La visitante
Esta es la historia de como una de mis sumisas me ofrendó a su propia prima para que pasáramos una noche de pasión y lujuria
Yo salía con una chica que conocí por amigos comunes, ella era (sigue siendo) sumisa y yo Dominante, así que después de salir como amigos algunas veces, acepté a tomarla como mi aprendiz y con el paso de los días la volví mi sumisa.
Nuestra relación era increíble pues la chica que entonces tenía 19 años (yo tenía 25) era sumamente inteligente, sensual, atrevida y pervertida. Hacíamos de todo, la llegué a llevar a cines para adultos o sitios públicos donde la exhibía con ropa muy provocativa, la sacaba a pasear con su cadena y ella feliz, irremediablemente terminábamos haciéndolo en lugares públicos y en toda ocasión, ella era inmensamente feliz complaciéndome, conforme íbamos avanzando en nuestros encuentros se volvían más y más intensos.
Luego de unos meses, un día me pidió que la acompañara a ella y a una prima suya que había llegado de visita de Sonora, ambas eran preciosas: mi sumisa era una niña de tez morena clara, un rostro muy dulce y cabellera rojiza, tenía un cuerpo que para su edad daba un morbo impresionante, sus senos eran más bien grandes, y sus nalgas paraditas, redondas y firmes; ella se veía impresionante usando vestidos y faldas, levantando su al rededor de 1.65 en tacones muy altos que le hacían casi estar a mi altura (1.74). Siempre cortas y ceñidas o con telas muy ligeras y con amplio vuelo. La enseñé a mostrar su cuerpo con orgullo y excitación, después de mí sólo usaba escotes lo suficientemente amplios ya fuera de frente o en la espalda, donde Luis un tatuaje de un árbol de cerezo y una media luna. Amaba ese tatuaje, era un paisaje que me encantaba besar y tocara cada que quería. Suprima en cambio era muy clara de piel y con una cabellera más bien castaña clara y sus ojos color miel no pasaban desapercibidos; ella era poco más alta que mi sumisa, pero el día que la conocí llevaba unos botines con tacón que no eran tan altos así que las estaturas se emparejaban de algún modo.
Total que salimos a pasear por la ciudad y terminamos en un bar tomando de lo lindo. Ya en la peda y en confianza, empezamos a hablar de temas cachondos y en una de esas mi sumisa le confesó que éramos amantes, eso no le sorprendió por como nos mirábamos y las libertades que me tomaba con ella como abrazarla y besarla.
—Se ve que se la pasan muy bien— le dijo la prima.
—¿Bien? Bien es muy poco prima, nos la pasamos en el cielo, además si yo te contara las cosas tan ricas que sabe hacer mi Amo… Digo, mi amigo.
La prima se sorprendió e hizo la pregunta natural: Qué era eso del Amo, y pues ya en confianza le dijimos en lo que consistía nuestra relación D/s.
Mi sumisa le empezó a contar que nuestra relación era, fundamentalmente un acuerdo de placer mutuo donde ella, como mi sumisa, se entregaba a mí para que yo dispusiera de ella como creyera más conveniente, que yo era su dueño y como tal tenía lleno derecho sobre ella porque ella así lo deseaba. También le explicó que a cambio, yo me había comprometido a cuidarla, guiarla y pervertirla hasta convertirla en una puta, pero que para bada pensara en la palabra puta como una expresión peyorativa, al contrario.
Puta era la forma más clara y contundente en que yo le demostraba mi amor y respeto, pues ella no era cualquier puta, no, era MÍ PUTA, mía, sólo mía, como jamás sería de nadie. Puta significaba la aceptación de su libre ser plagado de deseos irrefrenables que merecían ser satisfechos por un hombre que fuese lo suficientemente inteligente y seguro de sí mismo, buen amante última sobre todo un sabio guía con una verga tan jugosa y deseos tan pervertidos que no dudara en llevarlos a cabo con ella.
Mientras mi sumisa le relataba como la amarraba, la exhibía, como se la metía y todas las cosas que le hacia, la prima entreabría la boca y se agitaba levemente. Al final más por guasa que en serio y al ver que si se había puesto caliente, le dije: Pues cuando quieras puedes venir a jugar con nosotros. Ella se rió nerviosa pero mi sumisa sabía que yo nunca digo aló que no estoy dispuesto a cumplir.
A parir de ese momento mi sumisa no dejaba de alabarme como amante e insinuarse descaradamente a su prima, cuando se pararon a bailar la tocaba de la forma más sensual posible y le decía que me mirada, que pocos hombres sabían bien que hacer con dos mujeres en la cama y que yo era uno de esos pocos hombres. El alcohol había relajado a la prima que se dejaba hacer. Al volver a la mesa me besaba y me mañoseaba y me pedía que yo la tocara, sabedor que lo hacía más por calentar a la prima que realmente para llevárnosla a la cama más que por un egoísta deseo de satisfacción, yo accedía a sus deseos besándole los senos por encima de la delgada tela de su vestido, apretando su cuello y mordiendo su boca, metiendo mi mano por debajo de su falda y entre sus piernas para luego llevar sus dedos empapados en su excitación a su boca. Mi sumisa en otras circunstancias ya me habría mamado mi falo caliente y sentado sobre el en pleno bar, pero se contenía para que su deseo impregnara todo el ambiente y en especial así prima. No sólo se sé exhibió como la tremenda puta que era, sino que además me llamaba Amo, Dueño, Señor. Y la prima más peda y caliente.
Ya cuando cerraron el bar las iba a llevar a su casa, pero entre tanto faje, la insistencia de mi sumisa y el morbo de la prima, terminamos en mi departamento tirados en el sillón.
La prima vio de lo más atónita como mi sumisa se puso en cuatro en la entrada del departamento y entró gateando, como se quitó la ropa dejando únicamente las medias y los tacones y como, mientras ofrecía algo de tomar a mi invitada, ella me besaba los pies con una devoción exacerbada.
La prima bebió otra cerveza mientras mi sumisa le enseñaba las cuerdas, la fusta, la cadena, las velas, las bolas chinas, todos los artilugios que teníamos en casa para jugar. Cuando sujetó en las manos un plug anal, se rió diciendo que jamás le habían metido nada por el culo. Mi sumisa tomó el juguete de metal y se lo puso en la boca apuntando hacia adentro primero y luego hacia afuera; a gatas recorrió las piernas de su prima hasta llegar a donde terminaba la falda y acaricio sus muslos con la punta del plug. La prima gimió, cerró los ojos y abrió más las piernas. Cuando cerró los ojos aproveché para besarla. La prima se dejó y mi sumisa bordeó su cuerpo con su boca dejando el plug en el sofá hasta alcanzar sus senos.
Mi verga dura sintió una mano, no supe de quien, la boca de mi sumisa estaba concentrada en los pezones duros de su prima mientras que ella metía su lengua en mi boca como loca.
En un momento mi sumisa se apartó y nos dejó solos entre besos. Mis manos no dudaron en tocarle toda, sus senos, su cintura, sus piernas y muslos, sus nalgas. Era una bestia enervada, llena de deseo, igual que la prima que no dejaba de masturbar mi falo erecto. Entonces vi por el rabillo de mi ojo derecho que mi sumisa había vuelto con unas esposas y muy sutilmente de las puso a la prima, luego por su cuello pasó por su cuello una cadena de entrenamiento que puso en mi mano. La prima sólo se dejaba hacer niña quedó luego boca abajo, y mi lengua alcanzó su sexo que para entonces ya estaba empapado. Le rompí la ropa interior, las medias y parte del vestido, ella sólo gemía y mientras metía mis tres dedos medios de la mano derecha, mi sumisa colocó su coño en la boca de su prima. Cuando ella empezó a lamer, mi sumisa me pidió permiso para azotarla, lo concedí y así lo hizo diciéndole a la prima que primero debía pedirme permiso. La prima gimió y ahogo el grito, como pudo intentó mirarme y alcanzo a decirme —Señor, permítame lamer a mi prima— Me reí, mi sumisa le dio un par de azotes implacables con el fuete, uno en las nalgas y otro en la espalda; la prima gritó sin reparo y soltó unas lágrimas que pusieron aún más encendido mi fierro.
—No soy tu prima— dijo sumamente convencida —soy su perra, su puta, entiendes, igual que tú ahora.
Este comentario hizo que la prima ardiera en deseo, una oleada de humedad inundó el coño de la chica y convulsionó un par de ocasiones, no lo podía creer, era el primer orgasmo de la noche, de la puta de la prima que no aguantó las ganas y bañó mi mano con voy sus jugos.
—Torpe— le dijo mi sumisa —Nosotras terminamos sólo sí nuestro dueño nos lo autoriza— y jaló su cabello arqueando su espalda.
—Es su primera vez
—
le dije sereno. Mi sumisa había aprendido esa dura lección a punta de azotes y castigos cuando recién iniciamos su educación, pero ahora que la había moldeado a mi antojo, podía hacer que se viniera tan sólo con desearlo. La prima lo entendió, se disculpó y de paso me agradeció que la tomara. Le pregunté si ya antes había fantaseado con ello y respondió que sí; conforme me empezó a contar como desde que empezó su pubertad tenía la loca fantasía de ser violada, mi falo duro se ponía más listo para cogerla. Sin pensarlo dos veces de la metí de un empujón y ella gritó como loca.
—Sigue contándome— le dije.
—
Cuando era más chica vi una película donde a la protagonista la violaba un extraño, la secuestraba y la torturaba, pero yo en vez de espantarme me sentía más excitada conforme más iba viendo.
No pudo terminar la frase, mis envestidas la hacían gemir como loca, empezó a gritar luego diciendo que era una puta, que merecía ser violada, que por perra había salido vestida como una puta porque buscaba una verga dura y gruesa como la mía. Me suplicaba que la partiera, que la ultrajara, y yo le di gusto hasta en el último detalle.
Al tiempo que la penetraba mi sumisa se sentó en su cara y la prima entonces empezó a lamer.
Vinieron dos orgasmos más, uno de la prima y otro de mi sumisa, luego intercambiamos posiciones, cogía por el culo a mi sumisa y ellas de practicaban un 69.
Vinieron las primeras nalgadas, azotes con la palma de mi mano y luego con la fusta que hicieron surcos en la piel de mi sumisa. El sonido hizo que la prima deseara también su dosis, suplicó como una buena perra que la azotara y así hice.
Los golpes caían a diestra y siniestra sobre las nalgas de ambas putas sin un orden particular. Ellas a gatas paraban sus culpa y se besaban apasionadamente mientras recibían mis embestidas y mis azotes.
Las cogí una y otra y otra vez a las dos y entre ellas hasta que me vacié en la boca de mi sumisa y ella le hizo probar a su prima, en un beso apasionado, el sabor de mi semen.
Terminamos recostados en mi cama en silencio, dormidos, extasiados, y unidos como familia.