La visita
Las tardes en el despacho se pueden amenizar...
No puedo negar que siempre había fantaseado con tomar a alguna de mis compañeras de trabajo. Me lo imaginaba en mi despacho, aprovechando la languidez de alguna tarde estival.
Y, al fin, la ocasión se me presentó. No pensaba desaprovecharla.
Hacía algunas semanas que se habían incorporado nuevos fichajes al sector donde trabajaba. Entre ellos destacaban dos chicas, Mónica y Azalea, que eran las que protagonizaban preferentemente mis fantasías.
Una tarde, de las primeras calurosas que nos visitan, todos los compañeros, veteranos y novatos, salimos a comer a un patio que teníamos cerca. El salir fuera siempre hace que el ambiente sea más distendido, y así ocurrió, pues tanto neófitos como habituales charlaban a partes iguales.
Por cuestiones de azar, Azalea se acabó sentando a mi lado. Así, pudimos conocernos mejor e intimar en las típicas generalidades de estos primeros encuentros. Resultó ser tan interesante por fuera como por dentro. Charlamos animadamente toda la comida y quedamos en vernos a media tarde, para el café y para terminar una discusión que el repliegue al trabajo dejó inacabado. No sospechaba lo rápido que irían las cosas.
Aquel día la imagen de Azalea era mucho más apetecible de lo que usualmente ya era. Llevaba una falda con estampados de vivos colores que le caía hasta la rodilla, ligeramente por encima. Lucía una diadema con flores que recogía su, largo, ondulado, cabello. Su cara lucía radiante: una amplia sonrisa que embelesaba a incautos, una mirada firme y dulce y un andar grácil.
Me alegró haberme acercado a ella en la comida, pero pronto me retiré a mi oficina y me puse al trabajo y olvidé la comida y hasta la cita que teníamos. Por suerte ella, no. Por eso, me sorprendió el leve tamborileo de unos dedos en la puerta. Antes de que pudiera decir nada, Azalea entró de golpe, arrolladora presencia.
Intenté sobreponerme con humor... y algo de ingenua insinuación.
Sé que eres nueva, pero no puedes entrar tan así. Podría haber estado haciendo algo.....
¡Además que vengo a por ti! - me cortó- Se ve que se te olvidó que teníamos pendiente retomar la conversación -y fingió enfado cruzando los brazos. Después, se acercó.
Nuestros despachos son cubículos pequeños pero medianamente espaciosos en los que trabajamos en informes. Para la concentración y un ambiente a los gustos personales, según la dirección. En todo caso ese sistema permitía una cierta intimidad. Intimidad que Azalea y y yo explotaríamos al máximo.
La invité a tomar asiento a mi lado, pero su desparpajo juvenil -me llevaba 5 años- hizo que se dispusiera a sentarse en mis rodillas de la forma más natural. Tan era arrebatadora la lógica que la tenía sentada sobre mí antes de que pudiera objetar nada.
Tras las comidas a veces me daba por masturbarme viendo algunos vídeos por Internet, motivo por el cual a veces, cuando alguien llegaba demasiado pronto e inesperadamente o si no me acababa de correr, la polla se me quedaba morcillona, dispuesta a la erección al mínimo contacto.
Aquella tarde, no obstante, el trabajo me había absorbido y no tuve tiempo de nada. Aquello me alivió, porque de lo contrario, la excitación de tener a Azalea sobre mí me hubiera delatado.
¡Tú como en tu casa e! -atiné a decir con una grotesca sonrisa de circunstancias.
Pero si soy como una pluma, ¡no te quejarás! - Para acto seguido inclinarse y mirar la pantalla del ordenador inquiriéndome, a la vez, sobre lo que estaba haciendo.
Estoy revisando unas tablas, para ver si los datos coinciden. Una labor aburrida para una tarde de sopor.
Podemos hacerla más divertida - me miraba desde lo alto de las rodillas con una expresión incierta y una media sonrisa.
Ehh.. sí - dije cortadísimo. No esperaba un escenario así y no sabía que hacer.
Ella, más resuelta (seguro que ya traía la idea y la estrategia), tomó la iniciativa.
Dejo caer deliberadamente el lápiz que llevaba, de modo que al agacharse al recogerlo, pude ver las braguitas de encaje que llevaba, a través de la abertura de su vestido. Eso me puso a cien, y antes de asimilarlo, con un rápido movimiento, Azalea se posicionó de nuevo en mis rodillas. El movimiento fugaz que hizo estaba muy bien pensado, porque al volver a sentarse en mí, de lo rápido que lo hizo mi entrepierna quedó en contacto directo con sus nalgas, ya que el vestido se desparramó en derredor. Y la fuerza con que cayó en mí hizo que mi pene se viera aún más estimulado. Para entonces la erección era incontenible y apretaba el culo de Azalea. Ella parecía entreabrir las piernas, para dejarlo pasar, o cogerlo más duro.
Me sonrió mientras me soltaba:
- ¿Alguna idea?
Yo no pude sino rodearla con los brazos y sujetarla a mí. Quería sentir mi polla contra ella y que ella la sintiera taladrando su trasero.
Ella se zafó y se colocó encima de una de mis piernas, dejando la otra libre, y con el paso hacia mi entrepierna expedito. Aprovecho esa circunstancia, que ella creó, y mi total voluntad, que ya se plegaba a sus deseos -que también eran los míos-, para situar su mano sobre el montículo que creaba mi polla y masajearla suavemente. Se contentó en estar haciendo esta delicada labor durante unos minutos hasta que prácticamente clamé entre gemidos que me la cogiera directamente. Entre tanto yo había puesto mi mano izquierda entre sus muslos y había estado estimulándola. Así pues, nuestra excitación era máxima.
Ella accedió y me desabrochó los pantalones, momento en el cual mi polla saltó como resorte y se estableció como un mástil que conducía la situación. Ella ni corta ni perezosa la agarró con ganas y la empezó a menear con ímpetu, mientras yo abría más las piernas para dejarla trabajar a gusto. Mi huevos botaban y golpeaban el mullido asiento. Ella también me franqueó el paso a sus secretos abriendo, asimismo, más las piernas, de manera que pude meter un par de dedos más y pasar del clítoris a estimular la vagina.
Estuvimos así un largo rato delicioso, poniéndonos bien a tono, con mi polla dura y sus vagina jugosa.
Entonces le ordené que se detuviera y que fuera a cerrar la puerta con llave. Aquello no tenía marcha atrás y pese a la tranquilidad vespertina, nunca se sabía.
Ella obedeció, y al volver a mi lado aprovechó para quitare el vestido de un plumazo y situarse frente a mí contoneándose. Yo hice lo propio y me quedé totalmente desnudo.
- Para ir parejos... - le dije, y le quité el sujetador y las braguitas. Ella se dejó hacer y antes de ensartarla se agachó y me lamió brevemente la polla. "Quería saber cómo se sentía", se excusó con una sonrisa abiertamente pícara.
Después sí, se incorporó sobre mí y se dejo caer lentamente, sintiendo la entrada de mi polla, centímetro a centímetro. Una vez mis testículos hicieron tope, se regodeó un momento con todo mi pene dentro y sin más demoras empezó a cabalgarme. Me encantaba sentirla encima de mí, la visión de sus tetas -no muy grandes, no muy pequeñas- botando a ritmos regulares con su cara de placer al fondo: ojos entrecerrados, labios mordidos, cabello al viento. Permanecimos así un rato, compenetrándonos, sintiendo la frenética entrada y salida de mi polla y su espalda ora arqueada, ora apretada contra mí. según convenía al ritmo y a las contracciones.
Yo le apretaba fuertemente las nalgas, le retorcía y pellizcaba las carnes y, cuando me lo permitía, le enjuagaba los pezones y le absorbía las mamas.
La recosté hacia atrás para que mi polla entrará más horizontal, me gustaba sentirla así, con sus largas piernas aferradas a mis costados y su cuerpo temblando junto al mío.
Entonces la cogí y la volteé, de modo que me quedara de espaldas. Así sentada ella tenía pleno poder sobre mi polla, que ya fuera, podía manejar como quisiera. Siguió jugando con ella como al principio, deslizándola arriba y abajo aprovechando lo lubricada que estaba, combinando con suaves golpecitos al glande y tirando de ella fuertemente de vez en cuando. Yo por mi lado utilicé mi nueva adquirida posición para masajearle las tetas y el clítoris a placer. Con la mano buena empecé a masturbarla, mientras ellas se retorcía en mis brazos, sin soltarme el miembro. Y así se vino, se corrió largo y tendido, dejándome la mano lleno de su delicioso néctar.
Acto seguido se tendió ante mi y acabo la labor, mamándome la polla con fruición, metiéndosela y sacándosela compulsivamente de la boca, en un frenesí en el que no tardé en correrme. Pero antes, Azalea me regaló con un último momento: sabiéndome a punto, se volvió a encaramar a mí y haciendo una contorsión imposible me ofreció su estómago, liso y tierno, para que acabara y la llenara de mi abundante semilla.
Se apartó, se puso el vestido y, como si nada hubiera sucedido, se dispuso a marcharme.
Yo la miraba derrengado, alejarse.
Ya en la puerta se giró y apuntilló:
- Habrá que repetir....