La violación de Sara

Un joven es testigo de la violación de su madre. La humillación y la culpabilidad lo perseguirán.

La violación de Sara

La violación es una vergüenza callada que deja marcada a quién la padece, pero a menudo también destruye a maridos e hijos. Ellos son las otras víctimas.

La mía es una historia real que ocurrió en España en 1975.

Yo tenía 12 años y mis padres decidieron, como cada año ir a pasar las vacaciones al pueblo donde nació mi padre, en la provincia de Zamora, cerca del Lago Sanabria.

El era un hombre serio, de pocas palabras, preocupado siempre por el bienestar de su familia. Sara, mi madre, parecía a mis ojos una diosa de la fertilidad: grandes pechos y caderas. Era una mujer de baja estatura, carnal, abundante, a la que gustaba sentirse admirada y deseada por los hombres.

Llevábamos nuestro viejo coche cargado con el equipaje para más de un mes. Recuerdo un viaje largo y caluroso en el que el sudor empapaba nuestra ropa.

Era noche cerrada y circulábamos por una carretera secundaria que unía a los poco habitados pueblos de la provincia, cuando de repente nuestro coche se averió. De nada sirvieron los intentos desesperados de mi padre para ponerlo nuevamente en marcha, por tanto decidimos pasar la noche en el automóvil y esperar a que amaneciera y poder pedir ayuda.

No se cuanto tiempo transcurrió, dos tal vez tres horas, cuando mi padre vio a lo lejos los faros de un coche , al acercarse le hizo señas hasta que paró. Tuvimos suerte eran tres personas, una de ellas de un pueblo próximo a la que mi familia conocía, fueron muy amables, y se ofrecieron a llevarnos a nuestra casa, sin embargo mi padre se negó a dejar abandonado el coche con todas nuestras pertenencias por temor a que alguien pudiera robarlas en nuestra ausencia.. Finalmente decidió que nos acompañaran a mi madre y a mí para poder pasar la noche en casa, y el se quedaría en el coche hasta el día siguiente.

El viaje fue silencioso, recuerdo que todo estaba muy oscuro, la luz de los faros acentuaba aún más la oscuridad, mientras yo me amodorraba al lado de mi madre. Según parecía nuestros acompañantes venían de un pueblo cercano en el que se hacía un baile el último domingo de final de mes. Uno de ellos dijo:

-Ya sabes Sara, beber, bailar, mirar y de vuelta a casa.

Al cabo de unos kilómetros el coche abandonó la carretera, y se detuvo en un prado. Era como el césped de un jardín. El conductor y el copiloto bajaron dejando las luces abiertas, y se pusieron a fumar un pitillo, mi madre también bajó, tenía aspecto de cansada, la falda arrugada y la camisa empapada de sudor la hacían casi transparente.

Recuerdo a mi madre preguntar.

-¿Qué hacemos aquí? ¿Otra avería?.

Luego uno de los hombres abrió el capó y sacó una manta que abrió en el suelo.

Todo fue muy rápido. Alguien de ellos alargó su mano para tocarle el pecho. No olvidaré nunca la cara de espanto de mi madre que se revolvió para ser derribada de una bofetada.

Oí una voz que dijo:

Desnúdate, puta.

La vi poniéndose en pie, negando con la cabeza, llorando y suplicando, por ella, por mí...

Yo estaba dentro del coche en el asiento trasero, aterrorizado con el tercer acompañante.

Uno de los hombres se adelanto y le rasgó la camisa, de un empujón la tiró hacia el otro que acabó por romperla.

Desnúdate o sacamos al chico del coche¡¡¡

Lloró y suplicó, nunca pensé que nadie pudiera derramar tantas lágrimas.

Finalmente, con lentitud se desabrochó el sujetador dejando al aire sus grandes pechos, luego dejó caer la falda y se sacó las bragas.

Estás buenísima, Sarita dijo alguien riendo

En el suelo la manosearon y la jodieron por delante y por atrás . No dejaron ni un momento de tocarle los pechos y de morderle los pezones. No luchaba.

El que estaba conmigo en el coche mientras miraba excitado, dijo que quería recompensarme, que yo también me lo pasara bien, y me masturbó.

Durante todos estos años he recordado cada día ese momento, me sentí tan culpable.

Cuando todo acabó nos fuimos en silencio.

No expliquéis nada a nadie, y nadie se enterará. Sabemos donde vivís.

Al llegar a casa solo recuerdo a mi madre convertida en un autómata que olía a sudor y a semen.

Nunca volvimos ha hablar de ello.