La Yegua

-"Oye Annie, y tú ya eres mujer?"- -"Cómo?"- -"Que si ya te han montado? así como a la Chata" -"...no"- -"Si te pones en cuatro, ahorita mismo yo te hago mujer" - El despertar sexual de una jovencita en el rancho de sus padres.

Este es un relato 100% real, me pasó hace casi 15 años y hasta hoy nunca me había animado a contarlo. Por razones obvias he cambiado los nombres y no haré mención de las edades de los participantes ni de el lugar donde ocurrió todo, sólo diré que soy de México y que espero que les guste lo que tengo que contar.

Mi padre y su familia han sido criadores de caballos desde mi bisabuelo, entre tíos, hermanos, y parientes han logrado llevar un negocio bastante próspero. Desde que era pequeña pasamos los veranos en el rancho principal, siempre me gustó la equitación y el ambiente de campo del lugar, tiene una casona antigua y varias hectareas de pasto y árboles frutales, un verdadero paraíso.

En esos años estaba yo muy encariñada con una Yegua que mi padre había comprado no hacía mucho, le llamabamos “La Chata”, una criatura preciosa y noble como ninguna otra que haya vuelto a cabalgar.

Todas las mañanas y tardes de mi verano íbamos mi hermana y yo a trotar al rededor del rancho, pero mi padre nos tenía prohibido ir al corral que estaba pasando los arboles de frutas, decía que había serpientes por allá.

Éramos hijas obedientes y hacíamos lo que nos decía.

Un día mi padre estaba haciando unas negociaciones con un americano, que le había traido un caballo; al medio día salió en su camioneta junto con él, lo llevaría a la ciudad a comer, terminar el negocio y al hotel donde se hospedaría, no regresaría hasta el anochecer.

Dejó a cargo a Pedro, un hombre joven amigo suyo que había trabajado en el rancho desde que era poco más que un niño, ahora Pedro era quien dirígia siempre que el patrón no estaba presente.

Pedro era alto, moreno por el sol, siempre bien rasurado y con el ceño un poco fruncido, cabello corto, complexión atletica, vestido con camisa a cuadros, pantalón de mezclilla, botas y un cinto con una hebilla dorada que le regaló mi padre años atrás.

Era su mano derecha, su hombre de confianza, mi padre y mi madre lo apreciaban como parte de la familia y mi hermana y yo teníamos un trato amigable con él. Cuando eramos muy chicas nos llevaba sosteniendo las riendas del caballo a dar pequeños paseos y aunque era muy serio con todos los demás con nosotros siempre tuvo confianza y sacaba su lado más simpático.

Esa mañana antes de que mi padre partiera, mi hermana se mostró indispuesta a salir a nuestro usual paseo matutino, alegaba cólicos y dolor de estómago, por lo que me quedé en la casona toda la mañana y el medio día aburrida, ya que el día anterior no había salido a pasear a caballo y sin papá en el lugar y mi madre cuidando a mi quejumbrosa hermana no había demasiado por hacer.

Después de leer, ver televisión y tomar una ducha decidí que tomaría mi paseo a caballo de la tarde yo sola, eran al rededor de las 5, el sol empezaba a ocultarse, los trabajadores se estaban retirando a sus casas despues de un arduo día de trabajo.

Me dirigía a los establos en donde estaba mi yegua y las monturas cuando veo a Pedro saliendo con La Chata de las riendas.

  • Hey! A dónde la llevas? -

  • Tu papá me pidió que la llevara al corral -

  • A cual? -

  • Al que está lejos -

  • Y ahora cómo me voy a ir a dar la vuelta? -

  • Agarra al Negro de tu hermana -

  • No, a mi me gusta mi Chata -

  • Jaja, pues ni modo, será hasta mañana -

  • Déjame ir contigo, es que estoy bien aburrida -

  • Me va a regañar tu papá si sabe que andas allá, especialmente hoy -

  • Pues no le digas! Que al cabo va a regresar hasta en la noche y no vamos a tardar mucho, o sí? -

Lo vi dudar un poco, mirando hacia los lados, pero para ese punto el rancho había quedado en silencio a excepción de nosotros.

  • Pues no, no tardamos mucho -

  • Entonces sí me llevas? -

  • Sí, andale! Te ayudo a subir? -

  • No, yo puedo -

Me acomodé sobre la silla con Pedro detrás mío, y la yegua nos llevó por la vereda más allá del campo de árboles de fruta hasta el alejado corral.

En el camino casi no hablamos sólo hubo un par de intercambios de palabras.

  • Cómo está tu hermana? -

  • Se siente mal, cosas de mujeres -

  • Ah... -

Mientras cabalgábamos pude notar que mi yegua no estaba muy cómoda y actuaba más necia que de costumbre.

  • Pobre Chata, no se le hará muy pesado con nosotros dos? -

  • Jaja, no! Aguanta mucho más -

  • Aún así pobrecita -

Llegamos y como nunca había estado tan cerca de ese lugar, pude apreciar una construcción que no había visto antes era una cercada de ladrillo sin techo y con una puerta metálica.

Nos detuvimos y Pedro me ayudó a bajar, colocó sus manos sobre mi cintura, sentí su agarre un poco fuerte y noté lo ligera que le debí parecer porque me levantó y bajó hacia el piso sin ningún esfuerzo.

Nunca he sido alta pero en ese entonces no le he de haber ni llegado al hombro a Pedro.

Me sonrió y amarró a la chata a un poste afuera del corral, procedió a quitarle la montura y a cepillarla un poco. Yo me puse de curiosa cerca de la construcción en lo que él hacía su trabajo. Al acercarme a las puertas de metal me sobresalté porque escuché un relinchar del otro lado.

  • Hay un caballo ahí adentro?! - le pregunté alarmada

  • Sí, es el que le trajo el gringo a tu papá -

  • Y porqué no lo llevaron al establo para que vaya conociendo a los otros? -

  • Ahorita vas a ver -

Vi como acomodaba unas cuerdas sobre la Chata en un amarre en sus patas traseras como los que había visto que le ponían a los demás cuando querían evitar que patearan al marcarlos. En ese momento no tenía idea de porqué estaría haciando algo así.

Me pidió que me retirara un poco, abrió la puerta metalica, entró y salió guiando a un precioso Mustang color marrón con la crin negra y una linea blanca en la frente. Enorme y musculoso; lo notaba alterado y Pedro lo acercó hacia la Chata, fue entonces que lo vi. El caballo excitado tenía una erección de un tamaño descomunal.

Si bien para ese punto de mi vida ya sabía de donde venían los bebés, la diferencia entre macho y hembra y demás, Jamás había visto un caballo en ese estado.

No pude evitar acercarme sin parpadear ni apartar la mirada, la inocencia desapareciendo en un segundo. Fue como si alguien hubiera encendido un interruptor en áreas de mi cerebro y mi cuerpo que hasta ese punto no habían tendio motivo para encenderse.

El acto fue intenso, como sólo los animales pueden hacerlo. Sin romanticismo ni achucheos sin mirarse a los ojos o sonreirse, sólo instinto puro desbordándose y bramando violentamente para ser liberado.

El Mustang terminó la faena y salió del interior de la Chata, dejando caer una cascada de líquido que no supe identificar en el momento. Lo que si puede identificar fue una sensación en mi región íntima como nunca antes había tenido, mi respiración acelerada y cada poro de mi cuerpo estremeciéndose con un deseo ardiente por algo que no sabía aún qué era.

Pedro guió al semental hacia el interior del corral en donde éste se echó a trotar, el acto anterior al parecer olvidado.

Yo no estaba prestando atención, mi mirada estaba perdida hasta que sentí la precencia de Pedro incómodaente cerca detrás mío.

  • Oye, Annie y tú ya eres mujer? – me preguntó en un tono grave que hizo reaccionar mi ya estremecido cuerpo.

  • Eh? Cómo? - La verdad no había podido procesar lo que acababa de decir

  • Que si ya te han montado? así como a la Chata -

-...No – le dije en un hilo de voz

Un bufido de la yegua me hizo voltear a verla nuevamente, mi mirada fija en su vulva chorreante, sentí la mía haciendo lo mismo y pulsando con un leve cosquilleo.

Un sonido metálico me hizo reaccionar volteé hacia atrás y vi la hebilla del cinto de Pedro desabrochada, Sus manos haciendo lo mismo con la cremallera de su pantalón.

Me alteré ¿qué estaba pasando? Mi mente trataba de dar sentido, pero las ideas se arremolinaban y no permitian que otra cosa que no fuera el instinto saliera de mi interior.

  • Si te pones en cuatro, ahorita mismo yo te hago mujer – Dijo con su tono serio, el que usaba cuando mandaba a los demás trabajadores y que era más una orden que una oferta.

Dicho esto liberó su miembro de sus pantalones. Estaba yo tan cerca y era todavía tan chica que al verlo me pareció que era de la misma talla que el del Mustang.

No dije nada. Estaba aterrada y excitada, mi corazón no paraba de latir a un ritmo impresionante. Mi mente en blanco y mi boca sin palabras. Me fallaban los sentidos, me fallaban mis piernas y se relajaron tanto que comencé a bajar hacia el piso.

Pedro tomó ese acto de debilidad como uno de aceptación, con destreza desabrochó mi pantalón y lo bajó hasta mis rodillas, acomodandome en posición y colocandose él detrás mío.

Sentí sus rugosos dedos rozar mi recién despertado sexo, sintiendo la humedad rebosante sin duda. Esto me hizo estremecer y no pude evitar ponerme a temblar.

  • Qué? Tienes miedo, Annie? -

Sí, tenía un miedo horrible, pero una excitación aún más fuerte, el deseo fue más fuerte que yo, tenía tanta curiosidad por estas sensaciones que le dije:

  • N-No -

Sentí la punta de su miembro colocarse sobre mi entrada, resbalando un poco por entre mis labios pero sin penetrar aún.

Sus fuertes manos afianzando mi delgada cintura, por mi tamaño he de haberle parecido un juguete.

Los segundos se me hacian eternos, él estaba haciendo un pequeño vaivén, probando sin duda la mejor posición para arremeter.

Sentí como acercó su cuerpo y pegó su torso a mi espalda, en un susurro diciéndome.

  • Pues deberías -

No le estaba viendo el rostro pero su tono en la voz me hizo saber que tenía una sonrisa en el rostro.

Preocupada, giré mi cabeza y desconcertada dije

  • Por qu.....- No pude terminar lo que había querido decir.

Sin miramientos lanzó su primera estocada, fue brutal. Inspiré aire alterada conforme sentí ese bólido desgarrar mi interior con su intrusión, cada membrana protectora destruida sin remordimiento por ese macho que me clamaba como suya y se posicionaba como el primero en explorar ese terreno virgen.

  • Ahhhhhhh....... - No grité, sólo era una expresión de dolor y miedo, la excitación que había sentido segundos atrás había dejado de existir.

Mis ojos se llenaron de lágrimas y patéticamente me empecé a retorcer tratando de alejarme.

  • Para! Para ya! Me duele! - Le dije entre sollozos.

Sentí su brazo rodear mi cadera en un agarre del cual no había escape, colocó todo su cuerpo encima mío y acercándose a mi oido susurró.

  • Shhh! Quieta! Ahorita te suelto -

Su aliento me dio un cosquilleo en la oreja que estremeció todo mi cuerpo y me ayudó a relajar un poco los musculos. Pero todavía no terminaba conmigo, yo tenía la esperanza que al igual que el mustang, sólo me diera unas pocas estocadas y acabara el asunto, pero continuó por momentos interminables en los que el dolor no se calmaba.

Mi rostro estaba sobra la tierra, él de cunclillas levantando mi cadera hasta su altura, embitiendo sin darme tregua. Yo veía su rostro, él estaba loco de placer y yo rogando porque todo esto acabara. Me levantó de nuevo y no tuve la fuerza para sostener mi cabeza así que la mantuve abajo y cerré los ojos.

Cambió su ritmo, ya no era lento y profundo, ahora era más rímico y con penetraciones cortas. Abrí los ojos y desde mi perspectiva podia ver mi camisa levantada, mi abdomen, mi vagina siendo penetrada, su humedecido miembro resbalando dentro y fuera de mi y sus testiculos chocando contra mi piel.

Entré en un trance, si bien no había dejado de gemir y quejarme desde esa primera estocada, el dolor había menguado lo suficiente para dar paso a una nueva sensación, una electricidad, una descarga con cada entrar de su miembro. Continué gimiendo, pero ya no estaba segura de no estarlo disfrutando.

La excitación volvió y aún más fuerte que antes. Esto era lo que había despertado mi deseo originalmente, el instinto, lo salvaje, lo primal. Pedro me clamaba como su hembra y no me quedaba más que dejarme llevar en su vaivén, sin mimos ni caricias, sin besos ni promesas de amor eterno. Sólo excitación y el deseo de placer a toda costa.

Un macho reaccionando ante una hembra dispuesta, poseyéndola como si no hubiera un mañana, viviendo el momento sin saber si se repetirá.

Sentí una descarga de placer, desde la zona de penetración, atravezando mi columna hasta explotar en mi cerebro liberándose como temblor en todo mi cuerpo, las paredes en mi vagina contrayéndose en un placentero espasmo.

  • Ves como si te gusta? - Dijo Pedro

Y acto seguido volvió a su ritmo original, estocadas duras y profundas, saliendo de mi interior hasta que la corona de su glande acariciaba mis labios para volver a entrar sin piedad hasta que mis caderas topaban con la base de su falo.

Cada arremetida estaba hecha de dolor y placer, a veces de uno más que del otro, completamente desquiciante, llevándome a un mundo que hasta ese punto de mi vida jamás hubiera imaginado que existía.

Estaba tan aturdida, no sabía cuanto tiempo había pasado, pero el cielo estaba oscureciendo y ya no quedaba casi nada de luz sobre nosotros. Volteé a ver a Pedro una vez más, no me di cuenta de cuando empezó a gemir él también, pero cada resoplido saliendo de su boca sonaba casi como un suave rugido, sentía su agarre intensificándose y de nuevo acelerando su ritmo, no estaba segura de poder aguantar más cuando él liberó un grito, presionándose contra mi para llevar la penetración a lo más profundo de mi ser.

Sentí su miembro palpitar violentamente en mi interior mientras sus quejidos de placer llenaban el aire a nuestro al rededor.

Se quedó quieto, me di cuenta que yo aún temblaba y sentía leves espasmos en distintas partes de mi cuerpo. Pasamos así unos segundos, reponiéndonos de ese salvaje encuentro.

Sentí como su miembro perdía rigidez y él se deslizó fuera de mi. Su semen goteando de mi gruta, al igual que había sucedido con la Yegua anteriormente.

Y así como el Mustang anteriormente, se alejó de mi, reacomodó su pantalón y fue a ensillar a la Chata, como si lo anterior ni siquiera hubiera pasado.

Me encontraba en el piso entre tierra y hierba, aturdida, adolorida, semi desnunda y con un hilo de semen y sangre escurriendo entre mis piernas. Había perdido la virginidad mucho antes de que me hubiese interesado salir con muchachos y de una forma tan brutal y cruda, pero en mi interior estaba tanquila, feliz incluso, había sido sin duda inolvidable.

  • Arréglate que no vaya a ser que ya haya llegado tu papá – dijo Pedro trayendo a la Chata hacia conmigo.

Como vio mi falta de reacción me levantó, abrochó mi pantalón y me subió sobre la Yegua. Al parecer ya había regresado al Semental al corral de ladrillo.

  • Oye, no vayas a decirle a tus papás -

  • .... -

  • Annie? -

  • ...No... me regañarían por haber venido a este corral -

  • ...Estuviste muy rica, Annie, perdón si te lastimé -

  • .... -

No hablamos más durante el camino de regreso, ésta vez Pedro no iba montado junto conmigo. Para cuando llegamos al establo las luces de la casona ya estaban encendidas, el cielo totalmente oscurecido.

Pedro se quedó en el establo, terminando sus tareas en las que se había atrasado. Yo caminé torpemente hacia la casona y entré a escondidas por la puerta de la cocina.

Me encerré en el baño e hice una evaluación de los daños. No era tan grave como yo hubiera creído, el semen aun me escurría entre mis recién desvirgados pliegues. Pero no había indicios de que más sangre estuviera saliendo. Tomé un baño en la tina y me fui directo a mi cuarto. Caí rendida en la cama y no desperté hasta el día siguiente.

  • Annie, donde andabas anoche? - Me dijo mi madre cuando desperté.

  • Me fui a dar una vuelta con la Chata -

  • Te fuiste tu sola? Ya sabes que no me gusta eso -

-.... Me acompañó Pedro ... - Le dije nerviosa.

  • Y qué te pasó? por que fui a poner tu ropa en la lavandería y estaba toda aterrada -

  • ....me caí -

  • Ay, ingrata! Porqué no me dijiste o porqué no me dijo Pedro?! -

  • No fue grave, mamá... no me pasó nada -

Mi madre guardó silencio unos segundos y finalmente me dijo:

  • Annie vi tu ropa interior con sangre -

Me puse nerviosa y me dio algo de miedo de que pudiera sospechar lo que había pasado con Pedro, temía que me fuera a regañar.

-M'ija si te acuerdas que ya te había platicado de la regla? -

Me sentí aliviada inmediatamente, no parecía sospechar nada.

  • Sí, mamá... ya soy una mujer – le sonreí timidamente.

Ella me devolvió la sonrisa y salió de mi habitación diciendo algo sobre ir almorzar con mis tíos.

Yo me quedé mirando por la ventana, y vi a Pedro dirigir a algunos muchachos más jóvenes. Ese hombre me había abierto las puertas a un mundo nuevo, y yo estaba ansiosa de conocer más sobre él.

Ese verano hice más descubrimientos en mi despertar sexual junto con él, y también durante los que siguieron, incluso años más tarde me enteré que el justo el día anterior Pedro había hecho suya a mi hermana mayor tan fuertemente que por eso la dejó indispuesta para salir conmigo, pero ya les contaré más en otra ocasión.

Espero les haya gustado este relato.