La vuelta de mamá

El verano toca a su fin, y mamá regresa a casa. Lo hace acompañada por una visita inesperada... y agradable

Luna. Así se llama mi hermana. Una concesión hippie de mi madre, que luego equilibró mi padre llamándome Carlos por ser éste un nombre de grandes hombres, como Carlomagno, o Karl Marx. O eso decía él, en cada una de sus insufribles diatribas pseudolibertarios.

En realidad, así se llamaba mi abuelo también, y mi padre no hizo más que adoptar una de las vetustas tradiciones de la España más profunda, como la de heredar el nombre, por más que luego intentase maquillarlo para proteger su trabajada fachada de paradigma de la progresiva.  Mi madre cedió, siendo como era una niña de veinte años embarazada,  por segunda vez de su profesor, diez años mayor.

Obviamente, mamá dejó la carrera y mi padre su plaza de profesor interino, iniciando un viaje a ninguna parte en forma de travesía por todo el país a bordo de una vieja furgoneta Volkswagen, con parada final en una especie de comuna hippie asentada en un pueblecito del sur. Allí fue donde mi padre, en uno de sus inverosímiles cambios de planes, se aburrió de ella, de nosotros y de la comuna, para emprender una huida hacia adelante en la que, creo, todavía está inmerso.

Fue en aquellos años cuando mamá conoció a Karmen, entonces una joven poco mayor que ella, que cargaba ya con dos niñas de padre desconocido a cuestas y se ganaba la vida vendiendo artesanía por las ferias de los pueblos. En los ochenta, que ya tiene mérito.

El recuerdo de nuestra primera infancia está asociado a Karmen y a sus hijas, con las que prácticamente nos criamos, siendo lo más parecido que tuvimos a una tía y a unas primas. Karmen llegó a comprar una pequeña casa en ruinas que reformó, dándonos techo durante un tiempo, y se estableció con un bonito chiringuito en la playa que regenta desde entonces. La recuerdo desde siempre como una tipa muy vital, con una energía arrolladora y contagiosa,  y absolutamente deslenguada y mordaz. A veces pienso que en el carácter de mi hermana dejó mucha más huella que nuestra propia madre.

Años después mamá decidió regresar al norte con nosotros, pero jamás  perdimos el contacto del todo. De hecho, los veranos que estaba sin trabajo, mamá bajaba al sur para echarle una mano a Karmen en temporada de playa.

Ese año había decidido bajar con Roberto, un novio mulato que mamá se habia echado, y esperábamos el regreso de los dos para esos días.

Por eso me sorprendió escuchar aquella voz con ligero acento sureño al fondo de mis sueños:

-"Hacía ya tiempo que no olía un aroma a hombre tan intenso", escuché, mientras me pareció distinguir una figura menuda y enjuta, coronada por una alborotada melena rubia y leonada, secundada por la silueta inconfundible de mamá.

Habían pasado varios días desde la descarnada exhibición de Angie, sin que volviese a saber nada de ella. Sus persianas permanecían bajadas permanentemente, y tan solo una luz tenue que aparecía, a veces, en la oscuridad de la noche hacia pensar que en aquella casa viviese alguien verdaderamente.

Tampoco de mi hermana volví a saber nada hasta mucho tiempo después. Encerrado entre libros y soportando el calor de agosto en aquella casa vacía, la sensación de soledad comenzaba a crearme una ansiedad que el tabaco no ayudaba a saciar. Fue entonces cuando retomé la juvenil costumbre de masturbarme varias veces al día. Al despertarme, una paja. A lo largo de la mañana, otra. Quizás después de comer, y alguna a media tarde. Y por supuesto, antes de acostarme. No tenía más recursos que la imaginación en aquellos momentos, y todo lo que viví durante aquel verano me ayudaba a saciar el vicio. No era necesidad, sino una manera de canalizar el estrés de forma mecánica. Comenzaba a tocármela buscando una erección ágil que condujera a una corrida rápida, de forma rutinaria.

Por supuesto, aquel cuarto se había convertido en mi guarida, y en ella se acumulaban pañuelos manchados de semen, rollos de papel higiénico o paquetes de tabaco vacíos de manera escandalosa. Había mantenido con cierta dignidad la limpieza del resto casa, que apenas pisaba más allá de mis visitas al cuarto de baño y las imprescindibles a la nevera, pero mi habitación se convirtió en la peor de las leoneras.

Con todo, pasé con nota el examen de recuperación. Las clases de Angie, desarroladas entre ideas peligrosas de sexo, me ayudaron a desarrollar herramientas para cubrir mis carencias. Me habían dado la nota aquella misma mañana, y justo me acababa de echar a dormir después de una noche casi en vela.

-"Vamos hombretón, ¿no ves que es casi mediodía?", escuché decir de nuevo a aquel acento sureño en forma de mujer, que se dirigía a mí apoyada desde el quicio de la puerta.

Me recompuse, incorporándome para saludarlas.

-"¡Que sorpresa!", acerté a decir, al tiempo que les daba un pico a cada una y sendos abrazos por detrás la figura de mi madre. "No te esperaba todavía, mamá", le dije mientras me ponía la camiseta.

-"Disculpa por no avisarte, nene. Carmen vendrá a pasar unos días con nosotros. También ha venido Hilda, que esta sacando cosas de la furgo", dijo.

-"¿Y Roberto?", les pregunté.

Mamá y Karmen se miraron durante unos segundos, justo antes de que a esta última se le escapase una sonrisa.

-"No preguntes", contestó.

-"Si... mejor", secundó mi madre suspirando hastiada.

-"Estas muy crecido", me dijo Karmen, echando un vistazo de soslayo al paquete que abultaba dentro de mis gayumbos . "Tienes el cuerpo de un hombre".

-"Han pasado tres años por lo menos, algo se notará", le dije.

-"Ya te digo. Te habrán pasado tantas cosas...¿Me pondrás al día durante esta semana?", me preguntó guiñándome un ojo.

-"Cuenta con ello", sonreí, antes de que mamá cortase el rollo.

-"Tienes trabajo, cariño. Esta habitación está hecha un desastre, así que está tarde te pones con ello. Vosotras utilizáis el cuarto de Luna, que ha huído a la ciudad. Esta niña...", suspiró de nuevo mamá.

Hilda llegó cargada con dos bolsas preguntándole a su madre donde las dejaba.

-"¡Cuanto tiempo¡", me saludó con una sonrisa, sin apoyar las bolsas que portaba, mientras mamá le indicaba el camino de la habitación de Luna. Nunca fue especialmente efusiva, y era mucho más retraída que Alex, su hermana mayor.

-"Demasiado -contesté-. ¿Como estás?".

-"Muy bien. En paz. Ayudando a mi madre con el bar, estudiando a distancia, cantando... feliz".

-"Que guay. Me alegro", contesté, mientras reparaba en ella. Era unos meses mayor que mi hermana, pero tenía su rostro mucho más aniñado. Llevaba unos vaqueros rotos y una camiseta muy ajustada sin sujetador, marcándose los pezones muy nitidamente. El pelo liso y moreno suelto, larguísimo, cubriéndole toda la espalda y llegandole casi hasta el culo. Estaba muy morena y tenía, tal y como recordaba, unos penetrantes ojos oscuros y una nariz redonda y pequeña.

-"¿Os ayudo?", les dije

-" ¿A qué? Enseguida guardamos lo que tenemos en estas bolsas. Hace calor, nos hemos traído muy poca ropa", contestó Karmen.

-"Mira que esto no es el Sur...", le dije.

-"Bueno, si tengo frío me pondré las bragas", contestó despreocupada, mientras se giró ante nosotros y se subió hasta las caderas el escueto vestido que llevaba, mostrándonos su coño por un segundo, hasta dejar caer nuevamente la falda.

-"¡¡Karmen¡¡", intentaba corregirle Hilda, mientras mi madre se reía.

-"Mira el culo de tu madre, hija. Ojalá llegues a los 40 con este cuerpo", dijo, mientras se giró de nuevo y volvió a subirse la falda, dejando ahora su trasero al descubierto. Se dió a si misma dos cachetadas con la palma de la mano y, sin dejar caer la falda, se abrió ligeramente las nalgas para mostrarnos  su ojete durante un instante.

-"¡Vale ya¡", zanjó Hilda poniendo las bolsas en el suelo, desternillándose de risa y sonrojandose por momentos a partes iguales, mientras se acercaba a su madre intentaba cubrirla. "No tienes vergüenza", volvió a insistir.

-"Ay, cariño, que niña eres. Nada que no hayáis visto ya", le dijo Karmen recomponiéndose el vestido.

-"Pues... sinceramente... no me apetece nada verte el ojo del culo una vez más, Karmen", le contestó su hija, que siempre le llamaba por su nombre.

Deshecho el breve equipaje, Karmen propuso comer algo y salir a dar una vuelta por el pueblo. Yo me excusé con lo de la selectividad, para la que me quedaban cinco días y debía comenzar a preparar esa misma tarde.

-"Ok, no quiero que suspenda por nuestra culpa. Pero mañana te vienes con nosotras a la playa", me dijo, a lo que asentí. Me apetecían de veras unas horas de sol.

Desayunamos pronto e iniciamos el camino a la playa. Buscamos la nudista, a la que mi madre era asidua, ya que Karmen se negaba a ponerse una sola prenda de ropa sobre su cuerpo más allá de lo estrictamente necesario. Una vez llegamos, Karmen se sacó el vestido estampado por los hombros dejándonos ver su cuerpo completamente desnudo. Estaba ligeramente morena, su cuerpo era menudo y enjuto, muy fibrado y sin un gramo de grasa. Sus pechos eran pequeños pero muy bien puestos, y su coño estaba oculto bajo una buena mata de pelo.

Mi madre se fue sacando la ropa poco a poco, quedando finalmente con unas braguita rosas que acabó por quitarse, dejando a la vista un coño mucho más cuidado que el de su amiga, con apenas una tira de pelo milimétricamente rasurada. Sus pechos eran mucho más grandes, y aunque algo mas caídos después de dos partos, se mostraban contundentes. Menuda también, tenía una cintura bien torneada.

Karmen, deslenguada, no tardó en dejarla en evidencia:

-"Has visto, peque. Tu madre ya no se acuerda de lo hippie que fue. Donde se ha visto un coño tan bien perfilado.".

Mamá no respondió, y con una sonrisa en la boca, acabó por doblar la ropa,  guardando la en la bolsa.

Acabó por desnudarse también Hilda, a la que no recordaba desnuda desde que era casi una niña. Cuando acabó por despojarse de su última prenda, un exiguo tanga rosa, se podía ver el cuerpo de una mujer espectacular. Alta y delgada, sus tetas eran grandes y firmes, con una aureola color rosa adornada con un piercing en el pezón del pecho derecho. Su cintura, muy bien esculpida, se sostenia sobre unas larguísimas y morenisimas piernas que recorrí con la mirada, hasta acabar en unos pies pequeños y gráciles. No tenía ni un solo pelo en el coño, algo que asombró a mamá más que el piercing en el pezon, indagando sobre cómo se lo depilada.

Estaba acostumbrado a ver el cuerpo desnudo de mi madre, y también el de Karmen pese a que hacía unos años que no la veía. Pero contemplar la desnudez el cuerpo desnudo en plenitud de Hilda me provocó una leve erección que me puso el problemas a la hora de desnudarme, sobre todo porque Karmen no se cortaría a la hora de bromear con ello. Así, extendí la toalla y me senté sobre ella, deshaciendome de los pantalones y de los calzoncillos justo antes de darme la vuelta, acomodandome la polla y acostándome boca abajo.

-"Al agua¡¡", escuché decir a Karmen. Las tres gracias desnudas comenzaron una carrera que frenaron en seco al ver que no les seguía. Giré la cabeza y me las encontré a las tres mirándome.

-"Prefiero ir más tarde", concluí, mientras se perdían camino a la orilla entre burlas de desaprobación.

No puedo precisar el tiempo exacto en el que dormité sobre la arena, pero si recuerdo con un escalofrío la forma en que me despertó Karmen, sacudiendo sus rizos mojados sobre mi espalda caliente, cruzando mis vellos con el frío del agua congelada, mientras reía con alborozo.

Di un respingo y me incorporé sobresaltado, encontrándome de bruces con un primer plano de su coño peludo, por el que se deslizaban brillantes gotas de agua entre la maraña de pelos.

-"¡Vaya! Pensé que te daba vergüenza enseñarme la pilila", me dijo todavía partiéndose de risa. "Por cierto, si que estas muy crecido..." me dijo, mientras se sentaba directamente sobre la arena, junto a mi toalla.

Mi polla estaba flácida de nuevo, pero su tamaño parecía satisfacer la curiosidad de Karmen.

-"Ya te dije que los años pasan", le contesté, mientras veía a lo lejos, todavía jugando en el agua, a mamá y a Hilda, entre grandes risas.

Karmen se quedó en silencio durante unos segundos, fijándose descaradamente en mi sexo, antes de decir:

-"Y tanto que pasan. Estas hecho todo un hombre", me dijo, antes de pegar su cuerpo al mío y deslizar su mano por mi bajo vientre, hasta envolver los huevos con su mano y agarrar mi polla, comenzando a jugar con ella. Con un dedo la elevaba desde la base y la dejaba caer, una y otra vez, hasta que con el juego la cosa cogió tal consistencia que se sostenía por si misma. Entonces, con dos dedos comenzó a recorrer el largo de la polla. Me quedé paralizado y comencé a temblar ligeramente, pese a lo cual mi pene siguió actuando por libre, sin conexión con mi cerebro, hasta lucir una erección completa. No formaba parte de mi cuerpo, ahora le pertenecía a ella.

-"Perdona", me dijo, percibiendo mi azoramiento y sonriendo levemente. "Hace mucho que no toco una", se disculpó, sin retirar la mano en ningún momento de mi polla, recorriendo con el índice todo su contorno.

Las chicas seguían a su rollo, sin imaginarse lo que estaba sucediendo. Karmen seguía masajeando mi polla, completamente tiesa y comenzando a segregar líquido.

-"Sabes? No he tenido mucho sexo últimamente. Cuando entré en tu habitación ayer y percibí ese olor a semen... y al ver hoy tu herramienta... se despertaron en mi muchas ganas de jugar... pero no te lo tomes a mal... solo es eso, un juego", decía, mientras volvía repasar sus labios con la punta de la lengua al ver brillar la cabeza de mi capullo.

A estas alturas yo estaba temblando por completo e incapaz de articular palabra. Despues de tantos años, no era capaz todavía de discernir cuando Karmen estaba de broma o cuando iba en serio. Pero en ese momento no me quedaba ninguna duda de que, en esta ocasión, iba muy en serio. Entre la selva de su sexo comenzaban a asomarse gotas de deseo, y un intenso olor llegaba a mi nariz. Ese olor que luego aprendí a identificar. Ese olor a hembra.

-"Hace mucho que no estamos. Ya me contarás estos días que le haces a las chicas con esta cosita", me dijo, sin dejar de tocar la polla, lejos de imaginarse que todavía no había penetrado un coño.

-"Karmen... yo no... ", balbuceé.

-"Tu no...¿qué?", me dijo extrañada, relantizando el movimiento de sus dedos sobre mi pene.

-"Eso... que soy virgen todavía", le solté.

-"Venga ya!", me dijo, incrédula.

-"Es cierto... he hecho cosas, muchas cosas. Pero eso...no", le respondí.

Karmen me miró fijamente y detuvo en seco, posando la palma de la mano sobre mi sexo. Hilda y mamá estaban caminando juntas por la orilla, lejos de nosotros. Karmen giró la cabeza ligeramente, buscando la posición de ambas, y de nuevo se encontró con mi mirada asustadiza. En voz baja, y acercando mucho su boca a mi oído, me susurró:

-"Ok, eso tenemos que solucionarlo".

Acto seguido, se inclinó todavía más, acercando su cabeza a mi polla. Recorrió con la lengua todo su largo, desde la base hasta el capullo, acabando por darle un beso muy húmedo, mezclándose saliva y líquido. Satisfecha de su travesura, soltó mi polla a punto de estallar, se levantó y comenzó a caminar de nuevo hacia el mar, mostrándome una deliciosa imagen de su trasero desnudo. Cuando llevaba unos pasos, se giró de nuevo hacia mí y me dijo: "Ahora  acabala tú... o vas a tener un problema...", señalando mi erección con una sonrisa maliciosa.

(Continuará...)