La violación de las elfas
Dos hermosas elfas deberán sufrir la ira y vejaciones de un lujurioso conde humano al que han desafiado.
El tenue fulgor de la luna apenas era perceptible. La oscuridad era casi absoluta, sólo rota por una pequeña fogata en el claro del espeso y oscuro bosque de encinas.
La mujer sentada en el claro permanecía con los ojos cerrados. Para un observador casual, podía parecer que estaba dormida, pero la realidad era bien distinta. Sus sentidos estaban completamente alerta y sus orejas terminadas en punta eran capaces de escuchar el sonido más insignificante de su alrededor. Su nombre era Lundinia y era una elfa guerrera juramentada, uno de los más letales luchadores de aquellas tierras inhóspitas.
Por unos instantes, se permitió abrir sus ojos oblicuos y romper su concentración. Su duro rostro pareció dulcificarse momentáneamente al contemplar a la otra mujer elfa que dormía a sus pies. Se trataba de la princesa Lunaria y su deber era protegerla a toda costa de cualquier peligro, tarea que llevaría a cabo aunque le costase la vida.
Permaneció un buen rato observándola. Deseó poder acariciar su desnudo hombro, aprovechando su sueño. Era tan bella y adorable… Su ceño se frunció con furia. ¿Cómo osaba permitirse esos pensamientos? Se trataba de su alteza real, la última princesa de los elfos y ella no era más que su guardaespaldas. Agarró con firmeza su espada envainada y volvió a sumirse en su estado de alerta. La princesa se debatió en sueños y emitió un leve gemido. ¿Una pesadilla? La guerrera volvió a contemplarla y avanzó dubitativamente su mano. De nuevo, estuvo tentada de apartar el encantador mechón de pelo castaño que caía sobre su dormido rostro, de acariciar la adorable mejilla de su señora. De pronto, se dio cuenta de que la princesa había abierto los ojos.
Lundinia retiró apresuradamente su mano, y rezó a los dioses para que las llamas del fuego disimularan el rubor de sus mejillas.
La mujer recién despertada reprimió un bostezo y habló en Eltharin, el cantarín idioma de los elfos.
-Disculpad, mi buena Lundinia, no pretendía sobresaltaros.
-Fa… falta poco para amanecer, mi señora. Si vos lo disponéis, partiremos inmediatamente. Desearía abandonar las tierras humanas lo antes posible.
-Relajaos, Lundinia. El conde de Langolier nos prometió paso franco hasta abandonar sus dominios. Pronto estaremos en casa.
La guerrera calló sus pensamientos. Humanos. Perros sin honor. Antes confiaría en una hiena o en una serpiente de cascabel. La embajada de los elfos al reino humano de Targán había sido una completa pérdida de tiempo. El dirigente del reino, el conde de Langolier, un arrogante rufián humano, no sólo se había negado a firmar un tratado de buena voluntad entre ambos pueblos, sino que había insinuado que los elfos eran un pueblo pequeño que necesitaba protección. Pero lo verdaderamente indignante era que había propuesto un matrimonio entre la princesa y él mismo para sellar dicha protección.
Los ojos de Lundinia se cerraron con furia. ¿Un matrimonio entre una princesa de sangre elfa y un perro humano sin el más mínimo honor? ¿Es que el mundo se había vuelto loco? La guerrera hubiera echado mano de la espada ante tamaña afrenta, pero la princesa había declinado la oferta diplomáticamente y habían partido como habían venido. No obstante, el brillo lujurioso en los ojos del conde al observar a la princesa le había provocado un escalofrío.
Cuando Lundinia escuchó cómo una rama se quebraba, supo que no estaban solas. La guerrera juramentada levantó por un instante la cabeza. El ahogado relincho de un caballo se lo confirmó. ¿Cómo podía haber sido tan descuidada? Estaban rodeadas. Se maldijo por haberse permitido encender una hoguera, pero entonces le había parecido buena idea para que la princesa no sufriera los rigores de la gélida noche.
Aguzó sus puntiagudas orejas. Diez humanos. Puede que más. Sus ojos rasgados se cerraron durante un momento y al instante siguiente, como si hubiera aparecido de la nada, su acero parecía haberse materializado en su mano, con un escalofriante sonido metálico al desenvainarlo.
Pero ya era tarde. El sonriente conde de Langolier había aparecido entre la espesura con otros once guerreros. Lundinia gruñó amenazadoramente. Humanos. Feos, sucios y velludos que miraban a las mujeres con expresión lasciva. La voz del conde sonó divertida, pero con un matiz amenazador.
-Ah, mi querida princesa Lunaria, un placer volveros a ver.
La somnolencia de la princesa desapareció súbitamente, consciente de la amenaza que se cernía sobre ambas mujeres.
-¿Qué significa esto, conde de Langolier? Prometisteis paso franco para abandonar vuestras tierras.
-Así es, querida, pero técnicamente ya estamos cerca de la frontera, así que no he roto mi palabra. No deberíais haber rechazado mi oferta de matrimonio.
La princesa reprimió un escalofrío.
-Creí que el asunto había quedado claro. Soy una princesa de sangre elfa real. La última de mi estirpe. No puedo…
La voz teñida de desprecio del conde interrumpió a la elfa.
-Arrogantes elfos… Siempre os creéis superiores a los hombres, a pesar de que sois una raza condenada al olvido. Sois tan estúpidos que ni siquiera os habéis dado cuenta de que la era de los elfos ya ha pasado y no es sino un mal recuerdo. Vuestro reino no es la menor sombra de lo que fue. Deberíais haber aceptado mi generosa oferta y en cambio, me habéis rechazado, humillándome delante de todos.
A pesar de que Lunaria intentó aparentar serenidad, no pudo evitar que sus indefensos hombros temblaran.
-Ahora es el momento de que os enseñe una lección, pequeña elfa. Pudisteis ser mi condesa consorte, y ahora en cambio, vais a ser mi esclava, para satisfacer mi placer.
Lundinia se envaró, apuntando a los hombres con su ligero pero letal estoque.
-Ni un paso más. No tocaréis un solo pelo de mi señora.
La amenaza fue en vano. Uno de los arqueros humanos apuntaba un cruel venablo al corazón de la hermosa princesa elfa.
-Soltad vuestra arma, putita, o mi flecha se clavará entre las adorables tetitas de vuestra ama.
El terror asomó fugazmente a los rasgos de a guerrera juramentada. No tenía opción. A regañadientes, soltó su espada.
El conde de Langolier, lentamente, se acercó y recogió el acero.
-Una buena espada. Algo frágil y ligera pero indudablemente peligrosa. Pero se necesita un cerebro para manejarla. Pobre putita… Has caído en la trampa. Deberías haber supuesto que necesito viva a la princesa. Pretendo desposarla para anexionarme los reinos elfos. Muerta no me sirve.
-Maldito traidor…
Los humanos agarraron y sujetaron a ambas elfas quienes se debatieron inútilmente, indefensas.
-Además, putita… La princesa es muy hermosa. Voy a follármela todos los días y noches y creo que tardaré mucho en cansarme de ella. De hecho, creo que voy a empezar ahora mismo.
-¡Cerdo! ¡No oséis tocar a la princesa!
Pero las rudas y crueles manos de los guerreros humanos evitaron que las mujeres pudieran defenderse
-No, todavía no lo haré. Creo que antes, mis hombres se merecen una recompensa. Podéis divertiros un poco con las dos.
A continuación y entre risotadas, los guerreros les arrancaron la ropa. Lujuriosos dedos exploraron a las mujeres sin ningún tipo de delicadeza. Sus menudos pechos fueron amasados como si fueran naranjas exprimidas y groseras manos masajearon y dieron sonoros palmetazos en las nalgas de las mujeres. Lunaria gritó cuando sintió cómo un descarado dedo se colaba en su desnuda vagina. Las indefensas mujeres no pudieron sino gemir y debatirse inútilmente mientras proseguía la innoble tortura.
-Oouch… Lamento haberos fallado, mi señora. Yo… ¡Auugg…!
-Bufff… Mmmhh… No ha sido culpa vuestra, querida, habéis hecho todo lo… Ufff…
Escuchar a las elfas hablar en un idioma que no entendían no detuvo a los libidinosos humanos. Muchas lenguas recorrieron la piel de las mujeres e incluso una boca se cerró sobre los labios de la guerrera, violándola en un procaz beso.
-¡Perros sin honor! ¡Soltadme y os…! Ufff… Glubs… Mmmppphhh… Blubs, glab, glab…
Ambas mujeres gimieron y se retorcieron, gritando ocasionalmente cuando alguna ruda mano retorcía un delicado pezón o un dedo hurgaba con fruición en el esfínter de alguna de las dos mujeres.
Pronto, los hombres del conde tendieron en el suelo a la princesa y la sujetaron obligándola a que sus piernas quedaran abiertas, revelando un delicioso sexo sin un solo pelo. El conde de Langolier bajó sus calzones, revelando una verga gruesa y venosa completamente erecta.
-Bufff… He de reconocer, princesita, que en mi vida he visto un coñito tan apetitoso, y creedme que he visto muchos.
Lunaria gimió aterrorizada ante la visión del tremendo falo. Lundinia gritó y se revolvió como una gata.
-¡No! ¡Perros! ¡Haced conmigo lo que queráis, pero no toquéis a la princesa!
El conde se detuvo y se giró divertido hacia la guerrera juramentada. Los acerados ojos rasgados de la guerrera se clavaron en el arrogante hombre. Si las miradas matasen –y los guerreros no la sujetasen –el conde hubiera caído fulminado.
-Veo que sois una devota guardiana de la princesa.
Con jactancia, el conde pellizcó los menudos pezones de la guerrera, quien no pudo evitar emitir pequeños chillidos.
-Unas tetitas muy pequeñas. Sois tan plana que parecéis un chico. Y a juzgar por vuestra espada, deduzco que os gustan los juegos masculinos. Seguro que también tenéis gustos de chico. Apuesto a que os gustaría hundir vuestro rostro entre los muslos de vuestra princesita y beber los jugos de su coñito. ¿Me equivoco?
La guerrera apartó la vista y enrojeció visiblemente al sentir clavada la mirada de la princesa sobre ella.
-No, no me he equivocado, pequeña lesbiana. ¿Habéis dicho estar dispuesta a cualquier cosa por proteger a la princesa?
-Sí.
-No os oigo, pequeña lesbiana.
-¡Sí! ¡Lo que sea!
-De acuerdo. Entonces, preparaos para comeros una buena polla humana.
Todos los hombres rieron mientras el conde se sujetaba su verga, más erecta que antes.
-Es toda para vos, mi golosa elfa. Arrodillaos.
A regañadientes, la elfa obedeció. Su rostro quedó a la misma altura que el pene del conde, quien restregó su verga por la faz de la guerrera, embadurnándola de líquido preseminal. El conde jugó con su glande frotándolo contra su cara, casi desfigurada en una mueca de impotente furia que no hacía sino excitar más al conde.
-Abrid la boca y chupadla.
La princesa gimió.
-¡No ¡Por favor, no lo hagáis!
Lundinia contempló apesadumbrada a la princesa, pero no podía obedecerla. No podía permitir que ese maldito humano la poseyera. Tragándose su asco, sacó su lengua y lamió tímidamente la verga.
-Metéosla en la boca.
La verga del conde se internó en su húmeda y cálida boca.
-Mmm… mmm… glubs… mmmhh…
-Así, eso es, chupad bien…
El enorme falo se introdujo por su garganta, casi ahogándola. El conde sujetó su nuca e inició un movimiento de manos y caderas, entrando y saliendo viscosamente de su boca. Pronto, entró y entró cada vez más carne hasta que Lundinia casi tocó los testículos del conde con sus labios inferiores. El rostro de la pobre elfa empezó a volverse rojo mientras las lágrimas escapaban de sus ojos cerrados y las venas de su cuello se hinchaban. Al borde de la asfixia, intentó zafarse para poder respirar, pero estaba firmemente sujeta por los malvados guerreros. Repentinamente, el conde la liberó mientras Lundinia daba unas desesperadas bocanadas de aire.
En ese momento, el conde no pudo más y gruesos chorros de espeso semen brotaron de su enhiesta verga y cayeron sobre el maltrecho rostro de la elfa, completamente embadurnado de lágrimas, saliva y efluvios.
-Muy bien, putita. Lo cierto es que no ha estado nada mal.
Cerca, la princesa lloraba desconsoladamente. Su voz se quebró en sollozos cuando habló.
-Cerdo… Sois un cerdo…
El conde de Langolier rió.
-¿Pero qué clase de modales son esos en una dama de alta alcurnia como vos, la última de vuestra estirpe? Creo que os merecéis una lección.
El conde, de nuevo erecto, se dirigió hacia la princesa. La guerrera Lundinia tosía mientras intentaba normalizar su exhausta respiración.
-¡Prometisteis que no la tocaríais si yo…!
-No prometí nada, pequeña lesbiana. Vos dijisteis estar dispuesta a chupar mi polla para proteger a la princesa y yo simplemente quise saber si era cierto, pero no prometí no follarme a esta adorable zorrita, como voy a hacer ahora mismo.
-¡Cerdo! ¡Bastardo! ¡Maldito seáis vos y…!
El conde se giró hacia sus hombres con fastidio en su mirada.
-Sus gritos me molestan. Mientras me follo a la princesa, rompedle el culo a ésta hasta que reviente.
-Será un verdadero placer, mi señor conde.
Los hombres se lanzaron sobre la vociferante Lundinia y la levantaron en volandas, dejándola boca abajo, con su culito respingón al aire. Un par de dedos se introdujeron en su esfinter y se movieron en círculos, abriéndole el ano y dilatándolo para la penetración. Pronto, uno de los hombres incrustó trabajosamente su verga en las entrañas de la elfa, lo que arrancó un tremendo grito de la mujer. Con las escasas fuerzas que le quedaban, intentó resistirse, pero fuertes manos sujetaron sus desnudos hombros contra el suelo e impidieron que se liberara. Incluso uno de los villanos, excitado, colocó su pie desnudo sobre la mejilla de Lundinia para aplastar su cara contra el mullido musgo y evitar que se alzara.
-¡Soltadme, cerdos!
-¡Ayyy! ¡La muy cerda me ha mordido el pie! ¡Maldita zorra!
-¡Jajaja! Apártate, Hans. Todos, sujetadla. Es toda una tigresa, ¡cómo maldice! ¿Terminas ya de una vez, Johan?
-Sí, sí… Tiene un culo maravilloso… Tan apretadito… Creo que… creo que me corroooooo!
El hombre jadeó y, con un sonido viscoso, sacó su verga del ano de la guerrera y regó todas sus pálidas nalgas con su cremoso puré.
-¡Toma toda mi leche humana, zorra elfa!
-Cerdos… cerdos…
-Parece que la chica quiere más ración de polla. Complazcámosla, muchachos.
Otro hombre tomó el relevo y procedió a penetrar a Lundinia por su escocido ano. La sensación de ser empalada de nuevo, de estar rellenada por la verga de un sucio humano que se restregaba por sus intestinos y que besaba sus picudas orejas mientras no dejaba de encularla, fue espantosamente humillante para la guerrera elfa. Maldiciendo y mordiendo sus labios para no gemir, Lundinia llegó al orgasmo sin que el cruel falo dejase de entrar y salir de su dolorido ano. Intentó no pensar en sus adversarios. Evocó el hermoso rostro de la princesa y se imaginó a ella misma besando con dulzura los labios de Lunaria.
- Os amo, mi señora. Unnnggghhh… –Masculló Lundinia para sí, jadeando mientras una verga la penetraba sin descanso.
-¡Vaya! Parece que la muy zorrita se ha corrido. Y yo creo que… creo que yo también… ¡Ufff…!
Mientras el rudo guerrero se descargaba en las entrañas de la guerrera, muy cerca, el conde de Langolier se disponía a poseer a la temblorosa princesa Lunaria.
-Sois muy bella, señora mía. Va a ser un verdadero placer poseer vuestro cuerpo.
La princesa apartó el rostro con desdén. Su voz, aunque algo trémula, sonó firme.
-Me asqueáis. Violadme si vais a hacerlo, pero ahorradme al menos vuestra cháchara.
Por un momento, el rostro del conde enrojeció por la ira. Pensó en cruzar la cara de la princesa pero decidió humillarla de otra manera.
-Soy un consumado amante, mi señora. Podéis resistiros lo que queráis, princesita, pero os aseguro que pronto os arrebataré un orgasmo, el mayor que hayáis tenido.
Una mueca de asco y odio asomó al rostro de la princesa cuando el grueso mango del conde, sin penetrarla, recorrió su sexo arriba y abajo. Miró con desafío al conde de Langolier quien la observaba sonriendo con suficiencia. Pronto, el movimiento fue dando lentamente sus resultados. El sexo de la princesa comenzó a mojarse y la verga se hundió con facilidad por la encharcada gruta. La azorada princesa no pudo sino gemir cada vez que el estoque de carne se hundía en su esponjoso interior.
-¿Lo veis, querida? Estáis hecha para gozar. Cuando antes lo entendáis y os rindáis a vuestro destino, mejor será para vos.
-Nunca… Ufff… Nunca…
-Mentid cuanto queráis. Vuestro coñito mojado es suave y delicioso y está hambriento de mi polla.
Las morenas nalgas del conde aceleraron su movimiento y su boca se cerró sobre el cuello de la princesa, que gimió cuando lo lamió con avidez. Durante bastante tiempo, el bosque fue invadido por el rítmico golpeteo de la carne húmeda chocando contra carne húmeda y los gemidos agónicos de las dos elfas. De pronto, la princesa abrió los ojos como platos cuando el conde enterró un dedo en su ano.
-No… no… por favor, por ahí no…
-Chiisst, princesa, callad. Vuestro culito es ahora mío y tengo ganas de catarlo.
Ignorando las súplicas de la princesa, el conde levantó en volandas a la elfa y sobó y masajeó los cachetes de su adorable culo. Los abrió, dejando a la vista un precioso y arrugado agujerito.
-Mmm… Divino.
El pene del príncipe se posó sobre el esfínter y lo introdujo poco a poco. Lunaria gimió cuando su ano se abrió como una flor, pareciendo que atrapaba y se tragaba entera la ancha verga del humano. Con una ruda mano, el conde toqueteó y acarició la entrepierna de la princesa, pellizcando los labios mayores y el clítoris. Varios gritos ahogados surgieron de su preciosa garganta cuando se acercó al orgasmo, para su horror. Las enculadas fueron profundas y largas, sacando la verga casi entera, dejando sólo la parte del glande dentro del culo y empujando de nuevo hasta que sus caderas chocaban contra las enrojecidas nalgas de la elfa. El ritmo se aceleró progresivamente hasta convertirse en rápidas y cortas embestidas de carne que chocaba húmedamente contra la carne. El cálido aliento del conde acarició la picuda oreja de la princesa.
-Así, muy bien, querida, eso es… Córrete, preciosa, córrete…
La princesa no pudo protestar. Como si hubiera recibido una orden, comenzó a temblar convulsivamente mientras los flujos escapaban de su mojado elfo, cayendo por sus muslos como si se tratase de una cascada.
-Ooooohhh… ¡Uuuoooohhhh!
Su esfínter anal comenzó a contraerse y dilatarse sobre la verga del humano. Durante un momento fue como si apretaran bien su mango, como si lo ordeñaran, lo que catapultó rápidamente al conde al orgasmo. Acto seguido, sus huevos se vaciaron dentro del recto de la elfa en varias descargas, inundando sus entrañas de espeso puré ardiente, como si la princesa elfa no fuera sino una res que necesitase ser marcada al rojo con la marca del humano.
Poco a poco y muy despacio, el conde de Langolier fue sacando la verga del maltrecho culito de la elfa. De su dilatado agujerito escaparon dos borbotones de semen, pero la mayor parte de la pegajosa leche se quedó en los intestinos de la princesa. El humano tuvo que sostener a la desfallecida elfa para que no cayera al suelo como una muñeca a la que han cortado las cuerdas.
-Así, muy bien querida. Es bueno que los elfos aprendáis cuál es vuestro lugar: esclavos de los humanos. Se acabó vuestra resistencia y rebeldía. Cada noche os poseeré y os haré gozar, mi elfa esclava.
La princesa nada dijo sino que quedó en el suelo, con los ojos cerrados y la saliva escapando de sus bellos labios entreabiertos. A continuación, y con la verga todavía erecta, el conde se dirigió hacia la guerrera juramentada.
-Veo, pequeña lesbiana, que mis hombres te lo están haciendo pasar realmente bien.
Lundinia permanecía tumbada en el suelo, como una muñeca rota, sujeta por decenas de manos. Sus ojos estaban cerrados, semiinconsciente, mientras las vergas se sucedían en sus asaltos por culo y coño. Todo su rostro y cabello estaba empapado en sudor y semen, y su pálida piel cubierta de chupetones y pellizcos.
-Creo que mereces una recompensa.
El conde de Langolier acercó su verga hasta el rostro de la desfallecida guerrera.
-Chupad mi miembro. Os permitirá degustar el sabor del ano de vuestra amada señora en mi verga.
Todos los hombres rieron y cuando el sonriente conde se inclinó sobre Lundinia, ésta, reuniendo todas sus fuerzas, escupió al rostro del noble.
-Degustad vos… el sabor de… vuestros hombres.
Los hombres rieron al ver cómo un grueso chorretón de semen escurría por la mejilla del conde de Langolier, pero callaron espantados cuando contemplaron cómo su rostro enrojecía de ira.
-¡Maldita zorra! ¡¿Cómo os atrevéis?! ¡Os voy a…!
El conde, lívido de rabia, alzó su puño. De pronto, una voz aguda le detuvo.
-¡Quieto! No os mováis.
Todos los hombres se giraron hacia la princesa Lunaria. Erguida a duras penas y a pesar de su desnudez, en sus ojos podía leerse una fiera determinación. Sostenía un cuchillo, extraído de los ropajes que el conde había dejado descuidadamente en el suelo al desnudarse. Éste la miró con furia mientras se pasaba la mano por el rostro para limpiar el escupitajo de Lundinia.
-¿Vais a hacernos frente con ese cuchillito, querida?
La mujer lo llevo hasta su propio cuello. Los hombres miraron desconcertados a su jefe, sin saber qué hacer.
-Antes habéis dicho que me necesitabais viva. Soltad a Lundinia o acabaré con mi vida.
El conde rió, pero su risa se apagó en sus labios.
-No seríais capaz, zorrita. Creo que se trata de…
Del pálido cuello de la elfa brotó una gota de sangre que resbaló rápidamente por su pálido cuello y pechos.
-Dejad que mi amiga se vaya u os juró por los dioses que sólo obtendréis de mí un cadáver.
El conde permaneció en silencio un buen rato. Después, maldijo en voz baja y ordenó con un gesto a sus hombres que soltaran a la guerrera. Ésta se incorporó a duras penas y miró con terror en los ojos a la sangre que brotaba de la herida del cuello de la princesa.
-Mi señora… No lo hagáis… Yo no importo…
La princesa habló en Eltharin, para que los humanos no la entendieran.
-No lo hagáis más difícil, Lundinia. A mí no me dejarán escapar, pero a vos sí. Coged uno de los caballos ensillados de los humanos y partid.
-Por favor, mi señora…
-¡Lárgate, condenada seas!
El grito de la princesa se quebró en un sollozo mientras sus ojos se llenaban de lágrimas. La guerrera juramentada, se acercó rápidamente a uno de los caballos. Estaba completamente desnuda y visiblemente dolorida, pero se las arregló para subir hasta una de las yeguas cercanas. Mientras sujetaba las riendas, habló con voz temblorosa.
-Volveré por vos, mi señora. Juro por lo más sagrado que volveré por vos.
Sin decir más, partió al galope. Lunaria, con el cuchillo todavía en su cuello, observó cómo su amiga desaparecía entre la espesura. Por un momento, el puño de hielo que atenazaba su estómago dio paso a una sensación de alivio al saber que su amiga se salvaría. No obstante, no poder abrazarla antes de que partiera fue más doloroso que cualquiera de las torturas a las que había sido sometida aquella noche.
-Adiós, Lundinia, amada mía.
Tras esperar un tiempo prudencial, Lunaria retiró el cuchillo de su cuello. Al instante, los hombres se abalanzaron sobre ella para arrebatárselo pero la elfa no opuso la menor resistencia.
El conde se encaró con ella. La furia brillaba en sus ojos.
-Estúpida elfa. Cuando lleguemos a mi castillo, os lo haré pagar muy caro. Os poseeré hasta doblegaros.
Si había miedo en los ojos de la princesa, su voz no lo dejó translucir.
-No lo entendéis, conde. Podréis violarme, pero jamás me poseeréis.
Con un gruñido, el conde dio media vuelta y gritó a sus hombres.
-¡¿Qué hacéis todavía aquí, estúpidos?! ¡Ensillad los caballos y partid tras esa zorra! La quiero viva cueste lo que cueste.
Uno de sus hombres, visiblemente nervioso, le habló con voz tartamudeante.
-Se… Señor, la elfa ha cogido a Angelika , la yegua más joven… Es la más veloz. Me temo que… que no va a ser posible alcanzarla.
El conde bufó furioso.
-¡Malditos seáis todos! Mmm… Está bien. Preparaos para partir. Nos vamos.
Mientras los guerreros ultimaban los preparativos, uno de los humanos se acercó a la princesa y, sacando una tira de tela, procedió a vendar la herida de su cuello.
-¿Sabéis, señora? Los tenéis bien puestos. Vos y vuestra amiga tenéis más cojones, con perdón, que la mayoría de los nobles que conozco.
Lunaria no contestó. Su mirada seguía perdida en el punto del oscuro bosque donde su amada había desaparecido. A lo lejos, los primeros rayos de sol comenzaban a despuntar sobre las copas de los árboles.
Se cuenta que, incapaz de doblegar a la princesa Lunaria, el conde de Langolier la encerró en una de sus fortalezas. Cada noche la puerta de la mazmorra se abría y el conde o varios de sus esbirros entraban a violar, vejar y humillar a la indómita elfa. Lunaria se prometió que nada de lo que aquellos humanos hicieran le afectaría, hasta el punto de que juró por los dioses no volver a derramar jamás ninguna lágrima.
Un día, la puerta se abrió, pero de ella no surgió ningún humano, sino Lundinia, la guerrera juramentada, con su espada goteando sangre. “Os dije, mi señora, que volvería por vos”. Por un momento, Lunaria temió haber perdido la razón, pero el fuerte abrazo de la otra mujer que casi le rompió las costillas y el beso que le cortó el aliento le convencieron de que aquello era real. Y sin importarle romper su promesa, la princesa rió y lloró al mismo tiempo.
Se cuenta, también, que las dos mujeres sufrieron mil peripecias huyendo de la ira del conde de Langolier hasta poder regresar a las tierras de los elfos. Pero eso, como suele decirse, es otra historia.