La voz
El castigo a las pasiones del cuerpo es la destrucción de las pasiones del alma.
Karen se revuelve moviendo el cuerpo sinuosamente, porque acaba de sentir el regalo que la vida le había hecho esa mañana al hombre que ama más que a su vida.
La protuberancia que le punza en la mitad de sus nalgas, no solo la despierta sino que también la despabila.
Se considera una mujer infinitamente feliz. La vida le ha regalado el cariño del hombre más maravilloso del mundo. En todos los planos de su vida, le ha colmado con todas las expectativas. Como esposo, un marido casi perfecto, cariñoso, detallista, respetuoso, fiel. Como amante es una bomba que le hace explotar todos sus instintos casi como volcanes.
Es un hombre muy exitoso en todas las actividades de su vida. Se desempeña como subdirector de la agencia central del banco donde labora. En este momento debido a los problemas familiares que tiene el actual gerente, él se desempeña ocupando los dos cargos y los piensa desempeñar hasta que su actual jefe resuelva los problemas de salud por la que atraviesa su esposa. Un cáncer de colon muy avanzado le ocupa casi todo el tiempo.
Orlando se ocupa de ambos cargos con lujo de detalle y lo hace sin importarle, que la compañía no le esté reconociendo el esfuerzo que está realizando.
La mano se desplaza lenta sobre su vientre y se posa como una especie de pluma encima de su teta que se agita erizándole la piel, el pezón automáticamente le da la bienvenida a los dedos, que parecen impacientes por enredarse en la dureza de esas pequeñas casi piedrecillas, como ella los denomina cada que su marido juega con sus pechos.
Toma el izquierdo entre el dedo pulgar y el índice, le da tres medias vueltas y luego lo estira. El suspiro de Karen es automático, tanto que tiene que abrir la boca para expulsar el aire en bocanadas, porque sus pulmones están tan inflados, que piensa que si no lo bota en ese mismo instante, con seguridad explotará casi como un globo. Su gemido es casi de fuego.
Pero más calvario es lo que siente cuando los labios se posan en su cuello y el primer agite en su cuerpo parece como el pulsar la cuerda de una guitarra. La tonada es casi un alarido.
De pronto con la boca se apropió del lóbulo que tiene cerca de sus labios y lo que sale de su garganta es un gritico contenido, acompañado de un pequeño saltico, porque lo que la punza parece que intenta buscar un refugio en la parte más arrugada de su trasero. Su orificio posterior es instigado por una especie de hongo.
Una de la costumbres que nunca han dejado de realizar es dormir desnudos. Se lo prometieron desde la primera vez que tuvieron sexo, cuando le derrumbo su primera virginidad. La otra fue su regalo en su primera noche de casados.
-Mi amor quiero entrar. – Es tan solo como un tímido murmullo.
Levanta la pierna y su delicado pie se apoya en el muslo arriba de la rodilla.
Lo toma con la mano, lo enfrenta con su entrada y se llena despacio a la misma velocidad a como se pega a la velluda ingle, que le causaba cierta picazón en la piel de sus hermosos glúteos.
El suspiro rebota en las paredes de la habitación.
El viaje de ese extraño y endurecido visitante hasta los confines de su interior es lento y delirante.
Lo infunde rebosándola y dilatándola hasta el extremo las paredes de su canal vaginal, lo que le causa una sensación tan enloquecedora que casi la hace temblar. El musculo de carne y piel que se incrusta en su cuerpo se asemeja a un pistón que la arredra haciendo que su espalda se arquee y sus nalgas quieran casi incrustarse en la ingle del pene que la martilla incesante sin parar.
Esa es la posición que a ella más le apasiona cuando su mancho la posee, porque después lentamente su mano se va deslizando por la piel de su vientre hasta meterse entre sus piernas. Primero su dedo índice rueda alrededor de toda la dilatación que el bolardo le causa a la entrada de su vulva. Al sentir el roce de la yema del dedo sobre el borde de su vagina, ella se sorprende por la forma como se expande la boca de su conchita. Le parece las fauces de una boa atragantándose con la presa que consume sin siquiera masticar.
Cierra los ojos por la sensación que le produce la cabeza del capullo cuando se rozó con su cerviz. Ella sabe que Orlando la va a enloquecer casi por una hora más. Su boca, sus manos, su virilidad, la perturbarán tanto que prácticamente toda la energía de su cuerpo escaparan en una sensación tan inefable que casi la hará morir.
De pronto el dedo explorador roza el capullito que se esconde como atribulado por la sensación que segundos después ese índice atrevido le irá a causar. Cuando siente el roce de la caricia, es como si hubiese abierto el grifo del frenesí que tenía acumulado en todas las partículas de su cuerpo.
Su organismo es un recipiente de fogosidad casi inaudito.
Todas las células de su cuerpo se exaltan casi hasta los confines y todo los poros de su piel expanden tanto, que prácticamente toda la poquita mesura que le queda, sale disparada desde el fondo de su organismo y explota en un agudo grito, que si no despertó a toda la ciudad, si por lo menos le cortó el sueño a todo los vecinos que viven al lado de su casa.
Afortunadamente sus dos hijos había decido pasar la noche en compañía de sus abuelos paternos, porque si no, ya estaría en la puerta preguntando en donde estaba el monstruo por la cual su Mamá había casi aullado.
Orlando si dejarla recuperar se retira de su cuerpo, se monta, le toma las piernas se las hecha a los hombros y arremete con ardentía pero también con delicadeza en envites rápidos y profundos que convierten el cuerpo de Karen casi como en una muñeca de trapo.
La perfora durante largo rato, luego se baja, se mete entre sus piernas, la dobla como en una especie de herradura y le desliza la lengua desde donde termina la abertura de sus nalgas, hasta la punta de su capullito que se esconde casi acobardado.
Ni grita, ni aúlla, ni gime, lo que sale de sus labios es una especie de gorgoreo extraño e incompresible.
En un momento aprieta sus muslos y la respiración de Orlando se vuelve casi historia. Al sentir la falta de aire retira la lengua y Karen aflojo las piernas, entonces la vida del hombre lo hace revivir de nuevo. Casi mueren ambos, la una enloquecida y el otro casi asfixiado.
Orlando esta enardecido como un tigre prisionero en una jaula. Tiene que meter su cañón en donde fuese, porque su munición está a punto de hacer una terrible explosión.
Se retira de nuevo, la toma por las caderas en forma delicada, la hace poner en cuatro, coge su tortolo con dos dedos y lo enfrenta con la abertura, empuja y su viaje se hace eterno. Es la senda más deliciosa donde jamás pensó que se podía desplazar. Los vaivenes a veces son lentos y espaciados y otras son cortos y rápidos. Cada que incursiona de alguna de las dos formas, ella se agita en susurros quedos.
Los dedos del hombre son arteros, siempre explorando, siempre buscando, siempre perforando y el culito de Karen era su mejor objetivo. La punta del índice siempre es el más osado. Comienza despacio a rodearle los bordes arrugaditos, para después comenzar a puntear en la entrada. Tres giros y una punzada, ahora tres punzadas y un giro, hasta que consigue su objetivo, porque en forma libertina se incrusta hasta el fondo de ese huequito, que casi tiembla nervioso por la extraña visita de ese raro excursionista.
Por abajo Orlando no deja de perforar.
De pronto el dedo corazón se hace presente a la entrada junto a su compañero y arremete con denuedo, son tan solo unas pocas punzadas y ya está de viaje con su amigo de aventura. Otro cómplice de los dos también se presenta para tomar parte de semejante odisea. Embiste un poquito y su viaje es más tranquilo y muy lejano, hasta que su longitud desaparece con la de los otros secuases que lo acompañan en su enervante viajar.
Y ahora como un trio entrenado en las mejores danzas inician un vaivén por las profundidades anales de Karen que prácticamente la enloquecen.
Para que mentir, la chica es una mujer esplendorosa, con un rostro de muñeca, adornado por un cabello tan negro como una noche sin luna, con unos ojos que son dos cristales esmeraldados y fulgurantes, con una nariz apenas respingona, con unos labios que son un martirio y con una sonrisa que prácticamente esclaviza. Y hacerla gemir como lo hace en este momento, es la más inefables de las sensaciones que el hombre pudiese soñar con gozar jamás. Y se la goza con esmero.
La dedicación como arremete le produce los mejores dividendos. Karen está prácticamente enloquecida. Mueve la cabeza de un lado para otro, luego recuesta la mejilla sobre la colcha, vuelve y se arrodillaba, encorva la columna y echa la cabeza hacia tras, otras veces le agacha y la mete entre sus brazos y vuelve la agita de un lado para otro. Su marido cuando la toma de esa manera y que lo hace casi siempre le roba la poquita cordura que le queda. Es completamente sumisa a todas las andanadas de placer que él le prodiga.
Un momento se queda quieto y solo mueve los dedos.
Y Karen explota.
-¡Ya papacito!.... ¡ya!.... ¡ya!.... ¡ya!.... ¡es tuyo!.... ¡reviéntame cariño!.... ¡reviéntame!.... sin consideración, mi amor, sin consideración.
Es un pasaporte a la felicidad, cual hombre fuera de sus cabales lo desaprovecha, ¡ninguno! claro.
Y Orlando es ninguno de esos. No lo piensa, enfrenta su cañón con la abertura bastante dilatada y su viaje es casi una odisea. La aventura que su potencia vive en ese viaje se hace patente en la expresión del cuerpo del macho perforante.
Solo son unos poquitos los envites necesarios, para que ambos estallen como dos volcanes, que colapsan al mismo tiempo.
El cuerpo de Orlando se desocupa y el de Karen se reboza casi como un afluente.
Karen cae casi desmayada arrastrando el cuerpo de su marido. Durante una hora de pasión enervante el placer los ha enloquecido. La chica salta sobre la cama y el hombre sobre la perfección del cuerpo de la mujer.
Orlando con más arrestos se levanta, la detalla con ojos con algunos rezagos de la lujuria que le quedan y los deslizo lentamente por la perfección de la belleza del cuerpo de su mujer.
Es impactante la silueta que se agita recostada boca bajo y que está casi adormilada. Haciendo un gesto como liberándose de la malas intenciones, camina varios pasos y con ligereza se mete dentro del baño.
Al rato sale desnudo y se viste con rapidez y en ese momento Karen levanta la cabeza y se extasía por la figura de su amor.
-¿Ya te vas? cariño.
-Sí mi amor, apenas tengo un poco más de una hora para llegar al aeropuerto.
-¿Cuándo regresas?
-No lo sé de verdad, tal vez mañana o tal vez el viernes.
-Cuando regreses te daré una buena sorpresa, mi vida.
-Con que me recibas como me acabas de despedir, te aseguro que no habrá mejor sorpresa para mí.
-De verdad que te voy a sorprender.
-¡Dios te oiga, mi amor!.... ¡Dios te oiga!
-¿Te acompaño hasta el terminal?
-Tranquila mi amor, ya vienen a buscarme.
Entonces Karen salto de la cama y con su figura, la mente de su marido casi se vuelve a enloquecer.
-Mi amor, que es lo que intentas hacer…. ¿quieres que no viaje?
Las mujeres saben cómo nos dominan y a pesar de eso se hacen las distraídas.
-Pero que te hago, papito. – Sinuosa como una gatita.
-¡Karen!….
El salto es casi de felino.
Las piernas parecen un anillo alrededor de la cintura de Orlando y los pie casi forman un candado. Los labios casi soldados no parecen una despedida, más bien asemeja otra sección de placer como la que acaban de vivir.
Casi huyendo, Orlando con su trolley halado por su mano, se monta sobre el vehículo que lo viene a buscar para llevarlo hasta el aeropuerto.
Tres horas después se desplaza tranquilamente en un vehículo de servicio público, que lo lleva hacia el sitio de la reunión. Ingresan hasta el parqueadero, toma el ascensor que lo conduce directamente a las oficinas de la presidencia de la compañía, esta lo ha citado de emergencia, por los sucesos familiares del actual director de la agencia, donde el labora y que ahora funge como gerente y también como subdirector.
La reunión apenas dura tres horas. Se le comunica en forma definitiva, que por insinuación del actual jefe y amigo personal, el será el encargado en forma definitiva de la dirección de la agencia dirige en este momento.
Esta tan satisfecho del progreso en su vida laboral, que piensa en darle la gran sorpresa a su mujer, en compañía de sus padres y también en la de sus suegros. Tiene pasajes para la tarde, primero irá por sus familiares y junto con los cinco le darán la gran sorpresa.
A seiscientos kilómetros de distancian, en el momento que Orlando llega al terminal, Karen entra tranquilamente en un supermercado. Antes de salir había encendido el portátil que tiene en su habitación.
Después de un rato, mira el reloj si se sobresalta por la hora y sin pensarlo o sin analizarlo solo apaga la pantalla, tal vez porque cree que más tarde volverá comunicarse con su mejor amiga desde que se había casado con Orlando. Como ha utilizado la cámara, por la charla que ha tenido con su mejor amiga, no le da importancia a que esta queda encendida y dispuesta a grabar todo lo que sucederá, cuando alguien ingrese al dormitorio, sin dejar ver que ella está preparada para guardar todo en la memoria del computador.
Sale de casa para ir de compras de las cosas que necesita para prepararle la sorpresa que tiene pensado ofrendarle a su marido.
De pronto una voz la hace sobresaltar. Tan solo con escucharla su cuerpo se enerva.
Jamás en su vida el tono de una voz como esa le ha producido semejante inquietud.
-Por favor ¿me puede indicar dónde queda la sección de perfumería?
Se gira despacio para encontrarse con un hombre de mediana estatura, mucho más bajo que su marido y casi sin ningún atractivo varonil.
Solo el tono de sus palabras casi la hace desquiciar.
-Creo que es en esa dirección.
Con el dedo le señala por donde se puede desplazar.
-Por favor….
El tono es casi una sinfonía.
La mente de Karen comienza a divagar.
-Porque no me acompaña y me aconseja que loción debo comprar. Es un regalo muy especial y Uds. las mujeres tiene mucha más habilidad para esa cosas, no le parece. - Sin retirarle la mirada.
No tiene nada del otro mundo, solo la voz es lo que me deja sin aliento, se lo dice casi sin pensar.
Piensa Karen, piensa, que estás haciendo mujer, tú eres una mujer felizmente casada, piensa en tú marido, tu estas enamorada de él por dios, casi se lo grita y no se puede contener.
De nuevo la voz la desquicia.
-¿Qué te parece este aroma? preciosa.
Su mente comienza a delirar.
-Es un aroma muy exquisito de verdad, pero quiero darte primero un consejo, antes de dar el regalo debes analizar la clase de persona a quien se lo vas a conceder.
-Es una chica tan linda como tú.
-Por favor que hace, respéteme que soy una mujer casada.
-Pero no muerta…. esta tan viva como una diosa.
-Mejor me voy
-Tranquila…. tranquila… tranquila…. para que veas que no quiero molestarte, mejor te invito a la cafetería, nos tomamos un café y así me disculpo, por si en algún caso la pude llegar a incomodar.
Karen levanta su rostro, lo mira a los ojos y piensa que nada puede suceder, ella es feliz en su matrimonio y jamás le ha pasado por la mente llegar hacer infiel. Orlando es el hombre más maravilloso que jamás ha podido conocer y además está enamorada, razón por la cual no hay nada que temer.
Se sientan en una mesa al fondo del lugar, piden café, hablan de todo un poco, se conocen también un poco más, hasta cuando el hombre estira el brazo y apenas la roza.
Sin saber cómo, sin saber porque, sin saber cuándo y sin comprender la razón, casi en un embrujo que la desquicia, se encuentra en los brazos de ese extraño, desnuda en la cama matrimonial, donde seis hora antes casi enloqueció de pasión en los brazos de su marido.
Cuando Karen ingresa en los brazos del desconocido a su dormitorio matrimonial, Orlando se baja del avión. Por orden de la entidad bancaría un auto de la compañía lo recoge en el terminal y le lleva primero a la casa de sus padres, que ya lo esperan con alegría por los méritos logrados en su vida laboral. Luego van hasta la casa de sus suegros que casi saltan de la dicha por la noticia de su ascenso y su nuevo cargo como gerente general.
Mientras tanto Karen pasa de una sensación a otra. Cuando Allan, así se llama el amante ocasional, que en este momento la tiene entre sus brazo y la enloquece con su voz, las caricias que le prodigan no le causan ninguna sensación, entonces el hombre al darse cuenta que su voz es la que la tiene enloquecida, no deja de alagarla con palabras dulces y bastante seductoras.
-Eres increíble…. eres una diosa…. eres casi una aparición…. te voy a enloquecer, mamacita…. te voy hacer lo que no te ha hecho del capullo de tu marido, preciosa.
Cuando Karen escucha la mención de su marido parece volver a sus cabales, pero Allan es un avieso seductor.
-Mi amor, te voy a llevar al mismo cielo donde nadie te ha podido llevar.
Con el tono más seductor, consigue al fin acabar con la poca sensatez de la mujer que ya nada más puede hacer, solo entregarse a los brazos de ese desconocido, que no se asemeja en nada al dueño de su amor.
La desnuda despacio, apropiándose de sus senos y chupándole los pezones, como haría un crio todavía en la edad de la lactancia. Desplaza sus manos por las formas del cuerpo de la mujer, enardeciéndola con las palabras que este no deja de pronunciar.
Karen enloquecida ya no se puede contenerse más.
Casi como una fiera le arranca la ropa y cuando lo mira desnudo, un gesto de decepción invade su rostro. Allan no es ni la mitad de la virilidad que expresa su marido. Su cuerpo es casi huesudo, sin un musculo, sin una pinta de macho embravecido por la pasión que finge sentir. Su órgano viril es casi un suspiro, pero la voz no la deja recapacitar.
Sin besarlo, sin acariciarlo, casi sin rozarlo, lo empuja sobre la cama y se acaballa sobre sus piernas. Toma el órgano que está totalmente endurecido lo apunta contra su entrada y se deja caer casi desquiciada. No piensa, no analiza, no coordina, solo necesita sentirlo para calmar ese fuego que le bulle por dentro cada vez que lo escucha cuando le habla.
Cabalga y cabalga y solo puede gemir, porque el tamaño del órgano que la posee no le llega ni siquiera hasta la mitad de su canal vaginal. Entonces la imagen de Orlando invade la totalidad de su mente enloquecida. Las lágrimas se escurren por sus mejillas y ruedan incontenibles mojándole los pechos, escurriéndose por su vientre y depositándose en la ingle del hombre que intenta satisfacerla. Su llanto es de pecado, es de dolor, de decepción.
Cuando Karen comienza a desnudar al hombre que la está enloqueciendo, Orlando ingresa con su comitiva al hasta el que ahora aún es su hogar.
Ingresan silenciosos y lo único que los recibe son unos alaridos femeninos y unos aullidos de un hombre desconocido.
Orlando se queda estático, alarmado por los sonidos que salen de su cuarto, pero reponiéndose de la sorpresa los lleva hasta la sala, los acomoda en los muebles, les brinda una copa de vino a cada uno y después se dirige caminando despacio pero a la vez temblando por las sensaciones que lo sobrecogen.
Cuando Karen comienzan con los primeros vaivenes sobre el cuerpo decepcionante de su amante desconocido, Orlando se presente en el marco de la entrada de su cuarto.
Ninguno de los dos lo ve, porque Karen está sentada de espaldas a la puerta y con su cuerpo oculta el rostro y los brazos de Allan, que en este momento se apropian de los senos y pellizcan los pezones que se endurecen por la caricia.
Ambos gimen en gritos destemplados que no se contienen en dejar salir.
Orlando se queda un rato mirando el cuerpo hermoso de su esposa que sube y baja como un ascensor. En su rostro hay decepción, hay dolor, hay tristeza, pero sobre todo hay un gesto de desprecio, de repudio y sobre todo de un asco casi visceral.
Fija su mirada en el portátil que está a unos pocos pasos de donde él está parado y se da cuenta que la cámara del computador está grabando todo lo que sucede en el dormitorio y una sonrisa aviesa se desplaza por todo el contorno de su cara.
Se gira y camina casi con desgano hacia la sala para encontrarse con sus invitados, con su corazón arrugado, con su alma marchita y con su mente enloquecida.
Se sienta en la mitad de los cuatro.
Todos presienten la realidad.
Adela la madre de Karen apoya su cabeza en el pecho de Jorge, el padre de la mujer que gime allá en la habitación sin poderse controlar, este suda como si una tenue lluvia lo mojara en ese momento. En su rostro solo hay rabia, furor y casi está a punto de llorar. Julia solo se cubre la boca con las manos sin dejar de mirar a su hijo. El rostro de Guillermo es un poema de desconcierto y casi de desprecio.
Al fin Karen después de muchos intentos logra satisfacerse en un orgasmo que apenas logra medio apaciguarla. El que sí queda completamente desquiciado es Allan que solo puede respirar.
Karen se baja y se recuesta al lado del hombre que le acaba de hacer el amor.
Medio repuesta de la emoción solo le habla para intentar escapar.
-Quieres tomar algo.
-¿Qué me quieres brindar?
-Vemos a la cocina.
-Vamos mi amor y allá lo volvemos hacer. – Sonríe seductor.
Karen lo mira, se levanta y se dirige en busca de la bebida que le calme la sed y también las ganas infinitas de llorar.
Cuando aparece frente a la sala queda petrificada. Allan casi la arrolla medio empujándola, haciéndola medio caer.
-¡Oh! Dios…. ¡no!....
Se intenta girar, cuando escucha el grito de Orlando que prácticamente la paraliza.
-¡Ni lo intentes siquiera!…. ¡puerca!
Todos se sobresaltan con el grito que sale de los labios del hombre enfurecido.
Allan se mengua como un cobarde, abrazándose a sí mismo y encogiéndose dando la imagen de un cordero dispuesto al sacrificio. Su forma de temblar pareciera que lo hiciera convulsionar. Karen convulsiona por los sollozos que agitan su hermoso cuerpo desnudo.
Orlando se levanta y camina hacia ellos, Allan se enrolla como una serpiente y Karen se mengua como un conejito a punto de saltar.
Cuando Orlando pasa por su lado, simplemente les habla con los dientes apretados.
-¡Ni siquiera se muevan!
Va hasta la habitación toma una pequeña bata que se pone Karen para estar en casa y una sandalias que apenas le cubren los pies y también toma una camisa de Allan.
Mientras el hombre se cubre su parte íntima con sus dos manos, Karen con un brazo se cubre los senos y con la mano extendida se cubre su sexo.
Orlando aparece con las tres cosas en las manos. Primero le tira la camisa al hasta ahora desconocido para los cinco y le grita en forma recia.
-¡¡¡Vete!!!…. ¡¡¡¡vete!!!… ¡¡¡fuera!!!.... ¡¡¡fuera!!!....
Mientras le hable lo va empujando hacia la salida de la vivienda.
Cuando llegan a la puerta apoya el pie en las nalgas del acobardado Allan y lo empuja haciéndolo caer metros más allá de la entrada y entonces cierra la puerta con un golpe seco que sobresalta de nuevos a todos los que están en el lugar.
Se gira hacia la mujer desnuda que tiembla mientras solloza desconsoladamente.
-¡¡¡Viste!!!... – Le grita.
Le lanza la bata y las sandalias.
Las dos cosas caen al suelo. Karen se agacha temblando, toma primero la prenda y se la pone metiéndosela por encima de la cabeza, luego se pone las sandalias, sin dejar de llorar.
Apenas se levanta y en medio de los sollozos intenta pronunciar unas palabras que se le enredan en los dientes.
-Mi amor…. yo…
Orlando no la deja continuar.
Con un grito que la sobresalta la hace callar irremediablemente.
-¡Es mejor que no digas nada, si no quieres que también te eche a patadas!
Luego se gira hacia las cuatro personas que calladas no se han movido de sus asientos.
-Jorge, Adela…. ahí se la devuelvo, tal vez peor que cuando la recibí…. de por sí seguiremos teniendo cierto vinculo…. Jajjajjajjajjajja…. – Su risa es casi tétrica.
Se voltea a mirarla con tanto desprecio que Karen se sobresalta de nuevo.
-Sí, Jorge y Adela, nosotros seguiremos teniendo cierto vinculo, no tanto por nuestros hijos, sino porque yo seré el cornudo de la puta más perversa que ha nacido hasta ahora y Uds. serán los padres de la peor ramera que jamás nadie ha concebido.
La mira por última vez y entonces le dice algo que acaba con el poco coraje que le queda a Karen.
-No te quiero ver nunca más cerca de mis hijos, el día que yo sepa que ha estado con ellos, les voy a mostrar todo lo que está grabado en el portátil que hay en el cuarto. ¡estas avisada!
Se intenta girar, pero de pronto se regresa.
-¡Muéstreme las manos!
Karen temblando estira los brazos y también extiende los dedos.
En un movimiento rápido Orlando le quita el anillo de la alianza símbolo de su matrimonio.
-No mereces tenerlo…. ¡puerca!
Karen solo gime encogida y menguada.
-Jorge llévatela…. no quiero verla nunca más…. seguro que si vuelvo y la miro soy capaz hasta de matarla…. ella no se merece ni eso…. hacerlo sería como celebrarle su pecado…. ese gusto jamás lo va a obtener de mí…. ¡fuera!.... ¡fuera!.... ¡fuera!.... ¡maldita!.... ¡fuera!...
Karen está casi que se desmaya.
Jorge la toma de un brazo, tira de ella sale de la casa, seguidos por Adela que no deja de llorar.
-Papá, Mamá por favor quiero estar solo…. no quiero ver a nadie
-Hijo…. no es bueno que ahora…. – La ataja.
-Mamá por favor…. mañana hablamos…. Papá por favor llévatela…. Compréndame que no quiero ver o estar con nadie…. mañana voy a la casa…
Ahora es Guillermo quien toma del brazo a su esposa y también sale de la residencia.
Con un golpe seco Orlando termina su relación con Karen.
¿Será que puede haber perdón?
¿fin?