La Visita
Este es el relato real de cuando recibimos la visita de Cristina y Pablo (y una sorpresa más)
Hola de nuevo, queridos lectores.
Ayer hizo un mes que tuvimos nuestro primer encuentro sexual con otra pareja.
Para los que no nos conocéis somos Isa y Javier, un matrimonio normal que vivimos cerca de Madrid. Tenemos 43 años mi marido y 38 yo.
Estas vivencias, contadas en forma de relatos, son reales y, como dice mi Javier, susceptibles de que cada uno de vosotros también puede vivirlas.
Hasta nuestro viaje a Zaragoza no habíamos compartido sexo con otras personas en los 11 años que llevamos casados y, uffff, fue alucinante. Sin quererlo, y por esas casualidades que te pone el destino en su camino, en nuestra última noche en Zaragoza follamos con uno de los promotores del nuevo trabajo de mi marido y su preciosa mujer.
Esta es la historia de la visita que, si bien no había sido programada para el sexo, sí estaba claro que iba a ser bastante explosiva.
Cristina y Pablo son una pareja de lo más especial. Ella es rubia, con pelo corto, ojos verdes, con un tipazo, delgada, de pequeños pechos y con 10 años físicos menos de los que tiene en realidad. Además es guapísima y muy sexi (ummmm, la de veces que me he masturbado recordando nuestro primer juego y sus sabores).
Pablo, su marido, es alto y grande. Yo, con mi 165 cm parezco una enanita a su lado. Sus enormes formas contrastan con su virilidad, que si bien no es tan gruesa como la de mi marido, es el pene más largo que he visto en mi vida.
LUNES.
- ¡Hola, mi cielo! que sepas que Pablo y Cristina vienen este viernes a Madrid. Me dan recuerdos para ti- me dijo Javier forzando un toque indiferente mientras revisaba las cartas del banco al llegar a casa, como para hacerme un poco de rabiar. Creo que me mojé sólo de saberlo.
-¿Vienen a una conferencia? - dije temerosa de que, estando tan cerca no pudiera probar las mieles del placer que ya había probado.
No, bichilla. Vienen a pasar el fin de semana con nosotros. Pablo y yo tenemos que programar una conferencia en Berlín. Pero no creo que puedas aburrirte viniendo también Cristina, jejejjeje- dijo mi marido con su boquita torcida en plan pícaro.
No creo que estéis los dos todo el fin de semana con paleles, ¿no? - le devolví con la misma pícara intención.
Eso espero- contestó a la vez que me cogió en brazos y me llevó a la habitación comiéndome a besos.
Fue un polvo salvaje. Recordé con él el sabor de la vagina de la rubia de pelo corto mezclado del salado sabor de semen de Javier. Recordé lo profundo que había llegado Pablo dentro de mí y del salvaje orgasmo que me provocó Cristina en nuestro primer encuentro entre chicas además de disfrutar, cómo no, del buen hacer de mi marido.
MARTES
Estaba como loca. Había vuelto a trabajar ese mismo lunes y ya no podía centrarme en mi proyecto. ¿Por qué estaba tan nerviosa? ¡Ah, sí!, recordé, ¿quizá porque vayamos a follar de nuevo los 4? Me ruborizaba y me excitaba cada 5 minutos sólo de imaginarlo.
Pasé un martes húmedo, aunque en Madrid hacía calor para ser marzo y no llovió ni una sola gota.
MIÉRCOLES
Se acercaba el día y mis recuerdos y deseos se mezclaban a partes iguales. Tenía tantas ganas de volver a disfrutar de un sexo tan abierto y salvaje como de dejarlo en el recuerdo so pena de que una próxima vez no fuera tan intenso.
Hola, mi amor- llamé por teléfono a Javi en la hora de la comida - ¿y si no sale tan bien, tan excitante como la otra vez?- dije en una voz apenas perceptible.
¿Te refieres a las lentejas que estoy haciendo? Porque si es así tardo dos minutos en llamar al chino- bromeó mi marido.
¡Tonto! Sabes a qué me refiero-
Pues... No sé, ¿al coche nuevo? ¿Suena algún ruido raro? - Siguió bromeando - Si no es eso, dímelo con todas las palabras, allí, delante de tus compañeros - me provocó.
¡A follar con tus amigos! - lo dije tan alto que todos los que estaban en la cafetería del trabajo se quedaron mudos mirándome asombrados.
Oí cómo a Javi se le caía algo al suelo de la cocina, como si se le hubiera caído el cucharón de las lentejas, asustado de que su mujercita, tan modosa en el trabajo, hubiera roto en sólo un segundo la imagen de la buena chica, formal y casi pureta que todos tenían de ella en los siete años que llevaba en este instituto oficial.
-¿Lo has dicho en voz alta delante de todos? - balbuceaba al teléfono mi marido.
-Sí, y no veas la cara que están poniendo todos de asombro- respondí en voz baja y riendo, eso sí, completamente roja de pudor.
-Si es que no me extraña que te quiera, bichilla. Eres una caja de sorpresas. Anda, sigue que sólo te queda un ratito y nos vemos.
-¡Te quiero, lobito feroz, grrrrr! - me despedí de mi maridito con un beso y, un poco avergonzada, salí del comedor de la empresa directa a mi despacho.
No habían pasado siquiera tres minutos cuando llegó a mi despacho Silvia, mi compañera, y cerró la puerta y persianas a modo de reunión secreta. Ella tiene 30 años, es lo que se suele llamar una gordibuena, un poco gordita pero muy sexi y echada para adelante. Es de alta como yo, también morena pero con el pelo azulado. Siempre está contándome con qué chicos ha quedado y, la verdad, es que algunos están de muerte.
-¿Follas con los amigos de tu marido?- me preguntó a bocajarro. - ¡Qué fuerte, tía! Eso tienes que contármelo - decía sin siquiera dejarme intervenir - ¿Cuántos? ¿Sola con varios chicos? ¡Cuéntame, tía, que me tienes en ascuas! ¿Y Javi te deja?...
-¡Para, Silvia! - atajé saturada de esa ametralladora de preguntas - Es sólo una tontería, tía- dije visiblemente ruborizada.
Ya, por eso te has puesto como un tomate. ¿Te cuento un secreto y me cuentas tú el tuyo? - me propuso.
Déjalo estar, Silvia. Es sólo una fantas... tontería- dije a sabiendas de que me había traicionado mi subconsciente.
Suelo follar con Alex, el del laboratorio, y con su primo. Me los tiro de uno en uno y, a veces, depende del vinito, a los dos a la vez, pero sólo han sido cinco o seis veces...
¡Silvia, por favor, para ya! - dije fingiendo un poco de molestia, casi sin convencerme ni a mí misma.
Tenía ganas de contárselo a alguien y no sólo escribirlo. Contarlo a alguien que se asombrara, que pudiera mirarme con los ojos como platos mientras los míos tintinearan de excitación.
-En Zaragoza hicimos un intercambio de parejas, y eso es todo- le dije consciente de que mi amiga querría saber más.
-¡Joder, qué morbo, tía! ¿Te tiraste a otro tío mientras Javi se tiraba a otra tía? ¡Cuenta, cuenta, que estas cosas me encantan! ¿Te follaste a los dos a la vez? El otro...¿Estaba bueno? ¿Tenía un buen... ya sabes? - volvió Silvia a lanzar otra batería de preguntas.
-Sí, no, gigante, larguísima- contesté casi recordando el movimiento de sus labios rojos mientras me cosía a preguntas.
-¿Estás de broma?.
-¡Noooooo, joder! Follamos los 4 en la misma cama, pero no me follaron a la vez, ni por turnos. Sólo me tiré a su amigo y Javi a la mujer de él.
-O sea, ¿os montáis una orgía y sólo te da por follar con uno? - preguntó casi haciéndome saber que si fuera ella se hubiera tirado hasta al conserje del hotel.
-El día antes tuve sexo con ella, y esa noche sólo un poquito también con ella - le confesé casi deseando en mi mente ver a Cristina otra vez lamiendo mi sexo.
-¿Sin los chicos delante? ¿Eres bollera, digo, bisexual? - preguntó Silvia casi con incredulidad.
-No soy lesbiana ni bisexual. Sólo que me apeteció besarla y de ahí acabamos en la habitación. No sé si eso es ser bollera, bisex o sólo un deseo de probar nuevos placeres- confesé segura de lo que hice. Ni siquiera me lo había planteado en estas dos semanas.
-Pues tía, enrollarte con una pava es un poco de bollería fina, ¿no? - Inquirió con cierta curiosidad.
-¿No quieres probarlo? - bromeé lanzándole un besito y pasando mi lengua por mis labios. Vi cómo se ruborizó de repente y sus grandes pezones se marcaron en su blusa.
- A mí me gustan los tíos. No creo que fuera capaz de... - cortó de golpe su respuesta cuando me puse de pie
frente a ella, mis labios a escasos dos centímetros de los suyos rojos mientras posé mi mano izquierda en uno de sus grandes pechos y la derecha asió su cintura tirando de ella hacia mí.
-¿Y si te digo que estoy deseando probarte?- bromeé moviendo mi pelvis hacia mi amiga y compañera, mientras mi mano izquierda ahora apretaba un poco más su seno y notaba su pezón durísimo.
-¡Isa, por favor! - gemía a la vez que susurraba - No me hagas esto- imploraba sin poder alejarse de mí, ni hacer siquiera el esfuerzo de hacerlo.
Me acerqué más a ella, tanto que podía lamer aquellos labios rojos con sólo sacar la lengua.
-¿Estás segura de que no quieres probar el beso de una mujer? - seguí provocando casi con maldad a mi compañera. Solté su pecho y llevé mi dedo índice entre sus labios y los míos - ¡Shiiiiishhh! Silencio, Silvia- y apartando el dedo besé de forma suave aquellos labios y aquella boca que también me besaba casi ansiosa mientras su mano derecha subía hasta mi cintura y me apretaba contra ella.
-¡Joder, Isa! ¡Estás como una puta cabra, tía! - me dijo tras ese beso que duró más de 20 interminables segundos.
- Bienvenida al lado oscuro. Ya te he convertido en bollera- le dije con burla.
Silvia se sentó en mi silla de despacho y no hacía más que mirarme con ojos asombrados.
-¿Vas a decir algo? - indagué risueña mientras me sentaba en el borde de la mesa, un poco abiertas las piernas, y con el pantalón vaquero muy pegado a mi intimidad.
- Me ha gustado mucho. Eres increíble. Pensé que eras una mojigata y ahora la mojigata parezco yo - contestó aún impactada.
-¡Ala. A currar, que no nos pagan por besarnos!- Atajé y la levanté teniéndole la mano atrayéndola de nuevo a mis labios para darle un piquito y una palmada en el culo.
-¡No me provoques otra vez o tendré que cerrar el despacho con llave para que me enseñes lo que hiciste con... como se llame! - me respondió visiblemente excitada.
Al llegar a casa vi a Javi desnudo, sólo cubierto por un delantal negro y un gorro de chef negro francés, de esos estilo seta, que le había regalado en agosto, para su cumpleaños.
-¡Guau! ¡Pero qué sexi está mi marido! - exclamé en voz alta apoyada en la puerta de la cocina.
-¿Puedes venir a probar las lentejas? - me invitó con un guiño
Me acerqué como una gata en celo sin dejar de admirar ese culo tan masculino y, sin darle tiempo a reaccionar, me interpuse entre él y la cocina para besarle y agarrar con una mano su masculinidad casi erecta y con la otra agarrar su culo y presionar su cuerpo contra mí .
He besado a Silvia, mi compañera- le dije a la vez que mordía suavemente su lóbulo izquierdo.
Me hubiera encantado verlo, y lo sabes- gimió excitado bajo las caricias de mis manos y mi lengua en su oreja.
-Tengo otro tipo de hambre - y agachándome poco a poco, apartando el delantal, me introduje su sexo en mi boca sin ánimo de parar hasta saciar mi sed de orgasmo matrimonial.
-¡Dios, Isa, Dios! - dijo mientras vertía en mi paladar su placer unos minutos después.
Esa noche fue memorable el sexo con Javi. Prácticamente todo lo que hicimos fue arrebato de sexo oral en casi todas las variantes que una pareja puede ejecutar. ¡Dios, qué sensaciones más intensas!
JUEVES.
Hacía muchísimo viento y mi vestido de Zara, el que llevé la noche del encuentro con Cristina, Pablo y mi marido, quería jugar a que enseñara mis piernas mucho más arriba de mis rodillas.
Silvia, mi compañera, fumaba a la entrada del instituto oficial algo nerviosa, como queriendo que entrásemos rápido al despacho. Apagó el cigarrillo a medias y cogiéndome del brazo me arrastró hacia dentro.
-¡Joder, tía! Te tengo que contar algo- me dijo con sus labios rojos y un brillo en la mirada poco frecuente en ella.
-¿Te importa si me preparo un té? - Le contesté más para impacientarla que por querer un té.
-Ayer quedé con Alex, el del laboratorio- empezó a relatar sin siquiera haberme dado tiempo de sacar mi taza del cajón - Me pidió que si quería acompañarle, a él y a su primo, a un club de intercambio de parejas, y por eso te lo comento, porque como tú tienes experiencia...
-¡Silvia, por Dios! Yo no tengo experiencia en estas cosas. Sólo he hecho esto una vez y
...
¡No me jodas, tía! Pero al menos has hecho un intercambio.
¿Y tú? - le respondí picarona- Tú te has montado un trío ¿no?
Algo así.
Cuéntame qué sentiste - le exigí pensando, tal vez, que si se daba el caso yo quería probar qué se siente al tener dos hombres en mi interior.
¡Uffff! No sé- exclamó - Te sientes como una reina, deseada y muy caliente.
Quiero saber qué has llegado a hacer con Alex y con su primo- le exigí de nuevo ya con una visible cara de viciosilla.
No sé, primero me folla uno y luego, cuando se corre, me folla el otro- respondió algo pudorosa.
-¿Me vas a decir que estás con dos tíos en la cama y sólo esperas a que te follen para correrse? - le contesté con cierta indignación.
- Bueno... También les hago alguna mamada, a veces a dúo - confesó - Pero ya te he dicho que sólo han sido cinco o seis veces contando ayer. Y ahora ¿me vas a contar tú lo tuyo con esos amigos de tu marido? - protestó para salir del atolladero en el que se había metido.
Justo en ese momento sonó mi móvil.
-Dime, cariño-
-Mañana llegarán Cristina y Pablo por la mañana. ¿Qué te parece si...?- fue su propuesta.
Si no estaba ya suficientemente mojada estos días, con aquella llamada creo que me empapé del todo.
- Silvia, cariño - dije a mi compañera con picardía - mañana te lo comentamos las dos, Cristina y yo- y le di un piquito sacando la punta de mi lengua y acariciando con ella esos labios rojos.
La cara de Silvia era todo un poema. Esa mañana ya no pude pensar en otra cosa que en los besos con Cristina y con Silvia, el sexo con la rubia de pelo corto y los 6 brazos que me acariciaron en Zaragoza hasta quedarme dormida.
A la hora del almuerzo, y esta vez comiendo en el despacho con Silvia, llamé a Javier.
¡Hola, chico guapo!
¡Hola, cariño! ¿Ves? No hemos empezado ni a hablar y ya sé que tramas algo, jejejeje. - contestó risueño mi marido al otro lado del teléfono.
-¿Has pensado alguna vez en ir a un local liberal? - le solté a bocajarro guiñando un ojo a mi compañera.
Sí, lo he pensado varias veces, porque allí seguro habrá chicas con tetas grandes, jjejeje- volvió a bromear Javi.
Tonto. Yo tengo mis dudas. Quizá es bastante fuerte, o bastante excitante. ¿No me digas que te han propuesto eso Cristina y Pablo? - me alarmé deseando tanto una negativa como un sí.
-No, cielo. Tienen mucho trabajo acumulado con nosotros - aseveró dando a entender que había hablado con ellos o, al menos, con Pablo - Pero seguro que Silvia sí te ha propuesto algo.
Anoche, entre besos, lengua, sabores, flujos vaginales y esperma, le conté a Javier mi arrebato con mi compañera.
A Javi siempre le ha caído bien y, cuando viene ella a casa o él viene a visitarme al trabajo, con esos generosos escotes que gusta vestir, mi marido pierde la mirada entre sus pechos. Sé que le encantaría probarla. Estoy segura de que sería una situación muy caliente ver a mi compañera follándose a mi maridito y que ella me arrebatara orgasmo tras orgasmo con sus labios rojos. Estaba pensando en ello quizá demasiado alto.
-¡Tía, estás loca! - me sobresaltó la voz de Silvia- ¿Me estás proponiendo que me tire a tu marido? - exclamó entre interrogantes de incertidumbre.
-¡Silvia, es una fantasía, joder! A él le gustan las tías con buenas... Esto... Con escote generoso.
-¡Lo estoy flipando! - volvió a exclamar mientras sus pezones se habían puesto mucho más erectos.
-Pero si te encanta provocarle cada vez que os veis - le dije sacando mi nueva picardía recién adquirida en este tipo de temas.
-Está bueno, es verdad, pero de eso a tirarme a tu marido hay un mundo - protestó casi con más rubor que cuando la besé el día anterior.
-¡Y la tiene bastante gruesa! - continué con mi divertida provocación.
-¡Isa, joder, es tu marido! - me dijo ya acercando a mí sus rojos labios y, lo intuía, muy excitada.
-¡Nos lo follamos las dos! - le susurré ya casi tan bajito como hablaba ella y acercándome a poco más de tres milímetros de su boca.
-¡Joder, Isa! - dijo justo antes de poner su mano en mi nuca, atraerme a su boca y besarme con una pasión casi dolorosa a la vez que salvaje.
No sé cuándo pasó, ni si estaba cerrada con llave la puerta del despacho. Sólo sé que ambas frotabámos nuestros peones con los de la otra con nuestras blusas desabotonadas y los pechos fuera del sujetador mientras nuestras lenguas ya se enlazaban sin complejos.
Noté cómo su mano había flanqueado el borde de mi falda y, apartando a un lado la tela de algodón de mi tanga, uno de sus dedos resbalaba entre los pliegues de mi intimidad buscando mi interior durante unos segundos para luego salir de mí y dibujar círculos, con tal maestría sobre el centro de mi mundo en ese momento, que hasta sus besos me parecían de niña comparados con sus caricias íntimas por las que me hacía derrochar, una y otra vez, gemidos apagados en mi propio despacho.
No tardé en sentir una suave convulsión seguida de un curioso y largo orgasmo que nunca antes había sentido. Con mi mano elevé la suya y metí aquel dedo mágico en mi boca para saborear mi propio placer.
Recompusimos nuestras ropas y esa tarde, casi en silencio, estuvimos trabajando y hablando como si jamás hubiese ocurrido nada entre ambas.
-¡Hola, chico guapo! - sonreí a Javi al llegar a casa. - Hice los deberes - y le guiñé un ojo.
-Ven, acércate - me demandó sentado como estaba en el ches loing del salón.
Me acerqué con cierta lentitud, moviendo mis caderas y mi falda al compás. Entendí perfectamente su solicitud y, al llegar a su altura, me subí con mis piernas una a cada lado del cuerpo de mi marido y me levanté la falda.
Una de sus manos apartó por segunda vez hoy la tela de mi tanga y con la otra, asiendo uno de mis cachetes, acercó mi coñito a su boca. "Sabe hacerlo mejor que nadie", pienso siempre. En 11 años de matrimonio y 16 meses de noviazgo ha perfeccionado su técnica de tal manera que podría hacerme explotar de placer en segundos sin apenas tocarme.
Pasamos la tarde entre caricias, sexo, besos y amor antes de caer rendida pero expectante.
VIERNES.
Aparqué en mi sitio habitual y pude ver a Silvia esperándome como siempre. Con su vestido escotado, su cigarrillo y sus labios rojos. Parece una "femme fatale". Según apagué el motor sonó mi teléfono.
-¿Si, dígame?- dije instintivamente.
-Hola, putita. Justo a la hora que me dijiste - respondía una voz al otro lado del auricular de la que no tuve dudas de su dueña.
-Hola, zorrita. Me alegra saber de ti- le contesté yo con un poco de emoción.
-¿Qué te parece si nos vemos en, digamos, una hora? - me propuso Cristina casi con tanto deseo que me quemaba el móvil en las manos.
-Perfecto. ¿Te ha dado Pablo la dirección? - le pregunté sabiendo ya la respuesta.
-Sí, la tengo. Allí os espero- me respondió con ese toque de deseo y vicio que ha cubierto mi amistad con Cristina.
Salí del coche y me dirigí, como cada mañana, a la puerta principal, justo donde siempre se encontraba Silvia apurando un cigarrillo antes de entrar.
-Hola, Isa- me saludó efusiva con sus labios rojos.
-Hola, bombón - respondí con ánimo de ponerle los coloretes desde bien pronto- ¿Hemos cobrado? - le consulté sabiendo que me había llegado el mensaje del banco.
-Sí, tía, y nos han pagado el extra que...
-Vamos a desayunar fuera. Te invito - le corté. Y cogiéndola del brazo la llevé hasta mi coche- ¡Monta! - le dije casi como una orden.
-Hay que hacer el ensayo de...
-Lo hacemos luego, Hoy toca desayunar fuera- volví a cortarle y arranqué para salir lo antes posible.
Durante el trayecto Silvia me sometió casi a un tercer grado. Sabía que hoy era el día en que volvíamos a vernos con Cristina y Pablo y no dejaba de preguntar si estaba nerviosa.
Yo conduje con toda la normalidad que se puede conducir en Madrid y salí hacia la A2 sin que mi compañera de labios rojos pareciera inmutarse.
El hotel Z***K es curioso. Es de esos que están diseñados para encuentros esporádicos y discretos. Pones la clave de tu habitación en la entrada, también discreta, del parking, y entras directamente con el coche sin que te vea y sin ver a nadie. Fue en esta entrada cuando Silvia ya preguntó :
-¿Pero no íbamos a desayunar?
-Por supuesto - respondí- Vamos, nos esperan- ordené a mi compañera mientras bajaba del coche y me dirigía a una ostentosa puerta de color dorada.
-¿Se puede saber a dónde vamos? - me preguntó curiosa y algo asustada mientras bajaba del coche y yo abría la puerta.
-¡A desayunar!
Nada más entrar en aquella llamémosla Suite, impacta la decoración estilo africano con una enorme mesa llena de frutas y, si miras a la derecha, una impresionante cama redonda cubierta de pieles sintéticas de animales exóticos, un jacuzzi de madera justo detrás de la cama, cuadros de la sabana africana, de pinturas de gentes de diferentes tribus totalmente desnudas pero sin poses obscenas, y un gigantesco espejo que cubre todo el techo. A la derecha, al fondo, se oía agua correr, como en una cascada.
Silvia no atinaba a decir palabra alguna y yo, aunque impresionada de ver aquello, sabía que lo mejor era que ya estábamos allí y que, de nuevo, todo sería fácil pero desconocido.
-¡Lo flipo, Isa! ¡Es que yo lo flipo contigo, tía! - exclamó mientras le quitaba la chaqueta.
Del fondo, de donde se oía la cascada, apareció la figura sexi y delgada de Cristina, totalmente desnuda y con un brillo en los ojos que me dio la impresión de parecer una pantera a la caza de sus presas.
-Hola, putita- me dijo sonriente.
-Hola, zorrita- le contesté con una enorme sonrisa.
Me fui acercando a ella tan despacio como lo hacía ella hacia nosotras hasta fundirnos en un largo, sexual y profundo beso sáfico. Recibir ese sabor de nuevo me produjo una auténtica explosión de placer y excitación. Ese sabor a cigarrillo caro y menta...
-Acércate - ordenó Cristina a Silvia sin necesidad de presentaciones previas.
Mi compañera, obediente, callada, visiblemente excitada por la situación, se acercó y, al igual que yo, se fundió en un largo y sexual beso lésbico con Cristina.
Sin apenas palabras, sin movimientos de urgencia sexual, todo tan natural y, a la vez nuevo, Silvia y yo acabamos desnudas frente a la rubia de pelo corto que nos besaba cambiando de unos labios a otros.
Durante dos horas nuestras lenguas y labios se mezclaban, a veces solos, a veces de dos en dos, en nuestros pechos, sexos, muslos, bocas, espaldas. Sólo se oían gemidos, sonidos guturales, húmedos de saliva y flujos. Los sabores y olores de las tres se mezclaban en nuestras papilas, nuestros poros, nuestros cerebros.
Las manos, las 6 manos, jugaban inquietas pero suaves, a tocar, sentir, entrar, rozar cada milímetro de piel. Nuestros orgasmos se juntaban, a veces solidarios y otras individuales, bajo la intensa atención que las tres nos proporcionábamos.
Tras dos horas de placer las tres desayunábamos exhaustas y hambrientas la fruta que había en la mesa. Me parecía curioso vernos. Cristina delgada y rubia, con sus pechos casi de adolescente. Silvia gordita, morena azulada y con unas tetas bastante grandes pero muy bien puestas. Yo, morena y justo entre las dos complexiones, con mis pechos turgentes. Durante nuestro encuentro a tres también había descubierto matices en el sabor y en el olor de cada una, incluso de mi aroma y mi sabor íntimo.
-Supongo que eres Cristina - soltó Silva a modo de gracia.
Las tres nos reíamos y nuestros pechos saltaban al compás de las carcajadas.
-Supongo que tú eres Silvia- bromeó también la rubia de pelo corto.
-Sí - respondió mi compañera de labios rojos- soy la aprendiz de bollera- volvió a decir con gracia.
Desayunamos y nos vestimos entre bromas. Era hora de volver a la realidad y Silvia y yo debíamos terminar un trabajo.
Ya en el coche, de vuelta a Madrid centro, Cristina, desde el asiento de atrás y abriendo sus piernas muy descaradamente, le propuso a Silvia, en una de las veces que se giró para hablar con ella de temas intrascendentes para este relato, guiñándome un ojo:
-¿Te gustaría venir a cenar mañana con nosotros?
-No sé, sois dos parejas y quizá... - quiso explicar un poco cortada y apesadumbrada mi gordibuena compañera.
-Silvia, no te preocupes - contesté también guiñando - es una cena de amigos y, si te ves apurada porque nos ponemos a follar en medio del restaurante, puedes hablar con uno de esos tíos tan buenos que te ligas y te lo traes.
-¡Isa, joder, eres incorregible! - protestó con sus labios rojos.
-De verdad, Silvia. Vente mañana a cenar. Prometemos no convertirte en lesbiana- volvió a bromear la rubia de pelo corto.
-De acuerdo. Voy, pero antes tenéis que ponerme un apelativo cariñoso. Tú a Isa la llamas Putita, y ella a ti Zorrita, ¿no? ¿Y yo? - dijo riéndose y haciéndonos reír a las dos.
-Tú vas a ser nuestra Guarrita- nombré a mi compañera riéndonos las tres como adolescentes.
Cristina me pidió que la dejara en una boca de metro y nosotras fuimos, casi hipnotizadas por lo vivido a terminar nuestra labor.
-Hola, chico guapo - dije a Javi en la pausa de la comida - ¡Prueba superada! ¡Vendrá!
-Al final vas a conseguir que siga enamorado de ti toda la vida, bichilla - oí a Javier al otro lado del teléfono.
4X4
Al llegar a casa vi el coche de Cristina y Pablo. Una nueva y flamante berlina negra de marca alemana. Al entrar por la puerta me esperaba cualquier cosa, incluso estaba convencida, o incluso deseaba, encontrar a Cristina entre Pablo y Javier recibiéndoles dentro de ella.
Llegué a la cocina y vi la enorme figura de Pablo de pie, totalmente desnudo, con su largo pene apuntando a la lámpara. Cristina y Javier estaban vestidos y sentados uno a cada lado de la mesa de la cocina, como si no pasara nada por ver a aquel gigante desnudo.
Mi reacción fue totalmente mecánica. Me desvestí totalmente en la puerta y me acerqué a él como lo había hecho esta mañana a su mujer. Hice que se agachara lo suficiente como para poder besarle con vicio, con impaciencia, con impúdica urgencia. Mi mano aferró su largo pene y vi cómo las miradas de mi marido y su mujer estaban clavadas en nosotros. Trepé por su cuerpo ayudada de sus brazos y atrapé lo que pude de su cintura con mis piernas dejando a la vista de nuestros cónyuges mi sexo abierto, rosado y mojado justo a punto de ser penetrado por el largo miembro de Pablo.
No se lo pensó. Bajó un poco los brazos y volví a sentir aquel largo pene llenando mi sexo hasta el cielo de mi vagina sin parar de besar ese aroma a cigarrillo caro que tanto me provocaba. Inicié un movimiento hacia arriba y hacia abajo ayudada por sus brazos para follar con aquel gigantón sin importarme ya qué pudieran estar haciendo Cristina y Javier. Me recordó a nuestra primera vez juntos.
Los movimientos se convirtieron cada vez en oscilaciones más salvajes hasta que empecé a notar las convulsiones de Pablo que se corría, otra vez, dentro de mí a la vez que me invadían segundos después mis propias convulsiones internas anunciando un suave y prolongado orgasmo.
Cuando recobré un poco el sentido vi que Cristina y Javier no se habían movido y parecían mirar amigablemente cómo sus respectivos habían follado sin pudor delante de ellos.
Pablo, así como me tenía aún enlazada a su cintura, me llevó hasta la mesa de la cocina para posarme suavemente y tumbarme sobre ella para, saliendo de mí, dejar que, poco a poco, su semen y mis jugos vaginales mezclados comenzaran a salir despacio de mi interior.
Javier se levantó y fue hasta el frigorífico, abrió la puerta y oí cómo desprecintaba algo. En la posición que me encontraba sólo miraba a Cristina y ella me observaba con curiosidad, con deseo, con ánimo de saber cuál sería mi reacción. Indudablemente parecía todo ya dispuesto de antemano.
-Hola de nuevo, putita- me dijo mientras acariciaba mi cara.
-Hola, zorrita- atiné a decirle, sin tan siquiera saludar a mi marido ni a Pablo. Creo que era la primera vez en casi 13 años que no le había dicho a Javi ni tan siquiera un simple "hola" al llegar a casa.
Ella estaba vestida como cuando la dejé en la boca de metro. Pensé que podían haber estado follando Javi y ella media tarde, o no. Tampoco tenía importancia estando tumbada en la mesa, desnuda y recién follada por Pablo.
De repente noté algo frío y agradable que trataba de introducirse en mi vagina. Algo relativamente suave y no muy duro. Quise mirar hacia mi entrepierna pero Cristina, acercándose a mí, comenzó a besarme suave mientras aquel objeto frío rozaba mi sexo, se introducía y volvía a salir en repetidas ocasiones. Mientras, allí donde notaba aquella sensación extrañamente placentera, oía a mi marido y a Pablo susurrar de forma casi incoherente. Era extraño, placentero, sensual.
Cuando Cristina dejó de besarme vi que nuestros maridos se habían incorporado. Javier se encontraba detrás de la rubia y Pablo, con su enorme estatura, a mi otro costado.
-¿Sabes - dijo mi marido - que acabo de cumplir una de mis fantasías sin que apenas lo notarás?
-Y parece que Pablo está también fantaseando con ello- aseguró Cristina mientras se levantaba y rodeaba con sus brazos a Javi.
Traté de incorporarme un poco ayudada por los fuertes brazos de Pablo mientras Cristina y Javier se besaban y desnudaban casi con desesperación. No entendía muy bien por qué no sólo no me molestaba verlos, sino más bien me gustaba, me excitaba y me sentía parte de sus juegos cuando me miraban de reojo y cuando no lo hacían. Supongo que es debido a que yo acababa de follar con el marido de ella delante del mío.
La anterior vez, tras saltar yo sobre el gigantón, ellos jugaban a la vez detrás de mí. Ahora había cambiado el juego. Entendí que estaba pactado por los tres de antemano. Llevé mi mano a mi sexo, sólo por el placer de masturbarme suave viéndolos y notar el semen ajeno pero me sorprendió no sentir el flujo resbalar de mi interior.
Javi, mientras tanto, ya tenía delante a Cristina a cuatro patas y la penetraba desde atrás. Sentía la mirada de fuego de ambos sobre mi desnudez y la de Pablo. Comenzaba de nuevo a excitarme aquella urgencia de placer. Follaban fuerte, casi como animales. Tenían ganas de correrse, de sentir el placer del otro en sí mismos. Javier se tensab a la vez que la rubia de pelo corto comenzó a gritarle:
-¡Fóllame, cabrón, fóllame fuerte y no pares ahora! - mientras sus ojos, esos ojos de color del mar, me miraban y su boca me sonreía feroz comunicándome con ese gesto que mi marido la estaba llevando al borde del placer.
Chapoteaban sus sexos con sonidos casi acuosos, como si en lugar de echar un polvo estuvieran nadando y, en ese instante, Cristina, cerrando sus ojos, gritando gemidos, vertió su placer sobre el miembro de Javi y éste, casi a la vez, inundaba con su orgasmo el interior de ella. Sublime.
Tras un minuto de reposo, y aún sin abandonar el interior de ella, levantó el cuerpo de la pequeña rubia para llevarla, en aquella misma posición, sobre la mesa como me había dejado a mí su marido, pero aún a cuatro patas, inclinando la mitad superior
de su cuerpo sobre la mesa para evitar que se derramase la mezcla de flujos vaginales y seminales de su interior.
Así, con las piernas algo abiertas y expuesto su sexo, comenzó de nuevo el juego de ellos. Pablo se giró hacia la nevera y volví a oír aquel sonido de precinto plastificado y vi, comprendí, entendí por fin, el juego anterior conmigo. Ahora entendía el objeto semi rígido y suave que habían introducido en mí. Pablo se lo pasó a Javier y éste, imitado los movimientos que yo había sentido momentos antes, introducía una salchicha dentro del coñito de Cristina mojándola de semen y flujo vaginal y la daba de comer a Pablo que la saboreaba como un manjar bañado de placeres de su mujer y mi marido.
No sé por qué pero aquella visión de ver a mi marido metiéndole algo comestible en su sexo para bañarlo en semen ajeno y que luego Pablo degustaba, me excitó sobremanera, ya que Javier siempre me había propuesto eso a forma de juego y yo me negaba creyendo que era un jueguecito infantil. Pero verlo, saber además que de mi interior follado por otro hombre, Javier había cumplido su pequeña fantasía y sin yo saberlo, me ponía más y más húmeda sintiendo que el vicio sexual es tan extenso que ya no podríamos parar, fuera lo que fuera.
-Necesito sexo- les dije cuando aquella situación bacanal había cesado- Quiero follar con los 3- repetí.
-Tranquila, putita- me respondió la rubia de pelo corto- Vas a poder cumplir todo lo que dos hombres y una mujer pueden ofrecerte- e incorporándose un poco en aquella posición me pidió que acercase mi boca a la suya para fundirnos, de nuevo, en aquellos besos sáficos con los que tanto había fantaseado días atrás. Besos largos, suaves y húmedos, mezclados con olor a sexo que impregnaba toda la cocina.
Tras ese eterno beso vi que los chicos ya no estaban y ayudé con un abrazo a que Cristina bajara de la mesa. Toqué su sexo caliente y comprobé que, como a mí, habían vaciado su interior de aquella salsa sexual para condimentar la fantasía de mi marido.
Salimos de la cocina hacia el salón donde ambos conversaban tranquilos sobre el sabor y el morbo de aquella situación mientras la mano de Javier masturbaba suave a su amigo y éste hacía lo propio con mi marido.
Cristina me condujo al lado de Javi y ella se sentó al lado de su gigante marido. Vi cómo, tras un corto beso cariñoso, bajaba su cabeza en busca de capturar con su boca el largo miembro que mi marido masturbaba y que había estado dentro de mí. Imité su acto y engullí el prepucio de mi marido, aún con cierto sabor a Cristina, mientras la mano de Pablo seguía mastubándole tan cerca de mis labios que, de vez en cuando, lamía sus dedos.
Ellos seguían conversando cada vez con frases más cortas y acotadas de gemidos. Javi estaba a punto de claudicar ante mis caricias bucales ayudadas por la mano amiga. No quería parar, quería sentir cómo me llenaba la boca con el mismo esperma que había vertido rato antes en Cristina. Ella, por su parte, aceleraba el ritmo también sobre su marido que ya no hablaba y se tensaba como la cuerda de un arco.
-Zorrita- advertí a la rubia de pelo corto - no te lo tragues.
-Mmmmm mmmm!- contestó ella con una afirmación de cabeza mientras mantenía su ritmo felatorio.
Javier derramó una obscena cantidad de semen en mi paladar, en mi garganta, en mis labios y mi lengua que conservé el tiempo necesario mientras Pablo se vertía en la boca de su mujer.
Atraje a Cristina hacia mí con la clara intención de besarnos mezclando en nuestras bocas el semen de nuestros maridos. Impúdicas damas, zorras pervertidas, mujeres libres para cumplir cualquier obsceno deseo. Putas. Pensaba en ello sin pudor, con vicio, con morbosa aceptación de que, si hay acuerdo, deseo y afinidad el sexo es como tomar un buen vino entre amigos.
Los besos mitad lésbicos, mitad seminales, provocaron más excitación entre nosotras. Sin parar de besarla acomodé a la rubita sobre las piernas de nuestros maridos boca arriba mientras una de mis manos buscaba en su sexo si este juego gamberro había provocado en ella lo mismo que en mi coñito y en mi mente. Notar mis dedos húmedos de su deseo me hizo trepar por sus cuerpos amontonados con cierto orden y adoptar una posición en la que yo podía lamer su entrepierna y ella la mía.
Comenzamos, casi a la vez, como sincronizando el deseo, a dar pequeños toques de lengua en el clítoris de la otra, ¡Dios, qué placer!, para pasar a lamer entero el sexo. Labios externos e internos de nuestros sexos besando y besados por los labios bucales. Estaba tan excitada, tan cachonda, tan fuera de mí que me asaltaron orgasmo tras orgasmo, cortos, eléctricos, suaves que vertían en sus hábiles labios y lengua mi humedad sexual.
Cristina paró unos segundos de lamerme mientras un brutal y fuerte orgasmo, nacido de lo más profundo de su cerebro y de su coñito, me regó la lengua de un aroma y sabor a hembra que creo no olvidaré jamás.
No importa cómo nos incorporamos, algo patosos por la posición y la extenuación sexual, para beber y reponer líquidos. Javi abrió una botella de un vino afrutado y de buen bouquet que habían traído nuestros amigos. Allí, los cuatro completamente desnudos, sin pudores, sin vergüenza, hablábamos de cosas triviales y también de los deseos. Me fijé en la voz de Pablo, siempre tan callado, pero con tal tono de autoridad que, cuando él hablaba, los demás atendíamos como buenos alumnos ante un profesor especial. Para mí, pensaba, lo era en cuanto a haber notado sólo con él un sexo masculino tan profundamente en mi interior que, sin llegar a ser molesto, ejercía una presión considerable en mis ovarios.
Javier, por su parte, chistoso como siempre, atraía la atención de Cristina que le reía todas y cada una de las gracietas y Pablo aplaudía conocer a alguien que, mirando la parte personal y profesional que ya les unía, sabía que había sido el mejor fichaje para su promotora.
La rubita de pelo corto hablaba con una voz tersa y serena, pero con una sonrisa y brillo en la mirada que me costaba muchísimo no saltar sobre ella y comerla a besos cada vez que comentaba algo. Tenía ese poder de atracción tan grande como sensual, sexual, morboso y cándido que me llevó a jugar con ella, cegada por ese encandilamiento, en la habitación 309.
Me hubiera gustado saber qué opinaban sobre mí y qué provocaba en ellos.
Tras unas horas de charla en las que, entre medias, mientras unos preparábamos un picoteo entre caricias provocativas, el que quedaba libre se duchaba, terminamos la velada y decidimos ir a dormir. Cada oveja con su pareja, dice un refrán español.
Ya en la cama oíamos a nuestros invitados gemir de nuevo en la habitación contigua, recordando, quizás, la velada, mientras nuestros gemidos gemelos llegarían a sus oídos. Rato después de los 4 orgasmos no sincronizados se hizo el silencio.