La visión que cambió mi vida

Nada hacía sospechar lo que ocurriría tras observar la curiosa imagen que mi mejor amigo tenía mientras dormía.

Aunque yo me consideraba heterosexual, siempre me atrajeron los hombres de alguna manera. Este interés autocensurado fue el que propició mi primera relación homosexual.

Tendría yo unos 24 años cuando a través de un amigo común conocí a un chico que tendría entonces 18 años más o menos. Se llamaba Raúl. Su aspecto era el del clásico gordito bonachón. Con una cara muy agradable y bastante sobrepeso, tenía un cabello muy negro aunque también con bastantes canas que solía llevar bastante corto. Lo que más me llamó la atención eran sus ojos azules que contrastaban con el negro de sus cabellos.

Junto a este amigo común, durante los meses siguientes coincidimos varias veces cuando quedábamos a tomar unas cervezas, incluso nos empezó a acompañar con el resto de amigos en acampadas a las que éramos casi todos bastante asiduos.

Fue durante esas acampadas cuando se empezó poco a poco a forjar una amistad entre nosotros. Pero no era una amistad en sentido sexual, lo que ocurriría con el tiempo jamás se nos hubiese ocurrido a ninguno de los dos.

Esta amistad fue creciendo y Raúl llegó a convertirse en el mejor amigo que nunca había tenido. La confianza entre nosotros era total y nos contábamos toda clase de historias, sentimientos, pensamientos, etc.

Por aquel entonces yo seguía ejerciendo de heterosexual y no dudaba ni un momento en contarle todas mis andanzas con las chicas que conocía. Él me solía preguntar cada vez que sabía que había quedado con alguna y quería que le contara con todo lujo de detalles lo que había o no había pasado. A mí me resultaba un poco incomodo, ya que el, debido a su físico y lo intolerante de esta sociedad no tenía éxito con las chicas y aún era virgen. Yo no quería pavonearme, pero viendo con la atención que me escuchaba cuando le contaba estas aventuras no podía evitar complacerle.

El que empezara a ser más que un amigo para mi comenzó a gestarse en una acampada que hicimos, como siempre junto a mas amigos. En esta ocasión llevábamos tiendas suficientes para evitar el hacinamiento al que últimamente nos sometíamos, llegando a dormir hasta cinco personas en una tienda. Fue un éxito y conseguimos llevar suficientes para que durmiéramos dos personas por tienda.

Evidentemente, debido a la gran amistad que nos unía elegí como compañero de tienda a Raúl.

Tras una buena caminata y una suculenta cena a base de conservas y fiambre y regada con abundante cerveza nos fuimos todos a dormir. No recuerdo la fecha exacta, pero debía ser finales de Junio, y lo que recuerdo claramente es que hacía bastante calor. Tanto Raúl como yo nos acostamos sobre las colchonetas y renunciamos a usar el saco de dormir. Normalmente yo solía dormir desnudo dentro del saco, pero en esta ocasión no me pareció apropiado y al igual que Raúl decidí dormir con los slips puestos.

Fue a causa de la gran cantidad de cerveza ingerida durante la cena cuando me entraron ganas de orinar y esto hizo que me despertara. Encendí una linterna que llevaba para evitar dar golpes y despertar a Raúl y al resto de amigos que dormían en las otras tiendas. Fue entonces cuando tuve una visión que cambió mi vida.

Raúl estaba dormido boca arriba, su cuerpo brillaba por el sudor provocado por el calor. En su cara, curiosamente había dibujada una sonrisa. Una de sus manos estaba apoyada sobre su pierna, justamente por debajo de su slip, como sujetándose los testículos. El slip de color blanco se transparentaba levemente a causa del sudor y dejaba entrever el oscuro vello que contrastaba con la encarnada visión de su pene totalmente en erección bajo su ajustado slip.

No pude evitar quedarme mirándole fijamente. Era evidente que estaba teniendo un sueño estupendo. Al mirar su pene erecto a través del slip húmedo no pude evitar tener yo también una erección. Me asombré de mi mismo. Decidí no salir a orinar, no quería que nadie me viera salir con una erección de la tienda. Qué pensarían los demás si me viesen así. Apagué la luz y volví a acostarme. Por mi cabeza empezaron a pasar mil pensamientos. No podía dormir, en parte por lo que me había sucedido y en parte porque aún tenía ganas de orinar.

No sé cuánto tiempo pasó pero al final el salir a orinar era ya una necesidad imperiosa. Volví a encender la linterna y aunque había decidido no mirarle, no pude evitar hacerlo.

Su rostro estaba ahora relajado, al igual que su pene que ya se había retraído y ya apenas se podía apreciar en su aún húmedo slip. Su mano había abandonado la zona genital y ahora reposaba junto a su barriga.

Salí a orinar intentando hacer el mínimo ruido posible. Me fui tras unos arbustos que había a algunos metros de las tiendas y mientras finalmente desahogaba la presión que mi vejiga estaba sufriendo desde hacía tiempo no podía dejar de pensar en mi visión, lo que provocó de nuevo en mí una erección. Sin planearlo previamente acabé masturbándome en ese mismo lugar. Después de eyacular y ya con mi pene en reposo volví a mi tienda. Raúl seguía en la misma posición. Apagué la linterna y finalmente me dormí.

El ruido de mis amigos preparando el desayuno me despertó por la mañana. Raúl ya no se encontraba en la tienda. Me vestí y al abrir la cremallera lo encontré tomando un café junto a varios amigos. Los di los buenos días, Raúl me regaló una sonrisa socarrona que no supe interpretar.

El resto de la acampada se sucedió sin más incidentes. Pero algo en mí había cambiado. No podía evitar mirar a Raúl de otra manera. Pasaron unos cuantos días y yo andaba inmerso en un mar de dudas. Cada vez que estaba con él me sentía nervioso y él lo acabó notando.

Un día como tantos otros fui a buscarlo para ir a tomar unas cervezas. Casi siempre me estaba ya esperando, pero ese día no estaba allí, así que llamé a su puerta. Me hizo pasar, estaba sólo en casa acabando de arreglar un grifo que según me dijo le estaba goteando. Me sacó una cerveza de la nevera para que me la tomara mientras acababa. No tardó en hacerlo, se abrió otra botella y se sentó junto a mí en el sofá del salón.

Yo, como me ocurría últimamente me encontraba nervioso y no sabía de qué hablarle. Me puse a hablarle del tiempo pero me cortó de repente con un rotundo "Pero se puede saber qué te pasa".

Yo me quedé con cara de asombro. Pero el prosiguió "Desde la acampada estás muy raro".

Quería contárselo, nuestra confianza era total, pero cómo contarle algo así. Quería mover los labios pero no me salía ninguna palabra. Hasta que Raúl me sorprendió con una pregunta que me dejó atónito.

"¿Tiene que ver con la paja que te hiciste por la noche?"

Yo alucinaba; por mi cabeza empezaron a pasar mil ideas, ¿me habría visto?, ¿habría sido todo premeditado?, etc. Pero por mi boca solo salió un lánguido "¿Qué?"

Entonces Raúl me reveló que se dio cuenta que me había masturbado porque mis calzoncillos lucían una gran mancha de semen que al acostarme no estaba. Pensé que al eyacular, posiblemente parte del semen cayó al slip y no me di cuenta. No importaba, de cualquier modo me había pillado.

Me armé de valor y decidí dejar de hacer el idiota. Le conté la verdad, aunque con eso estaba arriesgando mantener su amistad, cosa que también le hice saber.

Me escuchó como siempre, con los ojos bien abiertos, absorbiendo cada palabra que salía por mi boca. Cuando acabé, nos quedamos los dos callados, sin decir palabras. Yo miraba al suelo mientras Raúl observaba fijamente un punto vacío en la pared de enfrente.

Pasó así un rato, se levantó y salió del salón sin decir ni una palabra. Volvió en seguida portando dos nuevas cervezas. Me ofreció una y se volvió a sentar a mi lado.

La situación era muy tensa y de mi boca solo salió un tímido "lo siento".

Entonces él me dio un par de palmaditas en la pierna como diciendo "no pasa nada". Pero su mano permaneció allí, a escasos centímetros de mi pene que se empezó a erguir de nuevo por la sangre que mi cuerpo empezó a bombear.

Me lo quedé mirando a los ojos, y sin saber cómo, nuestras caras se acercaron hasta que nuestros labios se juntaron en un beso que pareció eterno. Nos empezamos a comer la boca. Yo lo abracé mientras el contestaba con caricias en la pierna donde su mano descansaba.

Esa mano fue acariciando mi pierna hasta que, al toparse con el bulto que se había formado en mi pantalón lo empezó a frotar dulcemente. Buscó entonces la cremallera y la hizo abrirse, metiendo entonces su fuerte mano en mi bragueta.

Interrumpí un momento mi beso para preguntarle por sus padres. El me tranquilizó, estaban en el pueblo. Estaba totalmente solo en casa y nadie no nos molestaría. Volví a enredarme en sus labios mientras él empezó a tirar de mi camiseta hacia arriba. Levanté los brazos para ayudarle a extraérmela, el se sacó también la suya y la lanzó contra un rincón del salón, dejando al descubierto su fuertes brazos y su hermosa barriga adornada con el vello que era extensión de la gran mata de pelo de su pecho. Me abracé a él, quería sentir su cuerpo junto al mío. Seguí besándolo mientras mis manos trataban de acariciar todo su cuerpo. Mientras él empezó a desabrocharse la correa y pronto su pantalón cayó al suelo. Luego hizo lo propio con mi pantalón, e hizo bajar pantalón y slip a un mismo tiempo.

Mi pene se irguió hacia arriba libre de su prisión. Pero pronto fue apresado de nuevo, en esta ocasión la mano de mi amigo lo agarró, yo solté un gemido de placer mientras el dejaba escapar un suspiro. Me empezó a acariciar todo mi miembro desde los huevos hasta el glande. Yo me dejaba hacer sin ocultar el placer que estaba sintiendo.

Llegó mi turno y decidí extraerle la única ropa que le quedaba. Un slip, en esta ocasión de color negro, que fue pronto a parar al suelo dejándome ver esta vez sin filtros intermedios su miembro erecto. No era muy grande, pero lucía grueso con unas venas bien marcadas por su tronco y un capullo rosado y brillante que me miraba fijamente.

Le invité a tumbarse para que su barriga me dejara acceder cómodamente al exquisito manjar que deseaba probar. Primero lo acaricié como el hizo con el mío, luego empecé a besar su capullo y después a lamerlo. Poco después todo su miembro estaba dentro de mi boca y empecé a chupárselo. Era la primera vez tocaba un miembro ajeno y claro está la primera vez que me lo comía. Su sabor me excitaba aún más y se lo empecé a mamar enérgicamente.

Raúl estaba excitadísimo y gemía constantemente de placer. Tanto es así que no pudo evitar eyacular enseguida, llenando de semen mi boca tragándomelo casi todo.

Él alarmado se disculpó mientras extraía su polla cuando aún manaba semen y un par de corros salieron despedidos sobre el suelo del salón. Yo le tranquilice y le hice ver mi satisfacción por haberlo recibido en la boca.

De cualquier forma el me lo quiso compensar, y aunque no se atrevió a chupar en esa ocasión; me pajeó hasta que eyaculé con gran placer llenando su mano y gran parte de mi pecho de mi propio semen.

Tras limpiarnos, abrimos dos nuevas cervezas para celebrar lo que acababa de suceder entre nosotros y desnudos en el sillón seguimos besándonos y acariciándonos, abandonando las cervezas medio llenas en la mesa del salón.

Un rato después ambos lucíamos de nuevo una gran erección. Y de nuevo nos tocamos y acariciamos nuevamente. Yo estaba lanzado y le hice una proposición. El me preguntó si estaba seguro, y yo asentí. Entonces le ofrecí mi trasero. El apoyó su glande en el orificio del ano y empezó a presionar. Lamentablemente los dos éramos nóveles en estas lides, y por mucho que yo puse de mi parte y el de la suya, su miembro no entró.

Finalmente desistimos y acabamos pajeandonos mutuamente hasta que ambos volvimos a eyacular, está vez con poca emanación de fluidos, pero no por ello con menos placer y satisfacción por lo que estábamos viviendo.

Seguimos desnudos aún bastante rato, y nos acabamos las cervezas abiertas y algunas nuevas que se abrieron posteriormente mientras nos besábamos y abrazábamos profusamente.

Esa noche, ya en mi casa, no pude pegar ojo. Era tremendamente feliz.

La relación creció y para sorpresa de todos nuestras familias y amigos, acabamos siendo pareja y estuvimos un tiempo viviendo juntos.

Lamentablemente la presión de la familia de Raúl fue muy fuerte y nuestra relación se fue torciendo. El tiro de gracia lo dio Beatriz, una chica que se cruzó por nuestro camino y me arrebató a mi gran amigo y mejor amante. Destrozado, yo volví de nuevo a mis raíces heterosexuales y tras varias relaciones fallidas acabé casándome con la que ahora es mi mujer.

Pero nuestra amistad continuó a pesar de todo. Y en ocasiones, en secreto, aún nos vemos en algunas ocasiones. Ahora yo no somos nóveles y disfrutamos plenamente el uno del otro, añorando viejos tiempos, que quizás vuelvan algún día.