La viuda de don Agustín

Aventura con viuda

LA VIUDA DE DON AGUSTÍN

‘’ Sin prohibiciones no hay erotismo’’ Bataille, Charles. Dramaturgo francés (1891-1867)

Todos los días a la misma hora, como si fuese un reloj andante, la viuda de Don Agustín bajaba hasta donde tenía un pequeño huerto y un corral con un mulo. Al cual, de vez en cuando, lo dejaba pastar en el exterior atado al tronco de un grueso nogal. De haberlo dejado suelto, ya no habría tenido la necesidad de ir a buscar las coles ni todo lo que tenía plantado, ya que este animal hubiese arrasado. Esto ya le ocurrió una vez, y entonces lo puso a la venta porque ya no lo necesitaba. Más bien era un gasto y un estorbo. En la casa en la que vivía, ella era la última que quedaba de una gran familia. Ya nadie podía hacer trabajar a ese cuadrúpedo.

Si había una cosa que le estimulaba de ese animal, era cuando su poderosa verga se estiraba y le llegaba hasta el suelo. El bicho aquel, quizá porque le llegaba el olor de alguna hembra cercana, el pobre relinchaba como un poseso y su verga se desplegaba como si fuese elástica. La viuda de Don Agustín que ya hacía años que ni veía ni tocaba ninguna polla el espectáculo de aquel grueso y largo artefacto le encendía los bajos. Muchas veces, mirandolo se levantaba su lagra falda color negro que le llegaba hasta los tobillos y como ya no llevaba bragas que tapasen su oscuro bosque, con dos deditos se acariciaba la entrada de este hasta que llegaba a un violento orgasmo y la dejaba exhausta. Después sacaba al animal y lo dejaba atado dando vueltas al árbol hasta el anochecer.

Cuando esta enviudó, tenía 50 años y como el pobre marido entre los muchos kilos de grasa que arrastraba y una salud precaria, a ella hacia mas de 15 años que no la montaban. Para otras mujeres, esto hubiese supuesto un alivio, pero para ella, temperamental como era y más caliente que la fragua de un herrero se convirtió en un suplicio.

Ella, sin ser una mujer bella, quizá tenía unos encantos que otras mujeres no poseían, más bien alta de robustas y buenas caderas. Llamaba la atención sus andares incluso llevando un vestido hasta los pies, que era lo que más se usaba en esa época. Sus poderosos muslos se movían a un ritmo que los barones que con ella se cruzaban por la calle, en su mayoría se giraban para admirarlos. Su cara con rasgos más bien masculino atraían y nadie sabía porque. Probablemente notará que era una mujer lujuriosa en extremo. Cuando hablaba con un hombre, lo hacía en tono provocativo, sin darse cuenta, utilizaba las palabras con doble sentido, que incluso llegaban a confundir. Brava si lo era, durante años y al quedarse sola, se dijo que un hombre entraba por la ventana que ella siempre dejaba abierta y que este cuando salió ya era de madrugada.

Cerca  de la casa donde vivía, a las afueras del pueblo, un mozalbete  siempre se fijaba en ella por lo que habia oido contar a los mayores, sin que ellos lo advertiesen, como si estubiese en el limbo, sobre esa dama vestida de negro y de culo exuberante.

Todo y siendo tan joven ya sabía mas de lo que aparentaba, la viuda de Don Agustin como lo veía todos los días, a veces le enviaba a hacer recados dándole el dinero necesario y cuando regresaba, le daba una pequeña gratificación. Con el tiempo ambos cogieron más confianza e incluso se pasaron largos veranos bajo una higuera en la que llevaban a más de una conversación.

Pasaron los años, y aquel joven muchacho se convirtió en casi un hombre de cierto atractivo, y la viuda de Don Agustin comenzó a mirarlo de una forma diferente. Este le confesó que había mantenido relaciones con una prostituta de una ciudad cercana. Ella en tono de burla, le preguntó qué había hecho. Como si con esa edad no supiese como se tiene que follar a una mujer. Este decidido como era, le dijo:

  • Ahora que es verano, deja la puerta de tu casa abierta e iré a enseñartelo.

Se despidieron y ella entró en su casa riéndose a carcajadas.

Ya eran las 11 de la noche, cuando el muchacho se acercó a la puerta de la casa que él esperaba encontrar cerrada, pero sorprendentemente se la encontró abierta. Este al ver luz al final de las escaleras, subió y abrió la puerta de la habitación que estaba iluminada. La viuda de Don Agustin estaba desnuda sobre la cama, con las piernas abiertas y abanicándose. Su peludo chocho enmarcaba la entrada a una oscura cueva, como si fuese la entrada de un túnel de las vías de la época. Sin preámbulos y sin intercambiar palabra, el joven se desnudo y metió su priapo dentro de ella. La impaciencia de la juventud y un deseo irrefrenable hizo que este llegase al orgasmo demasiado pronto. Ella con la experiencia que dan los años, sin que éste se moviese se la puso en la boca hasta que volvió a estar duro como un bastón de madera.

Esta vez sí, ambos llegaron a un orgasmo que les transportó a los más dulces placeres.

Durante todo el verano la puerta de la viuda de Don Agustín estuvo abierta. Cuando llegó el otoño, su joven amante se enamoró de una chica de su edad y ya no le quedaba tiempo para visitar y complacer a su gozadora maestra.

Aún sabiendo que eso podía pasar, la viuda de Don Agustín lloró desconsoladamente.

FINE