La video camara

Esos aparatos sirven para provocarnos nostalgia al revisar lo que hemos grabado en ellos tiempo atrás. En mi caso, una grabación salvó mi matrimonio. Aunque ahora, poco importa.

LA VIDEO CÁMARA

Trajinaba por la casa haciendo las tareas domésticas, cuando en un descanso, me asomé a la terraza. Allí, y sin quererlo, me encontré admirando el parque y añorando algo que no sabía muy bien que era. Una pareja sentada en un banco me sacó de mi ensimismamiento. Furtivamente, sin pausa, se besaban y acariciaban. Aquello en un principio me ruborizó, pero después de observarlos un rato, mientras me fumaba un cigarro, terminé por excitarme. Tanto me excité, que ante la soledad en la que me encontraba, decidí entrar en mi casa, cerrar la puerta de la terraza, correr las cortinas y masturbarme.

Pero antes de hacerlo, decidí grabarlo en mi videocámara. Me fui a por ella, la situé en un lugar donde previamente había comprobado que me encuadraba bien, en la totalidad, y accioné el botón de >REC. Me senté en el sillón y me despojé de la poca ropa que llevaba hasta quedarme desnuda totalmente. Allí, sentada y abiertas las piernas comencé a acariciarme la raja y los pechos. De vez en cuando miraba la video cámara fijamente poniendo expresiones de placer y emitiendo gemidos como una puta. Pensé que a mi marido le gustaría verlo.

La humedad de mi coño se asemejaba a una boca babeante. Frotaba con mis dedos el clítoris y trataba de introducir dos dedos dentro de mi vulva para que se parecieran en lo más posible, a un pene.

De esta guisa me encontraba, entregada a mi placer cuando todo se derrumbó en un instante. El techo se me unió con el suelo de mi salón cuando abrí los ojos, y pude ver la figura de mí cuñado, allí de pies, con las llaves de mi casa en la mano, con un gesto de sorpresa y de diversión, y sin decir nada.

Traté de incorporarme del sillón, peno no pude. A mi cabeza acudieron mil cosas que no supe discernir. ¿Por qué estaba mi cuñado en mi casa?, ¿y mi marido? Se sentó a mi lado y me dijo que me tranquilizara. Le pregunté que cómo es que estaba el allí y con las llaves de mi casa. Me dijo que a mi marido, su hermano, se le había roto el coche y que el había venido a recoger unos documentos y dinero para pagar la reparación, y que el se había quedado en el taller donde le iban a efectuar la reparación.

Los dos se habían ido a Burgos para realizar un trabajo, y se les estropeó la bomba del agua del coche de mi marido. Mi cuñado regresó a casa en taxi desde el Km. 50 y mi marido quedó a la espera de arreglar el coche para regresar a Madrid, pues ya habían cancelado el viaje. Me explicó que según le dijo su hermano yo no estaría en casa y por eso le entregó las llaves.

Yo estaba como en otro mundo, con las piernas cerradas y cubriéndome los pechos con ambas manos. Mi ropa yacía en el sillón de mi derecha. Ni siquiera hice ademán de recogerla para cubrirme, pues me quedé paralizada. Sus palabras brotaban con velocidad de sus labios, apenas si le entendía. Me miraba y me sonreía a la vez que seguía hablando. Yo le miraba fijamente pero no entendía nada. Me hacía alguna pregunta y yo no le respondía. No era capaz de articular palabra.

Su mano en mi muslo me devolvió a la realidad. Recobré el conocimiento por así decirlo, cuando trataba de separarme las piernas. Le increpé por ello, pero el al fin, debido a su fuerza, lo consiguió.

Su mano no tardó en apoderarse de mi raja. Descubrí mis pechos al quitarme las manos de ellos para poder separar su mano de mi entrepierna. El se las arregló para pasarme su brazo izquierdo por detrás de mi espalda y me atrajo hacia él. Mis piernas cerradas se apretaban contra su brazo, pero no impedían que él trajinara con sus dedos en mi vulva. Poco a poco, mis piernas cedieron en su fuerza y se fueron abriendo lentamente, más, cada vez más, hasta que al fin se separaron enteramente, dejando así al descubierto mi coño.

También pude notar su mano derecha jugueteando con mi pezón izquierdo a la vez que una humedad sofocante y caliente me llegaba hasta el ano. Su boca no tardó en posarse sobre la mía. Abrí mis labios y le permití introducir su lengua dentro de mi boca. Nos retorcimos intercambiando nuestras salivas. Mi aliento chocaba contra su boca. No pensaba ni por un momento en lo que estaba sucediendo. Se levantó como un resorte. Me abandonó en mi excitación. Pensé que abandonaba por que se había dado cuenta de quien era yo, la mujer de su hermano. Pero nada más lejos de la realidad. No dejó que yo recobrara mi conciencia.

Sus pantalones cayeron piernas abajo, sus zapatos fueron desprendidos de sus pies uno con otro. A duras penas sacó los pies de dentro del pantalón liberándose de ellos. Bajó sus calzoncillos y dejó a mi vista un enorme cipote, con el capullo rojo amoratado, supuse que por la cantidad de sangre que allí se había congregado. Erguido, firme, arrogante, con sus dos bolsas colgando. Se agachó ante mí, separó mis piernas con sus manos y me posó aquello tan hermoso en mi pubis. Lo dejó resbalar hacia abajo y cuando estuvo seguro de estar en el sitio adecuado, cuando notó la humedad que me saciaba, me lo introdujo dentro de un apretón firme. Yo suspiré de placer y nervios a la vez. Me atrajo hasta el borde del sillón y allí comenzó mi calvario. Una arremetida, otra, otra más. Mientras me besaba la boca, los pechos, el vientre, todo. Yo lo abrazaba por los riñones y palpaba su culo prieto y musculoso y de vez en cuando lo empujaba más hacia mí. Un gesto de placer a la vez que yo emitía un chillido prolongado y ahogado me avisó de lo inminente. A la vez que se corría dentro de mí, seguía moviéndose con el vaivén del placer. Fue prolongado, yo también me corrí. En nuestras caras se marcó el gesto del espasmo y poco a poco, sin sacármela, nos fuimos recobrando. Me besó en la boca, luego en la mejilla y se separó de mí abandonando mi agujero, que quedó extrañamente abierto. Sin limpiarse, se puso los calzoncillos, el pantalón y sus zapatos. Yo me quedé sentada saboreando aún el orgasmo que me había proporcionado. Mis bragas sirvieron para limpiar su semen. Encendí un cigarro cuando estuve más relajada. No sabía si me avergonzaba de lo ocurrido. Yo no había tenido nunca la más mínima cortesía sexual con mi cuñado. El había llegado a casa y me había pillado desnuda haciéndome una paja y se había aprovechado. Eso era todo. Al menos hoy día aún lo sigo viendo así.

Decidimos que de lo que había pasado allí nadie debía saberlo. El estaba soltero, pero yo no. Además mi marido era su hermano.

Tomó el dinero que le di según le había pedido mi marido. Le entregué los documentos y las llaves de mi coche para que no tuviera que volver en taxi. Cuando salió de mi casa yo estaba aún desnuda, pero incluso le di un beso en la boca mientras le abrazaba con ternura como agradeciéndole el placer que me había proporcionado. Nos habíamos prometido no hablar de aquello jamás, aunque supongo que su cara reflejaba la ilusión de que se volviera a repetir. No sabía si mi cuñado le iba a decir algo a marido. Quería creer que no. Al menos eso me prometió y yo le quería creer. El problema era de los dos.

A los cinco días de aquello y mientras preparaba café para mí, mi marido apareció con la videocámara en el salón. Pronunciaba palabras soeces y groseras. Al parecer algo no funcionaba bien en el dichoso aparato. Lo zarandeaba de un lado a otro. Decidió enchufarla a la TV para ver si funcionaba correctamente. Las imágenes que aparecieron mientras yo tomaba café, me recordaron inmediatamente lo que vería después.

Un sillón vacío. El sillón donde yo me encontraba saboreando mi café. La video cámara moviéndose hasta dar con el enfoque. Luego yo. Desnudándome. Después desnuda. Una vez desnuda, sentándome y abriendo mis piernas. Mi marido me miró y me sonrió. Siguió visionando aquella cinta. Mis dedos jugueteando con mi raja.............y luego una espalda que vestía una camisa a cuadros. Me levanté y traté de apagar el televisor. Mi marido lo impidió. Me descompuse. Me quedé blanca. Mi marido también. ¿Como pude ser tan estúpida de olvidarme de apagar la video? ¿Como pude ir más lejos en mi estupidez y cuando me quedé sola no borré el polvo?

El rostro de mi marido cambió al descubrir que era su propio hermano el que estaba allí conmigo, solazándose de mi cuerpo, haciéndome gozar. Su gesto se volvió más tranquilo. Acabó la grabación y desconectó la videocámara y me miró. Me miró mucho rato sin decir una palabra. Yo tampoco dije nada, sólo lloraba. Tomó el teléfono y llamó a su hermano. Le dijo que viniera a cenar esa noche a nuestra casa.

Su hermano llegó pronto a nuestra casa. Preguntó si pasaba algo varias veces, pues según el, nos notaba raros. Terminada la cena, mi marido preparó tres copas, trajo la videocámara, la conectó al televisor y visionamos la cinta otra vez. Mi cuñado me miraba fijamente como con odio, miraba a su hermano y no decía nada. Agachó la cabeza entre sus manos y cerró los ojos.

Mi marido me preguntó si le quería, a lo que yo dije que no. Traté de justificarme diciendo que no sabía como había podido pasar. Le conté la verdad de lo que había sucedido, aunque el ya lo había visto todo. Luego le miro a él, a su hermano, y le preguntó lo mismo. El dijo que no me quería, pero que no había podido evitarlo, que en aquellas circunstancias había perdido la cabeza. Mi marido reflexionó durante un largo rato en silencio, sin decir nada. Fumaba y fumaba. De vez en cuando daba un sorbo de la copa y nos miraba. El silencio me iba quitando la vida. Al fin se levantó del sillón y dijo "Bien, supongo que ya no se puede hacer nada. Al fin y al cabo todo queda en familia. En fin, si queréis, nos vamos a la habitación y follamos los tres". Mi cuñado y yo nos miramos. No dábamos crédito a lo que acabábamos de oír. De todo lo imaginable, aquello era lo que menos esperábamos.

Aquella noche gocé como una loba en celo. Los dos hermanos fueron para mí. Sin contemplaciones, sin rubor, sin inhibiciones, sin pudor por parte de ninguno de los tres. Los dos me follaron cuanto quisieron. Lo pasamos muy bien. Especialmente yo, que creía haber encontrado "ese algo" que le faltaba a nuestra relación de pareja.

Sólo había ocurrido una vez. Hasta que más tarde me enteré que mi marido tenía un lío con una jovencita que aún trabaja en su taller. Mi cuñado era sabedor de aquello. Quizás mi marido se sintió coaccionado y por eso no montó un escándalo cuando nos pilló. No lo sé. Los tres hemos aceptado el rol que nos ha regalado la vida. Mi marido sigue con su "chiquilla del taller" y mi cuñado y yo seguimos dando rienda a nuestros deseos cuando podemos. Bastantes veces, por cierto, pues el trabajo de ellos hace que mi marido salga con frecuencia a los pueblos de la ciudad. Mi marido y yo hemos ganado con esta nueva situación. En el sexo, especialmente yo. En lo económico, él. Pues el taller o negocio es de los dos. Y va bien afortunadamente.

Y una última cosa. Siempre que grabéis algo con vuestra video cámara, revisar la grabación después. Nunca se sabe. No siempre salen las cosas bien.

Coronelwinston