La VUELTA al COLE 4º - 103/262 - SINCERICIDA

Cuando Jacinto, el jefe de estudios, empezó una relación con Carla, la portavoz de la A.M.P.A, no tuvo en cuenta lo buena que estaba su rebelde hija adolescente. Sonia se enorgullece de ser sincericida, aunque sus cortantes verdades suelen poner en apuros a todo aquel que la rodea, sobre todo, a él.

CELOS

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-martes 17 octubre-

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MAITE:    Creo que es la mejor decisión, ya te lo dije.

EUGENI:  No estoy seguro, pero está claro que no puedo seguir así.

MAITE:    Ya verás cómo terminarás por darme la razón.

EUGENI:  Es cosa de celos, sobretodo. Ella no me dirige la palabra, y ni siquiera me mira. Es como si yo no existiera para Paula, pero con los otros… … es muy simpática e incluso… coquetea… Hasta con algún que otro profesor. Me pongo enfermo. Solo de pensar que alguien pueda llegar a ponerle las manos encima…

MAITE:    No deberías tomártelo como algo personal. Es una cuestión de antecedentes.

EUGENI:  Es porque yo insistí demasiado para que volviéramos. Me lo merezco.

MAITE:    Has estado hurgando en tu herida, a diario, durante mucho tiempo. Cuando empieces en un nuevo instituto, cada día que pase será un día más de cicatrización. Junto con la disciplina pensante de la que hemos hablado, estoy segura de que, en unas semanas o en pocos meses serás una persona nueva.

EUGENI:  No sé. Me siento como si tuviera que elegir entre que me saquen los ojos con una cuchara o que me corten los brazos con un serrucho oxidado.

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Maite sonríe por vez primera en toda la sesión. Parece que hoy, por fin, su paciente se irá a casa sin haber derramado una sola lágrima.

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CRISIS EXISTENCIAL

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-miércoles 18 octubre-

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De camino al Gregorio Marañón, Martín se detiene para contemplar el paisaje urbano desde su elevada ubicación. Peinada con la mágica luz matutina de las primeras horas del día, Fuerte Castillo toma la apariencia de una metrópoli mística, digna de la más hermosa de las postales.

No tiene prisa, pues su sueño alterado le ha sacado de la cama antes de que sonara el despertador, y ahora le sobran minutos.

Aún no ha logrado encajar lo que ocurrió el lunes, con Paula, en la misma aula en la que suele impartir lecciones morales.

“La rectitud ha sido mi brújula durante toda mi vida adulta. Siempre me he creído virtuoso por hacer lo que me parecía más correcto, pero a esta ciudad le han bastado dos semanas para enseñarme que no soy mejor que el grueso de sus habitantes. Al igual que es fácil ser valiente en tiempos de paz, también era sencillo tener integridad en el Calderón y Verdera”

Más allá de cualquier excusa o pretexto, es consciente de que su comportamiento impropio es merecedor de reproche penal, y de que cualquier jurado le condenaría debido a la corta edad de una niña que no solo es m [...] de consentimiento sexual.

“Cómo ha cambiado la juventud. En mi época de estudiante, ningún profesor tenía que enfrentarse a semejantes quebraderos de cabeza”

Desde que tuvo lugar ese vergonzoso episodio carnal, Martín no ha dejado de sentirse como si fuera una persona diferente; como si hubiera perdido la esencia que le definía antes de descolgarse hacia la educación pública de la capital.

Una suave brisa acaricia su rostro; el aire parece querer recordarle que el tiempo no pasa en vano, y que la hora de personarse frente a sus alumnos se acerca inexorablemente.

No le preocupa especialmente su reencuentro con Paula, en la segunda hora, dado que, ayer martes, pudo impartir su asignatura sin mayores inconvenientes de los habituales.

“Me daba pavor que Paula hubiera sido indiscreta, y que lo acontecido entre nosotros se propagara, como una mancha de aceite en forma de rumor, hasta llegar a la sala de profesores o, peor aún, hasta los oídos de los padres de los alumnos”

No obstante, aparte de los habituales guiños de la flamante delegada de clase, no notó nada que pudiera alimentar a sus peores temores, y tiene la esperanza de que todo haya quedado en una mera anécdota indecente.

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TRES TUMBAS

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-jueves 19 octubre-

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Tres días después de los acontecimientos que tuvieron lugar muy cerca de su mesa, en clase, Paula todavía no ha compartido con nadie los relevantes detalles de su atrevida travesura.

Puede que sea descarada, cruel, malvada y mentirosa, pero la impaciencia no es uno de sus defectos. Ni siquiera está dispuesta a sacar el tema antes de terminarse su helado de chocolate.

Sentadas a su lado, Sonia y Katia hacen el tonto frente a unas ventanas que dan a la playa, todavía en el interior de la heladería.

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SONIA:   ¿Cómo se llamaban?

KATIA:   El primero Derek, el segundo Edu… … Horribles los dos.

SONIA:   Horribles te lo parecerán ahora, pero entonces…

KATIA:   Uno era un crío cobarde y simplón. Ni siquiera llegué a follármelo; y el otro: mayor, cachas, rico… pero machista y más presumido que nosotras tres juntas.

PAULA:  Bwenooh… Esos son los peores… … ¿Cómo de mayor?

KATIA:   Naah. No mucho. Cinco años más… … Mi padre le odiaba a muerte; y a Derek.

SONIA:   Normal: eres la niñita de papá. Estaría celoso.

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Katia sonríe. No tiene intención de desmentir a su amiga, pero tampoco quiere dar continuidad a la deriva que está tomando aquella comprometedora charla.

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KATIA:   Hablando de papis, Paula, ¿cómo llevas lo tuyo con Martín? ¿Algún progreso?

PAULA:  Ah, sí. Eso… El lunes me pidió que me quedara después de clase.

KATIA:   Es verdad. Pero me dijiste que no pasó nada, ¿no? Yo pensé que te daría la brasa por la ropa que llevabas.

SONIA:   Es que, tía, ibas medio despelotada. No veas como se pusieron Jacinto, Manuel y el mismo Martín. Casi se ahogan en sus propias babas, por no hablar de todos los tíos de la clase. Eugeni se daba cabezazos contra la pared, el pobre.

PAULA:  Bueno. Sí. Puede que me pasara un poco. Pero solo estaba usando mis armas.

KATIA:   Me contaste, por el chat, que solo te comentó algo sobre la redacción, ¿no?

PAULA:  Sí. Lo puse muy nervioso con el texto que escribí. Era muy… … creativo.

SONIA:   ¿De qué va eso? ¿Es que ya no nos contamos las cosas?

PAULA:  Es que es un secreto, y yo soy muy reservada en el fondo.

KATIA:   Tía, en serio… ¿Ahora te me vas a hacer la interesante?

PAULA:  No, no. Pero… … tenéis que prometerme que no se lo vais a contar a NADIE.

SONIA:   !Que NO!… … Somos una tumba.

PAULA:  El lunes, después de clase, Martín estuvo comiéndome el culo… literalmente.

KATIA:   !N0!

SONIA:   ¿Estás de coña? ¿Míster más recto que un palo de escoba?

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Paula asiente sin dejar de sonreír. Complacida, la chica eleva la dirección de sus ojos mientras evoca el recuerdo de tan delirante escena. Todavía sentada, estira sus brazos y sus piernas cruzadas, e inclina la cabeza dando forma a una risueña postura.

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PAULA:  Me dejó las nalgas empapadas con sus babas, me mordió y me manoseo de mala manera. No veas: me metió mano con ganas… … con muchas ganas.

KATIA:   Nos estás tomando el pelo, perra. No creo nada de lo que dices.

PAULA:  ¿Qué no? Luego te enseño las marcas de sus dientes.

SONIA:   Si estás diciendo la verdad, ¿cómo has tardado tanto a contárnoslo?

PAULA:  Es que… … soy consciente de que será difícil callarse una cosa así, y de que esta clase de noticias corren como la pólvora. Acuérdate de lo que pasó con Miguel.

SONIA:   Pero no fui yo quien hizo saltar la liebre, ya lo sabes.

PAULA:  Que síiíií. Pero, aun así, quiero que me prometáis que no se lo diréis a nadie; y eso va por ti, Katia. Sé que no tienes secretos con tu hermana, pero…

KATIA:   Te lo juro. No se lo diré ni a Selena. Palabra.

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Paula extiende ambos meñiques, uno a la derecha y el otro a la izquierda, para que sus amigas los enganchen con sus respectivos en un gesto que pretende sellar el hermetismo infranqueable de ese secreto a tres bandas.

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SONIA:   ¿Y no quiso metértela? Se pondría como una moto.

PAULA:  Sí. Estaba muy cachondo; tanto que casi le da un yuyu. Se mediodesmayó.

KATIA:   ¿En serio? ¿De verdad?

PAULA:  No sé. Igual solo tuvo un momento de lucidez y se dio cuenta del disparate que estaba cometiendo. El caso es que se desplomó sobre la silla del profesor.

SONIA:   Igual se corrió de tan caliente como lo pusiste.

PAULA:  No. No sé. Igual sí. Se me pasó por la cabeza, pero es que ni siquiera se la sacó. Le pregunté si estaba bien y dijo que se había mareado al levantarse deprisa.

KATIA:   O igual es impotente y se sentía frustrado y… … derrotado.

PAULA:  No. Eso sí que no. Te aseguro que se la noté bien dura cuando se arrimó a mí. Tenía tantas ganas de follarme que me empujó por instinto, como un perrete.

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ESCUDO VERDADERO

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-viernes 20 octubre-

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En su longeva experiencia docente en el Calderón y Verdera, Martín vivió enclaustrado tras un muro transparente de respeto y disciplina que le separaba de sus alumnos. Esos chicos medían mucho sus palabras y no hablaban a menos que fuera necesario.

En sus primeros días en el Gregorio Marañón, al profesor le sorprendió la extroversión, el humor y la frivolidad que reinan en la joven generación que ocupa aquellas aulas, día tras día. Lo que en un principio le ofendió, ahora se ha convertido en un aliciente añadido, casi adictivo, a sus tareas didácticas. No en vano, esos mozalbetes han llegado a convertirse en lo más parecido a un amigo que ha logrado encontrar en su nueva vida urbana.

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BLAS:       Pero, Martín, a todo el mundo le duelen estas cosas.

MARTÍN:  No pienso que esté en lo cierto, señor Lázaro, y creo poder demostrárselo.

BLAS:       Miedo me da.

MARTÍN:  Le reto a que intente herirme. Adelante… … sin miedo. ¿Cómo lo haría?

BLAS:       No sé. Es que… … no sé qué esperas que te diga.

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El chaval es demasiado considerado para atreverse a atacar a alguien a quien verdaderamente respeta. Delante de ese pedazo de pan, se sienta alguien con más agallas y más desfachatez:

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SAMUEL:  ¿Puedo probar yo, profe?

MARTÍN:  Adelante, señor Kanu. Ya decía yo que estaba muy callado hoy.

SAMUEL:  Sin represalias, ¿eh?

MARTÍN:  Palabra de honor.

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El chico guarda silencio mientras medita su inminente lanzada. Se siente cómodo acaparando la atención, pero no quiere quedarse corto ante las expectativas que suelen acompañarle. Finalmente se decide a verbalizar su mejor ocurrencia:

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SAMUEL:  Estás solo y nadie te quiere. Nadie te ha querido jamás.

MARTÍN:  … … Buen intento. Veo que prestaba atención el día que les hablé de mi eterna soltería y del hecho de que no tuviera ningún amigo.

SAMUEL:  Siempre estoy atento a las miserias de los demás.

MARTÍN:  No obstante, no ha conseguido herirme, y no lo ha conseguido porque llevo puesta la que yo llamo Armadura Verdadera.

MÍRIAM:  No sabía que en el temario aparecías tú mismo y tus invenciones.

MARTÍN:  En mi temario aparece todo lo que sea filosofía, señorita Durán. No tienen que ser ideas centenarias escritas en las hojas de libros clásicos. Pueden encontrar sabiduría en el ingenio de un niño pequeño, en una película mala o incluso en los conceptos inventados de su profesor.

SEBAS:      O en las palabras de un alumno.

MARTÍN:  En las de algunos más que en las de los otros.

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Un murmuro generalizado se mofa de las dotes intelectuales de ese bromista incapaz de hablar nunca en serio.

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MARTÍN:  Al igual que la belleza, la filosofía brota por doquier.

SONIA:     En esta clase hay mucha belleza, ¿no te parece? No te quejarás.

MARTÍN:  Efectivamente, aunque no me refería a la belleza personal, precisamente.

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No hace mucho, alguien dejó tirada una mochila en el suelo, junto a la pared de una galería artística. Muchos de los que se paseaban por ahí para observar las esculturas y los cuadros quedaron fascinados por la originalidad de una supuesta obra que, en realidad, no era más que un descuido. Sin embargo, algunas de esas mismas personas son incapaces de emocionarse ante una puesta de sol, y hacen oídos sordos al canto de los pájaros, pues no perciben la belleza si no está enmarcada o expuesta en un museo; si no tiene un lazo y un precio astronómico a su lado. Lo mismo ocurre con la filosofía. No esperen hallarla siempre bien encuadernada.

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MÍRIAM:  Vale, vale, pero no te andes por las ramas. ¿Qué es la Armadura Verdadera?

MARTÍN:  Como su nombre pretende indicar, se trata de una armadura hecha de verdad. Cuando soy plenamente consciente de la realidad que me define, nunca me sentiré herido cuando alguien la señale. Muchas personas llevan la Armadura Verdadera sin siquiera saberlo. Por ejemplo; e mmm… … Señorita Blanco.

MÍA:         ¿Sí?

MARTÍN:  ¿A usted le gustaría gozar de mayor estatura?

MÍA:         Un palmo más no me vendría mal. No tendría que llevar ropa infantil.

MARTÍN:  Sí yo le digo: "Es usted bajita". ¿Se sentirá herida?

MÍA:         Claro que no. No es ninguna novedad. Soy la más bajita de la clase.

MARTÍN:  Por esa misma razón, cuando el señor Kanu me ha dicho que estoy solo y que nadie me quiere no me he sentido herido; porque tengo muy presente cual es mi realidad, y la tengo plenamente asumida.

PAULA:     Yo si te quiero, profe.

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La chica se muerde el labio, sonriente, tras su sinuosa chanza.

Un tímido jolgorio plural reacciona a semejante atrevimiento, aunque no a todo el mundo le hace la misma gracia: al lado opuesto de la primera fila, Eugeni palidece sobrecogido:

“Sé que se trata de una broma, pero es que... Paula no fue capaz de decirme estas mismas palabras ni una sola vez cuando estuvimos saliendo en verano”

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MARTÍN:  Gracias, señorita Lucena. Se lo agradezco. Lo que pretendo explicar es que nada nos debilita más, emocionalmente, que mentirnos a nosotros mismos. Cuando lo hacemos, nos quitamos la Armadura Verdadera y somos presa fácil para cualquier desaprensivo. A los dieciocho años, yo mismo me mentía. No podía aceptar que la muchacha de quien estaba enamorado no me amara; aunque, muy en el fondo, creo que siempre lo supe. Si el señor Kanu viajara con una máquina del tiempo hasta esos días, y me dijera lo que me ha dicho hoy, probablemente me destrozaría.

SAMUEL:  Eso sería divertido.

MARTÍN:  Les he visto jugar al futbol a la hora del patio. ¿Quién es el peor jugador?

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Algunos de los asistentes se voltean para observar a Mario, quien, desafiante, hace gestos despectivos con la cabeza.

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MARTÍN:  ¿Le duele la reacción de sus compañeros, señor Vaquero?

MARIO:    Me la trae floja. Está claro que no tienen ni idea. Soy buen defensa.

BLAS:        Dar muchas patadas no es defender bien, tío.

MARIO:    !Que te calles, pamplinas!

MARTÍN:  Parece que hay un notable consenso, a su alrededor, que evidencia sus carencias futbolísticas, Mario. Si usted fuera consciente de ello, no le importaría que sus compañeros expresaran su opinión al respecto.

SEBAS:     Se cree bueno, el muy iluso.

MARIO:    A que te parto la boca, subnormal.

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Sebastián se ríe inmune a la cómica hostilidad que le dedica su compañero desde un par de filas más atrás.

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MARTÍN:  Como dijo mi amigo Tyrion Lanister: "No olvides nunca lo que eres, los demás no lo harán. Úsalo como una armadura". Es a eso a lo que me refiero.

KATIA:      !Ala! ¿Te gusta Juego de Tronos?

MARTÍN:  Me gusta Tyrion. Sería un buen maestro de filosofía.

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Mientras se dirige a unos alumnos repartidos por los distintos emplazamientos del aula, Martín no deja de andar sobre la tarima moviendo los brazos explicativamente.

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HUGO:     Yo tengo otra, profe: a un gordo le dices que esta gordo y ni se inmuta, pero si le dices a una chica que está gorda se pone hecha una fiera o se deprime.

MARTÍN:  Puede que nuestra sociedad sea más exigente respecto al físico de las mujeres, y que, en consecuencia, a ellas les cueste más asumir que no son como su entorno les dice que tienen que ser. No obstante, una muchacha que tenga plena consciencia de cómo es jamás debería ofenderse porque alguien le revele su realidad.

SONIA:     Díselo a Gloria, la antigua profesora; eso si es que puedes hablar con ella sin que se te ponga a llorar.

PAULA:     O a Berta. Ella está aquí. Berta, ¿te molesta que te digamos gorda?

MARTÍN:  No. Nono. Alto. Paula, no voy a permitir que vuelva a faltarle al respeto a…

PAULA:     Tú le has llamado tapón a Mía.

MARTÍN:  Yo no le he llamado tapón a nadie.

PAULA:     Implícitamente… … Te has referido a su estatura porque era la más bajita.

MARTÍN:  Sabía que no la iba a ofender, pero tú aspiras a dañar el amor propio de Berta, igual que te cebaste con Gloria, en su momento. Quiero que mis clases sean constructivas y no destructivas.

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Cabizbaja, Berta mira los papeles que tiene en su pupitre sin la más mínima intención de verbalizar protesta alguna.

Martín se ha puesto bastante tenso, pues no quiere que, de ninguna manera, se repita ningún episodio parecido al de la votación de hace un par de semanas. Cree oportuno alejarse de esos lares tan personales y ceñirse a una oratoria más propia de un profesor de filosofía. Tras escribir un nombre propio en la pizarra, con grandes mayúsculas, lo subraya y lo pronuncia vehementemente.

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-Kant… … fue un gran pensador que trató el tema de la mentira, aunque él no se centraba tanto en las mentiras que nos decimos a nosotros mismos, sino en las que contamos a los demás. Dicho filósofo perseguía una auténtica quimera, pues pensaba . que una sociedad ideal no debería permitir las mentiras; ni una sola. Opinaba que no podía haber un orden moral en una comunidad que tolerara los engaños; ni siquiera los más justificados y bien intencionados. Según él, el acto moral tiene valor en sí mismo y no en sus consecuencias; por lo tanto, no tendríamos que pensar en cómo se sentirá la persona con la que hablamos a la hora de medir nuestra sinceridad. No deberíamos decirles a los niños que existe Papá Noel o el ratoncito Pérez; no está bien que le digamos a una amiga nuestra que le queda bien el vestido que se está probando si no es cierto; ni siquiera sería correcto mentirle a los nacis si, en plena guerra mundial, nos preguntaran sobre la condición judía de nuestro mejor amigo; aun a sabiendas de que le estamos condenando a un campo de concentración-

-!Menudo joputa!-   exclama Keita indignado   -¿Y tenemos que estudiar a este tío?-

-Conocerle-   puntualiza Martín   -No compartir su manera de pensar-

-Este te caería bien a ti-   dice Paula volteándose en busca de su amiga   -¿No Sonia?-

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La más sincera alumna del Gregorio Marañón niega con la cabeza sin dejar de sonreír. Incluso ella sería capaz de pronunciar una mentira para desmantelar una injusticia de tal calibre.

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YO NUNCA

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-sábado 21 octubre-

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Todavía medio dormido, Jacinto conduce hacia la zona costera. Se ha ofrecido, gentilmente, para ir a buscar a la hija de Carla después de que esta los despertara en plena madrugada.

“Mis padres nunca me hubieran dejado salir hasta tan tarde cuando yo tenía su edad. ¿Dónde vamos a llegar? Móviles para niños pequeños, pagas estratosféricas en plena pubertad, horarios ilimitados para las salidas nocturnas de las adolescentes...”

En un principio, Carla quería ir ella misma a buscar a Sonia, pero se trata de una mujer muy dormilona a quien suelen pegársele las sábanas. De no ser por la presencia de Jacinto, es probable que nadie hubiera acudido a buscar a su hija, pues un sueño muy profundo se ha apoderado de ella poco después de finiquitar la llamada de su pequeña.

Siguiendo la ubicación que le ha mandado Sonia, el jefe de estudios aparca su coche todavía sin vislumbrar a su hijastra.

“¿Dónde se ha metido esta niña? Después de sacarme de la cama, lo mínimo que podría hacer es...”

Antes de que pueda terminar de formular ese pensamiento, las voces de una charla cercana llaman su atención. En los límites de la terraza de un bar cerrado, localiza, por fin, a su futurible pasajera. Está sentada en el suelo junto a dos tipos de oscura vestimenta que le prestan demasiada atención.

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-!Papá! Estoy aquí-   pronuncia Sonia para sorpresa de su chofer.

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Repentinamente, esos hombres se ponen en pie y toman una distancia prudencial respecto a ella. Algo incómodos, esgrimen gestos de disimulo al tiempo que inspiran profundamente.

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SONIA:  Te presento a David y a… … emm…

ABEL:     Abel.

DAVID :  Bueno, Sonia. Nos ha encantado conocerte. Ya nos veremos, ¿vale?

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Los dos amigos, violentados, se apresuran alejarse de ese supuesto reencuentro familiar. Jacinto no deja de observarles, como si les vigilara, hasta que los pierde tras una esquina cercana. Su serio semblante no parece muy complacido por la preocupante escena que acaba de presenciar.

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SONIA:      Relájate, tronco. No me han mordido.

JACINTO:  Pensaba que nunca mentías. ¿Por qué me has llamado papá?

SONIA:      Nunca miento. Nunca. No les he dicho que eres mi padre. Solo te he llamado papá porque eres el novio de mi madre desde hace mazo. Es algo habitual en las familias… … refundadas.

JACINTO:  Medio año no es… … mazo.

SONIA:      No si eres un viejo, pero para nosotros, los jóvenes, es como una era glacial.

JACINTO:  !Qué demonios! Yo aún soy joven.

SONIA:      Naaaah.

JACINTO:  Vamos, levanta. Nos vamos.

SONIA:      ¿Qué prisa tienes? ¿Te da miedo la noche? ¿Cuánto hace que no sales?

JACINTO:  Salí este mismo verano, y no me da miedo nada.

SONIA:      Abel se ha dejado una lata de birra sin abrir. Acompáñame mientras me termino la mía, y luego me invitas a unas copas.

JACINTO:  No he dejado a tu madre en la cama para irme de fiesta contigo. Ni siquiera tienes edad para beber… … ¿O sí?

SONIA:      No creo que esto te preocupe demasiado, ¿no? Vamos, siéntate a mi lado. ¿O es que el jefe de estudios es muy estirado para sentarse en el suelo?

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Con las manos en la cintura, Jacinto inspira profundamente por la nariz al tiempo ojea el perímetro. Su disertación parece haber llegado a un punto muerto hasta que:

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SONIA:      No se lo diré a mi madre, tonto.

JACINTO:  ¿Qué tendrá que ver ella en todo esto?

SONIA:      Puedes volver a decirme que no te da miedo nada, pero no es verdad. Te irías de fiesta conmigo, encantado, si no temieras que ella se enterara. Te da miedo su reacción; su ira. Sabes que tiene mal carácter.

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-Se trata de ser prácticos-   afirma Jacinto tomando asiento al lado de la niña.

-¿Eso te dices cuando le mientes a la cara?-   pregunta ella con una sonrisa malévola.

-!¿Cuándo le he mentido a tu madre?!-   exclama con semblante ofendido.

-Todo el mundo miente; constantemente; siempre-   dice con aires de superioridad.

-La maravillosa Sonia es tan, tan, tan especial. Nadie más que ella sabe decir la verdad-

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La chica no se ofende por esa frase sarcástica de musicada entonación burlona. Parece muy segura de sí misma:

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SONIA:      Así es. Puedo demostrártelo si quieres.

JACINTO:  ¿Es que quieres jugar al yo nunca?

SONIA:      No es en lo que pensaba, pero… … no es mala idea. Aunque es un poco cutre jugar a eso con cerveza, ¿no?

JACINTO:  Es lo que hay. No voy a emborracharte.

SONIA:      Sabes bien que no soy yo quien acabaría borracha. De todos modos, no creo que seas un buen jugador.

JACINTO:  ¿Y eso?

SONIA:      No confío en ti; ni en nadie. Sois todos una panda de mentirosos cobardes.

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Jacinto mira a esa fanfarrona con ganas de quitarle la razón, pero no las lleva todas consigo; puede que ella no se equivoque.

Queda poca gente de fiesta por la plaza en la que están. Pese al buen tiempo que les acompaña, empieza a hacer fresco, pues el otoño está empeñado en reivindicarse por las noches, ya que el verano le está robando los días.

Él lleva pantalones tejanos y manga larga, pero ella…

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JACINTO:  Te voy a traer una chaqueta del coche. ¿Te parece?

SONIA:      No hace falta. Estoy bien.

JACINTO:  No te arreglas mucho para ir de fiesta. Bambas, mayas, camiseta…

SONIA:      Voy muy cómoda así, y me sienta bien. Nunca llevaría tacones, ni vestidos…

JACINTO:  ¿Es que forman parte de la gran mentira que tanto odias?

SONIA:      Tengo la estatura que tengo. ¿Por qué voy a caminar incómoda? Es como llevar relleno en el sujetador. ¿A que estamos jugando?

JACINTO:  ¿Y el tinte de tu pelo? ¿Y el rojo de tus labios?

SONIA:      Nadie va a creer que ese color es real. Solo me gusta cómo me queda.

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Ambos coinciden en una mirada callada y repleta de secretos. Nunca se habían encontrado en un contexto parecido: solos, de madrugada, lejos de casa… Suelen verse por el instituto e incluso en casa, junto a Carla, pero jamás habían gozado de la más mínima intimidad. El presente silencio se eterniza, pero, a pesar de volverse extraño, no resulta especialmente incómodo.

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SONIA:      ¿Qué?

JACINTO:  ¿Qué de qué?

SONIA:      ¿Me vas a invitar a unas copas?

JACINTO:  Ni lo sueñes.

SONIA:      Entonces abre tu lata. Lo haremos a lo cutre.

JACINTO:  David y Abel te habrán invitado a unas cuantas, ¿no?

SONIA:      No son tan rácanos como tú.

JACINTO:  No es por el dinero. Ya lo sabes. Si fueras mi hija ni siquiera te dejaría salir por la noche. Eres demasiado joven.

SONIA:      Entonces me alegro que no seas mi padre. ¿Tú te alegras?

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Jacinto guarda unos instantes de silencio mientras abre una fría lata de cerveza mojada por el efecto de la condensación.

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JACINTO:  ¿Esto forma parte del juego ya?

SONIA:     No se juega así. ¿Es que no lo has hecho nunca? Escucha y aprende: Yo nunca me he alegrado de no ser el padre de la hija de mi novia.

JACINTO:  ¿Cómo ibas a alegrarte? No puedes ser padre ni tener novia.

SONIA:      Así es el juego, además… … sí que he tenido novia.

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Doblemente contrariado, Jacinto echa su primer trago de la noche, al que le sigue un pequeño eructo casi simultaneo.

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JACINTO:  Estoy muy tranquilo sin las responsabilidades paternas que implica criar a una adolescente tan desafiante como tú.

SONIA:      Te toca.

JACINTO:  Yo nunca le he provocado un orgasmo a una persona de mí mismo sexo.

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La chica guarda largos instantes de suspense, pero, tras una sonrisa salpicada de picardía, empina el codo como es debido. A Jacinto le cuesta encajar esa confesión; nunca lo hubiera dicho.

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SONIA:  Yo nunca he suspendido a uno de mis alumnos por despecho.

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La incisiva mirada de la moza termina por desterrar la mentira inicial tras la que pretendía esconderse ese indigno prevaricador. El sorbo consiguiente se ejecuta de manera brusca y resentida.

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JACINTO:  Yo nunca le he sacado punta a la verdad para herir a buenas personas, cruelmente, solo porque me apetecía hacerles daño.

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Sin desviar su mirada de psicópata impasible, la muchacha bebe sin rechistar. Como suele pasar en esta clase de juegos, la situación se va tensando, poco a poco, y nadie sabe por dónde puede romperse ni quien puede salir perdiendo.

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SONIA:  Yo nunca le he sido infiel a mi… … a Carla Belmonte.

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Jacinto niega con la cabeza y desvía la trayectoria de sus ojos sin borrar la media sonrisa condescendiente que pinta su cara. Cuando vuelve a mirar a la niña, siente el acoso de unas pupilas dilatadas que parecen ver a través de él. De pronto, el docente recobra su seriedad más enfurruñada y violenta, y, tras unos eternos momentos de muda presión, termina por beber.

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SONIA:      Eres mejor jugador de lo que creía. Estoy sorprendida.

JACINTO:  No sé ni por qué he hecho lo que acabo de hacer.

SONIA:      Lo sabrás. Lo sabrás en cuanto aclares tus ideas.

JACINTO:  Conociéndote, mi último trago equivale a un suicidio.

SONIA:      ¿Te crees que voy a ir corriendo a contárselo a mi madre?

JACINTO:  … … Puede que no. Pero si un día sale el tema…

SONIA:      Decir siempre la verdad no implica no saber guardar un secreto. Lo que se dice en el "Yo nunca" se queda en el "Yo nunca".

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La intachable credibilidad de la chica resulta tranquilizadora.

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JACINTO:  Nunca he pensado que el actual profesor de literatura es guapo.

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Una inesperada sonrisa luminosa se dibuja en el bello rostro de Sonia mientras mueve los ojos como si quisiera seguir la trayectoria de un arcoíris sobre su cabeza. No tarda en volver a sorber de su lata mojándose su camiseta negra sin querer.

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JACINTO:  Cuidado, va, no te pongas nerviosa.

SONIA:      No me pongo nerviosa, es que soy muy torpe.

JACINTO:  Y yo que pensaba que te caía mal.

SONIA:      Una cosa no quita la otra.

JACINTO:  ¿Te caigo mal?

SONIA:      Así no se juega.

JACINTO:  ¿Es que no podemos hacer una pequeña pausa?

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Con actitud de reina autoritaria, la niña medita si su contrincante es merecedor de un breve descanso.

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SONIA:      Alto, pelo claro, ojos azules, culto, listo, influyente, respetado… Mi madre dice que tienes una polla muy gorda y que follas muy bien.

JACINTO:  !Dios! por un momento me había olvidado de tu crudeza sin adornos. Aunque dudo mucho que Carla haya usado estas mismas palabras.

SONIA:      Las usó, pero no conmigo; obviamente. Escuché una de sus indiscretas conversaciones telefónicas con su mejor amiga.

JACINTO:  Vaya, vaya. No puedo decir que me incomode esta inesperada revelación.

SONIA:      Pues claro que no. Estoy segura de que te acomoda sobremanera.

JACINTO:  Entonces… … ¿Te caigo mal?

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La chica asiente con la cabeza mientras aprieta sus labios. Su adversario frunce el ceño incapaz de encajar unas piezas que no dejan de divagar en su mente.

“Si te caigo tan mal ¿qué estamos haciendo aquí? No paro de percibir señales contradictorias. ¿A qué juegas?”

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JACINTO:  ¿Por qué? ¿Por qué te caigo mal? ¿Qué te hecho?

SONIA:      Para empezar, le has puesto los cuernos a mi madre.

JACINTO:  Pero esto no lo sabías hasta ahora.

SONIA:      Pero ahora lo sé. Estamos hablando en presente. Tú entiendes de tiempos verbales, ¿no? Por eso das clases.

JACINTO:  ¿Y antes de que te lo dijera? ¿Te caía bien?

SONIA:      No… … No me gusta que ocupes el puesto de mi padre en mi familia.

JACINTO:  Yo no… … pero qué… … nunca eh…

SONIA:      No me gusta que suspendas a quien te da la gana. Eso sí lo sabía.

JACINTO:  Lo dices como si…

SONIA:      No me gusta que te comas mis yogures de melocotón.

JACINTO:  ¿Tus yogures?

SONIA:      No me gusta cuando te pones en plan pedante y das lecciones.

JACINTO:  ¿En clase o en casa?

SONIA:      No me gusta que hagas creer a mi madre que la quieres.

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Una trepidante escalada de hostilidad ha ido acompañando a esos reproches a medida que se aceleraban exponencialmente.

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-Te crees que lo sabes todo, ¿no?-   pregunta él desde un ultraje ficticio.

-Sé más de lo que crees-   responde ella sin abandonar su suficiencia.

-¿Quieres que te diga lo que pienso yo de ti?-   con tono airado.

-NO-

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Sonia no desperdicia la oportunidad que tan torpemente le ha brindado su interlocutor para posicionarse con ventaja en esa cruenta reyerta dialéctica. Su escueto monosílabo negativo a callado el hirviente discurso que Jacinto pretendía escupirle en la cara antes de que este terminara de alinear sus recriminaciones.

Apretando sus dientes, el jefe de estudios suelta una gran cantidad de aire por la nariz mientras mira a su alrededor.  Parece que ya no queda nadie. La música ha cesado y solo el sonido lejano de un coche solitario inquieta un silencio nocturno prácticamente absoluto. Sobre sus cabezas, la intensa luz blanca de una farola alumbra la pálida belleza de la muchacha.

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-Me toca-   dice Sonia tras templar sus ánimos.

-!Ah!-   exclama Jacinto sorprendido   -Es que todavía estamos jugando-

-Estábamos en una pausa-   contesta ella   -¿Recuerdas?-

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Sin decir nada, Jacinto queda a la espera de una nueva jugada.

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SONIA:  Nunca he pensado en la hija de mi novia cuando me masturbo.

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Derrotado, Jacinto se termina la lata de un solo trago.

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[La VUELTA al COLE 4º]  103-262  [SINCERICIDA]

-por GataMojita-