La visita de mi cuñado #1
Una ama de casa aburrida, recibe la visita de su joven cuñado, quien tiene que quedarse unas semanas.
Ha pasado un año desde entonces, y a decir verdad, incluso ahora hay cosas que me cuesta entender del todo.
No sé por qué permití que aquello pasara, no sé porque no lo detuve cuando me di cuenta de que se me iba de las manos. No sé cómo es que me sentí tan embriagada por lo que estaba pasado. Como me dejé arrastrar por la corriente de esa manera…
Ah pasado ya un año de aquello, y aunque a simple vista, alguien que solo me conozca en la superficie podría decir que muchas cosas siguen igual, lo cierto es que yo sé que todo ha cambiado. Me basta dar un paso por cualquier habitación de la casa para recordar, para entender que ya nada es igual.
Me veo a mi misma en el espejo y sé que ya no soy la mujer que era antes, todos aquellos sucesos me cambiaron, ÉL, me cambió. Alguien que no esperaba resultó ser quien movió todo el piso donde yo estaba parada, poco a poco, hizo que mi vida girara, que fuera más interesante, más arriesgada y mucho más emocionante.
Hay otra cosa que no entiendo, y es porque estoy escribiendo esto. La verdad, he estado pensando si hacerlo o no, y aunque parece que he tomado la decisión, sigo sin estar completamente segura.
No creo que sea mala idea, al fin y al cabo, todo esto empezó porque él escribió ciertas cosas. Y sé de primera mano lo estimulante que una narración como esta puede llegar a ser. Pero también sé que es arriesgada, si la llegara a leerla alguien que no deba, podría estar en problemas.
Pero no puedo resistirme, quiero hacerlo. Me gusta la idea de dejar constancia acerca de lo que pasó en aquel entonces. De las consecuencias, pero, más que nada, sobre lo maravilloso que fue. Así que sí, lo haré, escribiré todo lo que ocurrió hace un año, lo que aún sigue ocurriendo y tal vez, juntos, ustedes y yo, podamos adivinar lo que pasará en el futuro.
Tal vez esté mal que yo lo diga, pero la historia es interesante y sobre todo, muy excitante.
No se confundan, lo que voy a escribir aquí no es una tragedia, está lejos de serlo. Tampoco es una comedia, es simplemente la historia de una ama de casa, una mujer, una amante. Y como la vida de esa persona cambió por completo. Es una historia de mentiras, de votos incumplidos, de descubrimiento, pero, sobre todo, de un deseo tan increíble, que puede llegar a ser insoportable.
Así que tomen asiento, no sé si lo que leerán a continuación será de su agrado, tampoco sé cuánto me tomará escribirlo, ni la longitud que este tendrá el texto. Pero les puedo asegurar que haré todo lo posible por transmitirles las emociones que sentí en aquel momento.
Porque hay algo que sí sé, y que tengo muy claro: no me arrepiento.
Supongo que debería iniciar la historia en un momento que sea atractivo para ustedes, y aunque seguramente disfrutarían leer acerca de mi nacimiento, mis primeros años y mi infancia como una niña mimada por mis padres, estoy segura de que no es eso lo que vienen buscando aquí.
Así que saltemos treinta años en el tiempo y comencemos la historia el día en que mi joven cuñado me vio desnuda vez primera.
Capítulo 1 - Invitado.
La vida de un ama de casa es aburrida, o bueno, al menos la mía lo era. Vivir en una casa de dos pisos, muy grande, y pasar la mayor parte del día sola no era precisamente la definición que yo tenía de entretenimiento.
Mis únicas labores eran lavar la ropa, cocinar y limpiar de vez en cuando. No es que me esté quejando, al menos no mucho, yo elegí ser ama de casa al casarme con Javier.
Él es un abogado bastante reputado, su historia se conoce entre los círculos jurídicos. El chico del pueblo humilde que llega a la ciudad, se casa con la hija de un hombre rico y se convierte en uno de los abogados defensores más prometedores en años.
Y créanme, ser abogado defensor en México no es un trabajo fácil. Yo estaba muy orgullosa de él.
Lo conocí exactamente doce años antes, el día en que tanto él como yo comenzamos a estudiar en una de las universidades más prestigiosas de la ciudad. Yo iba a ser profesora, y aunque estábamos en facultades diferentes, lo veía de vez en cuando.
Era un chico apuesto, que llamó mi atención. Estaba becado, se lo había ganado por sus excelentes calificaciones durante la preparatoria. Pasé el primer año sin hablarle, no fue hasta una fiesta a la que ambos fuimos que pudimos conversar, la química entre nosotros fue instantánea y evidente, todos nuestros amigos supieron esa noche que terminaríamos saliendo. No sé cuántos adivinaron que nos casaríamos, pero así fue.
A pesar de ser de lo que la gente suele llamar, “distintas clases sociales”, la verdad es que eso no nos importó, ni tampoco a mis padres. Les dio igual que él viniera de una familia pobre. Permitieron de buena gana que yo fuera su novia, los conozco y nunca han sido de los prejuiciosos, para ellos, cada persona vale por sus actos, no por su origen.
Nos casamos un año después de graduarnos, luego de cinco de noviazgo, y para el momento en que inicia la historia, a mis treinta años, nuestro matrimonio había durado ya seis.
Mi plan inicial no fue pasarme esos seis años cuidando la casa mientras mi marido salía a intentar salvar el mundo. Pero ser profesora en este país tampoco es cosa fácil. Tuve algunos empleos como interina en varias escuelas de la ciudad, más nunca pude conseguir una plaza fija.
Ya saben cómo funcionan esto, o bien tienes influencias poderosas, o bien te humillas ante los que las tienen, lamiéndole los zapatos y si eres mujer, otras cosas.
Mi padre se ofreció a hablar con sus conocidos, sabía que una llamada bastaría, al día siguiente yo me encontraría como profesora de Geografía en alguna escuela primaria. Pero me negué rotundamente a lo que hiciera.
No me parecía ético, y aunque sentía que mi vocación era enseñar. Con el paso del tiempo, y tras no poder conseguir nada sin tener que valerme de influencias, me fui acostumbrando más y más a ser ama de casa. Aunque como ya lo dije antes. Ese trabajo me resultaba muy aburrido. Sé que hay otras mujeres que tendrán una opinión diferente, pero en esa casa, tan grande y vacia, no había demasiado que hacer, ya que apenas si ensuciábamos algo que valiera la pena limpiar todos los días.
Y para el momento en que esta historia comienza, yo estaba a punto de explotar.
No pocas veces me descubrí a mí misma pensando en llamar a mi padre, decirle que me consiguiera esa plaza de profesora, pero habían pasado seis años desde mi graduación, sabía que estaba muy desactualizada y lo último que quería era tener que pasar por cursos de varios meses para ponerme al día.
Sin embargo, mi aburrimiento no desaparecía. Llevaba una buena vida, era amada por mi esposo. Vivía en una casa de dos pisos muy lujosa que mi padre me regaló en la boda, y podía descansar todo lo que yo quisiera.
Y, aun así, estaba aburrida. Quería que algo cambiara, tal vez que mi esposo ya no trabajara tantas horas extra, que llegara a la casa a las cinco, cuando se suponía que debía hacerlo. Que no me dejara estar sola cuando el sol comienza a ponerse y una casa grande como aquella empieza a dar miedo.
Llegué a tal punto de aburrimiento que recuerdo perfectamente el par de veces en que me preparé un montón de café y fui tirándolo por toda la casa, solo para poder limpiarlo y tener algo que hacer. Sé que suena a locura, y tal vez en ese momento realmente me estaba volviendo loca.
No podía salir a hablar con las vecinas porque todas trabajaban, y las pocas que no, realmente me desagradaban. Tenía, y sigo teniendo amigas, pero la mayoría ya no viven en la ciudad, y las que sí, están siempre tan ocupadas trabajando, que no puedo visitarlas.
Mi vida, aunque muy feliz en esencia, en el fondo era un sinfín de aburrimiento. Y quería que eso dejara de ser así, que algo pasara que eliminara mi monotonía.
Y un día de junio, por fin ocurrió.
Recuerdo que esa mañana había terminado de darme una ducha. Salí del baño y me miré al espejo solo para comprobar que seguía siendo la misma mujer atractiva de siempre y alimentar mi ego femenino. Ya que recientemente, con mi marido pensando tanto en su trabajo, era la única forma de hacerlo.
Me sequé con la toalla y comencé a vestirme, a penas me había puesto las bragas cuando el sonido del timbre se escuchó por toda la casa.
Sabía quién era, aunque miré mi reloj y comprobé que era demasiado temprano, pero no podía ser nadie más.
El timbre volvió a sonar haciendo que me sintiera un poco desesperada, tenía que ir a abrir la puerta, pero también debía vestirme. Tomé el sostén, lista para ponérmelo rápidamente, sin embargo, un tercer sonido del timbre, me hizo lanzarlo a la cama y tomar en su lugar la bata de baño.
Se trata de cosa bastante gruesa, hecha de algodón y muy cara. La prenda cubría todo mi cuerpo así que me la fui poniendo mientras caminaba, amarrándola a mi cintura como pude, bajé las escaleras hasta el primer piso y me dirigí a la puerta.
La abrí, y en efecto, ahí estaba mi joven cuñado, Oscar. Pero he de admitir que al verlo me quedé un poco sorprendida.
No lo había visto en dos años, porque él vive con su familia en su pueblo natal, a cuatro horas de la ciudad. Antes solíamos visitarlos a menudo, pero desde que el trabajo de mi esposo se hizo más pesado, también fue difícil encontrar tiempo para viajar.
El muchacho era doce años menor que yo, exactamente los mismos que yo llevaba de conocer a su hermano, y, por consiguiente, también a él.
Acababa de cumplir dieciocho en ese momento, y estaba a punto de entrar a la universidad.
Pero lo más importante, es que era jodidamente guapo.
No sé qué rayos le pasó en esos dos años, pero el chico rellenito y con algo de acné que era la última vez que lo vi se había convertido mágicamente en un joven de porte regio, con una cara muy parecida a la de su hermano, aunque con rasgos un poco más masculinos.
Los músculos se notaban a simple vista, y esa barba incipiente le quedaba de maravilla.
Por favor, les pido que no me juzguen por quedarme embobada durante unos segundos mirando a mi joven cuñado. No estaba acostumbrada a mirar chicos guapos, y les puedo jurar, que en esos momentos no pensé en más que eso, en lo guapo que se puso. No había ninguna intención oculta en mi mirada.
—¿Oscar? —le pregunté con genuina sorpresa.
—Sí, soy yo —me dijo.
—Estás muy cambiado —comenté, con una sonrisa —. Se ve que has crecido mucho. Pasa.
Él lo hizo, cargaba con dos maletas, una en cada mano. Las dejó en la entrada mientras yo cerraba la puerta y me giraba para verlo. Pude notar que me miraba muy fijamente y enseguida entendí la razón.
—Lamento que me tengas que ver así —dije, refiriéndome a la bata que estaba usando —. Acababa de darme una ducha, no te esperaba tan temprano.
—Mi madre insistió en que tomara el primer autobús —me respondió, dios, que raro se me hacía verlo así, tan apuesto, sin granos, sin kilos de más —. Dijo que no sería educado hacerte esperar demasiado.
Se encogió de hombros, disculpándose, seguramente pensando lo mismo que yo. Tampoco es educado llegar dos horas antes de lo que se supone.
—Bueno, no te preocupes —le dije, volviendo a sonreír —. Lo que importa es que ya estás aquí.
Nos dirigimos a la sala, donde le indiqué que se sentara y él no dudó en hacerlo. Seguramente debía estar cansado por los incomodos asientos de los autobuses.
—¿Quieres algo de tomar? —le pregunté.
—No le diría que no a un vaso de agua —me respondió con esa voz tan grave que tenía.
Asentí y fui a la cocina para servírselo y segundos después se lo entregué.
—Es una casa enorme —me dijo, mirando alrededor —. Mi hermano me había dicho que era grande, pero esto es una mansión.
Él nunca la había visto ya que, aunque sonara extraño, en seis años de matrimonio, siempre fuimos nosotros los que los visitamos a ellos, no al revés.
—Está lejos de ser una mansión —respondí, haciendo un gesto con la mano.
—Pues es más grande que cualquiera que haya visto allá en el pueblo —me comentó.
—Supongo que sí —dije.
El pueblo de la familia de mi esposo no es como seguramente se lo imaginan. Era más bien una ciudad pequeña, sin grandes edificios, pero no se trataba de un lugar pobre donde la gente no tiene que comer.
Ciertamente no se podía comparar a la gran urbe que es la capital, pero tampoco se trataba de un pueblito con cuatro casas. Contaban con todos los servicios básicos y en educación iban muy bien, con varias escuelas e incluso tres preparatorias que en términos generales eran bastante respetadas a nivel nacional.
No obstante, lo que les faltaba era la universidad. Si los jóvenes del lugar querían seguir estudiando, tenían que dejar el hogar y viajar a la ciudad para eso.
Y ese era exactamente el motivo por el cual ahora Oscar estaba en mi casa. Un mes atrás se había graduado con honores, siendo el mejor alumno de su promoción y al igual que su hermano, se ganó una beca para estudiar en la misma universidad. No quería ser abogado, sino que estudiaría algo que tenía que ver con la física, las matemáticas y esas cosas. Era muy inteligente.
Sin embargo, unos días atrás su madre me llamó para decirme que los habían llamado de la universidad, y les informaron de un curso avanzado que tendría lugar durante tres semanas antes de iniciar las clases propiamente dichas. Y aunque no era obligatorio asistir, al parecer les enseñarían cosas importantes y Oscar no quiso perdérselo.
A pesar de haber sido aceptado, seguían teniendo el problema de que Oscar no tenía donde vivir en la ciudad, al parecer había hecho cortos viajes para buscar casas de estudiantes, o personas con las cuales compartir lugar y repartirse el alquiler. Tanto Javier como yo insistimos en que podía quedarse con nosotros mientras estudiaba, pero sus padres siempre se negaban. Querían que fuera independiente, o eso decían.
No obstante, no les quedó más remedio que pedirnos ayuda cuando se enteraron de ese curso de manera tan repentina. Obviamente, tanto mi marido como yo aceptamos de buen agrado que se quedara con nosotros el tiempo que fuera necesario, y volvimos a repetirle que podía vivir en nuestra casa durante sus años de estudio, la casa era grande.
—Gracias por dejar que me quede —me dijo, mirándome a la cara —. Prometo que no causaré problemas.
—No te preocupes —le respondí —. Siempre hay lugar para la familia.
Asintió, de nuevo dándome las gracias.
Ahora bien, supongo que es el momento de que les cuente un poco sobre mi cuñado y como era mi relación con él antes de que toda la locura comenzara.
Como ya les dije, conocí a Oscar doce años atrás, cuando Javier me llevó a su pueblo para conocer a su familia, en nuestros primeros meses de noviazgo.
Por aquel entonces, yo tenía diecinueve años y Oscar era un pequeño niño de siete. Un poco gordo, pero con mucha energía. Recuerdo perfectamente que desde el inicio se encaprichó conmigo, tal vez porque era la primera mujer de ciudad que veía, supongo que lo encandiló la ropa que usaba.
Me seguía a todos lados, intentando llamar mi atención para que jugara con él. Cosa que yo hacía de buena gana, siempre quise tener un hermanito, y Oscar lo fue durante varios años.
Con el paso del tiempo, y cuando entró a la pubertad, el niño alegre y juguetón desapareció para dar lugar a un chico serio, no era exactamente callado, pero hablaba mucho menos. Comenzó a darle pequeños problemas a sus padres, como mal comportamiento en la escuela y desobediencia.
Nada que no fuera normal en un adolescente como él. Y, sin embargo, conmigo siempre fue un chico muy amable y dócil. Puedo decir sin miedo a equivocarme, que, durante los años rebeldes de mi cuñado, no se portó mal conmigo ni una sola vez.
Seguía buscando mi compañía cuando íbamos de visita, me sonreía y me contaba cosas graciosas, para mí era exactamente lo que me imaginaba de un hermano menor.
Mi suegra lo veía de otra manera, según ella, me las había arreglado para hacer que el corazón de sus dos hijos latiera por mí.
—Está exagerando —le dije una tarde, cuando nos quedamos solas en su casa, yo le estaba ayudando con los quehaceres —. Oscar no me ve de esa manera.
—Si tú lo dices —la risa de mi suegra me puso más nerviosa que cualquier cosa que podría haber dicho —¿No te parece rara la forma en que no deja de buscarte? ¿No crees que la forma en que te abraza es demasiado para la relación que tienen?
—Yo creo que me abraza como un hermano menor —respondí.
Ella me dedicó un gesto que me dejaba muy claro que no estaba de acuerdo conmigo. A mí no me quedó más remedio que aceptar que su comportamiento para conmigo no era normal para dos hermanos, menos para un cuñado con su cuñada.
—Y aun si fuera verdad lo que dice —comente —. Es solo un muchacho, seguro pronto se le pasará.
—Eso espero —me dijo mi suegra —. No quiero que haya una guerra entre mis hijos.
Recuerdo que fue mi turno de reírme ante la ridícula idea de que yo pudiera gustarle a los dos.
Después de aquella conversación comenzamos a verlos menos, recuerdo que fue por aquellas fechas también cuando su comportamiento hacía mí cambió. Nunca supe exactamente que ocurrió, pero de pronto dejó de hablarme, pasó de querer estar cerca de mí, a ignorarme durante nuestra última visita.
Luego de eso, el trabajo de mi marido se hizo tan pesado que no podía permitirse dejar un solo día la ciudad, así que, durante dos años, no volvimos a visitarlos. Debo admitir que no supe demasiado de él en ese tiempo, obviamente, la idea de que se hubiera enamorado de mí había pasado a ser ridícula y no pensé en eso otra vez.
No obstante, mi sorpresa al verlo de nuevo fue mayúscula. No me esperaba que estuviera tan cambiado, y admito que incluso aunque solo estuviera sentado denotaba un gran cambio. a
Pues antes hubiera contemplado a un chico tímido y malhumorado. Ahora en cambio, se veía tan serio, y seguro de sí mismo. Incluso la postura al sentarse era diferente a la de antes.
—¿Te gustaría que te muestre tu habitación? —le pregunté de buena gana, cuando vi que se había terminado su vaso con agua.
—Claro —respondió él, levantó la cabeza y me miró a los ojos. Otro cambio, pues antes siempre rehuía mi mirada, ahora en cambio parecía buscarla —. Muéstrame.
Aun hoy, no sé si esa última palabra tenía algún tipo de doble sentido, o simplemente se estaba refiriendo a la habitación, supongo que en realidad no importa.
—¿Necesitas ayudas con las maletas? —le pregunté, más por cortesía que otra cosa, una de ellas se veía bastante pesada, pero pensé que tal vez podría ayudarle con la otra.
Oscar las tomó las dos, con una sola mano, como si tratara de impresionarme y luego negó con la cabeza.
Lo guie entonces por la casa, subiendo las escaleras hasta el segundo piso y luego por el pasillo de la izquierda, que daba a su habitación.
—Aquí es donde vas a quedarte —le dije, abriendo la puerta.
—Esto es dos veces más grande que la habitación que tengo en casa de mis padres —dijo, se notaba bastante asombrado. Dejó las maletas en el suelo, justo al lado mío.
No dije nada, dejé que admirara el lugar, debo admitir que toda la casa tenía cierto toque femenino debido a que fui yo quien se encargó de elegir muchos de los muebles y decoraciones, pero no era nada exagerado, a mi marido no le molestaba, y parecía que a Oscar tampoco.
—Puedes ponerte cómodo —le dije —. Yo iré a...
No quise terminar la frase, porque me daba vergüenza comentarle que iría a vestirme. Simplemente di un paso en dirección a mi habitación, que estaba al lado contrario, y fue entonces cuando ocurrió.
Debo admitir que no estoy segura de como pasó exactamente, supongo que al tener tanta vergüenza y querer apresurarme en ponerme algo de ropa, dio un paso en falso, mis pies se enredaron y antes de que me diera cuenta, me encontraba en tirada en el piso.
No recuerdo haber tenido dolor, pero sí sentir mucha vergüenza. ¿Una mujer adulta tropezándose y cayendo como si fuera una niña de seis años?, me quería morir por haberlo hecho enfrente de mi cuñado, nos veíamos después de tanto tiempo y lo primero que le mostraba era un lado patético de mí…
—¿Estás bien? —me preguntó acercándose rápidamente a mí.
—Sí —respondió, ruborizada —. Lo siento…
—¿Por qué te disculpas? —me preguntó con un poco de diversión en la voz —. Debería hacerlo yo, creo que te tropezaste porque dejé las maletas ahí.
Yo no estaba segura. Pero no dije nada. Oscar me ofreció una de sus manos para ayudarme a ponerme de pie, yo la tomé.
Y mientras él me levantaba, sentí algo extraño sobre mi piel. Hasta ese momento, no había notado que por la caída mi bata se había aflojado, y para cuando me di cuenta, ya era demasiado tarde.
Noté como a medida que yo subía, tirada por la fuerza de Oscar, la tela de mi bata iba cayendo, recorriendo mi cuerpo hasta que, cuando estuve de pie, mi bata se había quedado en el piso.
Me costó varios segundos asimilar lo que estaba pasando. Había quedado prácticamente desnuda, solo con mis bragas, frente a mi cuñado. Fue justamente su mirada de sorpresa y asombro lo que me hizo despertar de esos pequeños momentos de shock.
—¡Perdón! —le grité, con la cara completamente roja, me agaché rápidamente para recoger la bata y tratar de cubrirme como pudiera. Pero cada movimiento que daba, no hacía más que causar que mis pechos rebotaran de arriba abajo, atrayendo más la mirada de mi joven cuñada.
—En serio, lo siento —volví a decir, noté que mi respiración se hacía pesada y sentí ganas de llorar. ¿Por qué me había pasado eso a mí? ¿Ahora como lo vería a la cara sin sentir que me moría de vergüenza?, parecía como si el destino me estuviera jugando una mala pasada.
—Tranquila…
—De verdad, olvida esto —comenté, con un sollozo —. Por favor, no le digas a tu hermano, ni a nadie…
—Tranquila…
—I-iré a vestirme, por favor, ponte cómodo y… olvídate de esto, por favor, por favor…
A cada palabra que decía, y con cada segundo que pasaba, sentía como me estaba derrumbando. La vergüenza que sentí en ese momento fue tan fuerte que pensé que iba a dejar de respirar.
—Cálmate.
Esta última palabra de Oscar, pronunciada con gran fuerza por su portentosa voz, hizo que automáticamente dejara de sollozar y lo mirara a los ojos.
Fue una reacción curiosa por mi parte, pero su voz había sonado tan autoritaria, que mi cuerpo obedeció incluso antes de que yo me diera cuenta.
—Eso fue un accidente, nada más —comentó Oscar, con toda la tranquilidad del mundo —. No te lo tomes tan en serio.
Me miró a los ojos y por primera vez sentí algo extraño al verlo. Se notaba tan confiado, tan seguro de si mismo. Era todo lo opuesto a como había sido de niño, incluso también diferente a la seguridad que mi esposo también irradiaba muchas veces.
Lo cierto es que al ver esa mirada me estremecí de los pies a la cabeza. No había visto a nadie con tanta decisión en sus ojos. Incluso aunque estaba desnuda, y a duras penas pude cubrir mi pecho, me sentí extraña.
—No le diré a mi hermano —me comentó —. Pero, aunque no lo hiciera, estoy seguro que él entendería que no es gran cosa, ¿no lo crees?
En ese momento, Oscar puso una de sus manos sobre mi hombro, seguramente en un intento de calmarme, pero el resultado fue todo el contrario. Pues sentir el contacto directo entre nuestra piel hizo que me erizara.
No entendía que me estaba pasando, porque mi cuerpo reaccionaba de esa manera solo por estar mirando a los ojos a mi joven cuñado.
Asentí como respuesta a su pregunta, iba a volver a disculparme, pero me detuve, pues él había dejado claro que no tenía que hacerlo.
—Dejaré mis cosas en la habitación —dijo Oscar, todavía mirándome fijamente a los ojos —. Tú ve a vestirte.
Asentí de nuevo, fue como si mi mente interpretara esas cuatro palabras como una orden que tenía que cumplir. Me separé de él y esperé a que entrara en su habitación, acto seguido me di la vuelta y me dirigí a la mía.
Media hora después, bajé del segundo piso en dirección de la cocina. Seguía estando muy nerviosa y avergonzada, pero mientras me vestía tuve oportunidad de pensar y me di cuenta de que Oscar tenía razón. Todo había sido un accidente y aunque mostrar mi cuerpo desnudo a mi cuñado estaba en la lista de cosas más vergonzosas que podía pasarme, logré calmar mi mente con mucho esfuerzo.
Él también bajó unos minutos después de mí, se acercó a la cocina como si nada.
—¿Puedes darme la clave del Wi-fi? —me preguntó.
—El router está en mi habitación —respondí —. Puedes checarla ahí, no me la sé de memoria, lo siento.
Asintió y sin más palabras subió las escaleras de nuevo. Cuando escuché la puerta de mi habitación abrirse caí en la cuenta de la estupidez que había cometido.
Cuando bajé a preparar la comida, dejé toda mi ropa desperdigada por el piso, incluida la ropa interior que había estado usando antes de bañarme.
Volví a ponerme nerviosa al instante y mi cuerpo se movió en dirección de la escalera. Pero logré detenerme, consciente de que nada podía hacer, pues a esas alturas, Oscar ya debía haber visto muy bien aquellas prendas tiradas por la habitación.
Me repetí una vez más que aquello no era la gran cosa, no pasaba nada porque mi cuñado, joven, fuerte y apuesto viera mi ropa interior. Al menos, no era peor a verme desnuda.
Salió a los pocos segundos y volvió a dirigirse a su habitación. Supuse que, en una de sus maletas, la que se veía más pesada, había traído cosas para estudiar, entre ellas, una computadora portátil.
Tras poco más de quince minutos, volvió a bajar a la cocina. Yo hice el mayor esfuerzo para que no se me notara el rubor provocado por esos dos desafortunados incidentes.
—Vaya —me dijo, se notaba emocionado —. Hice una prueba de velocidad y el internet aquí va muchísimo más rápido que el que tengo en casa.
Yo le sonreí mientras terminaba de preparar la comida. Ya era tarde, pasaba de la una de la tarde. Se suponía que él llegaría a las dos y le tendría preparado algo de comer, pero todo cambió de improviso.
—Creo que aprovecharé mi estancia aquí para descargar un montón de series y películas, las veré cuando vuelva a casa —me dijo.
Yo simplemente volví a sonreír. Le entregué su plato con lo que había preparado y luego ambos nos sentamos en la mesa para comer.
—¿Todavía estás nerviosa por lo que pasó? —me preguntó con seriedad.
—N-no, estoy bien —respondí con evidente falsedad.
—Ya te dije que no tienes que preocuparte, no fue nada —me dijo, dándole una probada al platillo que le preparé, hizo un gesto para indicarme que le gustaba y yo me sentí un poco mejor —. No es que sea un pecado que haya visto, además…
—Además, ¿qué? —pregunté al notar la pausa que hizo.
—Además, tienes un cuerpo maravilloso —me soltó de golpe —. No deberías avergonzarte de él.
Abrí los ojos y la boca lo más que pude al escuchar esas palabras. Noté como mi cara se ponía roja y caliente por la vergüenza y durante un tiempo que me pareció una eternidad, no supe que decir o hacer.
¿Ese en serio era el Oscar que yo conocía? ¿A dónde se habían ido esos rasgos de timidez que tenía en su adolescencia? ¿Cómo podía decirle algo así a la esposa de su hermano y actuar como si no fuera nada?
Noté que mi medidor de vergüenza subía a niveles en los cuales nunca estuvo antes. No sabía como reaccionar ante sus palabras. Pero, sobre todo, no comprendía porque una parte de mí, se sentía halagada por sus palabras.
—Bueno, gracias… —dije sin pensar —. Pero será mejor que lo olvidemos.
—Sí, supongo que sería lo mejor —respondió —. Aunque dudo que pueda olvidar lo que vi.
Lo miré avergonzada y descubrí que estaba sonriendo de oreja a oreja.
—No te burles de mí —le dije.
—No me burlo, solo dije la verdad —respondió, pero pude notar que se estaba divirtiendo con mis reacciones —¿A qué hora llegará mi hermano a casa?
Me sorprendí un poco por la pregunta tan repentina, pero al mismo tiempo me sentí aliviada de cambiar de tema.
—No lo sé —respondí con sinceridad.
—¿No lo sabes?
—No. A veces llega a las seis o siete, a veces a las doce —le expliqué —. Depende del trabajo que tenga.
—¿Y mientras tanto tú te pasas todo el día sola en la casa? —me preguntó, sorprendido.
Asentí.
—¿No te aburres?
—Un poco —admití.
—Vaya —dijo —. Deberías encontrar una forma de mantenerte entretenida.
—No hay mucho que hacer —admití —. Esperaba que con tu llegada esto se pusiera un poco más animado.
Él asintió, y es que era verdad, una de las razones por las que no dudé en aceptar que se quedara con nosotros fue precisamente porque imaginé que con alguien más en la casa, no me sentiría tan aburrida, pues al menos tendría compañía.
—¿Quieres salir conmigo? —me preguntó de pronto.
Dejé caer el tenedor cuando casi lo tenía en la boca por la sorpresa. Lo miré, estaba muy serio, ¿acaso me había preguntado lo que yo creía…?
—¿Qué? —le pregunté, balbuceando —. N-no, no puedo hacer eso...
Su reacción fue curiosa, pues más que decepcionado parecía preocupado.
—Entonces, ¿podrías darme unas cuantas indicaciones para llegar a un lugar? —me preguntó —. Es que obviamente no conozco la ciudad.
—Espera, ¿qué? —pregunté sin entender nada —. Cuando dijiste que saliera contigo, ¿te referías a…?
—A que salieras a la calle —respondió —. Que me acompañaras a un lugar, como dijiste que estabas aburrida…
Me sentí como una estúpida. Hoy en día lo cierto es que todavía no entiendo lo que me pasaba entonces. Supongo que la soledad en serio me había afectado, además estaba el hecho de que me encontraba muy nerviosa por esos pequeños incidentes que incluían mi ropa interior y mi cuerpo desnudo. Pero, aun así, ¿cómo pude pensar en serio que me estaba invitando a salir de verdad, como una pareja?
—Ah, discúlpame, claro que puedo acompañarte —le dije, sintiéndome más nerviosa que antes —¿A dónde quieres ir?
Por fortuna, él no hizo ningún comentario referente a mi evidente estupidez por haberme confundido de aquella manera.
—Al parecer hay un módulo de la universidad aquí cerca, donde tengo que inscribirme para el curso, y es el último día.
—Entiendo —le dije —. Terminemos de comer, y entonces te acompaño, ¿bien?
El asintió y me agradeció con una sonrisa. No pude dejar de pensar en lo apuesto que se veía al sonreír de esa manera. Era como una versión un poco más joven de mi marido, pero con una mirada mucho más decidida.
Sé que tener esos pensamientos estaba completamente mal. Pero no podía evitarlo, aunque lo intenté, se los puedo asegurar.
Terminamos de comer unos minutos más tarde, y tras unos cuantos arreglos, salimos de la casa en dirección de ese modulo de la universidad.
Según los datos, no estaba demasiado solo a unas cuantas calles de distancia, así que decidimos caminar.
Por lo general esto no es algo que me guste hacer, sí, ya sé que es saludable, pero prefiero el automóvil.
Una de las razones por las que no me gusta caminar es por la forma en que los hombres me miran cuando camino por la calle. Sé que soy guapa, no creo que aceptarlo sea algo malo, sin embargo eso me ha traído el gran inconveniente de los hombres que creen que pueden comerme con la mirada como a ellos les guste.
Muchas veces giran su cabeza para ver mi trasero, o no separan sus ojos de mis pechos. Alguna vez incluso me han toca sin mi consentimiento y puedo decir que es un infierno.
Y, sin embargo, ese día noté algo extraño pero curioso a la vez. Nadie me veía, al menos, no por más de dos segundos, pues después se percataban de que iba acompañada de Oscar y alejaban la mirada.
Comprendí que su rostro serio y su complexión los asustaba, tal vez incluso pensaran cosas que no eran sobre Oscar y yo. Debo admitir, que poder caminar sin sentir la mirada de un montón de bestias hambrientas se sintió bien.
De reojo miré a Oscar y otra vez, volví a fijarme en lo guapo que estaba. Y es que, en esos momentos, para mí era como una versión más joven de mi esposo, cuando lo conocí, con la misma edad que ahora tenía Oscar, era también muy apuesto… aunque ciertamente, no tanto.
Con el paso del tiempo, aunque también tenía solo treinta años había desmejorado un poco. Seguía siendo más apuesto que la mayoría, pero se notaba que el estrés del trabajo le pasaba factura, pues una que otra arruga ya comenzaba a asomar en su rostro.
Y, sin embargo, la sensación que me daba Oscar era muy diferente a la de Javier. Pues mientras este era un hombre más alegre, y su atractivo estaba en la sonrisa y en como su rostro iluminaba cualquier habitación al reír.
Oscar por su parte, en ese par de horas que habíamos estado cerca, pude descubrir que su belleza era fría. Lo atractivo de su rostro estaba en ese gesto serio, en esos ojos siempre fijos en el camino.
En cierto momento caminamos por una acera muy delgada y nos topamos con un par de personas que venían en dirección contraria, debido a la estrechez del camino, tuve que hacerme a un lado para que pasaran, eso provocó que quedara justo detrás de Oscar, pero muy pegada a su espalda.
De esa forma, pude apreciar mejor la musculatura de su espalda, estaba tan cerca que podía observar como se marcaban sus músculos en su camisa, y lo mejor de todo es que sentía el olor de su colonia.
Era un olor varonil, no sabía que clase de perfume usaba, pero desde luego despertaba todos mis sentidos.
En cuanto la pareja pasó de largo, me apresuré a tomar de nuevo mi lugar a su lado, esperando que no se hubiera dado cuenta de que había estado olfateando su espalda.
—Cuéntame que ha sido de tu vida —dije, tratando de ocultar lo que había estado haciendo —. La última vez que te vi, eras…
—¿Un adolescente patético?
—¿Qué? ¡claro que no! —exclamé, sorprendida por sus palabras —. Iba a decir que estabas un poco más… ya sabes, rellenito.
—Sí, estaba gordo —respondió él —. Pero adelgacé.
—Me doy cuenta —dije, tratando de parecer amable —¿Puedo preguntar por qué lo hiciste?
—¿Se necesita una razón para adelgazar?
—Bueno, no, pero si recuerdo bien, antes decías que te daba pereza hacer ejercicio —le comenté.
—Todavía me da.
—Entonces…
Me miró y me sonrió.
—Eres muy inteligente —me dijo —. Seguro que puedes adivinar cual es la razón para que un hombre que odia el ejercicio y ama comer, quiera adelgazar.
Lo miré a los ojos y lo supe, la verdad es que no era difícil de adivinar.
—¿Conseguiste que esa chica se fijara en ti? —pregunté.
—Todavía no —me respondió —. Tal vez en el futuro.
No supe que responder. Es bien sabido que a un hombre con problemas de amor difícilmente se le puede decir algo sin hacer que se sienta mal.
No tardamos demasiado en llegar al módulo y tras inscribirse para participar en el curso, Oscar me pidió que le enseñara la ruta de autobuses y metro que tenía que tomar para ir a la universidad.
Por un momento pensé en ofrecerme para llevarlo todos los días en el auto, pero supuse que a su ego de chico no le haría bien que lo vieran llegar en un coche conducido por su cuñada.
Así que tal y como me había pedido, dedicamos un rato a enseñarle donde se tenía que bajar del metro y cual autobús debía abordar después.
Tras esto, fue mi turno de pedirle que me acompañara al centro comercial a comprar unas cuantas cosas, más que nada comida, ya que no sabía lo que él acostumbraba comer, creí que lo mejor sería preguntarle directamente. Compramos bastante verduras y otras tantas comidas que a mi esposo seguramente no le gustarían, pero que Oscar dijo que era prácticamente lo único que comía.
Volvimos a casa una hora y media después de haber salido. Oscar se dirigió a su habitación y minutos después bajó cargando una de las maletas que había llevado.
—¿Dónde puedo lavar esta ropa? —me preguntó —. Todo esto fue tan repentino que tuve que empacar prácticamente todo lo sucio que tenía.
—Déjala por ahí —le dije, indicándole uno de los pasillos —. Yo la lavaré.
—Puedo hacerlo yo.
—Descuida, eres mi invitado, debo atenderte como tal —le dije con una sonrisa —. Además, así tengo algo que hacer.
Aunque esperaba que discutiera, no lo hizo, se limitó a asentir.
—Bueno, estaré en la habitación —dijo —. Preparando algunas cosas que necesitaré para el curso.
—Claro —le dije, poniéndome de pie y dirigiéndome al cuarto de lavado. Tomé la maleta de ropa sucia de Oscar y entré al lugar.
A primera vista me di cuenta de que sí que había traído bastante ropa. Al parecer la suficiente como para no repetir un solo cambio en los días que durara su curso, supuse que no quería dar una mala impresión a los que posiblemente serían sus compañeros durante los siguientes cinco años de carrera.
Saqué una de las camisetas que se encontraban dentro de la maleta y un fuerte olor me invadió. Era extraño, no es que se pudiera decir que olía bien, pues parecía mezcla de ese perfume que había podido sentir minutos antes, en la calle, con otra cosa, tal vez sudor.
A pesar de que el resultado de dicha mezcla no era una esencia agradable. Tampoco puedo decir que no me gustara del todo, era un olor fuerte, pero me resultaba familiar. Pues era muy parecido al que despedía la ropa de mi marido al lavarla.
No sé si fue por eso, o porque simplemente enloquecí en ese momento, pero me llevé la camiseta a la cara y la olfateé sin ninguna clase de pudor.
Me estremecí al sentir ese aroma, era obvio que mi cuerpo lo relacionaba con la masculinidad, la esencia de un hombre.
Aunque podría haberme pasado horas enteras olfateando aquella prenda, me di cuenta con rapidez de lo raro que aquella acción resultaba, así que, un poco asustada, dejé la camiseta a un lado y me concentré en seguir sacando más ropa sucia.
A medida que lo hacía, noté algo extraño, y es que me encontré con playeras, camisas, pantalones y calcetines, pero ningún bóxer. Esto se me hizo tan raro que decidí volcar la maleta, sin preocuparme de separarlas por color o tipo de tela, solo quería comprobar si en efecto, no había ninguno ahí.
Y así era, la ropa íntima de Oscar no se encontraba ahí. Me pareció extraño, pues dudaba mucho que no hubiera empacado nada, así que asumí que tal vez había olvidado meterla en la maleta o algo parecido.
Pensé que lo mejor sería ir a su habitación, para preguntarle, así que eso fue lo que hice. Subí las escaleras bastante rápido y caminé por el pasillo, acercándome a la puerta de su habitación, la cual estaba hablando de par en par.
Lo que vi cuando llegué causó que me quedara boquiabierto. Oscar estaba de pie, de espaldas a la puerta, casi completamente desnudo, pues ya no llevaba ni pantalón ni camisa, solo le quedaba puesto un bóxer negro.
No creo que nunca en la vida pueda olvidar esa imagen, a pesar de solo estar viendo la parte trasera de su cuerpo, se veía todo tan bien torneado, los músculos de piernas y espaldas estaban perfectamente trabajados. Y además, el bulto que se adivinaba en su entrepierna era…
Sentí como si estuviera viendo a un dios griego. Hasta ese momento, nunca me había considerado una mujer que se sintiera atraída por hombres musculosos, y tal vez seguía sin serlo del todo, pero es que era imposible ver eso y no babear, sobre todo cuando eres una mujer a la que su marido no le ha hecho el amor en más de un mes.
A mi cuerpo no pareció importarle que fuera mi cuñado y que estuviera mal, sentí como me estremecía y mi temperatura comenzaba a aumentar poco a poco.
Fui incapaz de moverme, y segundos después Oscar se giró y me encontró ahí parada, mirándolo como una idiota.
—L-lo siento —dije, roja de vergüenza —. Yo, no quería…
—Tranquila —respondió, dedicándome una sonrisa —. ¿Qué necesitas?
A la parte más obscena de mi cerebro se le ocurrió una buena respuesta para esa pregunta, pero logré acallarla y decir lo que debía.
—Verás…, estaba revisando tu ropa y… —no podía dejar de mirar su abdomen marcado, sus brazos musculosos, su… —. Noté que no había ropa interior, así que vine a preguntarte por ella… ¿por qué estás desnudo?
Una pequeña gota de sudor recorrió mi frente, no quería realmente hacer esa pregunta, pero simplemente salió de mi boca sin que yo pudiera impedirlo.
—Esta ropa que traigo también está algo sucia —me dijo como respuesta —. Pensaba pedirte que la lavaras, y me prestaras algo de mi hermano para usar mientras tanto —hizo una pausa —. Supongo que debí cerrar la puerta, y preguntarte antes.
—Sí…
—Y sobre la ropa interior, bueno, me aseguré de lavarlos antes de salir de la casa, pensé que sería algo incómodo para ti…
—N-no es incomodo —le respondí —. He lavado la ropa interior de tu hermano durante años.
Sabía que no era lo mismo, pues Javier era mi marido, en cambio, Oscar era el hermano de mi esposo.
—En todo caso, no tengo ropa interior para lavar —me dijo, luego hizo una pausa —. Bueno, en realidad sí.
Yo todavía estaba medio embobada mirando su abdomen y su pecho, así que no pude reaccionar cuando se acercó hasta quedar justo frente a mí.
—El bóxer que traigo puesto está sucio —me dijo —¿Te importaría lavarlo?
Yo negué con la cabeza, y luego asentí como una tonta. Traté de hablar, pero solo salieron balbuceos de mi boca. Sabía que tenía que salir de ahí, aunque no quisiera y supiera que esta mal, ver un cuerpo masculino después de tanto tiempo, y sobre todo, uno como ese, me estaba afectando.
—Si quieres… puedo lavarlo —respondí, con un hilo de voz.
—Tendría que quitármelo antes —me dijo Oscar, con esa voz tan grave —¿No quieres ayudarme?
Tragué saliva al escuchar esa pregunta, mi cerebro estuvo a punto de hacer cortocircuito.
—¿Qué? —acerté a preguntar.
Él no dijo nada, se limitó a mirarme a los ojos mientras se acercaba un poco más a mí. Tal vez yo debí retroceder un poco, pero estaba tan confundida que no fui capaz de hacerlo.
Durante unos segundos que parecieron horas, nuestros ojos se miraron fijamente, y su cuerpo se acercaba al mío. No llegaba a tocarme, pero no hacía falta, pues yo ya estaba temblando.
—Estaba bromeando —dijo, poniendo una gran sonrisa y separándose de mí. El suspiro de alivio que di en ese momento probablemente provocó un tornado en alguna parte del mundo.
Lo miré, tratando de poner la mejor cara de enfado que pudiera. No me gustaba que bromearan conmigo, al menos no de esa forma.
—¿Puedes salir un poco? —me preguntó —. Espérame ahí afuera, no te vayas.
Sus palabras tenían claramente un tono de orden, retrocedí unos pasos hasta quedar fuera de su habitación. Él cerró la puerta y me quedé ahí, parada en el pasillo, sin comprender del todo lo que acababa de pasar.
A duras penas había podido olvidar el incidente con mi bata cayendo de mi cuerpo, pero creo que verlo desnudo era algo que me daba más vergüenza que aquello.
Mi cara debía estar como un tomate, pues la sentía ardiendo. Pensé en ir al baño de mi habitación para mojarme la cara y ver si con eso me calmaba un poco. Pero Oscar me había dicho que lo esperara ahí…
¿Qué le había pasado en esos dos años? ¿A dónde había ido el niño gracioso que solía ser?, supongo que la gente cambia, pero nunca esperé que el cambio de Oscar fuera tan drástico.
La puerta no tardó demasiado en abrirse de nuevo. Mi cuñado salió por ella, vistiendo unos pantalones cortos, unos calcetines, y nada más. No llevaba ninguna camiseta o algo que cubriera su torso.
—Aquí tienes —dijo, entregándome la ropa que se había quitado, incluido el boxer, aunque estaba enredado con las otras prendas —¿Crees que puedas prestarme alguna camisa de mi hermano?, no quiero estar así todo el rato.
—Claro —respondí, tratando de sonreír, pues pensé que era mejor no darle importancia a lo ocurrido —. Ven conmigo.
Me siguió hasta mi habitación, entré ahí y abrí el ropero de Javier, tomé la primera camisa que encontré y se la entregué.
—Gracias —me dijo, y comenzó a ponérsela.
Obviamente, le quedaba grande. Mi marido era un hombre más corpulento que su hermano, y además había ganado unos pocos kilos. Seguía siendo delgado, pero ya no tanto como años atrás.
—Bueno, creo que ahora sí estaré en la habitación —dijo Oscar con una sonrisa. Sentí algo extraño al verlo parado ahí, con la ropa de su hermano —. Si necesitas que te ayude, solo pídemelo.
—Está bien —le dije. Lo vi marchar rumbo a su habitación y volví a suspirar, mi cerebro seguía dando vueltas. Estaba tan confundida que por unos segundos me quedé ahí de pie, sin recordar lo que se suponía que debía hacer.
Finalmente me despejé lo suficiente como para bajar las escaleras y dirigirme al cuarto de lavado otra vez.
Al llegar ahí, contemplé la ropa que Oscar me había entregado. Y como si estuviera hipnotizada, desenredé de ella el bóxer recién usado de mi cuñado.
Lo observé durante unos segundos antes de que mi mano comenzara a moverse sola. El ritmo de mi corazón aumentaba a medida que esa prenda se acercaba a mi cara…
Apuesto a que sé lo que están pensando. “Es una puta” “No es más que una zorra”, supongo que tras leer sobre las reacciones que tuve aquel día esas serían las conclusiones adecuadas.
Pero les pido que consideren mi posición un poco. Me consideraba una mujer decente, no demasiado mojigata, pero desde luego, no era lo que ustedes están pensando.
No obstante, en esos momentos, aunque ni siquiera yo misma lo sabía, era una mujer insatisfecha que se moría por un poco de atención, cosa que mi marido por cuestiones de trabajo no me daba.
¿No les parece normal que una mujer así reaccione de esa manera si un joven guapo y musculoso aparece desnudo delante de ella?, para mí es completamente normal.
Bueno, supongo que sus conclusiones tampoco están tan alejadas de la realidad.
Aquel día no pasó mucho más. Mi marido llegó temprano, saludó a su hermano y pasaron todo el rato hablando entre ellos, hasta que llegó la noche y nos fuimos a dormir. Por supuesto, ni yo ni mi cuñado dijimos nada sobre los incidentes ocurridos esa tarde.
Pero mientras intentaba conciliar el sueño, no pude pensar en otra cosa que no fuera ese espectacular abdomen, aquella espalda tan bien formada y esos musculosos brazos.
Yo no lo sabía entonces, pero la visita de mi cuñado no solamente iba a quitarle el aburrimiento a mi vida. Sino que la cambiaría por completo.
Pero, sobre todo, me iba a transformar a mí. “Zorra”, “Puta”, “Perra”, son palabras que he escuchado muchas veces desde entonces. Aún es pronto para que me llamen así, queridos lectores, créanme. La historia está empezando, llegará un momento en que esas palabras tengan mucho más sentido.
FINAL CAPITULO 1
Capítulo 2 – Decepción y Sorpresa
Mi mente estaba dando vueltas.
El día después de la llegada de Oscar a casa, me levanté con un gran dolor de cabeza. Me costó demasiado poder dormir, y cuando lo hice, tuve algunos sueños que creo que sería mejor que nadie los conozca nunca.
Mi marido todavía estaba en casa cuando desperté, escuché la ducha y recordé que, al ser domingo, era su día libre. Pero luego miré uno de sus trajes sobre la cama y supe que no sería así. Lo tenía listo para ponérselo y salir al trabajo.
Que tuviera que trabajar los días libres tampoco era demasiado raro, pero en serio esperaba que ese domingo no fuera así. Pues yo me sentía muy extraña tras lo ocurrido con Oscar el día anterior. Quería que estuviera conmigo.
Salí de la cama y comencé a vestirme con algo de ropa para andar en la casa. Mientras hacía esto, mi marido salió del baño.
—Buenos días, princesa —me dijo, en cuanto me vio despierta, semidesnuda.
—Buenos días —respondí, girándome para verlo —¿Irás al trabajo?
—Solo un rato —me respondió —. Tengo que terminar un papeleo, no me llevará más de dos horas.
Asentí, bueno, al menos no sería demasiado tiempo.
—¿Qué te parece si cuanto termine el trabajo salimos a algún lado? —me preguntó.
—¿En serio? —dije sorprendida.
—Claro que sí —me respondió —. ¿Hace cuanto que no salimos a un lugar, que no vamos a una cita?
—Hace mucho —respondí con sinceridad.
—Lo siento, sabes que mi trabajo es demasiado exigente. Llevo unos meses que los casos no paran de llegar.
—Supongo que todos los acusados quieren que los defienda el gran Javier Suarez —le respondí con una sonrisa —. El mejor abogado defensor de la ciudad.
—No creo que sea el mejor —dijo, la humildad y modestia siempre fueron rasgos muy fuertes de su personalidad —. Solo quieren a alguien que les crea que son inocentes.
Yo no dije nada, en esos momentos, lo último que quería era hablar de su trabajo, porque sabía bien que se podría olvidar de la propuesta que me acababa de hacer.
—¿Y a dónde me vas a llevar? —le pregunté con entusiasmo.
—A dónde tú quieras —me dijo, mirándome —¿Qué te parece si te llevas el auto y nos vemos fuera de mi trabajo como a las diez?, podemos ir a cualquier lugar y pasar el día juntos.
Esas palabras hicieron que mi corazón latiera a mil por hora. Adoraba con toda mi fuerza a ese hombre, y que me estuviera pidiendo eso, me hacía recordar que pese a que a en ocasiones parecía que trabajo era más importante, también él me amaba a mí.
Me emocionaba mucho poder salir con él en una cita, como si fueramos adolescentes. Ya que nos conocimos más tarde, nunca pudimos hacer algo así.
—Es una promesa, entonces —dije sonriendo y acercándome a él —. Lo esperaré con muchas ganas.
Me acerqué a él para abrazarlo. Estaba todavía desnudo, ni siquiera había comenzado a vestirse. Noté como su entrepierna se chocaba contra mí al darle el abrazo. No es que me molestara, era mi marido, después de todo.
He de admitir que Javier está muy bien dotado en esa parte. De un tamaño un poco mayor que el promedio, y también bastante gruesa. Aunque me hubiese gustado que la usara más en mí, de haberlo hecho, tal vez…
Lo miré de arriba abajo, observando cada parte de su anatomía. Y contra mi voluntad, me encontré comparando a mi marido con mi cuñado. Como ya les dije, mi esposo sigue siendo un hombre muy apuesto, pero desde hace unos años tenía una tripa que iba en aumento, no creo que nunca llegue a estar gordo, al menos no antes de ser un viejo, pero era innegable que su cuerpo ya no era el mismo.
Nunca había estado musculoso y marcado como Oscar, pero sí era un hombre delgado, ahora en cambio, estaba perdiendo eso.
Traté de calmarme, no era bueno lo que estaba haciendo, ¿a quién le importaba si su hermano menor tenía el cuerpo Hércules o Aquiles?, el que se encontraba frente a mí era mi marido, y lo amaba con todas mis fuerzas, cualquier pensamiento que pudiera sugerir lo contrario, tenía que ser erradicado de mi mente.
Además, con esa cita que acabábamos de concretar, yo sentía que cualquier problema que pudiera haber en mi cerebro se iba a solucionar. Si lograba que Javier me hiciera el amor, que me satisficiera como era debido, mi mente dejaría de pensar en nada más, y mi cuerpo ya no haría locuras como las que cometí en el cuarto de lavado el día anterior, estaba segura de eso.
Con eso en mente, decidí salir de la habitación, estaba dispuesta a olvidar lo que ocurrió el día anterior, todo había sido pequeños accidentes y tenía que borrarlos de la memoria.
Sin embargo, el destino me tenía otros planes. Pues iba caminando por el pasillo cuando de pronto una puerta se abrió con fuerza. Tras el susto inicial, descubrí que se trataba del segundo baño de la casa, el que en teoría deberían usar los invitados, pero como nadie nos visita nunca, a veces me olvidaba de que existía.
De dicho baño salió mi cuñado, con el pelo mojado y vistiendo únicamente una toalla alrededor de su cintura.
Me miró y sonrió al ver que me quedé embobada de nuevo.
—Oh, lo siento…
—Parece que se está haciendo costumbre esto —dijo él, sin dejar de sonreír. Al parecer no le importaba estar con el pecho descubierto delante de una dama como yo —¿No será que estás esperando el momento justo para verme desnudo?
—¡Claro que no! —exclamé. Y al instante me di cuenta de que, si levantaba la voz, Javier podría salir a ver que pasaba, no se me ocurrió ninguna forma de explicarle esa situación.
—Es broma, Olivia —me dijo, con seriedad —. Deberías de relajarte un poco.
Para él era fácil decirlo, pero relajarme en un momento así ese me resultaba imposible. La vista era demasiado buena como para no pensar en ello, a pesar de que me dije que estaba mal, y que no quería comparar a mi marido con él, era difícil no hacerlo teniéndolo justo frente a mí.
Por unos segundos, no fui capaz de alejar mis ojos de esos abdominales tan marcados. De sus pectorales asombrosos…
Me dije una y otra vez que debía calmarme, observar de esa manera a un hombre que no solo no era mi esposo, sino que resultaba ser su hermano y, además, menor que yo, estaba muy, pero muy mal.
—Voy a preparar el desayuno —le dije, alejándome de él, cuando fui capaz de hacerlo.
—Entendido, bajaré en unos minutos —respondió, y se dirigió a su habitación.
La ropa que lavé se había secado el mismo día anterior, así que ya no tenía excusa para andar semidesnudo por la casa, y eso me provocaba mucho alivio.
No tardé mucho en preparar el desayuno, ni tampoco en que ambos hombres bajaran a desayunar. Mi marido, ataviado con un elegante traje caro. Oscar, con unos simples jeans y una camiseta que parecía a punto de estallar de lo ajustada que le quedaba.
Al verlo, pensé en que, si se presentaba vestido así a la universidad, lo confundirían con un vagabundo o algo peor. Pero como yo había lavado su ropa sabía que tenía alguna que era mucho más decente, y supuse que esa que traía ahora solo sería para los fines de semana o las tardes.
Nos sentamos a la mesa y mientras disfrutábamos de la comida el silencio reinó en la casa. A pesar de ser algo que normalmente odiaba, en esos momentos aprecié bastante ese instante de tranquilidad, aunque no duró demasiado, pues Javier no tardó en hablar.
—¿Ya pensaste a donde quieres ir? —me preguntó, mirándome con una sonrisa.
—Todavía no —respondí, y por alguna razón, me sentí un poco avergonzada de hablar del tema frente a mi cuñado.
—Bueno, piénsalo —dijo él, poniéndose de pie, luego subió las escaleras, supongo que para lavarse los dientes antes de marcharse.
Por suerte, Oscar no hizo ningún comentario sobre lo que acababa de escuchar, y cuando Javier bajó para despedirse, se acercó y me dio un beso en la mejilla.
—Bueno, tengo que irme —dijo mi marido, separándose de mí y luego poniendo una mano sobre el hombro de Oscar —. Siéntete como en casa, hermanito.
Oscar le sonrió en respuesta.
—Gracias.
—Ya sabes, si necesitas algo, no dudes en pedírmelo a mí o a Olivia, estaremos felices de ayudarte, ¿verdad, amor?
—Por supuesto —respondí, con sinceridad. Era de la familia y si necesitaba ayuda, podía contar conmigo, eso era una realidad.
—Bien, entonces, te veo en un rato —me dijo, guiñándome un ojo sin que su hermano lo viera. El gesto me hizo sonreír.
—Claro, nos vemos.
Tras esto, Javier se dirigió a la puerta y se marchó rumbo a su trabajo, dejándome sola con Oscar de nuevo.
Es curioso lo nerviosa que yo me encontraba en esos momentos, pues ahora que lo estoy recordando todo, y pensándolo bien, no había ninguna razón para eso.
Es decir, ciertamente ocurrieron un par de incidentes que no deberían haber ocurrido, pero la verdad es que en esos momentos, Oscar no me había hecho nada como para que yo estuviera así.
Pero es que su sola presencia me ponía nerviosa, su mirada me dejaba entrever lo mucho que había cambiado desde la última vez. Era tan serio, tan distante, incluso en la forma en que comía, sin hacer ni un solo ruido, mirando fijamente el plato, como si todo lo demás no existiera para él.
—¿Van a salir? —preguntó de repente, sin levantar la vista.
—Pues sí —respondí, seguía sintiéndome incomoda de hablar de eso con mi cuñado, aunque no sabía por qué.
No dijo nada más, siguió tan concentrado en el plato, que por unos segundos creí que me había imaginado su pregunta.
Unos minutos más tarde, Oscar se puso de pie tras haberse terminado su comida. Yo no sabía cómo podía disfrutar alimentarse solamente de plantas, pero él parecía hacerlo. Además, si eso era lo que había ayudado a que ganara ese cuerpo, tal vez no era tan malo.
—¿A qué hora vas a irte? —me preguntó.
—Cerca de las diez —respondí, nerviosa.
—¿Crees que puedas llevarme a la universidad?, solo si te queda de camino.
—Sí —dije —¿Por qué quieres ir?
—Me gustaría familiarizarme un poco con ella —dijo, encogiéndose de hombros —. Sé que la mayoría de alumnos de primer semestre ya la conocerán, así que no quiero ser menos.
—Entiendo —dije, asintiendo con seguridad —. Bueno, no me queda exactamente de camino, pero no me hará daño llevarte, pero, ¿cómo piensas regresar?
—Usaré el transporte público, como me enseñaste ayer.
Asentí, yo también había terminado de comer, así que me puse de pie, tomé los tres platos y los eché al fregadero. Ya me preocuparía de lavarlos otro día.
Oscar subió a su habitación y se encerró en ella hasta que fue la hora de irnos.
—¿En serio crees que estás listo para usar el metro? —le pregunté, sonriendo sarcásticamente casi dos horas después, cuando ya íbamos en el auto rumbo a la universidad —. Puede ser bastante duro para alguien novato.
—Tendré que estarlo —dijo —. Lo voy a usar a partir de ahora, así que debo acostumbrarme.
Sabía que estaba en lo cierto, así que no dije nada más. Me limité a conducir hasta llegar a la universidad. Por suerte, aunque no quedaba de paso, tampoco me alejaba mucho de la dirección que tenía que tomar para ir a recoger a mi esposo a su trabajo.
—Bueno, aquí estamos —dije —. Esto me trae recuerdos.
El edificio principal de la universidad no es tan grande como uno pensaría, pero es que en él solo hay oficinas y unos cuantos laboratorios. Lo verdaderamente impresionante era el campus completo, lleno de otros tantos edificios, uno para cada carrera.
Oscar bajó del auto, y tras cerrar la puerta me miró por la ventana.
—Gracias por traerme —me dijo —. Disfruta tu cita con mi hermano.
Ese comentario, a pesar de no tener malicia en él, me hizo sentir más nerviosa solo de escucharlo, me ruboricé, pensando en lo que iba a hacer con Javier una vez terminera esa cita.
Oscar ya había dado unos pasos, pero de pronto se detuvo y se dirigió otra vez hacía mí.
—Casi lo olvido, ¿tienes una llave de la casa?, no podré entrar si tú estás fuera?
—Cierto —dije, rebuscando en mi bolso —. Toma la mía, no traje repuesto, pero entraré con la de Javier, no la pierdas.
El tomó la llave, y tras agradecerme con un gesto, se dirigió a la entrada de la universidad. El lugar nunca cerraba, pues siempre había alguien trabajando ahí.
Tras dejar a Oscar en la entrada de la universidad, me dirigí rumbo al trabajo de mi esposo. Sabía que llegaría un poco tarde, pero sería cuestión de unos pocos minutos, así que no habría problema.
Mientras conducía por calles de la ciudad, mi emoción no dejaba de crecer, pensando en que, por fin, luego de varios meses, podría tener una cita con mi marido, seguramente era la oportunidad para reavivar la llama de nuestro matrimonio.
Tenía tanta emoción que incluso tarareaba una canción mientras me acercaba al edificio de su despacho. Me sentí como una tonta a medida que avanzada en dirección del lugar, pero no me importaba, pues estaba feliz.
Estacioné mi coche en el estacionamiento del despacho de Javier, él no se veía por ningún lado, así que supuse que seguiría adentro, saqué mi teléfono y con este le avisé que ya lo esperaba afuera.
No me respondió, pero la aplicación me indicó que el mensaje había sido leído, así que esperé. No tardó en aparecer, desde la dirección de la entrada. Mi primera reacción fue sonreír, pero a medida que se acercaba y vi su rostro, mi sonrisa desapareció.
Supe que algo andaba mal, cuando se acercó y en su cara había un gesto de fastidio.
—Hola —me dijo. Con un tono de voz cauto, pero también parecía algo triste.
—Hola —respondí —¿Listo para irnos?
Su cara me decía que no iba a existir ninguna cita, pero no quería perder la esperanza.
—Lo siento, creo que tendrá que ser otro día.
Esas palabras fueron como una bala de alto calibre que atravesará mi corazón. Sentí como si este dejara de latir por unos cuantos segundos.
—¿Pasó algo?
—Sí —me dijo con seriedad —. El jefe aceptó un nuevo caso sin consultarlo, y quiere que yo me haga cargo.
—Eso significa que no irás a casa temprano, ¿verdad? —traté de sonreírle, demostrar que no estaba molesta. Pero sé que no fui capaz de hacerlo.
—Lo siento —dijo —. Es un caso grande, si todo sale bien, seguro que el jefe me deja descansar después. Hasta podría ganarme unas buenas vacaciones.
—No te preocupes —dije con una mueca —. Esfuérzate en tu trabajo, yo iré a casa y te esperaré.
—¿No estás enojada?
—¿Por qué lo estaría?, es importante para ti, por tanto, también para mí —dije —. Así que, si logras esas vacaciones de las que hablaste, más te vale que me lleves a un buen lugar.
—Por supuesto —dijo Javier —. Te lo prometo.
—Bien, entonces, ya me voy —sé que mi voz fue cortante, pero en ese momento no me importó demasiado, simplemente conduje el auto y me alejé sin mirar atrás.
Incluso hoy, todavía recuerdo lo que sentí en aquellos momentos. La decepción, la tristeza, pero, sobre todo, el enfado. Lagrimas comenzaron a salir de mis ojos, así que me detuve en el primer lugar un poco desolado que encontré.
La tristeza se apoderó de mí, no entendía como para Javier el trabajo era así de importante, pero no su esposa. Realmente no sé que esperaba que hiciera en esa situación, dudo mucho que pudiera rechazar una orden de su jefe, pero eso no me hacía sentir bien.
Seis años de matrimonio, cada uno, sintiéndome más sola en esa enorme casa, pues a medida que iba ascendiendo en su trabajo, también dejaba de estar presente en la casa, de abrazarme, de besarme, de…
Y yo aguanté porque es lo que una esposa hace, y lo seguirá haciendo. Pero en ese momento, estaba tan decepcionada, y tan enfada que no intenté retener las lágrimas que salieron de mis ojos.
¿Era mucho pedir que, por una vez, su esposa fuera más importante que su trabajo?, tal vez el problema era yo no le gustaba lo suficiente como para dejar de trabajar solo un día para estar conmigo.
Me sentí furiosa, demasiado triste y decepcionada, así que me quedé ahí. Sentada en el coche, llorando por mucho tiempo. Se suponía que ese día iba a ser el que por fin nos reencontráramos como pareja, y sin embargo, ahora él estaba leyendo y rellenando no sé qué papeles, mientras yo, lloraba en mi auto.
Cuando me cansé de llorar, me di cuenta de que todo eso era inútil, nada cambiaría por más que llorara, así que tenía que ser fuerte, como siempre, e ir a casa.
Conduje, con el rostro como una piedra, me empeñé tanto en no llorar que mis mejillas terminaron doliendo. Llegué a casa, bajé del coche y fue entonces cuando recordé.
No tenía las llaves, se las había entregado a Oscar. Mi primera idea fue no hacer nada, simplemente sentarme en el auto y esperar a que regresara, pues no quería interrumpirlo en algo que él consideraba importante como esa visita a la universidad.
Sin embargo, no tardé en darme cuenta de que si alguien necesitaba que fueran considerada con ella, era yo. Así que saqué mi teléfono y marqué el número de mi cuñado.
—Hola, ¿qué pasa? —me preguntó con esa portentosa voz.
—Hola, ¿te falta mucho para regresar? —pregunté.
—Ya voy rumbo a la estación de metro, ¿qué pasa?
No quería decirle, me parecía que era una cuestión de mi marido y mía, pero tampoco tenía otra opción, no se podía ocultar algo así.
—La cita con Javier se canceló, y estoy afuera, sin poder entrar.
—Ya veo —respondió Oscar —. Bueno, voy para allá, no tardo.
—Está bien —dije, y colgué.
Me senté a esperar, pero no en el auto, sino en los escalones que llevaban hasta la puerta de mi casa, no me importó si alguien me veía, esa era de hecho la última de mis preocupaciones.
Esperé, el tiempo pasaba tan lento, y solo me causaba que pensara más en mi marido, cosa que no quería hacer.
Oscar tardó casi una hora en regresar, el metro era rápido, pero además tenía que subirse a un autobús que lo dejara en la entrada de la colonia, no se acercaba más ya que la pedante gente rica del lugar creía que un transporte publico mancharía la vista, idiotas.
Llegó y abrió la puerta casi sin mirarme siquiera. Entré a mi casa, el lugar al que yo pertenecía. La única cosa que nunca me fallaba, al menos siempre estaba ahí para mí.
Me senté en el sofá, quería ir a recostarme en mi cama, pero no lo hice.
Luego de unos pocos minutos viendo a la nada, sentí como Oscar se sentaba a mi lado, lo miré y me di cuenta de que me había preparado una taza de café.
—No soy muy bueno preparándolo —dijo —. Tal vez no te guste.
Le di un trago, estaba demasiado cargado para mi gusto, pero no me pareció mal. Un sabor fuerte era lo que necesitaba.
—Gracias.
—¿Qué pasó? —me preguntó Oscar.
Yo no sabía si contarle, pero lo pensé rápidamente, tampoco tenía ningún sentido no decirle, no es como si hubiera pasado algo malo. Así que simplemente se lo conté.
—Amo a mi hermano, pero a veces puede ser muy tonto —dijo Oscar, sonriéndome. Yo le devolví la sonrisa.
—¿Te sientes triste? —me preguntó, y yo volví a asentir como respuesta.
—Es normal, supongo —dijo —. Espero que no lo odies por eso, siempre ha sido así, se interesa mucho por el trabajo y las cosas que no son tan relevantes. Aunque bueno, tú lo conoces mejor que yo, así que ya deberías saberlo.
—Sí, ya lo sé —dije —. Y no lo odio, lo amo.
Tal vez fuera mi imaginación, pero al decir esas palabras noté como el cuerpo de mi cuñado se endurecía un poco.
Entonces, hizo una cosa que no me esperaba, me abrazó. No fue algo obsceno ni nada parecido a eso, fue un simple abrazo cariñoso.
—¿Qué haces? —le pregunté.
—Cuando alguien está triste, es normal abrazarlo, ¿verdad?
—Supongo que sí… —respondí. Pues en serió estaba triste, así que correspondí su abrazo. Fue la primera vez que pude tocar su espalda musculosa, y aunque no era la intención, mis manos se sintieron muy bien cuando pudieron sentirla.
Nos quedamos así, abrazados durante un buen rato. Yo sentí como si hubiera recuperado a ese hermano pequeño de antaño.
Mentiría si dijera que me recuperé ese día. Por el contrario, entre más pasaban las horas, más triste me sentía. Pues sabía que, en todos esos momentos, debería estar viviéndolos con mi marido, no sentada en un sofá, o recostada en la cama.
Oscar se quedó un rato más conmigo, hablando un poco de su vida en esos dos años. Así descubrí lo duro que había sido para él comenzar a ir al Gimnasio, al menos al principio. Y también averigüé que su madre al parecer ya no lo mimaba tanto, no parecía molesto por eso.
Sin embargo, llegado un momento volvió a entrar a su cuarto y se encerró ahí un buen rato. Salió para la hora de comer, aunque yo no tenía ganas de preparar nada, así que terminamos pidiendo pizza a domicilio. Se mostró reticente a comerla, pues dijo que tenía mucha grasa, pero finalmente lo hizo.
Trató de volver a hacer conversación conmigo, pero al ver que yo no estaba muy dispuesta, regresó a su habitación.
Por la noche, me fui a dormir temprano, cuando fue evidente que Javier todavía tardaría en regresar. No quería encontrarme con él y que me volviera a pedir disculpas, pues solo me sentiría peor.
Al día siguiente, cuando me desperté Javier no estaba en la cama, me vestí de nuevo y salí de la habitación. Lo escuché hablando con Oscar en el piso de abajo, pero como seguía sin estar preparada para encontrarme con mi esposo, regresé a mi cuarto. Estuve ahí un buen rato, hasta que me di cuenta de lo estúpida que estaba siendo.
Salí de nuevo, ya no se escuchaba ninguna voz. Bajé las escaleras y me encontré con que ya no había nadie. Tras mirar el reloj me di cuenta de que ya casi era la hora de entrada a la universidad de Oscar, pues por fin era lunes, así que seguramente se había ido, lo cual me dejaba otra vez sola, en esa casa tan grande.
Me sentí mal, tal vez debería haber esperado a mi esposo, darle la oportunidad de hablar conmigo. O al menos despedirlo esa mañana, pero de verdad, no creí que fuer a soportar verlo sin ponerme a llorar.
De nuevo, no tenía nada que hacer salvo lavar los platos ensuciados el día anterior. Así que tras eso, me quedé como casi todos los días, aburrida.
Lo único que me quedaba era esperar a que Oscar regresara, tal vez se volviera a encerrar en su habitación, sobre todo si recibía alguna tarea o algo parecido en su primer día del curso, pero al menos así sabría que había alguien conmigo.
Subí las escaleras rumbo a mi habitación, pero entonces escuché un extraño ruido, como un pitido que se repitió tres veces rápido. Me giré extrañada, pues nunca lo había escuchado, pero se me hizo conocido.
Volvió a sonar y entonces supe que provenía de la habitación de Oscar. Guiada por una tonta curiosidad, me encaminé hacía ahí, esperando que volviera a escucharse.
Abrí la puerta y me encontré el lugar bastante más ordenado de lo que esperaba, no había nada tirado, solamente la cama estaba un poco revuelta. Pensé en ocuparme de ella, pero justo entonces volvió a sonar el extraño ruido.
Fue entonces cuando descubrí de donde provenía, miré el escritorio que había en la habitación, sobre él se encontraba la computadora de Oscar, con la pantalla apagada, pero estaba obviamente encendida pues varios leds iluminaban encima del teclado, sin contar que el ventilador hacía ruido.
Como dije antes, sentí curiosidad por saber el origen del extraño ruido, y estando tan aburrida como me encontraba, eso me estaba dando al menos unos pocos minutos de entretenimiento.
Me acerqué a la computadora portail y moví el mousepad para hacer que la pantalla se encendiera. Si lo pienso detenidamente, tal vez de no haberlo hecho nada de lo que cambió mi vida hubiera ocurrido.
Pero lo que sí sé es que revisar esa computadora fue lo mejor que pude hacer en toda mi vida.
Lo primero que vi cuando se encendió la pantalla fue un extraño programa abierto, nunca lo había visto, ya que no suelo usar mucho la computadora, pero no me tomó demasiado tiempo deducir que clase de programa era.
La interfaz era sencilla, tenía una gran lista de archivos en un lado, y al otro una serie de barras que mostraban un porcentaje. Se trataba de uno de esos programas que se utilizan para descargar cosas, la lista mostraba nombres de películas y series que conocía, y algunas que no.
Sonreí al darme cuenta de que Oscar no había mentido, trataba de descargar un montón de películas y series para entretenerse cuando tuviera que volver a su pueblo por casi un mes entero, antes de regresar para sus clases.
El sonido era una notificación de fin de descarga, lo descubrí pues justo en ese momento, lo que parecía un capitulo de una serie se terminaba de descargar. Estos no pesaban demasiado, así que por eso los ruidos se habían repetido tan seguido.
Tras haber descubierto el misterio del ruido, creí que lo mejor sería marcharme, pero entonces algo llamó mi atención, y fue ver que en la barra de tareas se notaba que los dos únicos programas iniciados eran ese para descargar, y el navegador de internet.
Realmente no sé que fue lo que me llevó a hacerlo, si mi curiosidad o que otra cosa pudo ser, pero terminé moviendo el cursor hasta el navegador, hice clic y la ventana se hizo grande frente a mí.
En el navegador, la única pestaña que estaba abierta era precisamente la página de la cual Oscar estaba descargando las películas. Sin embargo, me llamó la atención la barra de favoritos, pues solo tenía una seleccionada como tal, llevaba el nombre de “Mi blog”
Esto aumentó mi curiosidad, pues quise saber qué clase de blog tendría Oscar. Conociendo que era un cerebrito en la escuela, supuse que se trataría de algo relacionado con las matemáticas o cosas parecidas.
Como ya les dije antes, todavía no puedo explicarme que es lo que me llevó a hacer clic en la pestaña para que el blog se abriera. Seguramente la curiosidad tuvo mucho que ver, así como el aburrimiento que sentía. Y una pequeña parte de mí estaba segura de que encontraría con algo referente a la escuela. El caso es que lo hice, y ahí comenzó el cambió en mi vida.
Se abrió una nueva pestaña en el navegador, la cual me llevó al blog. Créanme cuando les digo que no estaba preparada para lo que encontré ahí, y que fue la sorpresa más grande de mi vida.
La interfaz del blog era negra, con letras blancas. Pero más allá de cualquier detalle estética, lo que hizo que callera de espaldas sobre la silla fue el título del blog.
“Mi cuñada, la puta”
Mis ojos se cruzaron sobre esas cuatro palabras una y otra vez, mientras mi mente giraba, tratando de pensar.
Un blog con ese nombre no podía ser de Oscar, ¿verdad?, no había forma de que se estuviera refiriendo a mí, ¿cierto?
Miré hacía la derecha de la pantalla, donde aparece el nombre del propietario del blog y me encontré con que el Nick del dueño era simplemente “OS”
Tenía que ser coincidencia, Oscar Suarez… un blog así no podía ser de mi cuñado.
Bajé entonces la vista a las entradas, había solo cuatro o cinco, según la línea de tiempo, la primera era de dos años atrás. Pero la que llamó mi atención fue la más reciente de todas.
“Tres semanas con ella, día #2”
Llegada a ese punto, me fue difícil encontrar una explicación diferente al hecho que el blog pertenecía a mi cuñado. Sin embargo, en realidad todavía tenía la esperanza de que no fuera nada malo, tal vez una especie de diario. Anqué ver que me llamaba “puta” en el nombre del blog me quitó todas las esperanzas.
No supe cómo reaccionar, todavía no había visto nada y ya estaba hiperventilando.
Moví el cursor por la barra lateral, hasta la segunda entrada más reciente, la cual se llamaba igual, excepto por que tenía un uno en lugar de un dos.
La tercera, era exactamente el mismo título, pero con la palabra “Introducción”
Tragué saliva y abrí esa pestaña. Al parecer, era todo texto, realmente como si fuera un diario, pero por lo que parecía, centrado en mí. Pensé en alejarme, dejar de leer y fingir que no había pasado nada.
Pero no pude moverme, una parte de mí necesitaba saber que era lo que había escrito Oscar, tal vez en secreto fuera alguien peligroso que estuviera escribiendo las maneras en que planeaba asesinarme. Tal vez les parezca un pensamiento raro o exagerado, y en realidad así es, pero créanlo o no, darme cuenta de eso hizo que me sintiera un poco más relajada.
Bajé la vista hacia el texto. Era de una extensión media, suspiré una vez más, y comencé a leer.
“Hace mucho que no escribo aquí, y no sé si alguien leerá esto, supongo que no. Pero voy a usar este sitio para contar mi historia con mi adorable cuñada, ya que me quedaré a vivir en su casa por las próximas semanas”
Nada más leer eso despejó todas mis dudas, había estado tratando de engañarme, pero obviamente ese blog era de Oscar.
“Ya lo expliqué hace mucho, en unas entradas antiguas que borré porque no me gustaron. Pero ella es hermosa, la conozco desde niño y en aquel entonces ya sabía lo bella que era.
Fue la primera mujer que me atrajo en mi pubertad y crecer sabiendo que no sería mía me volvió loco. Nunca he sentido más envidia por alguien que por mi hermano, pues la tiene solo para él.
Yo la idolatraba, y estaba muy enamorado de ella, sin embargo, hace dos años me di cuenta de que solo es una puta”
Esto me sacó de la lectura, pues no me esperaba que me llamara de esa manera, sobre todo porque yo no recordaba haber hecho nada dos años atrás como para ganarme ese sobrenombre.
“Fuimos a acampar, ella, mi hermano y yo…
Me sentía muy feliz, pues podría pasar el tiempo con ella, pero en la noche, cuando creyeron que estaba dormido, tuvieron sexo, en la misma tienda que yo, a escasos centímetros de distancia, creyendo que estaba dormido”
Me separé asustada de la computadora. Lo recordaba, era verdad eso que había escrito. Pude recordar con facilidad aquel día, como le dije a Javier que no debíamos, no con su hermano pequeño al lado. Pero al final, terminé cediendo ante su insistencia, no creí que él se hubiera dado cuenta, suponía que habíamos sido muy discretos.
“Todavía recuerdo como gemía, seguramente pensó que era silenciosa, pero la escuché perfectamente. Esa fue la peor experiencia de mi vida, tener que escuchar como la mujer a la que amas se entrega a otro, aunque sea tu hermano, puede ser muy duro.
Sin embargo, el lado bueno de aquello fue que me desencanté, entendí que ella no era la mujer que yo pensaba, sino que solamente era una puta, una zorra que ama tener sexo y no le importa donde sea.
Desde ese día, dejé de verla con los mismos ojos y la verdad es que me ayudó. Pues comencé a pensar más en mí y menos en ella. Ya no fui amistoso, descubrí que no me importaba que alguien así pensara bien de mí”
Eso explicaba porque luego de ese viaje a acampar a penas si me habló. En aquel momento me pareció extraño, pero como solo quedaban dos días de nuestra visita, no tuve tiempo de prestarle la atención que debía.
“No la he visto en dos años, pero ahora se me presenta la oportunidad de pasar un mes con ella. En este tiempo que cambiado mucho. Aunque estoy seguro de que mi cuñada sigue siendo la misma, hermosa, con un cuerpo envidiable y esa sonrisa cautivadora, pero en el fondo, no será más que una zorra.
He estado ansioso por verla. Quiero saber si sigue siendo tan bella como la recuerdo, tal vez lo sea incluso más, después de todo, ¿acaso los treinta no son los mejores años de una mujer?
Porque, aunque ya no siento lo mismo por ella, la sigo deseando. Es una mujer muy sexy, se merece toda la atención que yo le daba, al menos por su maravilloso cuerpo.
Creo que haré algún movimiento con ella si se presenta la oportunidad. Estoy seguro de que mi hermano sigue siendo el mismo, un hombre despistado que prefiere centrarse en las cosas menos importantes, apostaría mi vida a que ha estado descuidando a su mujer.
Eso me presentaría una muy buena oportunidad para intentar algo con ella.
Espero que las próximas entradas, al igual que mi vida en esa casa, sean muy interesantes.”
Y eso era todo. La entrada terminaba ahí. Debo admitir que me quedé en shock, pensando por un momento que nada era real, aquello debía ser una simple broma.
Pero no, todo era verdad, nadie gastaría una broma así, al menos, no una persona cuerda.
Era demasiada información para asimilar. No podía creer que él nos hubiera escuchado aquella noche en el bosque, cuando acampamos. Aunque pensándolo bien, eso fue idiotez de nuestra parte, era obvio que se despertaría con el ruido.
Lo que sin duda no esperaba es que la percepción que él tenía de mi cambiara después de eso. ¿Cómo podía llamarme puta solo por algo así?
Estaba confundida, no sabía que sentimiento ganaba, si la sorpresa o el enfado.
Me sorprendía averiguar que realmente hubiera estado enamorado de mí. Mi suegra había tenido razón, debí haberla escuchado.
Y me enfadaba el hecho de que estaba convencido de que yo era una puta, ¿quién se creía para ofenderme así?, lo peor es que lo hacía en internet, a pesar de no dar mi nombre, era algo así como un lugar público, aunque nadie visitara su blog. No me importaba.
Cerré la pestaña del blog y me crucé de brazos, no sabía como proceder. ¿Debería contarle a mi marido sobre eso?, lo pensé durante tanto tiempo, que la pantalla de la laptop quedó en negro.
No, si le decía, seguramente iba a enfadarse con Oscar, recordé las palabras de mi suegra de años atrás, cuando me dijo que no quería una guerra entre sus hijos, y lo cierto es que yo tampoco.
Lo que escribió ahí era ofensivo, pero pese a todo, me pareció que no era algo tan grave como para contárselo a Javier y provocar una gran pelea entre hermanos. Tenía que solucionarlo yo, hablando con Oscar en cuanto regresara de la universidad.
Salí de su habitación, dispuesta a pasar el resto de la mañana reuniendo valor, y pensando en que palabras usaría al confrontarlo Obviamente tenía que decirle que no era bueno que pensara eso de mí, pero supuse que también debía disculparme por el incidente ocurrido cuando fuimos a acampar.
Lo cierto es que me sentía un poco mal por él. Yo nunca lo había visto de esa manera, pero si él estaba realmente enamorado de mí, debió haber sido un golpe tremendo escucharme haciendo eso.
Si lo pensaba bien, era irónico que una noche de sexo causara aquello, considerando el poco que había tenido desde entonces.
No obstante, no podía permitir que la lastima me venciera, así que me dirigí a mi habitación, necesitaba algo para calmarme, pero no se me ocurría que, así que pensé en recostarme en la cama y tratar de despejar la mente.
Al principio pareció funcionar, pues a mi cerebro llegaron varias frases que podía decirle a Oscar cuando volviera, y estaba segura que surgirían efecto.
No obstante, debo admitir que conforme pasaban los segundos, y después los minutos, estos pensamientos se hacían más débiles. No es que hubiera dejado de estar enfadada, sino porque me di cuenta de que había dos entradas en ese blog que no leí.
Una parte de mí me decía que no lo hiciera, pero la otra, ese lado un poco aventurero y cínico que tengo, me dijo que lo mejor sería hacerlo, pues de ese modo, podría saber que más escribió sobre mí y confrontarlo con más armas.
No estaba segura si era buena idea o no, pero cuando me di cuenta, mis piernas ya se estaban moviendo, cargando mi cuerpo en dirección de la habitación de Oscar.
Volví a encender la pantalla de la computadora, abrí de nuevo la pestaña del navegador, y una vez más, entré al blog de Oscar.
Mi piel se erizó de nuevo al ver el título, “Mi cuñada, la puta”, era ofensivo, pero por alguna razón esta segunda vez que lo veía, no me molestaba tanto como debía.
Bajé el cursor hasta la segunda entrada más reciente, esa que llevaba por nombre.
Tres semanas con ella, día #1
Sentí una punzada de nervios, pero también una emoción extraña que no supe explicarme. No sabía que es lo que me iba a encontrar en la narración que Oscar hubiera escrito, pero, de cualquier manera, hice clic en ella, esperando que se abriera en el navegador.
No tardó demasiado, así que tragué saliva y comencé a leer.
“Hoy comenzó mi estadía de un mes en casa de mi cuñada, debo decir que me presenté un par de horas antes de lo acordado por mi padre, pero eso es irrelevante.
En cuanto llegué pude comprobar que no ha cambiado nada, sigue siendo una puta, capaz de recibir al hermano de su esposo vistiendo solo una bata de baña, en la cual a simple vista se notaba que no había nada debajo.
Me complací bastante al ver que estos dos años no le pasaron ninguna factura, por el contrario, en cuanto abrió la puerta me fue difícil no concentrarme en mirar su espléndida figura”
—¿Esplendida figura? —pregunté en voz alta —¿Quién habla de esa manera?
Y es que había notado una cosa curiosa con el texto, pues parecía alguna clase de informe científica, al menos por el tono serio y el vocabulario que estaba usando. Supongo que la escritura no es uno de los talentos de mi cuñado, es un cerebrito de los pies a la cabeza.
“Lo que más llamó mi atención en ese primer encuentro fueron sus pechos, tan grandes y firmes como los recordaba de años atrás. En aquellos tiempos me moría por tener una oportunidad de tocarlos, recuerdo cómo me lanzaba hacia ella para abrazarla, y aprovechar que, debido a mi altura, estos quedaban justo en mi rostro.
Fue bueno comprobar que no había perdido nada de atractivo en esa parte. No obstante, tampoco se puede ignorar el resto de su cuerpo. Sigue teniendo las mismas curvas que enmarcan su anatomía. Mis amigos del pueblo solían bromear sobre lo “buena” que estaba mi cuñada, y aunque sé que era así, me inclino a pensar en que en estos momentos lo está todavía más”
A pesar del estilo de escritura y el tono casi de ensayo que tenía el texto. No negaré que me sentí un poco halagada al leer esas palabras. Sé que estaba mal sentirme así, pero tanto mi cuerpo como mi cerebro agradecieron que alguien por fin les hiciera un cumplido.
“No puedo describir exactamente lo que sentí al verla de nuevo, y menos vestida así. Fue como si algo volviera a despertar en mi interior. Tengo que admitir que se veía realmente hermosa y tuve que usar mucha fuerza de voluntad para que ella no notara lo que me estaba causando”
Debo admitir que esto me tomó por sorpresa, pues realmente, yo no había notado ninguna reacción de su parte al verme cubierta únicamente con la bata, si lo que estaba escrito ahí era real, mi cuñado tenía una gran cara de póker.
Me sentí halagada de nuevo por lo que había escrito, que me llamara hermosa me hizo sentir bien, y he de admitir que me hizo olvidar bastante del enfado que tenía con él.
“Sin embargo, eso no fue comparado con lo que me esperaba unos minutos más tarde.
Después de darme la bienvenida con esa bella sonrisa que siempre ha tenido y probablemente siempre tendrá, mi cuñada me invitó a llevarme a mi habitación. Es una casa grande, más que cualquiera que haya visto antes, así que tuvimos que subir al segundo piso.
Fue ahí donde, tras mostrarme mi habitación, mi sexy cuñada decidió que era apropiado enseñarme también otra cosa.
De pronto hizo un movimiento extraño y terminó tirada en el piso, al parecer tropezó al caminar, pero de una forma tan rara que no dudo que haya sido intencional.
Al ayudarla a levantarse, la bata que estaba usando se aflojó de algún modo y terminó quedando en el suelo mientras ella se ponía de pie.
Debo admitir que fue un espectáculo maravilloso, ver esa bata deslizarse por su suave piel hasta quedar tirada fue tan estimulante como si hubiera estado observando miles de pétalos de rosa cayendo por su cuerpo.
Sentí una descarga eléctrica que recorrió todo mi cuerpo, mi cuñada es la mujer más sexy que jamás he visto, y durante tantos años desee verla desnuda, pero lo que no me esperaba era que ese sueño se cumpliera de esa manera.
Sus grandes y perfectos pechos quedaron a la vista y mientras los recorría con la mirada, no pude contener una gran erección en mi entrepierna.
Era el cuerpo de una diosa, probablemente la misma afrodita le tendría envidia, ni una sola gota de grasa, no había ninguna imperfección.
No la pude ver completamente desnuda, pues sí que estaba usando bragas, pero a pesar de eso, la imagen fue tan sensual que admito que me vi tentado a abrazarla y hacerle el amor ahí mismo.”
A medida que leía sus pensamientos sobre el incidente noté una extraña reacción en mi cuerpo, al igual que él lo describía en su relato, sentí una descarga eléctrica que no tardó en convertirse en calentura.
No me gustaba la idea de que mi cuerpo reaccionara de esa manera leyendo como mi sobrino aceptaba que se excitaba conmigo. Pero había pasado tanto tiempo desde que obtuve una reacción parecida de mi marido, que admito que mi ego se infló al saber que todavía podía excitar a los hombres.
“Me quedé embobado mirándola durante unos segundos, y la visión de ese cuerpo tan perfecto despertó de nuevo en mí un deseo irracional. Quise lanzarme sobre ella, tomarla en mis brazos, meterla en la habitación y demostrarle quien manda en la cama.
Pero me las arreglé para no hacerlo, aún es la mujer de mi hermano. Y aunque no sea más que una puta, capaz de mostrarse desnuda ante su cuñado en la primera ocasión que tiene, pienso que puedo contenerme todavía. Aunque siendo sincero conmigo mismo, no creo que eso dure demasiado.
La forma en que ella se movió de un lado para otro, tratando de cubrir ese obsceno cuerpo con su bata de nuevo, no ayudó para calmarme. Sus tetas rebotaban de arriba abajo, como si me las estuviera presumiendo.
Y es que sé que así era, aunque se disculpara y mostrara una cara de mujer avergonzada, puedo decir con seguridad que ella quería mostrarme su cuerpo, no sé con qué propósito, probablemente solo quería calentarme, como seguro hace con cualquier hombre que se encuentre.
Es una puta, no hay más explicación que esa, estaba tratando de provocarme y yo casi caigo en su juego. Por fortuna, no fue así, la dejé con las ganas, y con mano firme hice que fuera a vestirse.
Porque las cosas no van a ocurrir cuando ella quiera. Yo soy el que tiene el control, y todo pasará cuando yo lo diga”
Mi corazón latía con más fuerza mientras seguía leyendo. Me parece curioso. Se me erizó la piel en la parte que mencionó mis tetas rebotar frente a él como si estuviera tratando de seducirlo.
Cuando pensé en escribir esto me hice la promesa de no mentirles ni a ustedes ni a mí misma. Sin embargo, tal vez adorne un poco la verdad para hacerla más interesante.
Pero en este caso no es necesario. Acepto que con cada palabra que leía se me erizaba más la piel. Mis latidos aumentaban y la temperatura de mi cuerpo subía. Me estaba excitando.
Yo había vivido cada uno de los momentos Oscar estaba narrando ahí, pero es que leer su punto de vista hacía que todo cambiara. El hecho de que pensara que yo lo estaba tratando de seducir le añadió mucho morbo a mi recuerdo de la situación.
Estaba equivocado, por supuesto, eso solo fue un accidente. Pero de repente, en mi mente se dibujó la idea de que no lo hubiera sido, de que realmente yo hiciera todo aquello con intención de seducirlo.
No era más que una falsa fantasía, pero a mi mente pareció gustarle, pues mi piel se erizó más y unos escalofríos recorrieron toda mi espalda hasta llegar al cerebro, provocando un extraño placer.
Estaba en problemas. Dos meses sin haber sido complacida por mi marido, sin poder calmar todos los obscenos deseos que una esposa tiene, aunque se niegue a que otros lo sepan. Eso me estaba afectando más de la cuenta.
Sin embargo, debo decir que la parte que más me gustó de esa última narración fue cuando aseguró que yo intentaba seducir a cualquier hombre que me encontrara, que era una puta.
Sé que debería haberme ofendido, como lo hice minutos antes con la anterior entrada del blog. Pero esta vez su escritura me había estimulado de una forma diferente. Saber su punto de vista de los sucesos hizo que me calentara, y tal vez por eso, que él me llamara puta ya no era algo que me pareciera tan ofensivo.
Todavía había algo de texto, pues yo sabía que falta por contar otro pequeño suceso de ese día. Así que volví a suspirar antes de ponerme a leer.
“Las cosas no acabaron ahí ese día.
Salimos de compras, y pude notar que en ocasiones se comportaba de manera extraña. Aunque no puedo decir con exactitud qué era lo que le pasaba.
Sin embargo, lo importante ocurrió en la casa. Necesitaba lavar mi ropa, y me llevé una gran sorpresa cuando ella se ofreció a hacerlo.
Me gustó que se mostrara tan servicial, pues así debe ser. En estos dos años he aprendido muchas cosas, una de ellas es que, las mujeres como ella tienen un lugar, y es servir, ayudar en todo lo que alguien como yo necesite.
Así que, complacido por que ella misma aceptaba esto, la dejé con la ropa en el piso de abajo mientras yo subí a mi nueva habitación, para cambiarme la ropa sucia y entregársela. Sin embargo, me llevé una sorpresa cuando después de haberme desnudado casi por completo, la encontré parada en la puerta, observándome.
Pude sentir su mirada depredadora sobre mi cuerpo, como si estuviera observando una apetitosa botana que quisiera probar. Admito que eso me gustó, después de todo, eso es el punto de todo.
Estoy seguro de que ya lo comprendió, pero este cuerpo atlético y musculoso lo construí para ella. Alguien muy importante me dijo que las mujeres se ven atraídas por hombres así. Nunca me consideré guapo, pero según esa persona, lo soy, solo necesitaba esforzarme un poco más para crear a mi verdadero yo.
Con eso en mente, me he estado matando por dos años para conseguir este cuerpo, así que me alegra saber que tiene el efecto deseado en mi cuñada. Pues no dejó de observarme, me comía con la mirada en todo momento.
Me preguntó si se excitó al verme, estoy seguro de que sí, después de todo, así son las mujeres como ella, siempre buscando algo que las estimule, que las haga prenderse en fuego por dentro.
Creo que desearía haber tocado mi cuerpo, pasar sus manos por mi abdomen, mi pecho y mis brazos. Se veía en su mirada que estaba ansiosa de hacerlo. Y acepto que tal vez se lo hubiera permitido, pero me alegro de no haberlo hecho, pues estaría haciendo lo que ella quería. Ya llegará el momento en que dejaré que me toque, y por supuesto, será cuando yo sepa que está lista para ser mía.
No obstante, le di la oportunidad, le ofrecí no solo tocar una parte de mí, sino verme desnudo por completo, y por sus ojos, creo que, si se lo hubiera pedido un poco más, habría terminado haciéndolo. Pero no, esa clase de oportunidades solo se ofrecen una vez, si las acepta o no, es decisión suya, pero no habrá segunda ocasión, al menos no tan pronto.
Luego de ese momento tan caliente, en el cual ella se notaba que se estaba derritiendo por dentro, le entregué mi ropa, incluido el bóxer que había estado usando. Mi cuñada bajó de nuevo para lavar la ropa mientras yo me quedaba en mi habitación, escribiendo esto.
No sé que hizo con la ropa, pero es una puta, y si se comporta exactamente como las putas se supone que deben hacerlo, entonces estoy seguro que las olfateó, excitándose como una perra en celo durante varios minutos, hasta que ya no pudo más”
Al terminar de leer ese texto me encontré de pronto expulsando un montón de aire de mis pulmones. Sin darme cuenta había estado conteniendo la respiración. Y es que era demasiada información que procesar.
Lo primero que llamó mi atención fue todo eso de que yo era servicial con él. No entendí de que estaba hablando, pues lo único que hice fue ser una buena anfitriona.
Fue bastante sorprendente que tuviera esa opinión sobre lo que llama “las mujeres como yo”, aunque me sorprendió más saber que alguien se lo había enseñado en estos dos años sin verlo. No pude evitar preguntarme quien sería esa persona, seguramente nadie bueno, una mala influencia para él.
Y, sin embargo, mi cuerpo seguía estando caliente, mi piel erizada y mis pezones ya se habían puesto erectos solo por leer todo lo que había escrito hasta el momento. Y el hecho de que pensara que yo estaba para servirle, más allá de ser una sorpresa, no resultó ser tan molesto como lo pensaba.
Pensando en retrospectiva. Creo que ese fue el primer momento en que me lo plantee seriamente. Pero claro, todavía no tenía ni idea de hasta que punto él tenía razón con sus palabras en esa entrada de su blog.
Por supuesto, descubrir que yo era la razón detrás de su cambio físico tan radical fue una sorpresa incluso más grande. Según lo que podía entender de la lectura, Oscar ya no me veía como antes. Había dejado de ser aquella chica inalcanzable para pasar a ser una puta a sus ojos.
Entonces, no era el mismo amor lo que sentía por mí. Sino algo más, deseo carnal. No puedo explicar por qué, pero llegar a esa conclusión hizo que mi cuerpo volviera a estremecerse lleno de excitación.
Pues me emocionaba pensar que alguien estuviera dispuesto a hacer eso solo para despertar en mí el mismo deseo hacía él. La falta de interés que mi marido demostraba a veces me había hecho pensar que tal vez el problema fuera mío.
Más de una vez me encontré a mí misma pensando en que tal vez no era tan hermosa como lo pensaba, que no lo excitaba y por eso había dejado de tocarme.
Y, sin embargo, ahora todo eso dio un giro completo en mi mente. Oscar estaba dejando claro en estos textos que me deseaba, no dejaba de repetir lo maravilloso que era mi cuerpo y lo hermosa que era…
Sentí una oleada de furia recorrer mi cuerpo. Pero no contra Oscar, sino contra Javier. ¿Mi joven cuñado era capaz de matarse entrenando durante dos horas solo para llamar mi atención, pero mi marido no podía dejar de asistir al trabajo ni en su día libre?
No sabía ni que pensar sobre todo aquello. Desde luego, amaba con toda mi alma a Javier. Pero el descubrimiento que acababa de hacer respecto a Oscar hizo que mi percepción de él cambiara bastante.
Como pueden imaginar, para estas alturas, el enfado inicial que sentí había desaparecido casi por completo, y dado paso a un montón de sentimientos nuevos, los cuales se entremezclaban, dejándome sin saber exactamente que sentir.
No obstante, la sorpresa y la excitación eran los que más predominaban en aquel amasijo de sensaciones.
Y justamente, lo sorprendente era que, lo que más me excitaba era justamente el último párrafo de la publicación. Ese donde decía que estaba seguro de que había olfateado su ropa interior.
No podía creer que realmente lo supiera, se me ocurrió que tal vez me espió mientras lo hacía. Pero es que era imposible que pasara, porque yo estaba de frente a la puerta del cuarto de lavado, habría visto sin duda si él se hubiera acercado para espiarme.
¿Entonces cómo podía saberlo?, la duda flotaba en el aire y hacía que mi cabeza diera vueltas. No tenía sentido que solo estuviera adivinando. Volví a leer el párrafo y encontré la respuesta.
Ahí decía que eso es lo que se supone que hacen las putas. La frase no tenía demasiado sentido para mi mente, pero, por el contrario, hizo estremecer a mi cuerpo.
¿Sería cierto? ¿Eso es lo que hace una puta cuando lava la ropa de un hombre?, tengo que admitir que al lavar la de mi marido a veces lo hago, y tal vez eso fue lo que me llevó a hacerlo también con la de Oscar. ¿Eso me convertía a mí en una puta, como tanto se empeñaba mi cuñado en afirmar?
No, sabía que no podía ser, y sin embargo, entre más leía ese pequeño párrafo en aquel texto enorme, más mi cuerpo se estremecía, y se calentaba alcanzando temperaturas que no eran normales.
Al mismo tiempo, mi mente giraba, tratando de concentrarse en una sola cosa, alejar todas las demás para que no me confundieran.
Finalmente, decidí leer también la entrada más reciente. Esa que hablaba sobre el segundo día de su estancia. Estaba guiada por la curiosidad y la excitación.
Fue una sorpresa cuando la entrada se abrió y en la pantalla solo me encontré un pequeño párrafo.
“Mi hermano es un gran idiota. La hizo llorar, y por su culpa ella estuvo encerrada todo el día en su habitación.”
Me sorprendí bastante al leer esto. Primero que nada, por que llamara idiota a su hermano. En todos los años que lo conocía, nunca lo había escuchado hablar mal de Javier, era como su héroe. Y también me sorprendió que no contara nada sobre el hecho que el día anterior lo había vuelto a ver casi desnudo al salir de la ducha.
Me quedé sentada un buen rato sobre la silla, esperando que todas las emociones me abandonaran por fin. Pero parecía como si hubieran decidido quedarse a vivir en mi mente.
Simplemente no podía dejar de pensar en todo lo que acababa de descubrir. En cómo me hacía sentir, nunca pensé que mi cuñado me viera de esa manera, no me imaginaba que me odiara, o que al menos, me despreciara por lo ocurrido hace dos años en aquella acampada.
Y, sobre todo, seguía sin comprender que leer eso me hubiera excitado tanto. Sin duda se debía a todo lo que había estado conteniendo por culpa de que mi marido llevaba meses sin tocarme. Siempre fui una mujer que le gusta el sexo, y estar tanto tiempo sin él me afectaba más de lo que desearía.
Luego de haber leído aquello, sentía tanta curiosidad por lo que escribiría después, que mi idea de confrontarlo se había desvanecido.
Pero me di cuenta de una cosa. Oscar no podía escribir más si no ocurría nada entre nosotros.
Cerré la pestaña del navegador, dejé abierta la ventana con el programa de las descargas, el cual había seguido sonando todo el tiempo, aunque yo no le prestará atención, y me quedé otro rato sentada en la silla, pensativa.
Repasé en mi mente las partes más interesantes y que más me habían emocionado de la lectura y me di cuenta de que había dos cosas que sobresalían por encima de las demás.
La primera era esa idea de que las putas olían la ropa de los hombres al lavarla. Seguía pareciéndome una completa tontería, pero no podía quitarme la idea de la mente. Sin embargo, comprendí que no podía hacer nada con eso, al menos no por ahora.
Así que pensé en la otra cosa que más llamaba mi atención, y era esa idea de que las mujeres como yo tenían que ser serviciales con personas como él. Esto no termina de comprenderlo del todo.
¿Qué eran las “mujeres como yo? ¿Y las personas como él?, estaba claro que debía referirse al modo de ser de ambos, de alguna manera.
Pero no importaba a que se estuviera refiriendo, pues una pequeña idea empezó a germinar en mi mente.
Tal vez puedan pensar que estoy loca, o que lo estaba en ese momento. Pero es que para entonces yo había comprendido una cosa, y es que esos escritos de Oscar tenían el potencial para convertirse en mi entretenimiento diario mientras él estuviera ahí.
Podría mantenerme ocupada leyéndolos todos los días, cuando terminara mis tareas domésticas. Lo supe al ver la hora, pues había pasado ya mucho tiempo desde que comencé a leerlo, prácticamente era el momento de preparar la comida.
Sin embargo, entendía que no habría más escritos si volvía a ocurrir lo del día anterior. No podía permanecer en mi habitación encerrada sin darle algo sobre lo que escribir.
Fue un pensamiento peligroso, ahora lo sé. Pero en ese momento solo estaba pensando egoístamente en mantenerme entretenida, en volver a excitarme como lo había hecho leyendo esa primera entrada.
Así que tenía que darle algo de material para que él lo escribiera y yo poder leerlo al día siguiente.
Emocionada, me dirigí a mi habitación, se me había ocurrido algo. Entré y comencé a buscar entre mis ropas.
Encontré una falda y una blusa corta que llevaba años sin usar. No eran demasiado vulgares, pues tapaban buena parte de mi cuerpo, o al menos así era la última vez que las usé. Pero dejaban bastante de mi piel a la vista, de mis piernas y abdomen, además de que la blusa tenía un muy buen escote.
De hecho, recuerdo habérmelas puesto en aquellas vacaciones dos años atrás. Mi marido me había reprendido porque eran ropas de adolescente y yo ya era una mujer, pero no me importó, en ese pueblo hace mucho calor, y necesitaba estar fresca.
Las miré con una sonrisa, sabía que lo que planeaba hacer era una locura, pero estaba despechada por el desprecio de mi marido, y excitada por el interés de mi cuñada.
Tal vez debí haberlo pensado mejor, calmarme y dejar que mi cerebro procesara todos mis pensamientos. Es posible que, de haberlo hecho, mi vida no hubiera cambiado tanto.
Sin embargo, no lo hice, comencé a quitarme la ropa que llevaba puesta y vestirme con el par de prendas de que había elegido.
—¿Así que te gusta mi cuerpo? — pregunté en voz alta, pensando en Oscar —¿Y las mujeres serviciales?
Me miré al espejo, me veía hermosa, pero más que nada, muy sexy.
—Bueno, yo te voy a dar mucho de eso. Y a cambio, más te vale que me entregues buen material para mi entretenimiento.
FIN CAPITULO 2