La zona prohibida en la biblioteca

La gente se queja de que a la biblioteca solo van los empollones, pero yo creo que cuando una biblioteca se queda a solas, puede pasar de todo.

Sigo sin entender cómo todavía hay gente a la que le gusta ir a la Universidad, yo la he odiado desde el primer día que la pisé; los exámenes interminables, los profesores que están ahí por estar y demás. Pero si hay una cosa que siempre ha podido conmigo han sido los trabajos en grupo; es una lotería las personas con las que te puede tocar trabajar. Los listos siempre trabajan entre ellos, se conocen y saben a quién asignar cada tarea para que todo fuese adelante y acabar cuanto antes. Sin embargo como yo no iba casi nunca a clase, me tocaba trabajar con los grupos que quedaba.

Más de una vez me he enfrentado a profesores con el pretexto de que mi grupo no ha trabajado lo suficiente y que por eso hemos terminado suspendiendo el proyecto, aun sabiendo que la culpa también era mía. Así que hace tiempo me di cuenta que no era aconsejable el ponerse gallito con la persona que puede decidir si apruebas o no la asignatura.

Ese fin de semana debía ponerme al día, el martes siguiente mi grupo y yo teníamos que presentar un proyecto y todavía no tenía ni cinco páginas escritas, a diferencia de mis compañeros los cuales ya casi lo tenían terminado, una sorpresa para mí la verdad. El sábado me desperté temprano y tras meterme un buen par de tostadas con tomate y jamón serrano me fui a la biblioteca dispuesto a aprovechar el día. No iba a salir de allí hasta tener el trabajo terminado me repetía una y otra vez.

Cuando llegué a la biblioteca, esta estaba completamente vacía, aunque no me extrañó, quién iba a estar a allí un sábado a las nueve de la mañana a parte de mí. Después de buscar y encontrar los libros que necesitaba para el trabajo, me senté en la última mesa de la sala, era la que tenía los asientos más cómodos y la tapaba una de las estanterías, por lo que con suerte y más seguridad, nadie me vería y podría estar tranquilo durante toda la mañana.

Al cabo de unos minutos empecé a escuchar lo que parecían ser una serie de ruidos que provenían de la estantería que tenía a mis espaldas. Cuando giré la cabeza vi como uno de los libros de estantería se movía hacia el lado opuesto, dejando un hueco entre mi espacio y el opuesto. De esa abertura apareció un ojo y la mitad de una cara de quien había cogido el libro.

-Hola Luis se –se escuchó al otro lado.

Al no saber quién se escondía tras aquella marabunta de libros apilados contesté de igual de las maneras –Hola.

Aquel cuerpo desconocido rodeó la estantería y terminó por mostrarse.

-Qué haces tú por aquí, nunca te he visto –dijo Lucía.

Lucía era la hija de la panadera del pueblo, ella y yo nunca hemos tenido relación pero como su hermana  y yo íbamos a la misma clase cuando estábamos en el instituto, nos conocemos de vista.

-Vaya, qué tal Lucía, cuanto tiempo –respondí.

-Sí, yo es que vengo todos los días a la biblioteca a estudiar.

Lucía siempre había sido la típica empollona de clase. En más de una ocasión su hermana nos contaba que se metían con ella en clase y por eso no le gustaba ir al colegio. Sin embargo en la biblioteca parecía encontrar su lugar. Recuerdo también la época en la que mis amigos y yo nos metíamos con los empollones y frikis de la clase, que tiempos cuando les metíamos la cabeza en el váter y luego tirábamos de la cadena.

Con las chicas la cosa era diferente, a lo mejor le tirábamos del pelo o le poníamos algún mote, pero de ahí la cosa no pasaba. Tiempo más tarde me di cuenta, por lo menos yo de que fuimos unos cabrones con ellos y que no se merecían el trato que les dimos, ojalá volver al pasado y solucionarlo o al menos verles por la calle y pedirles disculpas.

El cliché del friki no es muy difícil de imaginar; gafas grandes, varios granos por toda la cara, brackets y unos gustos en cuanto a vestimenta bastante peculiares. Lucía los cumplía todos; pelo largo y recogido con una cola, gafas de culo de vaso, unos brackets y una sudadera de World of Warcraft a juego con sus pantalones vaqueros y unas vans de color amarillo que contrastaban por completo con el resto de su outfit.

Después de unos minutos de tensa conversación, más que nada porque yo no sabía que tema sacarle, a Lucía le pareció que sería buena idea sentarse conmigo, así que eso fue lo que hizo. Apiló un puñado de libros a su lado y se sentó nada más y nada menos que enfrente de mí.

-Hoy estaremos tranquilos, los fines de semana no viene nadie –dijo Lucía.

Así que tras mirarla y sonreírle por su comentario, agaché mi cabeza de nuevo y continué con mi trabajo. Los minutos y las horas fueron pasando, la marabunta de palabras en aquellas hojas acompañado del tremendo silencio que había en aquella biblioteca no hacían sino otra cosa que ponerme nervioso y dejarme la mente en blanco. En una hora tan solo llevaba medio párrafo.

Lucía al ver que había decidido aparcar un rato el trabajo y estaba mirando el móvil volvió a darme conversación. No paraba de hablar sobre lo mucho que le gustaría el día de mañana ser empresaria para ganar muchos millones de euros y así poder sacar a su madre de la pobreza y también ayudar al resto de gente que estuviese en la misma situación.

-Cállate, me aburres –pensé pero todo quedó en eso, en un pensamiento.

-Por cierto, te veo un poco atascado, quieres que te ayude –me sugirió.

-No gracias, voy bien, solo es que he querido tomarme un descanso y así cuando vuelva a empezar, lo haré con más ganas.

-De acuerdo, yo voy al baño a cambiarme, en esta biblioteca cuando llega el invierno enchufan la calefacción y no miran los grados –dijo seguido de una pequeña risa.

Cuando Lucía desapareció de mi vista junté los libros que había cogido, los devolví a sus estanterías correspondientes e hice lo mismo con mis apuntes y mi mochila, pero cuando me colgué esta del hombro y me disponía a irme para casa, escuché detrás de mí.

-¿Ya te vas?

-Sí, es que en casa voy a trabaj…En aquel momento mi boca se secó por completo.

-Jo, qué pena –siguió Lucía mientras comenzaba a pelar una naranja con sus manos.

Aquella mujer no era para nada la que había ido al baño y minutos antes estaba hablando conmigo.

-Lucía, ¿eres tú? –conseguí articular aún con la boca abierta.

-Sí, ¿qué te pasa? ¿Estás bien?

Lucía se había quitado la goma que recogía su pelo y ahora lo llevaba suelto, dejando que este le llegase un poco más que por debajo de los hombros. Sus gafas se habían convertido en unas lentillas difíciles de percibir, sucediendo completamente lo contrario con la figura que dibujaba la camiseta por la cual había cambiado Lucía su sudadera. La camiseta seguía siendo friki, ahora parecía que era de Naruto, y digo parecía porque los bultos que formaban sus pechos, deformaban tanto la imagen que costaba reconocerlos. ¿Cómo es posible que la sudadera de antes me hubiese ocultado tremenda maravilla?

El corto de su camiseta dejaba ver aún más sus vaqueros, de los cuales en el límite de estos asomaba una línea delgada roja, siendo un tanga lo que vieron mis ojos. En apenas un instante, como por arte de magia Lucía acaba de pasar de ser la friki de la sala a convertirse en la mujer que deseaba follarme una y otra y otra y otra vez hasta que uno o dos de mis testículos decidiesen explotar.

Mi cuerpo comenzó a copiar los pasos de Lucía y al mismo tiempo que ella seguía pelando la piel de la naranja que iba a comerse, yo me iba sentando de nuevo en mi silla y sacado mis libros.

-Lo he pensado mejor y si me voy a casa no voy a conseguir concentrarme.

-Claro, aquí estás mejor –dijo Lucía cuando clavó sus dientes junto a sus labios sobre el primer gajo de su naranja. Un poco del líquido de la fruta se derramó por sus labios, haciendo que esta tuviese que recurrir al movimiento de su lengua junto son uno de sus dedos para devolver el líquido a la boca.

Aquella escena me dejó atónito, hasta tal punto de que un calor se fue haciendo cada vez más y más presente en el centro de mi pantalón. Tuve que cruzar las piernas y clavar mi cabeza de nuevo en los apuntes para que no se me notase la erección, pero en verdad me moría por enseñarle a Lucía lo que su cambio de look había producido en mí. Lucía seguía estudiando, aunque lo curioso era ver como tenía que echar su cuerpo hacia atrás debido a que el tamaño de sus pechos no le permitía pasar de página.

Cuando esta alzó la mirada me pilló por completo mirándola, lo que provocó en ella una sonrisa en forma de respuesta y volvió a hundir su mirada en el libro que estaba leyendo. Cansado de la situación, mi mano ajena a mi voluntad se fue deslizando hasta llegar a mi sexo. Esta comenzó a dibujar diversas formas, consiguiendo así que mi miembro se fuese excitando más y más mientras yo intentaba seguir leyendo el trabajo para que no se me notase tanto aquello que mi subconsciente me estaba obligando a hacer.

De repente Lucía se levantó de la silla, intenté mirarla, pero ella pasó de largo –¿Me habrá descubierto? –pensé –Seguro que le he dado tanto asco que se ha marchado, que vergüenza.

-Luis, ¿podrías venir a ayudarme? –se escuchó nuevamente a mis espaldas.

-Sí, voy.

-Es que necesito el libro de la última leja y no llego, tú al ser más alto que yo seguro que puedes.

Alargué el brazo pero no llegaba del todo a coger el libro, intenté ponerme de puntillas, pero la diferencia fue mínima.

-Quizás si me coges por la cintura y me subes tal vez lo pueda coger.

Rojo por aquella situación cogí a Lucía por la cintura y pudo finalmente coger el libro, sin embargo, cuando esta bajó, restregó todo su culo por mi entre pierna.

-Vaya, parece que todavía estás empalmado –dijo Lucía.

No se me ocurrió qué decir ante aquella situación, solo el agachar la cabeza y mirar al suelo.

-No me digas que el malote del colegio y quien se burlaba de todos mis amigos los frikis y de mí tiene ahora vergüenza.

-¿Yo? Nunca me he metido contigo.

-¿Ah no? ¿Y quién me llamaba cuatro ojos o dientes de hierro cuando iba al colegio? Porque esos motes me los pusiste tú.

Sin saber todavía cómo reaccionar ante aquella situación, decidí darme la vuelta y marcharme, pero cuando me fui a girar una mano me agarró del brazo.

-Eso no quita que me sigas pareciendo el chico más morboso y follable de todo este maldito pueblo.

Una sonrisa se dibujó en aquel momento en mi rostro, lo que me incitó a abalanzarme sobre ella y comenzar a besarla. La única pega fue cuando la mano de Lucía me lo impidió posándose sobre mi cara en forma de bofetada.

-Lo que te acabo de decir no significa que te vaya a ser tan fácil el metérmela, aquí las reglas las pongo yo ¿de acuerdo?

-Sí –contesté.

La mano de Lucía se posó sobre mi cabeza y con fuerza me impulsó hacia abajo –Ahora chupa –me dijo dejando mi cara frente a su sexo.

Comencé a desabrochar sus botones al mismo tiempo que seguía notando la presión de su mano en mi cabeza. Aquella situación me estaba poniendo a cien, es verdad que estábamos solos, pero en cualquier momento podía aparecer la recepcionista o alguien que fuese a estudiar como nosotros y nos pillase con las manos en la masa, nunca mejor dicho.

Tras desabrochar los botones de aquel pantalón, los bajé lo justo para que el triángulo de las bermudas de Lucía quedase ante mí, con el problema de que ahora eran sus bragas las que me impedían hacerme con el manjar tan preciado. Con cada una de mis manos sujetando los extremos del pantalón, liberé uno de mis dedos para hacer a un lado aquellas malditas bragas y cuando pude, mandé a mi lengua en forma de barco hacia su sexo para que se hundiese en ella.

Lucía comenzó a estremecerse al mismo tiempo que mi lengua comenzaba a moverse de arriba abajo. Cuando levantaba lo suficiente mi cabeza, mi nariz me permitía junto con mi gusto, saber a qué olía ese coño. Aquel aroma era maravilloso, hasta tal punto de que decidí clavar mi nariz contra su clítoris y hurgar sobre este. La combinación clítoris-vagina hacían en Lucía una mezcla explosiva. Cuando alcé la vista para ver cómo se encontraba Lucía, esta sostenía un libro fino entre sus dientes como intento de contener sus gemidos.

Queriendo llegar a un punto más alto de placer, solté mis manos de aquel pantalón dejando que fuese ahora mi cara junto con mi mandíbula las que se peleasen con aquella prenda. Así que acto seguido clavé mis manos sobre los glúteos de Lucía y eso me permitió llegar más adentro de su ser. Conforme más metía mi lengua en su coño y mi nariz hurgaba por  el pico de su montaña sexual, más fuertes eran los sonidos que emitía esta al morder el libro que tenía entre sus dientes. Al cabo de unos segundos este cayó sobre mí, más concretamente sobre mi hombro, seguido de un;

-Fóllame ya.

Intenté quitarme con la manga de mi sudadera los restos de flujo vaginal, pero Lucía me lo impidió agarrándome la muñeca con su mano. Así que acercándome a ella, me bajó la cremallera del pantalón, sacó mi pene y agarrándolo con una mano, se dio la vuelta y se puso de espaldas a mí contra la estantería.

Lucía subió una de sus piernas para facilitar la tarea y cuando supo que todo estaba en su orden comenzó a follarme. Era sorprendente como lo estaba haciendo todo ella; yo no me movía para nada, ella era quien hacía que mi miembro saliese y entrase de ella a su gusto, sin preguntarme si me gustaba, no, a ella solo le preocupaba follarme y correrse.

Una cosa tenía clara, y es que no iba a irme de allí sin demostrarle que el poder también lo tenía yo. Así que cuando vi el momento oportuno, le asesté a Lucía una bofetada en la cara y le susurre;

-No querías que te follase? Pues ahora vas a saberlo.

Inmediatamente le rajé la camiseta a Lucía, haciendo que esta se diese la vuelta y me reprochase mi acción. Pero nuevamente, mi rapidez me hizo coger la camiseta rota y pasársela por la cabeza, tapando su boca y agarrándola por la nuca, como si de un caballo se tratase. Ambos comenzamos una carrera de jinetes, ella era mi potra y yo su jockey, luchando por ver quién ganaba la carrera por correrse antes. Tal era la velocidad a la que nuestros cuerpos impactaban entre ellos, que si hubiésemos ido por una autopista de seguro nos habría echado una foto el radar.  Debido al choque de Lucía sobre la estantería a medida que mi cadera impactaba sobre la suya, los libros, repletos de increíbles historias iban cayendo uno tras otro, al mismo tiempo que nosotros escribíamos nuestra historia entre las paredes de aquella sala.

Cansado de tener que sujetar la cabeza de Lucía con su camiseta en forma de asa, la até a su cabeza, liberando así a mis manos y que estas pudiesen dedicarle el amor que tanto se merecían sus pechos. Estos eran enormes, hasta tal punto de que ni mis dos manos juntas conseguían abarcar una sola teta. Mi pregunta es, ¿Por qué todas las frikis o una buena parte de ellas estaban tremendas?

-Quiero que hagas una cosa por mí –dijo Lucía mientras intentaba deshacerse del ropaje que cubría su boca.

-Dime le susurré acercando mi cara sobre su hombro.

-Coge uno de los libros y córrete dentro.

-¿¡Cómo!? –exclamé –estás loca.

-Hazlo joder –Lucía me dio un codazo y se libró de mis ataduras –Toma este, es mi favorito –dijo Lucía después de ir a la mesa donde estábamos y trayendo consigo un libro de color negra y con la tapa blanda.

Lucía se sentó sobre la pila de libros que había en el suelo, fue entonces cuando cogiendo el libro que me había dado, rodeó con este mi pene dejando fuera mi capullo. A medida que Lucía iba subiendo y bajando, aquel libro me excitaba por completo, jamás pensé que un libro podría hacerme una paja y me diese tanto placer. Esta daba pequeño toques con su lengua sobre mi capullo desnudo, en uno de esos movimientos, una hoja me cortó, provocándome un pequeño quejido, el cual Lucía subsano introduciéndose todo el capullo en su boca.

Con la mano restante lucía se masturbaba ella sola, parecía que le excitaba más el ver cómo conseguía transmitirme su pasión por los libros y hacer que me corra con estos a que la penetrase con mi polla. A los pocos minutos una fuerza que subió desde mis piernas hasta mi cabeza y que luego bajó para recaer sobre mi pene, me hizo eyacular. Lucía pareció atisbar qué iba a suceder por lo que cuando yo estaba eyaculando, ella ya estaba de rodillas frente a mí con su boca y el libro abierto. Parte de mi semen cayó sobre Lucía, el cual no dudó en tragarse, mientras que el restante cayó en las páginas de su libro.

-Si ya me gustaba antes este libro, ahora más –dijo Lucía mientras me miraba y se ponía de pie.

Mientras me volvía a vestir con las fuerzas que todavía me quedaban, recogí los libros del suelo los cuales algunos de ellos tenían manchas de nuestro sudor y flujos, tanto vaginales como de mi semen. Lo peor de todo fue ver cómo mientras yo recogía y ponía un poco de orden, Lucía yacía frente a mí, con las piernas de par en par, gimiendo y retorciéndose mientras se introducía la esquina del libro que acababa de usar para hacerme una paja, corriéndose ahora ella, empapándolo todo a su alrededor y provocando que me volviese a desvestir y empezase todo de nuevo.