La VUELTA AL COLE 36/262 SÚCUBOS ADOLESCENTES

Martín ha pasado media vida impartiendo clases en una academia integrista solo para varones. Los tiempos cambian, y ese profesor de filosofía se ve obligado a mudarse a la capital para ejercer la docencia en una institución pública. Pronto se dará cuenta que ha llegado a Sodoma y Gomorra.

CALDERÓN Y VERDERA

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-lunes 25 septiembre-

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Los ojos oscuros de Martín se inundan al contemplar, por última vez, el edificio que ha capitalizado su profesión de docente a lo largo de casi dos décadas. Una cálida lágrima se derrama por su mejilla, y cae al suelo escribiendo un triste punto y final para tan nostálgica despedida. Contrariado, ese personaje solitario recoge su maleta y emprende un largo viaje que le llevará muy lejos; al otro extremo de la Península Ibérica.

“No recuerdo la última vez que se me cayó una lágrima. Aún debía de ser un imberbe mozalbete”

Se trata de un hombre maduro que todavía no ha alcanzado los cincuenta años. Peina algunas canas, pero nunca se ha sentido amenazado por la calvicie.

Ha consagrado su vida a aprender y a enseñar; a encontrar un pacífico equilibrio entre el entorno bucólico que rodea a esta institución centenaria y su propio cuerpo: ejercicio al aire libre, buenos alimentos, hábitos provechosos, meditación…Pero los tiempos cambian y, finalmente, los estragos del mundo moderno han logrado desmantelar su recogida existencia.

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PROFESORES EN LA RED

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-martes 26 septiembre-

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KATIA:   No lo hagas, tía. No la subas.

PAULA:  ¿Por qué no? Ha quedado muy bien. Mira la iluminación.

KATIA:   Luego te quejas cuando te pasan cosas.

PAULA:  Las cosas que me pasan no son por las fotos que cuelgo en Instagram.

KATIA:   Díselo a Eugeni y a los demás fans babosos que tienes en clase.

PAULA:  ¿Qué quieres que le haga? Es el precio de estar tan buena.

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Katia no debería sentir envidia de su provocativa amiga. Vestida con una incontestable belleza, siempre ha tenido éxito con los chicos y, durante el curso pasado, nunca llegó a perder la corona que la encumbraba en la cima de la popularidad.

El hecho de repetir cuarto, junto con los inconfesables altercados que sacudieron a su familia durante el pasado verano, han limado su altivo carácter hasta el punto de sentirse un poco intimidada por su nueva compañera de clase.

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KATIA:   Estoy segura de que te siguen la mitad de profesores del insti.

PAULA:  ¿La mitad? JA. Me siguen todos, te lo digo yo.

KATIA:   Imagínate las pajas que se harán pensando en ti; mirando tus fotones.

PAULA:  Calla, calla… Me pongo cachonda solo de pensarlo.

KATIA:   !Pero ¿qué dices?! Si son… … son muy mayores. Son viejos verdes.

PAULA:  Yaah. Pero me da morbo. Nunca me he tirado a un profesor.

KATIA:   Dime tú uno que sea… … follable.

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Tendidas en la cama de Paula, entre grandes almohadas, ambas quedan pensativas mientras descartan, uno tras otro, a todos los integrantes del profesorado del Gregorio Marañón.

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KATIA:   Menuda fauna. Antes prefiero liarme contigo.

PAULA:  Te entiendo. A veces, cuando me miro en el espejo, me gustaría ser otra persona, un tío buenorro, para poder follar conmigo.

KATIA:   No tienes abuela, ¿eh?

PAULA:  Tú estás para mojar pan también; y lo sabes.

KATIA:   Sí, pero tu culo es algo inaudito, tus tetas, tu boca…

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A Paula no le apetece llevarle la contraria a su amiga. Siempre recibe con sumo agrado cualquier alusión que constate la notoriedad de sus voluptuosos atributos femeninos. Sin embargo, no ha faltado a la verdad con el uso de esa chistosa metáfora culinaria, pues nadie puede negar que Katia está para comérsela: esbelta figura, largo pelo oscuro, notables atributos mamarios, armonioso rostro juvenil, encantadora sonrisa, bonitos ojos negros…

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PAULA:  !Flipa! Mira como sube. En nada tengo mil likes.

KATIA:   No veas. ¿Sabes quién triunfaba mucho? Me lo dijeron ayer.

PAULA:  Ainara. Tía, que yo ya iba a su clase el año pasado.

KATIA:   Ya. Ja, ja, jah. Algo había escuchado, pero no sabía que tanto.

PAULA:  Tenía como un millón de seguidores.

KATIA:   ¿Y por qué lo dejó?

PAULA:  No sé. Fue después de romper con Joel. Se montó una gorda.

KATIA:   Puede que a su nuevo novio le disgustara tanto furor por su nena.

PAULA:  Es posible. Nunca habla de él, pero, cuando sacamos el tema, se le dibuja una sonrisa de lo más edulcorada en la cara.

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Unos sutiles golpes en la puerta anticipan la aparición de la madre de Paula.

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-Chicas, voy a coger el coche para ir al centro. ¿Quieres que te lleve, Katia?-

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Sin mediar palabra, la joven invitada asiente con la cabeza. Acto seguido, se levanta y se despide de su amiga ricachona. La urbanización de Buen Monte, donde se encuentra el hogar de Katia, queda un poco apartada y no es cuestión de desaprovechar la generosa oferta de su amable anfitriona.

Ya en soledad, Paula piensa en Miguel, su antiguo profesor de literatura. Aunque nunca llegaron a consumar su aventura, se vieron unas cuantas veces fuera del instituto. A finales del curso pasado, los padres de la moza se enteraron y pusieron el grito en el cielo. Pese a no tener pruebas, ella se reconoce como el motivo de que ese hombre ya no ejerza en su mismo centro.

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GREGORIO MARAÑÓN

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-miércoles 27 septiembre-

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El director del instituto le está mostrado las instalaciones al nuevo profesor antes de que este empiece a dar clases.

Ya en las vísperas de una merecida jubilación, don Andrés está muy versado en el trato con el alumnado; no en vano, nunca ha dejado de ejercer la docencia en el seno de muy distintas instituciones, tanto públicas como privadas.

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ANDRÉS:  La adolescencia es una enfermedad que se cura con el tiempo.

MARTÍN:  Sí, sí. Ya lo había oído, aunque creo que yo nunca pasé por esta etapa.

ANDRÉS:  Eso deberían decirlo tus padres.

MARTÍN:  Ellos ya no están con nosotros, pero hágame caso. Sé de lo que hablo.

ANDRÉS:  Lo siento. De todos modos: no quiero que me llames de usted, por favor.

MARTÍN:  Ah, sí. Ya me lo ha… … me lo has pedido, pero me resulta difícil.

ANDRÉS:  Se nota que no eres de por aquí. Estos modales…

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Ya en el despacho de dirección, don Andrés ve oportuno tratar un asunto capital que podría derivar en una problemática de gran calibre. Siempre ha sido un hombre precavido, capaz de anticiparse a los inconvenientes antes de que se produzcan.

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ANDRÉS:  Tengo que admitir que me opuse a tu llegada. Estoy al tanto de tu origen y… … dudo mucho que puedas encajar aquí.

MARTÍN:  Sé que se trata de entornos muy distintos, pero estoy dispuesto a…

ANDRÉS:  El Gregorio Marañón no es solo distinto; es opuesto al Calderón y Verdera.

MARTÍN:  Son centros de enseñanza; con maestros y estudiantes. No creo que…

ANDRÉS:  Créeme. No tiene nada que ver.

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La cordial distensión sobre la que transcurría esa charla va adquiriendo matices más trascendentales con cada frase. El director se acerca a la ventana y mira al horizonte.

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ANDRÉS:  Vienes de un internado solo para chicos; una academia de gran exigencia para familias adineradas y muy conservadoras. Llevas toda una vida confinado en aquellos parajes anacrónicos. Tradición, disciplina, esfuerzo… No encontrarás nada de eso en los institutos de Fuerte Castillo.

MARTÍN:  Puede que no lo encuentre; puede que lo traiga conmigo.

ANDRÉS:  No, no, no. De eso te hablo. La autoridad encaja con la obediencia, pero…

MARTÍN:  La autoridad puede doblegar a la desobediencia si es preciso.

ANDRÉS:  !No aquí! La sociedad decadente en la que nos encontramos ampara la holgazanería, la indecencia, la mediocridad, los valores equivocados…

MARTÍN:  No he venido hasta aquí para rendirme antes de empezar.

ANDRÉS:  No serás el primero en estrellarte si intentas darle la vuelta al sistema educativo. Otros ya han fracasado estrepitosamente en dicho empeño. Tienes que entender que el problema no atañe solo al ámbito de la educación. Se trata de una mentalidad global que siempre se posiciona al lado del alumno frente a cualquier disputa con el profesorado.

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El director se oxigena con una honda inspiración antes de conectar sus ojos con los de su oyente y arrancar su relato:

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ANDRÉS:  Conozco los métodos que se usaban en el Calderón y Verdera. Aquí no puedes pegar a los chicos, ni insultarles, ni tan siquiera gritarles. Tienes que tener cuidado con preservar su honor cuando les castigues. No debes hacer alusiones a su raza, a su sexo o a su religión y, por Dios: no se te ocurra censurar el vestuario de las chicas.

MARTÍN:  ¿Qué? ¿Qué es lo que pasa con ellas?

ANDRÉS:  Llegas a la urbe en pleno auge de un feminismo mal entendido que no deja de desafiar, o, mejor dicho, transgredir las normas más elementales del decoro.

MARTÍN:  Pero… … se trata de niñas muy jóvenes.

ANDRÉS:  No tenías de eso en tu academia, ¿verdad?

MARTÍN:  No. Era un sitio dedicado, exclusivamente, al género masculino. En el Calderón y Verdera todos los alumnos llevaban uniforme largo. Era suficiente con la amenaza de los castigos físicos y de la humillación para que todos tuvieran un comportamiento ejemplar. No recuerdo la última vez que tuve que azotar a un chaval. Todos se esforzaban y sacaban buenas notas.

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Mientras escucha, Andrés se sienta frente a su escritorio y ojea una de sus muchas carpetas amarillas. En cuanto el nuevo profesor termina con su locución, le ofrece un par de folios con el detalle de los horarios que deberá afrontar a partir del viernes.

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-Otros tiempos-   dice el viejo con cierta nostalgia   -La última página de una época-

-Sí. Entre el escaso alumnado y el fin de las subvenciones de la administración…-

-Ya escuché que el estado dejó de concertar a las escuelas que segregan por sexos-

-Tantos años, tanto prestigio, tantas mentes brillantes…-   resopla resignado.

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Martín todavía no ha logrado superar el cierre de una institución que llenó de sentido su existencia durante largos años. Nunca imaginó que terminaría dando clase en un instituto público y corriente de la costa mediterránea.

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SALA DE PROFESORES

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-jueves 28 septiembre-

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El aroma del café se apodera de la sala de profesores durante un recreo matutino salpicado por la lluvia.

Celia y Aurora suelen juntarse en sus ratos libres; entre clase y clase. Siempre están de acuerdo cuando despotrican sobre sus alumnos, sobre algún que otro maestro, sobre la dirección del centro, sobre el sistema educativo, sobre la sociedad en general…

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CELIA:       Me da igual lo que diga Jacinto, por muy jefe de estudios que sea. El Gregorio Marañón se está convirtiendo en Sodoma y Gomorra.

AURORA:  Lo peor de todo es que se trata de [...].

CELIA:       Al final resultará que tenían razón quienes, antaño, nos imponían el uniforme.

AURORA:  No, a ver: es que vamos de un extremo al otro. Ni tanto ni tan poco.

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Desde que se instauró la moda, entre las adolescentes, de vestir unos shorts tan cortos, las decanas del instituto no han dejado de escandalizarse ante la deriva de unas prendas que parecen menguar, todavía más, verano tras verano.

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-¿Qué murmuráis vosotras?-   dice Manuel nada más entrar.

-Hablamos sobre el vestuario de las niñas en clase-   contesta Celia con cierto desdén.

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Manuel inspira profundamente mientras mide sus palabras. Es un hombre calvo, feo, gordo y de gran envergadura que suele mantenerse al margen de los problemas ajenos.

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MANUEL:  Lo que hiciste en el último curso…

CELIA:        Es agua pasada. Olvídate de eso.

MANUEL:  No puedes mandar a una alumna a casa para que se cambie.

CELIA:        Nos estamos volviendo todos locos, Manu. A ti ya te va bien, ¿no?

MANUEL:  ¿Qué insinúas? Yo soy un padre de familia decente y felizmente casado.

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Esa mujer sexagenaria resopla, despectivamente, ninguneando las reivindicaciones de su compañero hasta ridiculizarle.

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AURORA:   Nadie quiere dañarse por tratar un asunto tan espinoso.

CELIA:        Pero habría que hacerlo.

MANUEL:  Estos asuntos los trata Jacinto con el A.M.P.A..

CELIA:        Menudo pieza. A ese sí que lo he pillado babeando, más de una vez.

AURORA:   No es culpa suya; no es un mal hombre, pero es que estas niñas…

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La rolliza maestra de Inglés zarandea su cabeza y calla para no mancillar el discutible honor de sus jóvenes alumnas mediante hirientes calificativos demasiado crudos, tratándose de [...].

Amparado por la discreción de su propio silencio, Manuel nota el morbo que siempre le ataca ante la verbalización de tan controvertida temática. Su lascivo interés cae cautivo en una telaraña de suspicacias intergeneracionales que hacen equilibrios entre la liberación del feminismo, el decoro de lo indecente, los límites de la [...], la permisividad de los padres…

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AURORA:  Nunca pensé que añoraría esa estupidez de los pantalones caídos.

CELIA:       Al menos, en esos días, la ropa interior cobraba importancia, ahora, ni eso.

AURORA:  Ahora, las nenas tienen que llevar tanga para que no se les vean las bragas.

CELIA:       Y los profesores detrás, subiendo las escaleras con la polla tiesa.

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A medida que sus viejunas contertulias pierden las formas, Manuel empieza a sofocarse y a ponerse malo:

“No me lo explico. Solo son dos viejas hablando. ¿Qué me pasa? !¿Qué me está pasando?! Creo que se me han puesto las orejas rojas”

Puede que sea debido al contraste de dos realidades opuestas; a el choque entre los atrevidos hábitos de unas muchachas que quieren dejar de ser niñas y unas viejas que, a su lado, parecen brujas malvadas, madrastras tiranas, reinas decadentes que mueren de envidia ante una juventud que les queda ya muy lejos.

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CELIA:       El que entrará en shock es el nuevo profesor de filosofía.

AURORA:  Es verdad. Eh oído que comienza mañana. Viene de una academia integrista.

CELIA:       Un internado solo para chicos. Ni siquiera tenían maestras ahí.

AURORA:  Le dará un jamacuco en cuanto se vea rodeado por nuestra fauna femenina.

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TOMA DE CONTACTO

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-viernes 29 septiembre-

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-Eugeni Alfaro-                                         -Sonia Herrero-                                -Raquel Moreno-

-Yo-                                                              -Soy yo-                                               -Presente

-Mía Blanco-                                             -Javier Hermoso-                             -Ricardo Navarro-

-Aquí-                                                          -Aquí-                                                  -Sí-

-Ainara Clemente-                                  -Gisela Iglesias-                                -Keita Pogbá-

-Presente-                                                 -Presente-                                         -Presente-

-Sebastián Dominguez-                        -Ramón Jimenez-                            -Nerea Tenorio-

-Yo-                                                              -Yo-                                                       -Estoy aquí-

-Míriam Durán-                                       -Samuel Kanu-                                  -Katia Valverde-

-Yo-                                                              -Sí bwana-                                          -Yo-

-Berta Ferreras-                                       -Blas Lázaro-                                      -Ingrid Vega-

-Sí-                                                                -Sí-                                                        -Aquí-

-Judith Escudero-                                    -Bea Leon-                                         -Mario Vaquero-

-Sí-                                                                -Presente-                                         -Sí-

-Hugo Gómez-                                         -Paula Lucena-                                 -Bubba Weah-

-Presente-                                                 -Aquí-                                                  -Presente-

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Martín estaba un poco nervioso antes de adentrarse en el aula donde le esperaban sus nuevos alumnos. Nunca le ha faltado seguridad a la hora de tratar con la muchedumbre estudiantil, pero es consciente de que su vasta experiencia en el Calderón y Verdera podría flaquear frente a una realidad tan distinta. Por de pronto: nunca había tenido pupilas femeninas.

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MARTÍN:  Señor Domínguez, ¿dónde está Hugo Gómez?

SEBAS:     Em… … No lo sé.

MARTÍN:  Ha respondido usted cuando le he nombrado a él.

SEBAS:     … … Me habré confundido.

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Una gélida mirada docente consigue asustar al más gamberro de la clase al son de tímidos murmurios sonrientes.

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-Bien. Mi nombre es Martín Lozano y ocuparé la plaza de su profesora de filosofía hasta que ella esté mejor. He hablado con la señorita Serra acerca de las causas que la han llevado a caer en su presente depresión, pero quiero escuchar su versión de los hechos antes de formarme una opinión al respecto… … ¿Dominguez?-

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Sebastián no esperaba volver a verse interpelado tan pronto. Incómodo, guarda silencio mientras revisa el perímetro en busca de las miradas de sus compañeros. Se trata de un skater con estética de rapero que goza de una persistente actitud pasota.

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KATIA:       Es verdad que le pegamos un poco de caña, pero esa mujer es muy blanda y…

MARTÍN:   Katia, la repetidora, ¿no?

SAMUEL:  Te ha calado, tronca.

MARTÍN:   E aquí el gracioso racial.

SAMUEL:  ¿Perdona?

MARTÍN:   Muy aguda su broma del "Sí, Bwana". ¿Es la primera vez que la usa?

PAULA:      Nooh… … La usa cada vez que viene un profe nuevo.

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No son pocas las burlas que desata dicho comentario. Están proliferando las conversaciones secundarias a lo largo y ancho de esas cuatro paredes de cálidos tonos ocres. El bullicio adolescente empieza a sobredimensionarse a raíz del silencio del único adulto que hay en la sala.

Martín no deja de escanear a su alumnado en busca de indicios que le ayuden a conocer el talante de cada uno de esos chicos.

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MARTÍN:  Mía Blanco, ¿es usted?

MÍA:         Sí.

MARTÍN:  Me han dicho que es la más leída de la clase.

MÍA:         Puede ser.

MARTÍN:  Sin embargo, no ha dicho nada desde que he entrado por la puerta.

KATIA:      Joder, pero que observador, ¿no?

MARIO:    Este tío es un lince.

MARTÍN:  Dígame: ¿quiere ser mi mano derecha?

MÍA:         No tengo el temperamento ni la motivación para implicarme en ese cometido.

PAULA:     Yo, yo. Yo seré tu mano derecha. Elígeme a mí.

MARTÍN:  … … Bien. Provisionalmente será la delegada en mis clases, señorita Lucena.

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La niña se alegra mucho, aunque todavía no tiene la menor idea de las implicaciones que conlleva aquel efímero cargo. Su coreografía triunfal capta la atención de muchos de los ahí presentes. Tras tan eufórica estudiante se sienta un mozuelo que parece estar a punto de romper a llorar. Martín ya había reparado en ese sombrío semblante torturado.

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MARTÍN:  Señor Alfaro, ¿se encuentra bien?

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Casi todo el mundo se ha girado para observar al más discreto integrante del cuarto curso. Eugeni nunca se ha sentido cómodo cuando focaliza la atención de los demás, pero, dadas las circunstancias, se decide a verbalizar una urgente petición:

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EUGENI:   Me gustaría cambiar de sitio, si fuera posible.

MARTÍN:  ¿A qué se debe esta demanda?

EUGENI:   Me distraigo mucho aquí detrás, y no veo bien la pizarra.

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El profesor intuye que esos motivos distan de ser verdaderos, pero opta por no hacer mella en la íntima herida del muchacho.

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-¿Algún voluntario?-   pregunta observando el mutismo de los estudiantes de la primera fila   -Estudiaré el caso, a ver si encontramos una solución tempranera-

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Con la vista al frente, Paula es la única que no se ha dignado a mirar a su exnovio mientras este pronunciaba su solicitud. El fugaz romance que compartió con él tuvo lugar durante el inicio de las vacaciones estivales. Tras su ruptura, la chica le pidió a Eugeni que mantuviera el secreto de tan escueto noviazgo. Solo Blas está al tanto del asunto, pues vive en la casa adyacente a la del desahuciado y ambos vecinos son buenos amigos.

Tras pasar lista y tantear a su alumnado, Martín se ha propuesto sentar las bases de su asignatura:

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-Dado que solo llevaban poco más de una semana del presente curso, y dado que los intentos educativos de la señorita Serra resultaron ser estériles, vamos a comenzar el temario desde el principio. A diferencia de su anterior profesora, no estoy dispuesto a permitir que nadie se quede al margen en pro de una enseñanza más llevadera para quienes quieran atender; y sobra decir que a mí nadie me va a faltar al respeto. Tomaré nota de las faltas de asistencia, así como de todas y cada una de sus impertinencias. ¿Está claro, señor Kanu?-

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Aquel joven de rasgos africanos ya estaba malversando su atención en lo que ocurre en el exterior de ese centro educativo. Empieza a tener claro que su nuevo maestro le marcará de cerca.

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SAMUEL:  !Señor, sí, señor!

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Unas risas generalizadas refrendan la actitud del chaval, quien parece no temerle a nada ni a nadie. Martín inclina la cabeza y esgrime una mueca condescendiente.

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MARTÍN:  En la academia de la que provengo no hubiera durado ni cinco minutos.

SAMUEL:  Seguro que no había negros en aquel sitio, señor.

MARTÍN:  Ni uno, pero ese no es el motivo. Tampoco había chicas.

AINARA:   ¿Ni una sola chica? ¿En serio? ¿Cómo es posible? ¿Era un internado religioso?

MARTÍN:  Era un centro de alto rendimiento, de tradición católica, donde se privaba a los alumnos de cualquier distracción moderna. No había internet, ni tele, ni tiendas, ni bares, ni ningún otro reclamo que no fuera encaminado a un correcto aprendizaje y a una buena educación. Todo era seriedad y disciplina.

SEBAS:      ¿Cuánto tardó en suicidarse el último interno?

MARTÍN:  No se suicidó. Fue ejecutado por hacer un chiste inapropiado.

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Todavía sin emitir su primera sonrisa del día, el severo rostro de Martín retarda la resolución de esa broma macabra. Finalmente, una distensión risueña se contagia, de unos a otras, entre comentarios y murmurios jocosos.

Antes de perder la atención de su alumnado, el profesor usa un tono más elevado para descorchar una introducción que le permita entrar en materia, por fin:

-!La filosofía! ¿Qué es la filosofía? No se trata solo de una serie de preguntas retóricas que se formularon algunos pensadores que llevan siglos bajo tierra; no es solo una sucesión de teorías arcaicas sobre los grandes asuntos que incumben a la humanidad. Cada vez que nos cuestionamos la verdad establecida, cada vez que reflexionamos acerca de la escala de valores que regenta nuestra sociedad, cada vez que desobedecemos convencidos de que tenemos razón… En todos estos casos nos estamos moviendo bajo el dictado de la filosofía; no la de otros, sino la nuestra propia. La filosofía no es la verdad, sino la búsqueda de la misma por vía del discernimiento. No pretendo obligarles a memorizar nombres propios y versículos concretos que, sin duda, olvidarían en cuanto hayan hecho entrega de su examen. Quiero despertar su interés por los vastos horizontes del pensamiento hasta el punto de que, todos y cada uno de ustedes, acaben siendo filósofos, en mayor o menor medida-

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Martín se siente reconfortado al constatar la atención que ha suscitado entre sus alumnos. Tanto el director como la maestra que cayó en depresión ante el trato de dichos chavales le habían presentado un panorama devastador digno de un apocalipsis; pero, visto lo visto, puede que no fuera para tanto. Sebastián no tarda en echarle agua al vino:

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-Ser filósofo o no ser filósofo; he aquí la cuestión-

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JEFE DE ESTUDIOS

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-sábado 30 septiembre-

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Como jefe de estudios, Jacinto tiene que lidiar con numerosos asuntos, tales como la organización de los horarios, supervisión de las evaluaciones, mediar entre alumnos, profesores y padres…

Fue él quien convenció a don Andrés para dar el visto bueno a la incorporación de Martín a pesar de los recelos del director.

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-¿Y Gloria?-   le pregunta Carla desde el otro lado de la cama   -¿Sabes algo de ella?-

-Sigue de baja. Tiene para una buena temporada-   contesta él mientras se despereza.

-Dice la niña que el nuevo maestro es muy bueno; mucho mejor que esa llorica-

-No te pases, cariño. La depresión es un asunto muy serio. Ya me gustaría a mí verte al frente de una clase como la de tu hija-

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Carla es la madre de Sonia: una de las alumnas del Gregorio Marañón. Conoció a Jacinto gracias a su activismo en el A.M.P.A., pues ella suele ejercer de portavoz de dicho organismo. Lleva casi seis meses de relación con ese docente tras el agrio divorcio que castigó a su propia familia el pasado invierno.

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CARLA:     Pero, ¿está enferma o es que de verdad la maltrataron?

JACINTO:  Imagino que se juntaron el hambre y las ganas de comer.

CARLA:     No sé. Dice Sonia que un día se puso a llorar en clase.

JACINTO:  Se ve que no era capaz de imponer la más mínima autoridad.

CARLA:     Se metían con ella, con su peso, con su altura, con su manera de vestir…

JACINTO:  Sí, sí. Por eso aposté por un profesor de un perfil tan distinto.

CARLA:     El tal Martín viene de un internado religioso, ¿no?

JACINTO:  No exactamente. Era una academia tradicional de gran exigencia. Pero él ni siquiera es creyente.

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Jacinto ha tenido que elevar el tono de su voz para que Carla pueda escucharle desde el lavabo. Ya son más de las diez de la mañana, pero ese perezoso invitado no se muestra muy dispuesto a levantarse de la cama.

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-¿Es ateo?-   pregunta ella asomada por el umbral de la puerta con el cepillo en la boca.

-Agnóstico-   contesta él   -No niega la existencia de Dios, solo la desconoce-

-¿Es que hablasteis de eso?-   ya de nuevo frente al espejo del lavabo.

-De eso y de muchas cosas. Me inspiró mucha confianza-

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Carla se viste con cierta prisa, pues tiene hora con su esteticién y no quiere llegar tarde.

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JACINTO:  Lo último que necesitaban los chicos es otra maestra blandengue.

CARLA:     Puede que tengas razón. Parece ser que ese tipo es bastante duro.

JACINTO:  Nadie se meterá con su peso, con su altura ni con su manera de vestir.

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Sonriente, la mujer se le acerca y le da un beso a modo de despedida. Tras mirarse en el espejo de cuerpo entero y acomodarse un poco el pelo, emprende la marcha.

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CARLA:     ¿Estarás aquí para comer?

JACINTO:  Sí te lo ves bien…

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Carla eleva su pulgar, con el puño cerrado, justo antes de desaparecer por las profundidades del pasillo.

Todavía tendido sobre la cama, a Jacinto le abordan ideas crueles y censurables que, de llegar a oídos de su pareja, desgarrarían su presente relación hasta hacerla jirones:

“Por mucho que te arreglen en la estética, jamás estarás tan buena como Sonia. !Dios! Sacrificaría todos mis futuros polvos contigo por poder empotrarme a tu hija una sola vez”

La culpabilidad es indulgente con ese despreocupado profesor, pues es plenamente consciente de que nadie tiene las riendas de su propio deseo lujurioso. No obstante, a diferencia de Sonia, él no es propenso al sincericidio, y está convencido de la legitimidad de sus mentiras compasivas.

“!Cuan despiadado es el paso del tiempo cuando hace mella en la piel de las mujeres! !Cuanta incomprensión inspiran los hombres que no callan su prohibitivo apetito por la carne demasiado joven!”

La poesía es una de las materias que suele impartir, aunque sus propias composiciones no son dignas de estudio.

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ANTICICLÓN

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-domingo 1 octubre-

Tras un lluvioso inicio de otoño, el verano pretende regresar para recitar sus últimas palabras; el epílogo para una calurosa estación que se había visto interrumpida prematuramente.

Parece que el clima se está mimetizando con el estado de ánimo de Martín, o viceversa, pues, después de pasar unos días desconsolado, sumergido en la melancolía del desarraigo y el desamparo de lo desconocido, el nuevo profesor del Gregorio Marañón empieza a ver el sol tras unas nubes menguantes cada vez más dispersas. Se está haciendo a la idea de que su nueva etapa no tiene porqué ser peor que la anterior:

“Añoraré el aire puro de las montañas, la tranquilidad campestre, el respeto y los buenos modales que reinaban en el Calderón y Verdera; pero me gusta mi nuevo piso, me gusta mi nuevo barrio; y mis alumnos... cuanto menos: serán todo un reto”

Paseando por el parque Lázaro, se siente agradecido por haber encontrado un sitio tan idílico cerca de su casa. No obstante, tras cinco días en Fuerte Castillo, ya ha asumido que, aquí, los desconocidos no se saludan, ni siquiera cuando se cruzan por los caminos de un frondoso edén que bien podría calificarse de oasis frente al ajetreo de la gran ciudad.

“Creo que este será el nuevo escenario de mis carreras matutinas”

Tras la mudanza, las consecuentes gestiones administrativas, la decoración, la exploración de ese nuevo entorno, su asimilación… Martín siente que ha llegado la hora de recuperar sus hábitos:

“Puedo hacer meditación en la azotea. Ahí nunca sube nadie. Lo llenaré de plantas y será mi nuevo santuario”

A pesar de que tan soleada positividad no deja de animarle,  un recelo perenne se hace escuchar desde el rincón más recóndito de su consciencia. Dicha inquietud hace referencia a la zozobra que le provoca el trato femenino que brota, continuamente, en su nueva etapa docente; sobre todo, en el seno de su alumnado:

“Katia, Paula, Mía, Ainara, Nerea, Sonia... Todas son hermosuras celestiales; excepto Berta. Imagino que en cada clase hay una oveja negra... ... y gorda”

Martín siempre ha tenido una relación complicada con el género opuesto. Desde que, en sus años mozos, sufriera los desgarradores estragos de un primer amor frustrado, aliñado con la humillación de una virilidad disfuncional, se ha mantenido al margen de las mujeres, y se ha negado a darles un papel protagonista en su tesitura emocional.

“He pasado tantos años confinado en las montañas que había olvidado lo que era la atracción sexual. ¿Cuánto llevaba sin estar cerca de chicas jóvenes? El mayor estímulo femenino que visitó el Calderón y Verdera rondaba los límites de la tercera edad”

Su pretérita vida monacal lo había preservado, durante casi tres décadas, de los peligros que suelen acompañar a las más bellas mujeres; quizás sea por ello que se siente tan vulnerable, ahora, removiendo un caldo de cultivo repleto de hormonas adolescentes, empoderamiento feminista y desinhibición.

“Ya me acostumbraré. Aprenderé a sobrellevarlo con el tiempo. Lo más importante es que no se me note. No las puedo tratar distinto a ellas que a ellos. Creo que lo hice bien el viernes. Solo tengo que mantener esa dinámica”

No se equivoca, pues, a lo largo de toda la jornada, su mezcla de perspicacia y elocuencia; de seriedad y humor; de autoridad y calma… su buen hacer sobre la tarima causo el efecto deseado sobre sus alumnos. Apenas tuvo que levantar la voz un par de veces. Consiguió que aquel imberbe rebaño estudiantil, con severos déficits de atención, le escuchara y entendiera sus lecciones; incluso suscito interrogantes de cierto interés.

“Mía me puso entre la espada y la pared. Vaya ratita de biblioteca tan sabionda. Tendré que tener cuidado con ella o terminará por vencerme con alguno de sus razonamientos”

Martín no lo sabe todavía, pero la avispada mente de su menuda alumna será el último de sus problemas. Debería preocuparse más por el buen tiempo que se avecina, y por la consiguiente brevedad indumentaria de las estudiantes.

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TERAPIA

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-lunes 2 octubre-

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A pesar de la festividad local que atañe al día de hoy,

Maite mantiene la consulta abierta para seguir atendiendo a sus pacientes, y aligerar, así, una agenda repleta de depresiones, complejos, ansiedades, obsesiones y desequilibrios de todo tipo.

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MAITE:    Puede que cambiar de colegio fuera una buena opción.

EUGENI:  No. Lo he pensado, pero… … no podría.

MAITE:    Tú mismo me has contado que no tienes amigos.

EUGENI:  Es por ella; todo es por ella. Me siento tan frío y vacío cuando no la veo…

MAITE:    ¿Y no es mejor eso que padecer un dolor intenso y punzante cada día?

EUGENI:  De algún modo… … siento que ese sufrimiento me define; es lo que soy.

MAITE:    Sé que crees que nunca volverás a sentir algo así por ninguna chica, pero a todos nos pasa algo parecido con nuestro primer amor.

EUGENI:  No. Mi amor por Paula no se parece a nada que nadie haya sentido nunca.

MAITE:    Hazme caso, Eugeni: en el momento que dejes de creerte tan especial estarás más cerca de poder superar esta situación. Son muchos quienes han perdido la cabeza e incluso la vida por no saber gestionar esta clase de sentimientos, pero son muchos más quienes han conseguido pasar página y sobreponerse a sus anhelos amorosos con el paso del tiempo. Ellos son los más fuertes.

Eugeni empieza a llorar por enésima vez en la sesión de hoy. Su pronuncia adquiere una musicalidad que resulta lamentable a oídos de su terapeuta.

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EUGENI:  Pero  es  que yo  no  quiero  pasar  página.

MAITE:    Lo sé, lo sé. Es duro, pero Paula te ha dejado muy claro que no volveréis.

EUGENI:  Ni  siquiera  estoy  seguro  de  haber  hecho  el  amor  con  ella.

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La doctora se sujeta sus propios lagrimales con el índice y el pulgar. Siente vergüenza ajena ante la humillación mocosa a la que se está sometiendo su joven paciente. Es buena conocedora de aquella deplorable historia que relata la incierta extinción de la virginidad de Eugeni en plena cogorza.

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MAITE:    A ver: ¿por qué te mentiría ella? ¿No te contó lo que pasó?

EUGENI:  Sí, pero también  me  dijo que  me  quería  y…

MAITE:    Puedes creer que ocurrió si eso te hace sentir mejor, pero, a efectos prácticos, si no te acuerdas es como si no hubiera pasado. Te aseguro que la primera vez que lo hagas, con la persona adecuada y con la adecuada sobriedad, será un acontecimiento inolvidable. Piensa que lo mejor está por venir.

EUGENI:  !Noh ! Lo  mejor  ya  ha  pasado y ni siquiera  me acuerdo.

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Hastiada, Maite se le acerca y le ofrece un pañuelo de papel. Mira el reloj, completamente ajena al sufrimiento del chaval, y busca el momento y las palabras para dar por terminada esa degradante sesión.

“Debería cobrar un plus de penosidad por tratar el corazón roto de niñatos insensatos”

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SÚCUBO

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-martes 3 octubre-

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Los tiempos en los que los peores peligros se ocultaban en las sombras de la noche han pasado a la historia. La maldad más cruel de nuestros días ya no se encarna en asesinos despiadados que aguardan en un callejón solitario, en un lúgubre sótano abandonado o entre la maleza nocturna que rodea a una casa con grandes ventanales.

Ahora son súcubos adolescentes quienes, a plena luz del día, se pasean impunemente por los pasillos de un instituto de secundaria bajo el amparo de una sociedad demasiado permisiva; subiendo y bajando los escalones, a nalga descubierta, como si no importara el aplomo de los varones que, tras de sí, tienen que morderse la lengua hasta notar el gusto de la sangre en su boca.

“!Dios! Esto no puede ser bueno. Si sigo mirándole el culo a esta niña terminará dándome un infarto”

Martín se detiene en uno de los rellanos que lo encaminan hacia la segunda planta. Sacudido por una contradicción salvaje, se debate entre la urgente necesidad de seguir atento al hechizo del sublime trasero de Paula y el imperativo moral que le obliga a distanciarse de ella.

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PAULA:     ¿Estás bien, profe?

MARTÍN:  … … Sí, sí. Solo que… … he olvidado una cosa en la sala de profesores.

PAULA:     Aah… … Todavía no conozco mis funciones de delegada. ¿Cuáles serán?

MARTÍN:  Ya lo irá viendo. Siga su camino hasta el aula. Yo vendré en seguida.

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La luminosa sonrisa de la niña, abanicada por unas pestañas de vértigo, hace añicos cualquier armadura que pudiera proteger a ese desubicado maestro chapado a la antigua.

Mientras regresa sobre sus pasos para escenificar su coartada, Martín niega con la cabeza inconscientemente. No logra asimilar lo que acaba de suceder.

“No es posible. Esto no puede estar pasando. Pensé que don Andrés exageraba cuando me advirtió de la realidad que me esperaba en clase, pero ahora veo que incluso se quedaba corto”

Tras acceder a la planta baja, se encamina hacia unas escaleras colindantes que le conducirán a su destino primario, donde le esperan una veintena de jovenzuelos sedientos de su sabiduría.

“¿Y Paula? Tiene que ser consciente de lo que hace; de lo que puede provocar en hombres mayores como yo; en sus compañeros de clase. Ahora sé porque el pobre Eugeni quería cambiar de sitio”

Se detiene unos instantes frente a la puerta abierta del aula. Todavía no ha conseguido interpretar los andares sinuosos de su alumna, su femenina gestualidad al dirigirse a él, la embriagadora sonrisa que le ha desarmado por completo…

“!Noo!... ... Se me nota el empalme. No puedo entrar a clase en estas condiciones”

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-Martín-   dice Berta desde su pupitre   -¿Qué haces aquí parado?-

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A trancas y a barrancas, y sin decir nada, ese maestro de filosofía consigue llegar a su mesa, sobre la tarima, sin despertar ninguna suspicacia relacionada con la verticalidad de su pene.

“Suerte que llevaba la carpeta para escudar mi decoro. Todo está en orden; todo está bien. Tengo que tranquilizarme y comenzar con la clase”

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MARTÍN:  !Señor Gomez! Es un honor contar con su presencia al fin.

HUGO:      Gracias… … No eres el primero que se alegra de verme.

MARTÍN:  … … Espero que esa observación… … no tenga una continuidad insultante.

SEBAS:      Una sola frase, tronco. Solo ha necesitado una frase para calarte.

HUGO:      Yo nunca insultaría a tu madre, tron, le tengo casi tan aprecio como ella a mí.

SEBAS:      ¿Lo ves? Martín, tienes que darle duro. Siempre se está metiendo conmigo.

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Hugo no es consciente de cómo se las gasta su nuevo profesor, de ser así, quizás hubiera intentado empezar con mejor pie. Se trata de un chico bajito, delgado y con un largo flequillo que no deja de sabotear su esquiva mirada.

Martín mira de reojo a Paula, encontrándose con su atenta y diáfana expresión. Justo tras ella, Eugeni se está tirando de los cabellos, notablemente enrojecido.

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-Voy a realizar cambios en la disposición de la clase para conseguir algunas mejoras. Paula Lucena, como mi ayudante, se sentará en la primera fila, frente a mi mesa. La señorita Valverde vendrá a su lado para apoyarla como auxiliar. Dominguez, Gómez: a ustedes también quiero verles adelante. Voy a atarles corto. En respuesta a la petición que me formuló el señor Alfaro, el último día, le situaré como última pieza de la primera fila, con la señorita Ferreras, que seguirá a su lado-

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Eugeni, Berta, Sebas, Hugo, Katia y Paula se movilizan con actitudes muy dispares que basculan desde el entusiasmo de la nueva delegada hasta el enojo de los más alborotadores de clase. Una vez que los seis ya encabezan las tres hileras de mesas, se verbalizan algunos interrogantes por parte de la pareja central:

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HUGO:      ¿Y esta será una colocación permanente? ¿O solo para tu asignatura?

MARTÍN:  Como tutor tengo potestad para establecer una disposición permanente.

SEBAS:     Ya, pero…

MARTÍN:  Si se comportan como es debido, podrán solicitar el cambio en breve.

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Una vez que sus alumnos ya se han acomodado en sus nuevas plazas, Martín enhebra la aguja para hacer las primeras puntadas del temario que quiere exponer en la presente jornada.

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-Hoy vamos a hablar sobre la responsabilidad de nuestros actos, sobre la emancipación, sobre la autoridad a la que obedecemos en los distintos momentos de nuestra vida: padres, maestros, jefes… y de un modo más global: al estado, las leyes…-

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Hugo esgrime un desinhibido bostezo que no pasa inadvertido a la mirada cercana de su profesor, quien enfoca toda su muda seriedad hacia él.

Sin mediar palabra, Martín ha conseguido subsanar la incorrección postural del muchacho e incluso le ha inoculado una respetuosa atención atemorizada impropia de ese macarrilla.

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-En el siglo cuarto, antes de Cristo, Aristóteles fundo la idea de la ética a Nicómaco, que consiste en señalar la virtud de pensar en el otro. En una de sus obras más conocidas, el autor señala las distintas ramificaciones de la responsabilidad moral. A la hora de actuar, podemos hacerlo de manera voluntaria o de manera involuntaria. En esta última, la involuntaria, podemos ejercer por obligación o por ignorancia. Por contra, cuando obramos voluntariamente, lo hacemos bajo el mandato de la razón. En la ética aristotélica, solo es virtuoso aquel que, mediante el hábito y el uso de la razón, obra prudentemente desde el "yo" pensando el "nosotros". En contraposición, la perversión emana de la ignorancia, cuando vivimos en sociedad-

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Mientras habla, Martín ha ido dibujando el esquema de su ideario en la pizarra. En cuanto se voltea, se encuentra con un puñado de móviles apuntando hacia él.

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KATIA:      Muévete un poco, Martín.

MARTÍN:  ¿Qué me mueva?

KATIA:      Me tapas los apuntes.

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El pasado viernes no se produjo ninguna situación parecida, pues se trató de una presentación mucho más general sin datos demasiado concretos. No ha sido hasta este momento que los avanzados métodos de sus alumnos han desencajado a tan tradicional maestro.

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MARTÍN:  ¿Así es cómo toman apuntes en la ciudad?

SEBAS:      Así es cómo tomamos apuntes en el siglo veintiuno.

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Contrariado, Martín reprime sus deseos de poner fin a esa práctica desconcertante. Recuerda las palabras del director cuando este le expresaba su preocupación acerca del dudoso encaje de un profesor tan clásico en los nuevos tiempos que rigen la realidad estudiantil de Fuerte Castillo.

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PAULA:     Pero profe, nos dijiste que no nos harías memorizar nombres propios ni versículos concretos.

MARTÍN:  Aristóteles y Platón son considerados los padres de la filosofía occidental. No se puede impartir mi asignatura sin nombrarles a ellos y a su obra.

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Desde la segunda fila, la primera de la clase se permite hacerle una petición a Martín para que este pueda desarrollar la tesis de Aristóteles de un modo más ameno y llevadero.

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MÍA:         Podríamos mencionar dilemas éticos que nos afecten directamente y analizarlos en función de lo que has escrito en la pizarra.

MARTÍN:  Esta es una buena idea. ¿Quiere empezar usted?

MÍA:         Mmmm… … Está bien. Cuando un grafitero mancha las paredes del instituto, no está siendo virtuoso, porque olvida que, en el mejor de los casos, otro tendrá que gastar su tiempo y su esfuerzo en limpiar esas pinturas roñosas.

MARTÍN:  ¿Y en el peor de los casos?

MÍA:         Nos obligará a todos a ver su obscena filigrana durante semanas.

SEBAS:      Puede que el artista solo quiera compartir su arte con los demás.

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Con una mueca airada, la chica le niega la mirada a su impetuoso interlocutor y vuelve la vista hacia la ventana.

Martín intuye que no se trata de una situación hipotética. Está bastante seguro que se encuentra ante los protagonistas de una enemista que enfrenta a personalidades antagónicas. Sebastián y Mía no podrían ser más distintos en su apariencia: la impoluta vestimenta blanca de esa menuda sabionda contrasta con las desgarradas prendas tejanas del muchacho, y el pelo negro y la barba incipiente de Sebas se encuentran a las antípodas de la pálida suavidad cutánea de una muchacha prácticamente albina.

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MARTÍN:  Hablando de cosas que no queremos ver, señor Alfaro, ¿se le ocurre alguna?

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En el mismo momento en que termina la frase, el profesor se da cuenta de que puede haberse equivocado. Pese a sospechar que el fastuoso culo de la nueva delegada es el motivo que empujó al mozalbete a pedir el cambio de sitio, todavía ignora los disparatados sentimientos que se albergan en su corazón.

“Sería un suicidio social admitir lo mal que lo pasa cuando le mira las nalgas a su amada”

De pronto, la rolliza compañera de pupitre de Eugeni levanta la mano en un gesto inédito que no se había producido aún.

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MARTÍN:  ¿Sí, señorita Ferreras?

BERTA:     A mí no me gustan los garabatos de Sebas, pero todavía me gusta menos tener que ver el culo de algunas chicas, y creo que no soy la única.

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Al son de unos jocosos murmullos generalizados, y dándose por aludida, Paula sonríe malévolamente sin dejar de observar el anillo que rota en su índice víctima de sus juegos digitales.

No es la única niña que viste más corta de lo debido, pero puede que sí sea la más descarada; sobre todo, teniendo en cuenta las opulentas formas traseras que rebasan los límites tensados de sus escuetos tejanos negros.

Martín no esperaba que su espontaneo interrogante tendencioso pudiera causar daños colaterales, pero no es de los que tiran la piedra y esconden la mano.

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-¿Algo que añadir a eso, señorita Lucena?-

-¿Yoh?-   pregunta la susodicha rompiendo su risa.

-Cualquiera. Esto es un debate abierto-   dice Martín dirigiéndose al resto de la clase.

-… … … … Pues sí-   proclama Paula tras unos instantes de suspense.

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Paula se pone en pie y revisa el perímetro para vislumbrar a cada uno de sus compañeros y compañeras. Todos ellos están a la expectativa, pues son conscientes de que Paula es, probablemente, la chica más peleona de cuarto.

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-Tarde o temprano trataremos el tema de la democracia, ¿no, Martín?-

-Así es. Más temprano que tarde. La democracia está íntimamente ligada a la filosofía-

-Como mujer a quien se la señala por su forma de vestir, como alumna participativa apasionada por la filosofía y por la democracia, y con la autoridad que me da mi cargo de delegada, sugiero realizar una votación. ¿Puedo salir a la pizarra, profe?-

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Martín ha caído en un fugaz fuera de juego. Suele ser bastante rápido, mentalmente, pero, ahora mismo, su ausencia de negación, junto con un leve asentimiento poco meditado, legitima a su alumna para subirse a la tarima.

Ya con la tiza en la mano, se afana en dibujar una gran cruz en un lateral de la pizarra.

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-Vamos a votar a mano alzada-   dice mientras se encara a su audiencia   -Quienes prefieran ver mi culo antes que la cara de Berta, que levanten la mano-

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Sin dilación alguna, casi todos los chicos levantan la mano junto a una considerable porción de las votantes femeninas.

En cuanto Martín consigue poner fin a ese despropósito, imponiéndose físicamente a Paula para discriminar su traicionera desobediencia, la niña ya ha tenido tiempo de anotarse un buen puñado de votos a su favor.

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[LA VUELTA AL COLE] 36/262 [SÚCUBOS ADOLESCENTES]

-por GataMojita-