La visita de mi cuñado #3

Las cosas en la casa se vuelven más intensas.

Capítulo 5 – Decisión

Me quedé pasmada sobre la silla, con la boca abierta por la sorpresa y el cuerpo temblando de miedo.

Oscar me miraba con un gesto tan serio que me era imposible saber lo que estaba pensando, pero a juzgar por lo que acababa de decirme, no podía ser nada bueno.

—¿Qué… qué haces aquí? —pregunté tartamudeando, no podía hacer otra cosa.

—Me salté la universidad —dijo, encogiéndose de hombros con tranquilidad —. Tenía que verte.

Tragué saliva…

—Yo… esto no es… no es lo que parece —dije, poco me faltaba para ponerme a sollozar.

Oscar dio unos pasos acercándose a mí, instintivamente hice que la silla retrocediera, alejándose de él. Sabía que no me iba a pegar o hacerme daño, pero su mirada era tan extraña que sentí un poco de miedo.

—Sabes, el primer día, fue evidente que habías usado mi computadora —me comentó, con esa voz tan fuerte —. El historial de navegación dejaba claro que alguien había entrado a mi blog en horas que yo no podía haberlo hecho.

—No…

—Aun así, quise asegurarme, por lo que volví a escribir, y ayer, cuando regresé a casa y dije que me iba a dormir, revisé otra vez.

Sonrió de forma maliciosa.

—Ahí estaba de nuevo, alguien había entrado a mi blog mientras yo asistía a la universidad.

No dije nada, ¿qué podía decir?, no tenía de negar que era yo quien estaba entrando a su computadora. Menos porque ahora me había encontrado justamente en esa situación.

Me maldije a mí misma, me llamé estúpida por no haber tenido la precaución de borrar el historial del navegador. Era un error de novato, pero había estado tan confundida por todo lo que leí en ese blog que, todo lo demás se me olvidaba en cuanto terminaba.

—Tranquila —me dijo, con una voz que sonaba casi paternal —. No estoy enojado. De hecho, me parece bien que lo hayas descubierto, eso me ahorra mucho trabajo.

—¿Trabajo? —pregunté, sorprendida y confundida.

—Claro —me dijo como si nada —. Tenía pensado encontrar alguna forma de hacerte mía, pero ahora me lo estás poniendo más fácil.

Sus palabras me tomaron por sorpresa, y sé que eso se reflejó en mi rostro, porque él sonrió satisfecho.

La mirada que me dedicó hizo que me estremeciera de los pies a la cabeza, incluso en esa situación, que me viera de esa forma tan masculina, activaba ciertos sensores en mi cuerpo.

—Yo… no soy tuya —dije, a la defensiva —. Soy, la esposa de tu hermano.

—Eso lo sé muy bien —respondió Oscar —. Pero pronto serás mía, en cuerpo y alma.

Tragué saliva, asustada.

—Todo lo que está escrito ahí es verdad —me dijo —. En serio, hace años estaba muy enamorado de ti, sentía celos de mi hermano por ser quien podía tenerte, aunque al mismo tiempo también estaba agradecido, pues de no ser por él, no habría podido conocerte.

Me quedé impávida sobre la silla, aunque lo intentara, mi cuerpo no se movía ni un centímetro de su lugar.

—Pero todo cambió aquel día en que tuviste sexo con él, aunque yo estaba a su lado —dijo, levantando la voz —. No hace falta que te diga lo mucho que me destrozaste el corazón.

—Lo… lo siento —dije, cuando por fin pude abrir la boca de nuevo. Mi cuerpo entero temblaba —. De haber sabido que estabas despierto…

—Ah, no te disculpes —me dijo con tranquilidad —. De hecho estoy muy agradecido. Gracias a eso comprendí como eres en realidad. Ya lo leíste ahí, pero te lo diré claramente. Eres solo una gran puta.

—Yo no soy… —traté de negarlo, sentía un poco de enfado y estaba ofendida, pero una parte de mi mente me impidió terminar la frase.

—¿No? ¿Y cómo le llamas a una mujer que se muestra desnuda ante su cuñado el primer día que este viene de visita? ¿Cuál es el nombre de una esposa que se exhibe en la calle ante dos desconocidos?

Traté otra vez de negarlo, pero estaba tan abrumada por todo que no pude hacerlo.

—¿Crees que una mujer decente haría lo que hiciste ayer con mi cuerpo? ¿Piensas que no noté la forma en que mirabas mi entrepierna?

—No…

—Pero no te preocupes, querida cuñada —me dijo, de nuevo con un tono tranquilizador —. No tiene nada de malo que seas una puta. De hecho, para mí, eso es genial.

Me tomó por las muñecas e hizo que me pusiera de pie. Yo todavía estaba usando mi ropa de dormir, no un baby doll como el día anterior, pero, de cualquier manera, dejaba mucha piel al descubierto.

—Hablaré sin rodeos, Olivia —me dijo, y mi cuerpo volvió a estremecerse al escucharlo decir mi nombre —. Te deseo, sé que ya lo sabes. Durante estos dos años, no he pensando en otra cosa que en hacer el amor contigo.

Me quedé pasmada de nuevo. No esperaba que realmente fuera tan directo.

—Me da igual que seas la esposa de mi hermano, él no te valora, no sabe lo que tiene —continuó —. Sé muy bien que eres una mujer insatisfecha en la cama, yo puedo ayudarte con eso.

—No… yo no estoy…

—Por favor, no intentes mentir —me interrumpió —. He aprendido algunas cosas en estos dos años sin vernos. Sé identificar a una mujer a la que su esposo no atiende en la cama. Esa forma en que me ves, la lujuria que desprendes al caminar, la manera en que te excitas con mi voz… lo sé todo, son pistas de como se siente tu cuerpo…, abandonado.

Volví a tragar saliva. Oscar tiró de mí, acercándome a su cuerpo lo suficiente como para que nuestros cuerpos quedaran pegados el uno al otro.

Me estremecí al sentir como mis pechos se frotaban contra el de él.

—Yo puedo hacerte muy feliz, querida cuñada —dijo Oscar, mirándome a los ojos —. Solo tienes que tomar la decisión.

Por milésima vez, no supe que hacer o decir ante sus palabras. Es cierto que estaba excitado, pero tenerlo tan cerca, con nuestros cuerpos frotándose, aunque fuera sobre la ropa, provocaba que mi corazón latiera muy fuerte.

Sabía lo que tenía que decir, simplemente negarme, dudaba que él me hiciera algo contra mi voluntad. Y, aun así, no pude hablar.

Para mi sorpresa, Oscar tomó una de mis manos y la llevó justo hasta su entrepierna, haciendo que pudiera sentir el bulto que se formaba bajo sus pantalones, ese mismo que el día anterior me había tenido loca, observándolo crecer.

Sentirlo, aunque fuera sobre su ropa, era una experiencia completamente diferente. Noté que mi corazón comenzaba a latir con fuerza y que mi mano, lejos de querer separarse, como lo afirmaba el sentido común, estaba ansiosa por seguir tocando.

—Esto no está bien… —dije, con un chillido —. Tú eres mi cuñado, no deberías hacer esto…

No me respondió, siguió moviendo mi mano sobre su entrepierna, haciéndome sentir el tremendo bulto que poseía y que tanto me había estado molestando el día anterior.

Era enorme, ya lo sabía, pero sentirlo era completamente diferente.

—Te deseo, Olivia… —me dijo sin ningún reparo, era tan masculino, no parecía haber ni una sola pizca de duda en su rostro al decirlo —. Quiero hacerte el amor, lo he deseado desde hace mucho tiempo.

—No está bien… —repetí —. Soy la esposa de tu hermano…

—¿Entonces porque no dejas de tocar mi entrepierna? —me preguntó con una sonrisa.

Al principio no comprendí su comentario, pero bastó bajar mi mirada un poco para darme cuenta de que, en erecto, estaba moviendo mi mano yo sola.

Me sorprendí, ¿en qué momento me había soltado él? ¿Cuándo comencé a manosearlo sin ningún reparo?

Noté que al instante mi cara se ponía completamente roja, y sentí la necesidad de salir corriendo. Pero seguía tomada por una de mis muñecas, y, además, mi cuerpo no quería separarse de él.

Pero de pronto y de la nada, Oscar me soltó y se separó de mí, dejándome con una cara de completa sorpresa.

—Tengo que irme —anunció, haciendo que sintiera que mi alma se caía al piso.

—¿Qué?

—Bueno, no puedo faltar a la universidad, no en estos cursos, al menos —me dijo como respuesta —. Así que ya me voy.

—Espera… —la palabra salió de mi boca sin que yo pudiera detenerla.

—No te preocupes —me dijo, girándose para verme —. Todo lo que dije es cierto, quiero hacerte el amor hoy mismo, pero te daré unas horas para pensarlo.

—¿Pensarlo…?

—Sí, regresaré exactamente a las dos, para ese momento, necesito una respuesta por tu parte, si dices que no, lo entenderé. Pero si dices que sí… bueno, no descansaras en toda la tarde.

Esas palabras me hicieron tragar saliva y estremecerme otra vez. La piel se me erizó por completo ante la perspectiva de poder tener sexo de nuevo, y si realmente estaba diciendo la verdad y no solo presumiendo, al parecer, sería por mucho rato…

—Yo…

—No me respondas ahora —dijo, volvió a acercarse hasta mí, sus labios se rozaron con los míos, aunque no se juntaron en un beso como al parecer, mi cuerpo quería —. Espera hasta que regrese, te aseguro que estaré pensando en ti todo el día.

Mi cara, ya estaba completamente roja pero aun así, puedo jurar que me ruboricé incluso más al escuchar sus palabras.

—Puedes seguir leyendo lo que escribí los otros días en mi blog, si eso te ayuda.

—Señaló la computadora con su cabeza antes de girarse de nuevo y caminar en dirección de la puerta, finalmente, se marchó, dejándome ahí sola.

Con la sensación de que todo aquello estaba mal. De que debí haberme negado, de que mi corazón no debería haber latido con tanta fuerza.

Salí de la habitación de Oscar y entré a la mía, dejándome caer en la cama, sin saber que hacer.

Solo pensar en lo que acababa de ocurrir hacía que mi mente diera vueltas. Me sentía culpable por dejar que me descubriera. ¿Cómo había podido ser tan idiota?

Mi cuerpo, por su parte, no parecía ponerle demasiada atención a la vergüenza que mi cerebro sentía, pues mi mano temblaba. Esa misma que se había visto obligada a sentir el enorme bulto que se formó bajo los pantalones de mi cuñado.

Me retorcí en la cama, intentando olvidar lo que acababa de pasar, pero mi cuerpo se estremecía, estaba ardiendo, como si acabara de pescar un resfriado.

Pero yo sabía que la razón de que mi temperatura aumentara estaba lejos de ser por algo así. No, mi cuerpo llevaba caliente desde que mi cuñado reapareció en mi vida, y aunque fuera una locura, cada vez se sentía mejor estar así.

Las palabras de Oscar retumbaron en mi mente. Dijo que él podía complacerme mejor que su hermano. Pero, ¿sería verdad, o solamente estaría presumiendo ante mí?

A juzgar por la enorme cosa que tenía entre las piernas, lo más probable es que fuera verdad…

Joder, mi cuerpo volvió a estremecerse solo de pensarlo. Me sentía como si hubiera pasado un día entero sin tomar ni una sola gota de agua, estaba sedienta… necesitaba tener sexo con alguien.

Y ya que mi marido nunca estaba dispuesto, tal vez no sería tan mala idea…

No, espera… ¿en serio estaba pensando en eso? ¿Lo consideraba de verdad?

Sí, no puedo mentirles. Lo cierto es que mi cuerpo quemaba, quería tener sexo, lo necesitaba luego de meses de abstinencia. En serio estaba pensando en responder afirmativamente a la propuesta que mi cuñado me había hecho.

Pero una parte de mi mente seguía estando consciente de que eso sería el mayor error de mi vida. No podía simplemente traicionar a mi marido, y menos aún, con un miembro de su familia.

No debía hacerlo, por más que mi cuerpo entero estuviera temblando. Por más que mi vagina ardiera, pidiendo algo que apagara todo el fuego que estaba sintiendo, tenía que mantenerme firme.

Me puse de pie, me acerqué a una de las mesas que tenemos en la habitación y tomé mi teléfono. Marqué rápidamente el número de mi marido.

Necesitaba escuchar su voz, sabía que eso me calmaría, me haría recapacitar, mi mente no podría pensar en las necesidades que mi cuerpo tenía, si estaba ocupada pensando en el hombre que amo.

El teléfono sonó unos segundos antes de que Javier respondiera.

—Hola, cielo —la voz de mi marido no era tan gruesa como la de su hermano, pero me reconfortaba.

—Hola —dije, feliz de poder escucharlo.

—¿Pasa algo, cielo?

—No —dije, nerviosa —. Solo, quería escuchar tu voz… últimamente no hemos hablado demasiado.

—Lo siento por eso —dijo Javier —. Es mi culpa.

—No…

—Pero, la verdad… tampoco ahora puedo hablar.

—¿Eh?

—Voy a entrar a una junta, ¿es urgente lo que quieres decirme?

—No —respondí, sintiendo de nuevo como mi corazón se desgarraba —. No es nada importante.

—Ya veo… ¿te parece bien si te llamo cuando la reunión termine?

—No es necesario —dije, descorazonada —. Hablaremos cuando regreses a casa. Adiós.

Colgué sin esperar una respuesta de su parte. Estaba dolida y sentí ganas de llorar.

No lo entendía. ¿en serio no podía saltarse una junta para hablar conmigo? ¿por qué siempre el trabajo era más importante para él?

Me miré en el espejo, yo soy una mujer bonita, una que, a cualquier hombre le gustaría tener de esposa, entonces, ¿por qué él no me prestaba atención?

Estaba molesta, triste y decepcionada, todo al mismo tiempo.

Pero, además, todavía estaba excitada, y muy interesada en la propuesta de mi cuñado.

No voy a intentar justificar mi decisión. Por supuesto que el despecho tuvo mucho que ver en ella. Pero en realidad fue algo egoísta.

Necesitaba sexo, y saber que había alguien dispuesto a dármelo, hizo que mi cuerpo entero temblara de la emoción.

Lo necesitaba, eso es más que obvio, pero no solamente era ese el problema. Sino que, QUERÍA hacerlo.

Por eso mismo, contuve las lágrimas que pugnaban por salir de mis ojos y tras mirarme de nuevo al espejo. Entré al baño.

Si iba a hacerlo, necesitaba asegurarme de estar completamente limpia.

La espera fue un calvario, así como una tortura pensar en la locura que iba a hacer. Una pequeña parte de mi mente seguía resistiéndose, pero ya era tarde.

Necesitaba sentirme deseada, estaba harta de que mi marido no me atendiera como se debe, así que, dejaría que su hermano lo hiciera.

Después de salir del baño, me vestí de la manera más atractiva que pude. Con una falda corta que cubría solo la mitad de mis muslos, y una blusa corta ajustada.

Era un atuendo juvenil, que me quedaba bien cuando tenía dieciocho, aunque a los treinta, con mi cuerpo más desarrollado, la palabra era “sexy”.  Por fortuna, no había crecido demasiado y seguía entrando en él, aunque me apretaba un poco justo en los lugares adecuados.

Elegí ese atuendo porque supuse que no sería difícil de quitar cuando…, bueno, cuando pasara lo que tenía que ocurrir.

Mientras me vestía, peinaba y maquillaba, no dejé de pensar en que todo eso estaba mal, mi mente seguía diciéndome que no lo hiciera.

Pero mi cuerpo se movía por si solo. Debo admitir que para este punto, ya no me importaba demasiado que estuviera mal o bien, lo único que sabía era, que lo necesitaba, y que lo deseaba.

No sé si todo haya sido parte de algún plan de Oscar, incluso ahora, desconozco si fue su idea hacer que de algún modo leyera lo que había escrito en su blog. Nunca se lo he preguntado, y sinceramente lo dudo, creo que fue simplemente una gran coincidencia.

Y, aun así, leer durante aquellos dos días las entradas de su blog cambiaron mi vida para siempre. Incluso en esos momentos, mientras me preparaba para romper los votos matrimoniales, no estaba consciente de que tanto iban a cambiar las cosas para mí.

Las horas pasaron tan lento que la desesperación llegaba a mi pecho, y mientras más esperaba, más pensaba en que estaba por cometer una locura.

La parte de mi mente que me decía que no, se hacía cada vez más pequeña, pero su voz ganaba fuerza. Me resultaba difícil ignorarla cuando me repetía que mi marido era Javier, que era un hombre bueno que me amaba, que no importaba que no me hiciera el amor, eso no era excusa para buscarlo en otro lado.

Y, sin embargo, a pesar de todo, estas palabras eran opacadas por el simple pensamiento de un cuerpo masculino joven y bien formado. Por una erección que el día de ayer no dejaba de crecer. Y por las malditas ganas que tenía de ser complacida por fin.

Por fortuna, por fin la espera de horas pasó a convertirse en minutos. Miraba el teléfono de mi celular, esperando…

No solamente esperaba que Oscar llegara, sino esa llamada que Javier me había prometido. Aunque le dije que no lo hiciera, sabía que, si mi marido llamaba y me decía que me quería, correría a mi habitación, me encerraría ahí, y no saldría en un año, si era necesario.

Pero los minutos pasaban, ya casi eran las dos de la tarde y el teléfono no sonaba.

—Vamos —dije en voz alta, mirando la pantalla de mi teléfono con el ceño fruncido —. Amor, es tu oportunidad, llama ahora o si no…

Ni siquiera quise terminar la frase, ya sabía que no iba a ocurrir, Javier no llamaría, pues nunca lo hacía cuando estaba en el trabajo, era imposible que eso pasara.

Así que me resigné, la pequeña parte de mi cerebro que todavía luchaba por resistirse a mis más obscenos deseos fue devorada por la otra parte, la inmensa, la que esperaba con ansias poder saciarse.

Y ahora mi mente se convirtió en un todo, esperando que se cumpliera la hora prometida.

A las dos en punto, el timbre de la casa sonó. Me levanté del sofá y corrí como nunca he corrido en mi vida.

Abrí la puerta y ahí estaba él. Oscar, mi cuñado doce años menor. Quien me había prometido complacer a mi cuerpo deseoso.

—Bi-bienvenido… —dije, nerviosa, pero con una sonrisa de idiota en la cara.

Él no me respondió, entró a la casa, prácticamente sin mirarme, y se dirigió al sofá, donde se quedó sentado.

Admito que sentí un poco mal al ver que solo recibía indiferencia por su parte. En mi mente se habían dibujado un montón de fantasías obscenas sobre ese momento. Ninguna incluía que no me hablara.

Aun así, caminé hasta la sala, igual que los dos días anteriores, me paré a un lado suyo.

—¿Quieres comer? —le pregunté.

Él se limitó a asentir, por lo cual fui a la cocina y le traje el plato de comida que le había preparado. Se lo entregué y me quedé ahí, a su lado, mientras lo observaba comer, esperando que hiciera algún movimiento.

Sin embargo, los minutos iban pasando y a mí mente solo llegaba una gran ansiedad. Mi cuerpo seguía estando muy caliente, las fantasías de mi cerebro lo habían excitado, pero ver que no pasaba nada con Oscar me hizo sentirme cada vez más desesperada.

No tardó demasiado en terminar de comer, y fue entonces, cuando ya estaba yo completamente resignada a que sus palabras de la mañana habían sido solo una broma de mal gusto, que me miró.

Sentí un escalofrió recorrer todo mi cuerpo cuando su mirada se posó sobre mí, y entonces supe que no había sido ninguna broma. Él realmente me deseaba, sus ojos, llenos de un obsceno deseo y lujuria me lo demostraban. Y ahora sabía porque no me dijo nada cuando llegó, estaba esperando mi respuesta.

Me acerqué al sofá donde estaba sentado, tragué saliva, sabiendo que mi vida estaba a punto de cambiar pues, en cuanto comenzara a hablar, ya no sería la mujer fiel y decente que había existido por tantos años.

Tomé asiento a su lado, mirándolo a los ojos. Mi corazón no dejaba de latir, mi cuerpo entero se estremecía, mi vagina, se humedecía solo de pensar en el maravilloso cuerpo de ese joven, en lo que tenía entre sus piernas y que probablemente, no iba a tardar en entrar en mí.

—¿Estás… estás seguro de lo que me dijiste en la mañana? —pregunté sintiéndome nerviosa, no sabía que decir, y eso fue lo primero que se me ocurrió —¿Hablabas en serio?

—Por supuesto —dijo él, con su voz seria, y mirándome directo a los ojos —. No he hablado más en serio en toda mi vida.

—¿No te importa que sea la esposa de tu hermano?

—No —me dijo, con tranquilidad —. Te deseo demasiado como para que algo así se interponga.

—Pero…

—Olivia —la forma en que dijo mi nombre causó en mi un estremecimiento mayor que cualquiera hasta ese momento —. No te confundas, lo que yo quiero no es arruinar tu matrimonio con mi hermano. Solo deseo tener sexo contigo, y para eso, no se necesitaba otra cosa que tu consentimiento. No piensen en nada más que en las necesidades de tu cuerpo, si quieres que te deje satisfecha solo tienes que decirlo.

Me sorprendió la manera tan seria en que me habló, realmente no parecía tener ningún sentimiento. ¿A dónde se había ido aquel muchacho que se moría por mi atención? ¿En serio le había afectado tanto aquella noche en que nos escuchó mientras teniamos sexo?

—Tú… eres muy joven como para decirme esto… —comenté con nerviosismo. Mi cuerpo había tomado una decisión, y mi mente, aunque la sentía convencida, al parecer estaba tratando de encontrar excusas —. Podrías ser mi hermano.

—Entonces alégrate de que no lo sea —me respondió, de nuevo sin un simple atisbo de sentimientos en su rostro —. Aunque sea joven, te aseguro que sé más sobre el sexo de lo que tu piensas.

Al escuchar eso me llené de curiosidad, una parte de mi mente quiso seguir preguntando, indagar más en esas palabras, pero antes de que pudiera hacerlo, Oscar levantó una mano, como si ya presintiera que iba a decir algo y quisiera callarme.

—Lo único que necesito de ti es un Sí o un No —me dijo con seriedad —. Si no quieres hacerlo, entonces no volveré a tocar el tema, pero si aceptas, bueno, tienes que estar consciente de que las siguientes horas las pasaras muy ocupada.

Era tan frio, ya no quedaba ni rastro del niño alegre que me seguía a todos lados. Se había convertido en poco más que un robot.  Y por extraño que parezca, esa actitud distante y superior me estaba volviendo loca.

¿Cómo podía gustarme que se mostraba indiferente? ¿Por qué me estaba excitando solo por haber escuchado esas palabras que acababa de decirme?

No tenía sentido, pero como algunos ya sabrán, el sexo no siempre lo tiene. Mi cuerpo quería hacerlo, estaba ardiendo, casi me suplicaba que hiciera algo al respecto, que buscara alguien que apagara el fuego que me estaba invadiendo.

Y frente a mí, tenía a ese alguien, lo sabía yo y él también. Oscar entendía que era mi mejor opción para calmar mis necesidades, sobre todo en vista de que mi marido no parecía dispuesto.

Me excitaba pensar en la cosa que mi cuñado. Me calentaba esa manera de hablar y de mirarme tan distante, no es que odiara la calidez de mi marido, de hecho, me enamoré de Javier por eso. Pero la forma en que Oscar hacía todo, desde caminar hasta dirigirme la mirada, me resultaba más intrigante y aunque no tiene sentido, también más masculina.

En ese momento yo sabía mi respuesta, pero no quería decirla simplemente. Mi cuerpo me pedía que hiciera algo para demostrarle lo mucho que deseaba que se encargara de mi calentura.

Tal vez solo iba a ser una vez, pero necesitaba quedar bien satisfecha, así que tenía que mostrar que realmente lo deseaba.

Y no se me ocurrió mejor forma que dejarme caer, de rodillas, frente a él, con su entrepierna a la altura de mi cara, comencé a quitarle los pantalones.

Lo hice de forma tan apurada que estoy segura que mi desesperación se reflejaba en mi rostro.

Mientras lo hacía, no dejé de mirarlo a los ojos y me alegré más de lo necesario al ver su sonrisa. Me gustaba que no mostrara emociones, pero saber que yo acababa de hacer que sonriera, me gustó mucho más.

Debo admitir que, para esos momentos, mi mente ya no pensaba en lo mal que estaba todo, no existía mi marido, ni el hecho de que el joven que estaba sentado frente a mí, era mi cuñado.

El último pensamiento referente a mi matrimonio se había esfumado, ahora, solo quería pensar en el placer que me esperaba.

No tardé demasiado tiempo en desabrochar sus pantalones y comenzar a bajárselos, él ayudó, levantando sus caderas para facilitarme el trabajo.

A los pocos segundos, tenía mis manos en su bóxer, estaba completamente idiotizada mirando su entrepierna, ese bulto que no dejaba de crecer.

Pueden juzgarme si quieren, no me importa. Pero no temo admitir que, a esas alturas, mi mente estaba completamente entregada a la lujuria.

Después de dos meses sin acción, y casi otros tres antes de eso, el cuerpo de una mujer tiene ciertas necesidades que cumplir. O bueno, al menos el mío.

Sabía muy bien que lo que estaba haciendo en ese momento era infidelidad. Por eso trataba con todas mis fuerzas de mantener alejado de mis pensamientos a Javier. Pues entendía que, si pensaba en él, terminaría sintiéndome mal y echándome para atrás.

Con la calentura que estaba sintiendo, eso era lo último que quería, así que decidí mantener a mi marido fuera de mi mente. Al menos por ese momento, pues, ya llegaría luego el tiempo de llorar de arrepentimiento.

Me pasé casi un minuto con las manos sobre la parte superior de su bóxer, no me atrevía a comenzar a bajárselo. No por miedo, sino por expectación, como cuando eres niño y quieres dejar el regalo de navidad más grande para el final, pues en tu mente, es el mejor de todos.

Ante mi indecisión, Oscar se movió un poco en el asiento, abrió más esas piernas tan musculosas que posee, dándome una mejor vista del bulto que había en medio de ellas.

Suspiré, sabiendo que no podía alargar el momento para siempre, comencé a bajar su ropa interior, y mientras hacía esto, poco a poco aparecía ante mis ojos esa cosa que me había vuelto loca el día anterior.

Lo que apareció ante mí me hizo quedarme boquiabierta, por fin lo estaba viendo directamente. Decir que era grande sería irme a lo fácil y a lo superficial. Pero es que esa cosa era realmente gigante, la de mayor tamaño que he visto nunca, y eso que Javier no es un hombre pequeño ni mucho menos.

Parecía enojado. El falo estaba de un color rojo intenso, palpitaba al ritmo de los latidos del corazón de Oscar mientras no dejaba de crecer. Y cada vez que lo hacía, la punta de este se ensanchaba más, justamente como si se estuviera enfadando más.

Sobra decir que lo miré idiotizada, viendo como crecía justo frente a mí, sin poder moverme siquiera mientras esa enormidad parecía cobrar vida propia.

—Es… grande… —dije, levantando un poco la vista para verlo a los ojos. Me sentí una tonta al instante por elegir esas palabras que resultaban tan obvias.

—Lo es —dijo él, con mucha confianza en el rostro —. Eso es lo que va a hacerte sentir satisfecha esta tarde.

Tragué saliva antes de volver a ver el pene de Oscar, el cual se veía como si hubiera crecido un poco más en los segundos que alejé mi vista de él.

Estaba realmente hipnotizada mirándolo, mientras por dentro me decía que Oscar tenía razón, una cosa así, bien podía satisfacerme por otros dos meses.

Me inquietaba el tamaño, pero a pesar de ser largo lo cierto es que el grosor tampoco quedaba a deber, era bastante gordo. Una extraña necesidad de saber las medidas exactas de ese pene se apoderó de mí en ese instante.

Por supuesto, hubiera sido una estupidez de mi parte ponerme a buscar algo con lo que medirlo. Sin embargo, hoy sé cuanto mide exactamente. Estoy segura de que no me creerían incluso si lo contara, pero también sé con seguridad, que muchos de ustedes habrán visto algún video porno, así que pueden darse una buena idea.

—¿Qu- qué hago? —pregunté, como una colegiala en su primera vez. Pero es que sentí la necesidad de preguntarlo, pues no quería que Oscar se sintiera decepcionado conmigo, después de todo, estaba haciendo eso para calmar mis necesidades.

—Bueno, ya que está tan cerca de tu boca, supongo que una mamada estaría muy bien —me respondió, sonriéndome de manera maliciosa.

—Claro… —me sentí tonta de nuevo, pero no me importaba.

Alargué mi mano hasta poder tocarlo por primera vez.

No puedo describir exactamente la inundación de sentimientos que tuvo lugar en mi interior cuando por fin la toqué. Era como si un montón de placeres se hubieran dado cita en mi cuerpo para pelearse entre ellas.

La calentura era más que evidente, pero también la sorpresa por lo duro y caliente que estaba, la desesperación porque sabía que eventualmente tendría que soltarlo…

Los testículos de Oscar colgaban de la base de su pene y se balanceaban como si estuvieran viajando en algún barco. Llevé mi otra mano hasta ellos para sentirlos, a diferencia del miembro principal, las bolas eran suaves, aunque pesadas.

Saqué mi lengua hasta lamer mis labios mientras no dejaba de admirar lo que tenía en mis manos. En mi juventud, durante algunas fiestas, vi varios penes, incluso fue en una de esas cuando perdí la virginidad. Y aunque no volví a ver ninguno que no fuera el de mi marido desde que lo conocí, puedo decir que los recuerdo todos.

Y ninguno me dejó sin aliento y mirando embelesada como ese. Cerré mis dedos alrededor del enorme tronco mientras masajeaba sus bolas.

Era la primera vez en muchos que tocaba una que no fuera la de mi marido. Estaba caliente, pero en serio, sentí como si pudiera quemarme. Le di un pequeño apretón, recibiendo como recompensa un gemido de Oscar que me hizo estremecer.

No pude evitar jadear al escucharlo, y menos cuando sentí como la piel de su pene se deslizaba un poco hacia abajo, guiada por mi mano, provocando que la cabeza de su pene se mostraba más directamente a mí.

Comencé a masturbarlo, de manera lenta pues no conocía el aguante de Oscar, lo último que deseaba era que, a pesar de tener esa maravillosa herramienta, resultara que no podía evitar correrse con rapidez.

Ese, que era mi mayor temor casi pareció confirmarse cuando vi que unas pequeñas gotas comenzaban a salir de la punta de su pene. Pero me sentí aliviada al darme cuenta de que en realidad se trataba de líquido pre-seminal.

Me quedé embobada, mirándolo mientras seguía con el movimiento de sus manos. ¿Cuánto tiempo había pasado desde la última vez que vi esa sustancia?

Demasiado, la última vez que lo hice con mi marido nos saltamos el sexo oral. Sentí como la parte interior de mi cuerpo se retorcía, como si esas pequeñas gotas estuvieran llamando a mi vagina, parecía que esta las reconocía, sabía que estaban hechas para ella…

Los jugos de mi vagina comenzaron a filtrarse con más fuerza por mi ropa interior, mientras no hacía otra cosa que admirar el tamaño de esa verga enorme.

—Joder, ¿cómo puede ser tan grande? —dije, en voz baja, pero no tanto como para que él no me escuchara.

—Mi hermano siempre fue el afortunado de la familia, a juzgar por tu reacción, parece que en esto es al revés.

No respondí, lo último que quería era que mi mente pensara en Javier, así que me limité a seguir haciendo lo mismo, mientras sentía mi cuerpo calentarse más y más.

Traté de aguantar lo más que pude, pero cuando ya habían pasado unos cuantos segundos, mi cuerpo me quemaba, mi boca me rogaba que hiciera lo que se suponía debía hacer.

Así que, comencé a acercar mi boca a la punta de esa enorme verga que no dejaba de palpitar en mi mano. Sentí el olor a hombre llegar a mi nariz cuando estuve lo suficientemente cerca. Me encantó olerlo, mentiría si dijera otra cosa.

Lentamente seguí acercándome. Todo mi cuerpo temblaba de la emoción, por estar sintiendo, después de tanto tiempo, el olor a hombre que irradiaba de su pene y se había apoderado de mi nariz.

—Esto solo será una vez… —dije justo antes de que mi boca hiciera contacto con la punta de su pene. Me pareció que era el momento precios para dejar claras las cosas —. Después de hoy, ambos olvidaremos que esto ocurrió, ¿entiendes?

No respondió, dudé que me hubiera escuchado y pensé en repetir mis palabras, pero en ese momento, lo que menos quería era hablar, así que no lo hice.

Por fin, mis labios recorrieron la corta distancia que los separaba de su pene y cuando por fin chocaron, en un tierno beso, mi cuerpo entero recibió descargas eléctricas por la excitación.

Al instante, la pequeña gota que había salido de su pene se introdujo en mis labios y pude obtener un pequeño adelanto de lo que iba a ser el sabor de su semen.

Era intenso, algo salado, pero, sobre todo, tenía un sabor muy fuerte, a macho.

Escuché de nuevo que Oscar gemía, producto del contacto entre mis labios y su pene, eso hizo que me excitara más, y sintiera más emoción al mover mis labios hacía abajo, adaptándome al contorno de la enorme punta.

A medida que esa cosa enorme iba entrando en mi boca, más caliente sentía mi cuerpo, y mi mente se olvidaba de todo lo que no fuera ese pene. De pronto, ya había dejado de pensar por completo en mi marido, en la relación de familia que tenía con Oscar y en todo lo demás, solo pensaba en seguir chupando.

Oscar me miraba a medida que me iba metiendo su verga en la boca. Y estoy seguro de que me veía jodidamente sexy mientras lo hacía, sentía lagrimas salir de mis ojos, al tiempo que estos se entrecerraban por el esfuerzo. Pero a pesar de la visión borrosa, podía ver muy bien que mi joven y apuesto cuñado no separaba su vista de mí.

No pasó mucho tiempo hasta que mis labios, estirados al máximo por el grosor de ese pene pudieron alojar dentro de ellos una buena parte de la verga de Oscar. Tenía dentro más de la mitad, no quise arriesgarme a intentar meterme toda, era demasiado grande y no quería lastimarme, aunque ganas no me faltaban en ese momento.

Mis mejillas se hundieron un poco en cuanto esa cosa estuvo dentro de mi boca, era como si trataran de formar una húmeda y caliente funda para que su pene reposara. Con mis manos, jugué con sus bolas, esperando con eso generarle más placer.

Lo escuché soltar un leve gemido cuando traté de meterme un par de centímetros más en la boca. Lo logré, y eso me hizo sentirme orgullosa.

Me encontraba en el cielo, desde la posición en que estaba, podía ver las piernas desnudas de Oscar, esas que, aunque ya había tocado, me parecían más sexys en esa situación.

Comencé a mover mi lengua, sintiendo así el sabor masculino de Oscar, salado, intenso y aun así, delicioso.

También podía ver y sentir sus enormes testículos, tan grandes y pesados que solo me hicieron pensar en una cosa. En la enorme carga de semen que deberían tener dentro.

Supongo que, llegado a este punto debería confesar que me encanta el semen. Es una especie de fetiche que tengo y es que siempre, desde mi primera vez hasta la última, me ha vuelto loca que mis parejas en la cama disparen sus chorros sobre mi cara.

Es una de las razones por las cuales no había tenido hijos, pues siempre prefiero que mi marido se corra directamente sobre mi rostro que en mi vagina. Aunque bueno, en realidad también se debe a que ninguno de los dos quería padre aún.

Solo imaginarme la cantidad de semen que deberían tener esas enormes bolas hizo que me estremeciera y comenzara a chupar con más fuerza. Mi cara se puso roja, y comenzó a arderme, como si estuviera emocionada por volver a recibir un buen baño de la leche masculina, lo cual no ocurría en mucho tiempo.

Sentí que, de la comisura de mis labios comenzaban a caer gotas de saliva por el exquisito sabor que estaba sintiendo. Y es que, como ya lo dije antes, para estas alturas, no pensaba en otra cosa que, en sentirme satisfecha, tal y como Oscar me lo había prometido.

Y por extraño que parezca, lamer esa enorme verga salada me estaba provocando ese placer que buscaba.

De pronto otra gota de líquido pre-seminal salió de la punta de su pene y cayó en mi garganta. La sensación fue como si hubiera recibido mil ataques de magia, de esos que aparecen en las películas, pero concentrados todos en mi boca. Era maravilloso mover mi lengua de manera obsesiva mientras poco a poco, las gotas iban cayendo y haciéndome sentir excitada.

Mi boca me pidió más. Quería sentir más de ese enorme pedazo de carne y yo estaba dispuesta a hacer lo que fuera necesario para complacerla.

Comencé a salivar mucho más de lo que estaba haciendo hasta ese momento. Nunca he sido una experta en dar sexo oral, pero sí sé que, si quieres que el miembro masculino entre en tu boca, necesitas llenarlo de lubricante, y mi saliva era el único que tenía en esos momentos.

Gracias a esto, pude ir empujando mi boca, y la saliva estaba cumpliendo su papel a la perfección. Pues entre más empujaba, más sentía que esa verga iba entrando en mi boca.

Me dolía la mandíbula, no voy a negarlo. Pero una parte de mí, la más obscena, y que siempre luchaba por mantener encerrada, me decía que lo intentara, que le demostrara a Oscar que era capaz de hacerlo, que era digna de ese deseo que sentía por mí.

Mientras cada centímetro de ese enorme falo iba entrando, yo me sentía cada vez más extasiada. No me podía creer que estuviera experimentando tanto placer solo por meterme esa cosa en mi boca.

Movía mi lengua, procurando con esto recorrer hasta el último centímetro del trozo de carne que había entrado. Sin embargo, no me detuve ni un segundo en intentar meter lo que faltaba dentro de mi boca.

El miedo que había tenido de lastimarme desapareció por completo, ahora estaba poseída por unas obscenas ganas de sentir esa cosa por completo dentro de mí.

Y poco a poco lo fui logrando hasta que, de pronto, sentí como la punta de esa enorme verga se chocaba contra mi garganta.

Abrí los ojos de par en par, sorprendida de que realmente lo hubiera logrado, aunque en realidad me di cuenta de que no era así, pues una pequeña parte de la longitud de su pene se había quedado fuera.

¿Cómo era posible? ¿De qué tamaño era esa maldita anaconda como para no poder tomarla toda en mi boca?

Me sentí un poco decepcionada, y estaba a punto de hacer un último esfuerzo por meter lo que faltaba dentro de mi boca, pero antes de que pudiera hacerlo, sentí las manos de Oscar apoderarse de mi cabeza.

—Lo hiciste bien, querida cuñada —me dijo con tranquilidad en la voz —. No me esperaba que pudieras meter tanto dentro de tu boca a la primera.

Sus palabras calmaron un poco mi decepción y me hicieron sentir orgullosa de mi misma, aunque sabía que no tenía sentido sentirme así por los comentarios de un hombre que no era mi marido, no pude evitarlo.

—Y ahora, viendo todo el esfuerzo que pusiste para recibirla en tu boca, creo que debo compensarte…

No entendí a que se refería, sin embargo, sí pude ver una sonrisa de victoria en su rostro, y al instante me estremecí pues sentí como que algo no iba del todo bien.

De pronto, con sus manos comenzó a empujar mi cabeza un poco más hacia el frente, causando que el pequeño pedazo de carne que faltaba de su verga entrara en mi boca, provocándome dolor y una falta de aire que me llenó de desesperación.

Por suerte para mí, ese esfuerzo no duró demasiado, pues Oscar no tardó en tirar de mi cabeza de nuevo, esta vez permitiendo que su pene saliera de mi boca, me sentí aliviada, pero también un poco asustada, pues entendí lo que estaba planeando.

Comenzó de nuevo a empujar mi cabeza hasta que su verga entró casi por completo en mi boca y volvió a repetir el proceso, aumentando la velocidad en cada ocasión.

Se estaba cogiendo mi boca, como si fuera sexo vaginal, con mucha fuerza su verga salía y volvía a entrar, producto de la potencia con la cual tiraba y jalaba de mi cabeza.

Yo me encontraba asustada, sentía el enorme pedazo de carne entrar en mi boca y luego volver a salir, rozándose contra el interior de mis mejillas, contra mi lengua… causándome que cada vez que entrara perdiera el aliento un poco más.

Pero Oscar no se detenía, estaba usando mi boca a su antojo, como si fuera una simple herramienta para su masturbación, la empujaba con tanta fuerza que a veces parecía como si estuviera a punto de arrancarla de mi cuello.

Mis ojos empezaron a dejar escapar lagrimas de desesperación y de miedo. Pero mi cuñado no se detenía.

—Oh… tu boca es una maravilla —dijo Oscar de pronto —. Se siente como si fuera una buena vagina…

A duras penas lo escuché, estaba asustada y sin embargo, a los pocos segundos de haber comenzado esa especie de tortura contra mi boca, comencé a sentir un extraño gusto por lo que estaba pasando.

Tal vez suene demasiado extraño para ustedes, pero a medida que la intensidad con la que estaba moviendo mi cabeza aumentaba, también lo hacía la excitación que estaba sintiendo.

Mi boca entera seguía doliendo, pero ahora, sentir ese enorme pene entrar y salir de ella me provocaba otra cosa además del dolor y miedo.

Estoy segura que esa era la intención de Oscar, o al menos, sé que se dio cuenta pues aumentó el ritmo de nuevo, cada vez que ese maravilloso trozo de carne se rozaba contra mis mejillas o mi lengua sentía su fuerte sabor entrar por mi garganta y llegar a mi estómago.

Aquello no estaba bien, pues entre más sintiera ese sabor que tanto me agradaba, más corría el riesgo de volverme adicta a él.

—Mmm… mmuhhh —eran los únicos sonidos que salían de mi boca, y que acompañaban a los ruidos acuosos que se producían gracias al exceso de saliva que estaba produciendo, cada vez que los huevos de Oscar se chocaban contra mi boca.

—Olivia… —dijo Oscar de pronto entre un suspiro —. En serio me encanta tu boca…es la mejor que he sentido en mucho tiempo.

Esas palabras me hicieron sentir un poco orgullosa de mi misma, aunque no estaba haciendo nada, más que poner mi boca como objeto para su masturbación, ser alagada de esa manera me hizo sentir mejor.

De pronto, el dolor y el placer que sentía en mi boca se juntaron para dar lugar a una sensación completamente nueva para mí. Era algo extraña, una mezcla que incluso ahora no puedo describir del todo, simplemente digamos que me gustaba sentir esa enorme verga entrar con fuerza dentro de mi boca, cogiéndome, haciéndome el amor… usen la palabra que quieran.

—Me voy a correr… —anunció Oscar de pronto —¿Quieres que lo haga dentro de tu boca?

—Mmmh… —respondí, negando con la cabeza. No es que no me guste recibirlo en mi boca, pero no era lo que quería en ese momento.

Oscar sonrió, al parecer entendiendo lo que yo quería. Siguió cogiéndose mi boca durante unos pocos segundos, provocándome más placer, hasta que de pronto, tiró de mi cabeza, tomándome por mi pelo con más fuerza que antes, haciendo que, por fin, luego de varios minutos, toda su verga saliera de mi boca.

En ese instante supe lo que iba a pasar, cerré los ojos, abrí un poco la boca y me preparé para el impacto.

No tardó mucho en llegar, a los pocos segundos, comencé a sentir chorros y chorros de semen chocándose contra mi rostro. Era como si ese pene fuera una ametralladora, y Oscar hubiera apretado el gatillo, provocando que sus balas de leche blanca y espesa salieran disparadas hacia mi cara.

Sentí la primera descarga sobre mi barbilla, y luego, como si fuera el chorro de una manguera, se elevó por todo mi rostro, mi boca, mi nariz y mis ojos no tardaron mucho en estar llenos de ese espeso líquido. El olor a hombre me invadió mientras más semen caía en mi cara.

La ametralladora volvió a disparar, esta vez directo en mi mejilla, un tercero disparó cayó sobre mi frente y a los pocos segundos, sentí mi rostro entero cubierto ese de ese líquido blanco y espeso que olía de manera tan masculina.

Sé que una mujer normalmente sentiría asco al estar llena de semen en toda su cara. Pero yo no, ya se los dije antes, a mí desde siempre me ha encantado sentir los disparos de esa leche espesa sobre mi cara. Aunque no les voy a mentir, nunca en mi vida había estado tan llena…

Esto causó que mi corazón se acelerara y la calentura de mi cuerpo se elevara a niveles desconocidos para mí.

Abrí uno de mis ojos, el que menos cubierto de semen estaba, y es que quería observar como el enorme pene de Oscar producía esa sustancia que a mí me parecía tan mágica.

Sobre decir que el espectáculo me resultó maravilloso. Como esa verga tan grande se retorcía, sin que ninguna mano la sostuviera, y disparaba sus últimos hilos de semen me hizo estremecerme de nuevo. Nunca había visto algo así.

Cuando sentí que el miembro erecto de Oscar ya no iba a lanzar más de ese liquido que me volvía loca, decidí darme un tiempo para apreciar lo que estaba sintiendo en mi rostro.

Era como si mi cara estuviera siendo exfoliada por alguna mascarilla, solo que, esta tenía un olor más intenso y se sentía mucho mejor que cualquier otra cosa que hubiera podido usar.

—Abre los ojos —me ordenó Oscar con esa voz tan característica en él, y que me hacía temblar cada vez que la escuchaba.

Obedecí, esperando que ninguna gota de su leche cayera en ellos y me causara irritación.

—Te vez muy sexy —me dijo —. No me cabe ya ninguna duda de que eres una gran puta.

Pensé en negarlo, pero en el fondo sabía que no tendría caso, para él lo era, y no iba a poder hacerlo cambiar de opinión, aunque me doliera que el niño que me había admirado tanto año atrás, pensara eso de mí.

—¿Te gusta sentir mi semen en tu cara?

—Sí… —respondí con la verdad —. Es, demasiado… Tan espeso… tan apestoso… me encanta.

Oscar se río ante mis palabras. Lo hizo de una manera que me dejó claro que estaba disfrutando verme así. No podía ni imaginarme lo que significaba para él contemplar a la mujer que había amado, estar de rodillas con el rostro lleno de su espeso y caliente semen.

Sentía la cara tan llena de esa espesa leche, que parecía como si alguien hubiera arrojado una botella completa de esa sustancia sobre mí. Había semen en otras partes de mi cuerpo, somo mi pecho o mi cuello, pero el rostro lo que me hacía sentir tan caliente.

Mi corazón palpitaba con rapidez al tiempo que sentía como mi vagina se excitaba más de lo que ya estaba.

—Me alegra que te guste —dijo él —¿Sabías que he estado comiendo sano precisamente para este momento?, quería que mis cargas para ti fueran de la mejor calidad posible.

Aunque parezca extraño, esas palabras me conmovieron hasta los huesos. Sabía que había estado cuidándose, yendo al gimnasio para parecerme atractivo, y ahora eso… era el detalle más obsceno que alguien haya tenido conmigo en toda mi vida. Y me encantó.

Eso se debió reflejar en mi mirada vidriosa, pues Oscar sonrió al verme.

—Bueno, ha llegado el momento de que lo pruebes —dijo, cambiando de posición en el sofá. Acercando su entrepierna todavía más a mí.

Yo asentí ante sus palabras, llevé una de mis manos hasta su rostro, lista para tomar con ellas el semen y llevarlo a mi boca.

—No, querida cuñada —me detuvo Oscar —. Yo voy a encargarme de alimentarte.

Al principio no comprendí de que estaba hablando, pero cuando Oscar tomó su miembro con una de sus manos y la acercó a mi rostro, supe lo que estaba pensando.

Mi corazón comenzó a latir con fuerza, emocionado ante la locura que se le había ocurrido.

Me preparé, moviendo mi cara un poco hacia arriba, más cerca de su pene mientras él se inclinaba más hacia mí.

Era una locura, algo que a mí personalmente nunca se me habría ocurrido hacer, pero no por eso dejaba de emocionarme. Pronto, la punta del pene de Oscar estaba restregándose contra mi mejilla, gracias a lo grande que era, pudo tomar una buena cantidad de su semen y dirigirlo de manera exacta justo hasta mi boca, la cual estaba abierta, esperando ser alimentada con esa maravillosa sustancia.

Mis labios, húmedos con la saliva que habían producido, le dieron una calurosa bienvenida al pene de mi cuñado cuando esté llegó, arrastrando esa enorme cantidad de semen. Los cerré, para aprisionar ahí dentro, durante unos segundos, la punta de la verga de Oscar y poder chuparla un poco, quitándole así todos los restos de semen que había pegados en ella.

No hace falta decir que el sabor tan intenso de esa leche masculina me pareció sublime, hizo que mi cuerpo entero temblara de la excitación, mientras mi calentura aumentaba.

Me sentía emocionada, como una niña, pero de treinta años, siendo alimentada por su padre. Oscar sonrió de manera maliciosa al ver que yo saboreaba su semen, como lo dejaba en mi boca durante unos segundos antes de tragarlo y abrir de nuevo mis labios para que viera que no había dejado nada en mi boca.

Me estaba comportando precisamente como eso que Oscar creía que yo era, una puta indecente que solo se preocupara por el sexo, pero es que, siendo sincera, en esos momentos, así era justamente como me sentía. Unicamente quería gozar, y ese pequeño juego lujurioso estaba logrando que lo hiciera.

Oscar no tardó en llevar su pene hasta otro sitió de mi rostro, para recoger más de su sabroso semen y acercarlo de nuevo a mi boca. Repetí el proceso anterior, tragando su leche con una gran sonrisa de satisfacción en mi rostro. Y es que realmente sabía bien, era un sabor diferente al de mi marido, aunque en esos momentos lo que menos quería hacer era comparar, no pude evitar hacerlo, el de mi cuñado, sabía en serio mucho mejor.

No sé cuantos minutos pasaron repitiendo una y otra vez la misma acción. Oscar usando su verga todavía erecta para juntar su semen en mi boca mientras yo, sin poner ningún impedimento, me lo tragaba entero.

A pesar de sentir tanto semen, el apetito de mi estomago solo se aumentó, pero no quería comida, sino seguir siendo alimentada por ese espeso liquido masculino.

Cada vez que lo tragaba, sentía y escuchaba como desde el fondo de mi garganta aparecía un sonido que se asimilaba a un ronroneo. Como si yo fuera una pequeña gatita esperando que su dueño le diera la leche que tanto le gusta.

—Listo —dijo Oscar de pronto, cuando habíamos terminado con la locura que estábamos llevando a cabo —. Te lo tragaste todo.

Era verdad, ya no sentía nada de semen en mi rostro, había quedado limpio por completo. Eso me sorprendió, pues para mí habían pasado solo unos cuantos segundos desde que empezó a usar su pene para alimentarme, me parecía imposible que en tan poco tiempo me hubiera tragado toda esa cantidad.

Pero me bastó una simple mirada al reloj de pared que había en la sala para comprender que en realidad no habían sido segundos, sino minutos. De hecho, desde que me arrodillé frente a él para darle mi respuesta a su propuesta hasta ese momento, había pasado casi una hora entera.

—Dime lo que te pareció, querida cuñada —me ordenó Oscar con la mirada seria —. Habla con la verdad.

Tragué saliva y al hacerlo pude sentir los restos de su semen que todavía quedaban en mi garganta.

—Me… me gustó mucho probar tu semen —dije de manera sumisa, quería complacerlo, pues después de haber visto de lo que era capaz su pene, necesitaba que lo usara en otro agujero de mi cuerpo —. Sabe muy bien, y fue una carga tan grande que, si la hubieras soltado en mi boca, me habría ahogado…

Me permití llevar mis manos a los muslos de Oscar y comenzar a masajearlos, sintiendo así de nuevo esos músculos tan maravillosos. Su pene, todavía erecto por completo, como si no hubiera pasado nada, se alzaba en mi dirección, dejándome hipnotizada, sin poder dejar de mirarlo mientras mis manos se movían sobre sus piernas.

—¿Siempre…? —no pude terminar mi pregunta, pero él la entendió.

—Sí —me dijo —. Siempre suelto tanto cuando me corro, y puedo seguir igual de erecto luego de eyacular hasta cuatro veces.

—Increíble… —dije en un suspiro —. No creí que fuera posible…

Por lo general, con Javier necesitábamos darle algo de tiempo cada vez que se corría, dichos descansos iban aumentando cada vez, hasta que llegaba un punto en que ya simplemente su pene no volvía a pararse. Si lo que Oscar decía era verdad, entonces estaba frente a un semental, un ejemplar de hombre maravilloso…

Traté de eliminar esos pensamientos de mi mente, no estaba bien pensar así de mi cuñado, sobre todo si su hermano, mi marido, salía perdiendo. Aun así, esas ideas no desaparecían de mi cerebro.

—Déjame decirte algo —comentó Oscar de pronto —. Aunque suelo eyacular mucho, nunca había soltado tanto. Debe ser porque eras tú.

Mi corazón se contrajo al instante en que escuché esas palabras para acto seguido ponerse a latir con fuerza de nuevo. No estaba bien, pero me sentí halagada por sus palabras y quise esconderme, para que no viera mi rostro completamente ruborizado.

—Levántate —me ordenó y yo me apresuré a hacerlo. Me observó de los pies a la cabeza, la lujuria desbordaba de su rostro.

—¿Ahora qué? —pregunté.

No respondió, solo me miró con seriedad, acto seguido comenzó a quitarse la playera que estaba usando, dejándome ver de nuevo esos perfectos abdominales y pectorales.

Al igual que él día anterior, mi cuerpo entero se estremeció, mis piernas comenzaron a temblar nada más ver ese cuerpo tan maravilloso.

—Vamos a dejar clara una regla, querida cuñada —dijo de pronto Oscar, dejando que su playera cayera sobre el sofá. Hice una nota mental de que tenía que recogerla antes de que mi marido llegara y la viera ahí —. A partir de ahora, hablaras solo cuando yo te de permiso de hacerlo. No vas a preguntarme nada, ni a decir una sola palabra sin que yo te lo autorice ¿Entiendes?

Me sorprendieron un poco sus palabras, pero supe que no estaba jugando al ver sus ojos. Lo decía completamente en serio.

Por milésima vez esa tarde, me estremecí al ver la decisión en sus ojos. Su tono de voz había sonado tan masculino, tan dominante… que me hizo sentir ganas de obedecerlo.

Nunca me había considerado una mujer sumisa hasta el reencuentro con mi cuñado. Todas esas veces que me había ordenado algo y que yo me moría por obedecerlo, estaba dando sus frutos ahora. Quería complacerlo, que hiciera conmigo lo que le diera la gana, y si eso incluía no hablar, pues que así fuera.

Asentí, después de todo, ¿para que necesitaba decir palabra alguna si solo quería ser complacida?

—Perfecto —dijo con una gran sonrisa en su rostro —. Desde ahora y hasta que terminemos, no vas a pronunciar palabra alguna al menos que yo te diga que puedes hacerlo, solo tendrás permitido gritar y gemir, ¿comprendes?

Volví a asentir, no sabía si quería que respondiera hablando o no, pero algo me decía que eso era la mejor opción.

—Estupendo, demuéstrame que puedes hacerlo —me dijo —. Entre más obediente te muestres, más placer voy a darte.

No entendía de donde salía esa confianza por parte de mi joven cuñado, pero en sus ojos no había ni una pizca de duda. Eso me hizo creer a mí también que realmente podría complacerme como tanta falta me hacía.

—Ahora, vamos a darnos una ducha —dijo con esa voz tan grave y autoritaria —. Antes de tener sexo, me gusta estar bien limpio. Por supuesto, tú vas a lavarme.

Se dio la vuelta y comenzó a subir las escaleras. Yo asentí, y como una colegiala tonta, comencé a seguirlo con una sonrisa en el rostro.

Mi vida ya había comenzado a cambiar, solo que yo todavía no me daba cuenta. Solo estaba ansiosa por calmar el fuego de interior, no me importaba nada más.

Al l verlo entrar en mi habitación para bañarse ahí, mi mente estaba tan ocupada por el deseo de placer que no me pareció algo raro.

Lo vi entrar al baño y comencé a desnudarme para seguirlo. Mientras lo hacía, no pensé ni una vez en mi marido, o en que ese baño era nuestro, ni en que la cama, donde seguramente me iba a entregar a Oscar era el lecho de amor entre Javier y yo…

FIN CAPITULO 5

Capítulo 6 – Entrega

Ni siquiera puedo describir del todo como me sentía a medida que caminaba rumbo al baño de mi habitación. Siento que decir que estaba excitada sería simplificar demasiado aquello por lo que mi cuerpo pasaba.

Me sentía caliente, excitada, asustada, preocupada, emocionada…

Todas esas sensaciones recorrían mi anatomía, de los pies a la cabeza, haciendo que mi mente, confundida, solo siguiera caminando, buscando entrar en el baño.

Desnuda como estaba, era la primera vez que me mostraba así ante un hombre que no fuera mi marido. Pues incluso con lo ocurrido el primer día que Oscar estuvo en la casa, yo llevaba mis bragas, sin embargo, ahora me había desnudado del todo.

Oscar ni siquiera estaba así, se había quitado la camiseta y los pantalones, pero seguía usando su ropa interior. No es que hiciera falta seguir escondiendo lo que yo ya había visto y chupado.

Avancé unos pasos más, hasta estar frente a la ducha, al lado de mi cuñado. Él me observó llegar y sonrió al comprobar que ya no estaba usando nada de ropa, fue como si con esto le comprobara una vez lo necesitada que estaba de satisfacción sexual.

Nuestro baño en la habitación era bastante grande, tenía una bañera de Jacuzzi y también un baño tradicional, con una regadera. Yo por lo general no uso mucho la tina a menos que sienta que debo relajarme

Ambas están separadas por una pared de vidrio, y de hecho, el baño con la regadera parece una especie de cubículo. Es un sitio bastante lujoso, como todo en la casa, a veces de hecho pensaba que no me merecía el regalo que mi padre nos hizo. Pero luego recuerdo que soy la nena consentida de la familia, y no puedo quejarme.

Oscar entró al baño y comenzó a abrir las llaves para que comenzara a salir agua de la ducha.

—¿Prefieres agua fría o caliente? —me preguntó.

—Yo… em… —supuse que, ya que había sido una pregunta directa, tenía permiso de hablar, pero no se me ocurrió una respuesta clara —. Tibia…

Oscar asintió, y siguió tratando de encontrar la temperatura correcta del agua. No tardó demasiado en hacerlo. Todo el tiempo mantuvo el mismo gesto de completa seriedad en el rostro. Si no fuera porque lo había visto sonreír y sorprenderse, yo habría pensado que le era imposible cambiar de rostro.

—Listo —dijo luego de unos pocos segundos —. Tu baño es mucho mejor que el que tenemos en la casa —comentó con tranquilidad —. Allá, hay que rezar para encontrar la temperatura exacta.

Sonreí, en parte por esa especie de cumplido, y en parte porque no se me ocurrió que otra cosa hacer ante sus palabras.

Acto seguido, Oscar se metió bajo el chorro de agua y tiró de mí para que hiciera lo mismo.

—Ahora, tienes que lavarme —me dijo, y después se agachó para comenzar a quitarse su ropa interior, la cual ya estaba mojada por completo. La dejó a un lado y acto seguido tomó el jabón de un lado y comenzó echarlo en una de mis manos.

Mientras él hacía eso, yo aproveché para dejar que el chorro de agua cayera directamente sobre mi cara, limpiando así los restos de semen que pudieran quedar. Quería estar muy limpia para cuando llegara el momento.

Consciente de lo que quería que hiciera, comencé a pasar una de mis manos por su cuerpo desnudo. Ya no había ni una sola pizca de su piel que no hubiera visto, pero tampoco existía lugar alguno que no quisiera tocar.

Como ya lo dije antes, estaba completamente excitada y emocionada por la posibilidad que se abría ante mis ojos, de por fin sentirme satisfecha luego de tanto tiempo. Así que no perdí ni un momento en comenzar a pasar mi mano sobre su cuerpo.

Sabía perfectamente que lavarlo era solo un pretexto, no necesitaba una esponja o algo similar. Después de todo, él se bañaba todos los días antes de ir a la universidad, así que estaba limpio.

Todo esto era un simple juego, me estaba permitiendo tocarlo con mi mano con esa excusa, y yo no pensaba en desaprovechar esa oportunidad que me estaba dando.

Me sentí ansiosa a medida que mis manos se deslizaban por su cuerpo. Sus pectorales estaban duros, al igual que sus abdominales. Me tomé mi tiempo en esa parte, pues lo único que quería era sentirlos de nuevo.

Mi mente ya había borrado cualquier indicio de que tuviera una vida fuera de esa habitación de baño. No existía para mí nada que no fuera disfrutar con ese joven hombre que me estaba dando la oportunidad de tocarlo de manera lasciva.

Así que mi cuerpo entero tembló de excitación cuando mis dedos se deslizaron por entre su abdomen, y volvieron a subir a sus pechos. Mis manos rozaron sus fuertes brazos haciéndome estremecer. Y cuando se dio la vuelta para dejarme tocar su espalda fue para mí como un regalo caído del cielo.

No podía creer la generosidad que estaba demostrando con su cuerpo. Permitiendo a una mujer como yo tocarlo sin ningún reparo.

Estaba completamente embriagada por la excitación y el deseo de sexo que ni siquiera me daba cuenta de que no pensaba con claridad. Para mí, esos pensamientos lascivos eran normales.

Su espalda era ancha, también tenía músculos marcados como todo el resto de su cuerpo. Es curioso que antes de ver de nuevo a mi cuñado, yo no me sentía atraída de esa manera por los hombres musculosos, y ahora, parecía una tonta obsesionada con eso.

Probablemente no fueran los músculos, sino Oscar en sí. SU forma de ser me atraía como un imán, y yo me dejaba arrastrar hacía él, sin pensar en nada más.

Cada instante que pasaba sobando su cuerpo con mi mano solo servía para aumentar la expectación que sentía. Pues, aunque estaba disfrutando tocar todos sus músculos, había un lugar en especial que deseaba volver a sentir, y que sabía que eventualmente iba a llegar el momento.

No me importaba que acabara de tocarlo unos minutos antes, y menos que lo hubiera metido en mi boca también, quería volver a sentirlo en mis manos.

Por fortuna para mí, que estaba a punto de explotar. Oscar no tardó demasiado en darse la vuelta, mostrándome el frente de su cuerpo, y con ello su erecto pene que realmente no había perdido ni un solo ápice de su dureza. Al parecer, sus palabras sobre que podía seguir duro mucho tiempo eran verdad.

Me miró a los ojos, no hubo necesidad de que me dijera nada, pues yo sabía lo que quería, y también lo que yo misma deseaba.

Me arrodillé, sentía el agua caer sobre mi cuerpo, la temperatura era perfecta para hacer que mi interior siguiera ardiendo. Quedé justo frente a esa tremenda cosa, la que ya había estado en el interior de mi boca, y que ahora podía observar de nuevo.

Incluso en ese momento, pese a ser la segunda vez que la veía tan de cerca, pude decirme a mi misma que estaba ante una maravilla. La más grande que había visto, ninguno de mis novios de juventud se comparaba. Y aunque la diferencia no era tanta en cuanto a tamaño con mi esposo, sí que tenía una forma que me resultaba más atrayente, en especial por la gran cantidad de venas que sobresalían de aquel tronco.

Alargué mi mano hasta poder posarla sobre el miembro erecto y, con todavía un poco de espuma en ella, comencé a lavarla. Sentí que era una pena que se perdiera ese olor a hombre que me había cautivado, pero no quería soltarla, así que no lo hice.

Al igual que lo había hecho en la sala, una de mis manos estaba ocupada recorriendo lentamente el palo erecto, mientras la otra se encargaba de los enormes testículos.

Seguramente era una escena de lo más lasciva e inmoral, pero no me importaba. El agua que caía sobre mí, solo contribuía a hacerme sentir más cachonda. Y debo admitir que me gustaba mucho la sensación.

Su enorme pene a duras penas podía abarcarlo con una de mis manos, pero no quería soltar sus pelotas tampoco, así que me encontré de pronto en la encrucijada más excitante de mi vida hasta ese momento.

No intenté cambiar de posición, seguí durante varios segundos con lo que estaba haciendo. Una de mis manos se encargaba de sus testículos, y la otra del maravilloso falo.

Era como si lo estuviera masturbando de nuevo, pero no estaba segura de si él quería volver a correrse, tampoco tenía permitido hablar, así que no podía simplemente preguntarle.

Por lo cual, me limité a continuar el movimiento de mi mano, recorriendo toda la extensión del pene, lavándolo con el agua que caía, pues ya no me quedaba nada de espuma en la mano.

Los minutos pasaron, y no estaba segura de cuanto tiempo tenía que continuar así, hasta que por suerte. Oscar habló.

—Es suficiente, querida cuñada —me dijo, su voz, como en cada momento desde entonces, me hizo temblar —. Ahora, ve a preparar el jacuzzi.

A pesar de que yo no me había lavado, no me importó, pues también había tomado una ducha esa mañana, por lo cual, entendía que todo aquello solo era una excusa para sobar nuestros cuerpos. Y tan excitada como estaba, no podía importarme menos.

Salí de la ducha y mientras sentía mis pechos rebotar por la fuerza de la gravedad a cada paso que daba. Me tomó un poco de tiempo preparar la tina, ya que no suelo usarla tampoco entiendo demasiado como funciona, sin embargo, lo logré.

Me acerqué de nuevo a la tina, no sabía como hacerle saber a Oscar que todo estaba listo, ya que me había dicho que no hablara y de alguna manera, eso me parecía un juego divertido. Me emocionaba obedecerlo en algo así.

Sin embargo, tampoco quería verme como una idiota haciendo aspavientos y llamando su atención con las manos para indicarle que podía entrar a la tina, así que decidí hablar.

—Está lista —fue todo lo que dije, esperando que no rompiera el acuerdo que habíamos hecho minutos antes.

Oscar asintió, me tomó de la muñeca y me hizo seguirlo rumbo a la tina.

Ya que iba a su lado, pude ver como su enorme pene se balanceaba al caminar, mentiría si dijera que no me deleité un poco con la vista.

Oscar no tardó demasiado en entrar, creo que en ese instante se sentía el hombre de la casa. Como el mismo lo había dicho en su blog, tenía envidia de su hermano por tenerme, así que, en esos momentos, no solo me tenía a mí, sino también a ese Jacuzzi que tanto le gustaba a Javier.

Tomó asiento y pude ver por su rostro relajado, que le gustaba lo que estaba sintiendo en el jacuzzi. Admito que me sentí un poco mal cuando vi que su enorme verga desaparecía bajo la espuma. Para mí, en esos momentos, solo me importaba seguir viéndola.

Me hizo un gesto con las manos, indicándome que entrara también. El Jacuzzi no es demasiado grande, pero, caben dos personas de sobra, así que comencé a entrar. Primero, iba a sentarme justo frente a él, pero Oscar negó con la cabeza.

—No, te quiero sentada aquí —me indicó con un gesto a su entrepierna. Por supuesto, comprendí a lo que se refería y asentí.

Me giré, dándole la espalda por unos breves segundos en lo que me tomaba sentarme. Terminé sentada así, en medio de sus piernas.

Sentí como su pene se restregaba contra mi espalda, haciendo que me excitara más.

—No puedo creer que estoy haciendo esto… —dije en un suspiro y al instante me di cuenta de que había cometido un error.

—Creí haberte dicho que no podías hablar —dijo Oscar, con la voz seria y parecía un poco molesto.

—Yo… lo siento…

—Lo estás haciendo de nuevo.

Me callé al instante. Oscar pasó ambas manos por un lado de mi cuerpo y sin perder tiempo estas se estacionaron sobre mis pechos.

—No es que no me guste tu voz, querida cuñada —dijo mientras comenzaba a masajear mis tetas —. Ni tampoco tengo algún fetiche extraño con el silencio. Solo estoy tratando de comprobar que tan obediente eres.

Traté de no soltar un gemido al sentir sus manos jugando con mis pechos.

—Entre más obediente seas conmigo, más te haré sentir mejor. Pero si no lo eres…, bueno, tendré que pensar en un castigo.

Por extraño que parezca, escucharlo decir eso hizo que me excitara más. Me puso caliente la posibilidad de ser castigada de alguna forma.

Hasta ese día, yo no tenía ninguna idea de que pudiera tener un lado sumiso que se excitaba por una amenaza como esa, pero al parecer, así era.

Volvió a apretar mis pechos, haciéndome pegar un salto por el estremecimiento de mi cuerpo. No puedo explicarlo del todo, pero es que sinceramente se sentía muy bien, era como si muchas descargas eléctricas recorrieran toda mi anatomía en esos momentos.

—Creo que es mi turno de lavarte —dijo Oscar.

Obviamente, no esperó una respuesta de mi parte, aunque, como ya lo deben suponer, tampoco es que yo fuera a negarme.

Comenzó a recorrer mi piel, esta vez usando ambas manos. Mientras una se encargaba de mi pecho y hombros, la otra, se movía por la parte baja de mi cuerpo.

Sentí como mi piel se erizaba de nuevo al notar el contacto de sus manos. Estaba más que caliente, no puedo describir exactamente que era lo que mi cuerpo sentía en esos momentos.

Sentir sus manos por mis piernas, en mi espalda… en mis pechos… todo eso resultaba maravilloso, estimulante para una mujer que no había sido atendida como se debe por un marido que se preocupa más por el trabajo.

Me retorcí en la bañera mientras esto ocurría, al hacerlo, noté como la enorme verga de mi cuñado se restregaba contra mi espalda y mi trasero, sobra decir que esto hizo que me excitara más.

—Ahhh… —gemí, sabía que lo tenía permitido, pero me daba tanta vergüenza que prefería no hacerlo.

—¿Te gusta que te toque así, cuñada? —preguntó Oscar, susurrándome en mi espalda.

No respondí, estaba demasiado ocupada retorciéndome y sintiendo mi cuerpo estremecerse. El contacto de sus manos con mi piel era demasiado emocionante para mí.

—Así que no me equivocaba —dijo Oscar, interpretando mi silencio como una respuesta afirmativa a su pregunta —. No eres más que una zorra que se excita por algo como esto.

Intenté negarlo, pero en lugar de palabras, de mi boca solo salió un gemido que se escuchó mucho más fuerte de lo que yo deseaba.

Mientras el tiempo transcurría, noté que, pese a estar tocándome en lugares donde ningún otro hombre, al menos desde mi matrimonio lo había hecho, sus manos evitaban conscientemente posarse en mis pezones o en mi vagina.

Se acercaban peligrosamente, rozando esas dos partes tan sensibles de mi cuerpo, pero nunca tocándolas directamente. Por supuesto, mis pezones estaban tan erectos como si me encontrara dentro de un refrigerador.

Mi cuerpo se movía de un lado al otro, presioné sus brazos, apretando con mis manos de la manera más fuerte que pude.

Sus manos no dejaban de moverse por mi cuerpo, excitándome más y más con cada movimiento. Y a la vez, mientras yo me retorcía, su pene se restregaba contra mi espalda, mis nalgas…

Esto solo causaba que mi cuerpo comenzara a desear con más fuerza sentir esa enorme cosa dentro. Estaba segura de que se iba a sentir de maravilla ser atravesada por esa estaca de carne masculina.

No me importaba en lo más mínimo que ese muchacho, con el que estaba compartiendo el baño no fuera mi marido. Era lo último que le preocupaba a mi mente, que solo estaba ocupada pensando en lo excitante que resultaba todo aquello.

Sus magreos se hicieron más intensos, sobre todo en mis pechos, los cuales ya se sentían como si estuvieran siendo simplemente amasados. Pero la experiencia era tan buena que no quería que se detuviera, en mi mente, estaba rogando a todos los cielos que no lo hiciera.

—Oye… —me dijo al oído de manera repentina —¿Qué crees que diría mi hermano si te viera ahora?

No respondí, mi respiración estaba siendo tan pesada que me costaba hablar.

—¿Piensas que se molestaría mucho si viera a su mujer haciendo esto con su hermano pequeño? —volvió a preguntar.

He de admitir que el hecho de que mencionara a mi marido me causó una confusión muy grande. Todo se había sentido muy bien hasta ese momento…

—Bueno, en realidad esto es su culpa por no darle a su esposa lo que se merece.

—No… no hables de él… —dije, con la voz entrecortada —. Por favor…

Justo despues de que dije eso, sentí como por fin, Oscar tomaba con ambas manos mis pezones y los apretaba con mucha fuerza.

—¡¡Ahhhh!! —grité de dolor, mientras él tiraba de ellos, como si intentara quitarlos de mi pecho… —¡¡Ahhh!! ¡¿Qué estás haciendo?!

—Te dije que, si hablabas sin que yo te diera permiso, te castigaría…

—¡¡Ahhh!! —el dolor de sentir como mis pezones eran utilizados con fuerza no se detenía. Oscar los giró una y otra vez haciendo que me doliera más —Tú… me preguntaste algo y yo respondí… ¡Ahh!

—Tienes que aprender que hay preguntas que no quiero que respondas —dijo con total normalidad —. Además, algo me dice que esto te gusta…

—No… te equivocas… —volvió a tirar de mis pezones, causando que soltara el mayor grito que recuerdo en toda mi vida —¡¡Aaaaahhhh!!

—Recuerda, no hables si yo no te lo indico…

Buena parte de la excitación que había sentido hasta ese momento desapareció por culpa del dolor. Y lo peor fue que Oscar continuó haciendo lo mismo durante un par de minutos, tirando de mis pezones, retorciéndolos…

Soy una mujer con unos pechos muy sensibles, para lo bueno y lo malo. El dolor es más difícil de aguantar para mí, como también, la estimulación sexual se siente mejor que para otras mujeres.

Y en ese momento, el dolor fue intenso, demasiado… Pero, debo ser sincera con ustedes, con el paso del tiempo, este fue mermando poco a poco, y a medida que esto ocurría, me avergüenza admitirlo, pero, comenzó a gustarme un poco lo que me estaba haciendo.

Aunque no fui capaz de comprobar si esto era cierto o no, pues Oscar me soltó. Y sin decir palabra hizo que me girara para quedar frente a él.

No fue fácil lograrlo en un espacio tan reducido, yo estaba jadeando, pues me costaba respirar luego de esa sesión de dolor a la que mi cuñado acababa de someterme, pero al final, lo logramos.

Pasé mis piernas por un lado de sus caderas mientras él hacía lo mismo. Esa posición era muy incómoda, además de que nuestros genitales quedaban de frente, rozándose.

Lo miré a los ojos y encontré la misma mirada seria que me hizo estremecer al instante. No parecía demasiado avergonzado o arrepentido por causarme dolor. Y sinceramente, hoy creo que eso me encendió más.

Si hubiera mostrado una pizca de arrepentimiento o de culpa, creo que no me hubiese sentido tan atraída por él en esos momentos.

Comenzó a agacharse hasta que su rostro quedó justo a la altura de mis pechos. Y acto seguido, siguió jugando con mis pezones, aunque esta vez con su boca.

Me abrazaba mientras su lengua jugaba con la punta de mis pezones. Me estremecí al instante, esa parte de mi cuerpo estaban tan sensibles que el hecho de que los usara de esa manera solo era más excitante.

Gemí de nuevo, al experimentar su lengua jugando con mis pezones. Lo abracé también yo, pues sentí que en cualquier momento podría caer de espaldas y era lo último que quería.

Mientras él usaba su lengua para estimular mis pezones, noté que su pene se frotaba cada vez más con mi vagina, haciendo que siguiera estremeciéndome.

Lo cierto es que, mientas más me dejaba abrazar, chupar y rozar por Oscar, más me daba cuenta de la falta que me había hecho ser tratada así en todo ese mes de ausencia. ¿Por qué mi marido no me dio esto antes de que mi desesperación fuera tan grande como para aceptar que la única salida era la infidelidad…?

—Ahh… gemí, y es que su lengua estaba haciendo que mis pezones, anteriormente castigados por sus manos, ahora se sintieran muy bien, era como si los estuviera premiando.

Los chupaba y lamía de una manera que me hacía sentir tan bien como nunca antes alguien lo había logrado.

Me sentía extasiada, por todo lo que estaba pasando. Pero creo que, aunque su lengua, sus manos, se habían sentido muy bien. Lo que más me excitaba no estaba en las sensaciones que recibía mi cuerpo.

Sino en los estímulos de mi mente. Pues saber que estaba haciendo una cosa prohibida, algo que en el altar juré que nunca haría, me estaba calentaba más de lo que me debería. Ese muchacho era mi cuñado, doce años más joven que yo. No se suponía que yo debía hacer esas cosas con él…, y, sin embargo, lo hacía, y se sentía de maravilla.

Además, el hecho de que me estuviera tratando de aquella manera, prohibiéndome hablar, castigándome… me resultaba tan estimulante que por momentos creí que me estaba volviendo loca. No entendía porque me excitaba ver su rostro serio, que me hablara de una manera tan distante, que me prohibiera cosas…

Supuse que tenía que ver con lo que había descubierto en su blog. Aquellos escritos, donde me llamaba puta también me resultaron de lo más excitante, y el hecho de que me estuviera tratando como tal, me calentaba, aunque yo no quisiera.

—Me encantan tus tetas, cuñadita —dijo de pronto, para dejar de chuparme, me miró a los ojos y yo supe, por su mirada, que estaba esperando una respuesta de mi parte.

—G… gracias… —fue lo único que se me ocurrió responder, esperaba que esto no causara su enfado, no pensaba que mis pezones pudieran soportar más castigo.

—Dime… ¿quieres que comience a cogerte en serio? —me preguntó de pronto. Fue tan repentino que no supe que decir, simplemente lo miré con cara de sorpresa —. Todo este juego previo es maravilloso, siempre quise tocar tu cuerpo de esta forma. Pero me muero por estar dentro de ti… algo me dice que tú también lo quieres, así que… respóndeme.

Lo miré a los ojos, sin responder durante unos cuantos segundos. Por supuesto, sabía lo que quería, y estaba segura de que él también. Pero expresarlo significaría romper los votos que hice al casarme, aunque, ¿acaso no los había roto ya?

Nuestras miradas se toparon durante varios segundos. Tiempo en el cual no dejé de clavar mis uñas en mi espalda, sé que le dolía, pero no dijo nada, solo me miró, con esos ojos penetrantes que parecían estar viendo el interior de mi alma. Era evidente que sabía lo que yo quería, incluso más que yo misma…

—Sí… —dije, tragando saliva por milésima vez esa tarde —. Solo será esta vez… así que, quiero que cumplas tu palabra… déjame satisfecha.

A pesar de todo lo que ya había hecho, puedo decir que ese fue el primer momento en que me sentí verdaderamente como una zorra. O como diría Oscar en sus escritos del blog… una puta.

No creí que nunca iba a pronunciar unas palabras tan obscenas dirigidas a un hombre que no era mi marido. Lo peor de todo es que se trataba de mi cuñado, un muchacho más de diez años menor que yo.

Oscar sonrió, notablemente feliz por mis palabras. Me sorprendió que siguiera sin hacer ni un solo gesto por mis uñas clavándose en su espalda. ¿No le dolía? ¿O estaba presumiendo de su masculinidad?

Sin importar cual de las dos opciones fuera correcta, lo cierto es que me sentí impresionada. Me gusta usar uñas largas y arregladas, sé de primera mano que algo así puede causar mucho dolor, así que, el hecho de que Oscar me estuviera mirando a los ojos fijamente, mientras yo sentía unas pequeñas gotas de sangre en mis manos, me impresionó bastante…

—Perfecto —dijo Oscar, en medio de su sonrisa —. Pero no creo que este sea el mejor lugar para hacerlo, vamos a la cama.

Asentí, y por los próximos dos minutos, en la escena menos sensual de toda aquella tarde, luchamos para salir de la maldita tina, que parecía habernos aprisionado en su estrechez.

Yo movía mis piernas, mi cuerpo entero para separarme de Oscar mientras él hacía lo propio. En cierto momento pensé en lo divertido que sería que nos quedáramos atrapados en esa posición, y tuviéramos que esperar a que mi marido regresara para que nos ayudara a salir.

Bueno, debo corregirme. En realidad, eso no sería nada divertido, sino todo lo contrario.

Finalmente, logramos ponernos de pie con algo de trabajo, de no haber estado con las piernas entrelazadas, nos hubiéramos podido levantar con facilidad, pero en lugar de eso, tuve que retorcerme por toda la tina tratando de salir de ahí.

Cuando ambos estuvimos de pie, Oscar me miró a los ojos, y por primera vez pude ver una emoción que no fuera seriedad o sorpresa en sus ojos.

—¿Sabes cuanto tiempo he soñado con hacerte el amor? —me preguntó, sin ningún pudor.

—Por supuesto que lo sé —dije, sonriendo —. He leído tu blog.

Oscar sonrió y casi me derrito al verlo. Me recordó a la sonrisa de su hermano cuando lo conocí, pero Oscar era más guapo que Javier incluso en aquellos tiempos, así que mi corazón comenzó a latir.

Salimos finalmente de la tina, nos quedamos parados en el piso del baño, yo mirando una de las toallas que había cerca, y él de nuevo con el rostro serio.

—No vas a dejar que me sequé siquiera, ¿verdad? —le pregunté, aunque sabía que estaba rompiendo la regla de no hablar. Él no pareció darse cuenta, o tal vez lo dejó pasar.

—Por supuesto que no.

Y entonces hizo algo que no me esperaba. Se agachó para tomarme de las piernas y me cargó como si fuera una princesa. O como si fuéramos recién casados en nuestra luna de miel.

Me sorprendí y solté un pequeño grito cuando noté que me estaba levantando. Sentí un poco de miedo de que fuera a dejarme caer, tenía buena figura, lejos de ser gorda, pero igual pesaba como una mujer adulta promedio. Pero cuando vi que me podía sin ningún esfuerzo me calmé.

Caminó conmigo en sus brazos hasta salir del baño y llegar a la habitación. Se dirigió a la cama y me dejó caer ahí.

Mi corazón latía con fuerza y mi respiración estaba entrecortada cuando lo vi desde esa posición. Se veía tan grande, tan imponente con ese cuerpo digno de los dioses.

Pensé de nuevo en que estaba cometiendo un error, ese joven era mi cuñado, no podía simplemente tener sexo con él y después esperar como que no había pasado nada, sobre todo tomando en cuenta lo que había leído en su blog.

Según él, ya no estaba enamorado de mí, pero sabía bien que hacer eso podía llegar a darle falsas esperanzas, y no quería romper su corazón de nuevo.

Por supuesto, tampoco deseaba lastimar a mi esposo. Pero la calentura, el ansia de sexo que tenía en esos momentos era más fuerte que cualquier obstáculo que mi mente quisiera ponerme, así que las dudas quedaron relegadas a un lugar oscuro de mi cerebro muy pronto.

Oscar se dejó caer sobre mí, lo cual me asustó e hizo que me protegiera, pero antes de golpearme, el muchacho puso las manos sobre la cama, deteniendo la caída.

De esa manera, quedó justo frente a mí, nuestros rostros más cerca que nunca, pero él quiso acercarlos más y no me quedó ninguna duda de lo que el joven quería hacer.

No rechacé su avance y a los pocos segundos, compartíamos un beso que, más que lujuria, estaba cargado de ternura.

Era la primera vez en todos mis años de matrimonio que besaba a un hombre que no fuera mi marido. Y debo decir que me gustó más de lo que yo esperaba.

Primero, Oscar me besó solo con sus labios, chupando los míos de una manera tan delicada que resultaba difícil de creer que fuera el mismo hombre que minutos antes había maltratado mis pezones.

Por supuesto, yo no me quedaba atrás en mi afán de besarlo. Me daba igual que estuviera haciendo algo prometido. Creo que a lo largo de esta narración ya he dejado más que claro que, para ese momento del día, estaba totalmente entregada a mi deseo de sentirme bien.

No tardó mucho en meter su lengua dentro de mi boca, y enredarla con la mía. Correspondí a su movimiento, y durante un par de minutos nos besamos, aumentando la pasión en el beso cada vez más.

Debido a la posición en que él se encontraba, yo podía sentir claramente su miembro erecto rozándose contra mi pierna. Y eso solo causaba en mí una necesidad más grande de que lo metiera en mi vagina, de que me hiciera sentir tan bien como me había prometido, y como yo misma imaginaba que era capaz de hacerlo.

Nuestro beso terminó unos minutos después, cuando Oscar se separó de mí para dedicarme una gran mirada llena de lujuria. Estoy segura de que, en mis ojos, él veía lo mismo.

Volvió a ponerse de pie y luego tiró con fuerza de mis piernas, acercando la parte baja de mi cuerpo hasta la orilla de la cama.

—¿Estás lista? —me preguntó, con una gran seguridad en su mirada.

—Sí… —dije, un poco avergonzada —. Recuerda, solo será esta vez. Luego de hoy, tendrás que olvidarte de mí…

Oscar negó con la cabeza, sonriendo de una manera que me pareció bastante cínica.

—Ya hablaremos después sobre eso —dijo, y acto seguido, sus poderosas manos se apoderaron de la parte interior de mis muslos y con un movimiento fuerte, de poder, abrió mis piernas de par en par.

Esto dejó expuesta mi vagina, la cual estaba chorreando con mis jugos, la prueba inequívoca de que me encontraba muy excitada, esperando el maravilloso momento en que sería invadida por el enorme pedazo de carne que mi sobrino poseía.

Oscar me observó durante unos segundos. No sé que pasaba por su mente, pero algo me dice que estaba pensando en todos los años que había estado amándome, deseándome… y ahora que por fin me tenía en esa posición, lista para recibir su poderosa hombría, debía pensar que todo era un sueño.

Ya no hubo más juegos previos, ni besos ni caricias. Oscar tomó su enorme pene con una de sus manos y la dirigió hacía la entrada de mi vagina. Estaba tan excitada que no necesitaba lubricación alguna. El agua de la bañera también ayudaba.

La dejó ahí unos breves minutos, en la entrada de mis vaginas, su cabeza apoyándose en mi zona erógena, sentía bien que un movimiento, por más lento que fuera, causaría que esa cosa enorme comenzara a entrar.

Pero Mauricio no se movió, estaba saboreando cada instante que pasaba. Por fin iba a hacerle el amor a la esposa de su hermano, iba a cogerme como llevaba tiempo deseándolo, y en sus ojos se veía que él lo necesitaba tanto como yo.

Éramos dos traidores. Pues ambos estábamos haciendo eso a la espalda de una persona que amábamos, pero no había duda en nuestro rostro. Lo deseábamos, y no nos detendríamos hasta estar satisfechos con el resultado.

Finalmente, el movimiento tan esperado por ambos llegó. Oscar empujó sus caderas, haciendo que su pene comenzara a entrar en mí.

—Ahh… —gemí de manera involuntaria, pues me estaba dando cuenta del tiempo que había pasado desde la última vez que mi vagina tuvo algo en su interior que no fueran mis propios dedos. Casi dos meses… sin que mi marido me hiciera el amor.

Y si pensaba en términos del último hombre que me había poseído sin ser Javier. Entonces el tiempo pasaba de meses a años. Doce, para ser exacta.

Mi gemido no pareció significar nada para Oscar, pues siguió adelante, penetrándome con mucha firmeza. Mi corazón se detuvo por unos instantes mientras sentía como ese enorme pedazo de carne iba entrando en mi interior.

Y cuando volvió a latir, se encontró con un hombre embistiendo mi cuerpo con mucha más fuerza de la que yo me esperaba. Mi vagina ardió al sentir la intensidad con la que el pene de Oscar iba entrando en ella.

—Espera… ¡No tan fuerte! —grité —. Es demasiado grande, tengo que…

—Estás hablando sin mi permiso —dijo Oscar como respuesta, sin detenerse.

Su verga seguía entrando en mi vagina, con tanta firmeza que por momentos pensé que iba a rasgar mi interior. Si dijera que me estaba gustando, y que ese era el placer que estaba esperando desde hace meses, sería mentir.

En realidad, lo único que sentía era dolor. Mi vagina ardía completamente mientras su verga se adentraba en ella sin ninguna piedad. No es que estuviera ya moviendo sus caderas y penetrándome constantemente. No, era la primera penetración, pero mi vagina no estaba acostumbrada a algo tan grande, y lo hacía con tanta firmeza que me dolía…

Unas pocas lagrimas comenzaron a salir de mis ojos, y por unos instantes tuve la esperanza de que esto lo conmoviera. Pero no fue así, su pene continuó entrando en mí.

Yo trataba de decir algo, me daba igual romper la regla de no hablar. Pero es que me faltaba el aire, ni siquiera podía juntar el necesario para que una palabra volviera a salir de mi interior.

No recuerdo cuanto tuve que aguantar esa tortura, pero sí sé que, durante todo ese tiempo, no deje de pensar en lo increíble que era que un jovencito de su edad me estuviera haciendo sentir así.

Pero finalmente, el dolor comenzó a remitir cuando me di cuenta de que por fin había entrado toda su enorme verga en mi interior. Seguía ardiendo, pero al menos ya no sentía como si me estuviera desgarrando.

—No fue tan difícil, ¿verdad? —me dijo Oscar con una sonrisa cínica en el rostro —. Pensaba hacerlo de manera lenta, pero hablaste sin mi permiso, así que ese fue tu castigo.

No dije nada, me encontraba en una circunstancia extraña entre enojada y excitada, pues ahora que la tenía dentro de mí, me daba cuenta verdaderamente de lo grande que era. Nadie, en mis treinta años de vida, había llegado tan al fondo.

—Tranquila, te daré unos minutos para que te acostumbres —me dijo con tranquilidad —. Solo te dolerá un momento, luego comenzarás a gritar que quieres más. Así pasa con todas.

—¿Has… has tenido relaciones con muchas mujeres? —pregunté, sintiendo una pizca de celos, pero también por mera curiosidad.

—No demasiadas —respondió —. Pero tengo la suficiente experiencia como para saber lo que me gusta.

Sinceramente, esa revelación me tomó completamente por sorpresa. No esperaba que fuera virgen, obviamente. Algo en su modo de ser ya me había dejado claro que tendría experiencia, aunque también él mismo me había dicho que no tenía novia, pero, no se necesita tener pareja para el sexo.

Sin embargo, lo que me sorprendió fue que dijera que sabía lo que le gustaba. Pues en mi propia experiencia podía decir que yo misma todavía no entendía del todo lo que le gustaba a mi cuerpo, y que alguien tan menor que yo sí lo supiera… me hacía sentir extraña.

No dije nada como respuesta, pues no quería ser castigada de nuevo. No es que me estuviera haciendo un daño irreparable, pero el dolor al que me había sometido por desobedecerlo en las dos ocasiones era suficiente como para no querer volver a hacerlo.

Los segundos pasaron, y ninguno de los dos hizo movimiento alguno. A mí me costaba respirar, pues mis entrañas estaban ocupadas por un enorme pedazo de carne que obstruía el paso del aire a mis pulmones.

Mientras más tiempo pasaba, yo notaba que era verdad lo que Oscar me había dicho un par de minutos antes. Mi cuerpo en serio se estaba acostumbrando a sentir su pene en mi interior, ya no me dolía tanto, y el ardor también empezaba a desaparecer.

Lo miré a los ojos y sé que él leyó la expresión de mi cara. Pues sonrió de satisfacción.

—Voy a comenzar a moverme —dijo Oscar, eliminando la sonrisa de su rostro —. Voy a demostrarte como me gusta el sexo. Es posible que te duela un poco, pero creo que vas a disfrutarlo.

No tuve tiempo de decir nada, pues antes de que pudiera siquiera abrir la boca Oscar cumplió su palabra. Empezó a mover sus caderas.

Sacó su pene de mi interior solo para volverlo a meter, con un gruñido que me hizo temblar, enterró gran parte de toda su enorme hombría en mi interior, haciendo que mis entrañas se sintieran otra vez como si estuvieran quemándose.

Sin embargo, el dolor no fue tan fuerte como lo esperaba, y estoy segura que se debió a los minutos que me dio para acostumbrarme a su tamaño.

Me sentí un poco incomoda cuando Oscar repitió el proceso, volvió a penetrarme con fuerza llegando hasta el fondo de mi zona intima, sentí la punta de su pene chocar contra mi útero, algo que nunca nadie había logrado en el pasado.

Una nueva embestida hizo que mi espalda se arqueara sobre la cama, solté un nuevo gemido de placer que retumbó por toda la habitación. El ligero dolor que había invadido mi cuerpo desapareció por completo, y ahora solo había goce, mi vagina, parecía querer adaptarse a la forma de su miembro, lo notaba por la forma en que mis entrañas se movían.

Sentía como si el interior de mi cuerpo tratara de acariciar gentilmente a su portentoso pene que, a cambio, se rozara con fuerza contra mi vagina.

Lo miré a los ojos, tratando de hacerle ver que, aunque ya no me dolía, seguía sintiéndome un poco incomoda porque me lo hiciera de esa manera, tan fuerte y sin contemplaciones. Pero lo único con lo que me encontré fue con una mirada fría y lejana.

Parecía como si Oscar ya no tuviera consciencia, más se veía que estaba dejándose llevar por sus instintos, por su necesidad de sentirse complacido.

—Oye… no tan fuerte… —le dije, pero no dio señas de haberme escuchado. Estaba actuando como un animal que, en su calentura, lo único que deseaba era poseer a su hembra, y no le importaba la opinión de esta.

Volvió a repetir las palabras cuando pude juntar suficiente oxigeno como para hablar. Pero otra vez, Oscar no me escuchó, estaba concentrado, penetrándome con mucha fuerza, moviendo sus caderas como si estuviera en alguna clase de competencia que no quisiera perder.

Se sentía bien… no puedo negarlo, sería una hipocresía de mi parte hacerlo, pues después de que el dolor comenzara a desaparecer lo único que había en mi cuerpo era goce. El placer que me provocaba la verga de mi cuñado entrando en mi cuerpo con tanta fuerza era demasiado…

Pero no estaba acostumbrada a un sexo tan brutal, por eso quería que parara, porque me estaba volviendo loca, negando que el aire llegara a mis pulmones y me era difícil respirar.

Pero tuve que resignarme ya que en serio mi joven cuñado no daba señales de que me estuviera escuchando, por lo que, lo único que pude hacer fue morder mis labios, cerrar los ojos y dejarlo que hiciera lo que quisiera.

—Mmm…. Ahhh…. Aaaahhh… —mis gemidos eran cada vez más fuerte y llenaban la habitación. El placer aumentaba a medida que esa verga entraba a mi interior. No estaba usando condón y eso me preocupaba un poco, pero el goce que sentía era demasiado como para dejar que mi mente se concentrara en algo como eso.

Y fue entonces cuando descubría algo… pues tras escuchar el primero de mis gemidos, sentí como la velocidad de sus caderas aumentaba, dándome más placer.

—¡Ahhh! —volví a gemir y para mi sorpresa, de nuevo la velocidad de sus embestidas se hizo más fuerte…

Parecía como si mis reacciones ante su brutal penetración fuera lo único que llegara a su mente, que seguía encontrándose en esa especie de trance sexual que, aunque me asustaba un poco, debo decir que también me pareció bastante interesante, ya que nunca había visto a un hombre que se comportara de esa manera.

Estaba entregado por completo a penetrarme con mucha fuerza, no parecía importarle que mi vagina saliera lastimada o que me pudiera partir en dos con esa tremenda verga gigante que tenía. Solo estaba interesado en sentirse bien, y en hacer que yo lo gozara también.

—¡¡Ahhhh!! ¡¡Mmmmhh!! —ante mis nuevos gemidos, Oscar volvió a aumentar el ritmo de los empellones que me daba, era curioso como este bajaba en cuanto yo lograba dejar de gemir. Parecía una maquina que estuviera programada para hacerlo de esa manera.

Su pene llegaba hasta mi cérvix, y en cada ocasión que eso pasaba, podía sentir como unas pequeñas descargas eléctricas recorrían mi espina dorsal, llevándole placer hasta el rincón más remoto de mi cuerpo.

Incluso los dedos de mis pies, que estaban crispados con fuerza para intentar soportar un poco la brutalidad de sus embestidas se sentían bien.

No podía dejar de gemir mientras él me embestía con fuerza, y cada vez que esto ocurría, aumentaba el ritmo proporcionándome más placer. Era un círculo, acciones que estaban condenadas a repetirse debido a la lujuria que ambos teníamos en nuestros cuerpos.

Por un momento, sentí la necesidad de dejar de gemir, o al menos de intentarlo. Pues la presión que sentía en la parte baja de mi vientre cada vez que Oscar aumentaba la fuerza de sus embestidas era tan fuerte que sentía como si fuera a ahogarme.

Sin embargo, al verlo cogerme con tanto poder hizo que no dejara de gemir. Parecía una fuerza de la naturaleza, con ese cuerpo tan maravilloso, tallado por los ángeles para mi placer, no podía dejar de disfrutarlo.

Se veía imponente, majestuoso, pude observar como en sus brazos, debido al esfuerzo de cargar todo su cuerpo las venas sobresalían en su piel y aunque parecía fue fueran a estallar a él no parecía importarle.

Fue entonces, cuando vi el esfuerzo que estaba haciendo para penetrarme que comprendí cual era mi papel en todo aquello. Por rudo que parezca, yo solo era una especie de deposito para recibir su pene. No tenía ni voz ni voto en aquella cogida frenética que me estaba dando.

Lo más probable es que en su mente, llena de lujuria mi cuerpo solo sirviera como una excusa para dejar que todo ese deseo explotara.

Tuve la sensación de que realmente me estaba usando para sentirse bien, supuse que el sexo tan rudo era lo que realmente le gustaba y a lo que se había referido antes de comenzar a penetrarme.

Me sonrió y aunque mis ojos estaban llenos de pequeñas gotas de lágrimas, pude observar su sonrisa y supe que no estaba haciendo todo aquello solo para sentirse bien él.

Como lo había prometido, estaba tratando de complacerme, y por eso se encontraba usando todas sus fuerzas para eso. Me sentí conmovida…

Lo cierto es que incluso aunque no hubiera sido su intención me estaba dando mucho placer. Así que le regresé la sonrisa como pude, pero estoy segura de que debido a la fuerza con la que me estaba penetrando, mis músculos se encontraban tan relajados que seguramente, lo único que vio mi cuñado fue una mueca extraña.

Aquel era el sexo más salvaje que había tenido, a pesar de que no estaba formando parte de él más que prestando mi vagina para ser usada con fuerza, el placer era inmenso. La fuerza con la cual Oscar me penetraba me hacía sentir en el infierno. Pues aquello tan brutal no podía ser el cielo.

Sus embestidas se sentían como si un gran martillo me estuviera golpeando. Empujando mi espalda contra el colchón, al cual escuchaba rechinar, quejándose por la dureza con la cual mi cuñado lo estaba tratando. Sentía mis tetas rebotar de un lado a otro, me dolía un poco que se movieran tan fuerte, pero no traté de llevar mis manos a ellas para detenerlas.

Y es que mis manos estaban ocupadas, las alcé para sentir con ellas los brazos del que, durante ese momento, era mi amante… Las pasee por sus bíceps y luego por su pecho, estaba tan duro como lo recordaba de unos minutos antes. Sus abdominales… todo era maravilloso, sudaba, pero eso solo lo hacía verse más sensual.

Poder usar mis manos para sentir sus músculos resultó ser una experiencia mucho mejor de lo que me había imaginado. Me calentó, hizo que me excitara más de lo que ya estaba, por increíble que esto pueda parecer.

Guie mis brazos a su espalda, bajé por ella y logré que se posaran sobre su firme trasero. No era la primera vez que tocaba las nalgas de un hombre, pero en todos los anteriores casos estas eran suaves, incluso algo flácidas. Las mejores hasta ese momento habían sido las de Javier. Pero es que las de su hermano lo vencían por completo.

Estaban duras. Fue como abrazar una piedra de lo firme que eran. Las apreté con fuerza, clavando mis uñas en ellas, igual que había hecho antes con su espalda. Quería atraerlo más hacía mí, dejarle bien claro que incluso aunque me lo hiciera con más fuerza, no me molestaría.

Sin embargo, no esperaba que reaccionara como lo hizo. Justo cuando yo creía que sus embestidas no podían ser más fuertes, me dejó sorprendida al mover sus caderas tan rápido que por momentos se volvían borrosas por su velocidad.

Sé que era una ilusión óptica. Pero aunque mis ojos me engañaran, mi cuerpo no podía hacerlo. Su verga entraba y salía tan rápido de mi vagina que esta ardía, la fricción entre ambos órganos sexuales era tanta que no importaba lo lubricada que yo estuviera, parecía como si en cualquier momento fueran a salir chipas e iniciar un incendio producto del roce entre nosotros.

Su mirada cambió, ya no era solamente una bestia, sino que ahora parecía un monstruo hambriento, tal vez un hombre lobo que, siguiendo sus instintos más básicos, solo podía pensar en darse un festín conmigo, su presa, una perra en celo que estaba rendida ante su masculinidad, ante lo majestuoso que era su cuerpo y la brutalidad con la cual me estaba dando placer.

—Oooh… —gimió Oscar de pronto, acompañado por un gruñido que salió desde el fondo de su pecho y me hizo temblar de miedo —. Voy a correrme…

Fue todo lo que salió de su boca, una advertencia, o mejor dicho, un aviso, pues no pensaba darme oportunidad de negarme.

Aunque lo cierto es que yo no podría haberlo hecho, pues las palabras no salían de mi boca. Me costaba tanto respirar que tuve que usar todo el aire de mis pulmones para eso, no podía desperdiciarlo, ni siquiera para pedirle que no lo hiciera, que no profanara el más aun el cuerpo de la hermana de su esposo…

Mi cuerpo estaba tan caliente que me quemaba. No pude resistirme ante su fuerza superior, ante su lujuria y su deseos que se habían mantenido ocultos por años, deseándome, se habían acumulado tanto que, cuando por fin estallaron, sentí como si mi vagina fuera a ahogarse por la enorme cantidad de semen que soltó en mi interior…

Antes, cuando chupé su pene ya había tenido una buena muestra de lo potentes que eran sus eyaculaciones, pero admito que sentirlo directamente en mi vagina, llenando mi útero con su leche caliente fue una sensación muy diferente. Más estimulante…, mejor… incluso aunque fuera arriesgado y una estupidez…, se sintió tan bien que pensé que me estaba volviendo loca.

Cuando terminó de correrse, salió de mi vagina, pude sentir todo el semen que no fui capaz de contener, chorreando fuera de mi interior.

Me sentí mal al instante. En ese momento yo comenzaba a sentir las típicas ansias que a algunas mujeres le llegan a mi edad. No había tenido hijos y poco a poco, el cuerpo comenzaba a pedírmelo. Pero quería que el padre fuera mi marido… dejar que Oscar se corriera en mi interior había sido una estupidez, por más que realmente no hubiera podido negarme, no dejaba de sentirse así.

Nos miramos a los ojos, él ahora estaba de pie, viéndome. Sé que mi cuerpo estaba hecho un desastre, el baño que nos había fue desperdiciado, pues ahora me encontraba empapada de sudor, igual que él. Sentía mi cabello pegarse a mi cara debido a esto, seguramente me veía bastante indecente.

—Todavía no terminamos —dijo Oscar con una gran sonrisa en su rostro.

—¿Qué…?

—Te dije que estarías toda la tarde ocupada, ¿verdad?

No me podía creer lo que estaba escuchando. Mi cuerpo me dolía como si acabara de hacer cinco horas seguidas de ejercicio en el gimnasio. Pero él, a pesar de haber sido quien hizo todo el esfuerzo, se veía como si nada.

Miré su entrepierna y comprobé que su pene seguía tan duro como antes. Ya no me cabía duda, Oscar no había estado presumiendo en vano cuando dijo que era capaz de mantener una erección incluso aunque se corriera varias veces seguidas.

Admito que me quedé maravillada ante ese descubrimiento, ¿cómo era posible que existiera alguien así?, la respuesta tenía que más que solo las maravillas de la juventud, estaba segura de recordar que cuando comenzaban mis andanzas sexuales, antes de conocer a Javier, ninguno de mis novios de aquellas épocas, aunque eran de mi edad, tenían esa resistencia.

Y es que lo increíble no era que siguiera estando erecto, sino que, no se veía diferente a como estaba antes, es decir, no había perdido ni un solo milímetro de su erección, estaba llena de restos de su semen, pero seguía tan dura…

Antes de que pudiera decir algo, Oscar me tomó por las caderas y con su gran fuerza me hizo girar sobre la cama, quedando esta vez boca abajo y con mi trasero en pompa, apuntando directamente hacía él.

Desde esa nueva posición no podía ver lo que estaba haciendo, pero sí sentí como se aferró con fuerza a mi trasero, usando una de sus grandes y poderosas manos para atraerme más hacia él.

Confieso que a pesar de todo, mi corazón latía con fuerza, estaba emocionada, la respiración volvió a entrecortarse mientras esperaba su siguiente movimiento.

—Oye… ¿puedo hacértelo por el culo? —me preguntó.

Su pregunta me sacó completamente de mi concentración debido a la sorpresa.

—¿Qué? ¡Claro que no! —respondí —. Nunca… lo he hecho por ahí…

—Ya veo —respondió el muchacho, acercándose a mí, mordiendo mi oreja con suavidad —. Bueno, si no quieres, no te puedo obligar. Tenía que intentarlo al menos.

Su voz me tranquilizó, le creí cuando dijo que no iba a obligarme, así que me relajé.

Entonces, sentí como su pene volvía a situarse en la entrada de mi vagina y esta vez sin darme ningún aviso, comenzó a meterlo de nuevo.

Me estremecí y tuve que sujetar con fuerza las sabanas de la cama mientras su verga comenzaba a entrar de nuevo en mi interior. Esta vez lo hizo más rápido que antes, y mi vagina no sintió el mismo dolor que antes.

Pero se sentía extraño estar llena todavía de su semen mientras me penetraba otra vez, pero a él no parecía importarle este hecho, pues no se detuvo ni un segundo hasta que todo su pene estuvo otra vez dentro de mí.

Contuve el aliento cuando comenzó a mover sus caderas. De nuevo, haciendo una gran demostración de fuerza, me penetraba rápidamente, sacando y volviendo a meter su pene en mi interior.

Mi cuerpo estaba tan cansado luego de la sesión anterior que noté como mis rodillas, apoyadas sobre la cama comenzaban a flaquear y tengo que admitir que me desplomé, aunque no quería hacerlo, caí sobre la cama, sin poder volver a levantarme y ponerme en la posición que Oscar me quería.

Sin embargo, esto a él no pareció importarle, pues cayó también sobre mí, penetrándome con más fuerza incluso que antes. Y después procedió a seguir haciéndome el amor, no… me estaba cogiendo, eso era, me cogía con fuerza, como si quisiera partirme en dos.

Podía escuchar como sus piernas chocaban contra mi trasero de una manera tan fuerte que era animal. Parecía un mono a quien no le importaba demasiado lo que su pareja pensara.

Sé que no era así, en el fondo lo que estaba haciendo era para complacerme, pero como ya lo dije antes, yo todavía no estaba acostumbrada a ser tomada con tanta fuerza.

—¡¡Ahhh!! —grité de manera descontrolada —¡¡Espera!! ¡Me vas a matar!

A penas si podía respirar, me dolía todo mi interior, y a pesar de esto, también admito que se sentía muy bien, era una maravillo el placer que estaba experimentando.

La saliva caía de mi boca sobre la cama sin que yo pudiera hacer algo para impedirlo. Me estaba volviendo loca por la fuerza animal con la Oscar me penetraba…

Pero… lo cierto es que, a pesar de todo, incluso a pesar de que me doliera un poco como me estaba cogiendo, debo admitir que me sentía muy bien. Mi cuerpo exudaba felicidad, pues, aunque suene cruel para con mi marido… era la primera vez en años que me sentía mujer.

Oscar lo había logrado, estaba cumpliendo su palabra con cabalidad, haciéndome sentir complacida con su enorme verga…

Mi vagina seguía ardiendo, incluso más que antes mientras su pene salía y entraba de ella con tanta fuerza. Y mi mente comenzaba a ponerse cada vez más nublosa… de pronto ya no pude pensar en nada…

Era tanto el placer y me lo hacía con tanta fuerza que sentía que iba a desmayarme, mi cuerpo no parecía como que fuera a resistir mucho más de esas bestiales embestidas.

Y es que Oscar era todo un toro, un macho cabrío que se estaba apoderando de lo que seguramente una bestia como él consideraba que era suyo…

No entendía como es que alguien tan joven podía tener esa clase de libido, su deseo sexual me pareció tan grande que era difícil de creer que yo pudiera satisfacerlo esa tarde…

No recuerdo claramente que pasó después de que ese pensamiento pasó por mi mente. Solo tengo pequeños fragmentos de mi memoria. Sé que Oscar siguió penetrándome. Me cogió por varios minutos con la misma fuerza que antes, o incluso tal vez más.

Me usó como si yo él fuera mi dueño, yo era su juguete, una muñeca de trapo que servía solo para ser usada de esa manera…

Me movía a su antojo, metiendo y sacando su enorme herramienta de mi interior con tanta fuerza que me empujaba sobre la cama. Mis pechos se aplastaban contra esta cada vez que me embestía con fuerza.

Era el sexo más salvaje que había tenido hasta ese momento y también el más placentero. Saber que me estaba usando para complacerse, pero al mismo tiempo también me daba placer a mí me volvió loca…

Recuerdo haberme sentido justo como una muñeca, como un juegue que era usado a su antojo, pero lejos de molestarme, este pensamiento solo servía para excitarme.

Como ya dije, mis recuerdos de aquel momento son más bien difusos, pero sí puedo recordar lo que pasó después, cuando él ya se había corrido por segunda vez en mi interior, y me estaba dejando descansar por fin.

—Vaya… —dijo Oscar entre jadeos, sentándose en la orilla de la cama… la de mi matrimonio con Javier, la que acababa de manchar con infidelidad —. Eso se sintió muy bien, debo decir que tu vagina estaba más apretada de lo que esperaba.

A pesar de ser un halago, no pude ni siquiera responder con un gracias, estaba tan cansada…

—Sé que dije que te seguiría cogiendo toda la tarde, pero viendo como estás, no creo que sea buena idea —prosiguió hablando y esto me tomó por sorpresa —. Necesitas descansar, pues debes limpiar la cama y la habitación lo mejor que puedas antes de que mi hermano llegue. No querrás que descubra lo que pasó, ¿verdad?

De nuevo, no respondí. A duras penas podía respirar.

—Oye, ¿estás satisfecha? —me preguntó —. Prometí que te iba a complacer, y quiero saber si realmente lo hice. Sabes que siempre quise hacer esto conmigo, y sería genial saber que te gustó.

No respondí, seguía tumbada boca abajo en la cama, notando como su semen se desbordaba todavía de mi vagina. No podía hablar, me faltaba tanto el aire… sin embargo, quería que supiera lo mucho que me había gustado lo que acababa de ocurrir.

Asentí, fue lo único que pude hacer, para lo que mis fuerzas me alcanzaron en ese momento. Él sonrió, aunque su gesto volvió a ponerse serio tras mirarme.

—Creo que deberías pensar en ejercitarte un poco —me aconsejó de pronto —. No es bueno que estés tan cansada luego de solo hacerlo dos veces, la próxima vez, voy a querer hacerlo hasta que esté completamente satisfecho y tendrás que aguantar mi ritmo.

Tras decir eso, se puso de pie y comenzó a caminar sobre la habitación, recogiendo el par de prendas de vestir que había dejado tiradas por ahí al desnudarse.

Yo solo observé como lo hacía, incluso mi mente estaba cansada en esos momentos. Cuando terminó, se paró frente a mí, su pene, todavía estaba erecto aunque ya comenzaba a dejar ver un poco de cansancio, seguía estando más grande que cualquiera que hubiera visto antes…

—Eso fue maravilloso —dijo —. Gracias.

Y con esas simples palabras salió de la habitación.

Me sorprendió que me agradeciera pues con la seriedad que había demostrado hasta entonces, no creí que fuera capaz de decir algo así.

No pude responder. Yo era quien tenía que agradecerle por darme el sexo más satisfactorio que había tenido en años… pero de nuevo las palabras no salieron de mi boca.

Tampoco pude decirle que no habría una segunda vez, había jurado que solo iba a hacerlo una… pero me fue imposible hablar para dejarlo claro.

Y debo admitir que incluso hoy, no estoy segura de si no lo dije porque realmente no podía, o porque no quise hacerlo.

FIN CAPITULO 6