La visita

La vida de un convento se ve afectada por la visita del obispo.

LA VISITA.

El obispo Olmos causaba temor y temblor entre las novicias. Sus negros ropajes y su andar encorvado le asemejaban a un enorme cuervo. Tendría alrededor de 50 años. Era alto y delgado. Tenía la tez morena, también el pelo se le intuía moreno en algún momento de su vida, ahora era color ceniza debido a la multitud de canas. Su expresión era dura, severa. Sus ojos eran pequeños y negros, penetrantes como un cuchillo. Sus modales eran, a todas luces, demasiado hoscos para una persona de su posición y su carácter agrio como la hiel.

No era una persona grata de recibir en el convento, pero este pertenecía a su diócesis, así que le debían obediencia y respeto. Sor Catherine, la Madre Superiora, atendía al obispo personalmente, de forma muy respetuosa y cortes. Aunque en su fuero interno detestaba a aquel personaje que representaba lo mas viejo y rancio de la Iglesia.

Sor Catherine era una de esas monjas modernas, "ye-ye" les decían, que no cumplen con los cánones que uno supone en una religiosa. Era demasiado joven para su cargo, tenía 35 años, aunque aparentaba alguno menos. Era atractiva y esbelta. Tenía unos enormes ojos color castaño y la piel ligeramente morena. Era activa y dinámica. Tenía don de gentes y capacidad organizativa, lo que le llevó muy rápido a ocupar puestos de responsabilidad en el convento. Su vocación fue tardía… y sospechosa. A nadie en el convento se le pasaba por alto que Catherine tenia un misterioso pasado del que nunca hablaba. Pero la Iglesia no estaba en su mejor momento en cuanto a vocaciones se refiere y todos sus superiores siempre habían preferido usar las evidentes cualidades de Catherine, en lugar de dedicarse a indagar en su turbio pasado.

Lo que más molestaba a la monja era la hipocresía del obispo. Su falsedad, su falta de piedad religiosa y su evidente carnalidad. A Catherine no se le escapaba como Olmos miraba a alguna de sus novicias y a ella misma. También le molestaba en extremo los comentarios lanzados al aire por el obispo, cuando nadie podía escucharlos hablar. Comentarios sobre las dificultades de un sacerdote para mantener el celibato y la castidad, y cosas por el estilo. También le gustaba preguntarle cosas demasiado intimas sobre ella o alguna de las monjas. En definitiva, Sor Catherine diría (de no ser porque atentaría contra la decencia cristiana) que el obispo Olmos era un perfecto hijo de puta.

La visita de obispo estaba causada por una novicia que había sido sorprendida masturbándose. Normalmente era la Madre Superiora la que castigaba a las novicias, pero este era un caso reiterativo y las leyes internas eran claras al respecto. A la tercera amonestación grave, el obispo debía decidir el castigo o la expulsión de la Orden.

Sor Catherine tenía la desagradable sensación de que Olmos disfrutaba muchísimo con el asunto. No paraba de comentarlo con su secretario particular, el padre Daniel, un joven sacerdote muy apuesto, que no tendría más de 30 años. Daniel era rubio y muy fornido. De buena estatura, pero no llegaba a la altura del obispo. Serio y callado en extremo, no hablaba a menos que se le preguntara. A Catherine le parecía más un guardaespaldas que un sacerdote.

Llamaron a la novicia al despacho de Sor Catherine. Estaban presentes ella, el obispo Olmos y el padre Daniel. Debían decidir si la hermana Lea (que así se llamaba) debía abandonar la Orden o por el contrario cumplir alguna penitencia.

Lea era muy joven, tenía 18 años. Era muy tímida y callada. De constitución débil, delgada y no muy alta. Aunque era rubia y con los ojos verdes, no tenia demasiado atractivo físico. Tenía la piel blanca como la leche y señalada con marcas de acne juvenil. Había ingresado en el convento como novicia, más por agradecimiento que por vocación. Fue criada en un orfanato de la misma Orden, pues sus padres la abandonaron siendo un bebé. Y cuando llegó la hora de abandonar el orfanato se encontró con que la única familia que tenía eran las hermanas de la Orden. Sola, sin oficio y sin un lugar donde vivir, Lea prefirió unirse a la Iglesia como novicia.

Era virgen. Pero se masturbaba frecuentemente desde los 13 años. Sabia que aquello estaba mal, por lo menos a vista de la Iglesia, pero no podía evitarlo. Aguantaba una semana como mucho sin hacerlo. La habían sorprendido tres veces, pero podían haber sido muchas más. Solía sentir una quemazón que subía sin parar hasta abrasarle. Había intentado aguantarse durante días pero siempre terminaba cediendo ante su propio cuerpo. Por otra parte, la perspectiva de verse fuera de la Orden, sola y sin ningún sitio donde ir, le aterraba. Nunca había trabajado en nada, aparte de las tareas del convento. Jamás había vivido fuera de los muros del orfanato o del convento, y su conocimiento del mundo exterior era casi nulo.

Estaba temblando de miedo cuando entro en el despacho. El obispo sonrió malévolo. Catherine elevó una oración silenciosa.

El obispo Olmos sugirió a Sor Catherine que abandonara el lugar para hablar con la novicia. Ella se negó. Entonces Olmos dejó de sugerir. Ordeno de forma tajante que abandonara el despacho. La monja no tenía más remedio que claudicar, si no quería tener problemas serios, Olmos era famoso por su severidad con los subordinados.

Cuando hubo salido, tuvo la sensación de que dejaba a la pobre chica en manos de un verdugo. No aprobaba lo que había hecho la joven novicia, pero la comprendía. Había vivido lo suficiente como para saber que es difícil detener a tu propio cuerpo, a tus propios instintos. Lo sabía por experiencia propia. Imaginó que Olmos sería inmisericorde con Lea. De repente, un fugaz pensamiento le vino a la mente, se acordó de cómo el obispo había mirado a la chica cuando entró al despacho, una mirada que en otra persona que no fuera un eclesiástico se diría de lujuria. Pero apartó esa idea de inmediato, después de todo, Olmos era un obispo de La Santa Madre Iglesia, y sería incapaz de hacer daño a una pobre chica… Se equivocó.

  • Así que eres incapaz de someter tu carne ¿eh? -Espetó el obispo a Lea-.

Ella permaneció en silencio. Con la cabeza gacha.

-¿No dices nada?

-Lo siento padre.

-¿Lo sientes?.. ¿Seguro?

-Si padre.

Olmos comenzó a caminar alrededor de la muchacha, muy cerca. Mirándola fijamente, de arriba abajo. Tardó unos segundos antes de hablar de nuevo.

-¿Qué debo hacer contigo muchachita? ¿Seré indulgente...O debo ser severo?

Lea no respondió. Estaba asustada. Sus ojos comenzaron a encharcarse de lágrimas.

-O vamos, no llores… Quizás podamos hacer algo para que este asunto no llegue a mayores.

Se acerco aun más a la muchacha y puso su mano sobre su mejilla, como conteniéndole una lagrima. Ella se turbo, pero permaneció inmóvil.

-Digamos que….Si tú te portas bien conmigo, yo me portare bien contigo.

Hubo unos instantes de silencio, de dudas.

-¿Entiendes lo que digo?- Le dijo mientras ponía su mano sobre el pecho de Lea.

Ella retrocedió sobresaltada. Olmos hizo un gesto con la cabeza, casi imperceptible, pero suficiente para que Daniel se moviera con rapidez y sujetara fuertemente a Lea, inmovilizándola.

Lea intento soltarse, pero la presión de las fuertes manos del joven sacerdote era demasiado para ella. Miró asustada hacia el Obispo que avanzaba hacia ella con el rostro transformado por la lujuria. Iba a gritar cuando recibió la bofetada de Olmos…PLASSSS.

-¿Es que no lo entiendes? Se buena y todo saldrá bien.- Le dijo Olmos.

-No por favor, no.

-¿No?...Pues entonces iras a la calle, no volverás a estar en este convento en tu vida ¿te enteras?... ¿Dónde vas a ir? ¿Eh? Te vas a pudrir el la calle, idiota.

Lea intentaba asimilar todo aquello, pero le era imposible pensar con claridad. Tenia miedo a lo que Olmos pudiera hacerle, pero temía aun más el que la echaran a la calle. Olmos no esperó a que terminara de pensar, se abalanzó sobre ella e intento besarla. Lea aparto la cara, pero entonces recibió otra bofetada de Olmos, que estaba empezando a perder la paciencia.

-Déjeme, se lo diré a sor Catherine.- Intento decir amenazante Lea, pero su voz sonó demasiado débil y dubitativa.

PLASSS, Otro golpe en la cara de Lea.

-¿Decir que? Que el obispo Olmos. El Excelentísimo obispo Olmos ¿te ha violado? ¿Quién te va a creer, zorra?...Será tu palabra contra la mía. La palabra de una monja pervertida que se masturba, contra la palabra… "La santa palabra" de su Eminencia el obispo. – Dijo Olmos, recalcando lo de Santa Palabra.

Lea entendió que el Obispo tenía razón. Nadie la creería. Agachó resignada la cabeza. No quería mirar a la cara a Olmos, no quería aceptar lo que ya era seguro que iba a ocurrir. Comenzó a llorar en silencio.

Olmos volvió a acercarse a Lea, hasta casi tocarla con la cara. Acerco sus labios al oído de esta y susurro:

  • Buena chica… Ya veras como todo sale bien.- Dijo mientras comenzaba a tocarle los pechos y meter su lengua en el oído de la novicia.

Lea cerró los ojos, intentando abstraerse de todo lo que estaba pasando. Olmos le subió la falda hasta la cintura y comenzó a acariciar sus muslos y su sexo mientras seguía chupándole la oreja y el cuello de forma obscena. Entonces Daniel dirigió a la novicia hacia la mesa del despacho y la hizo tumbarse sobre ella.

El Excelentismo obispo Olmos violó a la novicia Lea Pomares.

No fue una violación violenta, ni muy forzada. Lea simplemente se dejó hacer. No sintió placer, pero tampoco le dolió en exceso. Le molestaba más la cara del obispo pegada a la suya, su aliento, su voz. Lo que si le dolía eran los brazos, que los tenía fuertemente sujetos por Daniel, que permanecía impávido, con el rostro pétreo, sin aparentar emoción alguna, ni siquiera lujuria.

Aunque todo fue muy rápido a Lea le pareció eterno. Sintió algunas nauseas cuando notó el caliente semen dentro de ella. Después el Obispo se aderezo las ropas y recupero su compostura. Su rostro volvió de nuevo a su habitual severidad. Dio a Lea instrucciones precisas de lo que debía decir y le permitió marcharse.

-Ve en paz, hija.- Dijo, mirándola a los ojos.

Fuera del despacho Catherine estaba angustiada. Tardaban demasiado. No quería pensar mal, pero una sombra de dudas y sospechas la asaltaban. Estaba nerviosa, tensa. Querría haber irrumpido en el despacho, pero sabía que eso solo empeoraría las cosas. Seguramente no estaría pasando nada y ella quedaría como una completa imbécil. Pero aún así permaneció en el pasillo, cerca de la puerta. Esperando.

-¿Qué ha pasado?- Pregunto la Madre Superiora a su novicia cuando la vio salir y cerrar la puerta del despacho, pálida, y con los ojos húmedos de haber llorado.

-El obispo ha sido muy bueno e indulgente conmigo Madre.- Contesto de forma mecánica, sin mirar a la cara a su superiora.

-¿Indulgente?...Vamos Lea, Olmos no ha sido bueno ni indulgente en su vida.

-Me ha dado otra oportunidad, Madre. Dice que si no lo vuelvo a hacer olvidara todo el asunto.

-Ya. Venga Lea dímelo. ¿No habrá hecho nada malo? ¿Eh?

-No Madre, no.- Respondió la novicia mientras empezaba a llorar y a correr.

Catherine querría haber ido con ella a consolarla, pero un sentimiento mayor le embargo por completo, haciendo que solo pudiera hacer una cosa…Odiar.

Entro como un rayo en el despacho, donde Olmos y Daniel conversaban animadamente. Miro a los ojos del obispo y de inmediato se dio cuenta de lo que había sucedido. Los ojos del obispo se clavaron en ella, desafiantes, altivos. Catherine no pudo aguantarse más, se acerco al obispo y le dio un sonoro bofetón. Daniel se abalanzó sobre ella sujetándola con fuerza desde atrás.

-¿Qué haces imbecil?- Le dijo Olmos frotándose la mejilla colorada.

-Es usted un cerdo depravado.- Le espetó Catherine. Estaba iracunda, no pensaba dejar que aquel degenerado se saliera con la suya. Siguió hablando:

-¿Crees que vas a quedar impune? Te voy a denunciar, se te va a caer el pelo.

El obispo no pareció muy alterado, parecía que lo único que le molestaba fuera la bofetada pues seguía tocándose la mejilla. Pasaron unos instantes de pesado silencio. Catherine miraba con expresión airada al obispo. Este miraba hacia el suelo mientras se acercaba hacia la monja. Entonces levanto la mirada y clavo sus afilados ojos en los de ella.

  • Fuiste una puta.- Dijo, dejando a Catherine helada. Ella sabia de lo que el obispo estaba hablando.

Trato de decir algo, pero noto que la voz no le salía del cuerpo. ¿Cómo era posible que lo supiera? La ira desapareció como por arte de magia, y fue sustituida por temor.

  • Eras la zorra de aquel banquero….¿Como se llamaba? ¿Núñez?

Catherine no respondió, estaba temblando. Todo su mundo, su vida, de repente estaba amenazado por aquel despreciable ser. Trato de no llorar, pero las lágrimas afloraban sin remedio.

Entonces el obispo Olmos dijo algo que le dejó todavía más perpleja y aterrada. Dijo algo que Catherine sabía que la marcaría para siempre, dijo algo que la haría rememorar aquello que querría haber olvidado hace mucho tiempo. Su pasado.

El Excelentísimo obispo Olmos dijo: Mira por donde Daniel, tu también vas a divertirte un rato hoy.

No sabéis como agradezco vuestros comentarios. Acepto críticas de buen grado. Solo soy un humilde aprendiz sediento de aprender. Besos.