La visita de Jorge
Traté de fingir que no me daba cuenta, pero su erección me apuñalaba entre mis nalgas, llegando incluso a crear una ligera separación entre ellas. Tenía el pene muy caliente y mi coño había comenzado a dilatarse inconscientemente.
Jorge y yo todavía no nos conocíamos personalmente, pero llevábamos dos meses charlando por WhatsApp y un sinfín de llamadas telefónicas hasta altas horas de la madrugada.
Jorge era el sobrino de un amigo mío y de mi madre, del cual siempre me habían hablado maravillas tanto su tío como su hermana, la cual insistió en que teníamos que conocernos porque nos llevaríamos genial.
Nunca me ha gustado que me hagan de celestina, pero lo cierto es que nunca fue así. En cuanto su hermana me enseñó varias fotografías de él, un extraño y curioso interés se despertó en mí. Moreno, alto, una sonrisa realmente grande y deslumbrante y unas manos que podrían agarrar de sobras mi pequeño y delgado cuerpo. No era mucho mayor que yo, lo cual fue algo novedoso, ya que desde que tengo uso de razón me han gustado hombres bastante mayores que yo. Era joven, treintaidós años y era familiar de un amigo, lo cual me llevaba a intuir parte de su carácter… ¿qué podía ir mal?
Efectivamente todo fue como la seda. Nuestras conversaciones eran adictivas y divertidas, al mismo tiempo que tórridas. Nuestra atracción sexual era más que evidente, pero ambos pasábamos por momentos delicados sentimentalmente y no queríamos perder nuestra buena relación.
Por fin llegó el día en el que íbamos a conocernos personalmente. Después de una larga espera, el día había llegado. Estaba terriblemente nerviosa al mismo tiempo que feliz e ilusionada. Jorge despertaba en mí sensaciones que ningún otro hombre había hecho.
Habíamos quedado en que pasaría a recogerle a la estación. Venía desde Madrid a Barcelona para quedarse todo el fin de semana en mi casa.
A tan sólo dos horas de su llegada, había dejado mi piso más limpio que nunca. Mi pelo azul relucía bajo los rayos del sol, mi piel estaba inundada de crema hidratante con perfume a coco, maquillaje impoluto y sutil a excepción de mis labios enmarcados en un color borgoña oscuro. Uñas pintadas de negro, como siempre, al igual que mi ropa, la cual me había decidido por una camiseta básica de tirantes ceñida, dejando ver los tatuajes de mis brazos y una buena parte de mi escote. Shorts cortos vaqueros de un gris prácticamente negro, medias de rejilla ancha y unas botas de estilo gótico con un tacón ancho adornaban mi cuerpo junto a mi bolso de polipiel negro.
18:30 de la tarde. A tan sólo quince minutos de la llegada de Jorge, me encontraba sentada en los bancos de la sala de espera de la estación leyendo un libro hasta que llegase la hora.
Cuando por fin dieron las siete menos cuarto, me dirigí a la vía en la que iba a bajar. Evidentemente, allí estaba. Pude distinguir desde lejos aquella sonrisa a la que tan adicta me declaré ya sin conocerle.
En menos de lo que pude darme cuenta ya lo tenía a unos diez metros de distancia, y no pude evitar correr hacia él y lanzarme contra su cuerpo en un abrazo.
Sin darme cuenta había hecho que Jorge tirase su maleta y abrigo al suelo para poder sostenerme en brazos mientras yo rodeaba su cuerpo con los míos y las piernas.
Nos quedamos mirando fijamente a menos de un palmo el uno del otro. Nuestras miradas se intercalaban entre nuestros ojos y nuestros labios sucesivamente. Parecía que íbamos a besarnos, pero cuando Jorge hizo un pequeño amago de ello mi cabeza se hundió sobre su pecho acompañada de un grito de alegría, evitando así el contacto visual que tan nerviosa me ponía.
Cogimos mi coche y le estuve enseñando un poco la ciudad, la cual ya conocía prácticamente en su totalidad, hasta llegar a mi casa. Dejó sus maletas, se dio una ducha y salimos a cenar y a tomar un par de copas. No paramos de charlar y de reír durante toda la noche. Del mismo modo que yo no podía dejar de poner mis ojos sobre los suyos. Eran realmente preciosos… Tenía la mirada rasgada más preciosa con la que me había topado. Y sus labios, con un arco de cupido perfectamente definido, reclamaban los míos a cada minuto que pasaba. Pero debía ser prudente…
Por fin llegamos a mi casa. Jorge estaba muy cansado del viaje y necesitaba descansar. Entramos a mi dormitorio y cuando nos situamos delante de la cama un incómodo pero morboso silencio se produjo entre esas cuatro paredes.
-Bueno, sólo tengo una cama. Supongo que no te importará dormir conmigo. Si es así, yo duermo en el sofá. -dije irrumpiendo el silencio.
¿Cómo vas a dormir en el sofá estando en tu propia casa? ¿Estamos locos? – añadió él sosteniendo mi mano y llevándome con una ligera fuerza hacia el colchón.
Sólo trataba de ser correcta. Te aviso que no duermo con pijama, pero por ser correcta me quedaré en ropa interior y camiseta.
Duerme como tú estés cómoda, Lucía. Yo voy a dormir en calzoncillos también, así que no te preocupes.
Seguidamente nos sentamos de espaldas al otro, uno a cada lado de la cama y nos quitamos la ropa. Yo me dejé la misma camiseta que llevaba, desabrochando mi sostén por encima de la ropa y sacándolo por un lateral de la prenda. Mis pezones junto, a los piercings que los adornaban, se marcaban muy endurecidos bajo la tela y eso en parte me abrumaba.
Me quité el calzado, medias y pantalones muy rápidamente, quedándome sólo con un culotte de licra de una tonalidad azul bastante similar a la de mi pelo.
Cuando fui a meterme dentro de la cama, pude comprobar que Jorge ya estaba dentro y que no me había quitado ojo mientras me desnudaba.
¿Se puede saber qué miras tanto? -pregunté.
Tienes un cuerpo muy bonito, Lucía. No deberías quererte tan poco. Ven aquí. – dijo mientras me hizo un gesto con su mano izquierda en señal de que me acercase.
Nos quedamos callados mientras nos fundimos en un cálido abrazo bajo las sábanas. Puse mi cabeza sobre su pecho y pude notar cómo los latidos de su corazón se aceleraban, del mismo modo que yo notaba los míos en lo más externo y profundo de mi sexo.
Sentir las manos de Jorge rodeando mi cuerpo y su intensa y entrecortada respiración contra mi pelo estaban logrando excitarme rápidamente.
Sus dedos se entrelazaron con los míos y comenzó a juguetear con su pulgar contra el dorso de mi mano.
-Voy a apagar la luz, ¿vale? – dije tímidamente.
- Vale. – respondió él algo cortado.
Me di la vuelta quedando de espaldas a él y apagué la luz. En tan sólo una fracción de segundo pude notar su enorme erección contra mis nalgas.
No dije absolutamente nada y me dispuse a dormir, pero Jorge apretó su cuerpo contra el mío rodeando su brazo izquierdo mi cintura. Me besó la clavícula y me deseó buenas noches con una voz muy sensual.
Traté de fingir que no me daba cuenta, pero su erección me apuñalaba entre mis nalgas, llegando incluso a crear una ligera separación entre ellas. Tenía el pene muy caliente y mi coño había comenzado a dilatarse inconscientemente.
Ninguno de los dos decía nada, nadie se movía, pero los segundos y los minutos pasaban y mi apetito sexual iba en aumento.
Sin tan sólo ver algo de su erección, podía poner la mano en el fuego a que se había duplicado de tamaño. Sentía cómo su pene se iba hinchando más y más y cómo la presión de su mano izquierda contra mi abdomen indicaba la intensidad de excitación que callaba.
Mi coño estaba completamente abierto y mi ropa interior estaba comenzando a humedecerse. Juraría que Jorge podía sentir en sus calzoncillos lo mojada que me encontraba.
Minutos más tarde y todavía con un extremo calor en nuestras entrepiernas, me incorporé un poco tratando de aclarar que quería dormir. Pero el resultado fue totalmente opuesto. Había rozado mis muslos directamente sobre su pene de arriba abajo y de abajo arriba al incorporarme, provocando así un suspiro muy intenso que se escapó de su boca.
No pude disimular que aquel frote me había gustado. Mucho. Me había encantado. Sentir el largo trayecto del pene de Jorge contra mi trasero era una sensación muy morbosa, la cual me incitó a repetir el movimiento.
Volví a hacerlo, una, dos, tres, y una pérdida de cuenta de veces. Ahora Jorge me apretaba más contra él, y yo me frotaba más fuerte contra su cuerpo.
Cada vez que realizaba uno de estos movimientos, la costura de mi ropa interior friccionaba suavemente mi clítoris, endureciéndolo poco a poco con una placentera estimulación acompañada de un gran bulto de carne contra la entrada de mi vagina.
Comencé a gemir. Bajito, muy bajito. Pero con el suficiente volumen para que el oído de Jorge lo percibiera.
Su mano comenzó a subir por encima de mi camiseta en busca de mi pecho. Rápidamente dio con él, agarrando de un modo delicado todo su volumen y acariciándolo con movimientos circulares.
Seguidamente sus dedos comenzaron a pellizcar mi pezón y las bolas de mi piercing, endureciendo estos más todavía.
Mientras él no apartaba su mano de mi pecho izquierdo, yo no dejaba de frotarme contra él cada vez con más y más fuerza. Estaba muy mojada, estaba muy excitada, y mi cabeza dejó de formar parte de mi cuerpo desde aquel momento. Había perdido el control. Ahora mandaba mi apetito sexual.
Me aparté de golpe y encendí unas pequeñas luces de iluminación tenue que adornaban el cabecero de mi cama para poder ver su cara, para poder ver su cuerpo, sin deslumbrarle mucho.
Seguidamente sin mediar palabra tomé el control y me senté sobre él, agarrando sus manos y poniéndolas sobre mi trasero.
Estaba totalmente desencajado. La expresión de sus ojos era totalmente de sorpresa y de excitación.
Resopló. Resopló varias veces seguidas mientras, sin apartar las manos de dónde yo le había indicado, se me comía con la mirada una y otra vez.
¿Te gusta tocarme, Jorge? – pregunté.
…
Dime, Jorge. ¿Te gusta tocarme o también te gusta que te toque yo? – dije colocando mis manos sobre su paquete.
Joder… - dijo entre dientes mientras se mordía el labio.
Podía ver que Jorge no era de hablar mientras mantenía relaciones sexuales, así que le respeté en ello y me situé en su zona de confort. Sin quitarme de encima lo incorporé hacia mí quedando los dos sentados, yo encima de él.
Retiré sus manos de mi trasero y las coloqué sobre mi cara, a la altura de mis labios. Comenzando así a juguetear con uno de sus dedos entre ellos.
Comencé a lamer suavemente su pulgar sin apartar la mirada de la suya. No me veía, pero sentía que le estaba regalando una de mis mejores miradas de perra en celo que podía dedicarle.
Me entretuve poco más de un minuto lamiendo su pulgar y seguidamente su índice. Introduciendo poco después en mi boca su dedo corazón hasta la altura de los nudillos, dejando comprobar así la capacidad oral con la que contaba.
A Jorge pareció excitarle aquello, y sin dejar de frotar mi sexo contra el suyo, acerqué mi lengua hambrienta a sus labios. Lamiéndolos suavemente hasta terminar en un excitante y húmedo beso.
Besaba lento, suave, con un ritmo delicado y muy sexual que erizaba todos y cada uno de los poros de mi piel. Su lengua era mi adicción en ese preciso momento y quería sentirla en otras zonas.
Me deshice de mi camiseta, agarré su cabeza y la dirigí hacia mi pecho.
Controlaba la situación, y cogió mis dos pechos con sus manos y los juntó todo lo posible para poder introducirse a la vez mis dos pezones en su boca.
Era un placer prácticamente indescriptible. La sensación de sus dientes mordiendo levemente mis pezones los endurecía progresivamente, y su lengua bailando con mis piercings conseguían derretirme y perder la cabeza.
Jorge me tumbó bocabajo en la cama regalándome un fuerte azote al posicionarme. Grité de placer, y al comprobar que aquella cachetada me había excitado, volvió a repetirlo. En varias ocasiones. Regalando de vez en cuando entre azote y azote algún mordisco en mis nalgas.
Estaba totalmente mojada. Sentía que no me quedaba mucho para correrme. Sentía que iba a hacerlo sin ni siquiera haberme masturbado. Era increíble lo que lograba excitarme solamente con su presencia.
Estando todavía bocabajo, me quitó el culotte, abrió mis piernas para dejar paso entre ellas su cabeza. Sus manos se dispusieron una en cada nalga, abriéndolas por completo para introducir su lengua en mi vagina. Joder… Menudo placer era sentir aquello. Comenzó a mover su lengua levemente, recogiendo todo mi flujo, alargando poco a poco los movimientos hasta llegar a recorrer su comida de coño hasta mi ano.
Lamía en lentos y largos recorridos todo mi clítoris, vagina, perineo y ano. Mis piernas comenzaron a temblar, y yo sentía una presión ovárica que me advertía de que un gran chorro iba a salir en breves momentos.
Dos de sus dedos inundaron mi vagina al mismo tiempo que su lengua lo hacía en mi ano. Estaba mareada de placer. Lo hacía todo a pedir de boca.
-Jorge… Como sigas así voy a correrme… - dije entre gemidos.
Y le faltó tiempo para darme la vuelta y continuar comiéndome entera bocarriba mientras yo apreciaba la cara de vicio con la que lo hacía.
Tres, dos, uno… En menos de un minuto en aquella posición me deshice sobre su boca y parte de su cara en un gran squirting que empapó todo su pecho y gran parte de mi colchón.
Sé que le gustó. Sé que no esperaba tanta cantidad de agua ni tanta presión al correrme. Sus ojos y su boca entreabierta de sorpresa y morbo me decían más de lo que callaba.
No le di tiempo a reaccionar. Me puse a cuatro patas y bajé sus calzoncillos hasta la altura de sus rodillas, lamiendo rápidamente mientras agarraba su pene firmemente todo el tronco y el glande de éste.
Lo hice tan rápido, quise ser tan dominante, que no me dio tiempo de observar cómo era su miembro.
-Siéntate en el borde de la cama. – le ordené.
Y así lo hizo él tras quitarse por completo sus calzoncillos. Yo me coloqué de rodillas en el suelo, para poder regalarle así una gran mamada larga y profunda. Como a mí me gustan.
Comencé a pasar mi lengua desde el inicio de su tronco hasta la punta de su glande muy lentamente haciendo una fuerte presión. Volví a repetir el movimiento un poco más rápido. Otra vez lo mismo con más rapidez, y otra, y otra, y otra… Hasta que la agarré fuertemente y comencé a mamársela metiéndomela entera en la boca. O todo lo posible, puesto que el aparato de Jorge era jodidamente grande y hacía que se me saltasen las lágrimas cada vez que chocaba contra lo más profundo de mi paladar.
Al mismo tiempo que su polla entraba y salía de mi boca, mi lengua hacia movimientos espirales alrededor mientras la mantenía dentro. Proporcionándole una sensación de penetración y estimulación al mismo tiempo.
Llevaba tanto tiempo saboreando su polla que fabriqué una baba con una textura espesa con la cual comencé a jugar mientras le miraba a los ojos sin apartar mi lengua de su sexo. Me metía su polla hasta el fondo mientras con mis dos manos le masturbaba al mismo tiempo, y en el momento que me la sacaba de la boca, dejaba colgar un fino hilo de baba unido desde mi lengua hasta su glande. Lo recogía pasando suavemente la lengua por la punta y volvía a dejarlo caer mientras no apartaba mis ojos de los suyos y le sonreía con mucho vicio.
Volví a introducirme todo su pene hasta el fondo, dejando que escuchase alguna que otra arcada que me venía y que tanto me excitaba.
Con mis ojos llorosos de la presión de tal tamaño en mi pequeña boca, seguía chupándosela sin cansarme. Podía sentir cómo asomaba un ligero sabor amargo de su líquido preseminal que se fundía con mi saliva, creando una textura todavía más interesante en mi boca.
Pasado un tiempo de rodillas a él, hice que se pusiera de pie, y así, en esa posición, agarré sus nalgas y comencé a follarle con mi boca muy rápidamente.
El sonido de mi garganta contra su polla acompañaba los movimientos de mi cabeza y la presión ejercida de mis manos en su trasero contra mi boca.
- Voy a correrme… Voy a correrme, Lucía. Joder, para. Te juro que me corro. – suplicó entre jadeos.
Paré y me coloqué a cuatro patas ante él.
-Así es como más rápido voy a correrme… - me dijo.
-Así es como estoy a punto de correrme yo, métemela despacio y sácala. Sólo penétrame una vez.
Y así lo hizo. Me agarró suavemente de la cintura y sentí cómo su pene poco a poco iba abriéndose paso entre las paredes de mi vagina. Inundando lo más profundo de mí y regalando una placentera presión contra mi útero.
La sacó, y seguidamente volví a correrme en un largo chorro.
¡Joder! ¿Otra vez? – se sorprendió Jorge.
Vuelve a hacerlo. – le ordené.
Y de nuevo su polla ahogó mi cavidad vaginal y yo volví a deshacerme en otro squirt empapando por completo el colchón y parte del parqué de mi habitación.
- Vamos, fóllame como mejor sepas hacerlo. Estoy deseando sentir cómo me embistes. – le pedí.
Y Jorge me agarró del cuello con su mano derecha, poniéndome semi erguida, haciendo que me marease un poco, mientras que con la izquierda hacía presión en mi vientre para sentir con más intensidad sus penetraciones.
Me penetraba rápido y muy profundo. Su respiración, acompañada de algún que otro soplido y gruñido, chocaba contra mi nuca. El sonido de sus testículos empapados de mi corrida sonaba contra mi coño, y los estruendosos gemidos y gritos que me causaban sus penetraciones, protagonizaban aquel polvo.
Poco después, la sacó rápido, agarrándome seguidamente del pelo con mucha fuerza me dirigió como a su putita, colocándome nuevamente de rodillas a él. Mientras me estiraba del pelo, se masturbaba con la otra mano colocando su polla sobre mi cara.
Cerré los ojos, y en cuestión de segundos su leche ya estaba inundando mi rostro y mi garganta, escurriendo una buena parte de cantidad por mi barbilla, cuello y escote, deshaciéndose Jorge en un grave gemido aquella noche.