La visita de mi vecina
Tengo una vecina que es francamente extraña
Vivo en un apartamento en el que la luz brilla por su ausencia, y nunca mejor dicho. La oscuridad es total; un día, estando viendo una película, llamaron al timbre, y yo, extrañado, abrí la puerta.
No pude decir nada, una sombra se abalanzó sobre mi, y, sin darme tiempo a reaccionar, me tumbó en el suelo, y comenzó a besarme como si no hubiese un mañana.
-Siempre me pregunté, si eras un lobo solitario. Y no sabes lo que me excita eso.
Indeciso, palpé a oscuras, para descubrir unos pezones erectos, que se erguían ante mí, amenazadores, dispuestos a ser engullidos por mi boca reseca.
-Siempre imaginé tu lengua en mis ricos pezones. Ahora, por fin, he cumplido ese deseo.
Yo no pude abrir la boca. Solo gemir ante aquella extraña que se había colado en mi humilde morada. La verdad, es que sabían deliciosos.
-Quiero ver que tienes aquí.
Su mano, palpó mis calzoncillos, para hallar mi polla erecta, que, a esas alturas, amenazaba con romperme en dos. La sacó, y la introdujo en su boca, haciéndome soltar un gemido profundo.
-Mmmm, deliciosa. Tal y como la imaginaba. Quiero que me toques.
En la oscuridad, ella llevó mis manos a sus tetas, que eran duras como el acero. Parecía que hacía bastante ejercicio pectoral, y eso, no se porqué, acabó excitandome por completo.
-Muevelas, así.
Una de mis manos, se dirigió a su mojado clítoris, y, la comenzó a mover con ansia.
-Dios, así es... Quiero correrme en tus deliciosas manos.
Movi un dedo, primero despacio, para terminar aumentando poco a poco la velocidad.
-Joder, así. Haz que me corra.
Ella movía la pelvis al mismo ritmo que lo hacía mi dedo. Hasta que noté como comenzaba a humedecerse su coño.
-Ahora... Me corro.
Sus jadeos me excitaron tanto, que no pude evitar masturbarme. Hasta que estuve también a punto de correrme.
-Dios, zorrita. Yo también.
Se apartó, me levantó, y, con una mano, comenzó a masturbarme.
-En mi carita, nene.
Solté un gemido, y mi leche salió disparada; creo que acerté, porque no hacía más que ronronear como una gata.
-Mmmm. Me encanta saborear el semen de un lobo solitario.
Y, sin más preámbulos, se levantó, y salió de mi casa, cerrando despacio; cuando me recuperé, y miré por la mirilla, la vecina misteriosa, había desaparecido.