[La VUELTA al COLE] - 81/260 - [APETITO CANIBAL]
Martín empieza a comprender que Paula, su alumna más malvada, es realmente peligrosa, y que lo está llevando a la perdición. No obstante, no es capaz de escapar de su lasciva red.
AGUA PASADA
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-sábado 14 octubre-
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A no muchos kilómetros de Fuerte Castillo, todavía en el litoral mediterráneo, la ciudad de Augusta ejerce de segunda capital a la sombra de una de las ciudades más conocidas de Europa.
En uno de sus muchos institutos de educación secundaria, Miguel sigue ejerciendo la profesión de docente tras pasar página de su etapa en el Gregorio Marañón.
Son casi las cinco de la tarde cuando ese profesor de literatura recibe la llamada de un remitente desconocido:
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¿Hola?
Sí, soy yo. Y usted es…
No, no. No quiero hablar del tema. Esa chica es agua pasada para mí.
¿Mentiras? Sí, sí. No he escuchado mentiras tan afiladas en mi vida.
Da igual que usted sea una persona decente; yo también lo soy, ¿sabe?
No. Escux. N.no. Cállese. No quiero saberlo. Ahora es problema suyo.
Ya se lo he dicho. Guárdese de ella. Usará su cautivador flirteo y su voluptuoso embrujo adolescente para hacerle prisionero, y, luego, cuando lo tenga a su merced, lo decapitará sin la menor empatía. Solo es un juego para ella. !No vuelva a llamarme!
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MANUEL
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-domingo 15 octubre-
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El profesor de ciencias del Gregorio Marañón es un tipo bastante corriente. Suele caer bien a quienes le rodean, aunque nadie lo tiene en demasiada estima. Le apasiona el conocimiento científico e intenta contagiar dicho interés a sus alumnos, pero rara vez consigue que la curiosidad de esos muchachos vaya más allá de lo estrictamente necesario para aprobar la asignatura.
Victoria es su esposa desde hace más de treinta años. Se trata de una ama de casa discreta en todos los sentidos: callada, formal, aburrida, fiel a sus rutinas, previsible… mediana estatura, mediana complexión, mediana edad… Su menguante y caduco atractivo la hacen invisible ante los ojos de cualquier hombre que se cruza en su camino, y ni siquiera se ha planteado, jamás, tener una aventura extramatrimonial.
Quizás ninguno de los dos goce del más mínimo atractivo a primera vista, pero, en la edad en la que se encuentran, hay otros factores que priman a la hora de mantener unido a tan longevo matrimonio: un pasado compartido, respeto, un proyecto común, buena compañía, los hijos…
Como cada domingo, ambos han madrugado para asistir al partido semanal del pequeño de la casa.
Juan vino al mundo por sorpresa, pues fue concebido, inesperadamente, cuando la fertilidad de Victoria ya agonizaba. Siempre ha sido un fanático del futbol y, pese a ser muy menudo para su edad, es el capitán de su equipo, el máximo goleador y el delantero con mayor proyección de la liga de los cadetes.
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MANUEL: !Muy bien, hijo! !Buen pase!
VICTORIA: !Ánimo!
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El niño mira hacia las gradas y levanta el pulgar, mientras retrocede, en un gesto propio de un futbolista adulto. Austero en monerías infantiles, no son pocas las actitudes que imita de sus referentes profesionales: el modo de protestar las decisiones arbitrares, las celebraciones de sus goles, los piques con sus adversarios… incluso los escupitajos sobre el césped.
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VICTORIA: José debería estar aquí también.
MANUEL: Déjalo, el chico tiene su vida. Ya es mayor.
VICTORIA: Pero es su hermano. Juan se pondría tan contento…
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José se ha emancipado recientemente. Tiene un carácter bastante difícil, y está atravesando una fase de cierto distanciamiento familiar.
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APETITO CANIBAL
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-lunes 16 octubre-
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Después de dos semanas, el presente anticiclón sigue desfigurando el octubre más cálido de las últimas décadas. Unas temperaturas más propias del verano se empeñan en legitimar la desinhibición de las estudiantes más presumidas del Gregorio Marañón. Esas niñas desvergonzadas se muestran inmunes a las urgentes ocurrencias obscenas que van suscitando, por doquier, a raíz de su cortísima indumentaria estival.
Haciendo equilibrios sobre un fino cable de cordura, tensado hasta el punto de ruptura, Martín intenta tomar consciencia de que la peculiaridad de sus propias circunstancias vitales es la responsable de una percepción tan descabellada de la realidad.
“No puede estar pasando. Es cosa mía. Tiene que serlo. El mundo no puede haberse ido al garete durante mi estancia en el Calderón y Verdera”
Por si fuera poco, ese torturado profesor de filosofía hizo grandes hallazgos, en el día de ayer, mientras indagaba en la red. Buscaba toda documentación gráfica que pudiera dar respuesta a la tremebunda curiosidad carnal que le suscita Paula. Le costó bastante encontrar los perfiles indicados, pero, una vez que tuvo acceso a ellos, se hizo con incontables imágenes de quien ya se ha convertido en la musa de todas sus breves pajas.
Se la estuvo pelando durante todo el domingo, como un mandil, mirando las fotos de la chica e imaginando que se la follaba por el culo; no obstante, esos persistentes homenajes no lograron mitigar la preocupación suscitada por las palabras que escribió su alumna en la última tarea del pasado viernes.
Una vez que ya ha terminado de borrar la pizarra, todavía encima de la tarima, Martín afronta los últimos minutos de la clase de hoy dirigiéndose a una de sus pupilas más cercanas:
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MARTÍN: Señorita Valverde, como delegada en funciones, quiero que se ocupe usted.
PAULA: Joh, Martín. Ese debería ser mi cometido.
MARTÍN: Está suspendida, Paula. Ya hablamos de ello.
PAULA: Pero ¿cuánto durará el castigo? Ya hace dos semanas del… … incidente.
MARTÍN: Su nueva fechoría puede costarle otras dos semanas.
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La expresión contrariada de la moza se transforma en una mueca sonriente en el momento en el que recuerda el contenido de su deshonesta redacción. Se muerde el labio inferior para hacer visible su orgullo travieso, pero su profesor no tarda en evitarla con la mirada para escenificar un serio disgusto carente de complicidad.
En el centro del aula, Katia sigue dando tumbos, pues el sistema numérico ideado para conservar el supuesto anonimato de las redacciones de todos y cada uno de los alumnos le está conllevando bastantes problemas. Víctima del saboteo de una de las chicas más bromistas, pierde los nervios por momentos.
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KATIA: Me has dicho que eras la doce, Mimi.
MÍRIAM: Nooh. Te he dicho catorce.
KATIA: Mentirosa. Devuélveme la redacción, pues.
MARTÍN: Señorita, Durán. Está a punto de sonar el timbre. Nadie saldrá hasta que las redacciones no estén repartidas.
MÍRIAM: Vale, vale. Soy la ocho. Todo el rato he sido la ocho.
KATIA: Eres una perra.
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El proceso empieza a agilizarse gracias a la colaboración de la benjamina de cuarto. Puede que su condición solo se defina por unas pocas semanas, sobre el papel, pero, lejos del calendario, cualquier desconocido la identificaría como a la más joven de la clase debido a una aniñada apariencia que trasciende a su edad.
Como Martín había vaticinado, el timbre que pone punto y final al horario lectivo suena antes de que la última redacción haya regresado a su autor. En circunstancias normales, ese estricto profesor se encargaría de que nadie se levantara de la mesa antes de tiempo, pero, en estos precisos momentos, es otra cosa la que ocupa su atención.
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MARTÍN: Señorita Lucena, no se vaya todavía. Tengo que hablar con usted.
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Paula era una de las últimas alumnas en encaminarse hacia la salida; pese a ello, la directriz de su profesor no parece disgustarla del todo. Ambos permanecen en silencio hasta que Katia logra finiquitar su tarea de reparto. Con cierta premura incómoda, la chica recoge sus bártulos y se dispone a ausentarse.
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-Que tenga unas buenas tardes, señorita Valverde- pronuncia Martín, educadamente.
-Gracias- contesta ella consciente de lo que puede estar cociéndose con su amiga.
-No olvides hacer los deberes, usurpadora- le dice Paula con fingido resentimiento.
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Nadie se lo ha pedido, pero Katia cierra la puerta tras de sí.
Después de tanto rato inundada por el gentío juvenil, la repentina intimidad de esa aula despoblada resulta extraña.
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-¿ H ay a l gún p rob l ema, a gen t e?- con voz de niña ingenua.
-Lo sabe perfectamente, señorita- contesta él muy seriamente.
-¿ Q ué o c urr e ?- pregunta con picardía -¿ E s qu e lle v o un o s sh o rts d ema s iad o cor t os?-
- Sí… Sí. Pero no es eso. Tengo la orden de no meterme con su ropa- admite torturado.
-¿ E nto n ces?- insiste con un tono sinuoso.
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Martín inspira profundamente. Se le hace muy cuesta arriba tratar este asunto, pero no puede dejarlo pasar.
Sigue de pie, junto a su escritorio, con los brazos cruzados y una actitud rígida y distante que no admite contemplaciones. A un par de metros escasos, la muchacha ha adoptado una pose mucho más distendida, apoyada en un pupitre aleatorio.
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MARTÍN: Es por su redacción. Me pareció muy, muy desafortunada.
PAULA: Teníamos que plantear dilemas éticos, ¿no?
MARTÍN: Dejé bien claro que tenían que ser controversias reales, no ficticias.
PAULA: Está basada en hechos reales.
MARTÍN: ¿Basada? ¿Basada?… … No es suficiente. No. N. No tiene nada que ver.
PAULA: No te pongas nervioso, profe. No tiene por qué leerla nadie más.
MARTÍN: No se trata de eso. No quiero que me utilice para sus fábulas.
PAULA: !No es una fábula! Casi me quedo preñada.
MARTÍN: Pero yo no tuve nada que ver.
PAULA: No es lo que parece.
MARTÍN: ¿Qué?… … ¿Cómo?… … Per 0 ¿qué?
PAULA: Aurora me vio salir del lavabo a mí, y después a ti.
MARTÍN: No… … no es así. ¿Y aunque lo fuera…?
PAULA: Me acompañaste cuando me hice el segundo test.
MARTÍN: ¿Qué tendrá que ver eso?
PAULA: Solo digo que, si alguien hubiera grabado esa escena con el móvil, las imágenes podrían llegar a ser muy… … muy… … equívocas.
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Una sorpresa asustada deforma la expresión del profesor, quien evoca el recuerdo de la emotiva situación que vivió, junto a su alumna, en el lavabo de minusválidos.
“La confianza, las lágrimas, el abrazo... mi erección...”
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MARTÍN: ¿Había un móvil escondido? ¿Nos grabó?
PAULA: Nooh. ¿Por quién me tomas? Pero tengo amigas que se preocupan mucho por mí, y…
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Martín hace un gesto con las manos abiertas al vacío como si quisiera poner freno, físicamente, a aquel disparate.
“!Vamos! Esta niña me toma el pelo. ¿Cómo puedo ser tan inocente? Está jugando conmigo, pero: ¿y si no?”
De pronto le sobrevienen todas las advertencias que le propinó su compañera Aurora acerca de ese mal bicho.
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MARTÍN: Bueno. Ya basta. Voy a asumir que está bromeando y vamos a terminar aquí.
PAULA: No creo que sea una buena idea.
MARTÍN: ¿Por qué no? ¿De qué estamos hablando?
PAULA: De mi redacción, ¿no? Creo que hablaré con don Andrés para contárselo todo.
MARTÍN: ¿Para contarle las mismas mentiras que me entregó por escrito?
PAULA: … … Mis lágrimas son muy convincentes, ya lo sabes, y el video…
MARTÍN: !Pero ¿qué video?!
PAULA: Mis amigas sabían que nos habíamos citado en el lavabo de minusválidos y…
MARTÍN: ¿Qué amigas? ¿Katia? ¿Sonia?
PAULA: Prefiero no señalar a nadie.
MARTÍN: Quiero ver ese video. ¿Dónde está?
PAULA: Ya te pasaré el link cuando esté colgado en YouTube.
MARTÍN: No, no, no. Non0. NO.
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Consternado, Martín recuerda la conversación que tuvo con Miguel, quien fuera profesor de lengua en el curso pasado.
No he escuchado mentiras tan afiladas en mi vida.
Ahora es problema suyo. Guárdese de ella.
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MARTÍN: ¿Qué es lo que quiere de mí, señorita? ¿Por qué me amenaza?
PAULA: Quiero que hagas lo que yo te diga: quiero ser delegada y tener buenas notas.
MARTÍN: No puedo dejar que una alumna me chantajee.
PAULA: … … Me recuerdas a mi antiguo profe de lengua.
MARTÍN: ¿Miguel?
PAULA: ¿Lo conoces?
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Martín cierra los puños y aprieta sus dientes. Sabe que tiene las de perder frente a ese turbio asunto.
“Don Andrés me lo advirtió nada más conocerme: Siempre se posicionan al lado del alumno frente a cualquier disputa con el profesorado. Hoy en día, está muy mal visto cuestionar a las víctimas de abusos”
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MARTÍN: Si le pongo buena nota y vuelve a ser delegada…
PAULA: Durante todo el curso.
MARTÍN: ¿Y olvidaremos este asunto? ¿definitivamente?
PAULA: Solo una cosa más.
MARTÍN: ¿Qué?
PAULA: Quiero que me toques el culo… … hoy… … ahora.
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La cabeza del profesor está a punto de estallar. Lleva todo el fin de semana soñando con ponerle las manos encima a esa niña, pero nunca se había planteado, realmente, la posibilidad de infringir el código deontológico o la legislación vigente en materia de la edad mínima de consentimiento.
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MARTÍN: No.no puedo… … no puedo hacer eso, Paula. Usted es… … es demasiado Jo-joven y yo soy… … soy su profesor.
PAULA: Sí no obedeces, puede que dejes de serlo en breve.
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La chica se aparta el pelo, grácilmente, e inclina la cabeza sin dejar de sonreír. Se muestra muy relajada y segura. Con pasos muy lentos, se aproxima a su presa sinuosamente.
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-¿De qué tienes miedo?- susurra ella -Sé que te gusto-
-Esta no es la cuestión, señorita Lucena- señala completamente inmóvil.
-Pero es la verdad- hablándole al oído -Te gusto más de lo que puedes admitir-
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Paula no se equivoca, pues el inconfesable fervor de ese docente por su alumna ya rebasa los límites de la obsesión.
Aunque parezca mentira, la muchacha ha venido, hoy, incluso más provocativa que en días anteriores. Sus cortísimos pantalones rosas, de tela fina, a duras penas pueden ejercer su función sobrepasados por unas opulentas nalgas redondas que harían perder el juicio al célibe más beato; el escueto suéter blanco que intenta vestir su torso no alcanza a cubrir su estrecha cintura, y, debido a tan holgado cuello, ni siquiera es capaz de mantener esos femeninos hombros a buen recaudo.
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PAULA: No te estoy pidiendo que me folles, profe. Nunca lo haría contigo. Solo es que… … me da morbo que me toques; que me toque mi maestro.
MARTÍN: … … Entonces… … ¿Esto será todo?
PAULA: Sí, pero tienes que hacerlo bien. Quiero un buen magreo bien largo.
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Mientras se estira los pantaloncillos hacia arriba, la chica se voltea y se apoya en la mesa presidencial que tiene en frente. Vuelve a sacudir su cabeza para que su larga melena negra bascule a un solo lado. Con el culo en pompa, dobla una de sus preciosas piernas sin separar sus impolutas bambas blancas.
Boquiabierto, Martín desvía su mirada, fugazmente, para cerciorarse de la clausura de la única puerta del aula. Valorada ya la relativa intimidad que los ampara, ese profesor de ética se dispone a quebrantar la moralidad que cabría suponerle.
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- D íme l o- le ordena Paula entre suspiros - D ime q ue t e gus t a mi c ulo-
-Llevo días pensando en él; pensando en usted- confiesa sin meditarlo demasiado.
- L o sé. Y o ta m bié n he p e nsa d o en t i- sintiendo ya esas manos calientes en su culo.
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A raíz de la presente charla y de la tentadora cercanía de tan joven muchacha, durante los últimos minutos, la polla de Martín ha ido inquietándose de un modo poco constante y notorio; pero es ahora, durante esos considerados tocamientos, que dicho falo está nutriéndose de un vigor más relevante gracias al acelerado flujo sanguíneo que corre por las venas del docente.
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-Acaso te he pedido que me hagas cosquillas- protesta Paula con un tono exigente.
-… … Esto no son…- descartando, finalmente, su enclenque impugnación.
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Tras caer de rodillas sobre la tarima, Martín se decide a actuar sin la más mínima moderación y empieza a comerle el culo a esa nalgona, sin miramientos, esclavo de un lujurioso apetito caníbal.
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PAULA: Así… … así… … hhh… … ahorah… … Esto es lo que querías… … Confiesa.
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Martín tiene la boca demasiado ocupada para verificar, verbalmente, aquellas afirmaciones suspiradas. Después de remangar las nalgas de la niña tanto como ha podido, sigue ayudándose con las manos para realizar el magreo de su vida.
“!Pero que culazoOo! !Dios mío! Cuanto deseaba hacerme con estas cachas. Cuantas veces me he corrido pensando en ellas”
Paula siente el cosquilleo de la lengua empapada de su maestro barnizando sus redondeces traseras, con entusiasmo, a la vez que sigue prestándose a un vehemente manoseo que llega a importunar el equilibrio de su propia postura vertical.
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PAULA: Ah… … Cuidado… … no me muerdas… … No soy un perrito caliente.
MARTÍN: Nooh… … mm M mh… … ews na perrita clienteeehw.
PAULA: Síiíiíh… … hhh… … muy caliente… … hhh… … no lo sabes tú bien.
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La conciencia del profesor se ha convertido en un eco lejano que se pierde ante ese vendaval de viciosos anhelos carnales. Obedeciendo a su instinto, Martín se incorpora y extiende sus lascivos tocamientos al resto de la anatomía de la muchacha. No tarda en sentirse amenazado por sus propias disfunciones:
“N o n0non 0 no n 0h. Ahora nooO0h. !Maldita sea! ¿Tan pronto? ¿De verdad?”
No debería sorprenderse, pues es plenamente consciente de su siempre inoportuna precocidad. No obstante, su gozo está siendo tan extremo que parece demasiado injusto sufrir semejante percance lechoso de manera inminente.
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PAULA: Oo0h… … ¿Qué haces?… … hhh… … No te he dado permiso para…
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En el preciso momento en que los dedos de Martín consiguen trepar hasta los tiernos pechos adolescentes de Paula, todavía por encima de la ropa, un incontrolable arrebato biológico insta al profesor a empujar a su alumna con su pelvis, y apretarla contra su propio escritorio a la vez que desplaza el mueble hasta el borde de la tarima de madera.
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PAULA: AAahh… … CuidadoOh… … hhh… … Profeeh.
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Incapaz de mediar palabra, Martín resopla mientras se corre sin siquiera haber sacado a su tremenda erección del anonimato. Sintiendo una flojera mayúscula en sus piernas, se desploma sobre su silla acolchada al tiempo que su visión se inunda de un millar de estrellitas.
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PAULA: ¿Qué te pasa? ¿Estás bien?
MARTÍN: Sí, sí… … Solo me he mareado un poquito al levantarme.
PAULA: Menudo viejales. Deberías llevar un tacataca para cuando te pasen estas cosas.
MARTÍN: Sí… … Sí… … hhh… … ¿Ha sido suficiente magreo? ¿Le ha parecido bien?
PAULA: T e ha s pro p asa d o un p oco, p ero… s í. Supongo que te lo puedo dar por bueno.
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La muchacha, un poco extrañada, observa a su profesor sin acabar de comprender las causas de tan repentino desplome. Restituyendo el decoro de su propia indumentaria, Paula se dedica a recordar los puntos de su deshonesto acuerdo:
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-Vuelvo a ser la delegada y, dese ahora, solo sacaré excelentes en filosofía-
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Con el posado de quien ha sido derrotado, Martín asiente. No puede quitarle el ojo a esa niña traviesa mientras ella recoge su mochila rosa y se dispone a abandonar la estancia. Incluso recién derramado, no consigue dejar de sobrecogerse al contemplar el contoneo de aquellas nalgas juguetonas y medio desvestidas al tiempo que articulan tan sinuosos andares.
“Es una suerte que yo lleve pantalones oscuros. De llevarlos claros, la humedad que mancha mi entrepierna no hubiera pasado tan inadvertida”
Justo antes de desaparecer por el umbral de la puerta, Paula se gira y se despide con un mudo gesto manual lanzándole un guiño sonriente.
Martín no consigue dispersar la niebla embriagadora que aún nubla su raciocinio, y permanece desparramado sobre su asiento.
“Me acabo de correr frotándome contra una de mis alumnas. ¿Cómo he podido? ¿Cómo he sido capaz? Me he convertido en aquello que más desprecio. Tendré que ir al lavabo de minusválidos para limpiarme este pringue. Suerte que el horario lectivo ya ha llegado a su fin”
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[LA VUELTA AL COLE] 81/260 [APETITO CANIBAL]
-por GataMojita-