La zorra ( corregido)
Releyendo este relato vi que habían varias falas y errores. Por eso lo he retocado un poco
Los demás ya se habían reunido. Susana apareció del brazo de Raúl.
Él era el cabecilla del grupo. Ella era la zorra, en el barrio todos lo conocían así. Una chica fácil, que se abría de piernas para el primero que se lo pedía. Incluso alguno de la pandilla ya se había acostado con ella.
Era sábado por la noche. Los chicos habían llevado refrescos y, sobre todo, alcohol. Mucho alcohol barato En el extrarradio no había generalmente dinero para bebidas buenas y menos para irse de copas a algún garito, por lo que los jóvenes recurrían a hacer el botellón.
Se pusieron a beber. Empezaron las risas, las bromas. Susana también bebía, se reía.
Estaban en un descampado en donde se solían reunir. Había muchos sitios en donde las parejas se podían retirar para hacer sus cositas. Algún polvete rápido los más afortunados. Una masturbación a oscuras o una felación eran lo más normal.
Con al alcohol recorriendo ya sus venas Raúl empezó, delante de todos, a besar a Susana. Ella se dejó. No dijo nada cuando el chico llevó sus manos a sus pechos y se los magreó. Solo protestó ligeramente cuando Raúl metió las manos por debajo de la blusa y se las sobó directamente sobre el sujetador, con fuerza, con sus dedos como garfios.
-Vámonos a otro sitio – le susurró Susana.
-Calla - respondió Raúl, morreándola con más intensidad.
Se dejó tocar. No protestó cuando él le quitó la camisa y el sujetador. Sólo se quejó un poco, de dolor, cuando él le pellizcó los pezones. Los demás del grupo, chicos y chicas, dejaron de hablar. Se quedaron callados mirando como Raúl le cogía la mano a Susana y se la ponía sobre el bulto de su bragueta.
-Sácame la polla, zorra.
Susana, mecánicamente, obedeció. Le bajó la bragueta y se la sacó. El hombre se sintió orgulloso de que todo el grupo viese su gran miembro y como la zorrita de Susana estaba en sus manos, a su completa disposición.
-Vámonos ahí detrás, Raúl. Te haré todo lo que quieras – volvió a susurrarle Susana.
-Te he dicho que te calles.
La cogió del pelo y la obligó a bajar la cabeza.
-Chúpamela – le ordenó.
En silencio, todos se quedaron mirando como Susana empezó a chupar el duro miembro. Los chicos se empezaron a excitar con la morbosa visión. Las chicas no se atrevían a decir nada. Temían a Raúl.
-Aggg, eso es putita. Chúpamela bien. Y no hagas como el otro día. Quiero que te tragues hasta la última gota de mi corrida.
Sin soltarle el pelo, le subió y bajó la cabeza, obligándola cada vez a que se la metiera más y más dentro. No le importó que Susana tosiera y tuviera arcadas. Ella era una zorra y estaba ahí solo para complacerlo, para hacer lo que él dijese cuando él lo dijese.
-Ummm, tienes la mejor boca del barrio, Susana. Se nota que te has pasado la vida mamando pollas - dijo Raúl al borde del orgasmo.
Eyaculó en su garganta. La mantuvo firme contra él para que no aparatara la cabeza. Susana no tuvo más remedio que tragar. Cuando por fin Raúl la liberó, apartó la boca y respiró a bocanadas.
-¡Cabrón, te has pasado! - dijo Susana, mirándolo enfadada mientras se pasaba la mano por la boca para limpiarse las babas.
-Jajaja, no seas tonta, Susana. Pero si te ha encantado.
Susana se giró hacia el grupo. Todos la miraban. Los chicos con ojos llenos de deseo. Esa mirada de deseo con que siempre la miraban todos. Sintió asco de todos ellos. Asco de sí misma. Se fue a levantar, pero Raúl se lo impidió.
-¡Ey!, ¿A dónde crees que vas? Aún no has acabado, putita. ¡Muchachos! - dijo, dirigiéndose a los demás - el que quiera que traiga su polla aquí que la zorrita le dará un buen repaso.
Susana no hizo nada. Se quedó quieta. Nadie se movía. Ninguno se atrevía a mover un solo músculo.
-Venga, muchachos. ¿Es que nadie quiere llenarle la cara de leche a esta putita? – dijo Raúl dirigiéndose a sus secuaces.
Uno de los muchachos se adelantó. Se quedó de pie junto a Susana. El bulto en su pantalón era más que evidente.
-Venga, zorra. Sácasela – dijo el cabecilla lleno de orgullo.
Como una zombi, Susana bajó la bragueta del chico, le sacó el duro miembro y empezó a chupárselo. A los pocos segundos, el chico la cogió del pelo, se la sacó de la boca y le llenó la cara con varios chorros de semen.
Los demás hombres de la pandilla le vitorearon, espoleados por Raúl. Se fueron animando y otro se levantó e hizo lo mismo, quedándose de pie delante de Susana que lo complació hasta hacerlo estalla sobre su rostro.
Sin contar a Raúl, había cinco chicos en el grupo. Uno de ellos intentó levantarse, pero su chica le agarró con fuerza del brazo del brazo.
-Si te acercas a esa zorra te la corto.
El chico volvió a sentarse. Temía a su novia casi tanto como a Raúl.
-¡Jajajaja, calzonazos! - rio Raúl.
Tres ya se habían acercado a Susana para terminar con un intenso orgasmo sobre su rostro o su boca. Sólo quedaba Luis, el más callado del grupo...
-Venga, Luisito. Te toca ahora disfrutar de la putilla- le espetó Raúl.
Se levantó y se acercó a Susana. Estaba muy excitado. La visión de la chica, arrodillada, cubierta de semen, no hizo más que excitarlo aún más. Se quedó de pie frente a ella.
-Venga, Luisito. Demuéstrale a esa zorra quien manda. Agárrala del pelo y ordénale que te saque la polla y que te haga una buena mamada - dijo el jefe de la pandilla.
El corazón de Luis latía con fuerza. Deseaba hacerlo, sentir ese placer que todos sus compañeros, excepto el calzonazos, ya habían disfrutado. Ella no era más que una zorra. Lo hacía con todos. ¿Por qué no con él? Como el jefe le había dicho, la cogió por el pelo y levantó la cara.
Susana tenía los ojos casi cerrados. Los abrió lentamente y miró a Luis. Y Luis le soltó el cabello.
Los ojos de Susana brillaban. De cada uno cayó una lágrima, que bajó por sus mejillas. Cerró los ojos lentamente, y dos lágrimas más salieron de sus ojos y se mezclaron con el semen de los tres chicos anteriores.
-¿A qué esperas, Luis? Venga, sácatela y que te la mame – gritó impaciente Raúl.
Luis miraba la cara de Susana. Jamás iba a olvidar esos ojos. Esa mirada. Una mirada de completa desolación. De total humillación. Unos ojos tan tristes que casi sintió dolor físico al mirarlos.
Susana no hacía nada. Estaba quieta, esperando a que él saciara su deseo. Que la usara como a la zorra que era. Que todo acabase ya para poder irse a su casa. Seguían saliendo lágrimas a través de sus párpados.
Raúl perdió la paciencia. Se acercó a Luis.
-¿Qué pasa? ¿Eres marica o qué?
-Ya está bien, Raúl. Nos hemos pasado.
-¿Pero qué dices? A ella le gusta. No es más que una zorra.
Luis se sacó un pañuelo limpio del bolsillo.
-Toma, Susana. Límpiate.
Ella abrió los ojos. ¿Por qué no terminaba ya todo aquello? ¿Por qué no hacía como los demás y la dejaba allí, tirada?
Vio que Luis le ofrecía algo para limpiarse. Alargó una mano y lo cogió.
Raúl se encaró con Luis.
-¡Estúpido de mierda! Así que al final nos has salido maricón. Déjame a mí enseñarte como un hombre debe tratar a una zorrita como esta.
Luis era el más callado, el más tímido. Pero también era el más fuerte, el más corpulento. Agarró con fuerza a Raúl del brazo.
-Te he dicho que ya está bien. Déjala en paz.
El machito alfa no podía permitir que se le subieran a las barbas. Intentó golpear a Luis, pero éste le empujó con fuerza y casi se cae al suelo.
-¿Estás loco? ¿Pero quién que has creído que eres, Luis? Agarradlo, chicos – rugió con los ojos inyectados en sangre.
-Al que se acerque lo machaco – respondió Luis, cerrando los puños y lanzando una mirada al resto de la pandilla.
Como buenos cobardes que eran todos, ninguno se atrevió a acercarse a Luis. Raúl les gritaba, como una niña, pero él tampoco se acercaba.
Luis oyó un ruido. Se giró y vio como Susana desaparecía corriendo en la oscuridad.
-Somos unos bestias - dijo – Jamás teníamos que haber llegado tan lejos con Susana.
-Jajaja, Luisito. Ya se le pasará – rio Raúl.
-Me dais asco. Me doy asco.
Se dio la vuelta y fue por donde Susana se había ido. Le daban asco sus amigos. Se daba asco a sí mismo. Era tan culpable como ellos. Por haberlo permitido sin mover ni un dedo. Por casi hacerlo también.
Caminó por entre casas abandonadas, entre escombros, en donde los yonkis iban a meterse de todo. Buscó por todas partes, pero no la encontró. Se iba a dar por vencido cuando oyó quejidos de mujer. Era Susana, que lloraba. Guiándose por el sonido, la encontró. Acurrucada en una esquina, casi a oscuras.
-¿Estás bien?
Ella levantó la mirada. La cara la tenía sucia, mezcla de sus lágrimas, tierra y semen. Se había intentado limpiar con el pañuelo, pero seguía manchada.
-¿Qué quieres? ¿Vienes para que te haga lo que le hice a los demás? ¿Vienes a que la zorrita te chupe la polla? – le lanzó la muchacha a la cara.
-No. Vengo a...pedirte perdón.
-¿Perdón? No me hiciste nada.
-Por eso. Por no hacer nada. Por permitir que los demás lo hicieran. No estuvo bien.
-¿No? ¿Qué más da? Sólo soy la zorra del barrio. Ya estoy acostumbrada a serlo. Déjame en paz, Luis.
-Vamos, te acompaño a casa.
Susana deseaba irse a su casa. Darse una ducha y quitarse toda la porquería que tenía encima. Al menos la porquería física. La otra, la que llevaba en el alma, no se limpiaría con agua.
Tenía miedo de irse sola, a esas horas, por aquella zona. De vez en cuando alguna chica era violada, y seguramente a ella no tendrían problemas en atacarla. Al fin y al cabo era lo que era.
Se levantó y mirando al suelo caminaron juntos hasta volver al barrio. No se dijeron nada en todo el camino. Cuando llegaron al portal del edificio en donde vivía Susana, se detuvieron.
-Bueno, pues ya estamos aquí – dijo Luis
-Sí. Gracias por acompañarme.
-De nada. ¿Estás bien?
-Sí. Ya se me pasará.
-Pues nada. Adiós, Susana.
-Adiós, Luis.
Ella entró en el portal. Luis esperó unos segundos y después se marchó hacia su casa.
Susana abrió la puerta de su vivienda. Desde el salón, la voz ebria de su madre le gritó.
-¿Ya estás en casa, Susy?
-Sí mamá – contestó acercándose al salón.
Susana miró a su madre. Estaba tirada sobre el sofá, despeinada, sucia. Varias botellas de alcohol tiradas por el suelo. El ambiente lleno de humo del tabaco. Sobre la mesa, aún los platos sucios de la comida.
-¿Qué pasa hoy? ¿No encontraste macho que te montara? Jajajaja -Tómate una copa con tu madre...Jajajaja.
Susana se fue al baño. Las lágrimas volvieron a sus ojos. Hasta su propia madre la trataba como a un golfa. Se encerró y se desnudó. Se metió en la bañera y dejó caer el agua caliente.
No lo pudo resistir más. Se quedó sin fuerzas y cayó de rodillas. Se llevó las manos a la cara y lloró en silencio.
Solo deseaba una cosa. Deseaba morirse.
El agua cayó sobre ella durante muchos minutos, hasta que el termo se agotó y el agua fría la obligó a salir de la bañera. Se secó con una toalla arrugada y sucia y se fue a su cama. Solo para seguir llorando.
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Apenas recordaba a su padre. Solo recordaba de él que era un borracho y que pegaba a su madre, que durante muchos años sufrió malos tratos y vejaciones por parte de aquella bestia.
Cuando Susana empezó a desarrollarse, él empezó a fijarse en ella. En su cuerpo que pasaba de niña a mujer. Empezaron las miradas lascivas, las insinuaciones.
Más tarde, los toqueteos.
Hasta que un día, medio borracho, lo intentó. La encerró en su cuarto para abusar de ella. Sus gritos de pánico alertaron a su madre, que al ver como su marido estaba rompiéndola la ropa a su hija, se armó de cólera y lo golpeó hasta conseguir echarlo a la calle.
Susana, aterrada en un rincón de su cuarto, oyó como su madre le gritaba a su padre que si volvía por allí lo mataría. Que desapareciera pasa siempre o llamaría a la policía.
No lo volvieron a verlo más. Desapareció para siempre. De repente se encontraron solas, viviendo en un barrio marginal en el extrarradio de una gran ciudad.
La madre de Susana tuvo que empezar a trabajar limpiando casas, lo único que pudo encontrar. Al poco tiempo empezó a beber. Un día, cuando Susana volvió de la calle de jugar con sus amigas, se la encontró con una botella de vodka en la mano y la mirada perdida, tambaleándose por el pasillo.
-Seguro que fue por tu culpa – dijo su madre, trabándosele la lengua por la bebida.
-¿Qué? ¿Qué cosa mamá?
-Seguro que tú lo provocaste. Te insinuaste para que te follara.
-¿Qué dices? ¿De qué hablas? – preguntó una asustada Susana.
-Hablo de tu padre. Se fue por tu culpa. Y ahora estoy sola. No eres más que una zorra. Le provocaste con tu cuerpo y ahora estoy sola – le dijo a su hija, señalándola con la mano derecha mientras sujetaba la botella con la izquierda.
Susana salió corriendo para su cuarto. ¿Cómo podía decir aquellas cosas su madre? ¿Acaso no recordaba ya lo golpes, los insultos, las vejaciones? Estaban mejor sin él.
El tiempo fue pasando, y el alcoholismo de su madre no hizo más que aumentar. Y aumentaron también las veces que le echaba en todo en cara. Le decía que todos sus males eran por culpa de ella. Por no ser más que una zorra.
Poco a poco todas aquellas palabras se le fueron metiendo dentro. Empezó a salir con chicos. Uno la engañó y se la llevó a una de las casas abandonadas. Empezó con suaves caricias para poco a poco ir a más. La desnudó y cuando ella quiso terminar con aquello, no le hizo caso. Siguió y allí, en el colchón que por las noches los drogadictos usaban para pincharse, la desvirgó.
No fue cariñoso, ni cuidadoso. Simplemente la montó, le rompió la inocencia y se vació en ella, mancillando su hasta ese momento cerrada vagina con su semen.
El muchacho ni se despidió. Se levantó y la dejó allí, con las bragas en uno de los tobillos. Susana se recompuso la ropa y se fue para su casa a lavarse. En las bragas una mancha de sangre y semen atestiguaba su 'nacimiento' como mujer.
Al día siguiente, caminando por la calle, varios chicos la miraron. Uno le dijo.
-Ey... ¿A dónde vas, zorrita?
-¿Qué? – dijo ella, sorprendida.
-Que a dónde vas. Ya nos contó Enrique como te dejaste follar ayer. Vamos al mismo sitio y echamos un buen polvo.
Echó a correr. Aquel cabrón no se había conformado con desvirgarla sino que además se lo contó a los demás. Todo el barrió se enteró.
Las chicas empezaron a llamarla puta. Los chicos no dejaban de acosarla. Su madre le decía cada día que todo era culpa de ella.
Hasta que un día, Susana, estalló. Todos decían que era una puta, una zorra. Hasta su propia madre no dejaba de decírselo. ¿Era eso lo que era? Pues así se comportaría.
Empezó a ir de mano en mano. Salía con chicos unos días. Se la follaban y cuando se hartaban la abandonaban. No le decía que no a ninguno y enseguida otro ocupaba el lugar del anterior. Se empezó a más provocativa, con faldas cortas y camisas ajustadas que dejaban bien a la vista sus generosos pechos, casi siempre ahora sin sujetador.
Un día fue a la carnicería a por carne.
-Venía a por un kilo de carne para componer. Mi madre dice que se lo apunte, que al final de mes se lo paga todo – le dijo al carnicero.
-Dile a tu madre que se acabó. Me debe casi dos meses ya.
-Por favor, Don Julián. Se lo pagará todo este mes.
-No, Susana. Ya está bien. Que no soy las hermanas de la caridad.
El hombre la miró de arriba abajo. Llevaba una minifalda, una camiseta con un gran escote. Aquella chica iba pidiendo guerra. Sabía lo que se decía de ella por el barrio, así que con una lasciva sonrisa, mirándola fijamente a los ojos, le dijo:
-Aunque, si eres...buena conmigo, podríamos llegar a un acuerdo.
Susana vio en aquella mirada lo que él insinuaba. Vio como él se llevaba la mano a la entrepierna y se sobaba.
-Te hago una mamada y me das la carne. Y también un kilo de pechuga de pollo.
-Si te tragas toda mi corrida, hecho – respondió en el acto el carnicero, casi babeando ya de deseo.
Pasaron a la trastienda, Susana se arrodilló y consiguió la carne. Desde ese día no volvió a pagar con dinero en la carnicería.
Así nació Susana, la zorra del barrio.
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Acostada en su cama, con el pelo mojado después de la ducha, hizo examen de su vida. Una vida que no le gustaba, pero no sabía cómo salir de ella. Sin estudios, sin perspectivas ninguna de futuro, enterrada en aquel barrio de mala muerte.
Lo único que le quedaba era hacer lo que aún no había hecho. Empezar a cobrar por sus servicios. Irse a donde estaban el resto de las prostitutas. Esperar a que un coche parara y subirse con un desconocido.
Y quizás, al final, como tantas otras, aparecer muerta por sobredosis en un callejón o rajada por su chulo.
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Al día siguiente, por la mañana, no quiso salir. Sobre las 10 tocaron a la puerta. Miró por la mirilla y vio que era Raúl.
-¿Qué quieres? - dijo, sin abrir
-Voy caliente, Susanita. Abre. Echemos un buen polvo.
-No. Déjame en paz.
-¿Aún estás enfada por lo de anoche?
-Llegaste demasiado lejos, Raúl. Me trataste como si fuese basura.
-Venga, mujer. Ni que fuera la primera vez – exclamó el chico con una sonora carcajada.
-¡Lárgate! – le gritó Susana.
Raúl le dio un golpe a la puerta.
-Ábreme ya, zorra.
-No me vas a tocar ni un pelo jamás.
-Jajajaja. Ahora la putita me ha salido remilgada. Abre la puerta o la tiro abajo.
-Tengo un cuchillo en la mano - mintió - y como se te ocurra entrar, te corto el cuello.
-Puta. Tendrás que salir. Ya te pillaré en la calle y sabrás lo que es bueno.
Susana lo vio alejarse a través de la mirilla. Se fue al salón, asustada.
¿Cómo había llegado a ese punto? Para los demás no era ya una persona. Sólo una cosa. Se calmó a los pocos minutos y se puso a recoger un poco el lugar. Tiró las botellas vacías, vació el cenicero y aireó el ambiente.
Tocaron otra vez a la puerta. Esta vez sí cogió un cuchillo y gritó.
-Te he dicho que te largues, coño.
-Susana, soy yo, Luis.
-¿Qué quieres?
-Ver si estás bien.
-Sí, estoy bien.
Miró por la mirilla. Allí estaba Luis. Lo conocía desde siempre. No recordaba que él le hubiese dicho nunca nada, ni un insulto, ni una insinuación. Y la noche anterior fue él el que la acompañó a su casa. Escondió el cuchillo a su espalda y abrió la puerta.
-Estoy bien. Luis...gracias por acompañarme a casa anoche.
-Era lo menos que podía hacer. Yo... joder, me siento fatal.
-¿Por qué?
-Por lo que te hicimos.
-Tú no me hiciste nada.
-Pero no impedí que los demás lo hicieran. Y... yo también iba a hacerlo – dijo, avergonzado.
-No te preocupes, Luis, olvídalo. Sólo eran unos chicos y yo la zorra del barrio. ¿A quién le importa?
-A mi me importa.
Susana le miró. Y recordó como él la miró la noche anterior. Como la soltó cuando ella le miró a él.
-¿Se metieron contigo? – le preguntó
-Bueno, ya sabes como son, unos gallitos. Pero saben que soy más fuerte que ellos.
-No quiero que tengas problemas con Raúl por mi culpa. Puede llegar a ser un mal bicho.
-Lo sé. Pero tranquila.
-Antes vino - dijo, mostrándole la mano que tenía a la espalda, con el cuchillo.
-¿Qué quería?
-Lo que todos. Usar a la zorra.
-¡Qué hijo puta!
-Ya. Hay muchos con él.
Susana se dio cuenta de que Luis la miraba de arriba a abajo. Era como los demás, después de todo.
-¿Qué? ¿Quieres que te agradezca que me echaras una mano anoche? Una mamada más o menos no me supondrá nada.
Luis la miró, dolorido. ¿Por qué aquella chica se comportaba así? Si te comportas como una zorra te tratarán como a una zorra.
-No. Sólo vine a ver como estabas. Adiós.
Se dio la vuelta y se marcho.
"Joder. Mira que eres borde", pensó Susana.
-Espera Luis – le dijo, tratando de pararlo.
Luis no hizo caso, llegó a las escaleras y se marchó. Sí, se había portado mal con ella al no haber impedido lo que pasó la noche pasada, pero solo trataba de ser amable con ella. Y ella se comportaba como… como lo que decían de ella.
Susana cerró la puerta, despacito. Se sintió un poco mal por haber tratado a Luis de aquella manera. Él solo parecía querer ver como estaba, sin más. No estaba acostumbrada a eso.
Se puso a limpiar la casa, que estaba hecha una verdadera pocilga. Cuando su madre llegó, después de toda una mañana limpiando pisos, lo primero que hizo fue ir a la cocina y coger una botella de vodka barato.
-¿Qué hay de comer, Susana?
-Arroz blanco con huevos fritos.
-¡Joder, ni que fuéramos chinos, tanto arroz tanto arroz! Quiero un buen filete.
-¿Desde cuándo no le pagas al carnicero? - preguntó a su madre.
-Hasta ahora te las has arreglado tu solita para eso, ¿No?
Susana sintió una punzada en el estómago. Su madre lo sabía. Sabía como ella conseguía la carne y aún así no le había dicho nada. Se la comía con gusto y encima la llamaba puta. Se enervó y mirando a su madre, le gritó:
-Si quieres un filete, te vas a la carnicería y le chupas la polla al carnicero.
-¡Ja! Aquí la puta eres tú.
No lo pudo resistir. Sin comer, salió de su casa dando un portazo, aguantando las lágrimas. Su madre, como si nada hubiese pasado, se frió dos huevos y se sirvió el arroz que su hija ya tenía preparado.
Susana salió a la calle corriendo, sin saber a dónde ir. Corrió sin parar hasta llegar a la plaza. A esas horas no había nadie. Se sentó en un banco.
-Me voy a largar de aquí. Voy a mandar a la mierda a todos de una puta vez. Maldito mundo.
Cuando se dio cuenta de que no tenía a donde ir, se volvió a derrumbar. Se secó las lágrimas con las mangas de su camisa y volvió a su casa. Su madre ya había terminado de comer y estaba en el salón fumando y bebiendo. Sin decirle nada, fue a la cocina a comer.
Sola, con la mirada perdida, comió mecánicamente.
Miró por la ventana de la cocina.
"Son cinco pisos. Ni me voy a enterar. Nadie me va a llorar".
Ese día no volvió a salir de casa.
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Por la tarde del día siguiente ya no aguantaba más encerrada en su casa. Se decidió a salir a dar una vuelta. Caminó sin rumbo, y cuando se quiso dar cuanta se estaba acercando a la plaza. Enseguida vio a Raúl con el resto de la pandilla y cambió de dirección.
La vieron.
-¿A dónde vas, zorrita? - le gritó Raúl desde lo lejos.
Sin contestar, apretó el paso y se metió por una calle. El grupo se levantó y la siguió.
-Ahora se va a enterar esa puta - dijo el cabecilla a los demás, que lo siguieron como borregos.
Echaron a correr detrás de Susana y al poco la tenían acorralada.
-Déjenme en paz.
-De eso nada, guapa - dijo Raúl, envalentonado - Ahora te vamos a follar todos.
-No – se atrevió a decir Susana, cerrando los puños y preparándose para lo peor.
-Sí – dijo Raúl con una malévola sonrisa.
Se acercó a ella. Los otros tres casi babeaban ya. Y las chicas, lo animaban a que le diera una lección a la putita aquella.
Raúl se plantó delante de Susana. Ella se dio por vencida. No tenía a donde huir. Y si se resistía sería peor. Lo mejor sería, como siempre, dejarse hacer lo que ellos quisieran y después marcharse a casa. El agua lo limpiaba todo.
-Si la tocas te rompo el brazo, Raúl.
Todos miraron hacia donde provenía la voz. Era Luis, que se acercaba hacia el grupo. Los demás se apartaron. Todos menos Raúl.
-¿Otra vez me vas a joder, Luis? Te la estás buscando.
-Lárgate y llévate a tus perros y perras.
Raúl vio en los ojos de Luis que hablaba muy en serio. Se apartó de la chica. No era más que un cobarde, en el fondo.
-Está bien. Quédate tú con la puta. Ya arreglaremos cuentas tú y yo. Vámonos, chicos.
Susana miró como se marchaban. Le temblaban las piernas. Después miró a Luis.
-¿Estás bien?
-Sí, estoy bien. Otra vez me has salvado de esos.
-Has tenido suerte. Volvía a casa del taller y los vi corriendo.
-Lo sé. Sé que algún día me pillarán y se las cobrarán todas juntas. Para ellos no soy más que una puta.
Luis la miró de arriba a abajo. Vestía una falda muy corta y una camisa ajustada en la que se marcaban claramente sus pezones, al ir sin sujetador. Mirándola a los ojos le dijo:
-Si te vistes como una puta te tratarán como a una puta.
Aquellas palabras le llegaron a Susana al alma. Se miró y por primera vez se sintió casi desnuda. Trató con todas sus fuerzas de no llorar, pero no pudo evitar que de sus ojos cayeran lágrimas. Agachó la cabeza, avergonzada.
Luis la miró. Se le encogió el corazón por haberla herido.
-Lo siento, perdóneme, Susana. No quería hacerte daño.
-Tienes razón, Luis. Tengo lo que me merezco. No soy más que una...
-No lo digas más. No importa lo que los demás piensen de ti. Importa lo que tú pienses de ti.
-En estos momentos no pienso nada bueno sobre mí.
-Vamos, te acompaño a tu casa.
-No, llevo todo el día encerrada. Salí a coger aire y me encontré con esos.
-Pues vamos. Demos un paseo. Si estoy contigo no se atreverán a hacerte nada.
Ella le miró. Creía que lo conocía desde niño. Pero se dio cuenta de que no lo conocía en absoluto. Empezaron a caminar.
-¿Volvías del taller? – le preguntó.
-Sí, trabajo con mi padre. Estoy aprendiendo el oficio. No se me da mal.
-¿Así que te gustan los cacharros rotos?
-Jeje, sip.
Pasearon largo rato. Se dieron cuenta de que mucha gente los miraba. Pero no hicieron caso. Cuando anochecía, la acompañó hasta el portal de su casa.
-Bueno, pues ya hemos llegado, Susana.
-Sí. Gracias por todo Luis.
-De nada. Oye...
-Dime.
-Creo que será mejor que...ejem... nos vean juntos unos días, para que no se les ocurra hacerte nada. Al menos hasta que las cosas se calmen.
-¿No te importa que te vean conmigo? – preguntó, mirándole a los ojos.
-No.
-Pues...vale. Hasta que la cosa se calme, serás mi caballero andante.
-Jajaja. Más bien tu Sancho Panza – rio Luis acariciándose la barriga.
-Jajajaja. ¿Hasta mañana?
-Hasta mañana. Salgo a las cuatro.
Luis se quedó allí hasta que Susana entró en su portal y después se marchó a su casa.
Susana se sintió extraña. Jamás la habían tratado como la trataba Luis. Se sintió respetada. Él sabía quién era ella, lo que decían de ella, y aún así, la respetaba.
+++++
La mañana del día siguiente Susana la dedicó a la casa y a hacer la comida. No quería comer con su madre, así que lo hizo sola antes de que ella llegara y después se fue a su cuarto.
Sobre las cuatro menos cuarto se vistió para salir. Cuando se miró al espejo recordó lo que Luis le dijo el día anterior.
Se quitó la minifalda que tenía y la ajustada camisa. Se puso unos pantalones y una blusa más holgada. Y sujetador. Cuando se volvió a mirar al espejo se sorprendió de como unas simples prendas podían cambiar tanto el aspecto de alguien.
En el espejo no vio a una zorra. Vio a una chica.
Cuando bajó las escaleras, él ya la estaba esperando. La miró de arriba abajo, y sonrió.
-Hola Susana.
-Hola Luis. ¿Qué tal? - preguntó, girando sobre sí misma.
-Muuuuucho mejor. Vamos.
-¿A dónde vamos a ir?
-Al centro
-¿Al centro?
-Sip.
La llevó hasta la parada del autobús. A los cinco minutos llegó y se subieron. En media hora, estaban en el centro de la cuidad.
Para Susana era como estar en otro mundo. No había casas en ruina, escombros en los descampados. Sólo amplias calles, parques. Gente caminando de un lado a otro, enfrascados en sus cosas. Nadie le prestaba atención. Allí era una más.
Pasearon por las ramblas, miraron escaparates llenos de cosas que no podían permitirse. Pero mirar era gratis. Pasaron por delante de una cafetería que tenía una terraza.
-¿Te apetece un café o un refresco? – preguntó Luis.
-Claro.
-Pues venga. Te invito.
Se quedaron mirando a la gente pasear mientras se tomaban un café.
-¿A qué hora es el último autobús de vuelta? – le preguntó Susana.
-A las ocho creo. Nos quedan aún... dos horas.
-Bien.
Aún tenía dos horas de tranquilidad. Dos horas lejos de aquel maldito barrio suyo.
+++++
Anochecía ya cuando se bajaron del autobús. Caminaron lentamente hacia la casa de Susana.
-Bueno, pues hasta mañana, Susana.
-Hasta mañana, Luis.
Se miraron unos segundos y se giraron. Mientras subía en el ascensor, Susana se dijo que era el primer día en muchos años en que no se sentía una zorra.
La tenue felicidad se esfumó cuando entró en su casa. Borracha, arrastrando las palabras, su madre la recriminó.
-¿De dónde vienes?
-De dar un paseo
-Sí, sí, un paseo. Seguro que has estado dejándote follar por tus amigos. Si al menos cobraras yo no tendría que pasarme el día de rodillas limpiando suelos.
-Mami...
-¿QUÉ?
-Vete a la mierda, ¿Quieres?
La madre cogió un cenicero lleno de colillas e intentó tirárselo, pero el alcohol que corría por sus venas se lo impidió y se hizo mil pedazos contra el suelo.
-A la mierda te vas tú, mala hija. Con todo lo que yo he hecho por ti y así me lo pagas. Primero hiciste que tu padre se marchara y ahora me humillas.
Su madre se echó a llorar. Susana sintió una punzada de dolor. Pero ya llevaba mucho tiempo aguantándola. Se fue a su cuarto, dejándola sollozando sus miserias.
Su día, que había sido un buen día hasta ese momento se fastidió. Pero al menos, al día siguiente volvería a dar un paseo con Luis.
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Al día siguiente, y todos los demás durante esa semana, Luis acudía puntual a recogerla. Susana dejó de usar ropa tan provocativa como la de antes y se vestía más decente. Los primeros días sufrieron algunos insultos por parte de Raúl y los demás, pero poco a poco la cosa se fue calmando.
Paseaban, hablaban. Iban mucho al centro. Y después, Luis la acompañaba a su casa.
Por la noche, en su cama, Susana se acurrucaba y pensaba en su amigo. Llevaban saliendo varios días, y no la había tocado. No le había metido mano como hacían los otros. No la trataba como a una zorra, sino como a una mujer. Y eso le gustaba. Se dormía deseando que llegaran las cuatro del día siguiente para olvidarse de quien era.
El viernes se pasaron la tarde en un centro comercial. Jugaron a los bolos y no pararon de reírse de lo malos que eran los dos. Antes de coger el autobús de regreso se tomaron un helado.
Caminando lentamente, llegaron al portal de Susana.
-Bueno, Susana. Ya llegamos.
-Sí. Gracias por el helado. Gracias por todo, Luis.
-Deja ya de darme tanto las gracias.
Se miraron unos segundos a los ojos.
-Creo que ya se han olvidado de todo esos cafres. No te molestarán más, espero.
Susana sintió como si le dieran un bofetón y un escalofrío recorrió su cuerpo. Eso significaba que él ya no la acompañaría más. Que dejarían de pasear. Bajó la mirada, llena de tristeza.
-No, no creo que se metan más conmigo ya. Bueno, Luis, me ha... encantado pasar estos días contigo. Ya nos veremos.
Se dio la vuelta y empezó a caminar hacia la puerta. No quería que él viese como sus ojos se aguaban. Abrió el portal, a punto de llorar.
-Susana... mañana es sábado. ¿Te recojo a las 10?
El corazón de Susana empezó a latir como loco. Ahora las lágrimas sí cayeron, pero de alegría. Sin darse la vuelta, tratando de que no se le notara en la voz, le dijo que sí.
-Hasta mañana, Susana.
-Hasta mañana, Luis.
Subiendo en el ascensor se secó las lágrimas. El corazón le seguía latiendo con fuerza. En su boca se dibujaba una sonrisa.
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Se levantó temprano. Se duchó y buscó la mejor ropa que tenía, A las diez en punto bajó. Esperándola, apoyado en un coche, estaba Luis, que la miró de arriba a abajo. Susana encontró aquella mirada una mirada limpia, de admiración.
-¡Wow, Susana, hoy estás preciosa!
-Gracias, Luis - dijo, emocionada.
Era la primera vez que un chico le decía eso. No que qué buena estaba, no piropos soeces. Un simple preciosa.
-Hoy tenemos coche. Mi padre me lo ha prestado. ¿Qué te apetece hacer?
-No sé. Lo que tú quieras.
Le abrió la puerta, galante.
-Gracias, caballero.
-De nada, señora.
La llevó al zoo. Nunca había estado y le encantó ver a todos aquellos animales. Saltó de alegría con las focas y sus cabriolas.
De vez en cuando, sin que él se diera cuenta, Susana le miraba. Era un chico estupendo. Con él se le pasaban las horas volando.
Quizás, si ella no fuera quien era... quizás entonces...
Comieron en un McDonald’s. Ella insistió en pagar. Le había sisado a su madre 30 euros.
-No hay más que hablar, Luis. Esta vez pago yo.
-Ta'bien. Mujeres
-Jajajaja
Las tarde era fresca, así que decidieron dar un paseo por una gran avenida peatonal, llena de tiendas y terrazas. Caminaban el uno al lado del otro, casi pegados.
De vez en cuando, la mano derecha de Susana se rozaba con la mano izquierda de Luis. Una de esa veces, Luis agarró sus dedos. Con suavidad, la cogió de la mano y siguieron caminando.
Susana no se lo podía creer. Luis la llevaba de la mano, como... como hacían las parejas. Sintió un estremecimiento por todo el cuerpo.
Le miró. Él miraba hacia adelante. Vio su perfil, masculino, tan fuerte y a la vez tan delicado. ¿Por qué le hacía latir así el corazón con sólo cogerla de la mano? Jamás se había sentido así. Y entonces se dio cuenta de lo que le estaba pasando. Se estaba enamorando de Luis. Por primera vez en su vida sentía amor por un hombre. Era una sensación maravillosa.
Pero de repente, su alegría se esfumó. No eran más que ilusiones. Él sólo era un amigo, un buen amigo, nada más. ¿Cómo iba ella a pretender más? ¿Cómo iba él a quererla a ella? Era la zorra del barrio. Se había acosado con muchos de los chicos del barrio, hasta con los padres de más de uno. Conseguía carne a cambio de favores sexuales.
Nadie podría quererla. Siempre sería una zorra.
Luis notó que ella estaba preocupada, triste.
-¿Qué te pasa, Susana? ¿Te sientes mal?
-No, no... No es nada –le dijo.
Ella le soltó la mano. No tenía derecho a sentir esas cosas. No era digna de esos sentimientos. Sólo era una puta.
-¿Quieres que volvamos a casa?
-Sí, por favor.
No hablaron más durante todo el camino de vuelta. Ella no volvió a mirarle. Sólo tenía ganas de encerrarse en su cuarto y llorar toda la noche sin que nadie la viera.
Luis paró delante de su casa. Se bajó y ella también.
-Adiós Luis, dijo, sin mirarle y dándose le vuelta.
-Susana, espera.
Se acercó a ella, que seguía mirando al suelo.
-Me lo he pasado muy bien hoy, Susana.
-Y yo. Ha sido un día maravilloso.
La mano derecha de Luis se acercó a la mano izquierda de Susana. Con las yemas de sus dedos la acarició. Susana sintió un corriente eléctrica subir por su brazo.
Lentamente, Luis fue subiendo por el brazo, apenas rozándole la piel. Llegó a su hombro, le acarició el cuello y con delicadeza, tirando de su barbilla, le hizo levantar la cara. Sus ojos se encontraron. Todo el cuerpo de Susana temblaba.
Para ella fue irreal cuando Luis acercó su boca a sus labios. Pero cuando los sintió en los suyos, se dio cuenta de que todo era muy real. Luis la estaba besando. Cerró los ojos.
Muchos hombres la habían besado. Sus labios habían sido abiertos incontables veces para que seguidamente una lengua invadiera su boca. Pero ahora, los labios de Luis la hicieron conocer lo que era un verdadero beso, ese beso que te hace estremecer de pies a cabeza, que no quieres que acabe nunca. Tierno y a la vez intenso.
Luis separó sus labios lentamente y la miró. Ella seguía con los ojos cerrados. Los abrió despacio para encontrarse con los de él, que le sonreía. Ella le devolvió la sonrisa.
-¿Mañana a la misma hora? - le preguntó Luis.
-A la misma hora - respondió casi sin voz.
Él esperó a que ella entrase en el portal. Se miraron por última vez ese día.
Susana llegó a su casa como si flotara. La cruda realidad de su vida, en forma de madre borracha tirada en el suelo entre un mar de botellas no consiguió que desapareciera la agradable sensación que recorría todo su ser.
Se fue a su cuarto, el único lugar de su casa en donde se sentía algo bien. Se acostó en la cama.
En ese momento, por primera vez en su vida, Susana supo lo que era la felicidad.
+++++
Luis llegó a su casa. Desde que entró notó que algo pasaba. Su madre lo miró, preocupada.
-¿Qué pasa mamá? – le preguntó.
-Tu padre quiere hablar contigo. Está en el salón.
Se acercó y allí estaba su padre.
-¿Qué pasa?
-¿De dónde vienes, hijo? – preguntó su padre, serio.
-De dar un paseo.
-¿Con quién?
-Con... una amiga.
-¿Con esa... Susana?
Así que era eso. Sabía que ese día llegaría y estaba preparado.
-Sí, con Susana – respondió, seguro de sí mismo.
Su padre respiró hondo.
-¿Sabes lo que se dice de esa chica?
-Sí, lo sé.
-¿Y?
-Y, nada.
-¿Te la estás tirando?
-No. Papá, no creo que lo que yo haga o no haga y con quien lo haga sea asunto tuyo.
-Si afecta a la familia, sí es asunto mío.
-Siempre has sido franco conmigo. Yo lo voy a ser ahora contigo. Sé quien es ella, lo que dicen que es. Aún así, me gusta. Y mañana voy a volver a salir con ella. Y al día siguiente, también. Esta es tu casa. Si no estás de acuerdo, dímelo y me iré.
-Luis, no seas tan dramático. Sólo te pido que tengas cuidado – reculó su padre, desarmado ante la resolución de su hijo.
-Lo tendré. Gracias.
Se dio la vuelta y se fue a su cuarto.
+++++
No eran aún las diez cuando Susana salió corriendo de su casa. Allí plantado, la esperaba Luis. Se acercó a él.
"¿Qué hago? ¿Le beso?" - pensó Susana, loca por volver sentir sus cálidos labios. No se atrevía a dar el paso.
No hizo falta. Luis, como la noche anterior, acercó su boca. Ella hizo la mitad del camino. Los dos se estremecieron al sentirse el uno al otro. Fue un largo beso, pero sólo usando los labios. Se separaron.
-Buenos días, Susana.
-Hola Luis.
Él le tendió una mano y ella, sonriendo, se la cogió. Empezaron a caminar.
-¿Qué haremos hoy? – preguntó Susana, feliz
-No sé. ¿Qué te apetece? Los domingos siempre me resultan aburridos. Por la tarde podríamos ir al cine.
-Vale. Hace mucho que no voy al cine. Oye, ¿No pretenderás estar a oscuras conmigo para meterme mano? - preguntó, fingiendo enfado.
-Jeje...ummm. No.
-¿Es que no te gusto?
La miró fijamente a los ojos.
-Me gustas mucho
Susana sintió un cosquilleo en su estómago. Siguieron caminando, cogidos de la mano. Pasaron por delante de la plaza. Allí estaba Raúl y los demás, fumando.
-Ey, Luis. ¿A dónde vas con esa zorrita tan cogiditos de la mano?- gritó el cabecilla.
No le hicieron caso. Siguieron caminando.
-¿Sabes? Estoy arreglando un coche. Dentro de poco lo tendré terminado, y será mío.
-¡Qué bien!
-Ya no tendremos que caminar tanto.
-Bueno, a mí me gusta caminar... contigo.
"¿Ya no tendremos? ¿Dijo ya no tendremos? Se refería a ellos, a los dos. ¿Qué significaba? ¿Qué eran pareja? ¿Cómo quería él salir con ella si sólo era....?"
-Y a mí contigo, Susana. Caminar, estar contigo. Mirarte.
Susana se estaba derritiendo. Esa vez no pudo esperar a que él la besara. Se agarró a su cuello y le besó con pasión. Luis la abrazó y la pegó contra él.
No se restregó contra ella. No le sobó el culo o las tetas. Sólo la besó. Y ese beso le dio a Susana más placer que mil toqueteos.
Volvieron los pensamientos negativos. Lo que sentía por Luis era cada vez más grande, y no quería que fuese a más. Si no lo paraba ahora, haría la vida de Luis desgraciada. Le haría daño. Y eso era lo último que deseaba en la vida. Antes estaba dispuesta a quitársela.
-Umm, Luis...Esto...esto no puede ser. Debes dejarme.
-¿Por qué dices eso, Susana?
-No te convengo. Mira lo que dijo Raúl. Lo que dicen todos. Es verdad. Es...es lo que soy. No soy más que una...
No la dejó terminar. Le puso un dedo en la boca para que callara.
-Susana, sé quién eres. Conozco tu pasado. Pero no me importa. Sólo me importa el ahora. Y lo que seas en el futuro. Susana...yo...te quiero.
Los ojos se Susana se llenaron de lágrimas que cayeron por sus mejillas. Lágrimas de pura felicidad. De puro amor.
-Dios mío, Luis. Y yo te quiero. Te amo con todo mi corazón. Como jamás había querido a nadie.
Se volvieron a abrazar, a besar.
Después siguieron caminando y llegaron a la parada del autobús. Cogieron el primero que llegó y se bajaron en un centro comercial con cine. Comieron algo, compraron palomitas y refrescos y abrazados, entraron en la sala.
Susana a penas puso atención a la película. Estuvo casi todo el tiempo con la cabeza apoyada en el hombro de Luis. Él le había pasado el brazo alrededor de la cabeza.
Ella no oía la película. Oía el latir del corazón de su amado. Cerró los ojos cuando él le acarició el cabello.
Salieron del cine y echaron a caminar. Aunque era un largo trecho, volvieron a su barrio a pie. Sin soltarse las manos.
Como siempre, la acompañó hasta su casa. Y allí la besó. Ella le besó.
-Mañana a las cuatro, ¿No? - preguntó Luis.
-A las cuatro, mi amor.
Les costó soltarse las manos. Ninguno de los dos quería separarse del otro.
El agradable cosquilleo que Susana sentía en el estómago se extendió por todo su cuerpo. Llevaban ya saliendo muchos días, y él jamás había intentado nada. A pesar de lo que ella era, o había sido, la había respetado.
Le miró a los ojos. Luis vio como brillaban.
-¿Quieres...subir a mi casa? - le preguntó.
-¿Tú deseas que suba?
-Sí, lo deseo. Te...deseo, Luis.
-Y yo a ti, Susana. Desde hace mucho.
Cogiéndole de una mano, lo hizo entrar en su portal. Se besaron en el ascensor. Por primera vez él se pegó a ella y Susana notó la dureza de su miembro. Al contrario que las demás veces, sentirlo la hizo temblar de deseo.
Salieron del ascensor abrazados.
-Mi madre seguramente estará borracha, como siempre. Y la casa estará hecha un desastre. Lo siento.
-No pasa nada.
Abrió la puerta despacito. Enseguida oyeron los ronquidos provenientes del salón. Allí vieron a la madre de Susana acostada en el sofá. De su mano colgaba una botella vacía.
Lo guió hasta su dormitorio. Entraron y cerró la puerta con llave.
De repente, Susana se sintió perdida. A pesar de la inmensa experiencia sexual que tenía no sabía cómo comportarse en ese momento. Eran siempre sus amantes los que la guiaban, los que le pedían cosas o simplemente la usaban a su antojo.
Luis empezó a besarla, por toda la cara. Sus manos acariciaron su espalda lentamente, bajando hasta su culito, el cual fue acariciado también, con dulzura.
Sin dejar de besarla, le fue desabrochando los botones de su camisa, uno a uno. Y cada vez que terminaba con uno, la besaba.
Con delicadeza, le quitó la blusa. Después, el sujetador. La miró.
-Eres preciosa, Susana.
-Ummm, Luis...mi amor
Susana supo lo que era que sus pechos fueran acariciados, no sobados. Supo lo que era sentir unos labios lamiendo sus pezones, no unos dedos apretándolos o unos dientes mordiéndolos.
Ella le quitó la camisa a él y con sus manos recorrió su musculoso pecho. Era fuerte, poderoso. Sintió la necesidad de besar sus pezones, haciendo que Luis gimiera de placer.
La siguiente prenda en ser quitada fue su falda. Después, sus braguitas. Cayeron en la cama con las bocas pegadas, acariciándose. Susana sintió como una de las manos de Luis bajaba lentamente por su cuerpo, apenas rozándola con las yermas de los dedos. Por donde pasaba su vello se erizaba de placer.
Llegó a su pubis, y lo acarició.
-Aggg, Luis...mi amor....cómo te deseo....
La mano se adentró entre sus piernas. Jamás había estado tan mojada como en ese momento. Cuando los dedos de su amado recorrieron la rajita de su sexo, estalló. Un poderoso orgasmo explotó en todo su cuerpo, haciéndola perder durante unos segundos la respiración.
Luis la siguió besando, acariciando. Le llevó a los pocos minutos a un segundo y más intenso orgasmo, que hizo que su espalda se levantara de la cama y todos y cada uno de los músculos de su cuerpo se pusieron tensos.
-Aggggggg...Aggggggggg
¿Había hombres así, que no buscaban su propio placer sino el de ella, que la trataban con tal dulzura, con tanto amor? Sí, sí que existían. No todos eran como su padre, como Raúl y todos los demás. Había hombres buenos, maravillosos. Y amaba a uno de esos hombres. Uno de esos hombres se había cruzado en su vida.
-Luis...mi vida...házmelo....hazme el amor...hazme tuya...para siempre.
-Te deseo tanto Susana. Eres tan linda.
Luis se terminó de desnudar y se colocó entre sus piernas. Susana sintió la placentera invasión y se rindió a ella. Lo rodeó con sus brazos y sus piernas, atrayéndolo hacia su cuerpo.
Cuan distinto era sentir a un hombre dentro de ella deseándolo. No había nada comparable a ese placer. Se besaron con pasión al tiempo que Luis empezaba a moverse, a entrar y salir de ella. Susana llevó sus manos al cuello de Luis y lo acarició.
No pudo mantener los ojos abiertos. El placer era demasiado intenso. Y cuando notó como él empezaba a temblar, como su sexo palpitaba dentro de ella, llenándola de calor, lo acompañó en su placer. Se fundieron en un orgasmo que los uniría para siempre.
Si Susana había gozado hasta lo indecible mientras Luis le hacía el amor, gozó también con lo que pasó después. Fue algo muy simple, pero que sin embargo le hizo un nudo en la garganta y sus ojos soltaron dos lágrimas. Él, simplemente, se quedó. La abrazó y se quedó con ella. Sin decir nada. Sólo sintiendo uno el calor del otro.
Horas más tarde él se tuvo que marchar. Susana lo acompañó hasta la puerta y se despidieron.
-Hasta mañana, mi amor.
-Hasta mañana, mi vida.
++++++
El lunes amaneció un día precioso. Susana se levantó contenta, feliz, llena de ilusiones. Desayunó, recogió el desaguisado que su madre había dejado en el salón y se fue a comprar. Primero, al súper a por pan y patatas. Después a la carnicería a por unos filetes.
-Ponme cuatro filetes de esos. Y gorditos, nada de finuras – le dijo al carnicero.
-Claro, guapa - dijo el carnicero, comenzando a excitarse ante la idea de lo que vendría después.
Se acercó a Susana y le susurró al oído.
-Espera que despacho a doña Amparo y vamos detrás. Hoy tengo ganas de follarte como a una perrita.
Susana le miró. Se metió la mano en el bolsillo y sacó un billete.
-Pues va a ser que no. Hoy pago con dinero.
A regañadientes, el carnicero le cobró y le devolvió el cambio. Susana salió exultante del local.
La noticia corrió como la pólvora. Luis y la zorra del barrio salían juntos. Al principio hubieron miraditas, murmullos, pero poco a poco se fueron olvidando de ellos.
Susana buscó trabajo en un barrio vecino. Cajera de un supermercado. No era gran cosa, pero se ganaba un sueldo decente.
A los pocos meses buscaron un piso de alquiler y se mudaron. Con el sueldo de ambos les daba para ir tirando.
Cada día estaba más enamorada de Luis. El hombre que había acabado con Susana, la zorra, para siempre.
FIN