La visita

LLego de visita a la casa buscando a mi esposo y lo que encontro fue.... suceso de una amiga que me pidio que le publicara su historia y aqui les va...

LA VISITA

Estaba un viernes sola en la casa, ya noche, cuando llegó Jaime, un compañero de trabajo de mi marido, que ya venía algo pasado de copas. Como me estaba arreglando, y ante la insistencia de las llamadas a la puerta, salgo sin acomodarme bien la ropa y al abrir la puerta veo a Jaime frente a mí, que se me queda viendo con un marcado interés en mis tetas.

Hola, profesor —lo saludo de mano, sin darle importancia a su mirada—, buenas noches, ¿cómo está?

Pues no tan bien como usted; pero aquí andamos.

Pero, pase, está en su casa.

Gracias; ¿está Óscar?

No, no está —le respondí—; pero pase, no ha de tardar en llegar.

Ah, bueno.

¿Gusta una cerveza? —le pregunté muy solícita.

Ah, caray, creí que Óscar no tomaba —me dijo cuando le ofrecí la cerveza.

Ah, Óscar no; pero yo sí —le contesté rápidamente.

Bueno, pues nos echamos la cerveza —me dijo sentándose en el sofá.

Y mientras se sentaba fui al refrigerador por seis cervezas heladas. Jaime abrió una para él y otra para mí.

Ah, caray —dijo Jaime—, entonces usted sí toma.

Sí, yo sí —le contesté empinándome el bote de cerveza.

Ah, pues qué bueno. Es que yo pensé que como él no toma, ni fuma ni va pa allá, usted tampoco. Pero usted sí.

Sí, él no toma, ni fuma ni va pa allá, como usted dice; pero yo sí.

Ah, pero entonces, ¿usted también fuma y va pa allá?

Cuando se puede, claro que sí.

Pues vaya sorpresa.

¿Y por qué se asombra?

Pues, como le digo, como Óscar no le gusta nada de eso, creí que a usted tampoco.

Y para sorpresa del amigo de mi marido, encendí un cigarro y me puse a fumar delante de él, que no dejaba de mirarme con marcado interés, y aunque en un principio me incomodó su insistencia, de pronto yo misma estaba sorprendida al sentirme un poco excitada por sus miradas libidinosas.

Y seguimos tomando y fumando, mientras charlábamos, y él no dejaba de aprovechar cualquier circunstancia para verme las piernas o el escote pronunciado que traía.

Y ya a la cuarta cerveza, ambos estábamos totalmente desinhibidos, bromeando y carcajeándonos ante sus ocurrencias, como si fuéramos amigos de toda la vida.

Oye —le dije—, y ya se les acabaron las idas fuera, ¿verdad?

Sí —me respondió—, hace mucho que no salimos.

O sea que también se les acabó la diversión, porque bien que contrataban putas para culearselas en los hoteles a los que llegaban, ¿verdad?

Eso te lo contó el Óscar, ¿Verdad?

Pues es mi marido, me cuenta todo lo que le pasa.

Cabrón, no podía quedarse callado.

¿Qué tiene? Ni que fuera cosa del otro mundo.

Pues sí; pero hay cosas que no se deben decir.

Ay, sí, qué delicado. También me ha dicho que eres bien culeador y que has panzoneado a varias de la oficina, que tienes varios hijos con otras mujeres.

¿Todo eso te ha dicho?

Sí… ya sé que la niña de la Érika es tuya, que la última niña de Chuyita, también tú se la hiciste, a la Jennifer también le hiciste otra… todo eso ya lo sé.

Y a propósito —me dijo—, ¿tú no quieres tener otro hijo?

No —le respondí—, ya no podemos. Hace tiempo que cerramos la fábrica.

Te operaste, ¿verdad?

No, para nada —le repliqué—, yo no estoy operada.

¿No estás operada? Entonces, ¿cómo dices que ya no pueden?

Bueno, porque mi marido es el operado. Yo no.

Ah, órale, yo pensaba que tú también estabas operada.

¿Para qué? Con él basta.

Entonces

Sí, yo sí puedo salir panzona.

¿En serio?

En serio. A mí sí me puedes dejar panzona.

Entonces, tú sí puedes tener hijos.

Sí, yo sí —le repetí—, a mí sí me puedes hacer un hijo.

¿De veras te puedo hacer un hijo? —me preguntó con malicia.

Sí, Jaime —le respondí siguiéndole el juego, dándome cuenta que yo también me estaba excitando—, me puedes hacer un hijo… me puedes panzonear… me puedes dejar panzona… yo sí puedo quedar panzona de ti.

Entonces —me preguntó animado—, ¿yo sí puedo panzonearte?

Sí —le respondí—, tú y cualquiera que me eche los mecos adentro, siempre y cuando sea fértil. Porque yo aún soy fértil, aún puedo quedar panzona.

Entonces, ¿puedo panzonearte? —me insistió.

Y al preguntarme, se acomodó ostentoso, mostrándome sin recato la obscena y visible erección que no podía ni quería ocultar en su pantalón.

Sí, Jaime —le respondí de nuevo, observando, también sin recato, el bulto que su verga hacía en su pantalón—, sí puedes panzonearme. Si me culeas y me echas los mecos adentro, claro que me panzoneas.

Y al decirle esto, correspondí a su gesto, abriendo un poco las piernas, enseñándole algo más que mis muslos. Era evidente que el alcohol estaba haciendo lo suyo, pues nunca me imaginé capaz de hacer semejante cosa ni de sostener semejante diálogo con el amigo de mi marido. Pero en esos momentos me sentía muy excitada, muy caliente, y provocar y excitar al amigo de mi esposo me ponía todavía más caliente. Él notó que yo también estaba caliente; pero no se apresuró. Siguió con su diálogo insistente:

Claro —me respondió—, para panzonearte primero te tengo que culear, de eso no hay duda; te tengo que meter la verga en la panocha y echarte los mecos adentro.

Así es —le respondí, siguiéndole el juego—, tienes que meterme toda la verga en la panocha hasta que me eches los mecos adentro.

¿Y sí te puedo meter la verga? —me preguntó acercándose a mí.

Claro que sí —le respondí, viendo cómo se le movía el bulto del pantalón por efectos de la verga parada.

¿Sí qué? —me preguntó ya con la voz temblorosa.

Sí, Jaime —le contesté yo también con la voz entrecortada—, me puedes meter la verga.

¿Quieres que te la meta? —me volvió a preguntar, bajándose el cierre del pantalón.

¿Qué cosa?

La verga —me dijo, mientras se metía la mano en la bragueta—. ¿Quieres que te meta la verga en la panocha?

Pues no sé si deba dejarte que me la metas —le dije poniendo un tono inocente en la respuesta.

Dime si quieres —me insistió mientras se sacaba la verga del pantalón, gorda, grande y dura.

Creo que no —le respondí e hice el intento de retirarme.

Al hacerlo, le di la espalda y él hizo que trastabillara, quedando en la posición de perrito, dándole las nalgas. Inmediatamente me arrancó los calzones, dejándome con la panocha expuesta a su mirada y a su verga.

Qué culo tan bueno tienes, cabrona —me dijo, mientras enfilaba su verga hacia mi panocha.

No, Jaime, no lo hagas —le decía yo.

Pero mientras le pedía que no me la metiera, paré más las nalgas, facilitándole el camino hacia mi panocha a la verga del amigo de mi marido, que ni tardo ni perezoso, me la hundió hasta el fondo, comenzando a culearme con fuerza, con ansias mal contenidas, ensartándome una y otra vez la verga en la panocha.

¡Ay, Jaime, ay! —gemía yo.

Ante el beneplácito de mi violador, que se solazaba sintiendo su verga en la panocha de la mujer de su amigo. Y volvió de nuevo con su cantaleta inicial:

Entonces, sí puedo panzonearte, ¿verdad?

¡Sí, Jaime, sí! —le respondía yo entre gemidos, sintiendo entrar y salir su verga de mi panocha— ¡Sí puedes, Jaime, sí puedes panzonearme, puedes panzonearme!

Entonces, cuando termine de culearte ya vas a estar panzona de mí, ¿verdad?

¡Sí, Jaime, cuando me eches los mecos me vas a hacer un hijo!

Un hijo mío, ¿verdad? ¿Verdad que te voy a hacer un hijo?

¡Sí, Jaime, sí, voy a tener un hijo tuyo!

¿Quieres tener un hijo mío?

¡Sí, Jaime! ¡Quiero tener un hijo tuyo! ¡Hazme un hijo, culéame, panzonéame para que me hagas un hijo! ¡Quiero tener un hijo tuyo!

¡Sí! ¡Dime que quieres tener un hijo mío! ¡Dímelo!

¡Sí, Jaime, quiero tener un hijo tuyo, quiero tener un hijo tuyo! ¡Quiero que me hagas un hijo, Jaime, hazme un hijo! ¡Panzonéame, panzonéame!

Y apenas terminaba de decirle estas palabras, cuando apretándome las nalgas comenzó a vaciarme sus mecos adentro de la panocha, a borbotones, era increíble cómo sentía los chorros de sus mecos golpearme las entrañas, mientras gemía con fuerza:

¡Toma, toma todos los mecos! ¡Todos adentro de tu panocha para que tengas un hijo mío! ¿Los sientes? Ya te estoy panzoneando. ¿Sientes cómo te estoy panzoneando?

¡Sí, Jaime, los siento! ¡Son un chingo! ¡Sí! ¡Sí siento tus mecos, siento cómo me estás panzoneando, Jaime! ¿Me escuchas, Jaime? Me estás panzoneando, me estás haciendo un hijo, cabrón. ¡Sigue, sigue echándome más! ¡Así, así, hazme un hijo, así, así! ¡Panzonéame, panzonéame! ¡Quiero tener un hijo tuyo! ¡Quiero todos tus mecos adentro! ¡Quiero estar segura que me vas a panzonear, quiero estar segura que me vas a hacer un hijo, quiero estar segura de tener un hijo tuyo, Jaime! ¡Así, panzonéame, cabrón!

El cabrón es tu marido —me respondió bajando la intensidad de los empujones que me daba con su verga—, yo lo estoy haciendo cabrón.

Sí —le respondí yo, bajando también el ritmo—, haz cabrón al pendejo de mi marido. Culéame para que le pongas los cuernos. Con tus mecos estás haciendo cornudo al pendejo de mi marido.

Finalmente, terminó de echarme los mecos en la panocha. Pero se quedó todavía un buen rato con su verga metida en mi panocha, mientras yo sentía cómo sus pulsaciones bajaban adentro de la panocha y nuestras respiraciones poco a poco se normalizaban.

Luego, me sacó la verga embarrada de sus propios mecos y mis jugos, y se dejó caer en el sillón en que estaba sentado; por mi parte, yo me volteé e hincándome frente a él, le tomé la verga que aún estaba dura y palpitante, y me la metí en la boca, mamándosela, sintiendo el fuerte sabor de sus mecos mezclados con mis jugos, mientras él hacía gestos de placer al sentir cómo se la mamaba.

Luego de limpiarle la verga con mi lengua, me levanté y me vestí, mientras le pedía a él que hiciera lo mismo, pues mi marido podía llegar en cualquier momento.

Será mejor que me vaya —me dijo de pronto, mientras terminaba de vestirse.

Sí —le respondí—, será mejor. Si mi marido llega y te encuentra a estas horas, no sé lo que pueda pensar.

Gracias por todo —me dijo en la puerta.

Vuelve cuando quieras —le dije yo, a manera de despedida.

Claro que volveré —me respondió—, hasta no verte panzona.

Y soltó la carcajada, la cual le acompañé sin ningún recato ni rubor de mi parte.

Tú serás el primero en saberlo —le contesté luego de carcajearme.

Entonces salió y yo cerré la puerta, sonriendo todavía y, a pesar de mi borrachera, consciente de la magnitud de los acontecimientos que acababan de suceder. ¿Cómo iba a justificar un embarazo a estas alturas?

Ya se me ocurriría algo; pero, ¿dónde andaría el pendejo de mi marido a estas horas, mientras a su mujer se la clavaba su amigo, con todas las posibilidades de dejarla panzona?

Este relato lo publique a petición de mi amiga Nora, es tal y como me lo envió ella, no se modifico nada, para cualquier comentario dirigirse al correo de ella

Norasv1963@hotmail.com