La Vida Secreta de mi Hijo 01

Aquel día volví temprano a mi casa, lo que parecía ser otro día normal y aburrido de fin de semana se convirtió en la experiencia más increíble y excitante de mi vida, cuando encotré a mi hijo teniendo sexo con su novia (voyerismo, sexo hetero).

La Vida Secreta de mi Hijo

I

Todavía recuerdo como solía ser antes de que todo esto pasara y aun me cuesta creerlo… yo… convertida en esto. Y no lo digo con amargura o vergüenza (algo hay de lo segundo), simplemente que me convertí precisamente en aquello que nunca fui y que nunca soñé ser. Dejé de ser Consuelo Portales y me convertí en, probablemente, una versión mejorada de mi misma en muchos aspectos, otra Consuelo muy distinta.

Pero vayámonos por partes, mi nombre ya se los di, soy una señora guatemalteca que ha tenido una vida muy dura. Me casé joven, a los 17, con Carlos, el único novio que tuve y que rápidamente dejó de ser aquel joven dulce y tierno que conocí. No hablaré mucho de cómo fue mi matrimonio, solo diré que había quedado totalmente subyugada por él, sin derechos y casi sin presencia siquiera.

Sus malos tratos se extendieron hacia nuestras hijas, que indirectamente me culparon y me abandonaron, cada una a su manera, dejándome totalmente sola. Tan solo mi hijo Juan Carlos se quedó junto a mi, y al final pasó a ocupar el lugar del hombre de la casa debido al alcoholismo de mi marido. Este último, se largó de la casa luego de una terrible pelea con nuestro hijo por esa misma razón, el desgraciado alcohol. En realidad no se largó, yo lo “largué”. Fue su culpa, me hizo elegir entre mi Juanca y él.

Así, a mis 42 años quedé totalmente sola. Sin embargo, el tiempo me terminaría por mostrar que es verdad lo que dice aquel viejo refrán: más vale sola que mal acompañada.

Las cosas mejoraron lentamente, al principio fue un infierno, me sentía sola y fracasada y en verdad lo extrañaba, ese proceso patológico de una mujer codependiente y maltratada crónicamente amenazaban con hacer añicos mi voluntad. Pero solo de imaginar a mi hijo y a su padre liándose a golpes volvía a mis cabales. Poco a poco fui sintiéndome mejor, fui llenando ese vacío que había en mi vida con diversas actividades y con una libertad que jamás pensé tener. Juanca, por su parte, era el nuevo hombre de la casa y llevaba las riendas de la ferretería con gran habilidad. En realidad ya lo era desde hacía año y medio, cuando el alcoholismo de Carlos empeoró.

Me animó a salir, a cultivar amistades y a recuperar las viejas. Y él hizo lo mismo, ya con el ambiente de la casa cambiado, se animó a llevar a su novia, Esther, más seguido. Ya llevaban un año de noviazgo y ya me la había presentado antes, pero nunca habíamos podido intimar mucho. Era una joven de piel morena y cabello negro lacio que llevaba a media espalda. Era de complexión gruesa sin llegar a ser gorda, con formas voluptuosas y pronunciadas. Medía como 1.65, tenía ojos cafés oscuros y era muy agradable.

Quizás lo único que no me terminaba de cuadrar de ella era su aspecto bohemio y hippie, casi siempre vestía pantalones de tela con motivos típicos o jeans azules holgados, con innumerables collares de madera, cuentas brillantes o de cualquier otra cosa. De verdad era bohemia, le gustaba mucho el rock tranquilo y la trova cubana, al igual que a mi hijo.

Pues bien, como dije, ahora que mi marido ya no estaba con nosotros, la muchacha llegaba de visita mucho más a menudo que antes y llegamos a entablar una muy buena relación. Pero al mismo tiempo crecía en mi una nueva preocupación: con Carlos fuera de la jugada, Juanca tenía más tiempo para estar con su novia y eso quería decir que tenían más oportunidades de caer en el vicio de la carne. Je, je, je, hoy que escribo esto me parece tremendamente ridícula esa preocupación… pero bueno, así era yo.

Sin embargo, mi temor estaba lejos de ser infundado, lo comprobé cierto domingo en que salí a misa. Yo acostumbraba a asistir a la misa dominical de 7 AM en la catedral, para luego hacer las compras en el mercado central, ubicado detrás de la iglesia. Pero aquel domingo de mayo cayó un tremendo aguacero que me hizo cambiar de opinión, me quedé dentro de una cafetería esperando que amainara un poco la lluvia, así que volví a mi casa una hora después de haber salido, pero como una hora y media antes de lo habitual.

Entré en silencio, no porque tratara de ocultarme, sino porque estaba muy molesta y mojada hasta los huesos, lo único que quería era secarme y quedarme a solas un rato. Pero algo llamó inmediatamente mi atención, era una especie de gemido largo, como un quejido que venía del cuarto de mi hijo. Mi primera reacción de susto, pensé que le había pasado algo malo así que me dirigí rápidamente a su habitación, la cual encontré cerrada. Entonces me asomé por la cerradura en silencio, algo me decía que no debía hacer ruido.

Mi casa era una vieja y antigua construcción del casco histórico de la Zona 1 de la capital. Poseía un cuerpo principal en donde se encontraba la sala, el comedor y la cocina. Luego un ala larga con un corredor donde se encontraban los cuartos. Afuera tenía un gran patio y un sitio lleno de plantas. De igual forma las puertas eran antiguas, grandes y pesadas, de madera maciza y con viejas cerradura de hierro por donde se podía ver.

Lo primero que vi fue un gran culo enfundado en una tanga negra, era Esther que le estaba haciendo una mamada a mi hijo… ¡Por Dios, le estaba haciendo una mamada! Me sentí morir, jamás imaginé ver algo así y menos de mi propio hijo, a quien tenía por un ejemplo de moral y rectitud. No es que no supiera lo que ella estaba haciéndole, yo misma me había visto obligada a hacérselo varias veces a mi esposo, que cuando llegaba borracho hacía conmigo lo que se le daba la gana. Además me di cuenta que si ellos ya practicaban esas cosas era porque llevaban tiempo de tener relaciones sexuales.

Me quedé allí de pié, dudando qué hacer. Por un lado, mi parte racional, mi parte de madre, me decía a gritos que debía entrar allí y detenerlos, que aquello era un pecado y que no debía estar ocurriendo en mi casa. Por el otro lado algo me detenía. No es que me dijera que debía dejarlos y hablar luego con mi hijo, no, sencillamente me tenía allí paralizada e incapaz de pensar de forma coherente… y sintiendo rara, muy rara.

Al final se impuso esa fuerza misteriosa y terminé saliendo silenciosamente al patio. Con cuidado me asomé por la ventana de su habitación y lo hallé sentado en el borde de la cama, piernas abiertas y ojos cerrados, se sostenía en el colchón con los codos. Esther estaba arrodillada en medio de sus muslos y le mamaba la verga despacio y sin prisas. ¡Dios mío, ¿qué estaba haciendo allí, viendo esas cosas, en vez de detenerlo todo?!

La muchacha rodeaba la base del bálano de su novio con sus manos amorosamente y se la tragaba hasta la mitad, lentamente y con los ojos cerrados. Luego se la sacaba de la boca ensalivándola abundantemente y succionándola con pasión. Incluso alguien con mi poca experiencia podía darse cuenta que la jovencita poseía bastante experiencia, que ya tenía práctica y que le tenía tomada la medida al pene de mi hijo. Eso me hizo sentir peor, una especie de mezcla entre decepción… con algo más, varias cosas más.

Esther estuvo en esas por unos minutos mientras poco a poco iba bajando por todo lo largo de aquel tronco hasta que alcanzó los testículos de mi Juanca y se puso a lamérselos y chupárselos, sobándole la verga con una mano al mismo tiempo. Aquella verga se me hizo enorme, a pesar de que era casi del mismo tamaño que la de mi marido (más adelante averiguaría que este apenas estaba un poco arriba de la media).

Mi hijo tenía 22 años y era delgado y atlético, Medía 1.70 y tenía marcada músculos por el ejercicio. Su piel era morena y sus ojos cafés claros, su cabello negro lacio y corto. Era guapo, o por lo menos así me parecía, ya saben que una madre siempre ve a sus hijos hermosos. Pero sus rasgos finos le conferían un rostro armonioso y agradable a la vista. Aquella mañana también constaté que poseía un trasero redondo, grande y paradito y un pene de unos 16 cm, circuncidado y con un glande ancho.

Entonces vi algo que definitivamente no esperaba, lo vi flexionar las rodillas y abrir las piernas y a ella zambullir la cara en medio de ellas. Ante mi incredulidad y asombro no me quedó duda, ¡Esther le estaba lamiendo y chupando ávidamente el ano a mi hijo, quien lo disfrutaba como un loco! ¡¿Qué estaba pasando en el mundo, MI MUNDO, por Dios Santo?! Lo veía cerrar los ojos y abrir los labios, gesticulando y susurrando cosas en silencio, como si hablara consigo mismo, mientras su novia le lamía el ano despacio, mientras se lo chupaba y trataba de meterle la punta de su apéndice bucal.

– ¡¡¡AAAAAHHHHHHH, SSSSIIIIIIHHHHHH!!! ¡¡¡ESTHEEEERRRRRHHHHH!!! – gemía él, gozando de esa asquerosa caricia… ¡¿cómo era eso posible?!

Para mi mente tan conservadora, eso era pecado y una asquerosidad, algo impensable para mi hijo, pues “solo los hombres homosexuales se dejaban tocar el culo”. Lo peor fue que, para mi vergüenza, comencé a calentarme, sentía mis ingles al rojo vivo y una gran necesidad de tocarme. Obviamente no lo hice, eso habría sido todavía peor. Pasados uno minutos Juanca decidió que ya era suficiente, tomó a su novia de la cara y la levantó mientras el se sentaba de nuevo. La besó apasionadamente y luego ella le dijo:

– ¿Me vas a montar ya, mi amor? – ¿cómo estaba eso de que “me vas a montar ya”?… ¿acaso era una vaca o una yegua?

– Si mi vida… te voy a coger como a ti te gusta… – le respondió mi hijo, que también actuaba de una forma muy vulgar y desagradable.

Esther se puso de pié y se sentó a horcajadas sobre su regazo, guiando su pene duro con una mano para metérselo. Comenzó a moverse despacio, con movimientos oscilantes y lentos como de serpiente, besándolo apasionadamente y dejándose manosear y disfrutar. Poco a poco fue montándolo más y más rápido, pronto la cabalgata se torna potente y frenética, la cama hasta empezó a crujir. Se encajaba la verga de su novio con fuertes sentones, a mi hasta me pareció que se la debía estar metiendo hasta la matriz. Al mismo tiempo empezó a gemir con fuerza, confiada en que estaban solos en la casa.

– ¡¡¡AAAHHH, OOOOHHHH!!! ¡¡JUANCA, JUANCA, ME MATAS!! ¡¡¡AAAGGGHHHH!!! – su aguda voz de soprano, elegante y serena (a mi siempre me gustó su  forma de hablar), comenzó a proferir obscenidades y a pedir y suplicar por más – ¡¡¡PUUTAAA!!! ¡¡¡ROMPEME JUANCA, PARTIME EN 2!!! ¡¡¡¡AAAAAAAGGGGGHHHHH, AAAAHHHH!!!!

Mi hijo la tomó de las nalgas y la ayudó a subir y bajar. Simultáneamente se prendió de sus tetas, grandes y redondas, lamiéndolas y chupándolas con verdadero placer. Era un verdadero espectáculo, hasta yo tuve que admitirlo. Porque además de todo, Esther era muy hermosa. Tenía un cuerpo frondoso y de complexión gruesa, como ya dije, con un par de senos grandes y redondos, con aureolas amplias y oscuras. Caderas anchas debajo de una cintura marcada y estrecha y un trasero grande y redondo también.

– ¡¡¡¡AAAAHHHHH, AAAAAHHHHH!!!! – gemía ella, hasta que de pronto se estremeció entre sus brazos, presa de un potente orgasmo – ¡¡¡¡JUANCA, AAAAGGGHHHH!!!! ¡¡¡¡¡JUAAAANCAAAAGGGGGHHHHHH!!!!! – se abrazó fuerte de él al mismo tiempo que gemía y gritaba con los ojos cerrados. Y yo seguía viéndolos muy caliente, sintiendo al mismo tiempo algo raro dentro de mi cuando vi a mi nuera orgasmearse. Era envidia, yo jamás había tenido un orgasmo en mi vida, Carlos era muy egoísta.

De repente Juanca la tomó de las nalgas y rodaron a su izquierda, él quedó encima y ella acostada boca arriba. Ahora yo podía vele las tetas estremecerse ante cada nueva embestida y la oía gritando, pidiendo más. Me calenté más, mi respiración se aceleró y mi corazón empezó a latir desbocado. Vi como mi hijo le abría y levantaba las piernas en el aire, sosteniéndola de los tobillos, hasta formar una V perfecta, al mismo tiempo que la penetraba. Así comenzó a darle con todo. Al mismo tiempo, Esther empezó a masturbarse, acariciándose las tetas, pellizcándose los pezones y frotándose el clítoris hasta que alcanzó un segundo orgasmo.

El encuentro continuó por un rato más, mi nuera recibió la hombría de mi hijo dentro de su sexo hasta el cansancio y obtuvo un par de orgasmos más, estaba muy impresionada por lo fácil que le salían. Seguía gimiendo, empapada y con la piel enrojecida y la boca abierta, pero con las rodillas flexionadas y las piernas abiertas, sosteniéndoselas de los muslos con las manos. Frente a ella él seguía penetrándola con fuerza, también empapado de sudor y todo rojo, gozando como un loco.

– ¡¡¡¡AMOR, ESTHER, AAHHH… AAAAGGGGHHHHHH!!!! – entonces lo vi acelerar y levantar la cabeza – ¡¡¡¡¡EEEESTHEEEERRRRGGGGHHHH, AAAAAAGGGGHHHHHH!!! – tras un largo alarido acabó dentro de su novia entre gritos y gruñidos de placer. Vi impresionada su intensa acabada y, por primera vez en mi vida, me di cuenta que ya era un hombre, Juanca había dejado de ser mi pequeño hacía ya mucho tiempo.

Se quedaron quietos un rato entonces, entre besos y arrumacos. Pensé que ya habían acabado, así que dispuse retirarme con el mismo sigilo con el que llegué, sin saber bien qué hacer luego. Pero algo me detuvo, vi a mi hijo arrodillarse entre las piernas abiertas de su novia para ¡chuparle el sexo! ¡Dios mío! Entre caliente y horrorizada, vi como mi hijo recogía con la boca su propio semen directamente del sexo de Esther, que permanecía exactamente en la misma posición. ¡Incluso podía oír los sonidos de chapoteo y succión que hacía, mientras ella lo veía excitada, gozando de esa hábil lengua!

No podía creer que mi hijo fuera capaz de hacer algo tan asqueroso, aquello ya era el colmo y pensé pegar un grito desde donde estaba escondida para acabar con todo, pero no me atreví. Juan Carlos se puso de pié y Esther se deslizó hacia el suelo, quedó de rodillas y abrió la boca mientras se acariciaba los senos. Entonces su novio compartió con ella esa blanca esperma por medio de un largo escupitajo que la muchacha recibió sobre su lengua. Posteriormente se puso de pié y se besaron apasionadamente mientras yo seguía paralizada en el mismo lugar, en estado de shock y, sobre todo, muy caliente.

De pronto, el timbre de la casa sonó y los sobresaltó, yo me caí de espaldas, suerte que no me oyeron. Rápidamente me escondí detrás de unos macetones que tengo. Pensé que ya habían acabado, pero en realidad apenas estaban empezando.

CONTINUARÁ…

Garganta de Cuero.

Pueden hacer comentarios y sugerencias a mi correo electrónico, besos y abrazos.