La vieja
Nuestro protagonista conoce en un bar a una madura, casada e insatisfecha, harta de que el marido la abandone por las noches. Irá al apartamento con la boca llena en el coche y se llenará todo lo demás con los tres muchachos que viven en el piso.
Era una noche de verano y me encontraba tomando una copa, solo, en un bar donde el levante era habitual y las edades oscilaban de 20 a 50 años. En esa época vivía con 2 amigos en una vieja casa, donde todas las habitaciones daban a un patio en común. Esa noche estaba sentado en la barra tomando un Gancia y una mujer de unos 45 años se sentó a mi lado. Sus ojos estaban llorosos y no se la veía bien. Con ropa un tanto suelta, la blusa dejaba ver sus pechos, que eran grandes y tostados por el sol. Su pelo era dorado y tenía una boca muy sensual.
Al rato de estar sentados juntos le pregunté si se sentía bien, a lo que contestó que estaba aburrida y harta de estar sola. Tal confesión me dejó atónito y le pregunté si me quería contar lo que le sucedía con más lujo de detalles, a lo cual accedió. Me dijo: "Estoy cansada de que mi marido salga por las noches con sus amigos y me deje sola en casa como un trapo viejo. Por eso estoy acá tratando de distraerme un poco. Creo que estoy bastante bien como para que me estén cambiando por mujeres más jóvenes que no saben nada de la vida".
Ahora sí quedé paralizado sin saber qué decir, pero al instante se me ocurrió algo y le dije que era una mujer muy hermosa y que no merecía eso, que yo le proponía una noche mejor y que si quería nos podíamos ir de allí para charlar mas tranquilos. Ella accedió.
Como se pueden imaginar, con mis 22 años no tenía auto pero ella sí. Salimos del bar y nos dirigimos a un Mercedes de película. Cuando llegamos me dio las llaves y me dijo "Manejas vos". "¿Dónde querés que te lleve?", le pregunté."Adonde quieras", dijo. Y encaré para mi casa.
En el camino podía ver sus piernas perfectas a través de una pollera muy corta que dejaba ver el final de unas medias caladas de color negro que solo se sostenían por un portaligas. Para ese momento estaba al palo y ella lo notó. Comenzó a acariciarme la cabeza con sus finas manos, que terminaban en unas uñas de color violeta, y en un momento se acercó a mi oreja y la comenzó a lamer con una pasión descontrolada. Eso me puso doblemente al palo. Con la otra mano comenzó a tocarme el bulto, masajeándolo con la palma de arriba hacia abajo. Yo ya estaba enloquecido y trataba de manejar y no perderme nada al mismo tiempo.
Mi mano llegó hasta sus faldas. Acariciando las piernas llegué hasta la concha, que estaba jugosa y caliente. Mientras me violaba la oreja con su lengua, su mano abrió el cierre de mi pantalón y extrajo mi verga, acariciándola con una suavidad que a punto estuvo de hacerme eyacular. De repente bajó su cabeza y comenzó a chuparme la pija lentamente, acariciándola con su lengua, hasta que no pude más y la acabé en la boca llenándola de leche. Ella, en ese momento, saboreó mis jugos y se los tragó sin decir nada más que gemidos de placer.
Mientras acababa y ella me limpiaba con su lengua , apretó mi mano, que estaba en su entrepierna, con tal fuerza que pensé que me la rompía al mismo tiempo que frotaba sus piernas descontroladamente. Guardó mi pija, se incorporó, sacó de la cartera un pañuelo y se limpió. Luego se acercó y me besó, dejándome el mismo gusto a leche que ella tenía en su boca. Me preguntó cuándo llegábamos porque tenía ganas de cogerme toda la noche y no aguantaba más. Dijo que esto sólo era una muestra gratis de lo que su marido se perdía por no estar con ella. Me preguntó si vivía solo, a lo cual respondí que éramos tres y que los otros estaban de joda. Momentos después llegamos a mi casa. Me fijé que estuviéramos solos y entramos.
Ya adentro, ella pasó al baño y yo me puse a preparar un ron con hielo para entonar aún mas la noche. Cuando salió, tenía la blusa desprendida y se confirmaba lo que había visto: dos pechos enormes que rebasaban el corpiño de lo apretado que estaba. Se acercó y me besó, metiendo su lengua hasta la garganta. Tomamos el ron de un trago y nos fuimos a mi habitación, que era la primera de las tres, llevándonos la bebida espirituosa.
Puse música suave y bailamos lentamente, manoseándonos sin dejar ni un lugar por explorar. Comenzamos a desvestirnos y la puse de cara a la pared dejando su espalda al descubierto, la cual terminaba en una bombacha de encaje muy pequeña que dejaba ver sus muslos firmes y su piel tostada.
Mi lengua hizo todo el trabajo, desde la nuca hasta su culo la chupé por todos lados. Cada vez que cambiaba de dirección la lengua, ella gemía y se estremecía mostrando lo excitada que estaba. El espasmo mayor llegó cuando bajé su diminuta bombacha de encaje y le comencé a chupar la raya del culo alternando con mordiscones y pequeños golpeteos en sus muslos. Estaba entregada y en su máximo relajo. Cualquier cosa que hiciera se dejaría, y eso era una ventaja.
Me paré detrás de ella y comencé a frotar la raya de su culo con mi pija y a decirle cosas como "tu marido ahora está con otra pendeja que le chupa la pija y se deja coger por todos lados, le chupa las tetas y...". Eso la puso más loca, se dio la vuelta y comenzó a chuparme la pija enloquecida, apretando mis nalgas y gimiendo hasta que se paró y me pidió por favor que la cogiera porque no podía más, que quería ser como esa pendeja que se estaba cogiendo a su marido y que no le importaba lo que le pudiera hacer esa noche.
En ese momento la puse en cuatro patas sobre la cama y la penetré con toda mi fuerza, cabalgándola descontroladamente. Ella me pedía más y en cada embestida la metía hasta el fondo, chocando contra el final de la vagina, a lo cual ella respondía con gritos de dolor y gemidos de placer.
Cuando estaba a punto de llenarla de leche se la saqué, le chupé la concha, que estaba toda mojada, y la puse boca arriba pidiéndole que me mirara a los ojos. Cuando la penetré vi su cara de placer, y su boca me susurraba "más, más". La cara de puta que ponía me llevó a lo máximo y le llené la concha de leche al mismo tiempo que gritábamos y ella tenía otro de los tantos orgasmos.
Después de ese momento cumbre nos tiramos en la cama y nos manoseamos mutuamente. Sus tetas eran perfectas. Se notaba que hacía top less porque estaban tostadas por igual. Sus pezones eran enormes y duros.
Preparé otro ron y continuamos bebiendo y hablando de boludeces. Por el cuarto ron ella ya estaba bastante mareada y comenzamos el acto sexual nuevamente, pero... ya no estábamos solos. Mis dos colegas habían llegado y ella no lo había notado. Se fue para el baño y tuve la oportunidad de hablar con mis amigos y contarles lo ocurrido.
Cuando regresó en estado de ebriedad le propuse un juego: hacerlo con la luz apagada. Y ella accedió. Nos tiramos sobre la cama y comenzamos a manosearnos. Nuestros cuerpos comenzaron a transpirar y eso hacía que el placer aumentara. De repente, sin que los viera, mis amigos entraron y apoyaron lentamente sus manos sobre su cuerpo, estremeciéndolo, y ella, en su borrachera, sólo se excitó más y no dijo nada.
Después de varios segundos de franeleo susurró "me gusta cuando somos más de dos" y esa fue la gota de leche que rebosó nuestra calentura. Los tres sobre ella la toqueteábamos y sólo decía "más, más" gemidos. En ese momento, uno de mis amigos, Juan, le ofreció la pija y ella se la comenzó a chupar de una forma brutal, con largos movimientos de cabeza que recorrían toda su erección.
Martín, por su parte, la giró, la puso a cuatro patas y comenzó a chuparle el culo y la concha, empapando toda la zona con su saliva. Yo me dediqué a mirar cómo mis amigos la tenían en jaque por todos lados y así pude descansar un poco para poder continuar esta noche de sexo.
Después de ensalivarle bien el culo, Martín la puerteó con sus dedos y ella se quejó y le pidió que lo hiciera despacio, que era estrecha, a lo cual él replicó con dos dedos que entraban apretados y taladraban su oscuro agujero. Habiendo abierto camino, la tomó por las ancas, le afirmó la pija en el agujero y, de un sólo empujón, la penetró sin piedad. Ella gritó de dolor y de placer a la vez y pedía más mientras chupaba la pija de Juan con una habilidad inusual.
Embestida tras embestida, estaba siendo ensartada como brocheta por todos lados, hasta que Juan, en su punto máximo, gritó de placer y acabó en su boca, como hacía un rato había hecho yo. Sin dejar caer una gota, ella se tragó toda la leche y le lamió la pija hasta dejarla seca. Exhausto, Juan cayó sobre la cama. Ella me miró y me dijo "quiero que me cojas por el culo", y no tuve más remedio que aceptar.
Martín sacó la pija y se puso de espaldas en la cama. Ella se montó sobre él y se metió la pija en la concha a la vez que, con la mano, me llamaba para que la penetrara. Esta era una sensación nueva para todos ya que nunca nos había pasado esto de coger por el culo y la concha a la vez. Pero parece que para ella no era la primera vez.
Me monté como un perro y la comenzamos a coger. Estábamos como locos. Ella gritaba y nosotros también, hasta el punto de que nos descontrolamos y ella pedía más fuerte. Yo la tenía metida hasta el fondo y no la tengo muy chica que digamos, y Martín la metió hasta el fondo y no se la sacaba. Juan, que miraba, comenzó a chuparle las tetas y a morderle los pezones. Era toda una maraña de cueros hasta que, entre gritos y espasmos, acabamos casi todos juntos llenándola de leche por todos lados.
Exhaustos y tirados en la cama, los tres nos quedamos quietos mientras ella se chupaba la leche que tenía por todo el cuerpo, hasta que nos quedamos dormidos en la cama. Cuando me desperté, casi de día, sólo éramos tres y ella ya no estaba. Digo ella porque nunca supe su nombre y jamás la volví a ver. Siempre que cuento esta historia la nombro como "La vieja".