La vuelta de mamá IV

Despierto de un sueño y el círculo se amplía

Tan pronto como Hilda me pasó su delicada mano por mi cara, descubrí que aquello no era un sueño. Me desperté sobresaltado, y de un salto me puse en pie. Habia perdido la noción del espacio y del tiempo.

-"No seas tonto y vuelve a cama, todavía te queda un ratito", intentó tranquilizarme Hilda, percibiendo en mis ojos una mezcla entre terror y confusión. Estaba muy bonita, con el pelo mojado descansando sobre su espalda y mostrando sin pudor aquellos pechos contundentes y bien colocados. Olía bien, a recién duchada, aunque en sus ojos y en su voz se escondían todavía los rescoldos una juerga reciente.

-"¿Qué hora es?", pregunte ansioso.

-"Las cuatro y media. Aprovecha y descansa, nene", me contestó ahora su madre.

Estaba de pie frente a ellas, y en ese momento me di cuenta de mi desnudez. Volví a sentarme, aún confuso, colocando la ligera sábana que cubría la cama sobre mi entrepierna.

-"A buenas horas, jajajajjj", rió Hilda, algo achispada aún. "Anda, quítate eso que estás muy mono así", me dijo, al tiempo que de un tirón volvía a descubrirme tirando la sábana al suelo y dejando al aire mi pene en erección, que miraba con curiosidad y sin disimulo, mostrando una actitud que jamás había visto en ella.

-"¿Cuanto tiempo llevas aquí?", le pregunté, intentando asimilar lo que estaba pasando.

-"Estas preguntón, ¿eh?", me dijo. "Llegamos hace un rato... sobre las... ¿tres?", contestó mirando a su madre, buscando en ella la respuesta exacta.

-"Las tres y media serían cuando me despertaste", puntualizó Karmen.

-"¿Y mi madre?", pregunté aterrorizado.

-"Tranquilo. Está durmiendo en su cuarto", me tranquilizó Hilda agarrándome de la mano. "Llegó borracha como una cuba, la ayudé a desnudarse, la metí en la ducha y la llevé a su cuarto. Cayó desplomada al momento", continuó. "Luego me fui a mi cuarto, no vi a Karmen..  y me imaginé que... en fin... que estaría aquí", dijo, en el momento que miró a su madre y ambas se rieron abiertamente, en un gesto de complicidad.

-"Es que mi niña es muy lista", intervino Karmen.

-"Es que mi madre es muy puta", contestó Hilda riéndose de ella, provocando que Karmen intentase darle un cariñoso coscorrón que ella esquivó.

"Anda Karmen, con un hombre en esta casa, ya sabía que no te quedarías quieta", insistió Hilda carcajeándose.

-"Nena, ya te dije que no hicimos nada", replicó Karmen, molesta.

-"Ya, por eso tienes el cuerpo embadurnado de leche seca, jajajaj".

-"Bueno... solo fue una paja", reconoció Karmen, mientras volvía la mirada hacia mí y, sonriendo, me acariciaba el rostro.

-"Que ya te dije antes, me parece genial Karmen, estoy de coña", dijo Hilda, acercándo su rostro al de su madre y dándose ambas un escueto beso en la boca. "Pero deberíais poneros en marcha ya. Daros una ducha para sacaros todo eso de encima y os preparo el desayuno, ¿vale?", terminó Hilda por decir.

Los tres nos levantamos al momento, y mientras la hija llevaba la taza que se había tomado a la cocina, Karmen enfilaba conmigo el camino del cuarto de baño. La miré, y antes de que dijese nada, habló:

-"Nos ducharemos juntos, ¿ok? Más rápido, menos gasto", ordenó con seguridad.

Sonreí, sin responderle, y proseguí la marcha justo cuando Karmen me dio una palmada en el culo.

Nos metimos directamente a la ducha, puesto que no llevábamos encima una sola prenda. Karmen agarró la alcachofa para dirigir hacia nuestros cuerpos un buen chorro de agua fría que nos despertó por completo. Devolvió la alcachofa a su posición y, sin cerrar el agua, cogió un bote de gel de ducha que volcó generosamente sobre sus manos. Con ellas, lo aplicó directamente sobre mi cuerpo, enjabonándolo a fondo, desde el cuello hasta los pies. Me ordenó levantarme los brazos, para trabajar bien mis sobacos, y se aplicó con esmero en mis genitales; con otro buen chorro de gel en su mano, me agarró los huevos y comenzó a enjabonarlos.

-"Abre las piernas", ordenó sin rodeos.

Lo hice, y pasó un dedo justo por la raja del culo, antes de volver a los huevos, a los que dió otro buen repaso. Finalmente, recogiendo el jabón sobrante, se lo llevó a mi polla que, nuevamente erecta, descapulló y enjabono a conciencia.

-"Es increíble, nene. Estas otra vez así", me dijo, señalando mi erección con una mueca.

Me encogí de hombros, y ella sonrió, acercándose a mi boca y propinándome un beso larguísimo y húmedo mientras el agua de la ducha resbalaba por nuestros cuerpos.

-"Al final me obligarás a follarte de verdad", me dijo susurrándome al oído, quedando de nuevo fuera de juego cuando se separó de mi y buscó otra vez el bote de gel. Lo puso en alto y me lo entregó: "Te toca", me dijo, y se dio la vuelta, traviesa, poniéndose de espaldas y abriendo las piernas.

Como hizo ella antes, eché un abundante chorro en las manos y se lo apliqué sobre el cuello y la espalda, masajeando su piel muy despacio y con movimientos circulares. A medida que descendía por su anatomía, recogía en cada movimiento el gel derramado para redirigirlo a su precioso culo, sintiendo con mis manos cada uno de los poros de su piel y abriendo con delicadeza la raja que separaba sus nalgas. Le pedí que se girase, negándose con la cabeza.

-"De eso nada, el culo a fondo nene, que por ahí se caga, ¿sabes?", me dijo riéndose.

-"Y se transporta hachís", recogiendo su órdago.

-"Y se transporta hachís", me dijo, girando levemente la cara hasta encontrarse con mi mirada, y guiñándome pícara un ojo. "Así que vamos con ese ojete", ordenó.

Volví a echar un buen chorro y lo extendí de nuevo por sus cachetes. Siguiendo sus indicaciones, recogí el gel y lo llevé directamente a la raja, y con los dedos enjabonados empecé a penetrar su agujero, rebuscando a fondo en su ano.

-"Aprovecha y limpiamente el coño", me dijo al tiempo que se agachaba algo más y se abría de piernas, ahora sí, sin ningún rubor. Acabé de limpiarle el culo y comencé a jugar con su sexo, penetrándola con dos dedos buscando el fondo de sus cavidades más íntimas. Ante esa visión, y estando completamente empalmado, me pegué a ella aún más, sin dejar de curiosear en su cueva del placer. Para poder trabajar su coño yo también debía agacharme ligeramente, de manera que mi polla erecta quedó colocada a la altura de su año, que dilataba espuma. Mientras limpiaba su sexo desde atrás, me entretenía y calentaba rozando mi polla en su trasero, hasta que escuché un gemido profundo que interpreté como la luz verde. Así, aprovechando la postura en la que nos encontrábamos, flexioné las piernas algo más y busqué torpemente la entrada a su coño con la punta de mi pene. Me moví entre su selva buscando nervioso meterla en la gruta desconocida, pero mi inexperiencia me hizo tardar lo suficiente para que ella se diese cuenta de mi torpeza:

-"¿Que buscas cariño?, me dijo sonriendo. Me empujó hacia atrás con la mano, y se giró, dándome un nuevo beso en la boca. "No tenemos tiempo", zanjó.

Me quedé paralizado de nuevo bajo el agua de la ducha, mientras Karmen abría la mampara y salía de ella. Primero un pie, luego otro. Cogió una enorme toalla con la que rodeó su cuerpo y, tras secarse ligeramente, volvió a descubrirse mostrándome de nuevo sus sus nalgas al aire. Insinuante, extendió su brazo con la toalla colgando y me animó a secarle la espalda, obligándome a salir de la ducha.

Cerré el grifo y con la misma toalla que me ofrecía, me saqué las gotas muy por encima. Me acerqué a su espalda, comencé a pasarle por ella la toalla, a conciencia, eliminando todo rastro de agua. Me envalentoné, le besé el cuello e hice un último intento. La toalla cayó a nuestros pies y rodee su cuerpo desnudo por la cintura, haciéndola inclinarse. Su año quedó de nuevo a la vista y al alcance de mi polla. Ella, leyendo mis intenciones, reía nerviosa y parecía perder por un segundo el dominio de la situación. Sin decir nada, abrió ligeramente las piernas para facilitarme la labor y me enseñó el camino. Empecé a restregar mi pene erecto por su sexo, buscando de nuevo la puerta de entrada al paraíso, justo en el momento en que se abrió la puerta del baño y me quedé petrificado, mirando la entrada con ojos de terror.

Al segundo, detrás de ella, bellísima, apareció Hilda. Tal y como la había visto hace un momento, no se habia cubierto los senos todavía. Lucía un moño para recoger su larguísima melena lisa y caminaba con decisión hacia el retrete, sin apartar su mirada de la mía.

-"¿Se te ha bajado, con el susto?", me dijo rompiendo el hielo, a lo que su madre respondió  con una carcajada nerviosa. Sin apartar su vista de nosotros, se bajó el tanga hasta los tobillos dejando a la vista ese coño perfectamente depilado y se sentó en el retrete. "Podéis seguir si queréis", nos dijo. "Pero tenéis que perdonarme, tardabais demasiado y no aguantaba más", prosiguió, mientras un fuerte chorro chicaba con sonoridad contra las paredes del retrete.

-"Debemos vestirnos ya, se nos va a hacer tarde y es mejor salir con tiempo", dijo Karmen muy seria, enfriando la situación.

Salimos del baño, dejando a Hilda finalizando una meada larguísima, y fuimos a vestirnos a nuestros cuartos. Me puse una camisa blanca muy liviana, unos vaqueros y unos zapatos clásicos. Me eché perfume muy por encima y apenas me peiné pasándome la mano. Cuando salí a la cocina, Karmen estaba ya vestida con un vestido de verano muy corto y estampado.

-¡Guau, estás genial!, me dijo mientras se sentaba a la mesa.

-"Y tú... muy femenina", le contesté.

-"Gracias", me respondió.

-"Karmen, no se si eso es un cumplido o te está vacilando", acizañó Hilda, que nos estaba acabando de servir el desayuno. Habia hecho café, al que le estaba echando azúcar, y unas tostadas con margarina y mermelada de frambuesa. Habia puesto también unos vasos vacíos para servirnos una jarra de zumo, que estaba exprimiendo en ese momento. De espaldas a nosotros, no se habia cubierto con nada más que el mismo tanga morado con el que la encontré al borde de mi cama unos minutos antes.

-"No piensas taparte, guarra", bromeó Karmen.

-"Le dijo la sartén al cazo", contesto ella muy valiente, al tiempo que se giraba con la jarra, acercándose a la mesa y mostrando de frente sus enormes y preciosas tetas que tanto me ponían.

-"Estas buenísima cariño", le soltó su madre, mientras le pasaba la mano por el trasero cariñosamente, mientras la chica vertía el zumo de naranja en su vaso vacío.

Hilda sonrió entonces, y se acercó a mi para servirme, situando sus imponentes pechos a unos escasos centímetros de mi cara.

-"Y por la forma en que te mira las tetas, Carlos piensa lo mismo",  dijo Karmen calentando el ambiente, rindo la ocurrencia las dos de manera cómplice.

Me parecía que el juego que se traía Karmen conmigo estaba ampliando su círculo, lo cual me divertía y excitaba, aunque me confundía y me frustraba al mismo tiempo. No recordaba a Hilda como una chica tan abierta y morbosa como se estaba mostrando esa madrugada, salvo que todavía le durasen los efectos de la juerga, como así parecía, o le siguiese el juego a su traviesa madre.

-"Es verdad. Eres muy bonita", me atreví a decir.

-"Muchas gracias. Tu también", respondió, agachándose lo justo para darme un pico en los labios. "Y mucha suerte con los exámenes". Asentí con la cabeza, y Karmen se sentó desnuda sobre las rodillas de su madre.  "Pruebo un poquito de zumo y me voy a dormir", dijo.

En efecto, se echó un trago cortito del zumo que ella misma había preparado y repasó con la lengua lo que le había quedado en la comisura de los labios.

-"Que fresquito", exclamó.

-"Ven aquí", le dijo su madre, y acercó su boca para besarla. No era un pico como el que se daban con regularidad, sino que se comenzaron a besar con pasión.

Durante casi un minuto, se comieron la boca con pasión, y en aquella cocina solo los sonidos de sus labios entrelazados rompían el silencio. Al separar sus lenguas, se quedaron mirándose con ojos de deseo, para acabar dandose dos picos muy breves a modo de despedida tras los cuales Hilda se levantó hacia la puerta de salida.

-"Descansa cariño", le dijo su madre mientras la despedía con un cachete en el culo. Desde la puerta, Hilda nos lanzó un par de besos a cada uno y se despidió agitando la mano, desapareciendo por el pasillo.

Me quedé mirando el vacio de la puerta durante unos segundos, sin decir nada, con la boca desencajada y los ojos en llamas.

-"Te ha comido la lengua el gato", me preguntó Hilda mientras se llevaba la tostada a la boca.

No contesté. Lo cierto es que, de nuevo, sentí sequedad en mi boca y la sensación de que mi voz se ahogaba antes de llegar a la garganta.

(Continuará)