La zapatilla de la ingeniera
La compañera de la madre de unas chicas consentidas, es partidaria de métodos algo expeditivos. Una grave falta de las chicas, le dará pie para convencer a la madre y practicarlos
[ Una amiga me dio la idea inicial de este relato, el contarme cuales son sus fetiches. Quizás yo todavía no los he captado del todo, es el primer intento. Después de leerlo, me recomendo un relato de aquí, que me dio más pistas. Además tiene la virtud de ser mucho más corto que el mío, que, al parecer, cada vez que tengo una idea, me enrollo como una persiana… ]
Marina regresó a casa después de trabajar un sábado por la tarde, no cansada, sino más bien asqueada de —en vez de diseñar puentes o hacer cálculos variados, que es para lo que estudia una ingeniera— tener que hacer de ejecutiva, ir a reuniones, soportar comerciales y a multitud de incompetentes con cargo o sin él.
—¡Hola! ¿Hay alguien? —gritó mientras a toda prisa iba a la habitación donde de manera casi instantánea se quitó toda la ropa y entró en el cuarto de baño.
Terminada la ducha, mientras se secaba el el pelo —lo llevaba corto—, entró en el baño Adela, su pareja desde hacía tres años. Lloraba.
—¿Qué te pasa, amor mío? Pensaba que no estabas en casa.
—Las niñas, que están imposibles y ya no sé qué hacer…
—Tus hijas hace muchos años que ya no son niñas —respondió Marina mientras con un abrazo consolaba a Adela—, las tienes demasiado consentidas y cada vez abusan más. Hemos de ser más estrictas. ¿Qué ha pasado?
—Que se estaban burlando de nosotras.
—¿Cómo? ¿Qué decían?
—Pasaba por delante de su habitación, tenían la puerta cerrada pero se oían gritos y risas, pensaba que jugaban con almohadones o algo así, pero me he dado cuenta de que imitaban tu voz, y también la mía. Decían cosas como: “amor mío, ven aquí y abrázame”, “volando, mi pequeña” “Marina: ponte el velo, baila y hazlo volar” y otras frases como las que nos decimos en la habitación. Seguro que han estado escuchando detrás de la puerta.
—Esto no se lo podemos consentir, no tienen ningún derecho a burlarse de ti, y menos aún de escuchar detrás de la puerta. Esta vez se han pasado, ya te dije lo que creía que teníamos que hacer con ellas, y bien que se lo merecen.
—Marina, no, que en la actualidad esto no se hace, son sensibles y se van a traumatizar…
—Aquí, la única traumatizada vas a ser tú si la cosa continúa igual ¿No ves que si las dejamos sin control va a ser peor para ellas?
—¿Pero zurrarlas? tu misma has dicho que ya no son niñas —continuaba Adela en su papel de madre.
—Si las castigamos de otra manera que no sea una tontería, no sé, dejarlas un tiempo sin salir, o sin móvil u ordenador va a ser peor, malas caras hasta que no termine el castigo. Así, por lo menos se termina rápido, y seguro que ellas también se darán cuenta…
—Pero esta vez no. Las amenazamos, y les decimos que si continúan así, les vamos a pegar. Les hemos de dar una oportunidad…
—Bien, pero que sea el último aviso —repentinamente, Marina hizo una pausa y su cara expresó extrañeza—. Oye ¿dices que hablaban del ponerse el velo y bailar? Esto solo lo hemos hecho una vez, hace un par de días, y no recuerdo que lo dijéramos en voz alta, tú sacaste el velo del armario, me lo lanzaste, y yo me lo puse y bailé ¿Cómo es posible que lo supieran?
—No lo sé, yo no he hablado del velo con ellas, faltaría más, a lo mejor nos miraban por el agujero de la llave.
Marina, que aun estaba desnuda, se colocó un chandal, lo más distinto imaginable al los vestidos o trajes chaqueta que tanto odiaba cuando hacía de “ejecutiva”. Entró a la habitación, salió al pasillo, cerró la puerta y se agacho para mirar por el ojo de la cerradura.
—Imposible, dijo al entrar, sólo se puede ver la puerta del baño, y el numerito del velo o hicimos en el otro lado de la habitación. Nos han espiado de otra manera.
—Sí ¿Pero cómo? No lo entiendo, la ventana es un quinto piso y da al parque, no se puede mirar por allí —dijo Adela entre dudas mirando en todas direcciones.
Marina seguía pensativa hasta que, súbitamente, movió la mesita hasta ponerla junto al armario y se subió a ella. Adela la miraba con ojos extrañados.
—Ven, súbete y verás.
—¿Qué he de ver? —inquirió Adela cada vez mas extrañada.
—Mira el polvo, de aquí arriba del armario no lo quitamos cada semana y hay bastante. Pero si te fijas, aquí hay unas marcas. Y sé de qué son.
—¿De qué? No entiendo nada.
—¿Te acuerdas que le regalamos a Julia un trípode pequeñito para la cámara? ¿Y que Blanca insistió por su aniversario, hace un par de meses, que quería una tarjeta de memoria de 16 gibas? Pues esto, que nos han filmado, fíjate que con el remate del armario si no nos fijamos no veríamos el objetivo, y con la memoria que tienen ahora, pueden gravar al menos dos horas…
—No puede ser… —Adela se puso a llorar otra vez.
—Pues es, Adela, es.
—De acuerdo, esta vez sí se han pasado cantidad ¿Pero estás segura que ponerles el culo caliente es lo mejor? Se lo contarán a su padre ¿Qué va a decir?
—Esto, déjalo de mi cuenta, que tu ex siempre me ha escuchado en los temas de las chicas ¿Donde están ahora las dos joyas?
—No quería verlas ni hablar de lo que había oído, y las he mandado a casa de una amiga, volverán a las nueve, dentro de una hora.
—Pues la aprovecharemos para una cosa.
❀ ❀ ❀
Marina tomó su ordenador portátil y se fue con Adela a la habitación de las chicas. Sabía que el ordenador de ellas tenía contraseña, pero también que desde un ordenador externo se podía acceder fácilmente al disco duro. Buscó los ficheros de vídeo.
Había muchísimos, demasiados, casi todos clips musicales o películas cortas de humor.
—Tráeme la cámara de hacer fotos de Blanca, a lo mejor tienen todavía el vídeo allí —pidió Marina.
—No, no está, lo han pasado al ordenador. Pero si no le han cambiado el nombre lo encontraré fácil, buscaré vídeos con los nombres de archivo que pone esta cámara.
Efectivamente, aparecieron una treintena de vídeos hechos con la cámara. La mayoría cortos y de fechas anteriores, pero había cinco muy grandes, todos de los últimos dos meses y de horario nocturno.
Marina los pasó a su ordenador, sin abrirlos, y los borró del ordenador de las chicas de tal manera que fueran irrecuperables.
Otra vez en su cuarto, las dos mujeres empezaron a pasar rápidamente los vídeos. Empezaban con una escena fija y obscura, y al avanzar, se encendía la luz y aparecían ellas en la habitación. Los cinco vídeos empezaban igual.
En el primero, se veía como se acostaban, algún beso de buenas noches y enseguida la luz apagada. Por la fecha, era un día que tenían la regla, que últimamente iban sincronizadas.
En el segundo, la escena de besos era mucho más larga, las manos entraban debajo de los pijamas pero, repentinamente, también acababa con un “buenas noches”. Debían andar cansadas.
Pero en el tercero, al llegar a la habitación, se desnudaban y empezaba la fiesta. Fue un día con pocos prolegómenos, de los de ir directamente al “grano”, en una de las segundas acepciones de la palabra grano. Un vídeo íntegramente en versión sonora —en algunos momentos muy sonora— y sin subtítulos. No lo miraron todo, naturalmente, pero quedaba evidente para ellas todo lo que había.
El cuarto vídeo, era parecido al tercero. Una larga escena de sexo, esta vez en un plano más cerrado enfocado al centro de la cama.
Y, finalmente, el último vídeo era en el que aparecía, bastante al principio, la famosa escena del velo.
Las chicas volverían pronto, pero Marina tenía que hacer un último trámite.
—Tomó el teléfono y una grabadora, y marcó el número de Rafael, el ex de Adela y padre de Julia y Blanca.
❀ ❀ ❀
Cuando regresaron las chicas, lo primero que hicieron, fue ir al comedor y quejarse de que la cena no estuviera servida.
Adela, estaba sentada en el sofá con cara grave.
—Id a nuestro cuarto, Marina os espera allí, y tiene que hablar con vosotras —dijo con voz seca.
—¿Pero que pasa? Que venga ella aquí si nos quiere decir algo —terció Blanca, la mayor, con tono insolente.
—¡Basta! a la habitación o iréis allí a rastras.
Las chicas miraron asombradas a su madre, no era aquella su actitud normal. Pero no tenían ni idea del motivo de aquel cambio que les desorientaba. Una charla a solas con Marina, y viendo la cara de su madre, no es lo que más les apetecía, pero después de dudar un poco, se fueron a la habitación.
Cuando entraron, Marina cerró la puerta con llave y se la guardó.
—¿Qué pasa? Es que hoy os ha dado por joder… —dijo la voz afilada de Julia.
—No sabes cuanto. Y las jodidas vais a ser vosotras dos —si la voz de su madre alarmó a las chicas, ahora la de Marina les daba miedo. Ella siempre tan bien hablada y ahora hablaba de joderlas…
—Sí ¿Pero qué pasa? —dijo Blanca con una voz bastante alarmada.
—Esto —Y Marina pulsó una tecla del ordenador y se empezó a reproducir la película. La cuarta concretamente, con una escena de sesenta y nueve donde Adela estaba debajo, y su compañera, encima.
Las dos chicas quedaron mudas y enrojecieron absolutamente. La mirada de Marina era asesina. Blanca emitió algún sonido como de protesta mientras Julia empezaba a llorar sonoramente.
—Solo lo hicimos por jugar —atinó a murmurar Blanca, con una voz como si tuviera cinco años menos— lo queríamos borrar enseguida…
—¿Què? Esto empezó hace dos meses, de borrar nada. ¿Que te crees que soy estúpida? No tenéis excusa, y os voy a castigar. Muy duramente.
—¿A qué nos vas a castigar? —preguntó alarmada Blanca mientras su hermana continuaba llorando.
Marina las miró con dureza, y lentamente se quitó una zapatilla y la blandió. Las dos chicas la miraron con cara de incredulidad y de pavor.
—No, esto no lo puedes hacer —dijo la voz llorosa de Julia.
—Claro que puedo, y lo voy a hacer.
—Se lo voy a decir a Mamá, y ella no te dejará —continuó no muy convencida. Paro cuando quiso abrir la puerta, se acordó de que estaba cerrada con llave, le dio una patada y echó a llorar de nuevo.
—Esto ha sido una decisión de las dos, aunque ahora fuerais con ella, no impediríais el castigo.
Blanca, en aquel momento, se metió la mano en el bolsillo y sacó el móvil anunciando.
—Papá sí lo impedirá.
Pero Marina puso en marcha la grabadora. Se escucho la voz de Rafael que decía:
—Y claro que te doy permiso, ya les puedes dejar el culo como un tomate, que si no, se lo dejaré yo la próxima vez que las vea…
Blanca dejó el teléfono, y se puso a llorar a dúo con su hermana.
—¡Venga! desnudaos las dos.
—No, por favor —suplicaba Julia— desnuda no —cosa que implicaba que inconscientemente ja había admitido que los azotes eran inevitables.
—¡Será peor si no lo hacéis inmediatamente!
Muy lentamente las dos chicas se quitaron la ropa y se detuvieron al llegar a la ropa interior.
—¡Toda! He dicho que desnudas ¡Y a callar! Que ya me he cansado de tanto berreo.
Se acabaron de sacar la ropa, pero el llanto se incrementó.
—¡A callar! ¿Que no? ¿Pues pasad al baño, que veréis como lo termino yo tanto cuento.
A empujones las metió en el baño, y a continuación, bajo el plato de la ducha. Abrió el grifo del agua fría. Sólo de rociarlas ligeramente, las dos chicas callaron en el acto.
—¡A la habitación! Y si os volvéis a poner histéricas os mojaré de veras, a las dos.
Marina se sentó en la cama, tomó la zapatilla que había dejado allí, una de aquellas clásicas, con paño de cuadros y suela de goma gruesa y pesada.
—¡Julia! Tú primera, ven aquí para recibir la primera parte del castigo.
Arrastrando los pies y temblando, Julia se puso en frente de ella. Entonces Marina la tomó por un brazo y se la colocó cuidadosamente encima del regazo. Inmediatamente, le empezó a azotar con la zapatilla, con toda su fuerza, que no era poca. El ruido de los impactos, casi era más fuerte que los chillidos de Julia. Pero los golpes llegaban en rápida sucesión, mientras el brazo izquierdo de Marina mantenía a Julia inmovilizada. Al cabo de una docena de golpes, que duraron realmente muy poco pero que a la chica le parecieron una eternidad, la soltó. El culo, curiosamente más grande que el de su hermana mayor, tenía un tono rosa bastante subido.
—Esto es solo el principio. Ahora tú, Blanca.
Blanca parecía resignada y se colocó dócilmente sobre las rodillas de Marina. Ésta, no demoró un instante en empezar a aporrearle en las nalgas, pequeñas pero prominentes, que en aquel principio de otoño, hacían honor al nombre de su dueña, eran bastante blancas comparadas con los muslos o la espalda. La chica empezó a chillar a ritmo con los azotes. También fueron una docena muy rápida. La soltó, y Blanca se sentó en el suelo, sobre la alfombrilla.
—Ya os he dicho que esto solo ha sido el comienzo del castigo. Ahora quiero que me pidáis perdón por lo que habéis hecho, que me prometáis no repetirlo, y que me pidáis que os azote de nuevo todo lo que crea que merecéis para que os perdone.
Julia temblaba, estaba de pie mirando a Marina, pero no hablaba.
O me pides perdón, o voy a buscar algo mucho peor que la zapatilla…
—Perdón —dijo Julia muy bajito. Marina se la quedó mirando, como diciendo con los ojos que faltaba algo. Después de una larga pausa la chica continuó escuetamente—. No lo haré más —y otra pausa con más mirada terrible de Marina que hacía como el gesto de ir a buscar la cosa peor que la zapatilla hasta que al final, entrecortadamente se escuchó—. Castígame lo que merezco, y perdóname.
—Ahora tú, Blanca.
Blanca, hablando deprisa, también musitó la frase, diciendo muy flojo lo de que la azotara de nuevo para perdonarla.
—¡Las dos en la cama! boca abajo.
Las chicas se miraron, y lentamente obedecieron.
—¡Más cerca!
Se colocaron de tal manera que las cuatro nalgas quedaron juntas y alineadas.
—¡Si os movéis será mucho peor!
Marina, de pie, miraba los culos de las chicas, se les distinguían algunos de los zapatillazos individuales que habían recibido, pero en contra de la leyenda, no se podía leer el número de la zapatilla. Entonces, las volvió a azotar, esta vez más despacio, en secuencia: uno, tres, dos, cuatro, pausa; dando tiempo para que notaran el dolor después de cada par de golpes. Julia lloraba desconsolada, su hermana no tanto, mientras se daban la mano en un intento de consolarse. Lentamente, los zapatillazos ponían todavía más ardiente la piel de las nalgas. Después de doce azotes a cada chica, seis pasadas por la hilera de nalgas, Marina se detuvo.
—Bien, por mi parte os perdono, pero queda vuestra madre. Id a la sala, le decís que estáis muy arrepentidas, y que para obtener su perdón deseáis que os de a cada una, otra docena de azotes.
—No, por favor, ya no lo soporto más…
—Julia, calla, quizás no lo soportas más, pero nadie se ha muerto de que le den unos cuantos azotes con la zapatilla, y lo que le habéis hecho a vuestra madre y a mí, es muy grave.
Marina abrió la puerta, las chicas hicieron como si se quisieran volver a vestir…
—No, desnudas, que así tendréis más vergüenza de lo que nos hicisteis. A vuestra madre y a mí, nos filmasteis desnudas.
Lentamente, las dos chicas, enfilaron el pasillo en dirección a la sala.
Marina, desde la habitación sólo oía los llantos de las chicas. Pasaron casi diez minutos, hasta que Adela seguida por sus dos hijas volvieron a la habitación.
—Hemos negociado seis azotes para cada una —dijo Adela.
—Habíamos quedado en una docena —contestó Marina con voz contrariada. Era teatro, habían decidido que ella haría de “policía malo” y Adela de “bueno”. Con voz enfadada continuó—, bueno, pero que sean fuertes.
Las dos docenas de zapatillazos de Marina, habían vuelto muy dóciles a las dos chicas. Primero Julia, que chilló a cada azote, y luego Blanca, que en los dos primeros se contuvo, se pusieron resignadamente en las rodillas de su madre, que bajo la mirada de su compañera, les pegó realmente fuerte.
Las dos chicas se retiraron a su habitación, muy cortadas y sin hablarse. Las dos se sentían culpables y cuando se metieron en la cama, sin haber cenado y boca abajo, ninguna de ella encontró argumentos para poder echarle la culpa de lo que había pasado a la otra.
Se durmieron pronto, y el domingo por la mañana se despertaron muy temprano y muertas de hambre. En el comedor, encontraron preparado, el desayuno, a falta de calentar la leche.
—Bueno, al menos con esto nos han compensado un poco lo de anoche —dijo Blanca.
—Sí, pero me temo que no será esta la única vez.
—No, me temo que no.
Y, seguramente por los nervios, esta reflexión hizo que se pusieran a reir. Tampoco había sido todo tan grave, como dijo Martina, nadie se muere de esto.