Labios de fresa (7)

Séptima parte. Un sueño, placeres prohibidos, diosas y demonios.

LABIOS DE FRESA (Parte VII)

Seguí mirándola sin saber que decir. Sonó mi móvil y aproveché para no contestar a Nayala y sí a mi móvil. Era mi madre riñéndome porque ya era hora de estar en casa y cenar. Además me dijo que había problemas en casa con mi hermana, por lo visto mis padres habían pillado a Laurita desnuda en su habitación con Anna, se habían enfadado con ella y ella se había encerrado en el baño para no salir. O eso fue lo que entendí. Le di un beso a Nayala y me levanté rápido. "Lo siento tengo que irme" – anuncié preocupada

Salí de su casa deprisa sin mucha explicación y cuando alguien me cogió del brazo. Era la chica pelirroja de antes. "Olvídala, ella no es para ti" – me dijo. Yo intenté deshacerme de ella sin hacerle mucho caso pero no me soltó. "Tú no lo comprendes" – continuó, levantando la voz. Alguien gritó desde arriba - "Déjala ir!! O ya sabes que pasará!!" – era Nayala asomada a su ventana con medio cuerpo desnudo. Un señor que pasaba por allí se quedó mirando los bonitos pechos desnudos de Nayala – "Tú que miras!!!" – el señor se fue a toda prisa y la pelirroja también, mirándome con recelo.

Llegué a casa y mis padres estaban cenando, me explicaron lo grave que les parecía el asunto, lo que habían reñido a mi hermana y que ella estaba encerrada en el baño sin querer salir desde hacía horas. No cené y fui a ver si yo la convencía. Hablé con mi hermana llorosa a través de la puerta. Al parecer, mis padres, que eran muy rectos y estaban enfadados querían llevarla a un instituto internado de carácter religioso. La convencí para salir, me abrazó fuerte por hacerle saber que yo estaba a su lado más que nunca y al mismo tiempo la condené.

[…]

Tres semanas habían pasado desde que mi hermana estaba en aquel internado. No la dejaban salir y solo podía recibir visitas de familiares. Mis padres a menudo no tenían tiempo para ella, pero yo intentaba visitarla cada fin de semana. Nayala y yo nos veíamos menos, en el curo y alguna tarde más. Anna se había ido olvidando de mi hermana y extrañamente desapareció un poco de mi entorno, casi nunca la veía. Con Cristina seguía yendo a clase pero ya no desprendía amistad hacia mí. Y llegó un día en que Nayala me enseñó algo que yo desconocía – "Esta noche ven a mi casa. Ven lo más hermosa que puedas y no hace falta que lleves nada debajo…"

Así lo hice. Me puse lo más bonita que pude para ella y dejé mi interior desnudo debajo de mi ropita sexy. "Estás preciosa, eres la belleza que necesito hoy"- no escatimó en más halagos – "Hoy te voy a llevar a un sitio que significa mucho para mi, tal vez no me entiendas si te digo que puede que tengas miedo, pero quiero que sepas que conmigo no tienes porque tenerlo, solo quiero que me comprendas" – dijo con voz de confianza, dejándome intrigada. Llegamos a un sitio a las afueras de la ciudad, poca luz y una puerta que parecía de una gran casa abandonada.

Abrió la puerta y vi un pasillo, aquel sitio parecía grande. Entramos en una habitación con poca luz. Sacó de una bolsa una especie de bata con capucha – "Quítate tu ropa y como no llevas nada debajo, ponte esto encima" - me sentí rara – "Confía en mi" – dijo con una voz que me calmaba. Así nos vestimos las dos con una corta bata ligera con capucha y sin nada debajo. Me sentía desnuda y confusa, y eso me excitaba. Me cogió fuerte de la mano – "No digas nada y no te sueltes de mi, solo escucha y observa…" – dijo en voz baja.

Entramos a una sala vieja y grande. Había muchas chicas, algunas jóvenes y otras mayores. Todas estaban sentadas en círculo hablando en voz baja. Todas iban vestidas igual que nosotras pero llevaban la bata abierta y se podían contemplar sus pechos y parte de su cuerpo desnudo. Nayala se abrió su bata igualmente mientras andábamos. Creí que tenía que hacer lo mismo – "No abras tu bata ni muestres tu cuerpo si no te lo digo yo" – me indicó ella. Nos sentamos junto a las otras en el círculo que formaban todas aquellas niñas y mujeres.

Pude ver a la chica pelirroja en aquel círculo. Todas callaron durante unos segundos. En medio del círculo había un dibujo de una mujer con una serpiente y una rosa. "Ella no es del círculo todavía" – dijo una mujer adulta de cabellos negros y pechos grandes. Hubo un pequeño murmullo. "Todavía" – dijo Nayala con mirada de gata. Todas callaron de nuevo. Aquella mujer dijo unas palabras que no entendí y todas, incluida Nayala, murmullaron lo mismo. Nos levantamos todas y las demás se dispersaron por diferentes puertas de la sala.

Nayala todavía no había soltado mi mano. Cuando se fueron vio mi mirada interrogativa y me explicó brevemente todo. Me instó a que creyera en ella y a que no tuviera miedo. Aquel sitio era el "templo" de su comunidad "el círculo de Lilith". Una comunidad formada solamente por mujeres en torno a la sensibilidad y protección del sexo femenino. Adoraban a Lilith una especie de Diosa para ellas, según decían la primera mujer de Adán antes que Eva y que Dios desterró por no querer someterse a Adán en las relaciones sexuales. La verdad es que todo aquello me parecía un poco loco, pero era muy lógico y razonable al mismo tiempo.

Me contó que no podía soltarme de ella y que tenía que iniciarme a su círculo para poder ser parte de ellas. Nayala creía mucho en mí y quería con toda su alma que la comprendiera y que fuera parte de ella. Yo me sentía parte de ella. Me contó además que ella era la súcubo menor y que la mujer de cabellos negros y pechos grandes que había hablado era la súcubo mayor, ellas daban orden al grupo. Cada una podía tener una súcubo protegida y yo iba a ser la de Nayala.

Dimos un pequeño paseo por allí dentro. En cada habitación por la que pasábamos observábamos a varias de las chicas acariciándose, disfrutando de sus pechos, de sus sexos y gimiendo de placer. En alguna habitación había hasta cuatro chicas juntas. Nayala me iba explicando un poco de cada una de las que veíamos. Había alguna chicas que venían realmente de lejos, pero solo se juntaban cada semana. Algunas otras, de las más adultas, eran cargos importantes de la sociedad.

La supuesta súcubo mayor era Ángela, un jueza de 37 años. Pregunté por la chica pelirroja, me explicó que era una pesada de nuestra ciudad, de 19 años que se llamaba Rebeca. Además me explicó que recientemente se había iniciado una mujer de unos 34 años, se llamaba Lucía. Era rubia y de figura muy estilizada. Al parecer estaba metida en muchas agencias de publicidad y promoción de talentos y que habría posibilidad de meternos en el mundillo de las modelos fácilmente. Aquello me hizo sentir más feliz. Le di un gran beso y abrazo a Nayala, ahora quería ser más parte de ella que nunca.

Me explicó que una vez que me iniciara, me sentiría liberada de mi sexualidad y protegida por mis "hermanas". Volvimos al círculo y hablamos un rato más sobre ello, yo le preguntaba curiosa y ella me respondía metalizándome de que tenía que iniciarme. Si era algo tan sencillo… me sentí mentalizada. Se hacía tarde y poco a poco fueron llegando las demás chicas de nuevo a allí.

Todas se arrodillaron. Ángela llenó una copa con algo que parecía vino, bebió un pequeño trago, se la ofreció a Nayala que hizo lo mismo y me la ofreció a mí indicándome que la terminara. Tenía un sabor ácido y refrescante. Se pusieron a orar en voz muy baja algo que casi no entendía de nuevo. Me sentía ligeramente mareada y con calor. Todas callaron de nuevo. Nayala me despojó de mi bata y entre ella y Ángela me acostaron boca arriba en medio de todas.

Seguía sintiendo cada vez más calor. ¿Habría algo extraño en la bebida esa? Mi vagina también se sentía caliente. Todas se inclinaron posando sus manos sobre mi cuerpo. No me moví. Habría unas trece chicas. Sentí decenas de manos acariciándome. Ninguna tocó mis pezones o mi sexo, pero sí rozaban mis pechos, mi cintura, mi ombligo, mis muslos entre mis piernas... me sentí muy caliente y deseada.

Todas se apartaron. Nayala pinchó el pulgar de mi mano izquierda con una fina aguja y me dolió, pero enseguida sus labios y su lengua lamieron la gota de sangre que pasó a mi boca través de un dulce beso suyo. Todas contemplaron como me sentí excitada. Ángela hizo lo mismo con el pulgar de mi derecha. Sus labios eran carnosos y su lengua suave me dio mi propia sangre. Me levantaron y desnuda, di un pequeño beso en los labios a cada una de las chicas, al tiempo que les daba las gracias por dejarme formar parte de su círculo.

Después de aquello ya era muy tarde y todas se marcharon. A la semana siguiente dejé la agencia de Yvonne porque Nayala tampoco iba ya. Antes de dejarlo le expliqué a Yvonne que ya no tenía interés y prefería no seguir. No me creyó, intentó arreglarlo por si era un cuestión de dinero, pero le dije que no y me recordó su advertencia sobre malas amistades. Me pidió que al menos siguiéramos siendo amigas para tomar algo algún día, y se lo concedí, aunque yo misma al hablar con ella me di cuenta de que me sentía alguien mejor, superior y protegida por mi Diosa.

Durante varias semanas seguí reuniéndome con las chicas del círculo cada viernes noche, pero yo solo mantenía relaciones con Nayala. Uno de los viernes por la tarde fui a visitar a mi hermana y no sé porque decidí contarle lo de mi nuevo grupo de amigas y lo que iba a hacer por la noche. Creía que ella se sorprendería o se alegraría pero no pensé que entristeciera.

  • "Y yo aquí donde no tengo a nadie… " – dijo con la mirada perdida

  • "Seguro que tienes nuevas amigas, no será tan malo, y me tienes a mi que vengo cada semana" – intenté alegrarla de nuevo

  • "No es lo mismo, no puedo tener amigas como tú, tienes que sacarme de aquí, este lugar es como una prisión de monjas y a ti no puedo tenerte como me gustaría" – hablaba triste mientras seguíamos andando por el patio de aquel internado.

  • "Venga, venga, pensaba que eso ya se te había pasado, tranquila, seguro que en cuanto termine el curso te sacan de aquí, solo pórtate bien" – la abracé

Ella me abrazó mas fuerte aún – "Ven más a verme Sonia" – dijo susurrando. Sentí sus manos acariciar mi espalda, bajar y buscar entrar por detrás de mi camiseta tocando mi espalda desnuda. Cerré los ojos y apenas dije – "No empieces Laurita" – a lo que respondió – "Solo un beso" – y me besó el cuello. Sentí un escalofrío recorrer mi cuerpo. "Aquí no deberíamos…" – "Si está conmigo mi hermana no me tendrán observada". Pasó una chica por allí cerca y nos pusimos detrás de una gran columna.

Laurita puso sus labios sobre los míos y poco a poco fuimos abriendo la boca. Sentí tan adentro su lengua que no creí ponerme tan caliente con mi hermana. "Acaríciame" me susurró mientras llevaba mi mano debajo de su faldita de uniforme. Sentí su sexo caliente y húmedo. Sus manos acariciaron mi culo con fuerza. Metí mi mano en sus braguitas. Ella me acercó más apretándonos contra la columna. La presión fue y la excitación fue tal, que me aparté de ella para no seguir, porque me estaba poniendo mala.

  • "No seas así conmigo, sabes que soy débil" – dije ofuscada

  • "Pero yo quiero estar contigo, déjame" – pidió Laurita

  • "Ya saldrás y tendrás una nueva amiga para eso, yo ahora tengo que cuidar la mía" – intenté hacerla comprender y andamos hasta la salida

  • "No me dejéis más tiempo aquí, haré lo que sea y por favor no tomes a mal lo ocurrido me gustaría que siguieras viniendo a verme tú más que nadie" – sentí que mi hermana no pasaba por un buen momento y me quería mucho. Le di un beso en la frente – "Cuídate… volveré" – asentí con la cabeza.

La semana siguiente transcurría tranquila hasta que se me ocurrió comentar lo de mi hermana en casa. Miércoles. Salgo con Carol por la tarde. Ella tenía problemas y le apetecía tomar algo conmigo. Tomábamos un zumo en una cafetería cercana cuando un señor de traje se acercó. "¿Puedo?" – indicó una silla y Carol y yo nos miramos extrañadas. "Perdonad el atrevimiento, soy Eduardo, de…" – pronunció un nombre americano de empresa que no entendí – "…y te buscaba a ti Sonia. Me dijeron que tal vez estarías por aquí, es que no tengo mucho tiempo pero eres una recomendación directa para unos castings de modelo profesional" – dijo con tono comercial – "¿Yo?" – me quedé más sorprendida si cabe.

Carol me sonrió y yo sonreí también. "Me habían hablado de esos labios de fresa que tienes, llegarás lejos si nos dejas" – dijo Eduardo con tono seguro. Entonces como un relámpago, la imagen de Lucía, pasó por mi cabeza como algo que me hizo entender porque estaba aquel señor allí buscándome. No era un sueño, era real