La visita inesperada
Una amiga de mis padres viene a hacerme una visita mientras estoy solo en la casa del pueblo
"Quiero ser tu puta". Dijo ella.
Me había levantado a por otras dos cervezas y cuando volví ella se estaba quitando la blusa. También se desabrochó el sujetador dejando sus pequeños pechos al descubierto. Es 20 años mayor que yo y a pesar de haber cumplido más de 65 primaveras sus tetas seguían erguidas y sus pezones firmes.
Dos días antes estaba leyendo una revista en la escalera que da acceso a la terraza de mi casa en el pueblo. Un lugar un tanto apartado, pequeño, en las faldas de la sierra de Leire del que es originaria mi familia. Era una tarde de verano calurosa, pero el sol ya se había puesto y apetecía salir a la calle.
"¡Hola!". Levanté la vista y allí estaba Juana. Una amiga de mis padres a la que hacía tiempo que no veía. Supuse que habría venido a visitar a su prima, que vive en una casa calle abajo. Sonreí y la saludé amablemente plegando la revista. Me daba vergüenza que ella se fijara en mi lectura sobre húsares, regimientos de línea y mapas militares llenos de flechas. Pensará que soy un friki. Y tendría razón.
La invité a subir. Desde que mi padre había reformado la casa ella no había estado en el pueblo, debido a la pandemia, en gran parte. Hablábamos cortesmente mientras le enseñaba la casa. Salimos a la terraza, que tiene unas vistas expléndidas de la frontera con Aragón, la sierra de Peña, el río... Todo el mundo que sube a esa terraza hace el mismo comentario, "qué vistas". Yo asentí como hago con todo el mundo. Ella contemplaba el paisaje distraída y aproveché para mirar su figura de arriba abajo. Es delgada, alta. Tiene el pelo largo y castaño, supongo que con las canas disimuladas. Los pechos pequeños, hombros estrechos. Las caderas son anchas y las piernas largas. No me pude resistir. No sé por qué me atreví a hacer semejante imprudencia. Conozco a su marido, maldita sea, pero posé mi mano sobre sus nalgas. Ella se sorprendió, pero cuando me miró sonreía. Yo no quité mi mano, seguí palpando sus preciosos glúteos y disfrutando de ello. Pasaba mi mano de una nalga a la otra. Después de unos minutos empecé a frotar mis dedos por el hueco entre ellas. Su respiración se aceleró y también la mía. Actuaba ya sin ninguna vergüenza y pasaba mis dedos entre sus piernas, por su sexo. Lo notaba caliente. "¿Vamos dentro?" dije. Ella se giró y se dirigió a la puerta de casa. En cuanto entramos dentro cogí su mano, hice que se girara y besé sus labios. Ella entreabrió la boca y enseguida estaban nuestras lenguas entrelazándose. Mis manos recorrían su cuerpo. Su cintura, sus caderas, sus pechos. Las de ella estaban posadas en mi pecho y me acariciaba con los dedos. No pensaba perder el tiempo, dado que no sabía cuánto tendríamos. Me agaché y empecé a soltar su pantalón. Ella se apoyó en la pared. La oía jadear. Bajé sus pantalones hasta las rodillas (me di cuenta de que seguía calzada, obviamente). Bese sus muslos mientras mis manos se metían entre sus bragas por detrás. Tenía su culo agarrado cuando besaba por primera vez su sexo, por encima de las bragas. Sentí su olor. Lamía sus bragas y sus ingles totalmente poseído. Ella seguía gimiendo con los ojos cerrados. Entonces decidí quitarle las zapatillas y desabroché los cordones. Bajé sus pantalones hasta quitárselos. Besé su vientre, sus ingles y su sexo por encimas de las bragas blancas mientras las agarraba con mis manos con intención de bajárselas. Y así lo hice. Su oscuro bello púbico quedó ante mí. Me levanté y la cogí de la mano para llevarla a la habitación que teníamos más cerca. Hice que se tumbara en la cama y yo me puse de rodillas frente a ella. Abrió las piernas y me sumergí. Lamí el interior de sus muslos antes de probar su delicioso coño. Estaba perfectamente húmedo. Ella empezó a gemir cada vez más alto. Seguí lamiendo mientras acariciaba sus muslos con mis manos, pero decidí aportar un poco más y después de unos minutos metí mis dedos en su vagina. Ella se estremeció de placer. No tardé mucho en saborear una especial abundancia de flujo amargo mientras la sentía contorsionarse de placer y escuchaba mi nombre casi susurrando. Mientras tenía su flujo en mi boca decidí que tenía que poseer a aquella mujer del todo. Hice que se diera la vuelta y mordí sus nalgas. Las sobé con mis manos. Cuando se entreabrieron miré su ano por primera vez. Me sentí inmediatamente atraído por aquel pequeño agujero rodeado de bello y piel oscura. Lo olí, lo besé y lo lamí. Disfruté de su sabor amargo mientras acariciaba sus nalgas sin parar. Ella parecía disfrutar. Con el embriagador sabor de su culo en mi boca me levanté, me desabroché los pantalones y saqué mi verga. Acerqué a Juana hacia mí y busqué su sexo. La penetré y después de unas pocas embestidas me vacié dentro de ella.
Yo sujetaba las dos cervezas y miraba sus pechos desnudos. Mi verga se puso erecta inmediatamente pensando en el sabor de su piel que había probado dos días antes. "Quítate la ropa", le dije mientras dejaba las cervezas en la mesa. Me desabroché el pantalón y me lo bajé a la vez que los calzoncillos. Después me saqué la camiseta. Los dos quedamos desnudos al mismo tiempo. La cogí de la mano y fuimos a la terraza. Ya había anochecido y no había ni un alma por la calle. Hice que se sentara en la mesa de madera y hierro que había fuera. Me arrodillé frente a ella, abrí sus piernas y empecé a lamer su sexo. Ella gemía mientras levantaba la mirada hacia el cielo estrellado. Era una noche cálida y despejada. Ella estaba preciosa desnuda en la oscuridad.
Me separé de su sexo. Yo quería algo más de ella. "Meate sobre mí". Ella sonrió, "¿de verdad quieres que te mee encima aquí mismo?". Asentí con la cabeza. Ella se acarició el sexo y separó los labios con sus dedos. Besé el interior de sus muslos mientras esperaba su lluvia dorada. Y de pronto brotó de ella la agüita amarilla, caliente y deliciosa. Me acerqué y me empapé de ella. La notaba por mi cuello, mi pecho, mis muslos. Acerqué mi boca a la fuente y la abrí para que se llenara. Bebí de aquel maravilloso nectar. Cuando terminó me incorporé. "Tú no eres mi puta. Eres mi diosa", dije mientras introducía mi verga en su sexo y justo antes de meter mi lengua en su boca. Follamos como nunca nadie había follado antes. Gimiendo, gritando y llenos de placer. El orgasmo nos invadió a los dos a la vez. Casi fue único para los dos. Con su sexo lleno de mi semen y sus fluidos decidí no salir y seguir hundiendo mi polla en su coño. No dejaba de estar erecta mientras nos besábamos. Empecé a moverme otra vez. Adelante y atrás. Otra vez gemíamos. Ella no apartaba su mirada de mí. Yo agarraba sus muslos, sus pechos. Otra corrida juntos.
Minutos después ella estaba apoyada en la barandilla de la terraza mirando el paisaje que había estado mirando dos días antes. Esta vez de noche, con las luces de los pueblos brillando y las estrellas en el cielo. Mi semen bajaba por sus muslos. Yo me acerqué por detrás y la abracé. Acaricié sus pechos y sus caderas. Bajé la mirada y ahí estaba su precioso culo. Mientras pasaba los dedos entre las nalgas le dije "me gusta tu sabor". Y ella contestó "vuelve a probarlo", mientras con sus manos separaba sus nalgas.
Fin
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