La Zorra 2
La Zorra, haciendo honor a su apodo, le aferró de su tieso miembro y pronto, sin pudor alguno, pegó su boca a la de Jim, que se estremeció ante la doble caricia: la suave paja en su verga y la sedosa lengua de su salvadora en el interior de su boca. Pronto perdió la timidez y sus manos recorrían...
LA ZORRA 2
Kleizer
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PARTE 1: LA SALVACIÓN
Los tres fugitivos corrían precipitadamente a través de la maleza, pudiendo escuchar los no tan lejanos ladridos de los sabuesos de sus cazadores, los esclavistas tejanos. Jim, Dave e Isaiah eran esclavos negros, pero habían decidido huir de sus crueles destinos, escapando hacia la frontera con México. No sabían a ciencia cierta si en dicho país la esclavitud ya había sido abolida, o si serían deportados a Texas, en cuyo caso, pagarían dolorosamente la osadía de haber intentado huir. Pero habían escuchado sobre una fuerza sediciosa o de resistencia, en contra de las autoridades tiránicas, y quizás, si podían contactarse primero con esos rebeldes, antes que con las autoridades gubernamentales, tal vez tendrían oportunidad de preservar su aún breve libertad, aunque tuvieran que luchar en tal frente.
Los cortes provocados por las ramas, el sol infernal sobre sus cabezas, los troncos caídos, los ocasionales y dolorosos tropiezos, no eran suficientes óbices para que los tres fugitivos aminorasen su vertiginoso escape, conscientes del cruento destino que les aguardaría si eran capturados. Ya habían visto, anteriormente, la clase de castigos y tormentos a los que eran sometidos los escapistas.
-¡Los veo, por ahí!- gritó entonces una fiera voz, que ellos reconocieron como la de uno de los capataces brutales, Andrew Bowie, acompañado de los furiosos ladridos de sus gigantescos sabuesos, así como por una partida de matones a caballo.
-¡No puede ser, estamos a solo unos pasos de la frontera! –exclamó Jim, desesperado, el más joven de los evadidos, que contaba unos 19 años.
-Aún si cruzamos, dudo mucho que las autoridades mexicanas eviten nuestra recaptura –musitó Dave, para sus adentros, sin ánimos de desmoralizar a sus camaradas. Dave tendría unos 25 años.
-Quizás haya cuevas al otro lado de la colina, no perdamos la esperanza. Yo en todo caso, prefiero despeñarme de un risco que volver a manos de esos malnacidos –gruñó Isaiah, el más fornido y recio de los tres, que rondaba por los 35 años.
Sin embargo, en pocos instantes, los canes se desplazaron a toda velocidad, y cada vez estaban más cerca de los tres fugitivos, pero, justo cuando Isaiah estaba listo para recibir el primer mordisco, un disparo resonó, imponiéndose sobre todo ruido, y uno de los enormes perros aulló brevemente, desplomándose sobre el suelo rocoso para no volver a moverse más. Otros disparos resonaron, y a cada uno, los canes iban derrumbándose exánimes, ante la mirada horrorizada de Andrew Bowie, que, así como odiaba a los negros y a los indios, de manera opuesta, amaba a sus perros.
Pronto, los disparos proyectados por un tirador aún invisible, empezaron a levantar el polvo a pocos pasos de los caballos de los esclavistas, logrando que algunos se encabritaran, hasta el punto de arrojar a uno o dos de los perseguidores al suelo.
-¡Bowie, vámonos! ¡Esos negros tienen aliados armados! –exclamó uno de los vaqueros.
-¡Es el mismo Diablo invisible el que dispara! –aulló otro, muy supersticioso. Pero sus palabras lograron angustiar al resto de la cuadrilla, casi igual de crédulos, y ante el temor a lo sobrenatural, decidieron retirarse, ya pensarían qué excusa darían al esclavista y gran terrateniente, Solomon Whitfield.
Mientras tanto, los fugitivos se habían agazapados tras unas rocas, temerosos por sus vidas, ya que, si bien habían visto cómo los canes fueron muertos uno por uno, y que sus perseguidores fueron ahuyentados, nada les garantizaba que el misterioso tirador no se abstuviera de herirlos a ellos. Quizás sí se tratara del mismo Demonio, como lo sugirió uno de los blancos.
Pero, al cabo de un rato, en que el silencio reconquistó su dominio en esos lares, escuchándose únicamente el silbido del viento y el cantar de algunos grillos lejanos, pudieron oír los inconfundibles cascos de unos caballos, así como su pifiar.
-¿Estás segura que no los mataste, Zorra? –indagó una voz femenina.
-Claro que no les di, se habrán ocultado en algún lugar –respondió otra voz femenina.
-Pueden salir, somos parte de las fuerzas de liberación –dijo la primera voz.
Jim alzo su mano por sobre el parapeto rocoso. “No disparen, por favor”, dijo él, incorporándose con sus brazos en alto. Cuando Dave e Isaiah vieron que no sucedió nada malo a Jim, pronto se pusieron de pie.
El temor que los había atenazado, dio paso súbitamente al asombro y al desconcierto ante lo que vieron frente a sus narices. Se trataba de dos mujeres jinetes. Una vestía como vaquero tejano, su cabello color rubio pajizo, sus ojos verdes y diáfanos, su ropa muy ceñida, especialmente su camisa, parecía a punto de reventar a causa de la presión de sus senos que se anunciaban muy voluminosos y firmes.
La segunda jinete era más impresionante todavía. También se trataba de una mujer, de piel blanca como la nieve, y de cuerpo escultural. Su cabeza, de la nariz hacia arriba, estaba cubierta por un trapo negro, provisto de dos orificios por los que resaltaban sus ojos muy azules. En lugar de camisa o vestido siquiera, otra prenda igualmente negra le cubría sus senos, que en volumen y perfección, nada debían envidiar a los de la vaquera rubia. La prenda se anudaba por detrás del fino cuello de la misteriosa mujer. Usaba dos guantes, también negros, que le llegaban hasta poco después de los codos. Entre sus pechos se acomodaba un diminuto y redondo medallón plateado, que en ese momento, cerca del mediodía, resplandecía por los rayos solares. Sobre sus clavículas lucía una fina cadenita dorada, de la que se sujetaba su capa negra, de fondo rojizo como el vino tinto. En sus piernas usaba botas negras hasta la mitad de sus bien torneados muslos. Y una diminuta prenda, semejante a un taparrabos, pero más escasa, apenas lograba cubrir sus partes íntimas –recordemos que en esos tiempos, no existían las palabras bikini o tanga-. De la montura de su yegua negra, colgaba una espada, un látigo y un rifle.
Ambas mujeres sujetaban pistolas. Habían sido las tiradoras.
-Relájense, no les haremos daño –les dijo la mujer rubia, claramente se trataba de una estadounidense-. Me llamo Colette Sherman, trabajo para las fuerzas de resistencia, luchamos bajo la dirección del compa Pancho Villa. Me encargo de los suministros por la frontera, pero también me gusta ayudar a personas como ustedes, para que sean libres. Yo no tengo buen puntería, pero tuvieron suerte que en esta ocasión, la Zorra apareciera por estos arrabales, ella sí que sabe disparar.
La Zorra asintió, tocándose el borde de su negro sombrero con la punta de su pistola plateada, esbozando una tenue sonrisa.
-Sígannos, los túneles de la resistencia no están lejos, ahí estarán a salvo- les invitó Colette, que aparentaba unos 25 años. En tanto que la Zorra, debido a su vestimenta, era más difícil calcularle la edad, pero podría establecerse entre los 25 y los 30 años.
Como los fugitivos estaban exhaustos, las chicas les ofrecieron subirse a sus caballos, mientras ellas guiarían las bestias de sus riendas, a pie. Jim fue el afortunado que consiguió subirse detrás de la Zorra, rodeando su estrecha y sinuosa cintura con sus brazos musculosos. Si ese contacto le resultó desagradable a la bella enmascarada, ésta no lo demostró.
PARTE 2: EL FESTÍN
Cuando llegaron, los ex esclavos fueron recibidos con toda clase de muestras de solidaridad, les dieron nuevas ropas y comida. Colette les reiteró que tendrían que incorporarse a la lucha, pero que podían descansar varios días, para recuperarse de su estrepitoso viaje por medio Texas hacia la frontera al Sur.
En una ocasión, como dos o tres días después de su llegada, los tres negros acudieron a una suerte de oasis, semioculto en la montaña, por una parte, y por otra por vegetación, árboles, y la entrada a la gruta yacía detrás de una cascada. Por entre el techo de la caverna, se filtraban algunos chorros acuíferos, era un sitio ideal para bañarse, lavar cosas o incluso hacer labores de vigía hacia el exterior. Jim lo había descubierto y fue a decirle a sus dos compañeros, pero cuando llegaron, vieron que en el estanque ya había dos personas.
Debajo de un grueso chorro, emergió el cuerpo de piel dorada de la rubia Colette Sherman, como una diosa resplandeciente, de curvas impresionantes, sus redondos pechos bien firmes, luciendo sus pezones color miel bien ateridos por el helor del agua diáfana. En tanto que la mujer enmascarada, conocida como la Zorra, se acababa de meter al agua, únicamente vestida con la prenda negra sobre su cabeza y el medallón plateado que descansaba en medio de sus pechos, también duros y con sus pezones erectos por el frío. Las dos féminas intercambiaron palabras y rieron.
-¿Siempre te bañas con eso puesto? ¿No te lavas el cabello? –quiso saber Colette, sin dejar de admirar el cuerpo maravilloso de la Zorra, tan voluptuoso como el suyo, contrastando su piel bronceada, rutilante, con la piel nívea de la misteriosa heroína.
-Cuando estoy segura que nadie me observa, sí me la quito –contestó la Zorra, mientras se adentraba un fino chorro de agua cristalina.
-Pero estamos en confianza, sé quién eres… -dijo Colette, sonriendo.
-Claro que lo sabes, pero aquellos tres no lo saben –dijo la Zorra, señalando hacia donde estaban los tres negros, que se habían quedado como petrificados, observando la idílica escena.
La Zorra sonrió aún más, en cambio, la reacción de la hermosa rubia fue la de cubrirse, pero esa intención, además de fútil, fue efímera, pronto dejó caer sus brazos. Las chicas intercambiaron más palabras, y los negros pudieron ver que la maravillosa Colette se ruborizó en varias ocasiones, negó con la cabeza dos o tres veces, pero finalmente, la Zorra se volvió a mirarlos y les hizo un gesto para que se acercaran.
-Quítense la ropa, vengan, métanse al agua con nosotras –les dijo la Zorra, tan pronto como se acercaron a la orilla. Los aludidos, ni cortos ni perezosos, en breves instantes, lucían como vinieron al mundo. Las mujeres admiraron sus cuerpos; el de Jim, esbelto pero de musculatura bien definida; Dave era más fornido, pero siempre encajaba como esbelto; Isaiah era más musculoso y de grueso tronco; pero las miradas de las dos chicas se desviaron hacia los tres tiesos miembros negros que apuntaban hacia ellas; intercambiaron miradas y sonrieron con complicidad.
Jim fue el primero que descendió a las aguas, que le llegaban hasta poco por encima de las rodillas. La Zorra lo tomó de la mano y lo atrajo hacia ella, con una sonrisa golosa y sus ojos azules resplandecientes de lujuria. La Zorra, haciendo honor a su apodo, le aferró de su tieso miembro y pronto, sin pudor alguno, su boca se pegó a la de Jim, que se estremeció ante la doble caricia: la suave paja en su verga y la sedosa lengua de su salvadora en el interior de su boca. Pronto perdió la timidez y sus manos recorrían toda la espléndida curvatura de la Zorra, que mugía muy a gusto.
Dave e Isaiah se metieron al agua y se acercaron a Colette Sherman. La bella rubia, muy ruborizada, se dejó manosear por los dos negros, cuyos pétreos miembros le rozaban su magnífico cuerpo, causándole oleadas similares a descargas eléctricas. Pronto, Colette atrapó con las manos la cara de Dave y empezaron a besarse ruidosa y apasionadamente, en tanto que Isaiah le chupaba los pechos y con sus gruesos dedos empezó a travesear el cada vez más húmedo sexo de la bella estadounidense, quien casi se desmayó de placer ante esos estímulos, sin haberse imaginado, al despertar esa mañana, que su amiga Zorra iba a inducirla a su primer orgía.
Isaiah sacó sus dedos, embadurnados de jugos amorosos de la concha de Colette y se los metió a ella en la boca; la rubia golosa chupó aquellos dedos gruesos, paladeando su propio sabor. Fue el turno de Isaiah para besarse salvajemente con la apetitosa rubia, y Dave aprovechó para mamarle los pechos y travesearle el sexo, manosearle las nalgas redondas y perfectas también.
Frente a ellos, ya la Zorra se había arrodillado, y con el agua hasta el cuello, se estaba atragantando el duro estilete de Jim, aquella carne negra desapareciendo y reapareciendo de la carita blanca; el joven agasajado se estremecía y jadeaba, clavando sus manos en la cabeza de su ocasional amante; la lengua de la Zorra le causaba inefables delicias con su pericia, retorciéndose y recorriendo sin escrúpulos la enhiesta virilidad del joven, ni siquiera su escroto quedó sin ser chupado y lamido.
Es así, que Colette también se arrodilló entre sus dos sementales de piel negra, y primero se tragó la pija de Dave, que respingó y suspiró, cerrando sus ojos, disfrutando aquella inesperada y sabrosa comida de pene. Con su mano libre, Colette sujetaba y pajeaba el grueso miembro de Isaiah, sin duda el pene más grueso y venoso que tanto ella como la Zorra habían visto en sus vidas. Para succionar la pija de Isaiah, que más parecía bracito de bebé, Colette abrió su boca al máximo, y poco a poco, el rechoncho aparato iba desapareciendo en las aviesas fauces de la bellísima rubia. Isaiah la aferró de sus cabellos pajizos, para inducirla a que tragara cada vez más verga, hasta que la nariz de Colette se hundió en el ensortijado vello púbico del otrora esclavo. A todo esto, Colette con su cara muy enrojecida, mugía enloquecida.
Dave se acercó a la Zorra, y ahora le tocó a ésta turnarse para agasajar con su experta boca concupiscente, ora la pija de Jim, ora la de Dave. Se dirigieron a una roca que sobresalía del agua, sobre la que, la Zorra pudo apoyar sus manos. Dave le acercó su pija durísima y sin dudarlo, la Zorra se la metió a la boca, dejando sus nalgas expuestas. Jim se ubicó tras ella, la Zorra le tomó la verga y la ubicó sobre la entrada a su vagina. Jim empezó a metérsela. Los tres, conectados así, empezaron a gemir y jadear.
-¡Qué delicia! Todo lo que se decía de ustedes los negros, era verdad –manifestó la Zorra, con sus ojos en blanco y un hilillo de saliva colgando entre su labio inferior y el glande palpitante y brillante de baba de Dave, para luego proseguir su felación en tanto que Jim estaba cogiéndosela a discreción, sus negras manos bien aferradas de las nalgas suaves y blancas de la Zorra, chocando como aplausos sus carnes al encontrarse cada vez más frenéticamente, la carne de ébano de Jim siendo tragada y luego regurgitada, para volver a ser engullida, por la boca amorosa de la Zorra. Jim aceleró sus embestidas hasta que, finalmente, estalló en el interior de esa bella mujer.
-¡Voy a parirte un mulatito! –exclamó ella, presa del intenso orgasmo, espasmódica, sus mejillas arreboladas.
Más allá, resonó el gemido de intenso placer proferido por Colette, que también se apoyaba contra un pilar rocoso, formación natural, y el enorme Isaiah, detrás de ella, semejante a un oso, le empujaba su descomunal miembro, el más grande que Colette había tenido. Pronto, el vientre de Isaiah chocó contra las nalgas doradas de la apasionada rubia, deleitándose al sentir cómo se estiraba por dentro, y paulatinamente, empezó el mete y saca, con una de sus manazas bien prensada sobre un glúteo rutilante y perfecto, y la otra colocada sobre la nuca de la joven guerrera, que ululaba de puro gusto, gozando como enloquecida aquella tiesa y voluminosa verga, entrando y saliendo de ella. Pronto, Isaiah se aferró de los divinos pechos de la joven rubia y siguió puyándola sin descanso, a veces ladeando ella su cabeza para besarse con lengua, hasta que el musculoso negro acabó dentro de Colette, sintiéndose desfallecer ella ante esa explosión interior.
-Creo que yo también voy a parir un mulatito, Isaiah Jr –musitó ella, bien abrazada a su negro, rodeándole el grueso cuello con sus delicados brazos bronceados, en tanto Isaiah la sujetaba de sus nalgas, besándose, el negro le susurraba lo buena que estaba y lo muy puta que era, y sobre los cinco o seis hijos mulatos que iba a ponerle, con lo que consiguió anular los últimos rescoldos de raciocinio en Colette y ella decidió entregarse en cuerpo y alma a esa inesperada e increíble orgía interracial.
Mientras tanto, Dave había salido del agua, junto con la Zorra; él se acostó sobre unas prendas, dejando su tieso miembro apuntando al techo de la caverna. La Zorra se paró sobre él, sus pies descalzos a ambos lados del negro, y pronto se agachó, dejándose caer sobre el estilete de carne, clavándoselo y gimiendo jubilosa ella mientras su concha iba tragándose la virilidad pétrea de Dave, hasta que la Zorra apoyó sus manos sobre los pectorales de su amante, y sus carnes se juntaron, el pene de Dave totalmente oculto a la vista, engullido todo por el sexo avieso de la Zorra, que empezó a cabalgarlo como posesa, lloriqueando de placer, frenéticamente, hasta que Dave, con un ruidoso bufido, eyaculó dentro de ella, sus uñas clavándose en su pecho, temblando la Zorra ante la segunda exquisita descarga varonil en sus entrañas. Ella se derrumbó sobre Dave, sudorosos ambos, besándose.
PARTE 3: PROSIGUE EL FESTÍN.
Al agarrarla, la Zorra entendió la razón del gozo inefable de Colette, la verga del negro Isaiah era algo portentoso, y es así que la Zorra abrió su boca para empezar a tragársela, arrodillada como estaba ante el fornido y recio espécimen, a orillas del estanque; a su lado, Colette, repuesta, se turnaba para chuparles la verga a Dave y a Jim. Afuera, el cielo empezaba a adquirir sus tonalidades rosáceas, heraldos del crepúsculo y de la noche próxima, pero en la caverna, los chupetones del sexo oral acallaban el murmullo de las gélidas aguas.
Isaiah sujetó la cabeza de la Zorra con sus manos colosales, y ella entendió pronto que no tenía más remedio que hacer lo posible para tragársela todita, hasta que sintió en su nariz el cosquilleo del ensortijado vello púbico del musculoso negro.
Al lado de ellos, Jim se había acostado y Colette se ubicó sobre él, clavándose su pija para iniciar la gloriosa cabalgata lujuriosa. Pero entonces, Jim la abrazó para permitir que Dave acariciara el ano de la bella rubia, con su lengua; Colette respingó ante el inesperado contacto de la lengua de Dave con su asterisco, y pronto adivinó las intenciones de aquellos negros pisones. Colette cerró sus ojos y gimió como nunca, sus manos clavadas sobre los hombros de Jim, mientras Dave se había ubicado detrás de ella y se la estaba metiendo por el culo.
La Zorra hizo otro tanto, aullando como ánima en pena, ya que Isaiah se había sentado y atraído hacia él a la Zorra, ella le rodeó las caderas con sus blancas y esculturales piernas, insertándose su descomunal pija, rodeándole el grueso cuello con sus brazos blancos y bien formados. Isaiah la apretó contra él, agradado por sentir los redondos y blancos pechos de la Zorra contra su torso algo velludo. La Zorra gemía en tanto su coño iba acostumbrándose a tragarse toda esa carne viril, se besaban con lengua, alocadamente, y pronto, la Zorra y Colette parecían encontrarse sumidas en una competencia de gemidos y alaridos sexuales. Los negros rellenaron de nuevo a Colette, por sus dos orificios, estremeciéndose ella ante ese gozo que nunca antes había imaginado, bañados en sudor los tres; en tanto la Zorra clavaba sus uñas en la espalda de Isaiah, cuando éste descargó su semilla dentro de ella. La Zorra reposó sobre él, saboreando su grueso pene aún palpitante en su interior y como poco a poco iba encogiéndose hasta salirse.
Más tarde, a la luz de las antorchas, tras una rápida cena, fue el turno de Dave debajo y Jim, para practicarle la doble penetración a la Zorra. Jim se la metió por el culo y le sujetaba de los hombros, y entre los dos la hicieron lloriquear como cualquier puta de los arrabales. Al lado de ellos, Isaia poseyó de nuevo a Colette, colocando las doradas piernas de la vaquera sobre sus hombros, pero en esta ocasión, la considerable pija de Isaiah apuntó en otra dirección, su espalda parecía haber sido víctima nuevamente del látigo del capataz cuando terminó de culear a la jadeante Colette, chorreándole su busto maravilloso con su semen pegajoso.
En un momento, en el frenesí de la doble penetración, la verga de Jim se salió del recto de la Zorra y se deslizó rauda a su vagina, que ya estaba ocupada por la pija de de Dave, y así, los dos negros continuaron pisándola por el coño simultáneamente, hasta que la chorrearon por partida doble. La Zorra tembló como nunca y pensó que si salía embarazada de un mulatito, nunca iba a saber cuál de esos tres maravillosos negros sería su padre.
A la mañana siguiente, los tres negros se despertaron, pero en medio de ellos amaneció únicamente la exuberante Colette Sherman. La Zorra había desaparecido. Fue así que ese día, la hermosa Colette desayunó tres salchichas y seis huevos, con abundante leche. Nueve meses después parió su primer mulato. Con el paso de los años, tuvo cuatro: dos de Isaiah, uno de Dave y una mulatita de Jim. Aparentemente, la Zorra no salió embarazada.
FIN.