La visita de mi cuñado #2

Continuación de "La visita de mi cuñado"

Capítulo 3 – Calentura.

La espera me estaba matando, cada minuto que pasaba era para mí como un cuchillo que se clavara en mi corazón, haciéndome sufrir.

Quería que Oscar regresara a casa, que me viera vestida así, que apreciara mi cuerpo, necesitaba sentirme deseada.

Llevaba mucho tiempo sin sentir eso, y las palabras que había escritas en el blog de mi cuñado me hicieron sentirlo.

Sabía que, si me comportaba como el esperaba que lo hiciera, escribiría más sobre mí, y entonces yo podría leerlo y volver a sentirme tan excitada como esa misma mañana.

Sé que parece una completa locura, después de todo, él era mi cuñado, y yo la esposa de su hermano. Pero bueno, no es que fuera a hacer nada más que mostrarme ante él vestida con esa falda corta y esa sexy blusa.

No planeaba llevar las cosas más allá, ni siquiera se me había pasado por la cabeza esa posibilidad. Pero mi cuerpo estaba ardiendo luego de leer como Oscar me veía, me había excitado saber que me deseaba y quería que lo siguiera poniendo en su blog.

Además, por raro que parezca, en esos precisos momentos, no pensaba para nada en mi marido. Él estaba trabajando, como siempre, mientras tanto, yo me encontraba sola en la casa.

Creo que uno no se da cuenta de cuanto necesita sentirse bonita hasta que realmente le hace falta. Años atrás, odiaba la atención de los hombres, no me gustaba para nada que se me quedaran mirando embobados, como si por mirarme intensamente yo caería con ellos.

Recuerdo sobre todo a cierto profesor en mis épocas de la universidad, cuando ya era novia de Javier que no dejaba de acosarme. Aparecía en todos lados donde yo estaba, sonriendo con una cara de idiota y diciéndome palabras que seguramente él pensaba que harían que él me gustara.

Sin embargo, luego de años de un creciente olvido por parte de mi marido, mi cuerpo claramente necesitaba sentir que alguien lo deseaba. Y estoy segura de que incluso disfrutaría las miradas obscenas de aquel profesor.

Por eso estaba tan excitada, porque mi cuñado me deseaba y aunque ese deseo no se iba a hacer realidad para él nunca, me hacía sentir bonita, y eso era lo único que me importaba en esos momentos.

El tiempo pasaba tan lento que por momentos creí que había entrado en algún bucle o algo similar que ocurre en películas y novelas de ciencia ficción.

Aunque no era así, el tiempo estaba transcurriendo con normalidad, pero mi emoción y ansia me hacía sentir otra cosa.

Ni siquiera sabía a qué hora iba a volver Oscar de la universidad, pero me sentía ansiosa, deseando que ese momento llegara.

Para tratar de calmar mis ansias decidí lavar la poca ropa que mi marido y yo habíamos ensuciado. Pero hacerlo me trajo los recuerdos de cuando lo hice con la de Oscar.

El olor de las prendas de mi marido no era ni de cerca como el de mi cuñado. Las de Javier olían a hombre de negocios, si es que eso tiene sentido. Había mucha oficina en su esencia, papeles, tinta de impresión. Era como si todo se mezclara para dar lugar a ese olor.

Sin embargo, la ropa de Oscar había olido a masculinidad, a sudor, justo como en esos momentos, mi mente me decía que debía oler un hombre.

El tiempo pasó, llegó la hora de preparar la comida y así lo hice. Recordando el comentario que había hecho mi cuñado en su blog, sobre que las mujeres como yo debían ser serviciales, pensé que sería un buen gesto recibirlo con algo que comer. De ese modo, tal vez me vería de otra manera, y lo escribiera en su blog.

Y es que para ese momento yo ya había decidido que leer a hurtadillas los textos que fuera escribiendo mi cuñado iba a ser mi mayor entretenimiento matutino a par de ese día, sobre todo si me excitaban tanto como lo que había leído esa mañana.

Sabía que necesitaba estimularlo de alguna manera. Y aunque como dije antes, lo único que planeaba era dejarlo mirar un poco, no se me ocurrió pensar que tal vez podría estar jugando con fuego.

Finalmente, cuando ya casi daban las dos de la tarde y mi paciencia estaba por llegar a su límite, escuché sonar el timbre de la puerta.

Esto me hizo recordar que seguía sin entregarle una llave a Oscar. Con lo triste que quedé el día anterior, no pude ni recordarlo.

Me acerqué a la puerta. Era consciente de que estaba vistiendo de una manera demasiado provocativa para ver a un hombre que no era mi marido, pero esa era la idea, ¿o no?

Puse la mejor sonrisa que pude y abrí la puerta. Tal vez fuera por la sorpresa, pero Oscar no pudo evitar que su rostro lo delatara al verme.

Abrió la boca y los ojos, sorprendido por verme vestida así, y aunque se apresuró a esconder su expresión, ya era tarde. La había visto, además, sabía lo que le provocaba, incluso aunque no lo demostrara.

—Bienvenido —le dije.

Él no respondió, tampoco esperaba que lo hiciera. Simplemente se limitó a entrar en la casa.

—¿Cómo fue tu primer día en la universidad?

—Bastante normal —me respondió, avanzando hasta llegar a la sala.

—¿Estás cansado? —le pregunté con una voz tan suave que incluso a mí me sorprendió un poco.

—No demasiado —dijo, mirándome. Había seriedad en su rostro, pero ahora sabía que por dentro se estaba excitando.

Y este pensamiento hizo que yo misma también comenzara a excitarme más.

Es curioso, pues antes de que Oscar llegara de nuevo a mi vida, nunca se me había pasado por la cabeza que pudiera sentirse así por alguien que no fuera mi marido. Simplemente saber que él me deseaba y que se excitaba por verme vestida así, me gustaba, y me ponía como loca.

La verdad no sabía que pensar, pues en todo el tiempo que llevo casada, mi contacto con hombres se limita a los que me atienden cuando voy de compras. Nunca tuve demasiados amigos masculinos en mi juventud, y ahora de adulta muchos menos.

Así que no estaba segura, ¿Sería cosa solo de que mi cuñado era guapo como pocos? ¿O acaso me habría sentido así por cualquier hombre que mostrara interés en mí?

No estaba segura, pero ahora me encontraba convencida de que los relatos que encontré en su blog habían sido determinantes para mi estado en ese momento.

—Te preparé algo de comer —le dije, señalando hacía la cocina. Aunque al verlo, me di cuenta de que justo había dicho eso cuando él se había sentado, y pude ver fastidio en su rostro, era obvio que no quería levantarse tan rápido —. Te lo traeré.

Sabía bien que tal vez me estaba pasando un poco. Pues yo no era así normalmente, de hecho, no me gustaba la gente que no comía en la mesa, y en el tiempo que había estado con nosotros ya debería haberse percatado de eso.

Por lo que decirle eso podría hacerlo sospechar que algo no iba bien. No obstante, no vi ningún gesto de sorpresa en él.

—Sí —me dijo —. Trae tu comida también, quiero comer contigo.

Asentí, y me apresuré a hacer lo que me decía. Era extraño, pues la mayoría de sus palabras sonaban planas y normales. Pero a veces, muy pocas, tenían una intención que me hacía creer que fueran ordenes, y esas eran las que hasta el momento más me habían perturbado.

Fui a la cocina, y a los pocos segundos regresé, cargando tanto su plato como el mío. Los dejé en la mesa de centro, y al hacerlo noté que mi trasero quedaba en pompa, justo en su dirección. Sabía bien que con esa falda corta, estaría viendo mi ropa interior, o al menos el inicio de esta.

Pero no me importó, me quedé así un segundo más de lo que era necesario y antes de que pudiera sospechar, me incorporé. Fui a la cocina por las bebidas, que básicamente era un jugo de naranja para él, y un café para mí.

Se lo entregué, él me agradeció con una media sonrisa mientras lanzaba su mochila hacia un lado. Esto me permitió sentarme en el mismo sofá que él, no demasiado juntos, pero tampoco tan separados.

—¿Ya te encuentras mejor? —me preguntó.

Lo miré con sorpresa, pues no entendí la pregunta.

—Ayer te veías muy afectada por lo de mi hermano —dijo, tomando su plato de comida vegetariana —. Pero hoy parece que ya estás tranquila.

—Pues sí —acepté —. Ya estoy mejor.

—¿Mi hermano suele dejarte plantada en sus citas? —me preguntó Oscar, tras darle una buena probada a su comida.

—No —le respondí —. Por lo general, ni siquiera me invita a citas.

Sonreí para tratar de quitarle hierro al asunto, no me gustaba demasiado hablar del tema, en especial en ese momento, quería concentrarme en otras cosas.

—Te deja sola en la casa, no te invita a citas y cuando lo hace cancela por su trabajo… —su voz sonaba seria —. Sí, parece exactamente lo que mi hermano haría.

No lo comprendí del todo, y mi cara debió de reflejar esto, pues rápidamente Oscar procedió a explicarme.

—Cuando yo era chico, mi hermano prefería estar estudiando que, con la familia, se saltaba las reuniones familiares y nunca quería jugar conmigo.

Se notaba un poco rencoroso mientras lo contaba.

—Siempre decía que quería irse del pueblo, su sueño era ser alguien importante, famoso si era posible —me miró a los ojos solo antes de hacer un movimiento con sus hombros —. Parece que lo está consiguiendo.

No supe que decir en ese momento, simplemente sentí como toda la excitación que había sentido se escapaba igual que el aire de un globo cuando este se desinfla.

—No querer jugar con tu hermano pequeño es una cosa, pero no acompañar a tu esposa a una cita… —hizo una pausa dramática antes de continuar —. Bueno, parece que sigue igual de ambicioso.

—Po- podemos hablar de otra cosa? —lo interrumpí en cuanto se me presentó la oportunidad. Lo último que quería era sentirme mal por pensar en las constantes ausencia de Javier cuando yo lo necesitaba.

Prefería sentirme mal por la excitación que tenía, y que todavía quedaba un poco en mi cuerpo.

—¿De qué?

—No lo sé —dije con tranquilidad —¿Por qué no me hablas de ti?

—¿Qué podría decirte de mí? —preguntó, sorprendido.

—No sé, ¿qué hiciste todo este tiempo que no nos vimos? —pregunté.

Me pareció raro preguntarlo, pues a estas alturas ya sabía lo que hizo esos dos años. Pensar que yo era una puta, y trabajar su cuerpo, tal vez con la esperanza de que pasara algo entre nosotros cuando nos encontráramos.

Aunque no pensaba dejar que nada ocurriera, lo cierto es que pensar en eso hizo que me volviera a calentar como una loca. Mi mente insistía en que eso estaba muy mal, pero a mi cuerpo no parecía importarle en lo más mínimo.

—Estudiar —me respondió con seriedad —. Lo que hice estos dos años fue estudiar.

—¿Nada más? —pregunté —. Seguramente habrás hecho otras cosas, ¿qué me dices de las chicas? ¿conseguiste alguna novia?

Me miró, de nuevo había seriedad en su rostro, pero también parecía un poco enfadado.

—No tuve tiempo para eso —me dijo, seguía comiendo como si nada, y yo no pude evitar admirar el cómo era capaz de esconder sus emociones casi por completo.

—¿Ni una? —le pregunté —¿Qué me dices de la chica por la que te pusiste así de fuerte?

Otra vez, volvió el cuello para mirarme, debe haber recordado que él mismo me dijo sobre eso el primer día en que llegó aquí.

—Ella siempre estuvo lejos de mi alcance —respondió.

—No creo que nadie esté fuera de tu alcance —dije, y al instante me arrepentí de hacerlo. Pues ahora que sabía que yo era esa mujer, me sentí como si le estuviera diciendo que realmente había alguna posibilidad de que algo pasara entre él yo.

Pero me calmé pronto, él no era consciente de que yo había leído su blog, así que desconocía lo que yo había aprendido esa mañana.

No dijo nada, pero supe que me estaba mirando de reojo, con su boca comía esa ensalada de verduras que le había preparado, pero con los ojos, devoraba mis piernas pensando que yo no lo notaba.

—Tal vez no —aceptó, haciendo que me estremeciera.

Debo admitir que me gustaba mucho su voz. Era como de un locutor de radio, resonaba por todo el lugar cada vez que decía algo. Ya lo era de joven, pero ahora era más grave.

Sonreí, y tras esto me moví en el asiento, cruzando mis piernas de la manera más sensual que pude. Sé que me vio, y eso causó que la calentura de mi cuerpo aumentara.

Había terminado su comida, pero no se movió del lugar, pues desde ahí tenía una muy buena vista de mis piernas y de mi escote, gracias a su altura.

Fui yo la que se puso de pie, sus miradas me gustaban, pero sabía que si quería que lo que escribiera Oscar en su blog me hiciera calentar más que ese día, tenía que hacer algo diferente.

—Me llevaré esto —le dije recogiendo ambos platos. Habíamos pasado más de diez minutos ahí, sin hablar demasiado, solo comiendo, y él observándome.

Los llevé a la cocina, se me había ocurrido una cosa, era una completa locura. Pero debo admitir que el pequeño juego que había iniciado esa tarde me estaba gustando.

Provocar de esa manera a mi cuñado, para que viera todo lo que él quisiera y después lo escribiera me estaba resultando de lo más emocionante.

Me acerqué al lavaplatos, abrí la llave y luego presioné la salida de la llave, de modo que el agua salió disparada en todas direcciones. Incluyendo mi pecho, justo como esperaba.

—¡Hyaa! —grité, del modo más infantil que pude, esperando que Oscar lo escuchara en la sala, y así fue.

Tuve suerte de que no subió directamente a su habitación, sino que se había quedado sentado. Apareció de repente en la entrada de la cocina.

—¿Qué pasa? —me preguntó.

Yo me giré para verlo, mientras me cubría el pecho con ambas manos.

—No lo sé —dije, tratando de actuar lo mejor posible —. Estaba a punto de lavar los platos, abrí la llave y salió el agua disparada, y mira cómo me dejó.

Separé las manos de mi cuerpo, para mostrarle el área donde el agua me había empapado y por primera vez pude tener una reacción muy clara por su parte.

Abrió los ojos de par en par, era muy obvio que le gustaba lo que veía. Mi blusa empapada hacía que se transparentaba todo lo que había abajo. No estaba usando sujetador, así que mi joven cuñado podía ver mis pezones, erectos en parte por el agua fría, pero sobre todo por la excitación que sentía.

Me miró y por primera vez desde que llegara días atrás, su rostro serio lo traicionó. Ya no era una pared indescifrable, sino que yo pude ver exactamente lo que estaba pensando. Me deseaba, había lujuria en su rostro, un deseo de irrefrenable pasión que por un segundo, me hizo temer que me asaltara en ese lugar. No por el hecho de que quisiera forzarme a hacer algo, sino porque sabía que en el estado en que me encontraba, mi resistencia sería tan fuerte como una hoja de papel enfrentándose a una locomotora.

Ver esa mirada de lujuria en su rostro me gustó más de lo que yo esperaba. Pues venía a ser la confirmación de lo que ya había pensado esa misma mañana: Yo era hermosa, si mi cuñado me deseaba de esa forma, entonces no había forma de que yo fuera fea o que no despertara la libido de algún hombre.

El problema de que mi marido no me tocara desde hacía tanto tiempo tenía que ser de él, no mío.

Me pareció extraño que Oscar reaccionara de esa manera en ese momento, siendo que antes había visto mis tetas completamente desnudas. Supuse que tal vez lo excitaba más esta situación que la otra, pero no estaba demasiado segura, y al fin de cuentas, no me parecía importante.

—¿Necesitas que te traiga una toalla? —me preguntó.

—No —respondí —. Iré a cambiarme, no quiero resfriarme.

De haber sido un poco más atrevida, seguramente le habría pedido que fuera a traerme alguna blusa o camisa de mi habitación, y me hubiera cambiado frente a él. Pero, aunque la idea pasó por mi mente y a mi cuerpo le gustaba, mi cerebro me dejó bien claro que eso sería ir demasiado lejos, muy cerca de la línea que no quería cruzar.

Así pues, salí de la cocina y me dirigí a mi habitación. Me quité la blusa y con las tetas al aire me dejé caer sobre la cama.

Era la primera vez en meses que un hombre me miraba de esa manera. Aunque no lo crean, significaba mucho para mí saber que podía ser deseada por alguien. A pesar de que lo ideal hubiera sido que ese alguien fuera mi marido.

Me encontraba excitada, la calentura recorría mi cuerpo como hacía mucho que no ocurría. Sé que es mi cuñado, y que todo eso estaba mal. Pero no podía evitarlo.

Lo que había leído, y ahora, tras haberle dado un buen vistazo de mi cuerpo como regalo, me hacía pensar en que él también debería estar excitado en esos momentos. Tal vez en ese preciso momento se encontrará en su habitación, haciendo eso que a los jóvenes les gusta hacer cuando están solos, mientras pensaba en mí.

Solo de pensar en eso, mi mano se movió rumbo a mi entrepierna y comencé a sobarme, por encima de la falda y de mi ropa interior, no me importó ni tampoco a mi cuerpo, pues estaba tan sensible, que incluso aunque me estaba tocando por sobre tanta tela, se sentía bien.

Si lo pienso detenidamente, creo que ese fue el momento en que me di cuenta de que tal vez Oscar no estuviera tan equivocado en sus escritos.

Tal vez, no estaba tan lejos de ser una puta. El pensamiento, aunque parezca extraño, hizo que me excitara más. Pude sentir el aire proveniente de la ventana chocar contra mi torso desnudo, y a mis pezones haciendo más grandes y duros.

Mientras me acariciaba, ya no pude mentirme a mí misma. Necesitaba el sexo, que alguien me hiciera el amor de forma desenfrenada, que apagara toda la calentura que estaba sintiendo.

Sabía con toda seguridad que ese alguien solo podía ser mi marido. Solo tenía que conseguir que lo hiciera. Así que decidí que esa misma noche, sin importar si llegaba cansado a casa, él me haría el amor, aunque tuviera que obligarlo.

Pero antes de todo eso, supe que también necesitaba seguir ese extraño juego que había iniciado con mi cuñado. No sabía si daría sus frutos, no podría saberlo hasta que revisara sus publicaciones nuevas del blog, pero me estaba resultando tan excitante la situación, que no pude hacer otra cosa más que querer continuar.

Dejé de tocarme, consciente de que, si seguía, iba a terminar masturbándome como se debía, y eso arruinaría lo que iba a ocurrir con mi marido esa noche.

Así pues, me puse de pie y corrí a elegir la nueva ropa que quería usar esa tarde, para que mi sobrino me viera.

Se me ocurrió una idea. Yo siempre he tenido mucha ropa, demasiada de hecho, las separo por estaciones, y en verano suelo usar la más delgada y que más piel muestra, pues como no salgo de casa, no me preocupa que alguien me vea, solamente pienso en quitarme el calor.

Entonces, guiada por esa excitación que estaba sintiendo, tome una blusa de tirantes que a veces uso de pijama. Era más pequeña que la otra que había usado para mojarme, tenía un escote mucho más pronunciado, y no cubría nada de mis brazos, aunque no enseñaba abdomen como la otra.

Era delgada, así que mis pezones erectos se marcaban y se podían apreciar con mucha seguridad. Luego elegí un short corto, que también usaba como pijama, pues me gusta dormir muy cómoda en las calurosas noches del verano.

Este también mostraba más pierna que la falda que traía puesta pues era más corto, la desventaja estaba en que no iba a poder mostrar mi ropa interior, aunque me agachara como lo hice minutos antes.

Me parece increíble como en esos momentos solo pensaba en esas cosas. Y la decencia y decoro que había profesado durante buena parte de mi vida, pasaban a olvidarse de mi mente.

Me vestí con esa ropa, consciente de que salir de mi habitación así, haría que Oscar se calentara igual que yo lo estaba. Eso era justamente lo que mi mente, enferma de excitación, deseaba.

Abandoné mi habitación, esperando todavía encontrarlo en la sala, pues si estuviera en su habitación, no tendría excusa para ir a buscarlo y que me viera.

Por suerte, al bajar las escaleras lo encontré todavía sentado en el sofá, no estaba haciendo nada particularmente, su teléfono estaba en la mesa de estar mientras él veía hacia el frente, parecía solo descansar.

—¿No tienes calor? —pregunté, acercándome a él.

Se giró y aunque estoy segura de que mi vestimenta le pareció tremendamente sexy, en esta ocasión fue capaz de controlar la reacción de su rostro.

Me sentí un poco decepcionada, pero entonces se me ocurrió una cosa. Si eso que estaba haciendo era un juego, necesitaba un premio y se me ocurrían dos.

El primero sería conseguir que escribiera buenas cosas sobre mí, para luego leerlas y calentarme como esa mañana. El segundo premio sería hacer que su rostro lo traicionara, que volviera a dibujarse en él la lujuria como le ocurrió en la cocina.

Me parecía buena idea, pues sería una gran recompensa ver romperse esa seriedad de su rostro, significaría que hice algo lo suficientemente bueno como para sorprenderlo.

—Sírveme algo de agua, bien fría —me dijo, de nuevo con ese tono de voz que se imponía sobre mí, y me hacia querer hacer lo que me pidiera.

Asentí y me dirigí hacía la cocina, abrí el refrigerador y la vestimenta que estaba usando demostró ser mala protección contra el frio, pues el aire congelante que salió del aparato se chocó contra mi cuerpo, causando que me estremeciera. Admito que fue una sensación muy agradable, tanto que mis pezones se endurecieron un poco más.

Saqué la jarra de agua fría que siempre guardó ahí en verano y la serví en un vaso. Luego me di cuenta de que probablemente uno solo no bastaría, así que decidí llevar toda la jarra. Regresé a la sala, la puse en la mesa y me quedé de pie a su lado.

—Espero que no te moleste que vista así —dije, atrayendo su atención —. Hace mucho calor, y en verano suelo vestir así porque estoy sola, y no quiero cambiar.

Era mentira, por supuesto. Pero necesitaba una excusa que al menos sonara un poco creíble, lo último que quería era que él descubriera que simplemente estaba buscando una excusa para exhibirme frente a él.

—¿Está bien que un hombre te vea vestida así?

—Yo…, bueno, somos familia, así que pensé que no habría problema —le dije, sintiéndome un poco nerviosa —. Pero si te parece mal…

—¿Por qué iba a parecerme mal? —me preguntó —. Tener la oportunidad de ver a una mujer como tú, vestida así es casi un regalo del cielo —sonrió —. Espero que haga más calor durante mi estancia aquí.

—Ohh…, deja de burlarte de mí —dije en tono coqueto.

Pero lo cierto es que en el fondo me encontraba avergonzada y sorprendida. Ya me había demostrado que su forma de ser era diferente a la de antes. Pero que fuera tan directo con sus palabras en este momento, fue algo que no me esperaba.

—Siéntate conmigo —me dijo, señalando el sofá. Yo lo hice, tomé asiento en el mismo lugar donde estuve sentada mientras comíamos —. Estoy cansado, quiero quedarme aquí unos minutos.

—¿Tan difícil fue el primer día en la universidad?

—El curso fue muy sencillo, es que las distancias en esta ciudad son enormes —respondió, miró mi escote y luego levantó la vista hacia mis ojos —. La distancia de aquí a la estación de metro es demasiada, y cuando me bajé, también tuve que caminar mucho hasta la universidad, y luego de regreso.

Me miró a los ojos, y luego hizo un gesto con su cuerpo, como si le restara importancia a lo que él mismo acababa de decir.

—Supongo que es cuestión de acostumbrarme —dijo —. En el pueblo, la distancia de mi casa a la preparatoria era muy poca, así que nunca me cansaba realmente.

—Si quieres, podría llevarte en el auto por las mañanas —le dije, trataba de ser amable más que otra cosa, pues en realidad no me apetecía hacerlo, cuando él se iba a la escuela, yo prefería seguir dormida.

—Nah —respondió —. Necesito acostumbrarme a la ciudad, viviré aquí muchos años.

Yo asentí, un poco aliviada de no tener que levantarme todos los días temprano.

—Pero, si me recibes todos los días con la comida, estoy seguro de que se me quitará el cansancio.

Justo cuando terminó de decir eso, su teléfono vibró, la pantalla se iluminó y pude ver que era una notificación de un mensaje.

Lo tomó y leyó el mensaje, con una sonrisa en el rostro.

—¿Es una chica? —le pregunté en tono de broma.

—Sí —respondió como si nada —. La conocí hoy y me dio su número.

—Ya veo —dije, aunque sentí algo muy parecido a un tirón extraño en mi interior, traté de ignorarlo —. ¿Es guapa?

—Hermosa —respondió.

—Mírate, hace dos años no le hablabas a las mujeres, y ahora, te consigues novia el primer día de clases.

—De hecho, ya tiene novio —me comentó, con una sonrisa —. Su novio está en otra facultad, pero también asiste a los cursos.

—Oh, lo siento — no sé porqué dije eso, pero pensé que era lo que se suponía que debía decir.

—Es curioso —dijo —. Todas las mujeres que me han gustado en mi vida tenían novio.

—¿En serio? —pregunté —¿Cuántas chicas te han gustado en la vida?

Al hacer la pregunta comprendí que estaba pisando terrenos peligrosos, pues yo era una de ellas, según su blog, no es que le gustara, es que llegó a amarme.

Tenía curiosidad por saber sobre su vida amorosa pero no sabía que haría si mencionaba mi nombre.

—Bueno, está Natalia, que es esta chica —me dijo con tranquilidad —. También me gustaba hace tiempo mi profesora de inglés allá en el pueblo, su madre es mexicana, su padre es gringo. Tiene lo mejor de los dos mundos, es hermosa.

Me sentí mal al escuchar como hablaba de ella, parecía que realmente le había gustado, ¿era mentira entonces que había estado enamorado de mí?

Traté de calmarme, diciéndome que no importaba, yo seguía siendo una mujer casada con su hermana, y él un hombre soltero, podía gustarle quien quisiera.

—Hubo otra mujer —me dijo, mirándome a los ojos —. Me gustaba mucho, creo que es la única a la que he llegado a amar. Pero un día comprendí que no valía la pena.

Mi corazón latió como nunca lo había hecho en la vida, me costó horrores mantener una expresión neutra en mi rostro para no delatarme. Sabía que estaba hablando de mí, pero si el llegaba a descubrirlo, entendería a su vez que estuve husmeando en su computadora.

—¿Qué hizo para que pienses eso? —pregunté, pensando que lo mejor sería mantener la conversación como si nada.

—Nada que quiera recordar —me respondió con seriedad.

Tragué saliva al ver su rostro.

—Bueno, seguro que encontrarás una chica que esté disponible algún día —dije, tratando de calmarlo.

—Y si no está disponible, solo tengo que tomarla —comentó, con la misma mirada de seriedad en el rostro.

Me estremecí ante sus palabras, ¿estaba hablando de mí, o de esa nueva chica que acababa de conocer?

No entendía del todo a mi cuñado, su cambio había sido tan radical que me era imposible saber que estaba pensando.

Otro mensaje llegó a su teléfono, lo revisó al instante y su sonrisa se hizo más pronunciada.

—Necesito que me lleves a un sitio —me dijo de pronto.

—¿A dónde?

Me dijo unas indicaciones, yo conocía la zona así, que sí, podía llevarlo.

—¿No dijiste que tenías que acostumbrarte a la ciudad?

No es que no quisiera llevarlo, sino que comenzaba a notar una extraña tendencia de mi parte por obedecerlo, y no quería que eso siguiera así.

—Esto es diferente —comentó, encogiéndose de hombros —. Estabas dispuesta a llevarme a la escuela, así que a esto también, ¿verdad?

—Supongo que sí —dije suspirando, no pude sostenerle la mirada más de un segundo —. Voy a cambiarme…

—No —me dijo —. Así estas bien.

—Pero, pueden verme…

—Estarás en un coche —comentó —. Nadie va a verte. Rápido.

De nuevo ese tono de voz, no sabía como lo hacía, de hecho sigo sin saberlo del todo, solo sé que mi cuerpo se ponía en alerta al escucharlo, mi piel se erizaba y quería hacer lo que me estaba pidiendo.

Me puse de pie, estaba usando unas simples chanclas, y no creía que Oscar fuera a permitir que me pusiera unos tenis, así que simplemente me dirigó a la puerta.

El auto estaba en la cochera, así que no tuve que salir y arriesgarme a que alguien me viera vestida así en la calle.

Oscar no me dijo nada más, simplemente se limitó a repetirme el lugar a donde quería ir, y tras eso se quedó callado.

Comencé a conducir, la colonia donde vivimos no tuvo mucho problema, pues siempre está vacía, pero nada más abandonarla comencé a ponerme nerviosa. Cualquier persona que mirara en mi dirección podía verme vistiendo solamente esa camisa de tirantes.

Subí el vidrio, no estaba polarizado así que no servía de nada, pero al menos, el aire no entraría y chocaría contra mis erectos pezones.

Pues tengo que admitir que los nervios que estaba sintiendo me gustaban. No quería que nadie me viera vestida así, —o al menos eso es lo que me decía— pero la posibilidad de que ocurriera, era en realidad emocionante.

No hablamos prácticamente nada durante el camino, yo no entendía porque estaba haciendo eso, no tenía ninguna necesidad de ser la choferesa de mi cuñado, pero simplemente no había podido negarme.

El lugar no estaba a una gran distancia, aun así, con el gran trafico que hay siempre en la ciudad, tardamos más de lo que esperaba.

Todo el tiempo, Oscar estuvo enviando y recibiendo mensajes que obviamente eran de esa chica. Lo que no entendía es porqué íbamos a ese lugar.

—Es aquí —dijo, cuando por fin estuvimos por la zona. Revisó su teléfono y comprobó algo, seguramente las instrucciones que estaba recibiendo.

Nos detuvimos frente a un restaurante en una de las calles más concurridas de la zona.

—Espera aquí —me ordenó, y yo asentí rápidamente.

Lo vi salir del auto y luego, por mi ventana, como se acercaba a dicho restaurante. No entró, simplemente se limitó a decirle algo a un hombre que estaba de pie ahí. Este fue quien entró al lugar, y un par de minutos después, una hermosa chica salió.

Llevaba algo en la mano, cosa que le entregó a Oscar y se quedaron ahí, hablando.

Desde donde estaba pude perfectamente a la chica, debía ser ella quien le estaba mandando mensajes a mi cuñado. Mentiría si dijera que no era hermosa, parecía la viva imagen de las muñecas Barbie.

Rubia, alta y muy curvilínea. Tenía unos pechos grandes, aunque a la distancia me parecían que no más que los míos, probablemente incluso usáramos la misma talla de sostén.

Llevaba una falda corta que dejaba ver las cualidades de su trasero, el cual también parecía bastante grande. Sin duda, se trataba de una belleza.

Los observé mientras hablaban, obviamente no podía escuchar lo que se decían, pero sí ver su lenguaje corporal.

Cada vez que él hablaba, ella se reía de forma exagerada. No me parecía que mi cuñado tuviera el tipo de un gran comediante, así que era obvia su risa fingida. Además, siempre que se carcajeaba aprovechaba para mover su mano hasta el brazo de Oscar.

Yo miraba, embobada como esa chica aprovechaba cada momento para tocarlo. No puedo decir que no comprendiera, después de todo, esos brazos sí que se veían dignos de toquetearlos un poco…

Pero a pesar de eso, me parecía indecente. Si era la misma chica de la que me había hablado, entonces tenía novio, ¿cómo podía sonreír y tocar de esa manera a alguien que acababa de conocer?

De nuevo sentí la misma emoción que experimenté en la casa, era como si me estuvieran apretando una parte de mi interior. Sabía lo que estaba sintiendo, pero me negaba a aceptarlo.

Estuvieron cerca de quince minutos hablando, ella reía, movia su cabello y sonreía en un franco coqueteo. ¿Cómo podía hacerlo? ¿Acaso no le importaba su novio?

Ella sí que parecía una puta y no yo…, me di cuenta de lo que estaba pensando y me reprendí a mi misma, no podía simplemente insultar a alguien sin conocerla, y menos siendo más de diez años menor que yo, mis pensamientos no eran correctos.

Finalmente terminaron de hablar y Oscar regresó al auto, llevaba en su mano lo que ella le había dado, una bolsa pequeña, negra.

—¿Podemos irnos? —le pregunté. Ya había olvidado completamente que estaba vistiendo de manera indecente. No sé si alguien me vio mientras esperaba, pasaba mucha gente así que es normal pensar que sí, pero no me importó entonces, y ahora menos.

—Sí, volvamos a casa —dijo Oscar —. Por cierto, ¿quieres un pan?

Sacó uno de la bolsa que le había entregado la chica y me lo ofreció, yo me negué con la cabeza.

—¿Vinimos hasta aquí solo por panes?

—Están deliciosos —me respondió —. Los hace su abuela, hoy llevaba uno en la universidad, le pedí que me diera un poco y me gustaron. Luego dijo que me llevaría más mañana, pero al parecer quiso entregármelos ahora.

Sinceramente me pareció una extraña forma de iniciar una amistad o lo que fuera que tenían ellos, pero no dije nada.

—¿Ella es la chica que dijiste que te gustaba?

—Correcto —respondió —. Es hermosa, ¿no te parece?

—Es… bonita —acepté.

—La tercera más bonita que he visto en mi vida.

—Ah, ¿sí? —pregunté, me sorprendió que tuviera una especie de ranking —¿Y las otras dos?

—Bueno, está la maestra de inglés de la que te hablé —dijo, dándole una gran mordida al pan —. Y por supuesto, también tú.

—¿Yo? —pregunté, sorprendida porque lo aceptara así tan fácil —¿En serio?

—En serio —respondió él, sin dar más explicación.

Quise preguntar algo, pero no tuve el valor para hacerlo, así que me abstuve.

—¿Te parece bien coquetear con esa chica? —pregunté —¿No dijiste que tiene novio?

—Es dice —respondió —. Pero yo no estaba coqueteando ella, sino ella conmigo.

—Da igual, no creo que sea bueno.

—Si ella quiere hacerlo, a mí no me importa —dijo —. Ya no voy a detenerme con una chica que me gusta, solo porque tiene novio —me miró a los ojos, y nunca olvidaré la expresión que tenía, era de completa seguridad, de confianza en si mismo —. Ni aunque esté casada.

Tragué saliva, mi cuerpo se estremeció y me obligué a mirar al frente. Ninguno habló el resto del viaje, pero yo tenía bien claro lo que sus palabras acababan de decirme.

Tenía que tener sexo con mi esposo esa misma noche, porque si no lo hacía, las cosas se pondrían peligrosas para mí en la casa…

El resto del camino de regreso transcurrió prácticamente igual que la ida. No hablamos mucho, y yo seguía sintiéndome demasiado nerviosa. Sé que es contradictorio, pues no quería que me vieran vestida así, y al mismo, la posibilidad de que lo hicieran me emocionaba.

Cuando tenía que detenerme en algún semáforo, miraba en todas direcciones, tratando de ver si alguien me veía o no.

—Tranquilízate —dijo Oscar —. Me pones nervioso, si alguien ve cómo te mueves pensará que estás haciendo algo malo.

—¿Y no te parece algo malo salir vestida así? —pregunté, a la defensiva.

—Por supuesto que no —respondió —¿Malo para quién?, apuesto a que muchas de esas personas de allá afuera se sentirían bien mirándote.

Admito que sus palabras me estremecieron un poco.

—Pues es malo para mí —dije, tratando de quitar esos pensamientos de mi mente —. Soy una mujer casada… ¡con tu hermano!

—¿Y qué importa? —preguntó —. No estás haciendo nada malo, solo saliste a llevarme a un lugar, ¿crees que mi hermano se molestaría por eso?

—Lo hará si se entera de que lo hice vistiendo así…

—¿Y por qué debería enterarse? —preguntó Oscar —¿Vas a decirle?

Lo miré a los ojos, la anterior conversación seguía molestándome. Desde que me dijo que si una mujer le gustaba ya no iba a detenerse, aunque estuviera casada. Sin duda se estaba refiriendo a mí, pero no sabía como reaccionar, ni si lo que me estaba diciendo en ese momento era parte de algún plan.

—N-no… —dije, resignada —. No voy a decirle, no quiero que se enfade, además, tienes razón, esto no es gran cosa.

—Qué bueno que lo entiendas —me respondió con seriedad. Otra vez, no pude evitar preguntarme que había pasado con el niño tierno que era antes, con el muchacho un poco molesto pero comprensivo. Ahora que era un hombre, se había vuelto más serio, más enigmático, y más interesante…

—No me gusta guardarle secretos a mi marido —dije, con un poco de tristeza en la voz.

—Entonces, díselo —respondió, con tranquilidad.

—Pero…

—No creo que se moleste tanto como crees —me dijo —. Yo apuesto a que reaccionará como yo, diciéndote que no es gran cosa.

Yo no estaba segura de que fuera verdad, Javier nunca demostró ser demasiado celoso, pero claro, no se había enterado de que su mujer salió vestida así a la calle.

—Además, ¿crees que mi hermano no te guarda secretos?

La pregunta me tomó por sorpresa, pero no hubo tiempo para pensar demasiado, pues justo estábamos llegando a un semáforo y tuve que frenar. La hilera de coches era larga, parecía que íbamos a tardar ahí.

—Por supuesto que no me guarda ningún secreto —respondí, segura de mí misma —. Él me lo dice todo.

—¿En serio? —preguntó

—Claro que sí.

—Ya veo —dijo Oscar —. Siempre fue una persona que le gustaba guardar secretos a su familia, me alegro que contigo sea diferente.

Yo asentí, mirando al frente. Eso es, Javier siempre había demostrado ser abierto conmigo, así que no tenía motivos para pensar que no me contaba todo.

Pasaron varios minutos, fuimos avanzando en la gran fila de coches, pero yo comenzaba a desesperarme, pues sentía las miradas de las personas sobre mí, tal vez fuera mi imaginación, pero no quería averiguarlo.

—Por cierto —dijo Oscar de pronto —¿Te gustaron las galletas que te envió mi madre?

Giré el cuello para verlo, con una expresión de duda.

—¿Cuáles galletas? —pregunté.

—Pues las que te envió con mi hermano hace cuatro meses, cuando fue a visitarnos —me dijo, con tranquilidad —. Mamá estaba preocupada por ti, quería verte, pero como estabas enferma y no pudiste ir, quiso enviarte unas galletas que hizo. Se molestó con Javier por haber ido al pueblo y dejarte sola estando enferma…

Miré al frente, tratando de que mi gesto no delatara que no tenía idea de que estaba hablando. Yo no había ido al pueblo a verlos en dos años, y se suponía que Javier tampoco…

¿En serio había ido hace cuatro meses, sin decírmelo?, no tenía sentido, seguro que Oscar estaba mintiendo. Y aunque esto me parecía lo más lógico, su mirada me dejaba claro que hablaba en serio.

Entonces, ¿Javier había ido al pueblo sin decírmelo? ¿Por qué? ¿Qué sentido tenía ver a su familia sin contárselo a su esposa?, no lo comprendía, pero sí sabía que no podía permitir que Oscar viera esa duda en mi rostro.

—Ah, esas, claro, sí, estaban deliciosas —respondí, tratando de sonar lo más convincente —. Mi suegra hornea como nadie.

—Siempre le he dicho que debería venderlas —comentó Oscar, calmado —. Pero no se atreve, piensa que a la otra gente del pueblo no le gustaran, es una tontería, ¿no crees?

—Sí, claro —respondí, nerviosa —. Creo que serían todo un éxito.

—¿De cuales te envió a ti? —me preguntó, de pronto volvía a parecer el niño que era hace años, emocionado por hablar de lo genial que era su mamá —. ¿Eran de chispas con chocolate?

—Sí, eran esas —Respondí con seguridad, me alegré de que me hubiera dado una opción, porque si no, no tendría idea de que responder —. Estaban deliciosas, debí pedirme le que mandara más contigo.

No respondió, se limitó a quedarse callado y mirar al frente. Ya habíamos abandonado el semáforo, así que transitábamos por las calles de la ciudad. Yo estaba nerviosa, pero sobre todo preocupada. No entendía porque Javier me había ocultado el hecho de que fue a visitar a su familia.

Estaba pensando en eso cuando llegamos a un pequeño parque, ya cerca de la colonia donde vivíamos.

—Detente aquí —me dijo de pronto Oscar. Fue tan repentino que pensé que pasaba algo urgente, así que lo hice. Estacioné el coche a un lado de la acera.

—¿Qué pasa? —pregunté.

—Nada grave —dijo Oscar —. Se me acaba de ocurrir una cosa.

Lo miré con gesto interrogativo, pues no comprendía.

—Ve ahí y compra algo —dijo, apuntando hacia un puesto de comida rápida que estaba al otro lado de la calle.

—¿Qué? ¿Estás loco? —pregunté —. Ve tú, yo no pienso salir vestida así.

—Ah, vamos, te ves bien —dijo mi cuñado —. A tu vida parece faltarle algo de diversión.

No supe que decir, simplemente lo miré entre sorprendida y enfadada.

—Después de comprar la comida, ve y entrégasela a ese vagabundo —miré hacia donde señalaba, en efecto, había un hombre sentado en uno de los bancos del parque, un indigente que se veía como si estuviera ido de la mente.

—No quiero —dije —. Hazlo tú.

—No, lo harás tú —me dijo, con los ojos serios y la voz grave de siempre —. Piensa que es una buena acción, le estarás dando de comer al pobre hombre, y alegrando el día al vendedor, mira, parece como si no tuviera muchos clientes hoy.

En efecto, el puesto de comida se veía vacío, la calle entera no estaba demasiado transitada y en el parque solo había pocas personas, pero aun así…

—También piensa en que te vas a sentir mejor —me dijo con una pequeña sonrisa —. Así, también tendrás un secreto que ocultar a tu marido.

Volví a mirarlo con sorpresa, quería enfadarme con él, sabía que debía estar enojada. Pero no era eso lo que sentía, sino más bien simple incredulidad por lo que me estaba pidiendo.

Miré hacia la calle y no pude creer que realmente estaba considerando hacerlo. Me dije a mi misma que estaba loca, pero a una parte de mi cerebro no parecía importarle demasiado, y la otra estaba muy ocupada pensando en la mentira de Javier.

Mi cuerpo se estremeció, solo de pensar en que alguien ajeno a la familia pudiera verme vistiendo así hizo que sintiera escalofríos. Es decir, mi piel ya se erizaba por completo por tener a Oscar observándome, ¿cómo reaccionaría si lo hicieran hombres desconocidos?

Además, otra pregunta apareció en mi mente cuando volví a mirar a Oscar, ¿escribiría sobre este incidente en su blog?, estaba segura de que lo haría, y yo quería leerlo.

Sé que pensar en ello estaba muy mal, pero no me importaba demasiado en ese momento. Me estaba calentando solo de imaginarlo y, en esos instantes de mi vida, excitarme era lo que más necesitaba para mantenerme calmada.

—Vamos, ve de una vez —me dijo, con el tono de voz que me hacía estremecer y querer obedecerlo —. Compra lo que quieras, pero asegúrate de entregárselo al vagabundo.

—Está bien —dije suspirando —. Ahora vuelvo.

Pueden juzgarme si quieren, la verdad es que no me importa. En esos momentos no pensaba en mi esposo, ni en que me diría si me viera vestida así. En lo único que podía pensar era en hacer lo que Oscar me decía, y en cómo reaccionaría el vendedor de comida al verme.

Salí del auto, hacía tanto calor que extrañé al instante el aire acondicionado del coche, pero no me detuve. Comencé a caminar con rumbo al puesto de comida.

Por la calle sé que nadie podía verme, pues la gente del parque estaba lejos, y en las aceras no había personas, además de que tampoco pasaban coches. Así que sería solo yo y el hombre del puesto de comida.

Conforme iba acercándome a él, pude notar que su rostro se dibujaba una gran sonrisa al verme. Estaba nerviosa, mis piernas temblaban y casi no podía ni caminar. Pero al mismo tiempo, sentía una extraña emoción de saber que estaba haciendo algo prohibido.

—Buenas tardes —dije, cuando llegué al lugar. El hombre, que era exactamente la imagen que uno tiene de un vendedor de comida rápida. Es decir, se veía humilde, con un bigote mal rasurado y la cara manchada de la grasa de la comida. Era delgado, pero tenía una sonrisa muy lepera.

—Buenas tardes, damita —respondió, comiéndome con la mirada, me recorrió de los pies a la cabeza, lo cual hizo que me estremeciera —¿Qué necesita?

—Deme una orden de tacos —respondí, no me hizo falta mirar el menú que había colgado a un lado de su cabeza. En esos puestos siempre venden tacos, aunque todo lo demás varié.

—Sale —dijo, y se puso a prepararlos.

Como hija de una familia acomodada, nunca he tenido necesidad de comer en lugares así, pero lo cierto es que desde que me casé con Javier descubrí cosas que nunca antes había hecho, y la comida callejera, aunque tal vez no sea la más saludable, de alguna forma es deliciosa.

Lo vi trabajar, lo hacía más lento que otros taqueros que he visto antes, y pronto fue evidente el porqué. Levanta la vista de vez en cuando, para sonreírme.

Sabía bien que desde donde estaba, podía ver mi generoso escote, y no me cabía duda de que lo estaba haciendo.

Sus sonrisas eran de lujuria, de eso no me cabía la menor duda, y tampoco me sorprendía. Es bien sabido que esa gente suele ser así. En cambio, lo que me sorprendió fue que mi corazón comenzara a latir con tanta fuerza, emocionado. Mientras tanto, mi piel se erizaba más y una especie de escalofrió recorrió mi espalda.

—¿De qué son esas cicatrices? —pregunté, mirando a su brazo. Una parte de mí tenía curiosidad, la otra, quería distraerlo para que trabajara todavía más lento.

Me acerqué lo más que pude a la barra, así podía ver mejor, pero no tanto como para que la grasa de la carne que estaba preparando saltar hasta mí.

—Son quemaduras, damita —me dijo, sonriendo, parecía feliz de que alguien se hubiera interesado —. Ya sabe como es esto, el aceite salta y pos quema.

Asentí, me incliné un poco más, de modo que mis pechos colgaron más, hasta un punto que ya era imposible ignorarlo.

No sé que me pasaba, pero me estaba gustando hacerlo.

Tuve miedo de que el hombre quisiera hablar más, porque no sé que pude haber respondido si me comenzara a hacer preguntas. Por suerte, no fue así, se limitó a preparar los tacos mientras me comía con la mirada.

Mi cuerpo se estremecía a cada instante que pasaba. Miré hacia atrás, al auto donde Oscar seguía sentado. A la distancia no pude ver su rostro, pero obviamente me estaba mirando.

El hombre se tomó varios minutos más necesarios antes de terminar de preparar los tacos. Cuando lo hizo, me los entregó con una enorme sonrisa en el rostro.

—¿Cuánto le debo? —pregunté.

—No es nada —me dijo, sorprendiéndome —. No todos los días se ve a una dama tan hermosa, no pienso cobrarle.

Esto hizo que me ruborizara un poco, no por él, sino porque me gustaba que me dijeran que era hermosa. Pensé en lo que había dicho Oscar, no parecía que estuviera siendo un día de ventas para él, así que lo último que podía hacer era no pagarle.

Saqué mi cartera, la cual llevaba en las pequeñas bolsas del short y le extendí un billete de cien pesos.

—No hace falta —me dijo —. En serio.

Esto me hizo enfadar un poco, pero logré calmarme, pues no quería armar una escena.

—¿Qué le parece si me deja pagarle los tacos, pero me regala el refresco? —dije, consciente de que eso no sería tanta perdida para él.

Sonrió y terminó asintiendo. Me sirvió una botella entera de refresco en un vaso de plástico y me entregó todo.

—Muchas gracias —le dije, dedicándole una última gran sonrisa.

—A usted, damita —dijo él.

Me giré y comencé a caminar rumbo al auto, sé muy bien que miró mi trasero cuando yo me alejaba y eso me hizo sentir extrañamente bien. Tanto que, tal vez, moví mis caderas de manera un poco sensual.

No entré al auto, sino que me dirigí al banco del parque, donde él vagabundo seguía sentado.

—Señor… —le dije, cuando estuve frente a él. Mi voz pareció asustarlo.

Levantó la mirada y aunque tardó varios segundos, su gesto fue el mismo que el del vendedor de comida. Una sonrisa extraña se dibujó en su rostro.

—¿Eres un ángel? —me respondió —¿Estoy muerto por fin?

—No, señor —dije, mirándolo con un poco de lastimas —. Esta vivo, y no soy un ángel.

Me recorrió con la mirada, de nuevo me estremecí. Era un hombre desagradable, su ropa y toda la piel que se podía ver estaban sucios, en su barba había rastros de basura, seguramente del lugar donde había dormido. Y ni siquiera me hagan hablar del asqueroso olor.

Y a pesar de eso, mi piel se erizó al saberme observada por él.

—Ya me lo parecía, no creo que un ángel se vistiera como una puta —me dijo, sin ningún reparo. Me sentí ofendida al instante, pero no dije nada, sabía que tenía que entregarle la comida —¿Qué quieres?

—Ehmm… le traje esto —dije, extendiendo la bolsa con los tacos y el vaso de refresco.

—¿Qué es eso? —me preguntó con un tono de voz molesto.

—Es comida —le dije —. Pensé que podría necesitarla…

—Necesito algunas cosas más que la comida —me dijo, mirándome con lujuria —¿También vas a dármelas?

No respondí, pues simplemente no sabía que decir ante esa situación.

El viejo tomó la bolsa de comida de cualquier modo, también el refresco y las dejó a su lado.

—¿Y bien? —preguntó —¿Eres una puta? ¿O solo te gusta vestirte así para antojar a los hombres?

Me sorprendió la forma en que hablaba, no parecía del todo un vagabundo, tal vez fueran mis prejuicios, pero pensé que usaría otra clase de lenguaje. O posiblemente, fuera un hombre con educación que terminó en la calle por mala suerte.

—Ninguna de las dos cosas —dije, seriamente —. Ya le di su comida, señor, yo ya me voy, que la disfrute.

Me tomó del brazo antes de que pudiera irme, me giré para verlo y su mirada de maldad y lujuria me asustó. En ese momento supe que ese viejo no era buena persona, no importaba la lastima que me diera, podría hacerme cosas muy malas.

No dijo nada, se limitó a mirarme con deseo. De pronto escuché detrás de mí la puerta de mi auto abrirse, el viejo también la escuchó, pues giró el cuello para ver, y yo hice lo mismo.

Oscar había bajado del auto, no caminó hacia nosotros, simplemente se quedó ahí parado. A pesar de su juventud, se veía imponente, cruzado de brazos, demostrando los músculos que tenía.

El viejo al verlo se asustó y me soltó, dándome libertad para volver rápidamente a mi coche.

—Estoy por aquí todos los días —dijo el viejo —. Ven a buscarme si quieres hacer otra buena acción.

Pasé de largo a Oscar, entré en el auto y él hizo lo mismo.

—Me asustó —dije —. Creí que iba a…

—No te habría hecho nada —respondió Oscar —. Esa clase de gente es cobarde por naturaleza. Se hubiera asustado en cuanto levantaras un poco la voz.

—¿Cómo puedes estar seguro?

—No lo estoy —admitió, encogiéndose de hombros —. Si lo estuviera, no habría bajado del auto.

Pasé varios segundos asimilando lo que acababa de pasar. No podía creer que realmente me había exhibido así ante dos hombres como aquellos.

—¿Y bien? —preguntó Oscar —¿Te divertiste?

Encendí el auto, y no respondí. No lo hice en ese momento, ni durante todo el trayecto de regreso a casa, que transcurrió en silencio total.

“Diversión” no era la palabra que definía mejor lo que había sentido. Unas horas después de lo ocurrido lo entendí. Cuando estaba recostada en la cama, mi marido había vuelto no tan tarde ese día, no hizo mención a mi vestimenta.

Él estaba en el piso de abajo, cenando, mientras yo lo esperaba y pensaba en todo lo ocurrido ese día. Desde haber descubierto lo que Oscar escribía de mí, hasta el encuentro con aquellos hombres en el parque, sabía que serían cosas que me tomaría mucho tiempo olvidar.

Lo cierto es que con tantos acontecimientos, mi mente no sabía ni en cual de todos centrarse. Solo sabía una cosa. No es que me hubiera “divertido” ese día, sino que me había excitado. Y eso, me parecía bastante más grave que cualquier otra cosa.

Aunque lo peor de todo es que mientras estaba ahí, recostada esperando a mi marido, no podía dejar de pensar en lo que escribiría Oscar en su blog, y en las ganas que tenía de leerlo. Me sentí desesperada al saber que tendría que esperar hasta el día siguiente.

Podría levantarme y revisar en mi computadora, pero ya había olvidado la dirección del blog, y estaba segura que sí solo escribía “Mi cuñada, la puta”, me saldrían muchas cosas antes que lo que estaba buscando realmente.

Así que decidí calmarme y esperar hasta el día siguiente. Además, ya tenía muy claro que esa noche quería hacer otra cosa muy distinta.

Seguía caliente, me avergonzaba admitirme a mi misma que el miedo que sentí en el parque, con aquel vagabundo, desapareció a los pocos minutos de llegar a casa.

Y ahora, solo de recordar la mirada de aquellos dos hombres me estremecía. Pero sobre todo era la del vagabundo. Había visto en sus ojos un fuego extraño, era excitación y lujuria, deseo y otras tantas cosas más mezcladas.

Seguramente me odiaba, porque yo podía permitirme viajar en un buen auto mientras él tenía que pasar la noche a la intemperie. No sería algo personal, claro. Me parecía que ese hombre odiaba a todo el mundo que no fuera él mismo.

Y algo me decía que Oscar se equivocaba, si él no hubiera bajado del coche para asustarlo con su masculino porte, estoy seguro de que ese hombre me habría hecho algo.

Lo peor era que, incluso sabiendo eso, no podía quitármelo de mi cabeza. Aunque siendo sincera, lo que más ocupaba mi mente, aunque parezca extraño, era esa escena de Oscar hablando con aquella jovencita.

Era evidente que solo pensar en verlos ahí de pie, con ella coqueteando de una manera tan abierta y descarada, me afectaba de una forma que no me explicaba.

Bueno, en realidad sí sabía que era, pero me negaba a aceptar que yo pudiera sentir celos por mi cuñado. Es decir, no había razón para eso…

La puerta se abrió de pronto, mi marido me dirigió una sonrisa antes de entrar al baño y permanecer ahí durante unos cuantos minutos.

Cuando apareció de nuevo, comenzó a desnudarse para ponerse algo cómodo para dormir. Yo observé todo con especial atención. Era evidente que Javier había descuidado su cuerpo, solo tenía treinta, la edad que se supone es la mejor para un hombre, y sin embargo, su cuerpo estuvo mejor cinco años atrás.

No es que estuviera gordo, pero le sobraban un par de kilos. Eso se hacía evidente en sus piernas y el abdomen. Todavía era tremendamente atractivo, mi corazón comenzó a latir al verlo ahí, desnudándose.

Esa sensación sí me gustaba, pues así debía ser. El único hombre que debía provocarme esos sentimientos, era él, ningún otro.

Oscar tenía razón en algo, a mi vida le faltaba algo de emoción. Y esa noche, esperaba conseguirla con mi esposo.

—Buenas noches, cielo —dijo cuando finalmente se acostó, dándome la espalda y apagando la luz.

Era la misma rutina de todos los días, pero esa ocasión, no estaba dispuesta a dejar las cosas así.

Pasé uno de mis brazos por encima de su cuerpo, para abrazarlo y comenzar a acariciar su pecho mientras acercaba mi rostro a su oreja. La atrapé con mis labios para luego empezar a soplar y besarla.

—Yo también te amo —dijo Javier, sin abrir los ojos.

—Oye… —le dije al oído —¿No quieres reclamar tus derechos como mi esposo esta noche?

—Estoy muy cansado… —respondió.

Hice caso omiso a sus palabras, mi boca bajó a su mejilla y a los pocos minutos ya estaba besando su cuello.

Mi mano hizo lo mismo, se deslizó por su cuerpo hasta llegar a su entrepierna.

—Hoy no, cielo… —me dijo, abriendo solo un ojo —. Otro día.

—¿Por qué no? —pregunté. La calentura me estaba matando, solo pensar en todo lo ocurrido ese día era como un suplicio para mí —¿Vas a dejar a tu esposa así?

—Lo siento, en serio estoy muy cansado.

—Esto de aquí no dice lo mismo —dije de forma traviesa, apretando su pene que comenzaba a ponerse duro —. Vamos, solo un poquito, hace mucho que no…

—¡Ya te dije que no quiero! —levantó la voz de forma tan repentina que me hizo saltar hacia atrás en la cama —¡Estoy muy cansado, mañana debo ir a trabajar temprano!

Me miró con rabia, en doce años desde que lo conocía, nunca me había mirado de esa manera, ni gritado.

—Lo siento —me dijo —. Es solo que, el trabajo está muy complicado, tengo mucho estrés…

—No te disculpes —le dije —. Es mi culpa por ser tan insistente. No te preocupes, nunca volveré a hacerlo.

—Cielo, es que no quiera hacerlo…

—¿En serio? —le pregunté, sin alzar la voz, no quería que Oscar fuera a escucharnos, aunque era poco probable desde su habitación —. Hace dos meses no me tocas, no puedes dejar de trabajar ni un maldito día para ir a una cita conmigo, y ahora, me gritas… No estoy muy convencida de que realmente quieras hacer algo conmigo.

—Cielo, por favor… —gimió —. En serio estoy muy cansado, y bajo mucho estrés del trabajo, escúchame…

—Buenas noches —me giré sin dejarlo terminar, me sentía más enfadada de lo que había estado en toda mi vida —. Asegúrate de descansar, mañana tienes que ir a trabajar temprano.

Y tras esto, cerré los ojos. Él no dijo nada más, no esperaba que fuera a hacerlo, la verdad.

No me dormí al instante, estaba inquieta y me fue imposible. Primero, por el enfado que tenía y la decepción que sentía con mi marido. Pero después, poco a poco y conforme pasaban los minutos, no pude dejar de pensar en lo que ocurrió ese día.

En mi encuentro con el taquero, con el vagabundo, pero, sobre todo, en cómo había mostrado mi cuerpo a Oscar y como este se excitó al ver mis pechos mojados. Sabía que me deseaba, cosa que mi marido parecía no compartir.

Traté de quitar ese pensamiento de mi mente, pero solo lo logré parcialmente, pues pronto, estaba pensando en las ganas que tenía de leer lo que Oscar fuera a escribir sobre ese día en su blog.

FIN CAPITULO 3

Capítulo 4 – El Placer de leer

Me parece curiosa la gran cantidad de historias como esta que ocurren solo porque el esposo no pone la debida atención a su mujer.

Antes de lanzarme a contar mi historia, pensé en leer unas cuantas, no me importaba que fueran falsas o reales, para estas alturas ya sé lo mucho que me excitan las historias eróticas, así que solo buscaba eso.

Y créanme que me encontré muchas de ellas donde las esposas hacen cosas indebidas porque su marido está más ocupado con el trabajo, o simplemente no les pone atención.

Aquí va un consejo para todos esos esposos que piensan solo en su empleo: El trabajo es muy importante, pero se vuelve irrelevante cuando abandonas a tu mujer por él.

¿Tienes miedo de que tu esposa haga cosas a tus espaldas que no te agraden?, entonces la solución es simple: Hazle el amor como loco cada vez que puedas.

Al despertar el día siguiente, noté mi cuerpo un poco cansado. Aunque más bien es que estaba abrumada por la gran cantidad de sucesos. Además, seguía molesta con Javier, así que me sentí un poco aliviada cuando desperté y él no se encontraba conmigo en la cama.

Salí de mi habitación, vistiendo únicamente una baby doll de dormir, delgada, cómoda y un poco transparente. Decidí bajar a la cocina, quería tomar un vaso de café antes de ponerme con los quehaceres de la casa, ese día, como muchos anteriores, no había demasiados.

Entré a la cocina y me preparé el café, me quedé tomándomelo ahí durante unos segundos. Luego salí del lugar y tras mirar rumbo al segundo piso, se me ocurrió que sería buena idea revisar si Oscar en verdad había escrito una nueva entrada en su blog, ya que, de no ser así, me llevaría una gran decepción, y tras lo ocurrido con mi marido, decepcionarme era lo último que quería.

Justo cuando estaba por dar un paso en las escaleras, escuché a alguien carraspear a mis espaldas.

El susto que tuve al escuchar eso, no puede compararse a nada que me haya ocurrido antes. Mi corazón casi se detuve, salté hacia atrás, dejé caer la taza de café y estuve a punto de caerme, pero sentí a alguien deteniéndome antes de que eso ocurriera.

Miré hacia arriba solo para encontrarme con el rostro de Oscar muy cerca al mío.

—Lo siento, no quería asustarte.

—Pues no lo parece —respondí de forma brusca, pues mi corazón había comenzado a latir de nuevo, a una velocidad endiablada —¿Qué haces aquí?

—Los cursos hoy comienzan un poco más tarde —me dijo, con tranquilidad —. De hecho, ya estaba por irme, pero como te vi bajar, quise saludarte.

—Lo siento —dije, avergonzada. Hice un gesto para separarme de él y Oscar me ayudó a lograrlo —. En serio casi me matas de un susto.

—No esperaba que estuvieras tan perdida en tus pensamientos —me dijo, encogiéndose de hombros.

—Sí, estaba… pensando en que haré durante todo el día —respondí, obviamente, no quería que se enterara de que iba a pasar buena parte de la mañana en su habitación.

—¿Pasó algo entre mi hermano y tú? —me preguntó de pronto, tomándome por sorpresa —¿Discutieron?

Lo miré a los ojos y entendí que no podría mentirle, dijera lo que dijera, sabría que estaba mintiendo.

—Sí, discutimos —dije —¿Cómo lo sabes?

—Por qué esta mañana mi hermano tomó un vaso de leche.

—Ah… —dije —. Nunca entendí porque solo lo hace cuando está enfadado.

—Yo tampoco —aceptó Oscar —. Pero es una particularidad muy extraña.

—Eso no puedo negarlo.

—¿Estás bien? —preguntó.

—Sí —dije —. No fue nada grave.

—Ya veo —respondió él —. Bueno, entonces me quedó tranquilo.

Yo asentí. Lo cierto es que sabía que esa discusión de anoche sí era gran cosa. Pero mi cuñado no necesitaba enterarse de eso, era algo entre mi marido y yo.

—Por cierto… —dijo Oscar, acercándose a mí —. Me gusta tu ropa.

Miré hacia abajo, ya había olvidado que solo estaba usando esa delgada baby doll, que transparentaba gran parte de mi cuerpo. A veces dormía con algo así, sobre todo cuando el calor nocturno era insoportable.

Me sonrojé y maldije al mismo tiempo, ¿tenía alguna de maldición que me obligaba a mostrarle mi cuerpo a mi cuñado?

—Yo…

—Creo que te ves fantástica vistiendo eso —me dijo, acercando su rostro al mío. Pero no tanto como para que creyera que iba a besarme, solo lo suficiente para que pudiera ver sus ojos escudriñar mi alma —. Es una lastima que solo pueda verlo este pequeño momento.

Tragué saliva, me estaba poniendo nerviosa. No me gustaba sentirse así recién despertada.

—Ya sé… ¿Por qué no te quedas vistiendo eso hasta que yo regrese?

—¿Qué? ¿Estás loco? —pregunté.

—Vamos, hazlo por mí, querida cuñada —dijo, su voz fuerte y clara en mi cerebro —¿Vas a negarme la oportunidad?

—S-soy la esposa de tu hermano, no debería… —comencé a decir, entre balbuceos.

—¿Y qué? —me dijo, como si realmente no importara —. No estaríamos haciendo nada malo, ¿verdad?, solo sería un pequeño favor hacia mí. ¿Acaso no te he visto ya en estados más atrevidos?

Esas palabras me hicieron recordar a sus primeros minutos en la casa, cuando, aunque no fue mi intención, me mostré casi desnuda frente a él.

—No… ¿por qué quieres verme así? —le pregunté, mirando sus ojos, no podía separar mi vista de ellos.

—Ya te lo dije ayer —me respondió —. Creo que eres la mujer más atractiva y sexy que he visto en mi vida.

Sus palabras, aunque no deberían, me llegaron más profundo de lo que me gustaría admitir.

—Dijiste que era tu profesora, esa de la que estabas enamorado —argumenté.

—En realidad, solo dije que tú y ella eran los dos primeros lugares, pero no aclaré cual puesto tenías tú —me respondió.

Mi corazón latía, mi piel se había vuelto a erizar al igual que mis pezones. Sé que él lo estaba notando, y también sé, que quería que los viera.

La discusión nocturna con mi marido había sido la gota que derramó el vaso. Estaba decepcionada, pero también muy molesta con él.

—¿En serio? —pregunté sintiéndome una tonta, una simple colegiala que se deja engatusar con palabras —¿Crees que soy… atractiva?

—Por supuesto —respondió —. Nunca mentiría sobre algo así.

Eso hizo que me sintiera extrañamente conmovida. Llevaba meses pensando que no era tan hermosa porque mi marido no parecía querer hacerme el amor. Sabía por mi lectura del día anterior que Oscar me encontraba atractiva, pero escuchar que lo dijera ahora… y no solo eso, ¡estaba asegurando que era la mujer más sexy que había visto en su vida!

Gracias a eso, mi autoestima se disparó al instante, llegando hasta los cielos. Sentí que también mi temperatura aumentaba y no pude evitar sonreír como una tonta.

—Entonces… tengo otra de estas —le dije, tomando mi baby doll con una de mis manos —. Una que está limpia, podría…

—No —me interrumpió —. Esa mañana, hoy, quiero verte con esta.

Su mirada, el tono de su voz… todo eso era demasiado para una mujer vulnerable como yo…

—Está bien —dije, mordiéndome el labio —. No me la quitaré, te esperaré con esta baby doll puesta, así que no te tardes…

Quise golpearme a mí misma al darme cuenta de que estaba coqueteando con mi cuñado. Simplemente no estaba bien…

Pero, mi cuerpo quemaba, mi cerebro estaba furioso con Javier y al mismo tiempo, el olor de la colonia de Oscar parecía haberlo vuelto loco, pues no hizo ningún intento de detenerme.

—Tenemos un trato —dijo Oscar, extendiendo la mano.

Se la estreché, aceptando con eso que haría lo que él quisiera. Al menos, sobre mi ropa.

Se marchó tras eso, dejándome más confundida de lo que me había levantado.

Tras limpiar el desastre que causé al soltar la taza de café, volví a mirar hacia arriba, me alegré de que Oscar me hubiera hablado, pues estaba tan concentrada en su habitación que, si no lo hubiera hecho, me habría visto entrar en ella.

Y a pesar de lo cerca que estuve de haber sido descubierta, seguía queriendo ir a ver si había escrito algo nuevo en su blog.

Comencé a subir las escaleras y con cada paso que daba, podía sentir perfectamente a mi corazón latir como si estuviera poseído.

Seguía estando muy molesta por lo ocurrido con mi marido, quería olvidarlo…

Entré a la habitación de Oscar, con mucho nerviosismo. Descubrí que por suerte ese día también había dejado la computadora ahí.

Estaba consciente de que tarde o temprano debería llevársela a la escuela, pues sobre todo en esas carreras el uso de los ordenadores es muy esencial.  Así que me dije a mi misma que tenía que memorizarme la dirección web para checarlo después en mi propia computadora.

Estaba encendida, igual que el día anterior, moví el mousepad y la pantalla se iluminó, apareciendo de nuevo el mismo programa de descargas.

Me sorprendí de que siguiera con eso, al parecer, quería llevarse a su casa una buena cantidad de películas y series.

No perdí mucho el tiempo en esa pantalla, abrí de inmediato el navegador de internet, y al instante me dirigí a la pestaña de favoritos. Hice clic en la página de su blog, y esta se abrió ante mis ojos.

Mi corazón latió con fuerzas cuando descubrí que había una nueva entrada creada en la página principal del blog.

Tres semanas con ella, día #3

Tomé asiento, e hice clic en ella con más fuerza de la que consideraba prudente. Como si esto hiciera que la pagina se abriera más rápido.

Sintiendo una punzada de emoción recorrer todo mi cuerpo, comencé a leer al instante en que el texto apareció ante mí.

“Por suerte, hoy mi cuñada estaba de buen humor, ya no parecía tan afectada por la estupidez de mi hermano.

¿Cómo es capaz de dejar de esa manera a su sexy esposa?, no lo sé, y tampoco me importa, siempre ha sido un idiota cuando se trata de relacionarse con personas.

No voy a quejarme, porque esto podría ser muy bueno para mí. Aprovecharé las ventajas que mi hermano me está dando de forma inconsciente.”

Nada más leer esto mi cuerpo ya estaba estremeciéndose como loco.

“Al volver de la escuela, me la encontré vistiendo un conjunto de ropa ajustado y pequeño que la hacía ver como una diosa. Eran una falda corta que le quedaba muy encima de las rodillas, además de una blusa apretada con un escote espectacular, y que no cubría su abdomen.

Mentiría si dijera que no me excité al instante. Vistiendo esa ropa se veía exquisita, como un manjar a la espera de ser devorado. Me costó bastante contenerme para no lanzarme sobre ella y hacerle el amor, demostrándole quien es el que manda”

Me sorprendí mucho al leer este fragmento. No esperaba que hablara así, pero siendo completamente honesta, tampoco es que me sintiera ofendida o algo por el estilo, sino al contrario.

Sabía bien que me deseaba, y que lo refrendara así, con esas palabras, no hizo más que aumentar mi excitación.

“Lo mejor de todo fue comprobar que me tenía preparada la comida, y que incluso aceptó que no comiera en la cocina, sino en la sala, sentado en uno de los sofás.

Admito que el hecho de que se mostrara servicial ante mí solo hizo que mi excitación creciera, me gusta que sea así, y creo que ella misma empieza a comprenderlo, poco a poco.

No es igual para todas, pero las mujeres que son como ella, putas por naturaleza, no pueden evitar obedecer al hombre correcto, cuando este les pide algo con la suficiente fuerza”

De nuevo, me quedé sorprendida mientras mis ojos vagaban por las letras. Aunque al fin de cuentas caí en que tenía cierta razón. Yo no era una mujer que me sometiera a los deseos de un hombre. No obedecía a mi marido en cosas que me parecían injustas, nunca tuve problemas en hacer cosas por él, pero desde luego, estaba lejos de sentir esas ansias que mi cuerpo experimentaba cada vez que Oscar me pedía algo con ese tono de voz tan peculiar.

¿Significaba eso que Oscar era “el hombre correcto”, para mí? ¿Solo me apresuraba a obedecerlo porque era especial?, quería quitarme esos pensamientos de la mente, pero me era imposible, pues una parte de mi cerebro me decía que tenía razón.

Pero no quería aceptarlo, no estaba lista…

Seguí leyendo. El texto mencionaba todo lo que pasó cuando estuvimos comiendo y hacía alusión de nuevo a como me había observado, la forma en que, según él, se excitaba al ver mis piernas y mis pechos.

Eso también me hizo estremecer y sentí que mi calentura aumentaba. Me estaba volviendo loca, no debía sentirme así por mi cuñado, pero el caso es que ya no podía evitarlo.

Seguí leyendo, estaba interesada sobre todo en el momento en que había mojado mi pecho y Oscar lo observó.

“Cuando entré a la cocina, luego de escucharla gritar no pude evitar sorprenderme ante lo que vi.

Su blusa estaba empapada y gracias a eso se transparentaba todo lo que había debajo. Y esto quiere decir, sus enormes pechos sin sujetador.

No había nada debajo de su blusa, mis ojos se perdieron en sus grandes y sensuales pechos. No creo que haya una sola persona en la tierra que no se hubiera quedado embobado durante varios segundos mirando esas enormes tetas.

La forma que tienen es perfecta. Son grandes, pero no de una manera exagerada, a primera vista se ven lo suaves que son y sentí unas enormes ganas de apretarlas.

Mi verga volvió a pedirme que me lanzara sobre ella. Que la hiciera mía como tanto lo he deseado todos estos años.

Pero volví a contenerme, no puedo hacerlo todavía. Necesito demostrarle que soy mejor opción que mi hermano, tengo que hacer que lo desee…”

Admito que releí el último párrafo más veces de las que pude recordar. Me calentaba escuchar como hablaba de mis pechos y el deseo que despertaban en él, pero eran esas últimas palabras las que se metieron en mi cerebro y se negaban a salir.

Quería que yo lo deseara… suspiré, pensando en que algo así, en el estado en que me encontraba, no sería nada difícil de conseguir.

Sé que mis pensamientos debieron haber sido otros. Pensar en que eso había sido escrito por mi cuñado, el hermano menor de mi esposo y que todo aquello estaba mal.

Tendría que haber obligado a mi cuerpo a que no se estremeciera, que mis pezones no se pusieran duros y que mi vagina no se empapara.

Debí haber obligado a mi mente a no pensar en lo excitada que estaba. A no hacer que aparecieran fantasías prohibidas en mi cerebro, pero simplemente no pude hacerlo.

Estaba excitada, la imagen que se formó en mi mente, de Oscar tomándome ahí mismo, en la cocina de mi propia casa me hizo sentir demasiado caliente.

Se qué estaba prohibido pensar en hacer tal cosa con el hermano de mi esposo. Pero antes de esposa, soy mujer, y como tal, tenía mis necesidades, unas que no habían sido saciadas por mi marido en los tiempos recientes.

No pretendo justificar el hecho de que me excitara, sé que muchos de los leerán estos han pasado por situaciones similares y me entenderán. Solo quiero que sepan que sé que estaba mal, pero, aun así, me calenté mientras pensaba en mi cuñado haciendo lo que mi marido no había hecho en meses.

“Tras haberme mostrado ese espectáculo, mi sexy cuñada subió a su habitación para cambiarse de ropa. Pero cuando esperaba que usara algo más de acuerdo con la imagen de mujer decente que se esfuerza tanto por mostrar, me sorprendió apareciendo de pronto en la sala con una vestimenta que más bien acentuaba su faceta oculta: la de una puta.

Un short y una blusa de tirantes, tan cortos que prácticamente no dejaban nada a la imaginación. Ambas prendas resaltaban su figura, y créanme cuando les digo que podría perfectamente ser una modelo o una actriz. Tiene el cuerpo perfecto para hacerlo.

El hecho de que estuviera vestida así no hizo más que confirmar lo que he pensado por dos años. Mi cuñada es una puta, a la que no le importa mostrar su cuerpo de esa manera frente a cualquier hombre, no es más que una zorra calenturienta.

En especial, era obvio que trataba de acentuar sus piernas y su culo, pues ya me había mostrado sus pechos, así que supongo que quería que ahora le viera el culo, cosa que logró en cuanto apareció ante mí.

El short era tan corto que apenas si podía cubrir sus enormes nalgas con forma de durazno. Unas que estoy seguro, mi hermano ha disfrutado como loco…”

—Te equivocas… —dije en voz alta, mi mano se había movido a mi entrepierna en algún momento, casi sin que me diera cuenta, y estaba ahora sobando mi vagina —. Tu hermano, no…

Me callé, sabía que, si terminaba la frase, estaría yendo demasiado lejos, aunque nadie pudiera escucharme.

Además, se equivocaba en otra cosa. No es que quisiera mostrar mi cuerpo ante cualquier hombre, solo quería que él lo viera.

“Tuve suerte de estar sentado, pues de lo contrario, mi erección se habría visto sin ninguna duda y tal vez la habría asustado. Aunque considerando que bajó vestida así para que la viera, tal vez eso es lo que quería realmente”

Pensé que, aunque no era realmente mi intención, me habría gustado ver esa reacción por su parte.

“Hoy en la universidad conocí a una chica interesante, es ciertamente hermosa, justo del tipo que me gustan. Grandes pechos, gran trasero y bonito rostro.

Tal y como mi maestra me enseñó, me acerqué a ella para intentar hablarle, mostrando confianza en mi mismo, y funcionó, pues a los pocos minutos ya estábamos hablando como amigos…”

Detuve la lectura al percatarme de un extraño detalle. ¿A quien se refería cuando mencionaba a su maestra?

No comprendía, pero, ¿podría ser esa misma profesora que dijo que le gustaba en su pueblo?, no parecía imposible, pero, ¿Acaso ella le enseñó a como hablarle una mujer?

Tenía cierto sentido, Oscar siempre fue un chico tímido que incluso conmigo le costaba hablar a veces, que alguien le enseñara a como hacerlo era un poco… lógico.

Sin embargo, ¿quién sería realmente esa maestra de la que hablaba? ¿Acaso era culpa de ella todo el cambio en la personalidad de Oscar?

Tenía curiosidad, mucha, pero… no podía saber de que mujer estaba hablando. Y eso me hacía sentir frustrada.

“Me estuve mensajeando con esa chica mientras esperaba a que mi cuñada se cambiara de ropa, hablamos sobre lo interesante que habían estado los cursos y también mencionó de forma casual a su novio.

Admito que me molestó un poco enterarme de que era una mujer ocupada por otro. Pero según lo que mi maestra me enseñó, eso no es algo que debería preocuparme, si quiero algo, tengo que tomarlo. Aunque es más fácil decirlo que hacerlo.

Sin embargo, esta chica la verdad es que parece bastante dispuesta a olvidarse que tiene un novio, así que, tal vez, no sea tan difícil lograrlo.

Mi cuñada me vio mensajeándome con ella, así que cuando en uno de sus mensajes, esta chica me sugirió que fuera a su restaurante para darme unos panes que habíamos hablado, se me ocurrió una idea.

Tal vez piensen que el pan no es una buena forma de empezar una plática con una chica. Pero el punto es precisamente hablar con ellas, de lo que sea, si eres lo bastante interesante, se acordaran de lo que sea, aunque a ti te parezca una tontería. Como por ejemplo, que te prometió darte panes preparados por su abuela y entonces, se presentará una buena oportunidad de volverla a ver.

Le pedí a mi cuñada que me llevara, vestida de esa manera como estaba. Si tanto quería lucir como una puta, se me ocurrió que sería buena idea que saliera a la calle viéndose así”

El tema de esa supuesta maestra de Oscar seguía molestándome un poco. Recordé que ya la había mencionado en un anterior texto, aunque no la había llamado así, sino simplemente “alguien”

También me llamaba la atención como no mencionaba el nombre de la chica, ni del mío. Pensé que era bastante inteligente, pues así tendría una excusa si alguien lo descubría. Al fin y al cabo, al no haber nombres, podía decir que el blog no era suyo.

Seguramente notarán que yo estoy dando mi verdadero nombre, y también el de otras personas… bueno, la verdad es que a mí ya no me importa demasiado.

“La verdad, esperaba que mi cuñada se negará con más fuerza a salir vestida así. Pero de nueva cuenta sacó a relucir su parte de zorra, pues solo bastó con alzar un poco mi voz para que terminara aceptando.

Todo el camino rumbo al restaurante de mi nueva amiga fue un espectáculo. Mi cuñada se notaba nerviosa pero emocionada. Sé que suena contradictorio, pero se veía como si quisiera ser vista, aunque al mismo tiempo se avergonzara de ello.

Fui pensando en una manera de hacer que esa extraña pelea que tenía en su cerebro fuera vencida por lo que a mí me interesaba. Y tras pasar por un parque bastante abandonado que justo enfrente había lo que parecía un puesto de comida, se me ocurrió la idea perfecta.

No obstante, tendría que esperar hasta el regreso. Por el momento, me limité a ver solo sus maravillosas piernas, estaba sudando pese a tener el aire acondicionado del auto encendido. Esto hacía que la piel de sus muslos se pegara con la del asiento y aunque parezca extraño, eso me parecía muy erótico.

Llegamos al lugar que mi nueva amiga me había indicado, la verdad es que me llevé una buena sorpresa al ver la calidad del restaurante. Ya suponía que sería rica, después de todo, solo algunos suertudos entramos a esa universidad por beca, siendo pobres.

Bajé del auto y me acerqué a la entrada. El hombre de la recepción me miró feo, obviamente, no le gustaba que hombres de mi clase social se acercaran a su lugar de trabajo, aun así, me atendió cuando le pedí que llamaran a la hija del dueño.

Ella me había dicho que estaría ahí, ayudando a su abuela a hacer los panes, sin duda un buen detalle de su parte. Y una muestra de que tal vez, era una de esas chicas de las que me habló mi maestra.

No tardó en salir, con una bolsa de panes que me entregó, lo cierto es que olían bastante bien.

Estuvimos platicando durante varios minutos. Fueron cosas totalmente sin importancia, me preguntó por mi familia, por las cosas que me gustaba hacer por las tardes y todo eso.

Noté que, con cada frase que decía, reía como tonta, un gesto lindo, pero que sinceramente no me gusta demasiado. Me gustan las mujeres hermosas que no tienen que forzar su sonrisa, cuando se ríen, es de verdad.

Al menos, si de algo sirvió esa platica fue para darme cuenta de que mi nueva amiga no tiene demasiado interés en su noviazgo, de lo contrario, no coquetearía conmigo de forma tan descarada y enfrente del local de su padre.

Nos despedimos, prometiendo vernos y hablar más en las clases, tengo suerte de que su novio está en otra facultad, así que la tengo para mí solo durante la mayoría del tiempo. Ya veré que hago con ella…

Volví al auto y me encontré con la mirada de mi cuñada. Se veía extraña, como afectada por mi platica con mi nueva amiga. Tal vez estaba celosa, eso sería genial para mí.”

—Por supuesto que estaba celosa. —dije en voz alta, había dejado de masturbarme pues pensé que no estaba bien, sin embargo, mis pezones seguían erectos

Me había costado admitir mis celos, pero ya no tenía sentido hacerlo. No es que amara a mi cuñado, pero me sentía atraída por él, aunque lo negara.

Y no quería que nadie me quitara su atención. El trabajo se había interpuesto entre mi marido y yo, lo último que deseaba es que pasara lo mismo con mi cuñado.

“Ese pequeño viaje por la ciudad hasta llegar a ese restaurante me sirvió para darme cuenta de que mi nueva amiga es una zorra que no se preocupa por su noviazgo, y de que mi cuñada tiene deseos ocultos que hay que sacar.

Me pregunto cual de las dos es más puta, supongo que, si tengo oportunidad, podré averiguarlo.

Cuando íbamos de regreso a la casa, se presentó la oportunidad que estaba esperando para poner a prueba a mi cuñada…

Le ordené que se detuviera en el mismo parque que había visto minutos antes, ella lo hizo, y entonces, le dije que bajara a comprar algo de comida en el puesto de enfrente y se lo entregara a un vagabundo que estaba cerca.

Se negó al principio, pero finalmente aceptó luego de un poco de insistencia de mi parte.

Ahora lo entiendo, mi cuñada sí es una puta, pero empiezo a creer que ni siquiera ella misma lo entiende, creo que puede ser divertido sacar esa parte de su interior.

Me muero por hacerlo…”

Me quedé impávida al leer eso, ¿todo fue una especie de prueba como él mismo lo había llamado? ¿con qué propósito?

No lo entendía, pero debo admitir que la última parte del texto, donde dijo que iba a sacar a relucir mi lado de puta, me hizo estremecer.

“La vi bajarse del auto y dirigirse hacia el puesto mientras movía su trasero enorme de manera sensual, en serio tiene un cuerpo admirable. Es la mujer más sexy que he visto, y la que más me excita solo con estar cerca.

Me mantuve en el auto y aunque obviamente no puedo decir de que habló con el taquero, pues no escuché nada. Sí sé que mi cuñadita entendió rápidamente porque la había enviado ahí.

Incluso a la distancia pude ver como se agachaba un poco, permitiendo al hombre admirar sus enormes tetas. Me imaginó que el sujeto habrá pasado un buen rato observando a tremendo manjar frente a él, una delicia que no podrá probar.

Tras haber comprado la comida, como se lo indiqué, se dirigió hacia el vagabundo que estaba cerca del auto.

Observé con atención el encuentro de mi cuñada con el vagabundo. Ya que estaba más cerca que antes, ahora sí pude escuchar buena parte de lo que decían y verlo con mejor claridad.

El hombre, sin ninguna educación la llamó puta directamente, ella trató de negarse, pero el viejo se notaba bastante insistente.

Es evidente que a ella no le gustó tanto hablar con el vagabundo como con el hombre al que le compró la comida, por lo cual buscó alejarse rápidamente, sin embargo, el hombre intentó impedírselo.

Tuve que bajar del auto para que viera que no estaba sola y la soltara. Más tarde le dije a ella que el hombre no le habría hecho nada, pero no estoy tan seguro, en su mirada vi bastante lujuria.

El caso es que no dejaré que nadie la tenga hasta que yo le enseñe lo que es bueno, tiene que entender, y si todo sale bien, así será… que es mía, me pertenece a mí, aunque esté casada con mi hermano.

Es mía desde el momento en que decidió romper mi corazón teniendo sexo mientras yo dormía. Ella todavía no lo sabe, pero pronto lo entenderá”

Volví a estremecerme cuando leí eso. Mi cuñado cada vez me demostraba más lo mucho que había cambiado. Todo aquello me resultaba demasiado confuso, pero también excitante.

Yo había vivido lo que ocurrió el día anterior, había sentido la excitación recorrer mi cuerpo cuando hablé con el hombre de los tacos y también con aquel vagabundo.

Oscar se equivocaba, no es que mi encuentro con el indigente no me gustara. Es que directamente tuve miedo de él, pero antes de que me asustara tomándome por el brazo, su mirada me había excitado.

Sin embargo, era en ese momento, tras leer las palabras de Oscar cuando realmente estaba caliente. Y sobre todo las últimas, donde anunciaba a cualquiera que se topara con su blog, que iba a hacerme suya.

No… según él, yo ya lo era, solo tenía que reclamarme.

A pesar de que ese pensamiento carecía por completo de sentido. Mi cuerpo se estremeció, ya había entendido lo mucho que necesitaba tener sexo, sabía que, si mi marido seguía sin atenderme, terminaría cometiendo una estupidez.

El texto seguía con un par de cosas que ocurrieron al volver a casa, pero nada fue tan relevante como hasta ese momento, así que simplemente acabé de leer, y salía de nuevo de su habitación, tras haber dejado la computadora como estaba.

Me aseguré de memorizar la dirección exacta del blog, para revisarlo al día siguiente desde mi computadora. Sabía que tendría algo que escribir luego de verme vestida con ese baby doll.

Miré la hora y comprobé que todavía era temprano, aunque había pasado bastante tiempo dentro de su habitación, así que su regreso no estaba tan lejos.

De pronto, un extraño pensamiento pasó por mi mente. Y es que mientras yo estaba aquí, sola en casa, mi marido se entretenía con su trabajo, y mi cuñado, con su nueva amiga.

Como él mismo lo había dicho en su blog, podía estar a solas con ella durante horas. Era evidente que le gustaba, y hasta me había confesado que intentaría algo con ella, aunque tuviera novio…

De pronto, una evidente ola de celos me atacó, sentí mi pecho doler como nunca lo había hecho, y era como si mi corazón estuviera siendo aprisionado por una mano fuerte, que no lo soltaba.

Sabía que no tenía sentido estar celosa. Pero a pesar de eso, no me gustaba la idea de él coqueteando con otras chicas, mirándolas de forma lasciva.

En esos momentos, pensaba en que quería que solo me viera a mí, que me deseara… que escribiera sobre mí.

Mi mente y mi cuerpo se pusieron de acuerdo por una vez, en la misma decisión: No dejaría que alguien me robara su atención, tenía que mantenerlo mirándome, deseándome…, incluso aunque eso significara romper un par de líneas que una esposa no debe cruzar.

No estaba pensando en el adulterio, por supuesto. Solo necesitaba hacer algo que lo mantuviera pendiente de mí…

Al igual que el día anterior, llegó puntualmente a las dos de la tarde, y también, le tenía lista su comida.

Sin embargo, sabía que lo importante a su regreso era que me viera vestida con ese baby doll, que supiera que, en efecto, no me lo seguía trayendo puesto, como lo había pedido.

—Bienvenido —le dije, en cuanto la puerta se abrió y él entró, cargando al igual que ayer, su mochila. Parecía cansado, pero de igual forma sonrió un poco al verme.

—Ya volví —me saludó, caminando hasta la sala.

—Tu comida está lista —le dije. Esta vez, me había asegurado de dejársela en la mesa de centro de la sala, para que comiera ahí.

Seguía sin gustarme no comer en la mesa de la cocina, así que lo hice yo antes de que él llegara. Pero no estaba demasiado hambrienta.

En lugar de dirigirse a la mesa, Oscar se acercó a mí, sentí como mi corazón comenzaba a latir con fuerza.

—Veo que en serio te quedaste con eso puesto —me dijo, acercando su rostro de nuevo al mío.

—Bueno, hacía calor… —dije, mirándolo a esos ojos que siempre parecían estar leyendo el fondo de mi alma —. Además… me dijiste que me veía atractiva.

—Y es verdad —aseguró —. En serio creo que eres demasiado sexy. Mi hermano tiene mucha suerte.

Rehuí su mirada, lo último que quería era escuchar una mención a mi marido.

De pronto, tomó mi mejilla con una de sus manos e hizo que girara mi rostro, para verlo de nuevo.

—En serio, eres muy hermosa —me dijo casi en un susurro.

Sus palabras hicieron que el corazón casi se me saliera del pecho. No debería sentirme así, pero que un chico tan guapo me dijera esas palabras, desde luego era como recibir un golpe mortal.

—Gracias… —respondí, sollozando un poco.

Nos miramos, y por un momento pensé que iba a besarme —algo a lo que, siendo sincera, no me habría negado—, pero en lugar de eso, se separó de mí y fue a sentarse en el sofá, para ponerse a comer.

—¿Te sientes cansado? —pregunté, cuando el impacto de los últimos segundos desapareció de mi mente.

—Bastante —aceptó.

Me senté a su lado, consciente de que, al hacerlo, buena parte de mi cuerpo quedaba expuesto. Era un baby doll lo que estaba usando, pero no tan corto como seguramente se lo están imaginando.

No obstante, al sentarme, buena parte de la tela subió por mis piernas, dejándolas expuestas, más de lo que ya estaban antes.

—¿Te fue bien en la escuela? —le pregunté, me sentí su madre y como si el fuera un niño de primaria.

—Estuvo normal —respondió.

Lo observé comer durante unos cuantos segundos. Miré su rostro concentrado, sus brazos y manos moviéndose para llevar la comida a sus carnosos labios…

Joder, me maldije a mi misma por no ser capaz de contener a mi mente.

—¿Qué tal con esa chica que te gusta? —le pregunté, aunque al instante me arrepentí. Lo que quería era justamente que no pensara en ella.

—Pues bien, volvimos a hablar —dijo.

—¿Cómo se llama?

—Maya —respondió —. Su nombre es Maya.

—Ya veo…

Quise cambiar de tema, pero no se me ocurría nada de lo que hablar. Me sentía muy curiosa y a pesar de ser consciente de que tenía que decir algo, no sabía que.

Hasta que me llegó una idea, era tal vez una tontería, pero al mismo tiempo, podría funcionar, darle más material para que escribiera esa tarde.

Me puse de pie y caminé hasta colocarme detrás del sillón, justo a espaldas de Oscar. Coloqué mis manos sobre sus hombros.

—¿Quieres un masaje? —pregunté, un poco nerviosa.

—Suena bien —respondió.

Yo no soy experta en eso, de hecho, nunca en mi vida le di un masaje a alguien, ni siquiera a mi marido. Pero de cualquier manera, comencé a mover mis manos de la mejor forma que pude sobre sus hombros, haciendo presión en ellos, tratando que se relajara.

Acerqué más mi cuerpo al de él, aunque el respaldo del sofá se interponía entre nosotros, logré mi objetivo de pegar mis tetas a su espalda.

Sé que él lo notó, y sé también que eso hizo que se excitara. Ya no podía engañarme después de todo lo que había leído en su blog.

—¿Te gusta? —le pregunté, susurrándole a su oreja.

—Sí —dijo él —. Pero tengo una mejor idea.

—¿Cuál? —pregunté.

—No es mi espalda lo que tengo cansado —me dijo —. Sino mis piernas, ¿por qué no me das un masaje en ellas?

No respondí durante unos cuantos segundos, me limité a tragar saliva y sentirme nerviosa.

—Está bien —dije, consciente de que hacerlo tampoco significaría gran cosa.

Di la vuelta al sofá, notaba como mis pechos rebotaban con cada paso que daba, no estar usando sujetador podía tener sus inconvenientes, pero a juzgar por como miró mi pecho, también sus ventajas.

—Voy a recostarme sobre el sofá —me dijo, aunque en realidad se estaba poniendo de pie—¿Tienes algún aceite para masajes?

—No —respondí —. Pero, ¿para qué?

—Bueno, el masaje será directamente sobre mi piel, ¿verdad?

Antes de que pudiera responder algo, Oscar desabrocho su pantalón y comenzó a quitárselo.

Me quedé atónita a medida que su boxer comenzaba a aparecer ante mí, para luego dar paso a sus portentosas piernas…

No supe que hacer ni cómo reaccionar, durante varios segundos, me quedé ahí, sentada sin hacer nada, solo admirando lo que estaba frente a mí.

—Ve por algo de crema, entonces —me dijo.

Asentí, a penas consciente de haber escuchado lo que me dijo.

Me dirigí a la planta superior y tras entrar en mi cuarto, fue cuando por fin me permití exhalar un gran suspiro.

No podía creerlo, eso definitivamente no era lo que yo había pensado cuando se me ocurrió darle un masaje. Pero la verdad es que obviamente, la idea no me resultaba desagradable…

Tocar la piel de mi cuñado, esas musculosas piernas, era algo que iba más allá de lo que había pensado, pero me apresuré a tomar la primera crema para piernas que encontré. Daba igual que fuera para mujeres, calmaría su cansancio igual.

Igual de rápido bajé las escaleras. Y lo encontré recostado sobre el sofá, justo como me había dicho.

Sin embargo, no fueron sus piernas las que llamaron mi atención, sino ese bulto que había en su entrepierna.

No estaba erecto, era obvio, pero aun así… se veía bastante grande la carpa que se dibujaba en sus boxers…

Tragué saliva, no estaba preparada para ver algo así, pero pedirle que se cubriera me pareció una falta de respeto, por lo que me contuve de hacerlo.

Puse crema en mis manos y las froté entre ellas. Sentía como si nada tuviera sentido, ¿por qué tenía que darles un masaje a las piernas desnudas de mi cuñado?

Días atrás, mi única preocupación era limpiar la casa cuando encontrara algo de suciedad. Y desde que él llegó, me estaba volviendo loca.

Es como si me encontrara jugando un juego muy peligroso, en el cual yo tenía todas las de perder. Y, aun así, a pesar de saber que nada tenía sentido y que no debería estar haciendo algo así, no quería parar.

Lo cierto es que tengo que admitir que me moría por tocar sus piernas, desde que lo vi casi desnudo el primer día de su estancia con nosotros. Y cuando vi a aquella chiquilla toquetear sus brazos, también quise hacerlo.

Y ahora, sin embargo, mi vista estaba perdida en su entrepierna, se veía bastante grande y una parte de mí quería averiguar como se vería estando en su máximo esplendor.

—¿Qué pasa? —me preguntó mi cuñado, levantando la vista. Tenía la cabeza en el brazo del sofá.

—N-nada… —dije, tragando saliva.

—Bueno, entonces empieza —me ordenó.

No sabía como él era capaz de mantenerse serio en esa situación. Según lo que había escrito en ese blog, me deseada. Así que entonces, ¿por qué no mostraba algún tipo de emoción sabiendo que lo estaba viendo semidesnudo?

No pude hacer otra cosa más que admirar esa forma de ser suya. Si yo pudiera mantener mis emociones bajo control como él, tal vez no estaría en esa situación.

Debido a que era el único lugar disponible, tuve que sentarme en la mesa de centro. Sentí como mi trasero, prácticamente desnudo se estremecía por el frio de la mesa.

Suspiré, como si con esto me estuviera dando fuerzas a mi misma, alargué mis manos y entonces, por primera vez, toqué una de sus piernas.

Al instante sentí mi piel erizarse de nuevo. Estaba dura, a pesar de solo estar tocan la parte inferior de su pierna, se sentía como si fuera hierro.

Comencé con el masaje, aunque más bien debo admitir que todo lo que estaba haciendo era frotar su piel con mis manos llenas de crema.

Oscar tenía los ojos cerrados y su rostro no mostraba expresión alguna, así que no tenía modo de saber si le estaba gustando o no.

Seguí moviendo mis manos, presionando con un poco más de fuerza sobre sus piernas. Se sentía extraño frotarme contra los vellos que tenía, no es que estuviera demasiado peludo, pero tampoco era lampiño, lo cual, a mi personalmente me hubiera supuesto una decepción, pues me gustan los hombres con un poco de pelo en su cuerpo, aunque sin exagerar.

No me atrevía a subir más allá de sus rodillas, estaba nerviosa, y además no sabía si eso le parecería bien a Oscar.

Levanté la vista para mirarlo, pero seguía sin decir nada, ni siquiera abría los ojos. Cuando mi visión regresaba a sus piernas, se vio interrumpida a media camino por el enorme bulto que ahora se marcaba en su entrepierna.

Quedé anonada al ver que, el tamaño había cambiado un poco. Era obvio que ni siquiera estaba erecto, pero también, que se encontraba en proceso de estarlo.

No pude evitar perderme mirando esa cosa. Hacía tanto tiempo que no veía si quiera el miembro masculino que para mí eso fue como una especie de oasis en un gran desierto de abstinencia.

Seguí sobando sus piernas, su entrepierna crecía, haciendo evidente que, aunque su rostro ocultara lo que estaba pensando, había una parte de su cuerpo que no era capaz de hacerlo.

Eso me hizo ganar un poco de confianza, así que aumenté la intensidad de mi supuesto masaje. Lo cierto es que sentí su pierna era todo un deleite para mí. No había podido ni siquiera abrazar a mi marido con mucha frecuencia en los últimos meses, así que sentir el contacto con piel masculina me estaba volviendo loca.

Con cada segundo que pasaba, más me fijaba yo en el bulto bajo su ropa interior. Era magnifico ver como segundo a segundo iba creciendo, causando que mi cuerpo temblara y cierta parte de mi cuerpo comenzara a mojarse un poco.

No puedo mentirme, ni tampoco quiero hacerlo con ustedes. Así que les confieso que yo en esos momentos quería ver el miembro de mi cuñado.

No creo que exista una mujer que, al encontrarse en esa situación, hubiese dicho lo contrario. Me estaba muriendo por verlo crecer hasta su máximo esplendor, y se me ocurrió una forma de hacerlo.

Volví a ponerme crema en las manos y con un movimiento rápido, rompí la barrera que me suponían sus rodillas, comencé a sobar sus muslos, la parte alta de sus piernas.

Debo decir que la sensación fue increíble, estaban duros, no tanto como sus pantorrillas, pero se notaba que había trabajado su cuerpo incluso en esa área.

Mentiría si dijera que no fue maravilla sentirlo, pues también había una buena parte de suavidad en ellas. Me estaba dejando llevar, lo sabía, pero es que apretar esos muslos se sintió demasiado bien.

Además, pensé que al hacer esto podría obtener una mejor reacción por su parte. Como ya dije, quería ver el bulto de su entrepierna en su máximo esplendor.

Había estado tan excitada los últimos días que ya ni siquiera pensaba con toda la claridad que podría haberlo hecho.

Toque sus muslos suavemente, apretándolos de vez en cuando, porque quería saber lo que se sentía.

Desde que tengo memoria sexual, he pensado que esa parte del cuerpo de un hombre, junto con su trasero, son las dos más suaves, y siempre me ha gustado tocarlas cuando hago el amor con mi marido…, perdón, quise decir, cuando “lo hacía” con Javier.

Los apreté bastante mientras le daba eso que yo quería hacer pasar por masaje. Sé que tal vez a él no le parecía demasiado placentero, o, mejor dicho, no estoy segura de que le estuviera quitando el cansancio, pero no se quejaba, además, el bulto bajo su ropa interior no dejaba de crecer.

Creo que estaba intentando controlarse, ningún hombre es capaz de resistir una mano femenina tan cerca de su entrepierna, y no tener una erección. Pero él, lo resistía bastante bien.

No sé en que diablos estaba pensando para distraerse de mi estimulación, pero era evidente que funcionaba a medias. Su pene iba creciendo poco a poco, mientras yo me concentraba más en tocar sus piernas.

—¿Se siente bien? —le pregunté, cuando habían pasado unos minutos sin que ninguno de los dos habláramos.

—Sí —respondió él —. Eres buena en esto.

—No tengo experiencia, supongo que debe ser la crema —respondí.

Él no dijo nada, se mantuvo con los ojos cerrados, pero se movió un poco, para acomodarse mejor.

A medida que iba pasando el tiempo, mi audacia aumentaba también. De pronto, mis manos subían cada vez más, hasta el punto de poder tocar sus ajustados bóxer.

Entre más lo hacía, más notaba que su resistencia se debilitaba, su pene ya estaba bastante erecto, aunque no sabía cuanto podía llegar a acrecer.

Era evidente que la ropa interior le molestaba, y una parte de mí, llevada por la excitación, pensó en pedirle que se la quitara. Sería maravilloso poder ver un pene luego de tanto tiempo.

Pero al mismo tiempo, sabía que eso sería llevar las cosas demasiado lejos. Nada bueno saldría de mí viendo algo que a simple vista parecía tan grande.

Estaba una encrucijada, porque quería comprobar su tamaño, pero al mismo no deseaba verla directamente, pues terminaría cometiendo una locura.

De cualquier forma, la verdad es que no podía pensar con claridad y decidí no hacerlo. Tracé una línea en mi mente de hasta donde me gustaría llegar, y continúe sintiendo la suavidad de sus muslos.

Su pene crecía bajo su ropa interior mientras al mismo tiempo, la mía comenzaba a mojarse por la excitación. Quería calmarme, obligar a mi cuerpo a que dejara de reaccionar de esa manera, pero era imposible.

Me encontraba como en un trance de excitación en el que me costaba mucho pensar en algo que no fuera hacer que ese pene creciera, y en sentir las musculosas piernas de mi cuñado.

—Me gustaría que me masajearas también el pecho —dijo Oscar de pronto, y no exagero cuando les digo que esas palabras fueron música para mis oídos, como cantos de los mismos ángeles.

—E-está bien —dije, deteniendo el movimiento de mis manos.

Una gran parte de mí no quería de hacerlo, pero otra se moría por sentir el tacto de los magníficos pectorales de mi cuñado.

Sin levantarse del sofá, vi como Oscar comenzaba a quitarse la camisa que estaba usando, parecía un poco incomodo hacerlo acostado, pero no se quejó ni se detuvo un solo instante.

Mientras él se desnudaba, yo solo podía observar, embobada, como aparecían ante mí esos pectorales, esos abdominales que parecían creados a la perfección.

No puedo asegurar que no babera en el momento en que lo vi, pero seguro que ustedes me comprenderán si lo hice.

Sin decir palabra, dejó su camisa a un lado y volvió a cerrar los ojos.

Yo interpreté esto como que era el momento de comenzar. Tomé el bote de la crema para ponerme más en las manos, pero estas me temblaban, estaba demasiado nerviosa, quería tocar ese cuerpo.

Finalmente, mis malos, cálidas por haberse estado frotando, aterrizaron en el pecho de Oscar.

Mentiría si dijera que traté de tomármelo con calma, de disfrutar el momento y dejar que el tiempo pasara tranquilo mientras mis manos se acostumbraban.

Lo cierto es que, como si fuera una fiera destrozando a su presa usando sus garras, mis manos se movieron con rapidez por sus pechos, estaban firmes, pero suaves. Al instante me estremecí.

Fue para mí toda una experiencia de lo más emocionante poder sentir un cuerpo como aquel. Aunque él no me lo había pedido, comencé a bajar mis manos hasta su abdomen.

Sobra decir que estaba marcado perfectamente y tan duro como una roca. Excitada e idiotizada como me encontraba, presioné con mis dedos uno de los cuadros de su abdomen y casi me derrito al sentir su dureza.

—Dios… —dije, en un susurro —¿Cuánto ejercicio hiciste para lograr esto?

—Demasiado —respondió mi cuñado, tomándome por sorpresa abrió los ojos para verme, yo lo miré también, sintiéndome nerviosa —. A las chicas parece gustarle, ¿qué hay de ti? ¿te gusta?

Tragué saliva antes de responder. Las cosas se estaban saliendo de control, sabía que no podría seguir aguantando el hecho de tocar ese cuerpo sin dejarme llevar y hacer una tontería.

Pero no quería detenerme, era maravillosa la forma en que mis manos y mi cuerpo entero se sentían por el contacto con su piel.

—Sí… —dije con la cara roja de la vergüenza. Pensé en mentir, pero no tenía caso hacerlo, no cuando él estaba viendo la forma tan obscena en que me lo comía con la mirada —. Te ves muy bien…

No dijo nada, se limitó a cerrar los ojos de nuevo, como si con esto me estuviera dando alguna clase de permiso especial para tocarlo. Cosa que, por supuesto, mi excitado ser no planeaba desperdiciar.

No sé cuantos minutos pasaron mientras yo hacía eso. Solo sé que me sentí absorbida por mi labor. El paso del tiempo no me importaba, solo quería seguir tocando su cuerpo.

Por instantes, me había olvidado de mi otra intención al hacer eso, bajé la vista a su entrepierna y me encontré con que estaba bastante más dura que antes.

No era exactamente una carpa lo que se levantaba en su ropa interior, pues esta era tan ajustada que obviamente no permitía a su pene pararse con total libertad, por lo cual este quedaba aplastado por la fuerza de la tela.

Y, aun así, se veía un bulto enorme, no sabía decir a ciencia cierta el tamaño, pero era bastante más grande de lo que yo había esperado.

Me quedé observando como una idiota la enorme anaconda que se dibujaba bajo su ropa interior. Sentí unas ganas exageradas de alargar mi mano, tomar esa cosa y comenzar a masajearla igual que lo había hecho con todo su cuerpo. Después de todo, para mí, era la parte más importante.

—Ya es suficiente —dijo Oscar de pronto, rompiendo con esas simples palabras todas mis fantasías.

Me detuve, sorprendida por escuchar su voz con ese tono tan serio. Lo miré a los ojos, esperando una explicación.

—Estaba a punto de dormirme —dijo, sentándose en el sofá.

No parecía preocupado por ponerse los pantalones, asumí que le daba igual que yo viera su entrepierna, la cual, a pesar de estar ahora en una nueva posición, seguía viéndose bastante hinchada.

—Eres buena en esto —prosiguió —. Creo que te pediré que lo hagas otros días.

Yo asentí, y abrí los ojos como platos cuando se puso de pie frente a mí, haciendo que su entrepierna, y pene erecto quedaran justo a la altura de mi cara.

Observé con atención los pocos segundos que esa situación duró. Era grande, demasiado. Aunque seguía pareciendo como si todavía pudiera crecer más.

Era difícil saberlo al no poder observarlo directamente, pero era llo que parecía bajo su ropa interior.

Oscar se agachó, recogió sus pantalones y sin ningún tipo de decoro, comenzó a caminar rumbo a las escaleras, vistiendo únicamente su bóxer.

—Al final, creo que sí iré a dormir un poco en la habitación —anunció mientras caminaba.

Yo a penas escuché sus palabras, estaba demasiado concentrada en mirar su bien formado trasero. Se notaba que, en su tiempo en el gimnasio no había descuidado ninguna parte de su cuerpo, todo estaba perfectamente trabajado. Me recordaba a Aquiles, aquel personaje de la mitología griega. O bueno, al menos la imagen que Hollywood me ha hecho tener de dicho héroe.

—Joder, tengo que controlarme —me dije a mi misma, cuando Oscar ya había subido las escaleras y se escuchó la puerta de su habitación cerrarse —. Esto está yendo demasiado lejos, si no tengo cuidado…

No me atreví a terminar la frase, incluso aunque nadie pudiera escucharme, tenía vergüenza de decirla.

Me limité a suspirar y tras ponerme de pie, me dirigí a mi habitación, donde pasé el resto de la tarde sin salir, tratando de calmarme.

Me cambié de ropa para que, cuando llegara mi marido no me encontrara vistiendo eso y pudiera sospechar, sin embargo, en algo que no sorprendería ni al más ingenuo, esa noche, llegó hasta tarde.

Yo ya estaba acostada, no había podido dormir, así que no tuve problema para escuchar sus pasos acercarse a la habitación. Lo sentí cambiándose para ponerse la pijama y minutos después subir a la cama.

—Cielo… —dijo —¿Estás despierta?

No respondí, tenía muy claro que no quería hablar con él, todavía estaba molesta por sus últimos desaires, no quería terminar sintiéndome mal. Al menos, no por una discusión con él.

Al ver que no respondía, Javier se acomodó en la cama, me abrazó y lo escuché suspirar. Pensé en decirle algo, pero me contuve, realmente no necesitaba hablar con mi marido en ese momento, si lo hacía, terminaría mal.

Sentí como su mano, la que estaba por encima de mi cuerpo comenzaba a jugar con mi abdomen, e intentaba subir más, hacia mis pechos.

Parecía que esa noche, Javier si estaba dispuesto a hacer lo que llevaba meses pidiéndole. Y, sin embargo, yo no tenía ganas.

Tal vez suene raro, viendo que no he dejado de quejarme de que mi esposo no me atienda, y que me enfadé con él precisamente por no hacerlo.

Pero así soy yo, cambié de opinión, esa noche, lo único que deseaba era dormirme, no tenía ganas de intentar tener sexo con él, así que seguí haciéndome la dormida, en cierto momento me moví un poco, para quedar recostada boca abajo e impidiendo con esto que siguiera tocando mis pechos.

Unos minutos después, Javier pareció entender que lo mejor que podía hacer era dejarme dormir tranquila, así que me soltó, me dio la espalda y se dispuso a dormir. Lo último que recuerdo de esa noche, fue escuchar un gran suspiro suyo, resignado.

Al día siguiente, me desperté un poco más calmada, no me sentía tan confundida ni con el cuerpo tan caliente como otros días. Pero no tenía ganas de mover ni un dedo para encargarme de los quehaceres de la casa. El día anterior había hecho bastantes cosas, así que no quedaba gran cosa.

Por lo tanto, decidí limitarme a desayunar. Mientras lo hacía, a mi mente llegaron recuerdos de lo ocurrido el día anterior.

No estaba bien, pero de pronto no pude quitarme de mi mente las imágenes y sensaciones de mí tocando las piernas de Oscar, de como mis manos se deslizaron por sus muslos y luego por su pecho.

De su enorme erección que me demostraba lo bien dotado que estaba y que me hizo casi babear solo de pensar en ella.

Esto hizo que la calentura de mi cuerpo aumentara de nuevo, alcanzando los limites que todos los días anteriores. Me estaba volviendo loca.

Tenía que hacer algo, así que decidí subir de nuevo al segundo piso.

Me dirigí a la habitación de Oscar. Sé que ya habría podido revisar su blog desde mi propia computadora. Pero la verdad, encontraba mucho más emocionante hacerlo en la suya, aunque suene raro y no pueda explicar la razón.

Así pues, con las piernas temblándome de la excitación, entré a su habitación. Al igual que los días anteriores, su computadora estaba encendida. Tomé asiento frente a ella y tras mover el mousepad, apareció el mismo programa de descargas.

Empezaba a creer que mi cuñado se iba a ir de excursión al Amazonas, pues simplemente no era normal la cantidad de películas y series que estaba descargando. No creo que pudiera verlas todas en el mes que estaría de regreso en casa de mis suegros antes de tener que volver a la ciudad.

Pero eso era completamente irrelevante para mí. Lo que quería estaba en su navegador de internet. Así que entré con rapidez.

Estaba ansiosa, después de todo lo ocurrido el día anterior, quería saber que habría escrito. Me moría por saber que pensaba él sobre haberme tenido tocando todo su cuerpo.

Sabía a ciencia cierta que Oscar había notado la forma en que miraba su entrepierna, así que deseaba leerlo desde su punto de vista.

La página principal del blog se abrió y ahí estaba, la nueva publicación:

“Tres semanas con ella, Día #4”

Hice clic con una gran rapidez y al instante me llevé una gran decepción. El texto era corto, no más de unas cuantas líneas. Tal vez tenía trabajo de la escuela y no había podido escribir nada, eso sería un problema para mí… Sorprendida y decepcionada, comencé a leer.

“Sabía que mi cuñada es una zorra, pero lo que no esperaba es que también fuera una tonta.

Bueno, tal vez no debería ser muy rudo con ella. Estoy seguro de que no sabía que, cuando revisas la computadora de otro, deberías eliminar el historial de navegación”

Me quedé más sorprendida al leer el texto, tanto, que no escuché los pasos fuera de la habitación hasta que fue demasiado tarde.

Giré mi cabeza y boquiabierta observé que ahí estaba Oscar.

Parado en la entrada de su habitación, con una gran sonrisa en el rostro.

Me había descubierto…

Al instante, mi corazón comenzó a latir con fuerza, asustado y nervioso al extremo.

—Sabes…—me dijo con una gran sonrisa en su rostro. Su voz sonaba tan grave que me hizo tragar saliva de los nervios. Sabía que estaba en serios problemas —. Creo que es hora de hacer lo que llevo años deseando.

FIN CAPITULO 4