La vida me trae un regalo
A mis 46 años la vida me ofrece la oportunidad de volver a realizarme como Amo...
A mi edad no esperaba vivir esta experiencia. Tengo 46 años, y soy un hombre normal, calvo, 1,68, 76 kg, no soy guapo, no estoy bueno, aunque con antiguos vestigios de mis años de gimnasio. Divorciado y con un hijo pequeño maravilloso.
Trabajo como comercial de ferretería, lo que me da un sueldo normal tirando a corto, pero me permite controlar mi tiempo, que no es poco.
En una de mis visitas comerciales a uno de mis más antiguos clientes se dio lugar una situación que abriría un nuevo futuro para mí: realizarme de nuevo en mi condición de Amo, algo que ya había pasado a un segundo plano.
G- Buenos días Rosario, ¿se puede?
R- Hola Manuel, claro, pasa. ¡Cuánto tiempo sin verte!
G- Si Rosario, lo siento. Mucho trabajo, y en verano, ya sabes, con el niño menos tiempo para trabajar. Pero eso es algo que voy a solucionar en cuanto encuentre una canguro de confianza, y ¡prometo venir a visitarte más a menudo!
R- Ah, ¿buscas canguro? , y tienes alguna idea de lo que quieres? Mi hija está buscando un trabajo de verano para poder pagarse un master que quiere hacer el próximo curso.
G- No, ninguna preferencia. Tan solo que además de cuidar de Javier, tendrá que mantener un poco la casa. ¿Que ha estudiado tu hija?
R- Enfermería, y además está súper aburrida, así que le serviría doblemente. Ganaría dinero y ocuparía su tiempo. Y no te preocupes por el mantenimiento de la casa, es algo que le encanta. Si no hubiera elegido esta profesión, sería camarera de hotel. Le encanta servir, así que lo hará con placer.
G- Pero yo no puedo pagar mucho.
R- Creo que eso da igual, sea lo que sea, ella te lo agradecerá seguro.
G- Pues dile que se pase esta misma tarde, y si me gusta puede empezar hoy mismo.
R- Perfecto Manuel. La llamo ahora mismo, verás que contenta se va a poner. Y te aseguro que no te defraudará, es una chica muy complaciente y aprenderá rápido a hacer las cosas como a ti te gusta.
Acabé mi jornada laboral y me fui a recoger al niño a casa de una vecina y amiga, que se quedaba con ellos de vez en cuando. Esa misma tarde, sobre las 6, sonó el timbre y me levanté del sillón tranquilamente para ver quién era. Al abrir vi a una chica de unos 16 o 17 años, pequeñita, con dos coletas cogidas, y en seguida deseché la idea de que fuera la hija de Rosario, que tenía que tener mínimo 20 o 21.
¿Sí?, pregunté mientras la miraba. ¿Don Manuel? Me pregunto ella. Soy Nuria, la hija de Rosario. Me quede sorprendido, y, balbuceando, le dije: ah, pasa pasa. Gracias, dijo ella, y mientras entraba pude recrearme en el pedazo de culo que tenía. Venía vestida con un pantaloncito hipercorto, de estos que se llevan ahora, y un top, que dejaba parte de su espalda y su barriguita al aire.
Cuando llegamos al salón empecé a darme cuenta de que iba a disfrutar mucho mirando a esa niña, pero me equivocaba, no era solo mirando como la iba a disfrutar.
G- Siéntate Nuria. ¿Cuántos años tienes?
N- 24 Don Manuel.
G- Por favor, sin el Don, solo Manuel. Parece que tienes menos.
N- Lo sé, y es algo que me encanta.
Me dijo mientras me sonreía con su carita angelical.
G- Eso está bien. Aunque eso hace que muchos hombres se giren para mirarte cuando pasas, seguro.
N- Eso también me encanta.
Esta vez no pudo sostenerme la mirada, y la bajó mientras se ruborizaba, lo que me excitó aún más de lo que ya estaba.
G- Bueno, para no perder mucho el tiempo, te explico. Tengo un crío que tendrás que atender y hacer las cosas de la casa, ¿te parece bien?
N- Me parece perfecto.
G- Genial. No hace falta que vengas cuando yo estoy, solo cuando Javier se vaya a quedar solo. Y será solo durante las próximas tres semanas, hasta finales de julio. Después el niño se va con su madre y no me hace falta que te quedes con el hasta septiembre de nuevo, mientras no haya colegio.
N- Lo que usted necesite Manuel. De todas formas yo no tengo nada que hacer hasta octubre. Y si no le importa prefiero venir cuando usted esté aquí también, así puedo hacer las cosas de la casa con tranquilidad y cuando se vaya centrarme en el niño.
G- Como quieras, pero eso son muchas horas y ya te dije que no puedo pagar mucho.
N- Eso me da igual. Págueme solo las que pase con el niño. Lo que más me interesa es ocupar mi tiempo.
G- Muy bien. Ven conmigo, voy a presentarte a Javier y te enseño la casa.
Se empeñó en ir detrás, pero la hice pasar delante para poder disfrutar ese culito de nuevo mientras subía las escaleras.
Después de conocer a Javier, fui enseñándole cada estancia. Al llegar al dormitorio, y ver mi cama, la niña dijo sin cortarse ni un pelo:
N- ¡Guau, que pedazo de cama, aquí se puede hacer de todo!
Y yo sin pensarlo le dije:
G- Si, es de 2 x 2, y además muy cómoda, ¿Quieres probarla?
Nuria, con un brillo especial en los ojos, me siguió el juego:
N- ¿Puedo?
G- De la forma que quieras.
Nuria me hizo entonces un numerito que le levantaría la polla a un muerto: primero se quitó los zapatos y se tendió bocarriba, estiró los brazos, levantó las piernas y las abrió al máximo, demostrándome tener una elasticidad circense. Después se giró para ponerse bocabajo, y lentamente, como si de yoga se tratase, fue levantando su culito y lo puso en pompa, mientras seguía teniendo las tetas pegadas a la cama. Cuando ya creía que había acabado su exhibición, cerró los ojos, abrió poco a poco las piernas e irguió el tronco, quedándose de una forma que me hizo fantasear de nuevo imaginando que yo estaba debajo clavándole mi polla.
Abrió los ojos, se sentó al borde de la cama y respiró profundamente, haciendo que sus tetas se pegasen al máximo al top. Ahí me di cuenta de que no traía puesto sujetador. Al mirarme vio la erección en mi pantalón y no dijo nada, solo me miró con sus increíbles ojos negros y sonrió.
Le ofrecí un café que ella aceptó solo si le dejaba prepararlo a ella, y nos sentamos a charlar un rato mientras Javier seguía jugando en su habitación.
La conversación hizo que a partir de ahí se definieran los roles, sin hablarlo explícitamente.
G- Y dime Nuria, ¿por qué te gusta servir?
N- No solo me gusta, me fascina, es mi condición. Me hace sentirme realizada.
G- Es curioso, a ti te gusta servir y a mí me gusta que me sirvan.
N- Pues entonces no tendrá quejas de mí. Soy muy atenta.
G- Bueno, no hagas que me lo crea mucho, que a mí me encanta dar órdenes. Soy muy autoritario.
N- Entonces tendremos una relación perfecta, a mí me gusta obedecer y que sean rectos conmigo.
Esas fueron las últimas palabras en condiciones normales, a partir de ahí, sin necesidad de hablarlo más, se quedó bien claro quién mandaba y quién obedecía.
N- ¿Quiere usted que lleve alguna vestimenta especial mientras estoy aquí?
Yo, asumiendo mi papel dominante contesté:
G- Por supuesto, debes traer siempre falda, y cuanto más corta mejor. Y por la parte de arriba algo igual de pequeño que lo que traes puesto ahora, pero con escotes más generosos, más holgado y, evidentemente, sin sujetador, como hoy.
N- Perdón por traer pantalones, no volverá a pasar.
G- Eso espero. Por hoy no pasa nada.
N- Gracias Don Manuel.
G- Veo que vuelves a usar el Don. Pues entonces vamos a hacerlo bien. Sustituye a partir de ahora Don Manuel por Mi señor.
Ella, mirándome con ojos de auténtica lujuria me dijo:
N- Gracias mi señor.
El juego había empezado…