La visita

Ha esperado mucho tiempo y al fin lo va a ver con sus propios ojos.

El timbre del portero interrumpió un beso tan largo como dulce. Con una sonrisa en los labios, Marcelo se fue a abrir la puerta de la calle mientras su chico, Antón, se encaminaba hacia la cocina para preparar tres copas. La tónica resbalaba sobre el hielo cuando la puerta del apartamento se abría y escuchó las primeras frases de bienvenida mientras el gas crepitaba al borde de los vasos.

—¿Qué tal estás?

—Bien, cuánto tiempo, ¿y tú?

—Ya te lo imaginarás.

Les dio tiempo. Les escuchó dirigirse hacia el salón y ponerse al día, comentando lo complicado que era aparcar por la zona, las dificultades de sus respectivos trabajos y el calorcillo que hacía para ser otoño.

­ —No es lo único que está caliente —bromeó Rubén.

Y tenía razón. Antón escuchaba atento desde la cocina. Las burbujas de gas estallaban mientras él se levantaba la camiseta. Acarició el vello negro que se acumulaba en el hueco que dibujaban sus abdominales y descendió poco a poco bajo el elástico del pantalón, palpando el bulto duro que llevaba soportando ya quince minutos.

—¿Cielo?

Resopló acomodándose el paquete. Tomó la bandeja y acudió junto al resto.

—Aquí estoy. Supongo que tendréis sed con este calor.

Rubén tomó una de las copas sin desaprovechar la ocasión para escanear cuidadosamente al que la llevaba. A Antón le pareció que contenía el aliento por un instante.

—Así que este es tu novio, ¿eh?

—Sí, por fin puedo presentarte a mi amorcín, aunque él ya te conoce a ti.

—Es un placer poder verte entero.

Marcelo y Rubén estaban sentados en el sofá. Había espacio de sobra para una tercera persona, pero Antón aprovechó que dejaba la bandeja en la mesa para girar una silla y sentarse a horcajadas. La tela de sus pantalones se ciñó alrededor de sus muslos abultados y las mangas de la camiseta se tensaron sobre la curva de sus bíceps. Apoyó la cabeza sobre las manos y disfrutó de las vistas.

Marcelo era alto y tenía un cuerpo definido de nadador, sin un solo pelo; Rubén, en cambio, era un tipo ancho de cuello fuerte y hombros inclinados al que se le marcaban dos pectorales y una barriguita que invitaban a usar su torso de almohada. Estaban sentados juntos, y en varias ocasiones anteriores habían estado aún menos separados. Antón había escuchado las historias, visto las fotos y se había masturbado con los vídeos; a él le ponían esas cosas y Marcelo las disfrutaba por partida doble: primero en sus encuentros fortuitos y luego cuando Antón lo poseía salvajemente, totalmente cachondo.

Pero esta vez Antón quería probar otra cosa diferente, y tanto Marcelo como Rubén sabían perfectamente cuál era el plan acordado. Se besaron. Sus lenguas se cruzaron, deslizándose entre sus labios con ansia mientras la escasa distancia entre ellos se desvanecía. Las prendas fueron cayendo, permitiendo que Antón se recreara en los músculos de la espalda triangular de Marcelo. Rubén, de frente a él, abría los ojos de vez en cuando buscando su mirada de soslayo; el hombre era fornido y atractivo, más del tipo de Marcelo que de Antón, y en otra ocasión no le hubiera importado saborear sus labios. Pero esa no era la diversión que Antón estaba buscando.

Prefería esperar y regodearse en esa temblorosa excitación que se adueñaba en su cuerpo. Había comenzado a sudar y le dolía el miembro de lo tenso que lo tenía, preso en la ropa interior. Comenzó a chuparse el pulgar lascivamente de forma inconsciente mientras las manos de Rubén apartaban el pantalón y los calzoncillos de Marcelo, haciendo que su miembro grueso y duro saltase alegre, rebotando contra su abdomen marcado. Marcelo tampoco perdía el tiempo: su mano se colaba bajo el pantalón de Rubén y el gesto rítmico, arriba y abajo, resultaba bastante delatador. El invitado y Antón tenían algo en común: su devoción a una buena polla y la necesidad de comerla hasta la arcada, tragando hasta la última gota. Aburrido de esperar que Antón se uniera al juego, Rubén se lanzó sobre lo que tenía a mano.

Empujó suavemente el pecho de Marcelo recostándolo sobre el sofá, mientras inclinaba su cabeza sobre él. Besó sus abdominales descendiendo directo hacia el miembro erecto, casi tan largo como su rostro. Refrotó la cara contra el pene y hundió la nariz en los testículos, usando su lengua ágilmente para arrancarle un gemido a Marcelo. Antón sintió su voluntad quebrarse un instante: la necesidad violenta de lanzarse sobre su novio y besarle apasionadamente mientras extendía su mano hacia la cabeza del amigo para marcar el ritmo de sus lamidas; pero se contuvo. Quería ver cuánto era capaz de aguantar.

Rubén repasó con la punta de la lengua todo el largo de aquel rabo y describió varios giros alrededor del glande para luego proceder a azotarse a sí mismo con aquella verga. Primero lo hizo mirando a su presa, que permanecía recostada dejándose llevar por el placer, así que buscó al espectador; y aquello lo excitó. La mirada expectante de Antón delataba su ansia por participar y aquello le dio más hambre: abrió la boca y en un movimiento rápido toda la polla se enterraba en su garganta. Marcelo suspiraba con fuerza, satisfecho, y Antón luchaba con todas sus fuerzas para no arrancarse los pantalones y comenzar a machacársela con aquel espectáculo; Rubén lo notaba y lo provocaba manteniéndole la mirada mientras aquel rabo desaparecía una y otra vez en las profundidades de su boca.

Antón se tomó la licencia de levantarse de la silla y arrodillarse junto a su novio, inclinándose para acariciar sus labios con un beso dulce. Se apartó y se miraron a los ojos durante unos segundos en los que sólo se escuchaba la succión rítmica de Rubén. En aquel instante, un destello depredador alumbró los ojos de Marcelo.

Se levantó de un salto y, agarrando a Rubén por el pelo, lo puso de rodillas en el suelo frente a él. Antón intentó levantarse para acomodarse en el sofá, pero su novio le agarró por el hombro y le empujó de vuelta a su sitio, obligando a que su mirada quedara a la altura del espectáculo que le quería ofrecer: agarró a Rubén por las orejas y le hundió la verga hasta el fondo, provocándole una arcada. No se conformó con aquello. Un instante después marcaba un ritmo rápido, follándole la boca con fuerza. Antón podía escuchar cómo el rabo empapado de su novio hacía boquear a Rubén, que comía con habilidad desde la punta escarlata del capullo hasta los rizos de sus huevos. El invitado debía estar disfrutando, porque había cerrado los ojos: una de sus manos recorría su cuerpo mientras la otra se cerraba entorno a su propia polla.

Antón no pudo más y se desnudó, volviendo a arrodillarse a apenas unos centímetros de la pareja para poder ver con detalle cómo aquel pollón que tanto le gustaba tragarse violaba la garganta de aquel otro tío, cuyos gemidos se ahogaban con cada embestida. Y sobre ellos, Marcelo miraba hacia abajo, sonriendo a su novio, satisfecho al ver cómo sucumbía a la lujuria y se arrastraba apenas capaz de contenerse.

Tomó la iniciativa de nuevo. Izó a Rubén y, agarrándolo de la polla, lo guió hacia la habitación; Antón los siguió de cerca. Marcelo empujó al invitado sobre la cama, que se acomodó dejando que su cabeza colgara por el borde lateral. Antón se acercó a la espalda de su novio y apoyó la barbilla sobre su hombro, dejando que su propio miembro rozara las nalgas de su pareja mientras el pene de este volvía a hundirse lentamente en la boca de Rubén. Marcelo no bajó el ritmo y continuó follándose aquella boca con ritmo frenético; su cadera de bamboleaba y sus nalgas se tensaban duras y respingonas acariciando la polla de Antón, que acompañaba el vaivén de su amor mientras le besaba el cuello y le mordía la oreja. Su voluntad flaqueó y dejó que sus piernas temblorosas cedieran, arrodillándose una vez más.

El culo de Marcelo era espectacular y en aquel momento trabajaba a pleno rendimiento, contrayéndose al compás de las embestidas. Antón jugueteó con la yema de sus dedos entre aquellas nalgas, apartándolas para poder hundir la lengua en su interior. Cerró los ojos y se dejó llevar por la sinfonía de ruidos húmedos, jadeos y gemidos ahogados. Clavó la cara en el culo de su pareja y lamió su agujero con avidez hasta que apenas fue capaz de respirar. Ni siquiera controlaba el rumbo de sus manos, que se deslizaban entorno a aquellos muslos tersos, acompañando el ritmo frenético de sus potentes embestidas; acarició aquellos huevos enormes e hinchados y buscó palpar el rabo ensalivado de su chico los breves instantes que no estaba enterrado en la garganta de Rubén.

—Parad… —musitó.

Antón se apartó, quedando de rodillas en el suelo a los pies de la figura escultural de su amor; Rubén se giró sobre la cama, expectante.

—Los dos —apenas fue capaz de jadear—. Al suelo.

Rubén se bajó de la cama y doblegó su cuerpo fortachón, arrodillándose justo al lado de Antón. Marcelo dio un paso al frente posando cada una de sus manos en sus respectivas coronillas y situó su miembro duro entre sus bocas. Ambos intentaron abalanzarse como becerros sobre la preciada verga, pero Marcelo los retuvo agarrándolos por el pelo.

—Tocaos —ordenó.

Y obedecieron. Rubén empezó a masturbarse, jadeando con la boca abierta y estirando la lengua ansioso por alcanzar aquella polla; Antón hizo lo mismo pero arrojando una mirada suplicante a su novio. Con una sonrisa lasciva, Marcelo juntó ambas cabezas entre sí. Los labios de los dos tipos se posaron sobre su verga y sus lenguas comenzaron a deslizarse ansiosas alrededor del tronco venoso, cruzándose entre ellas, luchando por apartarse y llevarse la mayor parte. Antón cogió la delantera y deslizó aquel capullo reluciente entre sus labios, tragando hasta el último centímetro de la polla de Marcelo. Sintió los labios de Rubén en oreja mientras su mano le tanteaba la entrepierna; le dejó hacer y le devolvió el favor, dejando que la polla de su novio saliera de su boca. El invitado no desaprovechó ni un instante, adueñándose de la verga mientras Antón desviaba la atención a las pelotas de Marcelo.

Aquel dirigía el cotarro. Con un nuevo tirón de pelo los hizo apartarse, y ambos reaccionaron abriendo sus bocas y extendiendo sus lenguas, obsesionados con tragarse aquella polla. Marcelo les dio exactamente lo que querían: hundió el rabo en ambas bocas, alternando la follada a capricho entre uno y el otro mientras disfrutaba de las caras lujuriosas de aquellos dos, que no habían dejado de masturbarse mutuamente ni un solo instante. Sentía que iba a explotar.

—Abrid las bocas —gimió.

Y tanto que lo hicieron. Marcelo se apartó un poco de los dos tíos, masajeándose los huevos con una mano y machacándose la polla con la otra. Antón y Rubén esperaban con las bocas abiertas, mirando cómo se tensaba y se estremecía. Rugió cuando los trallazos de leche salieron disparados a toda potencia, derramándose uno tras otro sobre sus rostros y el suelo. Los goterones blancos y espesos resbalaban lentamente ardiendo sobre la piel de sus compañeros, pringándoles las barbas y los pechos. Pretendía apartarse satisfecho cuando sintió la mano de Antón agarrándole el culo, casi hundiendo los dedos en su ano, arrastrando su cadera de vuelta entre las caras hambrientas de los dos tipos. Empezó a estremecerse sin control mientras su mente se nublaba por culpa de aquella intensa explosión de placer, al sentir cómo aquellas dos bocas se peleaban por volver a hundirse su polla hasta la campanilla una última vez, relamiendo cada gota de semen, paladeando los últimos instantes de placer.

Primero uno y después el otro, se corrieron. Seguían de rodillas y la leche salió disparada con fuerza, rociándoles los muslos, el suelo y las piernas temblorosas de Marcelo. Sólo entonces Antón lo soltó, permitiendo que se derrumbara de espaldas sobre la cama, completamente exhausto.

—Qué cristo —exclamó Rubén riéndose mientras se encaminaba hacia el baño.

Marcelo respiraba con pesadez, obnubilado y con la vista perdida en el techo. Podía sentir las caricias y los besos de Antón recorriendo su pierna. Sus manos traviesas aún jugueteaban con su miembro morcillón.

—¿Lo has disfrutado, cielo?

—No puedo hablar —jadeó Marcelo—. Luego te digo.

Antón se recostó junto a él sobre la cama y le besó con ternura en el pecho.

—Descansa, amor; yo despido a Rubén y limpio esto. Te quiero.

—Y yo a ti, bombón. Y yo a ti…