La visita de mi primo
Nunca pensé que la visita de mi primo fuera tan excitante... y que en las reuniones familiares se pudiera tener un orgasmo.
Esta historia es un testimonio de que las relaciones prohibidas son mucho más intensas que cualquier otra; los sentidos se agudizan y cualquier roce es motivo suficiente para que el morbo se desborde, apoderándose de nosotros y provocando reacciones que se tornan inapropiadas en ciertos lugares.
Mi primo y yo nos conocimos cuando él tenía 16 años y yo 14, en un paseo que yo hice por regalo de cumpleaños a Colombia (él vive en Colombia y yo en Ecuador). Desde el principio sentimos cierta atracción, pero no hicimos nada al respecto; yo coqueteaba y trataba de llamar su atención, pero él siempre me respetó y se limitaba a tratarme como una prima más. Cuando regresé a mi casa, se me olvidó el asunto y de vez en cuando intercambiábamos correos electrónicos enviando saludos y ya.
En las vacaciones pasadas (después de ocho años), le pagaron a mi primo un viaje a mi país que duraría un poco más de un mes. Como en mi casa todos trabajamos, él se quedó en casa de mi abuela que nunca estaba sola. Cuando nos vimos, nos abrazamos y sentimos físicamente la total evidencia de que nuestros cuerpos habían cambiado desde la última vez que nos vimos; comenzó un delicioso juego de miradas provocativas en plenas reuniones familiares, pero pasó una semana y nunca pudimos conversar a solas. Hasta que por fin, después de la mencionada semana, lo invité a una salida por la ciudad pero con la condición que me acompañara primero a la universidad. Lo dejaron en mi casa, y cuando mis padres se marcharon a trabajar, nos quedamos solos y con plena libertad para conversar lo que quisiéramos.
Mientras desayunábamos y hablábamos de lo que aconteció en los últimos años, nos fuimos involucrando en conversaciones más íntimas e incluso subidas de tono; comentando asuntos de nuestra vida sexual y comparando experiencias. La conversación surgió espontáneamente y continuó con completa naturalidad, por lo menos en ningún momento me percaté de alguna reacción de su parte, pero cuando fui al baño percibí que mi entre pierna se encontraba húmeda; pasé uno de mis dedos y comprobé que estaba bastante húmeda y me pareció delicioso, así que decidí masturbarme ahí de pie frente al lavado y pensando en mi primo. Emití un pequeño gemido y me excité aún más con la probabilidad de que mi primo me escuchara.
Al volver a la sala, me senté más cerca de Tito y poco a poco la conversación se hizo más y más intensa; nuestro lenguaje corporal manifestaba deseo, y cuando él me hablaba yo miraba fijamente sus labios igual que él veía los míos, hasta que la cercanía me ocasionó cierto cosquilleo en mi chochita. Inesperadamente Tito tomó mi rostro y me apretó contra su cara para unirnos en un beso largo y apasionado, en aquella posición incómoda (los dos sentados en el sofá) me agarró por la cintura y me sentó sobre él, sin dejar de invadir mi boca con su lengua. Yo estaba tan caliente que le agarraba el cabello con arrebato, como para asegurarme que no dejara de besarme y rápidamente abrí mis piernas y me acomodé frente a él quedando en esa posición sexual tan divina, mientras él introducía su mano desesperadamente por debajo de mi blusa para acariciar mi espalda; esa acción me enloquecía. Entonces no pude evitar mover mis caderas de arriba abajo y de adelante para atrás, tan rítmicamente como si estuviera follando, para que él sintiera a través de mi pantalón lo mojada que estaba. Al poco rato de estar restregándole mi chocha pude sentir lo grande y duro que se había puesto, entonces acaricié su abdomen tratando de quitar su camisa. Cuando desabrochó mi sujetador sonó el timbre y del susto nos arreglamos rápidamente, y salimos.
Paseamos por toda la ciudad y finalmente cada quién regresó a descansar. El fin de semana fuimos a una finca de la familia que queda a 20 minutos del mar. El plan era estar ahí en la mañana e irse a la playa en la tarde. Todos nos colocamos nuestras ropas deportivas, ligeras y cómodas, para ir a bajar naranjas. Mi primo, mi hermano y yo hicimos un grupo, y salimos a recoger todas las naranjas que pudiéramos; como yo soy más liviana, me trepaba a los naranjos para tumbar las naranjas y ellos las atajaban para guardarlas en los sacos. En uno de los palos, tropecé con un pelotón de hormigas que se subieron en mi, me lancé del árbol desesperada por quitármelas y mi hermano me gritaba "sácate la franela", inmediatamente le hice caso, quedándome únicamente con la parte de arriba del traje de baño, luego con la franela que me había quitado empecé a sacudirme la espalda, hasta que sentí que no tenía más hormigas encima. Mi hermano se ofreció a buscar crema para aliviar una que otra picadita que me quedó en la espalda; Tito y yo nos quedamos solos. Por un momento me pareció que el tiempo se detuvo, pues permanecimos en un incómodo silencio, cuando, estando yo distraída, sentí que me abrazó por la cintura apretando mi espalda y mis nalgas contra su pecho y pelvis, me besaba y mordisqueaba las orejas y el cuello mientras jugaba con sus manos, acariciándome el abdomen y el ombligo. Volteé mi rostro para ofrecerle mi boca y mientras me besaba, sentí de pronto su mano tocando mis senos, y explorando por debajo de la tela del traje de baño; comencé a sentir esas cosquillas en mi entrepierna, y en el momento menos pensado dejó mis senos desnudos y yo me encontraba a mil. Acariciaba mis pezones con sumo cuidado y de vez en cuando los pellizcaba hasta que se pusieron duros y erguidos. Sentía entre mis nalgas su dureza y me apretujaba más contra él, como si así fuera a lograr que él atravesase la tela y me llenara con semejante trozo de carne.
Empecé a gemir y a llamarlo por su nombre y entonces fue cuando su mano, juguetona, pasó por debajo de mi pantalón y de la tanga para sentir mi humedad, me acariciaba los senos y el clítoris tan rítmicamente que empecé a gemir más fuertemente y a pedirle que no se detuviera, primero lo hacía muy despacio y luego con firmeza me apretaba y seguía despacio; bajé mis pantalones como pude, pues él no me soltaba, y abría mis piernas para sentir más sus manos. Él siguió con ese ritmo que hacía que mis pulsaciones aumentaran poco a poco, y echando mis manos para atrás buscaba el borde de su sudadera, y cuando la hallé trataba de jalarla hacia abajo con fuerza, pero sólo pude bajarla un poco. Tito se separó un poco de mi cuerpo y dejó de acariciarme el seno, para bajar completamente su pantalón y bóxer, pero nunca dejo de hacer círculos, con uno de sus dedos, alrededor de mi clítoris. Usando esa misma mano me haló con fuerza una vez más junto a su pecho, me maltrató un poco pero sentí la recompensa. No pude sino soltar un aaahhh de placer cuando sentí su pene calientito golpeando mis nalgas.
Yo giré una vez más mi cara para verlo y con mi mano derecha buscaba su trasero, él volvió agarrarme los senos y retornó al ritmo, poco después empezó a acelerar y yo dejé de besarlo y me retorcía entre sus brazos, abría las piernas y movía mi pelvis de manera casi vulgar. Me penetró con un dedo y luego con dos; los sacaba y metía suavemente al principio y después con más énfasis hasta que me corrí. Luego me volteó y vi que estaba tan excitado como yo; me volvió a tomar por la cintura para acercar su boca a mis senos y así lamerlos y succionarlos, mientras tanto yo tomé sus 17 cm y lo acariciaba con vehemencia. Estaba tan excitada que le pedí que me hiciera suya, me cargó apoyándome contra el tronco del árbol y me penetró fuertemente, cada envestida era gloriosa y yo volaba, gemí como nunca y eso me excitaba más, pues cualquiera hubiera podido escuchar, y no me importaba, como tampoco tenían importancia las marcas en mi espalda producto de haberme recostado al árbol. Estábamos ahí, a medio vestir follando como dos locos a riesgo de que mi hermano llegase, y eso hacía más delicioso el momento. Finalmente acabamos y yo con piernas temblorosas tuve que vestirme rápidamente, al igual que Tito para esperar a mi hermano que llegó en menos de dos minutos después.
No perdimos oportunidad para follar durante el resto del mes, pero lo mas divino era que me acostumbré a vestir falda (y de vez en cuando sin ropa interior), pues durante las comidas familiares, nos sentábamos uno al lado del otro y siempre esperaba con ansia sentir su mano acariciando mi rodilla por debajo de la mesa. Me sentaba como un chico (con las piernas abiertas), pues las caricias no quedaban ahí, sentir la mano de mi primo rodando por mi muslo, mientras el resto de la familia habla del clima o de cualquier otra tontería, es una de las cosas más excitante que he vivido y más cuando juega en mi entrepierna... y mientras los demás hablaban para pasar la comida yo sufría al tratar de disimular, pues sentía como mi primo me masturbaba y obviamente yo hacia lo mismo con él.