La violación y la tortura

De cómo Gabriel y yo contratamos los servicios de una prostiuta para luego violarla y torturarla brutalmente.

A decir verdad, no sé cómo fue que llegué a esto, pero lo hice. Andábamos mi mejor amigo y yo dando vueltas por la ciudad mientras tomábamos cervezas un viernes por la noche. Luces, mujeres, policías, borrachos… El paisaje no era bueno.

Justo cuando pasábamos frente a un burdel de mala muerte, en cuya puerta posaba casi sin quererlo una adolescente muy linda, delgada, de buen cuerpo y de inocente apariencia, decidimos que debíamos detenernos ahí para comprar más cervezas y orinar. Desafortunadamente no había dónde estacionar, y tuvimos que parar por detrás del local.

Al entrar, miro a la chica fíjamente, porque la verdad es que me llamaba mucho la atención, pero no quería admitir ante mi amigo que me gustaba una prostituta barata. Le lancé un beso como por broma y ella me guiñó el ojo. Gabriel y yo intercambiamos una sonrisa y seguimos nuestro camino hacia dentro del local.

Una vez en el baño, usando urinarios contiguos, le digo como por broma -“Esa flaca no está fea, chico”. A lo que, para mi sorpresa, él responde -“Para nada, está buenísima”. Era lo único que necesitaba para confesar que quería contratar sus servicios.

-Hermano, vamos a contratarla y nos la llevamos en el carro para hacérselo los dos. Yo conozco un sitio.

-Perfecto – respondió entusiasmado.

Decididos, fuimos a hablarle. Preguntamos el precio por hacerlo con cada uno de nosotros, y resultó doblar la cantidad que habíamos estipulado. Susurramos que la contrataríamos sólo para mí, y que, luego de “excitada”, él la convencería para hacerlo con él, sin costo.

Yo me imaginaba que no sería tan fácil: Era su trabajo, no iba a regalarnos su tiempo. Aunque, por otra parte, era posbile que realmente disfrutara conmigo, y que luego quisiera hacerlo con él por puro placer (ambos tenemos éxito con las mujeres, tenemos muchos atributos atractivos para ellas).

Así, cancelamos la elevada cuota, y salimos con Katherine mirando hacia los lados, temerosos de que algún conocido nos viera en esta penosa situación.

El dijo “Váyanse ustedes atrás, yo seré el chofer”.

Así lo hicimos. Estando atrás la abracé, la tomé de la mano muy caballerosamente y comencé a besarle el cuello. Yo le iba indicando a Gabriel el camino para llegar a un sitio solo que había conocido gratamente con Nathalie, alguien a quien recuerdo con placer y un poco de remordimiento.

Ella me besaba y yo a ella, sólo en el cuello. Trató de quitarme la camisa, pero yo se lo impedí. Por el contrario, abrí su escote para descubrir sus senos preciosos, redondos y grandes (aunque conservando la buena forma).

¡Qué bellos senos! Pezones pequeños… Duros… Claros

Ella comenzó a sobar mi duro pene por encima del pantalón con movimientos ascendentes y descendentes mientras buscaba acercar nuestras bocas entreabiertas. Yo no quería hacerlo, pero la besé en la boca. Tenía un no sé si típico aliento a menta… Una lengua húmeda (como Dios manda a tenerla para dar un beso)… Y la intensidad con que me besaba era la justa. Me excitó muchísimo.

Le pedí que me diera sexo oral, a la vez que Gabriel ajustaba el retrovisor para ver bien lo que Katherine y yo hacíamos. Yo lo miré con reprobación, y él respondió “Hay muchos carros que no tienen retro… Esto no afecta mi buen conducir”… Lo dejé así y volví mi mirada a la bella Katherine, como preguntándole el motivo de la demora para darme sexo oral. Ella me preguntó: “¿No tienes un condón?” ¡Buen punto!

-Párate en esa farmacia, que voy a comprar unos condondes… Compré media docena. Finalmente, no sabíamos cuánto duraría la noche, y yo tenía el dinero y la disposisición de pagar por tener sexo toda la noche con esta belleza.

Volví tímidamente para encontrarme a Gabriel y a Katherine tomados de las manos y hablando en tono seductor. Opté por preguntarle la edad. Tenía 17, y no me sorprendía, porque bien los aparentaba. La verdad no sé por qué me puse tímido repentinamente, pero opté por hablar.

Ella interrumpió rápidamente mis intenciones de perder el tiempo y volvió a besarme la boca. El interruptor pasó de nuevo y retomé la excitación inicial. Manoseaba sus senos mientras la besaba muy apasionadamente en la boca. Ella desabrochó mi cinturón, mi pantalón, y bajó un poco mi boxer; sólo lo suficiente para poder meter su mano y masturbarme suavemente.

Me pidió que me bajara los pantalones, tomó un condón, lo abrió y me lo puso. Yo la interrumpí preguntándole “¿Qué haces, no vas a mamármelo?” –Claro, cuando te ponga el condón – respondió con antipatía.

Yo le pregunté: “¿Y tú haces esto con todos tus clientes? ¿Por qué no haces una excepción conmigo? Por favor, ¿sí?”

-No, no puedo. Esto es ley para todos. – continuando con el tono de antipatía.

Se lo metió en la boca mientras agarraba mis bolas y las masajeaba suavemente. Lo chupaba muy rico.

Le ordené que se quitase los pantalones, y así lo hizo. Quedó sólo con un diminuto hilo negro que contrastaba con su blanca tez. Era un muy buen espectáculo. Le pedí a Gabriel que me pasara una cerveza. Tomé un sorbo y le di un poco a ella mientras movía mi dedo medio circularmente en las afueras de su culo, tratando suavemente de metérselo.

Ella se quitó el hilo y abrió sus piernas. Estaba acostada en el asiento dándome un excelente sexo oral mientras yo comenzaba a estimular su clítoris. Quería que disfrutara ella también. Olí mi mano, que para mi sorpresa había tomado un aroma muy rico, y resistí la tentación de lamérmela. Pero la tentación era muy grande, y decidí que lo mejor sería ir a bañarnos para yo darle sexo oral a ella, besarla toda, toda, y disfrutarla al máximo. Es que era una niña muy linda.

Le dije: “¿Por qué mejor no vamos a mi casa y nos bañamos y lo hacemos más interesante y rico? Es que quiero comerte esa cuquita y ese culito como se debe”.

Ella me dijo “Como tú quieras, papi; ahorita yo soy tu esclava”.

Le dije a Gabriel que nos llevara para una de las empresas de mi papá (un galpón en una zona industrial, donde no iba a estar nadie hasta dentro de más de 48 horas, y del que yo tenía todas las llaves). Allí había un departamento equipado como para quedarse varios días cómodamente.

Llegamos. Le dije a Gabriel que me acompañase adentro para asegurarnos de que no estuviera nadie. A Kathy la dejamos en el carro. Entramos, recorrimos el lugar, y al llegar al garage vimos la pick-up de mi papá con la soga que utiliza para atar bien las cajas a l camioneta para hacer los envíos.

Gabriel me miró mientras sonreía maliciosamente. Yo, haciéndome el inocente, le pregunté: “¿Qué pasa?”. –Vamos  a violarla.

-¡¿Tú eres loco?! Nos podemos meter en tremendo problema, mejor vamos a quedarnos tranquilos – le dije.

-No seas cobarde, estúpido, no hay manera de ser descubiertos. Ella es una puta, y se vino voluntariamente con nosotros. Hay testigos de eso – respondió.

-Pero yo nunca he hecho algo así. – Qué risa me dio: Decía esto recordando cuando violé a aquella niña, Nathalie.

-Yo tampoco, pero quiero hacerlo. Además, no hay manera de que nos descubran – Insistió.

Accedí, y salí afuera mientras él preparaba todo. Abrí la puerta del carro y me agaché para ver a Kathy. Ella me preguntó “¿Hay alguien?”. Le dije: “No, para tu desgracia”.

Miré a los lados para verificar que no hubiera nadie, y mordiendo mi labio inferior golpeé su cabeza con la mano abierta y tomé sus cabellos tirando de ellos para sacarla del carro. Ella gritó: “¡¿Qué te pasa?!”

La metí casi arrastrando al galpón. La empujé al piso mientras cerraba la puerta y la tomé por los hombros antes de que se recuperase. Ella trató de zafarse, pero vino Gabriel a ayudarme. El la tomó por los pies y la llevamos al cuarto. La tiramos en la cama, me le senté encima del abdomen y rompí su blusa mientras Gabriel le desabrochaba los pantalones. Ella gritaba “¡Déjenme, malditos! Si me hacen algo los voy a mandar a matar, desgraciados.” No estaba asustada, cosa que no me gustó, ni me excitó. Por eso tuve que pegarle.

Le di una cachetada y vi su reacción: Sus ojos asomaban pequeñas lágrimas. La volví a golpear. Quería verla llorar. Por fin, una lágrima salió. Comencé a excitarme. Volteé

hacia Gabriel y le pregunté quién lo haría primero. Me dijo: “Hazlo tú, yo los veo”

-El asunto es que yo no quiero que tú veas – le respondí.

-Estás loco, la idea fue mía, así que vamos a hacer lo que yo diga. -  me respondió con un tono no muy amigable, lo cual era perfectamente comprensible en una situación tan estresante e intensa como esta; pero eso no quiere decir que no me haya molestado.

Dada la distracción, Kathy tuvo la oportunidad y me arañó el rostro, a lo que respondí impulsivamente con un golpe el la mejilla. No debí hacerlo, no debí dañar su hermoso rostro.

Inmediatamente la tomé por el cabello y la lancé al suelo. La tomé de nuevo por el cabello y presioné su cara contra la cama dificultándole la respiración. Le dije a Gabriel que me trajera la soga. Fue corriendo y la trajo.

Rodeé su cuello con la soga y tiré de ella. Su rostro estaba rojo y unas pocas lágrimas bajaban hasta su cuello. Con la ayuda de Gabriel la até de manos y pies a las cuatro puntas de la cama, y parte de la soga apretaba también su cuello, lo que mantenía su rostro coloradito, sin llegar a estrangularla, a menos que insistiera en zafarse.

Una vez atada, comencé a besarle el cuerpo. Comencé por los pies –preciosos-, subí por los tobillos, piernas, pasé por los lados de su vagina, subí por el abdomen, sus senos, su rostro

De nuevo recorrí su cuerpo en forma de estrella, debido a las ataduras a la cama. Llegué hasta su vagina, y la lamí. Esta vez sí tenía la oportunidad de darle sexo oral a una chica en medio de una violación, y no la desperdiciaría, aunque ella fuera una prostituta. Lamí sus labios, los chupé, metí un poco la lengua, lamí su clítoris, metí más la lengua, lamí su culo, volví a la vagina y le metí toda la lengua impeliendo con ella, como si fuera mi pene… Pero estaba siendo muy sutil con alguien que no lo era.

Decidí soltar las amarras de sus tobillos para así abrirle bien las piernas y comenzar a cogerla. Estaba a punto de hacerlo cuando Gabriel me gritó: “¡Ponte el condón!”

Lo hice y la penetré bruscamente. Ella gritó fuertemente “¡Aaaaaaahhhhhhhhh! Comencé a impeler con mucha fuerza mientras Gabriel se masturbaba. Agarré sus senos y los apreté muchísimo, y ella decía “No, así no, por favor”. Le respondí con una cachetada, y mordiéndole la oreja le dije suavemente: “Cállate”.

-Ahhhhh

-¡Cállate! – Le grité mientras halaba su cabello y apretaba aun más la mandíbula.

Ella no estaba sufriendo mucho realmente, yo tenía que ser más duro.

Abrí bien sus piernas y se lo metí por el culo. Me costó un poco, pero lo hice. Fui impeliendo fuertemente hasta metérselo completo y continué con los movimientos fuertes. Estaba muy rico: Caliente, cerrado, rodeado por ese par de nalgas perfectas… Divino.

Estuve así como diez minutos, hasta que lo saqué y se traté de metérselo en la boca; pero ella no quería, así que Gabriel me pasó un cuchillo que había traído junto con la soga. Metí el cuchillo por su nariz levantándole la barbilla para obligarla a darme sexo oral. Accedió, no tuve que romperla. Le metí el pene en la boca con el condón puesto. Luego me lo quité e intenté metérselo otra vez, pero volteó la cara.

-¿No vas a mamármelo?

Ella no respondió, obligándome a golpearla varias fuertes veces en el rostro

-De nuevo: ¿No vas a mamármelo?

Volteó hacia mí, y noté que estaba llorando por los golpes. Se lo metió en la boca, resignada, y comenzó a hacer lo que mejor sabía hacer la muy puta.

-Voy a acabar, y si no te tragas la leche, te voy a cortar toda la cara para que me recuerdes toda la vida – le dije mientras la cortaba un poco por la frente para que viera que estaba hablando en serio.

Ella asintió con la cabeza mientras yo se lo metía en la boca. En ese momento Gabriel brincó a la cama dominado por la excitación y la penetró por el culo, sin condón. Ella gritó, y sin querer me mordió un poco el pene, por lo que agarré uno de sus senos y lo apreté con muchísima fuerza mientras le decía: “¡Ten más cuidado, perra!”. Asintió de nuevo y comenzó a mamar con el seño fruncido y mirándome a los ojos con el temor que no había demostrado antes.

Gabriel era muy brusco y ella aguantaba cerrando los ojos. Yo la tenía agarrada por la nuca para dominar el movimiento de su sexo oral, mientras él la tomaba por las caderas. El y yo nos vimos a la cara, y en un gesto nos dijimos: “Vamos a destrozarla”.

Comenzamos a impeler ambos con mucha fuerza mientras ella gemía muy, muy fuerte. A mí me lastimaban sus dientes, así que se lo saqué y fui a buscar una de las velas de la cocina. La traje encendida y Gabriel sonrió con malicia. Derrmé esperma sobre su cara y pezones mientras ella se quejaba. Gabriel impelía cada vez que le decía: “Cállate”, con lo que provocaba un gemido involuntario de parte de ella.

-No, ya, que le duele… Dejemos de ser crueles, Gabriel – dije sarcásticamente - ¿Quieres que deje de herirte con el esperma de la vela, Kathy?

-Sí, por favor.

-OK –dije mientras empujaba a Gabriel para separarlo de ella-. Déjame apagarla. Volteé la vela sobre su vagina provocando el derrame de más esperma, y finalmente la presioné contra sus labios para apagarla. Ella gritó: “¡Aaaaaaaaaaahhhhhhhhhhhh!” Mientras se retorcía por el dolor.

-Ahora nos vas a hacer acabar a los dos, maldita puta – le dijo Gabriel.

-Yo quiero cogerla, dame un permiso – le dije, y la penetré por su colorada vagina impeliendo muy fuertemente. Ella gemía mucho, al parecer le ardía. Le dije: “Recuerda lo que te dije de tragarte mi leche, maldita”, y cuando estaba a punto de acabar se lo saqué de la vagina y lo metí en su boca. Acabé extraordinariamente. En cuanto terminé de eyacular, se lo saqué y de un golpe le tapé la boca y la nariz, mientras, con mi otra mano en su nuca, apretaba su cabeza para obligarla a tragar la enorme cantidad de semen que había eyaculado.

Tosió, Gabriel la penetró por el culo, se puso colorada, Gabriel impelía, y finalmente tragó con mucho asco y esfuerzo.

-Ahora me toca a mí, desgraciada – dijo Gabriel sonriendo.

La siguió cogiendo mientras yo me recosté de la pared para ver el espectáculo, mareado, extasiado, satisfecho, y con el amargo sabor del remordimiento por haber hecho algo tan malo… pero, sin embargo, excitado aún.

Recuerdo que Gabriel tomó los pies de Kathy y se los puso en el pecho para luego impeler con fuerza agarrando sus nalgas, y luego sus senos. Comenzó a impeler muy rápido y de pronto gimió de placer. Estaba acabándole a Kathy dentro del culo. Se lo saco al terminar y se lo metió en la boca como para cerrar con broche de oro… Pero ese no era el fin, justo estaba amaneciendo