La viuda del herrero

Cuando una mujer que lleva mucho tiempo sin follar se calienta se tira a lo que pilla por delante.

Venancia, la viuda de Juan el herrero, era una mujer morena, de ojos negros, entrada en carnes, con buenas tetas, buen culo y tenía el cabello largo y recogido en una cola de caballo.

Se quedara viuda un mal día que un burro le diera una coz en la cabeza a su marido y lo mandara para el otro barrio. No le quedó más remedio que seguir ella con el negocio, del que ya sabía por qué ayudaba a su marido cuando tenían apuro. Una noche, cuando ya iba a cerrar, llegó a la fragua un feriante al que su caballo había perdido una herradura. Venancia le dijo:

-Ya voy a cerrar, Faustino.

-Lucero perdió una herradura y lo necesito a las seis de la mañana.

-Y yo necesito descansar.

El feriante, un hombre de unos sesenta años, moreno alto y seco, que vestía con chaqueta y pantalón de pana, que calzaba unos zapatones y que llevaba en la cabeza una boina negra, le dijo:

-Es muy importante para mí que calces el caballo.

-Y para mí darme un baño, cenar y coger la cama.

Venancia vestía una camiseta de tiras donde se marcaban sus grandes tetas, una camiseta que fuera blanca en algún momento del día, pero que ahora estaba sudada y tenía más mierda que el palo de un gallinero pero que marcaba sus grandes tetas y un pantalón vaquero ajustado en su tremendo trasero. El feriante, babeando, le dijo:

-Te pago el triple de lo que cobras por poner una herradura y si te animases te quitaba de trabajar.

-No me apetece ser querida de nadie.

-Eres la mujer más deseable del pueblo, Y....

-Y eso se lo dices a todas y después... Prometer hasta meter, y después de metido o hay nada ofrecido. ¿No es ese tu lema, zanquituerto?

Al feriante le dio en su punto débil, ya que tenía a piernas torcidas.

-¡Sin insultar! ¿Calzas mi caballo o no?

-Aunque me pagaras diez veces más...

No la dejó terminar de hablar.

-Vale, te pago quince diez veces más, pero le pones la herradura ahora.

Era mucho dinero. Venancia le preguntó:

-¿En qué pata la perdió?

-En la pata trasera izquierda.

Venancia acarició en la frente al negro percherón, un pedazo de caballo con casi dos metros de alzada, después lo fue acariciando por el lomo, se puso a su lado, le levantó la pata trasera izquierda, y le dijo al feriante:

-Esto está muy desgastado. Va a llevar su tiempo.

-¿Vengo a buscarlo por la mañana?

-Ven.

El feriante se fue, Venancia cerró la fragua, cogió un escoplo y una banqueta, se sentó al lado del caballo, le levantó la pata y comenzó con la faena. Venancia vio cómo al caballo le crecía la verga unos diez centímetros, sonrió y le dijo:

-Se ve que no soy yo sola la que pasa ganas.

Se levantó para coger una lima y al volver a mirar vio la verga del caballo en erección. Medía unos noventa centímetros y estaba subiendo y bajando mientras miraba para ella. Era cómo si el caballo ya se tirara a alguna mujer. Venancia se puso cachonda viendo aquella monstruosidad de verga. Llevaba más de un año haciendo pajas. Iba a caer una más. Se bajó la cremallera de sus vaqueros, abrió el botón, metió la mano derecha dentro de las bragas y con la espalda apoyada a una mesa se empezó a dar dedo con una mano y a magrear las tetas con la otra mientras miraba para la verga del caballo. El caballo, que era listo cómo el solo, se desató con los dientes de la anilla en la que lo ataran, fue junto a Venancia, le rozó la mano con la boca y después la miró a los ojos. Venancia lo volvió a atar, se sentó en la banqueta, y le dijo:

-¿Quiere follar? Follemos.

Le cogió la verga con una mano para ver cómo reaccionaba. Al ver que se quedaba quieto tiró la polla hacia ella, le acarició los huevos y se la lamió la verga a todo lo largo, después la cogió por la mitad y se la masturbo mientras la metía en la boca... Al rato se había quitado la camiseta y las bragas y frotaba la polla en sus tetas mientras una mano se había metido dentro de sus bragas y dos dedos dentro de su vagina. Mamando aquella monstruosidad se puso tan, tan, tan cachonda, que se desnudó, se puso de culo contra el caballo, cogió la polla de nuevo y la frotó en su coño mojado. Frotó apretando hasta que metió la cabeza dentro. Masturbó al caballo y con unos diez centímetros de polla dentro movió el culo de adelante hacía atrás y de atrás hacia delante al tiempo que acariciaba su clítoris. Al caballo cada vez se le ponía más dura. Venancia no gemía por miedo a que la oyera, pero en bajito, dijo:

-¡Me corro, Lucero!

El gusto le vino con tanta fuerza que cayó de bruces sobre el piso de la fragua y allí retorciéndose de placer acabó de correrse en posición fetal.

Al acabar vio que el caballo seguía empalmado. Le dijo:

-Sería una crueldad dejarte así después del favor que has hecho.

Se puso en cuclillas, le cogió la polla, metió la cabeza y lo masturbó con las dos manos. Poco después la boca se le llenó de leche. Quitó la polla. De su boca salió cantidad de leche equina que bajó, baño sus tetas y su coño y que bajando por sus labios vaginales cayó al piso de la fragua.

Después Venancia se vistió y siguió trabajando.

En la casa del feriante, le preguntaba la mujer:

-¿Y Lucero?

-Quedó en la fragua de Venancia. Le va a poner una herradura.

-Espero que se comporte.

-¿Y eso a a que viene?

-A nada, olvídalo, era una tontería.

Quique.