La violación de Sandra (1)

Conocí a Sandra en Tinder, esa maldita y endiablada aplicación para teléfonos móviles donde, de repente, te aparece la foto de una persona desconocida que sonríe, o escala una montaña, o se fotografía delante de un espejo.

La violación de Sandra (1)

Conocí a Sandra en Tinder, esa maldita y endiablada aplicación para teléfonos móviles donde, de repente, te aparece la foto de una persona desconocida que sonríe, o escala una montaña, o se fotografía delante de un espejo. Entonces mueves tu dedo hacia la derecha o hacia la izquierda con la ligereza de quien se ata los cordones de los zapatos o lanza un bostezo a la nada. Asi de trivial se han vuelto las relaciones sociales. ¿Qué hago yo en Tinder? De acuerdo, lo reconozco, tengo un perfil de amo donde digo claramente que practico BDSM, incluso pongo la dirección de los lugares donde escribo sobre BDSM. Y a pesar de todo eso, aun hay mujeres que me preguntan si practico algún deporte o si estoy en Tinder buscando el amor verdadero. Gracias a Dios, Sandra me escogió porque soy amo. La cordura aun existe.

Sus fotos eran las de una mujer delgada y atractiva, tenía 37 años y un rostro simpático por no decir que era hermosa. Una de esas mujeres por las que todo hombre es capaz de hacer una locura ya sea insignificante o una grandiosa locura. La foto que mas me llamó la atención de era una desenfocada, en una fiesta o algo parecido, llevaba un traje de fiesta negro y dorado. Cuando veo fotos de mujeres intento imaginarme si son sumisas o no, sin pretenderlo ni tan siquiera, no tengo ni idea porque aquella foto desenfocada me devolvió la imagen de aquella mujer atada a una cama, boca abajo y desnuda. Soy un animal que se mueve por instintos y la experiencia me ha demostrado que funciono mejor cuanto menos analizo las cosas. El instinto me dijo, de inmediato, que aquella mujer era especial

Estuvimos hablando algunos días. Ella leyó mis relatos y mi blog, al parecer lo que más le atraía del BDSM era la humillación y el componente sexual que existe en la sumisión,  más que el dolor o el BDSM en sí mismo. Eso suele ser normal en la gente que comienza. Uno de los relatos que más le gustó fue uno que había escrito yo sobre violación consentida. Recuerdo perfectamente que dijo “¿a qué mujer no le gustaría eso?”. Dios mío, no imagino ningún comentario mejor que ese.

Le propuse hacer lo de la violación y después de continuos malentendidos, hicimos las paces y decidimos que íbamos a hacerlo. Lo de los malentendidos es muy común en Tinder, sobre todo si eres un idiota como yo porque en eso si que soy como los demás hombres en internet: un idiota que busca algo. Gracias a dios, salvamos aquellos obstáculos, armados de modestia y razón y un viernes por la noche, de madrugada, ella vino a mi casa. Ella había salido de copas con un amigo suyo y estaba cerca de mi casa, literalmente me dijo que iba a tener suerte porque con unas copas de más su ojete se abría solo y no necesitaba lubricación.

¿Alguien imagina una mujer mas perfecta?

Le dije que dejaría un antifaz en la puerta, ella debía ponérselo y después yo la violaría. Así sucedió y pronto la tuve frente a mí, temblando, con aquel antifaz colocado frente a sus ojos. Olía de maravilla, era delgada e iba con un vestido, medias negras y unos bonitos zapatos de tacón. La lleve hasta el comedor, entonces la cogí con fuerza del pelo (se había hecho una coleta) la hice arrodillase y, a continuación, hundí mi pene de golpe en su boca hasta la garganta. Sandra se echo hacia detrás y comenzó a tener arcadas aunque yo cogí con fuerza su cabeza y empujé con más fuerza aun, hasta que mis testículos comenzaron a dar golpes también contra su barbilla. Me importaba bien poco si la ahogaba o la iba a hacer vomitar, antes de nada Sandra tenía que saber quién mandaba allí. Cuando saqué mi polla de su boca, grandes hilos de baba y saliva se escurrieron de sus labios sobre su vestido, otros quedaron colgados entre sus labios y mi pene. Los recogí todos con mis dedos y se los esparcí por la cara, algunos volví a metérselos en la boca. Estuve follándola con fuerza la boca un buen rato, impidiéndola respirar y casi haciéndola vomitar en más de una ocasión. Cuando acabé, Sandra estaba de rodillas en el suelo, impregnada en babas, con grandes lagrimas que caían involuntariamente desde sus ojos. Entonces la volví a agarrar con violencia del pelo y la arrastré por el suelo hasta el sofá, colocándola encima de mis rodillas. Levanté con rabia su vestido y comprobé unas pequeñas braguitas tapando parte de su hermoso culo. Las rompí, y después comencé a palmear su trasero, cada vez con más fuerza, mientras con la otra mano le metía varios dedos en la boca, al cabo de un rato le abrí las nalgas, escupí en su ojete y metí un dedo hasta el fondo de golpe. Sandra dio un respingo y se quejó pero hice caso omiso y le di una bofetada con la mano libre mientras metía otro dedo en su culo. Ya eran dos y habían entrado sin problemas. Así pues ella tenía razón con lo del alcohol y la dilatación. Pero yo lo quería más abierto aun así que me encargué de dilatar a conciencia aquel trasero durante mucho rato, casi diez minutos, al final entraron casi cuatro dedos mientras Sandra se revolvía y gritaba. ¿Qué podía importarme a mí lo que dijese ella? La estaba forzando. Entonces me levanté de golpe y ella rodó hasta el suelo para acabar boca abajo. De un salto, me coloqué sobre ella y hundí mi pene en su culo hasta los mismísimos testículos. Sandra intentó revolverse pero la inmovilicé con violencia y comencé a bombear dentro de su culo sin compasión, arrancando algunos de los gritos más sinceros que yo había escuchado nunca antes. ¿No quería una violación? pues iba a tenerla.

Después de más de quince minutos sodomizándola a conciencia la arrastré hasta mi cama y le arranqué toda la ropa. Tenía un cuerpo bonito pero eso era lo de menos, no me importa la belleza sino lo cerda que puede llegar a ser una mujer y aquella mujer era la más cerda que había conocido en muchos años. Sus pechos eran pequeños, con dos grandes pezones, los estuve masajeando un rato, después abrí sus piernas y clavé mi pene en su coño. Comencé a follarla mientras la abofeteaba, le escupía en la cara, tiraba de su pelo y le recordaba lo zorra que era. Bien fuerte.

Cuando alguien te pide una violación fingida, el éxito de la tarea consiste en darle más de lo que imagina, aunque llore, aunque suplique clemencia. Quizás porque esa persona dispone de una palabra de seguridad escondida en la manga así que la compasión se queda aparcada en el replano del edificio.

Violé a Sandra a conciencia, haciéndola sentir que realmente ella nunca iba a controlar aquella situación. Finalmente, cuando estaba a punto de correrme, saqué mi polla de su ano rojo dilatado y arrojé todo mi semen por su cara, sus labios, sus mejillas, su pelo y encima del antifaz. Después recogí todo ese semen con mis dedos y le obligué a comerlo, sin compasión, tragarlo.

Cuando hube acabado, Sandra estaba hecha un ovillo, en mi cama, temblando y sin decir palabra. Cogí una manta, la puse sobre ella y la abracé. Solo dije una frase.

-Lo has hecho de maravilla, mi querida cerda sumisa.

-Gracias amo –contestó Sandra.

Y eso fue todo lo que sucedió… aunque no exactamente.

Porque hay una cosa que no os he contado aun: este relato es lo que imaginé que haría con Sandra, no lo que hicimos, simplemente porque aun no lo hemos hecho. Lo que viene a continuación es que quedaremos y haremos todo lo que acabo de describir, luego volveré a escribir la continuación de este relato con la descripción de la violación real y la titulare “La violación de Sandra (2)”. Así podréis comparar. Deseadme suerte.