La visita al Museo de Ciencias

2 niños cambian sus cuerpos cuando visitan un museo. advierto que aunque me sobra es la imaginación, pero me falta la erótica. Creo que es lo más caliente que pude escribir, y espero que lo disfruten.

La visita al Museo de Ciencias

Hola, me llamo Elizabeth, y les quiero platicar la serie de trágicos eventos que me llevaron a convertirme en la chica que soy actualmente.

Para empezar, hasta los 11 años, yo era un chico normal, común y corriente (Aparentemente). Me llamaba Leonardo, y la expresión anterior, de "Aparentemente", viene por lo siguiente: Desde muy chico, yo había tenido un interés especial en las mujeres, no como el interés normal de un niño, y mucho menos un interés de Adulto. Mi curiosidad era poder ver a través de los ojos de una mujer, (más bien de una niña), tener el cabello largo, usar aretes, vestidos, maquillaje, en fin, todo lo que significaba ser una niña o una mujer. Pero como siempre pensé que eso no sería bien visto, nunca lo comenté con nadie. Ocasionalmente buscaba entre la ropa de mi hermana o mi mamá algo que ponerme o probarme cundo estaba solo en casa. ¡Claro que me gustaban las mujeres! De hecho, mi primera novia la tuve a los 8 años. Incluso pienso que si no me gustaran las mujeres, no abría querido ser como ellas.

Como les decía, mi primera novia la tuve a los 8 años, se llamaba Blanca. Pero cuando pasamos a 5º de primaria, ella se mudó a estados unidos y no la volví a ver. Entonces pretendí a Claudia, una hermosa rubia de ojos verdes, pero al mismo tiempo, la más sangrona del salón. Con ella nunca tuve esperanzas en realidad, pero me ilusionaba pensar que ella entraría a la misma secundaria que yo. Pero no fue así, ella no pasó su examen de admisión y la trasladaron a otra escuela. Ya instalado en la secundaria, la conocí a ella, Elizabeth. He de confesar, que como siempre fui un "Hijo de Mami", siempre fui muy inocente, y en ese entonces, todavía no sabía lo que era calentarse, pero ahora que lo sé, lo puedo decir: Elizabeth me Calentaba. No era como con Blanca, que (ahora puedo decir) era solo un juego de niños, sino que Elizabeth tenía algo especial, que hacía que se me revolviera el estómago.

Era una chica Delgada, de cabello lacio color castaño obscuro, sus ojos redondos color negro nariz pequeña y una forma de ser espectacular. No era la chica sexy del salón, era una chica de verdad muy linda. Con un carácter suave y tierno, que le encantaba a cualquiera. Tanto, que hasta la nombraron presidenta de la clase, pero su carácter dulce le impedía ser estricta con los compañeros, por lo que declinó el cargo. Era realmente lindo darse cuenta de que apenas le estaban creciendo sus pechos y de una forma muy tímida trataba de ocultarlo. Incluso noté una coincidencia entre ella y yo, pues ella era un mes y un día más chica que yo. Cuando me tocaba hacer equipo con ella, yo me sentía como en las nubes, y con frecuencia me distraía.

Yo por mi parte vivía una situación algo difícil. Cuando yo tenía 5 años mis papás se separaron, y mi hermana y yo nos quedamos con mi mamá, quien nos llevó a vivir a la casa de mi abuela. Así que entonces yo era el único hombre entre puras mujeres. Cuando estuve en la primaria, por un lado era un niño muy violento, y por el otro era muy chillón. Así que antes de conocer a Blanca y a Claudia, estuve cambiando de escuelas constantemente, hasta que llegué a esa escuela cerca de la universidad, donde todos los maestros me ponían mucha atención y me hacían sentir especial. Pero al cambiar de ambiente al de la secundaria, me sentía muy fuera de lugar, pues eran muchos más maestros que en la primaria, y la mayoría de ellos no me prestaban mucha atención. Así que no solamente por la presencia de Elizabeth, sino por muchas razones, mis calificaciones eran muy bajas. Además, de que como no acostumbraba decir groserías, mis compañeros lo tomaban como un acto de feminidad, y me tiraban de Gay.

Pues resulta que cierto día, faltando poco para mi cumpleaños, nos anuncian que nuestro grupo iría de visita al museo de ciencias que se encontraba de paso en el centro de convenciones. Nos dieron las formas para los permisos de nuestros padres y la información sobre los gastos y el transporte. El día de la salida fue un día mucho muy especial, comenzó de una forma súper, pues me tocó ir en el autobús sentado junto a Elizabeth. Inexplicablemente ella comenzó a hacerme plática, y yo iba feliz de la vida. Pronto descubrí, o más bien salió a la plática, que sus amigas no habían podido ir al paseo. Luego, una coincidencia más, y era que tanto sus papás, como mi mamá y mi hermana nos encontrarían en el museo. Para cuando llegamos, estaba comenzando a nublarse, y se veía claramente que iba a llover. Justo cuando entramos empezó a caer el agua.

El paseo iba mucho muy bien, y de verdad era divertidísimo estar viendo todas las atracciones que había en el museo, de hecho muchas de ellas eran interactivas, y nosotros podíamos tocar y jugar con lo que quisiéramos. Así, tras un par de horas de aventurarnos en la ciencia y la tecnología, llegó finalmente el momento que cambiaría mi vida y la de Elizabeth para siempre.

Un museo de ciencias no estaría completo si exhibiciones de aparatos que desplieguen electricidad, como bolas de plasma, campos conductores, y aparatos de esos con los que se te eriza el cabello, o donde puedes hacer una cadena con tus compañeros y recibir en grupo una gran descarga eléctrica. Éste último aparato fue uno de los que más nos entretuvo, pues hacíamos cadenas con todos los compañeros que íbamos del grupo. La fuente de energía que tocábamos para sentir esa descarga, era una mesa de metal cargada de corriente. Así estuvimos un buen rato, hasta que los maestros nos pidieron que avanzáramos. Yo me quedé atrás buscando a Elizabeth, cuando descubrí que ella seguía en la mesa. Era divertidísimo verla, pues al estar ella sola se le erizaba el cabello muy padre. La quise llamar para que se apresurara, pero antes de que pasara nada, ella me vio y me invitó a continuar jugando en la mesa eléctrica. Yo no podía rechazar esa oportunidad, e inmediatamente me acerqué a ella, la tomé de la mano y los dos tocamos la mesa al mismo tiempo. Lo hicimos repetidas veces, hasta que nuestros papás nos llamaron la atención y nos llamaron a alcanzar al grupo. Como un par de niños chiquitos, ambos pedimos la última oportunidad: "La última y ya". Los adultos aceptaron, así que lo intentamos nuevamente, pero esta vez, al recibir la descarga cayó un rayo y se fue la luz. Estando completamente a obscuras, Elizabeth y yo tuvimos una gran sorpresa, pues nos quisimos separar y estábamos pegados como si tuviéramos súper pegamento. No podíamos separar nuestras manos, ni entre nosotros, ni tampoco de la mesa. Cuando regresó la energía poco a poco se fueron prendiendo las luces, y los aparatos, y cuando se encendió la mesa, ambos recibimos una descarga tan grande que nos disparó por los aires y nos dejó completamente inconscientes.

Los equipos de emergencia del museo tardaron un poco, pues varios de los aparatos habían provocado accidentes. Cuando llegaron a nosotros, no pudieron hacer nada por reanimarnos, así que nos trasladaron al hospital. Ya en el hospital, los médicos solamente se aseguraron que no tuviéramos quemaduras, estabilizaron nuestros signos vitales, y nos mandaron al área de recuperación para esperar a que despertáramos. Cuando desperté podía recordar exactamente lo que había pasado en el museo. Así que esperaba ver a mi mamá y a mi hermana... talvez a mi abuela, junto a mí. Pero en lugar de eso estaba la familia de Elizabeth. Yo me sentí extrañado, además de raro, mientras que ellos se veían felices de que yo hubiera despertado. Llamaron a los doctores, pero antes llegó mi hermana... no entendí si a preguntar o a afirmar. Dijo:

¡Ya despertó Leo!

Yo entendí, obviamente, que yo, pero los hermanos de Elizabeth, que estaban junto a mí, le respondieron:

—¡Qué bien! Mira, ya también Elizabeth despertó. —Y me señalaron a mí.

Eso me despertó muchas dudas, así que hice un gran esfuerzo por sentarme. Y cuál no sería mi sorpresa al enderezarme y descubrir el montón de cabello carme al frente de mi cara. Lo retiré lentamente y volteé a ver a un lado, en una cama ligeramente retirada, se encontraban mi mamá y mi abuela ayudando a que se levantara... ¡Leonardo! Es decir... ¡Yo! Pero yo estaba en ésta cama, como podía estar también en aquella. La mamá de Elizabeth notó que me alteré, y me intentó tranquilizar:

—Elizabeth, cálmate, ¿Qué te pasa? —O sea, a mí me estaba diciendo Elizabeth.

Con trabajo, y lastimándome un poco por jalarme el suero, me quité la máscara de oxigeno y comencé a gritarle a mi mamá para que viniera conmigo. El Leonardo que estaba con ella oyó mis gritos y cuando me vio pareció impresionarse tanto como yo. Para esto, mi voz sonaba diferente, según yo, solo se parecía un poco a la de Elizabeth, pero no igual. (Ustedes saben que uno no oye su voz como la oyen los demás). Todo eso provocó un gran alboroto y llamó la atención de todos los presentes. Sin que nadie lo pudiera evitar, me levanté de mi cama al mismo tiempo que el Leonardo que estaba con mi mamá también lo hacía. He aquí, que ni él ni yo llevábamos ropa, solamente una bata del hospital. Pues al quedar él y yo frente a frente nos quedamos viendo un rato, y después de dejar pasar unos minutos pude hablar, al pretender entender lo que había pasado.

—¿Elizabeth? —le pregunté suponiendo lo peor. Cuál no sería mi sorpresa cuando me respondió una pregunta similar.

—¿Leonardo?

Así que alcancé una charola metálica que había por allí, y nos pudimos medio ver reflejados. Nuestra sorpresa fue muy grande, aunque de alguna forma ya lo esperábamos, cuando vimos nuestros reflejos invertidos. Los adultos se nos acercaron para preguntar lo que pasaba al mismo tiempo que llegaban los doctores. Entonces tanto "Leo-Elizabeth" como yo nos cruzamos para abrazar a nuestras mamás. Yo abracé a la mía llorando, y luego levanté la cara para mirarla.

—¡Mamá! —Le dije con esa extraña voz, ahora quebradiza por el llanto. —¿Qué me pasó?

—¿Qué es lo que pasa aquí? —Preguntó un doctor que llegaba.

—¡Yo soy Elizabeth! —Se apresuró a decir ella, que evidentemente llevaba mi cuerpo.

—¡Y yo soy Leonardo!

Estas declaraciones dejaron perplejos a quienes escucharon. ¿Sería posible que la descarga en realidad hubiera producido un cambio de cuerpos o de mentes? Para averiguarlo los doctores nos mandaron a dos habitaciones continuas separadas por un cristal. Nuestros familiares decidieron no entrar con nosotros y esperar a lo que dictaminaran los médicos. Una vez dentro de nuestras respectivas habitaciones, llegó una enfermera a quitarnos el suero y nos indicó que nos sentáramos a esperar al doctor. Pero ambos seguíamos desconcertados, y volteábamos desesperados a vernos a través del cristal esperando que todo fuera un sueño. Pero no lo era, y me pude dar cuenta cundo, en un intento de tranquilizarme me senté en la cama y junté las piernas. ¡WOW! ¡Ho sorpresa! ¡Que rica sensación! Definitivamente me faltaba algo allí en medio, pero qué bien se sentía. Instintivamente, o como un reflejo, me llevé las manos hacia esa zona, cuando de pronto varios golpes en el cristal me alertaron. Volteé a ver a... ¿Leonardo?, la dueña de éste cuerpo, que me hacía señas de que me acercara. Una vez cerca me pudo decir.

—Ni siquiera se te ocurra. Recuerda que es mi cuerpo y no te doy permiso de que lo veas o lo toques.

—¿Pero por qué? Tú tienes el mío, y yo no te he impedido nada con él.

—¿Y por qué crees que a mí me interesaría ver o tocar esto? —y en un ademán de señalar, de una forma agresiva se tocó la entrepierna con una mano. Puede notar claramente como se estremeció el tener esa sensación ella (o más bien, él) también. Luego de guardar silencio unos segundos, en los que se hizo evidente el esfuerzo que procuró por contenerse, finalmente dijo —¡Está bien! Puedes ver y tocar lo que quieras, pero recuerda que cuando esto se acabe, no dirás ni una palabra.

Los dos reímos con una pícara sonrisa y nos fuimos, cada quién, a un rincón de la habitación. Allí yo tenía un espejo, (y me imagino que en la otra habitación también lo había) muy pequeño, con el que apenas me podía ver la cabeza, pero que podía mover y colocarlo donde lo necesitara para poder apreciar todo mi nuevo cuerpo. Era fantástico, en realidad que Elizabeth, ahora yo, era mucho más hermosa de lo que había imaginado. Y es que como siempre la había visto usando el uniforme de la escuela. Pero ahora que podía preciar perfectamente todo su cuerpo a detalle, mi mente volaba imaginando todas las posibilidades de ropa que podía usar o combinar, dando como resultado una chica mucho más bella y hasta un poquito sexy. ¡Claro! Que ella al igual que yo, apenas tenía 11 años, pero en fin.

Después de ver, tocar, recorrer, sentir, y conocer mi nuevo cuerpo durante un rato, empecé a sentir cansancio. Aunque en realidad puede haber durado observándome durante mucho más tiempo, me empezó a preocupar que tardaran tanto los doctores. Así que me puse de nuevo mi bata, y fui al cristal para ver como estaban mi cuerpo y mi anfitriona. Curiosamente "él" también se estaba arreglando la bata e igual que yo, venía al cristal a buscarme.

—¿Ya te vio el Doctor? —le pregunté

—No, por aquí no han venido, —me respondió, —de hecho te iba a preguntar lo mismo.

—¿Por qué crees que tarden tanto?

—No lo sé, deben estar buscando la forma de arreglarnos.

Una gota de curiosidad me invadió, y me dirigí hacia la puerta para ir a buscar a mi mamá. Pero al tocar la perilla de la puerta, ésta dio vuelta sola, y la puerta se abrió para que entrara el doctor. Bueno, iban un doctor y una doctora. Ambos pasaron y me invitaron a sentarme en la cama, mientras dos enfermeras les acercaban sillas a ellos. Primero me preguntaron si de verdad yo era Leonardo, a lo que respondí, obvio, de forma afirmativa. Luego me intentaron explicar que haber estado recibiendo tantas descargas eléctricas pudo haber desordenado algunas ideas en mi cabeza, y como Leonardo era a quién tenía más cerca, mi mente me estaba asociando con él. Entonces yo me molesté y alcé la voz repitiendo que yo era Leonardo. La doctora intentó calmarme, y me explicó lo que iban a hacer. Habían tardado tanto, deliberando entre varios médicos y psiquiatras sobre la posibilidad de qué en realidad hubiese ocurrido un cambio de mentes, y llegaron a la conclusión de que era muy posible, ya que la información del cerebro, al igual que en las computadoras, está formada por energía eléctrica. Así que para comprobarlo les habían hecho varias preguntas a nuestras familias, preguntas que según respondiéramos, determinarían quién era quién.

Y entonces comenzaron con el interrogatorio. Las primeras preguntas eran fáciles, evidentemente eran para mí, pero luego empezaron a salir con preguntas sobre detalles o intimidades de Elizabeth, y yo me apené bastante, ya que al no conocer las respuestas, mi imaginación echaba a volar. Luego siguieron otra serie de preguntas que eran sobre mí intimidad, las cuales, con la debida reserva sí pude contestar; Luego otra serie más, que me parecieron más determinantes, ya que hablaban sobre Anécdotas o sucesos que ocurrieron en las vidas de cada quién.

Al finalizar conmigo pasaron a la otra habitación e imagino que le hicieron las mismas preguntas. El caso es que me quedé "Sola" una vez más durante un largo rato. Después de unas horas, se abrió la puerta y entró Leonardo. Cuando nos vimos nos juntamos en la cama y comenzamos a platicar sobre lo que estaba pasando y a hacernos las preguntas que nos habían llamado la atención, claro, que no se nos ocurrió hacernos las preguntas difíciles. Después de otro largo rato, se abrió la puerta y entraron nuestras familias seguidas de los doctores. Tras un largo silencio, el veredicto fue a favor del cambio de cuerpos, no cabía duda que en realidad había pasado. También nos anunciaron que nunca antes se había visto algo igual, y por lo tanto no tenían idea de cómo revertirlo, aunque esperaban que el tiempo lo hiciera por sí solo, prometieron investigar para poder resolverlo pronto. Así que solo nos dieron citas para hacernos estudios para la investigación, y nos dieron de alta, luego de entregarnos unas bolsas de plástico en donde venía nuestra ropa.

La pregunta ahora era ¿Ahora qué vamos a hacer? Por un momento se dudó con qué familia debía ir cada niño. Sin embargo acordamos, que independientemente del cuerpo, cada quién debería ir con sus respectivas familias, es decir, yo, en el cuerpo de Elizabeth iría con mi mamá, y Elizabeth en mi cuerpo iría con la familia de ella. También acordamos que por nuestro beneficio de todos, debíamos acostumbrarnos a que nos llamaran por el nombre que correspondía a nuestros cuerpos, es decir, que a mí me iban a llamar Elizabeth, y a ella le dirían Leonardo. Así que entonces, por sugerencia de Roberto, el hermano de Elizabeth, al salir del Hospital fuimos a la casa de ella, para que yo recogiera toda su ropa y sus cosas, y al terminar iríamos a mi casa para que ella recogiera mi ropa. En cuanto a ubicarnos en la escuela no había mucho problema, ya que ambos teníamos pésimas calificaciones y a menos que un maestro fuese Grafólogo, la única forma de identificarnos sería que observaran mucho nuestra forma de actuar o examinaran minuciosamente nuestras letras.

Después de la sesión de acuerdos, nuestras familias nos dejaron solos para que nos vistiéramos. No importaba ya mucho que fuéramos un chico y una chica vistiéndonos juntos, después de todo ninguno le vería al otro algo que no le conociera. Después de revisar las bolsas, le entregué a Leonardo la ropa que le tocaba usar, es decir mi uniforme de la escuela con el que habíamos ido todos al museo. Mientras yo elegí la bolsa con la ropa que originalmente era de ella, y que ahora me tocaba usar a mí. Fue una sensación súper irme poniendo lentamente su o mi ropa interior e irla ajustando a mi nuevo cuerpo, y aunque tuve algo de problemas con el corpiño, Leonardo me ayudó. Después vino lo fácil, solamente las calcetas, la blusa, la falda, el suéter, los zapatos, los aretes... el pero vino de nuevo al querer peinarme, nunca en mi vida había tenido tanto cabello y no sabía cómo arreglármelas. Afortunadamente, cuando Leo terminó de vestirse me auxilió. Entonces recordé una de las preguntas que me habían hecho los doctores, y que afectaba mi vida si es que iba a convivir con ese cuerpo durante tiempo indefinido, así que le pregunté a "Leo" para que me auxiliara nuevamente.

—Oye Leo, los doctores me preguntaron algo durante la sesión, que creo que necesito saber si voy a convivir mucho tiempo con tu cuerpo, y te lo quería preguntar. —Él me miró extrañado y asintió con la mirada. —¿Cuándo me toca mi menstruación?

Me miró aun más extrañado y luego me respondió muy risueño.

—Todavía no... quiero decir que todavía nada de nada, ¿me entiendes? Si las cosas salen bien, estarás de vuelta en tu cuerpo antes de tener que preocuparte por eso. Todavía falta muchísimo.

Después de ese alivio, salimos del hospital y seguimos nuestro itinerario según lo que habíamos planeado. Un pequeño pero vino a la hora de despedirnos, pues la mamá de Elizabeth parecía no estar dispuesta a que yo me quedara con el cuerpo de su hija y me insistía mucho que me fuera con ellos. Al final quedamos en que nos visitaríamos continuamente para que no nos extrañaran. Nosotros también debíamos entender que no éramos los únicos afectados.

Pasaron las semanas, y ni Leonardo ni yo tuvimos problemas para adaptarnos a nuestras nuevas vidas. Talvez, yo, por esos deseos ocultos que ya tenía desde antes, me adapté inmediatamente a mi papel de niña-mujer. Bueno, eso lo justificaba en mí, pero no podía entender que Leo también se estuviera comportando como todo un hombre, y creo que hasta más hombre que lo que era yo antes. Por otro lado estaba la influencia de que yo vivía entre puras mujeres, mientras que Leonardo tenía puros hermanos, tres en total y con él 4. Ese también era un motivo de que su mamá se aferrara tanto a mí, o por lo menos a mi cuerpo. Otra cosa que también creo que pudo influir en nuestra mutua adaptación, fue que precisamente estábamos en la plenitud de nuestro desarrollo y pubertad, motivo por el cual estábamos a la mitad de un bombardeo de hormonas que determinarían nuestros comportamientos y algunos de nuestros gustos y preferencias.

Las semanas se fueron y se convirtieron en meses. Aquello que me había dicho Leonardo antes, de que no me iba a tener que preocupar por ciclos menstruales se quedó atrás. Si, ambos, creo yo, alcanzamos el clímax de nuestro crecimiento. Yo cambié pronto los corpiños por brasieres y tuve que aprender a usar toallas sanitarias, mientras que Leo, con un poco de ayuda de sus hermanos, comenzó a desarrollar una musculatura que nunca creí que fuera capaz de tener yo. Ya casi nos acostumbrábamos a que teníamos dos familias, tanto, que por toda esa convivencia ya tomábamos las decisiones como una sola familia. Luego vino lo divertido, pues al no poder definir exactamente como tratar a cada quién, nos tuvieron que festejar dos cumpleaños a cada quien. Sé que a Leo se le metió mucho el gusto por los deportes y el ejercicio pesado, mientras que yo me metí de lleno a aprender a peinarme, y maquillarme, hasta tomé un curso de modelaje.

Luego de los meses vinieron los años, y ya habíamos cumplido los 15 años. Como se podrán imaginar, yo fui quien bailó de quinceañera, mientras que Leo fue mi Chambelán. Esa fue una fiesta maravillosa. Pocos meses después Leo y yo tuvimos un encuentro muy intimo. Empezamos a platicarnos todo de todo cuanto nos había estado pasando. Lo que pensábamos, lo que sentíamos... cómo poco a poco se nos iban desapareciendo las esperanzas. Y sí. A estas alturas, yo ya era 100% mujer, y si volvía a mi cuerpo no me iba a ser posible reubicarme. Fue un encuentro tan intimo y personal que sin darnos cuenta nuestros labios se juntaron en un apasionado beso, y terminamos compartiendo nuestros cuerpos de una forma muy distinta a como los habíamos estado compartiendo hasta entonces. Esa noche hicimos el amor de una forma que no creo volver a hacerlo en toda mi vida. Entonces ahora sí era definitivo. No existía ya forma de que nos devolviéramos nuestros cuerpos. Es experiencia nos había atrapado para siempre. Aunque los doctores encontraran la cura, en nuestra realidad ya no había remedio. Yo no podía volver a ser hombre después de lo que había sentido es vez, al igual que Leonardo no podía volver a ser mujer después de esa experiencia.

No dijimos nada, continuamos nuestras vidas, y por discreción hacia nuestras familias, nos hicimos novios en secreto. Luego el papá de Leonardo se puso de acuerdo con mi mamá para hacer un intercambio legal de nosotros, es decir, que mi mamá me adoptara para que yo llevara mis apellidos que me tocaban, e igual con Leonardo y su familia.

Desafortunadamente, el gusto no nos duró mucho. Para esa navidad, que ya se habían solucionado todos los trámites legales. Ambas familias planearon una fiesta por las fechas. Mi familia y yo llegamos puntuales al encuentro. Nos recibieron como siempre, con mucha alegría. Aunque me extrañó la ausencia de Leonardo y uno de sus hermanos. Según nos explicaron, habían ido a comprar cosas que hacían falta. Total. Comenzamos la fiesta y la convivencia. Pronto empezó a sonar la música, y mi hermana y yo bailamos con los hermanos de Leo. Se hizo tarde, obscureció, y Leo y su hermano aún no llegaban, y eso nos preocupó a todos. Luego empecé a tener unas visiones extrañas sobre un callejón, y unos hombres enmascarados que me perseguían. Luego pude sentir y escuchar claramente un balazo que me atravesaba el corazón por la mitad y caí inconsciente. Desperté en el hospital muy confundida, por un momento dudé de mi identidad. Cuando finalmente pude recordar quién era yo, mi mamá y la mamá de Leonardo se me acercaron llorando, pero bañadas en lagrimas. Se alegraron mucho de que estuviera bien, y por el momento no quisieron indagar sobre mi identidad. Pero con mucha calma y muchísimo dolor, lentamente me dieron la noticia: Habían asaltado a Leonardo y lo habían matado, tal y como yo lo había visto en mis visiones. Como que por un momento de desesperación nos conectamos como lo hacen los gemelos, y pude sentir lo que le estaba pasando. Fue un momento mucho muy triste para todos. Si a alguien le quedaba alguna esperanza de que volviéramos a la normalidad, ahora sí que era imposible, con solución médica o no, yo no podía volver a un cuerpo muerto, ni una muerta podía volver a éste cuerpo.

Todos los miembros de ambas familias, pero sobretodo yo, tuvimos que recibir terapia psicológica para poder superar la tragedia. Cuando pude decir que me encontraba bien, no quedaba más que seguir viviendo y mirar hacia el frente.

Desde entonces todos hemos tratado de adaptarnos a esta nueva situación. Yo, que en algún momento perdí la responsabilidad de ser el hombre de la casa, ahora tenía la responsabilidad de ser la hija de dos familias, de tener dos madres, a quienes querer y consolar, porque en más de una forma, ambas habían perdido algo.

Pero como no puede haber un final triste, les diré que en estos siete años todo ha marchado de maravilla. Me gradué de la prepa abierta y a mis 22 años ya estoy saliendo con un chico que conocí en la escuela. El resto de la historia todavía no está escrito, pero se los dejo a su imaginación. Hasta pronto.