La violación
¿Una violación no es realmente una violación si es consentida?
Nunca supe su nombre, ella no quiso decírmelo. Podría haberme mentido pero prefirió no decirlo. Lo acepto, es más, lo valoro como un billete de cien euros encontrado en la calle ( y no pretendo analogías, a ella no la encontré en la calle). Han de saber ustedes que en el mundo hay dos tipos de personas, las honestas y las que pretenden ser honestas. Ella era honesta, sincera y directa (quizás en exceso). La encontré en esa red virtual con millones de unos y ceros que están circulando por internet a modo de anónimos (aunque públicos) datos. Hace años, la manera en como un hombre como yo encontraba a una mujer como esa era por puro azar. Ahora Internet es una cesta donde millones de personas dejamos nuestros juguetes y rebuscamos en busca de otros. Aunque para ser fieles a la verdad debería decir que ella me encontró a mi. Supongo que aquella mujer tenía claro lo que quería y el hecho de encontrarse con un amo le facilitaba las cosas. ¿Qué es lo que quería ella? Mejor explicaré como era ella. Su piel era tostada y suave, sus formas perfectas, la carne fibrada y los pechos generosos pero su cuerpo, a pesar de demostrar que la perfección estética es posible... no era lo más turbador (masturbador, en efecto). La primera vez que la miré a la cara fue un momento que recordaré siempre, su sonrisa, sus ojos, su nariz, era como estar mirando un ángel que a su vez te devuelve la mirada con alegría y auténtico descaro. Su expresión era una mezcla de provocación e ingenuidad que desmontaba a quien tenía delante, incluso a quienes la conocían desde hace mucho. Si a eso le sumamos su pelo desordenado y casi afro, como recién despeinada después de hacer despertado de una siesta. Pues imaginen como se sintió un tipo como yo delante de una joven así. ¿Qué posibilidades podía tener alguien como yo? No me refiero a que yo no tenga cosas valiosas que la gente busque, de hecho ella había venido hasta mi por mi experiencia. A lo que me refiero es que era de esas mujeres que si te decían "Hola" sentías que te había tocado la lotería. Siempre estabas dos escalones por debajo, por muy bueno que fueses.
Ella me dijo que quería que la violase, sin excusas ni rodeos. Quería que abusase de ella. ¿Qué podía responder yo? Al fin y al cabo soy una persona normal, un amo, de acuerdo, pero eso no me otorga patente de corso para ir violando por las esquinas, ni aunque ellas lo deseen. ¿Abusar? Solo puedes abusar de quien no desea ser abusado. El resto es puro humo, pura imaginación o puro teatro donde intentamos representar algo que no somos. Cuando adoptamos roles de amos y sumisas (o amas y sumisos) estamos interpretando algo. Porque lo contrario significaría que nuestra vida es puro humo y solo somos quienes somos cuando ejercemos de amos/as o sumisos/as.
Le contesté que por supuesto iba a violarla si es lo que ella realmente deseaba, independientemente del significado de lo que íbamos a hacer. Me contestó que prefería que hablásemos antes. Estábamos sentados en un viejo bar con paredes de piedra, un altillo cerca de la Plaza del Rey. Solos los dos sentados con una mesa de por medio. Lo primero que le pregunté era si realmente quería ser violada por alguien como yo pero su respuesta no fue la esperada. Me dijo que aun no lo sabía, que prefería esperar a ver que sentía durante la conversación que acabábamos de arrancar.
Hablamos largo y tendido sobre mis experiencias, sus experiencias, separados por dos copas de vino, aunque la separación era cada vez menor. Al final ella dijo que quería hablar de límites, de hasta dónde estábamos dispuestos a llegar. Lo hablamos con total libertad, como quien sabe que nadie le juzga porque sabe que la diferencias también acercan a la personas.
Decidimos ir a su piso, ella se encontraría más cómoda, dijo. Esperé en la calle hasta que ella me envió un mensaje al móvil. "Sube a violarme" fueron sus palabras. Subí a su piso, la agarré con fuerza del pelo, la obligué a arrodillarse y metí mi pene en su boca para ahogarla hasta que las arcadas pasaron a formar parte de su respiración. Cuando estuve satisfecho la arrastré hasta una cama, até sus manos a la espalda, la desnudé completamente y la penetré con fuerza, mordiendo su boca, su hombro, su nariz o sus pezones. A todos lados donde alcanzaba mi boca ella recibiría un mordisco. Así fue. Después la abrí por completo de piernas y clavé mi pene en su culo, sin esperar protestas ni ruegos. Ella se retorció y mientras lo hacía yo la insultaba, escupía en su cara o la abofeteaba. He de reconocer que la violé, literalmente. Le di lo que yo creía que ella quería mientras aquella preciosa mujer se retorcía de dolor, quizás placer, a cada embestida de mi pene en su culo.
Estuve sodomizándola casi quince minutos, retorciendo sus pezones, escupiéndola, recordándole lo puta que era. Finalmente, cuando estaba a punto de correrme., saqué mi pene de su culo y eyaculé en su cara. En su boca. En su pelo afro que quedó como un árbol de navidad con adornos de mi semen. Así fue.
Media hora más tarde volvíamos a estar en el mismo bar, bebiendo dos copas del mismo vino. Sonriendo. Ella me dijo que no había estado mal. Cuando una mujer te dice que algo no ha estado mal es que podría haber estado mejor. Podría haberla humillado aun mas. Podría haberse sentido aun mas violada.
La primera vez que comienzas algo lo comienzas en el convencimiento que sabes lo que haces. Pero nunca es así. La experiencia es la que nos hace encontrar la puerta de entrada. Por mucho que te esfuerces, deberás esforzarte aun más.
Mientras charlábamos yo observaba su rostro, lo recordaba lleno de mi semen, la recordaba gritando de dolor (o placer). ¿Que importaba eso? Lo mejor de las segundas oportunidades es que puedes hacer que las primeras sean solo un vago recuerdo.
¿Volví a violar a aquella mujer? Por supuesto. Lo hice varias veces hasta que aquella violación fingida fue lo más parecido a una violación real. ¿Creéis que es algo reprobable o inmoral? De acuerdo. Pero debéis saber antes una cosa: ella quería, yo quería. Lo demás, poco importa.