unas mirando como sus dos compañeras limpiaban y comían a su profesora y otras quitándose las camisolas y la ropa que les pudiese quedar con ayuda de Silvia, la que iba procediendo y revisándolas de una en una, besando sus mejillas antes de hundir su lengua en cada una de sus bocas, en profundos besos franceses que sus alumnas parecían aceptar con el mayor de los placeres, poniéndose coloradas y respondiendo a su vez. El trabajo de Diana y Alba le mantenían al borde del orgasmo y jadeaba o silenciaba sus gozos en la boca de sus niñas, las que se prestaban al juego lamiendo y besando su cuello, orejas u hombros mientras ella, con ojos cerrados, dejaba que las pequeñas más decididas siguiesen buscando sus labios para besarlas con toda la dedicación que su placer le permitía.
Sentado en primera fila asistía a un espectáculo que no habría imaginado ni en mis fantasías más descabelladas: nunca había participado o presenciado sexo en grupo o actos lésbicos en directo en toda mi vida, pero lo que más me asombraba, por supuesto, eran las edades de las implicadas y el ver a su profesora, a su protectora, educándolas en aquellos menesteres, usándolas para su propio placer pero ayudándolas a disfrutar por primera vez de mil nuevas sensaciones. Decir que era un testigo privilegiado es quedarse corto, y más cuando todas ellas, de una manera o de otra, habían tocado o saboreado mi miembro, un recuerdo que, aún habiendo eyaculado ya, me mantenía, junto al espectáculo actual, en un estado de dolorosa erección permanente. Por ahora le seguiría el juego a Silvia...
Ella tomó con cada mano las cabezas de sus dos degustadoras y comenzó a mover sus caderas con frenesí mientras las animaba a comerle el coño. Las gemelas se habían hecho fuertes en sus pechos, succionando y mordisqueando sus aureolas y pezones. Claudia se masturbaba observando el trabajo de sus dos compañeras en la vagina de su profesora mientras Val lamía y mordisqueada las orejas y la parte posterior del cuello de Silvia con frenesí. Aún notándolas torpes y nerviosas, quedaba claro que no era la primera vez que trabajaban en grupo sobre aquel cuerpo.
- Jo...der... JOD...ER... Comedme as asíííí, putillas mías... Ahhh... AHHH... MÁS RÁPIDO... MFFFFF MFFFF... ¡LAMED! ¡ESCUPID! ¡BABEAD! LO QUE SEA PE...rooooooo, ¡COMEDME BIEN, ZORRAS!
Nunca he sido un gran practicante del cunilingus o los preliminares, lo confieso, pero viendo a Silvia gozar, jurar y gritar como casi nunca lo hacia conmigo, me dejó claro que había sido un estúpido y en todas las parcelas hay que tener mano.
Mi polla se balanceaba en el aire sin necesidad de que la tocase mientras presenciaba cómo cinco chiquillas le daban a su profesora un vehemente orgasmo, muy superior a los que yo había logrado arrancarle hasta ahora.
- MFGHHHHHHHHH...COÑOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOO...FFFFFFFffffffff- Reconocí a la perfección la concatenación de espasmos y expresiones que continuaban a ese juramento: ojos cerrados, cabeza hacia atrás, dando un ligero bote que generaba una ola a lo largo de su columna y un vaivén de cinco o seis toques en su cadera, mientras los rostros de Diana y Alba, satisfechas, asomaban de entre los muslos de su profesora, empapados en jugos. Se pusieron en pie abrazándose mutuamente mientras caían en una pantomima de enamorados, comiéndose las caras, lamiéndose los mofletes y hundiendo sus bocas y lenguas en chorreantes besos franceses imposibles de imaginar en criaturas de su edad.
El cuerpo de Silvia todavía se estaba recuperando de aquellas intensas sacudidas post orgásmicas, pero dando palmadas en la superficie de la mesa, mientras se arrastraba sobre su espalda, indicaba a Diana y Alba que subiesen y se aproximasen.
Sin mediar palabra, las dos crías obedecieron y los brazos de su profesora procedieron a organizar las piezas para un nuevo juego: las crías, en cuclillas pero con sus traseros reposando sobre las manos de su guía, entrecruzaron sus rodillas como pudieron para acabar uniendo sus sexos lo máximo posible sobre la cabeza de Silvia, quien, con los ojos aún medio cerrados, comenzó a lamer sus labios inferiores a la par, antes de comenzar a girar el cuello frenéticamente para rozar sus vulvas tanto con su lengua como su nariz hasta que las dos jadeantes crías, en un sollozo que podría parecer de miedo pero terminaba por ser de placer, tenían un orgasmo en el que parecieron orinar en pequeña cantidad, como si hubiesen perdido durante unos segundos el control de sus vaginas, con su tutora succionando y relamiéndose chorrito a chorrito.
Durante un minuto todo fue silencio y quietud en el aula, sólo puntuado por jadeos y respiraciones tratando de recuperar su ritmo normal. Las crías habían bajado de la mesa y se habían reunido, con sus compañeras, de pie, entono a la mesa. El cuerpo de Silvia se fue deslizando hasta dejarse caer sobre la silla, girando la llave de los cajones de su escritorio.
De aquel misterioso receptáculo sacó tres objetos: una regla, un tubo de lubricante y un dildo con correa de unos 18 centímetros de longitud y tono asalmonado, con una base algo más gruesa a modo de testículos.
- G...Oh.- Silvia tuvo que aclararse la garganta.- Fgfh... Muy bien, mis pequeñas zorrillas, la clase está yendo mucho mejor de lo que habría imaginado, pero hemos dejado de lado durante bastante tiempo al invitado de hoy ¿Verdad, señor bedel? Él suelo deslomarse a diario para que nosotras no tengamos ninguna preocupación más allá de dedicarnos a estudiar y aprender pero hoy, siendo sábado, es un día en el que él también debería disfrutar. Aún así nos queda trabajo por hacer. ¿Podríais, por favor, arrodillaros boca abajo en la mesa corrida del fondo?
Podía olerme lo que venía a continuación, pero no tenía muy claro el orden del plan que Silvia estaba ejecutando. Las crías, jugueteando y bromeado hicieron lo que se les pedía, arrodillándose, con el culo en pompa y su busto contra la mesa (que les debía de parecer fría en un primer contacto por sus risillas y comentarios) aún hablando y besándose unas a otras aprovechando la proximidad de sus posiciones.
Siete pálidos traseros, aún floreciendo, ondeando y vibrando mientras sus dueñas juguetean.
Cuchicheos nerviosos, risillas y sonidos húmedos.
Siete jóvenes pares de labios vaginales ligeramente húmedos y sonrosados, conocedores, tal vez, de la juguetona lengua de Silvia o alguna compañera y tal vez penetrados por algún dedo furtivo, pero aún desconocedores del acto de la penetración...
Creo que no hace falta decir que la falta de riego a mi cabeza, ya que toda mi sangre se había apelotonado en mi polla, estaba haciendo que me volviese loco ante tamaño espectáculo...
Silvia vino a buscarme y, tomándome de la polla, me llevó hasta la mesa corrida, dándome el tubo de lubricante e indicándome, sin palabras, que procediese a untar aquellas joviales almejillas en lubricante.
Ella se puso de rodillas entre los dos primeros muslos empezando por la izquierda y lamió repetidas veces sus correspondientes labios. Escuchamos los jadeos de Espe de Pablos.
Mientras ella pasaba a repetir el procedimiento con Val, yo había abierto el recipiente y comenzaba a aplicar lubricante sobre los labios inferiores de la gemela, introduciendo tan solo la punta de mi dedo índice dentro de su coñito para cerciorarme de que aquella abertura estaba bien preparada.
Mientras realizábamos esta tarea, Silvia había comenzado a masturbarme, sin prisa pero sin pausa, y así seguimos hasta haber repetido los mimos procedimientos con cada una de las siete crías. Varias habían comenzado a frotarse los labios, introduciendo su brazo entre sus vientres y la mesa, porque el lubricante les hacía cosquillas, lo que hacía de aquel espectáculo de traseros en pompa aún más maravilloso.
- ¿En serio quieres que...?- Consulté a Silvia, quien afirmo en silencio, indicándome que volviese a la primera posición, frente a la vulva de Espe, mientras ella tomaba posición, amarrándose las correas del dildo, tras el trasero de Alba.
Ella tomó el tubo de lubricante de mi mano y lo aplicó abundantemente a su strapon antes de que yo vaciase otra buena cantidad del tubo sobre mi glande, extendiendo el lubricante, con un sonido gelatinoso sobre toda mi polla.
Ambos, como músicos apunto de ejecutar un dueto, tomamos nuestros miembros y comenzamos, en silencio, a frotar su punta contra los labios y vulvas de nuestras pupilas, bien atentos a sus jadeos y expresiones, para asegurarnos de no hacerles daño, ates de apuntar, echando nuestros traseros hacia atrás, y proceder a introducir nuestras pollas, lentamente, en aquellos estrechos orificios.
Jadeos, sonidos de carnes líquidas, líquidos desbordándose desde aquellos coños visitados por primera vez y un parsimonioso vaivén mientras penetrábamos (con paciencia. Centímetro a centímetro) aquellas húmedas gargantillas elásticas.
Los sollozos iniciales de Espe eran mitigados por las palabras de su hermana y amigas dándole ánimos, Val y Ella tenían los dedos de sus manos entrecruzados con fuerza mientras Silvia y yo nos besábamos, desvirgando, con euforia, aquellos jóvenes cuerpos cuando, sin previo aviso, escuchamos un fuerte golpe en la ventana, a nuestra espalda, girándonos ambos al unísono, asustados (pero con nuestras pollas aún dentro de las crías) para ver un rostro descompuesto a través de las persianas del aula...
(Continuará)