La VIUDA BLANCA 2º -.- Adulterio preventivo -

Cuando los celos de Marisa amenazaban con destruir su longevo matrimonio, Salva salvó la situación sugiriendo una cita a ciegas para que su voluptuosa vecina conociera a Simón; uno de los compañeros de trabajo del bombero. No obstante, ese adúltero no tardó en arrepentirse de tan disparatada idea.

A raíz del tremebundo polvazo que Salvador perpetró, junto a su voluptuosa vecina a principios del presente mes de mayo, las cosas han mejorado en lo que se refiere al longevo matrimonio de los Alfaro.

Como es habitual en casos de infidelidad, el adúltero de la relación tiende a compensar a su cónyuge aun sin que la cornuda esté al tanto de lo ocurrido.

Por su parte, Clara aparcó aquel pretérito desliz lujurioso y vuelve a comportarse como una madre respetable; una agradecida amiga que jamás se follaría al marido de quien tan generosamente se ocupa de su niño pequeño cuando ella tiene compromisos literarios; una viuda que todavía guarda el luto por el esposo que perdió hace poco más de tres años.

Se pueden contar con los dedos de una sola mano los actos depravados e imperdonables que esa mujer tetona a cometido a lo largo de la última década. Sin embargo, sus flagrantes fechorías carnales son tan deleznables que le conllevarían penas de prisión si fueran sometidas al juicio de un jurado.

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MARISA:  Hoy es la gran noche de Simón, ¿no?

SALVA:     Eso depende. Veremos si se caen bien.

MARISA:  Yo creo que hacen buena pareja. Ya verás que sí.

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Subido a una silla, Salvador se dispone a reponer uno de los fluorescentes de la cocina. Cerca de él, su esposa sigue dándole conversación refiriéndose al compañero de trabajo del bombero.

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SALVA:     Quizás a Clara le den un poco de grima las quemaduras de su cara.

MARISA:  ¿Qué dices? No se ven tanto. Además, le dan un toque varonil.

SALVA:     ¿Acaso quieres que me queme yo también para ser más sexy?

MARISA:  No0Oh. Tú ya estás bien así. Con estos músculos y esta estatura… Sea como sea: dudo que ella le dé demasiada importancia al exterior. De ser así, jamás se hubiera casado con Camilo.

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Salva guarda silencio. Nunca lo admitiría delante de su mujer, pero se arrepiente de haber propuesto una cita a ciegas para que su vecina y su colega se conozcan.

El caso es que, justo cuando parecía que el matrimonio de los padres de Eugeni iba a quebrarse a causa de los insostenibles celos de Marisa, al marido de aquel tapón huesudo se le ocurrió sugerir que todo sería distinto si Camilo siguiera con vida, o si Clara tuviera una buena relación de pareja. No en vano, ese pibón moreno de preciosos ojos verdes focaliza el grueso de las inseguridades que desestabilizan a tan menuda ama de casa.

“En mala hora verbalicé mi idea. Si Simón y Clara llegan a formar una pareja formal, puede que jamás pueda volver a tirármela”

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MARISA :  Perfecto. Como decía mi abuela: "qué importante es tener un hombre en casa".

SALVA:     No tiene complicación. Llegarías igual que yo si no fueras tan bajita.

MARISA:  O me estamparía contra el suelo. Con lo patosa que soy…

SALVA:     Buenoo. Creo que iré a recoger a Simón. Tiene el coche en el taller y le he dicho que le acercaría. Le da cosa que sea ella quien vaya a por él en la primera cita.

MARISA:  Pero ya han hablado por el chat, ¿no?

SALVA:     Sí, bastante, pero ya sabes: es tímido e inseguro. No quiere causar mala impresión.

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Salvador ha descabalgado de la silla y no tarda en regresarla a su sitio. Alumbrado por la luz blanca del cilindro nuevo que acaba de reponer, levanta la mano a modo de despedida.

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-Dale buenos consejos, tú que la conoces-   sugiere ella ya desde lejos.

-Descuida-   contesta él apoderándose de las llaves de su coche   -Me voy-

-Adiós, papá-   se escucha desde la habitación de Eugeni.

-Adiós, hijo. No tardaré mucho-

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Todavía contrariado, aquel hombre familiar cierra la puerta, tras de sí, y abre la cerradura automática de su auto a unos cinco metros de distancia.

Aún falta un rato para que el sol se esconda tras las montañas, pero las nubes más próximas al horizonte ya se han teñido con colores anaranjados pintando un hermoso paisaje vespertino. Una suave brisa primaveral peina, amablemente, el pelo corto de un valiente bombero que no lo es tanto cuando, en lugar de enfrentarse a las llamas, le planta cara a la mujer que desea.

Al tiempo que ocupa la plaza del conductor, logra vislumbrar una cálida luz en una de las ventanas de la casa de su vecina. Intentando sobreponerse, arranca el motor y conduce unos metros, pero, tras doblar la segunda esquina, detiene su marcha.

“¿Por qué me limito a seguir la corriente? No quiero que esto ocurra”

Pese a que casi se cumplen tres semanas de la consumación de tan catártica cópula extramatrimonial, no ha vuelto a propiciarse ninguna oportunidad para que aquel fornido bombero reincidiera junto a la más exuberante de las escritoras.

Salvador tuvo que interrumpir sus vacaciones para ir destacado, junto a sus compañeros, a los bosques del interior de la península. Estuvo fuera dos semanas para extinguir el incendio que devastó parte del parque natural más importante de la meseta.

Tras su regreso, Marisa, los niños de Clara y una cadena de despropósitos, aliñada con una buena dosis de inseguridad, consiguieron frustrar la realización de las fantasías de un tipo que no ha dejado de anhelar la repetición de su adulterio.

“Tengo que hablar con ella antes de que se vea con Simón. Voy a dejar las cosas claras; a poner las cartas sobre la mesa”

Salva aparca el coche consciente de que la presente ubicación no es visible desde su casa. No quisiera que Marisa se asomara por la ventana y constatara que su marido no se halla en ruta.

Mientras anda por la acera, reflexiona acerca de la incidencia que podrían tener sus faltas respecto a su armoniosa vida familiar.

“Con lo de Paula, me fui de rositas. Hace más de medio año que no sabemos nada de ella”

Desde que su hijo se cambió de instituto para superar lo de aquella niña cachonda que lo tenía loco, las aguas parecen haber vuelto a su cauce. Sin embargo, todo es distinto cuando se trata de la mujer que vive justo en la casa de al lado.

“Sería más fácil si Clara estuviera lejos, o si Marisa no fuera tan celosa y desconfiada”

A pesar de las diferencias que ha tenido con su pareja, en el pasado, Salvador nunca se ha planteado el divorcio. Ama a su esposa; a la madre de su hijo; a su compañera de vida…

No obstante, su falo señala en otra dirección cada vez que levanta la cabeza. Sea en el frenesí de una paja trepidante o en la consumación de un coito conyugal, siempre es Clara quien ocupa la mente incendiada de aquel bombero lujurioso.

Notándose el pulso acelerado, Salva pone su dedo sobre el timbre adjunto a la puerta principal de su vecina, pero no llega a pulsarlo, pues tiene miedo de que el sonido resultante llegue a oídos de Marisa. Finalmente, opta por golpear la puerta con los nudillos, suavemente, repetidas veces.

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-Hola-   dice Clara tras abrir la puerta   -Pensé que serías… … aunque aún es pronto-

-¿No recuerdas su nombre o es que no quieres decirlo?-   pregunta con cierto disgusto.

-Claro que me acuerdo, tonto-   responde ella sonriendo   -Anda, pasa. ¿Qué ocurre?-

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La mujer le cede el paso para invitarle a entrar. Lleva un vestido negro y ceñido, aunque la blusa cruzada que abraza su torso es algo más holgada.

Un peinado elegante, maquillaje sutil, y una sobria gargantilla elástica rodeando su cuerpo cual tatuaje…

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CLARA:  Tengo que darte las gracias otra vez por lo de Simón.

SALVA:   Bueno, yo solo le comenté que…

CLARA:  Es muy majo y está loco por mí. Creo que nos irá de lujo.

SALVA:   Él es un tipo… … solitario y callado, pero me cae muy bien.

CLARA:  Desde que murió Camilo, no he vuelto a tener una relación. Creo que ya va siendo hora de que lo intente.

SALVA:   ¿Y tus hijos? ¿Dónde están?

CLARA:  Blas ha salido con su pandilla y Lucas está con mi amiga Becky.

SALVA:   Ah, Rebeca, tu editora, ¿no?

CLARA:  Es mucho más que eso. Le comenté lo de mi cita y se ofreció a…

SALVA:   Podrías habérselo pedido a Marisa.

CLARA:  Sí, bueno. Después de lo que ocurrió, aquel día, me parece que sería tener mucho morro.

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La voz de Clara se ha tornado susurros con su última frase.

Salvador recupera la expresión intensa que traía consigo al intercambiar las primeras palabras con su vecina. Esa alusión al licencioso episodio que tuvo lugar en aquel mismo escenario en el que ahora se encuentran le devuelve al asunto que pretendía descorchar en un primer momento.

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SALVA:   A propósito de ello…

CLARA:  No, Salva. No hablemos de aquello. Mejor lo olvidamos, ¿vale?

SALVA:   ¿Cómo quieres que me olvide? Llevo semanas pensando en ese calentón.

CLARA:  Yo también… … ¿sabes? Me refiero a que… … no lo mencionemos. Guardémoslo como un secreto íntimo y personal de cada uno. No quiero ser la mujer que rompió una familia después de más de quince años. ¿Cuánto hace que estás con Marisa?

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Salvador prefiere tomarse aquella pregunta como si de un interrogante retórico se tratara, pues le da pavor sumar las tres décadas enteras que conforman su dilatada trayectoria conyugal.

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-… … … … ¿Es que has crecido?-   pregunta él aún desconcertado.

-Qué va-   responde ella con repentina naturalidad   -Llevo tacones, ¿no lo ves?-

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Al bajar la vista, el hombre distingue un estiloso calzado abierto y puntiagudo que ata sus cordones en un par de espirales que se entrecruzan por la pantorrilla sin llegar a alcanzar la rodilla.

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CLARA:  Aun así, sigues siendo bastante más alto que yo.

SALVA:   Simón no tiene mi estatura, ni mi corpulencia. No es tan musculoso, y apuesto a que se correrá en cuanto lo toques. Además, desde que se quemó, el verano pasado, se ha vuelto un cobarde traumatizado y… … le asusta el fuego. Un bombero que se caga en cuanto ve las llamas. ¿Dónde se ha visto?

CLARA:  Cállate  ya. ¿Qué te pasa? ¿Estás celoso?

SALVA:   ¿Celoso yo?

CLARA:  Antes me has dicho que te caía muy bien.

SALVA:   No tanto como para que sea tu novio.

CLARA:  ¿A qué has venido exactamente, Salva? ¿Es que le vas a pedir el divorcio a tu mujer porque quieres mudarte aquí? ¿Justo al lado de la casa de tu familia?

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Incapaz de hallar una respuesta razonable, Salvador guarda silencio a la vez que cierra los puños con fuerza. Se siente torturado por una contradicción que enfrenta a su razón contra sus instintos más primarios y apasionados.

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CLARA:  Soy mucha mujer para conformarme con ser "la otra". Me merezco algo más.

SALVA:   ¿Y si nos fuéramos muy lejos?

CLARA:  ¿Con mis niños? ¿Te despedirías de Eugeni y de Marisa? Vamos. Vuelve a poner los pies en la tierra. Me gusta mi casa, mi barrio… Me ilusiona conocer a Simón después de tanto chatear y hablar por teléfono.

SALVA:   Sí, ¿por eso te has puesto tan guapa?

CLARA:  Claro, vamos a ir a un sitio elegante. Tengo ganas de ver la cara que pone cuando me quite la blusa.

SALVA:   ¿Qué? ¿Por qué? ¿Es que no llevas nada debajo?

CLARA:  Sí, precisamente. El vestido es de Becky. Ella es más delgada y está plana. Ya es un modelo atrevido cuando lo lleva ella, pero con mis tetorras…

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Salva baja la mirada para escudriñar la sutil transparencia de aquel complemento de encajes negros. Por primera vez, se permite repasar el generoso perfil mamario que se esconde tras una prenda destinada a guardar el suspense durante los primeros minutos de la inminente cita de Clara.

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SALVA:   A ver… … Enséñamelo.

CLARA:  No. Mejor que no. Sería muy cruel por mi parte.

SALVA:   Vamos. Después de todo lo que hemos pasado, ¿qué mal podría hacerme?

CLARA:  De verdad. Te veo muy turbado. No quisiera empeorar las cosas.

SALVA:   Me lo debes. Soy yo quien te puso en contacto con Simón.

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Aun siendo plenamente consciente de su arrebatador atractivo, aquella despampanante mujer accede a las súplicas de su vecino. Tras deshacer el nudo inferior que mantenía el cruce entre los dos lados de su atuendo superior, se desprende de él sinuosamente.

Salvador ha quedado petrificado y sin aliento. No puede creer lo que ven sus ojos: ese escote asimétrico llega hasta el ombligo de Clara anudado por un cordón que, mediante un tenso zigzag, mantiene apretados aquellos enormes pechos de infarto.

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SALVA:   No puedes… … no puedes ir así.

CLARA:  Llevaré la blusa hasta que llegue el momento de quitármela.

SALVA:   Es que quieres tirártelo en la primera cita.

CLARA:  Tú y yo ni siquiera tuvimos una primera cita y, aun así… No te pareció mal que folláramos ese día.

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Mientras Salva asimila semejante falta de objetividad, su teléfono suena alojado en el bolsillo trasero de sus pantalones.

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  • ¿Sí?

  • Sí, Simón. Ha habido un cambio de última hora. Te pasaré a buscar en media hora.

  • No, nada importante… … La amiga de Clara no podía quedarse con el niño hasta…

  • Sí, no te preocupes. Ya está todo arreglado.

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Atónita, ella gesticula silenciosamente sin entender lo que pretende aquel bombero calenturiento.

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  • Que no, que no. TÚ tranquilo. Todo está bien.

  • Perfecto. En media hora estoy ahí.

  • Vale. De nada. No te preocupes. Hasta ahora.

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CLARA:  Pero ¿por qué…?

SALVA:  Te voy a follar, aquí y ahora, solo una vez más.

CLARA:  No. No, nono. ¿Es que no has escuchado nada de lo que te he dicho?

SALVA:  Síiíh. No volveremos a hacer mención de ello. Lo guardaremos como un secreto íntimo y personal de cada uno.

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Mientras replica las mismas palabras que ha pronunciado su vecina, hace apenas cinco minutos, Salva se quita la camiseta haciendo oídos sordos a las negativas de Clara y a sus propios temores; unos miedos que lo han mantenido a ralla hasta el último momento.

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CLARA:  He quedado con Simón en nada.

SALVA:   Técnicamente, todavía no salís juntos; no hasta dentro de media hora.

CLARA:  Pero… … me estará esperando.

SALVA:   Que espere un ratito. Después de esto, juro que no me interpondré.

CLARA:  Ya, pero es que…

SALVA:   No podré superarlo si te juntas con él sin que antes…

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La cara apenada de Salva lo dice todo sin necesidad de que el hombre termine la frase. Atento al mudo posado de su anfitriona, el visitante se desabrocha los pantalones con premura.

Clara intenta no mirarle para mantenerse lúcida, pero, al apartar sus ojos, se topa con su propio reflejo en el espejo del pequeño vestíbulo abierto que ejerce de antesala del comedor. Se sorprende al encontrar a una mujer tan glamurosa y sexy; alguien que, sin duda, es merecedora del mejor de los polvazos.

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SALVA:   Ni siquiera tienes que quitarte el vestido.

CLARA:  ¿Tanto te gusta?

SALVA:   Me has puesto malo-malito. Mira:

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Ya con los pantalones a la altura de los tobillos, Salvador adelanta su pelvis para dar mayor notoriedad a la tremenda erección que se esconde tras sus oscuros bóxers.

La luz dorada de la puesta de sol se cuela por la ventana del salón para iluminar, artísticamente, el obsceno perfil de un hombre que no quiere quedarse con la espina clavada; que no está dispuesto a arrepentirse, el resto de sus días, de haber dejado pasar esa oportunidad fugaz.

Clara sigue haciéndose la estrecha. Ha dado un par de pasos atrás, con sus afilados zapatos negros, hasta apoyar su culo en el borde de la encimera que hay ya en una de las paredes que dan forma al salón.

No se le olvida lo que ocurrió, a principios de mes, en aquella misma estancia, y una parte de ella, cada vez más dominante, arde en deseos de volver a caer en la tentación.

Un sonoro mensaje llama la atención de esa mujer dubitativa. El móvil en cuestión permanece encima del mueble de madera negra en el que se había reclinado Clara, quien se voltea para leer las letras iluminadas que aparecen en la pequeña pantalla.

Mediante una lectura acelerada, constata que se trata de una breve nota en la que Simón confirma la demora de su cita. Sin siquiera sujetar el dispositivo, empieza a teclear un mensaje de respuesta, pero pronto desatiende su cometido digital, pues un lascivo abrazo trasero la sorprende de repente.

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CLARA:  ¿Qué haces? Salva, te he dich0 que no puedo hacerlo.

SALVA:   ¿Es que quieres que te lo suplique? Puedo ponerme de rodillas si es necesario.

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Sin siquiera esperar la respuesta de su vecina, el bombero se postra, muy pegado a ella, e infiltra sus dedos por debajo de aquel traje de noche que termina a medio muslo.

Clara, todavía sin voltearse, no presenta demasiado oposición al notar cómo las grandes manos de Salvador van al encuentro de unas bragas del todo inexistentes.

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SALVA:  ¿Es que no llevas…?

CLARA:  Estaba eligiendo la lencería adecuada cuando has llamado. Tengo mi pequeño repertorio encima de la cama. Llevo rato probándome conjuntos, ¿vale? Estaba pensando en ponerme medias o pantis.

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Aquella excusa es de lo más lógica y convincente. No obstante, Salva continúa manoseando las nalgas de esa elegante dama culona como si esperara dar con algún tipo de ropa interior.

Poco a poco, el vestido de Rebeca ha ido trepando hasta revelar el suave y pálido relieve redondeado del trasero de Clara; una mujer que aspira a iniciar una relación romántica con otro hombre a lo largo de esta misma noche.

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SALVA:   Ojalá mi amada esposa tuviera un culazo como el tuyo.

CLARA: N o se a s ma l o. Seguro que Marisa tiene cosas buenas.

SALVA:   A tu lado, es como un pingüino raquítico rivalizando con un cisne majestuoso.

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Salva ha podido verbalizar, al fin, la ocurrencia que tuvo en la mañana de un primer domingo de mayo ahora muy lejano.

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CLARA:  ¿Un cisne? Ja, ja, jah. Un cisne negro tal y cómo voy ahora. Aunque dudo que tenga buen cuerpo para el valet, precisamente. Rompería el mallot con mis enormes tetas.

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Mientras Clara divaga sobre la incompatibilidad de sus generosas medidas con la disciplina de la danza clásica, Salvador vuelve a ponerse en pie permaneciendo, todavía, en el ángulo muerto de su anfitriona.

Sin previo aviso, cuela su portentoso miembro entre los muslos de aquella permisiva viuda candente, y no tarda en rozar, con el glande, una humedad vaginal que legitima esa licenciosa carnalidad extramatrimonial.

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CLARA: C ómo m e ha s pue s to, S a lva… … N o es j ust o . Yo n o que r ía…

SALVA:   Lo que no es justo es que estés tan buena. No es justo para las otras mujeres.

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Al poco de escuchar aquella jocosa proclama, Clara nota cómo su fornido invitado la penetra firmemente. Ese profundo ingreso lubrificado la premia con unas furtivas sensaciones de lo más placenteras que pronto se verbalizan mediante tímidos gemidos agudos.

Apoyada en el lateral de aquella amplia cómoda, esa refinada escritora sufre las fuertes embestidas de un bombero en llamas que la ha deseado durante largos años; desde la primera vez que la vio al instalarse en la casa del al lado.

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CLARA:  Oo0h… … Síiíh… … Qué bieeen… … mmmh.

SALVA:   ¿Lo ves?… … Valía  la penah… … o0h.

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Los afilados tacones de Clara apenas logran rozar el suelo con la intermitencia de unos fuertes empujones que van ganando en rapidez y sonoridad.

Con ambos codos apoyados sobre la superficie de ese mueble rectangular, la mujer tira, accidentalmente, un par de retratos que enmarcan la figura sonriente de su difunto marido junto a ella.

Salvador tiene bien sujeta a su vecina por la cintura mientras contrae su pequeño culo masculino en cada acometida. No se ha desprendido de su oscuro calzado deportivo, pero tanto sus pantalones como sus gayumbos defenestrados han caído sobre él ocultándolo por completo.

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CLARA:  Síiíh… … hhh… … Más fuerteh… … Máaáaás.

SALVA:   ¿Más?… … Te pareceh… … hhh… … ¿Te parece poco?

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Salva acepta el reto y se aplica a fondo para azotar a Clara con toda su hombría. Los impactos cutáneos de nalgas contra pelvis empiezan a sonar como un aplauso individual entre gozosos jadeos bilaterales.

Sobrepasado por semejante ajetreo mamario, el cordón que anuda el vertiginoso escote de aquella hembra en celo pierde tensión, permitiendo que los grandes pezones que aprisiona se asomen al exterior cual reclusos curiosos que fisgonean, entre los barrotes de su celda, para observar los tumultos del exterior.

Salvador rebaja el tirante izquierdo de su amada para fomentar ese anárquico vaivén obsceno. Sus manos recorren el cada vez más desnudo cuerpo de Clara, y pronto se apoderan de unas tetas que no han dejado de conquistar su libertad con cada sacudida.

La noción del tiempo del uno y de la otra se desfigura a lomos de un sinfín de rápidas repeticiones lujuriosas que dan forma al más placentero de los jolgorios habidos y por haber.

Consciente de que aquel segundo fornicio vecinal puede ser también el último, ese hombre enrabietado afina sus sentidos para disfrutar de tan gloriosa propina carnal.

“A diferencia de mí, es una mujer leal. Siempre le fue fiel a Camilo. No tendría por qué ser distinto con Simón”

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CLARA:  Aaah… … mmmh… … hhh… … Síiíh… … Síiíiíih.

SALVA:   Tomaah… … hhh… … Tomaah… … Para  que no te olvides de mí.

CLARA:  Síih… … Si te veoh casi ah… … hhh… … a diarioo0h.

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La réplica de Clara se ve atropellada por un estremecimiento orgásmico que recorre el cuerpo de tan voluptuosa fémina. Mordiéndose el labio inferior, gime contenidamente a la vez que sufre un leve temblor de piernas.

Salva no se detiene y, muy cerca de su propio desbordamiento, intensifica su ritmo frenético para conquistar la cima de su concupiscente expedición adúltera. Tras contener la respiración durante unos pocos segundos, exhala vehementemente manteniendo un último empuje que aplasta las nalgas de Clara contra la cómoda.

Presos de un gozo embriagador, ni él ni ella aciertan, todavía, a valorar lo inadecuado de aquella instintiva inseminación, pues, de un modo muy primario, ella deseaba recibir la semilla de su fogoso vecino tanto como él ansiaba inyectársela.

Salvador sigue zarandeado por los sonoros ecos de uno de los mejores orgasmos de su vida, pero su duradera erección empieza a perder vigor con cada uno de sus latidos y no tarda en abandonar su húmeda madriguera.

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CLARA:  Simón… … hhh… … Simón desea tener un hijoh. Espero que no acabemos de engendrar a su pequeño.

SALVA:   Mis genes son mejores… … hhh… … ¿Quieres a un niño alto y fuerte?

CLARA:  ¿Y si es niña?

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Clara se baja la parte inferior de su vestido, y pronto restituye la integridad de su desaliñado escote. Su peinado recogido necesita un buen repaso, pero es su mente la que está más destartalada en estos precisos momentos.

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CLARA:  Tienes que ir a buscarlo ya mismo. Estará impaciente.

SALVA:   Sí, sí. Aunque… … necesitaría ir a tu lavabo un momento.

CLARA:  Claro, claro. Es al fondo a la derecha.

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En cuanto se queda sola, la mujer piensa en cómo este desatino podría manchar, en secreto, el comienzo de la inminente relación con Simón; un vínculo que podría ser el definitivo; un matrimonio que podría triplicar o incluso cuadriplicar la duración de las pretéritas nupcias que mantuvo con el difunto Camilo.

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[LA VIUDA BLANCA 2º]

-por GataMojita-